A. — La polis
p. 69-90
Texte intégral
El mendigo (DEM, 34)
A Mauricio Maidanik
En ciertas ocasiones,
especialmente en momentos de invierno,
bajo la presión de mi propia sonrisa
o defendido por gruesos pliegues
de mi conciencia,
te rechazo, no puedo verte,
emerges como un instante inesperado
de violencia,
me retraes de lo humano,
quieres agregarme a tu miseria.
No te miro:
pueden seguirme tus manos
místicas y expertas.
Hay en ellas
una apremiante disposición de hartazgo,
un engaño rotundo
que tu mirada ratifica,
inclinándose al recibir la gracia.
Pero suele ocurrir también
que retroceda,
que resuelva buscarte,
que me incorpore a la mentira desnuda,
a la total sospecha.
Y soy yo, por lo tanto, el que requiere,
el que pide, el que atisba
agitando una gratuita expectativa.
Es entonces cuando aprendo
que puedes estar o abandonarme,
que puedes aumentar o restringir
la dudosa potencia de tu imperio,
la sufriente actitud
de tu comercio.
Y todo porque no sabemos dar,
entregarnos sin grandes voces,
sin sobornos, sin distancia;
todo porque no nos enseñaron
a quedar desnudos
en medio de la noche.
Le mendiant
À Mauricio Maidanik
Il arrive parfois,
spécialement en hiver,
sous la pression de mon propre sourire
ou à l’abri derrière les gros plis
de ma conscience,
que je te repousse ; je ne peux pas te voir,
tu fais irruption telle une embuscade
de violence,
et tu me soustrais à l’humain,
tu veux m’annexer à ta misère.
Je ne te regarde pas,
de peur qu’elles me poursuivent, tes mains
expertes et mystiques.
En elles, il y a une pressante disposition au blasement,
une duperie achevée
que ton regard ratifie
tandis que tu t’inclines pour recevoir l’obole.
Mais il arrive aussi souvent
que je revienne sur mes pas,
que je décide de te chercher,
de m’intégrer à ton mensonge éhonté,
à la suspicion intégrale.
Et c’est donc moi, le quémandeur,
moi qui demande, moi qui épie
en agitant une gratuite espérance.
C’est alors que j’apprends
que tu peux être là ou m’abandonner,
que tu peux augmenter ou modérer
la douteuse puissance de ton empire,
la souffrante attitude
de ton commerce.
Et tout cela parce que nous ne savons pas donner,
nous livrer sans pousser les hauts cris,
sans bakchich, sans mise à distance ;
tout cela parce qu’on ne nous a pas appris
à nous tenir nus
au milieu de la nuit.
La miel del verano (DEM, 28)
A Alfredo Zitarrosa
Amigos, compañeros,
que tanto caminaron
los pasos de la infancia.
Quiero traerlos ahora
a mis palabras:
no le está permitido
al hombre
olvidar.
Con los años se recogen
objetos imprevistos
y el viento nos acerca
el viejo sabor del aire respirado.
Muchas cosas comunes nos unían los ojos,
mientras la calle
como una espuma silenciosa
navegaba a nuestro lado:
las muchachas tenían en la boca
el jugo del verano
y en la sangre nos dejaban
ese latido que siempre recordamos.
La vida era un milagro
interrumpido cada noche:
cuánta urgencia en el deseo
de los frutos aún lejanos;
qué costumbre distinta de soñar
sin que el tiempo pudiera causar daño.
Todo era explicado,
todo estaba claro:
imaginábamos ser sabios
y la verdad se posaba,
como un pájaro dócil,
en una u otra mano;
nos creíamos héroes
y tímidas princesas miraban el combate
desde un alto castillo
rodeado de lagos.
Amigos, camaradas:
algunos ni siquiera
sus nombres me entregaron;
otros nacen cada vez al ser nombrados,
y otros tienen apenas
un silencio solitario.
Quise traerlos hasta mis palabras,
que caminaran nuevamente
mis pasos de la infancia.
No mencioné sus domingos de barro,
ni sus noches de miedo,
ni su falta de calor
y de esperanza.
Sólo busqué mi presencia entre sus actos;
entre sus rostros, tocarme la cara.
Son el frío y la ausencia, sin embargo,
los que dejan en mi boca
esta miel un poco triste
del verano.
Le miel de l’été
À Alfredo Zitarroza
Amis, camarades,
qui avez tant battu
les chemins de l’enfance.
Je voudrais aujourd’hui vous conduire
jusqu’à mes paroles :
car il n’est pas loisible
à l’homme
d’oublier.
Au fil des années on récupère
d’imprévisibles objets
et le vent rabat vers nous
un vieux relent d’air jadis respiré.
Nos regards étaient unis par un vaste ordinaire,
tandis que la rue
telle une écume muette
voguait à nos côtés :
les filles avaient sur la langue
les sucs de l’été
et elles instillaient dans nos veines
ce battement souvenu à jamais.
La vie était un miracle
interrompu chaque soir :
quelle urgence habitait le désir
de fruits encore trop lointains ;
quelle manière différente de rêver
sans laisser la moindre prise au temps.
Tout était expliqué
tout était clair :
nous nous imaginions savants
et la vérité se posait,
tel un oiseau docile
sur chacune de nos mains ;
nous nous croyions des héros
et de timides princesses regardaient le combat
depuis un donjon hautain
entouré de beaux lacs.
Amis, camarades :
il en est parmi vous qui jamais
ne m’ont donné leur nom ;
d’autres renaissent chaque fois que je les nomme,
et d’autres encore se nimbent à peine
d’un silence solitaire.
J’ai voulu vous conduire à mes paroles,
vous faire battre à nouveau
les chemins de mon enfance.
Je n’ai pas évoqué vos dimanches boueux,
ni vos nuits d’épouvante,
ni les manques de chaleur
et défauts d’espérance.
J’ai juste cherché ma présence parmi vos actes ;
et parmi vos portraits, toucher mon seul visage.
Pourtant, c’est le froid et c’est l’absence
qui laissent dans ma bouche
cette saveur un peu triste du miel
de l’été.
Calle cortada (DEM, 38)
a Sarandy Cabrera
Permaneces tendida debajo del tiempo.
Un agua oscura se junta a tu exigua
distancia, constantemente interrumpida
contra un opaco muro de ventanas clausuradas.
Conflictos invisibles te sostienen,
propósitos de vida que no ceden,
e incurres en experiencia,
en técnica minuciosa de puertas
y zaguanes,
en perros inéditos
que navegan tu murmullo.
Es admirable conocerte,
existir en ti mientras duran los pasos,
o mirarte deslizar
desde cada movimiento.
Tantas veces me he puesto a descifrar
el humo, los silbidos, los olores,
las formas humanas que exaltan tu vigencia.
Pero concluyo en no saber,
acentúo mi ignorancia,
incapaz de penetrar el idioma
escrito a tiza y a sudor en las paredes,
adherido a ese gris territorio de ciudad
donde tu escaso patrimonio fue asentado.
Por haber llegado a tales conclusiones,
es que deseo un grito que caiga en ti
como un violento sol asesinado,
provocando un estallido,
una situación confusa e inestable.
Puede ser que de ese modo
te cubran semillas azules,
te apremien ocurrencias de luz,
que verdes raíces te insinúen un camino
y que cambies tu clima callado
por una definitiva
y abierta distancia.
Rue barrée
à Sarandy Cabrera
Tu restes là allongée sous la bâche du temps.
Une eau sombre court le long de ta modeste
perspective, sans cesse entravée
par un mur opaque aux fenêtres murées.
D’invisibles conflits te maintiennent,
projets de vie qui ne cèdent pas,
et tu tombes en terrain connu :
technique minutieuse des portes
et des halls,
présence de chiens inédits
qui roulent et tanguent ta rumeur.
Te connaître est admirable,
et exister en toi tant que des pas résonnent,
ou te regarder glisser
dans chacun de tes mouvements.
Je me suis si souvent pris à déchiffrer
la fumée, les sifflets, les odeurs,
les formes humaines qui exaltent ta permanence.
Mais je conclus que je ne sais pas,
je souligne mon ignorance,
incapable de pénétrer la langue
écrite à la craie et à la sueur sur tes murs,
indissociable de ce territoire gris de l’en-ville
sur lequel ton maigre patrimoine a été établi.
Et pour être parvenu à de telles conclusions,
j’aspire à un cri qui s’abatte sur toi
tel un violent soleil assassiné,
provoquant une déflagration,
une situation confuse et instable.
Il se peut que de cette manière
tu sois recouverte de semences bleues,
pressée de fulgurances de lumières,
que de vertes racines te suggèrent un chemin
et que tu échanges ton climat de silence
contre un horizon ouvert,
définitif.
El rey Eco Eco (REE, 7)
Cielito, cielo que sí,
No se necesitan Reyes
Para gobernar los hombres
Sino benéficas leyes.
Libre y muy libre ha de ser
Nuestro jefe, y no tirano;
Este es el sagrado voto
De todo buen ciudadano.
Bartolomé Hidalgo
Había una vez un pequeño país
entre colinas y ríos palpitantes
la Cruz del Sur coronaba
sus espléndidas noches estivales
y un agua grande y rumorosa
– grande como el mar –
nacía y moría en arenas interminables
nutridas por altísimos pinares.
Un pequeño país de siestas largas
de buenas carnes de toda su estatura
con melodías de nostalgia en las entrañas
con estadios y gritos y atletas sudorosos
y amplias avenidas para el tránsito
de fantásticos carruajes importados.
Un pequeño país hacedor de ricas telas
de aromáticos vinos y licores
ávido receptor de ocurrencias imperiales
con sus vacas y ovejas sagradas
cosechando a ritmo lento
la hierba que los dioses
sembraron en los campos.
Un pequeño país como un fruto
separado del resto del árbol
con piedras talladas para el hambre y la guerra
(documentos lejanos de un pasado
escrito con sangre charrúa)
un país con lanzas y sables
y el humo rugiente de crueles batallas
(recuerdo lejano de ciertas palabras:
justicia muerte reforma agraria
cultura libertad
que nunca fueron mejor pronunciadas).
[…]
Pero un día la nave del Estado
sintió crujir el charco seguro
donde se asentaba:
la onda quiso ser ola
y la espuma comenzó a enturbiarse.
(Si aún hoy los sabios más ignaros
comentan teorizan especulan
sobre maldades y bondades
de los golpes de estado…).
Y sucedió otro día que el pueblo
– personaje a tomar en cuenta
en esta historia –
deseando cambios y transformaciones
sugeridos por los vientos del siglo
llevó al poder (según se dijo)
a un viejo rey honesto austero
algo cansado enfermo.
El Rey Viejo quiso hacer las cosas
de modo singular para su patria
y cuando el fracaso roía sus esfuerzos
(que el futuro lo juzgue)
su maligna enfermedad se hizo destino
murió con sencillez ya presintiendo
el derrumbe de todo lo soñado.
[…]
Le roi Eco Eco
Cielito, cielo que sí,
il ne faut pas de Rois
pour gouverner les hommes
mais de salutaires Lois.
Libre et plus que libre
doit être notre chef, et non un tyran ;
tel est le vœu sacré
d’un citoyen bien né.
Bartolomé Hidalgo
Il était une fois un petit pays
au milieu des collines et de fleuves bondissants.
La Croix du Sud couronnait
ses splendides nuits estivales
et la rumeur d’un fleuve immense
– vaste comme la mer –
naissait et mourait sur d’interminables dunes
habitées de très hautes pinèdes.
Un petit pays amateur de longues siestes
de bonnes grillades de bêtes tout entières
les entrailles lourdes de mélodies nostalgiques
féru de stades avec clameurs et athlètes ruisselants
pourvu de larges avenues pour le trafic
de fantastiques coches importés.
Un petit pays bon faiseur de riches tissus
de vins aromatiques et de spiritueux
demandeur avide d’initiatives impériales
possédant son cheptel de vaches et de brebis sacrées
assurant la moisson lente
de l’herbe dont les dieux
ont semée les campagnes.
C’était un petit pays comme un fruit
séparé du reste de l’arbre
avec des pierres taillées pour la faim et la guerre
(selon de lointains documents surgis d’un passé
écrit d’une plume trempée dans le sang des charruas)
un pays de lances et de sabres
de fumées cruelles planant sur le haro des batailles
(lointain souvenir de certains mots :
justice mort réforme agraire
culture liberté
jamais proférés en meilleures circonstances).
[…]
Mais un jour la barque de l’État
a senti se dérober l’étang paisible
où elle était posée :
l’onde prétendit déferler
et l’écume devint trouble.
(Aujourd’hui encore les savants les plus ignares
commentent théorisent spéculent
sur les méfaits et les bienfaits
des coups d’État…)
Et le jour vint où le peuple
– personnage à ne pas oublier dans cette histoire –
désireux de changements et de transformations
soufflés par les zéphyrs du siècle
porta au pouvoir (selon l’expression employée)
un vieux roi honnête et austère
quelque peu fatigué et malade.
Ce Vieux Roi voulut faire les choses
de manière singulière pour sa patrie
et tandis que les déboires sapaient ses efforts
(que la postérité en juge)
son affection maligne marqua son destin :
il mourut simplement sentant déjà
s’effondrer tout ce qu’il avait rêvé.
[…]
No quiero hablar de viejas naciones (UB, 30)
En la antigua nación
que estuvo de pie sobre sus ladrillos
teñidos de luz
solía decirse que debemos
hablar o cantar solamente
de las memorias y las cosas
y los bueyes y las gentes
que perdimos.
También decíase que las riquezas
eran como esos pájaros
que no hallan calma ni lugar
donde posarse.
Y allí en esa nación
de mujeres y hombres
largamente vestidos de lana
y bebedores fieles de una
incomprensible cerveza
se encontraron el oscuro cuervo
y la zorra veloz.
Dijo el cuervo: “Mira hacia
arriba y hacia abajo
hacia los costados que te rodean:
todo ese espacio lo hice
con mi vuelo”.
Y contestó la zorra: “Mírame orinar
y verás dos ríos interminables
que no estaban. Éufrates y Tigris
serán llamados por los hombres”.
Los dioses seguramente se burlaron
de estos animales de plumas y pelos
pues ellos vivían como los astros
fumaban en pipas de oro
bebían el licor del rocío
habitaban las redes del Sol
sostenían la blanca antorcha
de la Luna y “en su morada
no se oían lamentos ni tangos
nostalgiosos ni se escuchaban
endechas de muerte”.
Pero la zorra y el cuervo
solamente comprendían
su propio lenguaje y nunca
pudieron comprobar que un hombre
es algo de la sustancia
o de la sombra de Dios
como un esclavo es el ofuscado
sudor de su amo
y que las bestias y alimañas
y los simples bichos de la tierra
del fango de la arena del agua
y del vencido aire
no tienen rey ni dios
que los ampare.
Y que el asno no fue inventado
para aventajar al corcel
ni la mosca para dormir
en la pureza
ni la lombriz podrá jamás
derrotar su escondido silencio.
Me detengo ahora ante la arcilla
blanca: porque arde como papel
y así los versos podrían extinguirse:
cada hierba tiene su hora de nacer
y cada acto que las tolvaneras
despliegan en la ciudad de los palacios
tiene también su justo momento.
Detenerse sí sobre los trazos
creados con la energía que nos dan
la penumbra de los muros calcinados
y los hijos prisioneros que chillan
porque no podrán nacer.
Detenerse sí sobre la tinta
derramada como una copa
de lodo enfurecido
¡Oh Señor! ¡Ah Señora!
que tal vez sean uno
sin que cada uno
sea la justa mitad:
tú y tú lo han dicho
yo simplemente obedecí
miré un camino
y he copiado las palabras.
No bebo de esa copa de fango
pues conozco los golpes
del vino. Acopio y copio
más palabras: ellas no agrandan
ningún tesoro
no son resguardadas
en la tumba de acero de los bancos.
¡Ah Señora! ¡Oh Señor!
los pinceles susurran
sobre la seda intocada
el cincel lastima
los nervios de la piedra:
nacemos juntos
– cada numen cada divinidad
cada patrono cada ídolo cada matrona
cada imagen cada muchacha cada estatua
cada hombre cada chapulín –
como de un resto de barro
amasado con los jugos
más oscuros de la sangre:
arcilla quizá sobrante
de otros mundos fracasados
greda ensuciada por el uso cotidiano
por sustancias sin deseo
de forma ni color.
Pero allí escribimos
entre esas aguas adensadas y secas
sílabas sonidos como pájaros
– golondrina sinsonte jurutí –
que nunca podremos atrapar.
En la antigua nación
que bebiera de sus dos ríos
de cerveza indescifrable
que contemplara canales de sudor
en el surco del buey
y en el hígado de la oveja
o del becerro
hubo más de dos tiempos
en que reinó la ira
y se alzó la desdicha.
No puedo detenerme
y pedir al dios
que él también
– porque es débil –
ruegue a los ejércitos
por la paz y la hartura
en las entrañas del hombre.
Y que ruegue al adversario
de las tinieblas
para que crezcan la paz y el gozo
sobre el frijol y el trigo
cultivados por tu siervo.
No puedo permitir que en mi boca
se hinchen las cansadas palabras:
¿cómo juntar saliva fresca
con los viejos alientos
que el aire no recuerda?
Pido al dios – tan estrecho
de fuerzas – que ruegue
para que el camello corra
y se acabe el desierto
para que el perro guardián
no se quiebre los dientes
para que la arena y la sal
pesen más que el odio
en la espalda enferma de tu siervo.
¡Ah Señora! ¡Oh Señor!
¿es que debemos soportar
sin risas ni lágrimas
y con rostro inmóvil
todo lo que pesa
la creciente carga
de tus gestos y tus obras?
¿es que tus luces y tus relámpagos
no ven tantos cráneos desgarrados
por los buitres y los cuervos
tantos huesos despreciados
por la zorra y el león?
¿es que tu cerebro y tu estómago
no piensan
que en esa podredumbre se borraron
las distancias que hubo
cuando sus dueños respiraban
bajo el Sol?
¡Ah tú! ¡Oh tú!
distintos para cada uno
idénticos a los que no son:
cuando le entregues a tu siervo
un soplo de mera existencia
que caiga el polvo de tus pies
en sus sandalias vacías.
Je ne veux pas parler de vieilles nations
Dans l’ancienne nation
autrefois campée sur ses vieilles briques
teintées de lumière
on avait coutume de dire
que pour parler ou chanter
nous ne devons faire appel
qu’à nos souvenirs et aux choses
aux bœufs et aux gens
que nous avons perdus.
On disait aussi que les richesses
étaient comme ces oiseaux
qui ne trouvent ni de calme ni de lieu
où se poser.
Or là-bas dans cette nation
de femmes et d’hommes
vêtus de longs habits de laine
buveurs assidus d’une
incompréhensible bière
se trouvèrent un jour le sombre corbeau
et la leste renarde.
Le corbeau déclara : « Regarde
en haut et en bas
regarde autour de toi :
tout cet espace, c’est par mon vol
que je l’ai délimité ».
La renarde repartit : « Regarde-moi pisser
et tu verras bientôt deux interminables fleuves
qui n’étaient pas là. Les hommes les baptiseront
le Tigre et l’Euphrate ».
Assurément, les dieux se moquèrent bien
de ces animaux à plumes et à poils
car eux vivaient comme les étoiles
fumaient dans des pipes en or
buvaient le nectar de la rosée
avaient élu demeure sur les rayons du Soleil
s’éclairaient de la torche blanche
de la Lune, et « leurs murs ne retentissaient
ni de lamentations ni de tangos
nostalgiques pas plus qu’on n’écoutait
d’odes ou d’épodes à la mort ».
Mais la renarde et le corbeau
n’entendaient vraiment
que leur propre langage et jamais
ils ne purent vérifier qu’un homme
tient quelque chose de la substance
et de l’ombre de Dieu
de même qu’un esclave est la sueur
aveugle de son maître
ni voir que les bêtes et les nuisibles
et les simples animaux de la terre
de la fange du sable de l’eau
et de tout l’air conquis
n’ont ni roi ni dieu
qui les protège.
Ni saisir que l’âne n’a pas été inventé
comme faire-valoir du coursier
ni la mouche pour
ne pas tomber dans le lait
que le ver de terre jamais ne pourra
surmonter son imperceptible silence.
Je m’arrête à présent devant l’argile
blanche, car elle prend feu comme du papier
et ces vers pourraient donc disparaître :
chaque brin d’herbe naît à son heure
et chacune des œuvres que les tornades
déploient sur la ville des palais
se produit aussi à point nommé.
Il faut s’arrêter sur les lignes
créées avec l’énergie que nous donnent
la pénombre des murs calcinés
et des enfants prisonniers qui hurlent
parce qu’ils ne pourront pas naître.
Il faut s’arrêter sur l’encre
renversée telle une coupe
de fange en fusion
Oh, Seigneur, Ah Madame !
peut-être n’êtes-vous qu’un
sans qu’aucun
soit la juste moitié :
toi et toi vous l’avez dit
moi je n’ai fait qu’obéir
j’ai vu un chemin
et j’ai recopié les mots.
Je ne bois pas à cette coupe de tourbe
car je les connais les turpitudes
du vin. Je me procure et j’ai cure
de toujours plus de mots : ils ne grossissent
aucun trésor
et ne sont pas à l’abri
dans la tombe en acier des banques.
Ah, Madame ! Oh, Seigneur !
les pinceaux chuchotent
sur la soie neuve
le burin entame
les nervures de la pierre :
nous naissons ensemble
– chaque déité chaque divinité
chaque patron chaque idole chaque matrone
chaque image chaque jeune fille chaque statue
chaque homme chaque criquet –
comme d’un reste de terre
pétrie avec la part
la plus sombre du sang :
glaise peut-être un excédant
issu d’autres mondes en déroute
marne souillée par l’usage quotidien
par des substances sans désir
de forme ni de couleur.
Mais c’est là que nous écrivons
entre ces eaux épaissies et de sèches
syllabes ou sonorités semblables à des oiseaux
– hirondelle, cenzontle, jurutí –
que jamais nous ne pourrons capturer.
Dans l’ancienne nation
qui s’abreuva jadis dans ses deux fleuves
de bière indéchiffrable
qui contempla des flots de sueur
dans le sillon du bœuf
et dans le foie de l’agneau
ou du veau
il y eut plus de deux âges
où régna la colère
et se souleva le malheur.
Je ne peux m’arrêter
et demander au dieu
que lui aussi
– car il est faible –
adresse aux armées sa prière
pour la paix et la satiété
des entrailles humaines.
Et qu’il l’adresse à l’adversaire
des ténèbres
pour que prospèrent la paix et le bien-être
au-dessus des haricots et du blé
que cultive ton serviteur.
Je ne peux permettre que dans ma bouche
enflent les paroles ressassées :
comment y réunir une fraîche salive
et les vieux souffles dont l’air
n’a pas conservé le souvenir ?
Je demande au dieu – qu’il est
chétif ! – qu’il prie
pour que le chameau courre
et que le désert finisse
pour que le chien de garde
ne se brise pas les dents
pour que le sel et le sable
pèsent davantage que la haine
sur le dos perclus de ton serviteur.
Ah, Madame, Oh, Seigneur !
Faut-il donc que nous supportions
sans rire et sans pleurer
le visage impassible
l’intégralité
de la charge croissante
de tes œuvres et de tes gestes ?
Tes lumières et tes éclairs
ne voient-ils donc pas tous ces crânes déchirés
par les vautours et les corbeaux
tous ces os méprisés
par la renarde et par le lion ?
Comment ton cerveau et ton estomac
ne pensent-ils pas
que dans ce pourrissoir les distances
qui existaient
lorsque leurs maîtres respiraient
sous le soleil sont abolies ?
Ah, toi ! Oh, toi !
différents pour chacun
identiques à ce que vous n’êtes pas :
lorsque tu feras don à ton serviteur
d’un souffle de pure existence
que tombe la poussière de tes pieds
dans ses sandales désertées.
Epílogo inconcluso (UB, 52)
No quiero preguntar ahora
si la cólera nuevamente derramará
sus vasijas de barro negro
sus escandalosas raíces
de agua purulenta
sus cristales de fulgor y podredumbre:
¿es que puede morir el hambre
por gracia del hierro?
¿o puede borrarse la sed
bajo los golpes del fuego?
¿o pueden sanar los cuerpos
corroídos por el voraz
ácido del desierto?
¿o puede la voz de un ministro
un rey un presidente
dar aliento a las bocas
asesinadas desde el cielo?
¿o puede la sola compasión
reverdecer el trigo
o llevar un pedazo de oxígeno
al pulmón de los ahorcados?
No quiero preguntar
pero siempre estará
la respuesta sin regreso
de la sangre.
Épilogue inachevé
Je ne veux pas demander maintenant
si la colère déversera à nouveau
ses flots de boue noire
ses scandaleuses racines
gorgées de pus
ses éclats de foudre et de pourrissoir :
Est-ce par le fer
que l’on matera la faim ?
Et par le feu
que l’on effacera la soif ?
Peuvent-ils donc guérir, les corps
rongés par le vorace
acide du désert ?
La voix d’un ministre
d’un roi d’un président
insufflera-t-elle la vie aux bouches
assassinées depuis le ciel ?
La seule compassion suffira-t-elle
à faire reverdir les blés
ou à porter un brin d’oxygène
aux poumons des pendus ?
Je n’ai pas envie de poser la question
mais la réponse viendra toujours
sans que le sang
soit rendu.
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