Ser mujer en prisión: el estereotipo de los afectos como pena en la prisión de mujeres
Being a woman in prison: The stereotype of the affects in the prison punishment
p. 65-105
Résumés
Este trabajo se propone poner en discusión el papel que tienen las relaciones afectivas en la vida de las mujeres en prisión. A partir de un recorrido histórico sobre la identidad femenina y la injerencia de este estereotipo en la pena privativa de la libertad, se propone revisar el papel que juegan las relaciones afectivas en este contexto. El objetivo es identificar las necesidades de la mujer en prisión, especialmente sus vínculos afectivos, para orientar las decisiones de política pública y no fomentar, a partir de una presunta resistencia al régimen penitenciario, estereotipos que, por el contrario, podrían solapar la servidumbre consentida. ¿Son las relaciones afectivas, para las mujeres en prisión, una forma de resistencia o de dominación? Para responder a estar pregunta la metodología utilizada fue el análisis discursivo a partir de la revisión de literatura etnográfica, sociológica, psicológica y antropológica sobre el feminismo y la mujer en prisión.
This work aims to put into discussion the function that relationships have in life of women´s in prison. From a historical point of view about female identity and how it interferes in the prison punishment, this work looks forward making affective relationships in prison an important issue. Once affective needs of women in prison are identified, public policy could make decisions that do not promote stereotypes, confusing them by a supposedly resistance but that probably cover up a tolerate servitude. Are affective relationships, for women in prison, a form of resistance or domination?
The methodological approach taken is the ethnography sociological, psychological and anthropology literature review. It is expected to extend the content of this research to an ethnographic study that will allow us to review the definitions and importance that women in prison give to affective relationships.
Entrées d’index
Keywords : Prison, women, love, captivity, feminism
Palabras claves : prisión, mujeres, amor, cautiverio, género, feminismo
Texte intégral
1. Introducción
1Más allá de la discriminación que pueden sufrir en prisión las mujeres por razones biológicas tales como la menstruación, el embarazo, la maternidad o la menopausia, padecen una discriminación cultural que incide en el sufrimiento producido por la situación de encierro. El tema central de este trabajo es analizar, a partir del estereotipo cultural, las relaciones afectivas en el contexto de la prisión2.
2Las relaciones afectivas son el principal barómetro cultural a partir del cual se otorga a la mujer el reconocimiento positivo de su feminidad. La posibilidad de relacionarse con otro tiene un valor significativo en la formación de la personalidad femenina. El rasgo fundamental de esa relación en el ámbito cultural suele ser –con mayor o menor intensidad dependiendo el medio social y la sociedad que analicemos– el de dar y servir: dar a luz o servir al hombre3.
3Este trabajo evidencia que el tratamiento penitenciario puede conducir a que se refuerce en la mujer un estereotipo de amor romántico que la define como un sujeto inferior y dependiente. El amor romántico hace parte fundamental de la construcción social de la identidad femenina y el sistema penitenciario lo refuerza y utiliza. Lo que se sostiene es que, si bien la mujer reclusa utiliza el vínculo amoroso como supuesta resistencia contra el régimen penitenciario, que la excluye y la estigmatiza, en el fondo termina por consentir en el rol de servidumbre estructural que la sociedad otorga a la mujer.
4Se advierte la limitación del objetivo propuesto en la medida en que la construcción del género femenino se enmarca en la especificidad de cada cultura. No obstante, se propone realizar un acercamiento general al sufrimiento de la mujer en prisión, en específico, al sufrimiento por el hecho de ser mujer.
2. Contexto histórico
2.1. Cárceles de mujeres en España: un estereotipo que trasciende hasta nuestros días
5Aunque en otros tiempos también se considerara a la mujer sujeto de derechos, dicha consideración no era plena en muchas épocas y sociedades, pero en todas ellas la mujer ha sido continuamente objeto del control social institucional. La mujer obtuvo la consideración de sujeto de derecho en plenitud, al menos desde un ámbito formal, solo en el siglo xx en la mayoría de los países occidentales4. Esto no impidió que durante mucho tiempo fuera tratada como un sujeto activo susceptible del reproche penal. No podemos desconocer que los delitos referidos a las mujeres son un trasunto de la idea de que la mujer no puede desafiar los roles que la sociedad y la religión tienen dispuestos para ella. Hester Prynne –la protagonista de la novela La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne– representa en la literatura uno de esos casos de desafío social y de cautiverio cultural en el que la mujer intenta sobrevivir en una sociedad que la excluye a causa de la contravención moral; en ausencia de su marido queda embarazada de otro hombre.
6La prisión de mujeres –desde entonces y aún hoy– tenía como objetivo formar a las reclusas en la disciplina social de la familia y el hogar patriarcal (Hernández Holgado, 2013, pp. 85-112). En el siglo xvi no era extraño encontrar galeras presididas por religiosos o conventos adaptados a galeras para recluir a las mujeres desvergonzadas5. En estas casas de corrección se recluía a las mujeres “cuyos padres y maridos” no habían logrado someterlas a las obligaciones de buenas hijas y esposas (Zedner, 1998, pp. 295-324).
7Para estudiar esto podemos acudir a la reclusión monacal del siglo xvi, pues a las monjas se encargaba la corrección moral especialmente de las mujeres. Pensemos que por medio de la disciplina y el servicio a las monjas se les enseña a adiestrar su cuerpo, a no dejar rastro de su personalidad y a entregarse a una rutina tan dispendiosa que exige la sumisión del yo.
8Kathryn Hulme (1960), en el libro Historia de una monja, relata la biografía de una religiosa que, pese a su determinada vocación, abandona la orden al enfrentarse a las dificultades de la vida conventual; la renuncia que implica a su personalidad, a su historia y a su profesión. En el amor, las monjas aceptan la servidumbre voluntaria de su conyugalidad, en su caso, con Dios, y esta relación se basa en un continuo sometimiento que impide la emancipación en tanto se refuerza la idea de inferioridad y dependencia, así lo expresa el reverendo Leonard J. Fick al referirse a la biografía descrita en la novela en mención:
La razón fundamental de ese abandono reside en el hecho de que Sor Lucas tenía una noción imperfecta de la vida religiosa. Como ya notó Santo Tomás de Aquino, el estado religioso no es un estado de perfección adquirida, sino adquiriente. Sor Lucas olvidó, o prefirió olvidar, que la medida de su triunfo como monja, y lo mismo puede decirse de su triunfo verdadero, residía, no en conseguir, sino en esforzarse por conseguir. El error esencial del carácter de Sor Lucas estuvo en su determinación de no contentarse con menos que con ser la “monja perfecta”. Espléndidamente dotada por Dios con el “don de conseguir [en el mundo de lo material] cuanto se proponía”, Sor Lucas quiso aplicar aquel mismo “don de conseguir” a su vida de monja. Y cuando objetivamente se llegó a convencer de que ello no era posible, se consideró fracasada y solicitó la dispensa de sus votos. (Fick, 1960, p. 8)
9Si bien las monjas no procrean ni se vinculan con otros, son madres universales, al menos comparten la entrega absoluta y el sometimiento a la maternidad que el estereotipo supone en ellas para ser consideradas como tales (Lagarde, 2005, p. 468). ¿Quién, entonces, sino las monjas, son las más preparadas para educar en estos roles femeninos de la maternidad y el matrimonio?
10Recordemos que la cárcel del Antiguo Régimen era un lugar transitorio para quienes iban a ser juzgados. No obstante, desde el momento en el que la mujer era retenida se tenía sobre ella el objetivo de la moralización de su conducta. Las mujeres pecadoras eran castigadas, encerradas o aisladas para entregarlas normalizadas al servicio de Dios y del rey (Lagunas, 2000, pp. 164-174).
11Ana María Zamudio, mejor conocida como sor Magdalena, monja del siglo xvi y que pertenecía a una de las familias más influyentes de España, fue una de las pioneras en reclamar al rey una cárcel que se dedicase en exclusiva a reformar a las mujeres de vida extraviada. El propósito de estás cárceles era separar a las mujeres pecadoras de las denominadas “virtuosas”, a estas últimas les correspondía el matrimonio o la vocación espiritual.
12La doctrina que esta religiosa construye, para reformar a las mujeres que no seguían los roles convencionales, se recoge en Razón y forma de la galera y Casa Real:
Habiendo yo considerado y visto, con la experiencia de largos años, que gran parte (si no es la mayor) del daño y estrago que hay en las costumbres en estos reinos de España, nacía de la libertad, disolución y rotura de muchas mujeres, sentía (aunque gran pecadora) un gran dolor en mi alma, así de ver a nuestro gran Dios y Señor ofendido, como de ver este nobilísimo y cristianísimo reino estragado y perdido.
Este sentimiento y dolor me hacía muchas veces pensar y buscar algún medio que fuese remedio para tanto mal. Ofrecióseme uno entre otros, que aunque riguroso me pareció el mejor y más eficaz. […] Como las demás cosas nuevas en sus principios, así esta ha causado novedad y admiración, no solo en la gente vulgar y común, pero aún en la principal; y más grave, teniendo el nombre y hechos de esta Galera por demasiado rigor y severidad, particularmente siendo inventada por mujer contra mujeres (Jerónimo, 1991, pp. 65-66).
13[…]
Pero como, engañado por la malicia del demonio, perdió lo sobrenatural y gratuito, y la razón y luz natural quedó flaca y escurecida, comenzó sin freno ni rienda a arrojarse a toda suerte de vicios hasta despeñarse en el profundo de toda maldad. De aquí vino a que Dios nuestro Señor desenvainase la espada de su divina justicia, y no solo con amenazas de los tormentos eternos de la otra vida le enfrenase, sino con muchos y graves azotes en esta le castigase, porque siquiera por la pena fuese cuerdo, y por el temor hiciese virtud. De aquí también nació que todas las naciones y gentes, por bárbaras que sean, con un intento común y casi natural consentimiento hayan hecho leyes sangrientas y rigurosas para refrenar y castigar los malhechores y delincuentes. De aquí tuvieron principio las cárceles, bretes y calabozos; los grillos, esposas, cadenas y cepos; de aquí los potros, los azotes, los destierros, galeras y muertes; y otros tormentos infinitos casi sin cuento. Los cuales aún no bastan para agotar los pecados y escarmentar los pecadores, […]
El ver esto me quebraba el corazón y pensaba, muchas veces, ¿cuál sería la razón de tanto mal y cuál el remedio de él? Dando y tomando hallé por mi cuenta que la causa era no haber bastante castigo en España para este linaje de malas mujeres y que así el remedio sería que hubiese tantas suertes de castigos para ellas como hay para los hombres delincuentes, pues muchas de ellas les llevan harta ventaja en la maldad y pecados. Uno pues de los castigos y muy general que hay en España para los hombres malechores es el hecharlos a Galeras por dos o mas años, según sus delitos lo merecen. Pues así haya Galeras en modo para echar a las mujeres malechoras, donde a la medida de sus culpas sean castigadas. Por lo cual el fin y blanco de esta obra es hacer una casa (una cárcel) en cada ciudad y lugar dónde hubiere comodidad, con nombre de Galera, donde la Justicia recoja y castigue según sus delitos, las mujeres vagantes, ladronas, hechiceras, alcahuetas y otras semejantes (pp. 67-68).
Los roles de la mujer estaban delimitados en un contexto de dependencia, la mujer que deseaba salir de la casa de “Arrepentidas” debía expiar su culpa y seguir el camino del celibato conventual, incorporarse al trabajo doméstico o volver con su familia. (Barbeito, 1991, p. 15)
14Podría decirse, entonces, que sor Magdalena, en su búsqueda por reformar la moral de las mujeres que se alejaban de lo socialmente aceptado, era una criminóloga progresista del siglo xvii de la reinserción social. Además, esta monja propugnaba por la igualdad en la aplicación del castigo con los instrumentos de tortura y dolor que se infligía en las galeras a los hombres: “Ha de haber en esta Galera todo género de prisiones, cadenas, esposas, grillos, mordazas, cepos y disciplinas de toda hechura, de cordeles y hierro que de ver estos instrumentos se atemoricen y espanten porque esta ha de ser como una cárcel muy penosa, conviene que haya grande rigor” (Lagunas, 2000, pp. 164-174).
15Este modelo de reforma moral con evocación al sufrimiento físico propuesto por sor Magdalena en el siglo xvii subsistió de alguna manera hasta el siglo xix en España, en donde la dirección de las prisiones de mujeres estuvo a cargo de las religiosas.
16Concepción Arenal (1991), periodista del siglo xix, considerada pionera del feminismo español y pensadora del catolicismo, integra la resistencia frente a esta disciplina penitenciaria y promueve la humanización de la vida de los presos. Si bien sus obras están cargadas de la doctrina cristiana, en su momento representa un movimiento que se opone a la dureza del régimen penitenciario propuesto por sor Magdalena.
17Esta feminista católica se destaca por su profundo conocimiento de la moral social y, en especial, por su aguda visión sobre el trato desigual que reciben las mujeres en relación con sus afectos y actos:
Los delincuentes son temidos ó despreciados; las mujeres, en general, pertenecen a esta última categoría, solamente que por razón (es decir, por motivo) de su sexo inspiran mayor desprecio: este desprecio las abate, las abruma, a veces las aniquila, inoculándose de modo que llegan a despreciarse a sí mismas; y si no son prostitutas, pueden considerarse como tales para la enmienda por su abyección y falta de resorte moral. Estas mujeres, que verdaderamente carecen de personalidad, no son obra de la Naturaleza, sino un producto de la sociedad y como espejo en que puede contemplar sus errores y sus vicios: el mundo aparta los ojos y se ríe, las personas caritativas fijan en él la vista y lloran. (Arenal, 1991, p. 116)
18Sin embargo, Concepción Arenal encarnó solo un movimiento de resistencia que hacía frente al régimen de las órdenes religiosas que tenían la hegemonía de las prisiones.
19La gestión penitenciaria a cargo de las órdenes religiosas pervivió hasta el siglo xx, con excepción de un breve periodo en el que se logra una verdadera política laica en la dirección y gestión de un pequeño núcleo de las cárceles femeninas de España6. Este periodo termina con la llegada del franquismo al poder, en el que las prisiones se vieron inmersas en el conflicto ideológico-político del régimen de Franco, un periodo de abusos, violaciones y maltratos en las prisiones españolas7.
20La gestión penitenciaria de las prisiones de mujeres quedó a cargo de las Hijas de la Caridad, consideradas “personal auxiliar adjunto al Cuerpo de Prisiones”8. La división de roles se mantenía afuera y en el interior de la prisión: se reconocían subsidios de trabajo a las mujeres y a los hijos de hombres reclusos, no así a los hombres de las mujeres reclusas, con la excepción de las viudas (Hernández Holgado, 2013, pp. 85-112). El trabajo en los conventos se reducía a talleres en los que las mujeres desarrollaban tareas propias de su sexo, y a las detenidas aún en el siglo xx se les denominaba “desordenadas”, “desventuradas”, “de costumbres relajadas y vida licenciosa”, “mujeres de vida extraviada”, “prostitutas” o “madres solteras”, o “de vida depravada y perversa” en el caso de las reincidentes.
21Esta connotación moralizante que tenía el cautiverio femenino se usó con posterioridad para humanizar la cárcel a través de lo que hoy conocemos como “el fin de la reinserción social”. No obstante, la ciencia y los expertos que evaluaban la conducta y aplicaban los tratamientos solo llegaron a las cárceles de hombres (Hernández Holgado, 2013). La rehabilitación de las mujeres, aún hoy, consiste en realizar labores “propias de su sexo”.
22¿Se ha liberado la prisión de mujeres del cautiverio social que la precede?
2.2. La obra de Lombroso y su incidencia en el estereotipo actual
23Cesare Lombroso, quien se conoce como uno de los más importantes intelectuales de los albores de la criminología o la antropología criminal, propuso una teoría que incidió en los estereotipos de las mujeres en prisión, muchos de ellos aún vigentes. Su perspectiva criminológica se centra en el hombre delincuente y no tanto en el delito, de ahí que su obra nos interese para el estudio de los estereotipos en la mujer delincuente.
24El objetivo fundamental de Lombroso era demostrar las diferencias entre un loco y un delincuente, en un contexto como el suyo, positivista y evolucionista, en el que la moral se concebía como parte de la evolución natural del hombre. Para establecer la condición de normal, se consideraba la revisión del comportamiento socialmente admitido. Lo admitido para la moral social como normal.
25En sus estudios antropológicos encuentra semejanzas entre el “loco moral” y el “criminal nato”, de modo que termina por equiparar estos conceptos sin descartar en ellos las causas biológicas que los distinguen: el atavismo en el primero, o la patología congénita en los segundos (Landecho, 2006, pp. 107-258). Sus estudios, en especial la obra titulada: Uomo delinquente, se centran en el hombre9. Solo al final de su carrera encarga a su cuñado el estudio de la mujer delincuente, lo que termina por ser la aplicación de sus teorías estudiadas con respecto al hombre con base en una muestra de cuerpos de prisioneras10.
26La mujer “normal”, para Lombroso, es un ser naturalmente inferior que presenta deficiencias en el desarrollo de ciertas formas anatómicas respecto a la fisionomía de los hombres, lo que la convierte en un ser imperfecto: “Nella razza nostra essa appare uguale e superiore all’uomo prima della pubertà in forza e statura, spesso in ingegno, ma poi man mano gli resta indietro, lasciando nella stessa momentanea prevalenza una prova di quella precocità che è comune alle razze inferiori” (1893, p. vi).
27Las conclusiones lombrosianas respecto a la mujer delincuente son construidas a partir de la tipología del hombre y parecen bastante categóricas aun cuando se alimenten de premisas morales. Este autor presenta a la mujer en un constante debate entre la crueldad y la piedad; “È triste ma vero: la femmina, tra i bruti, i selvaggi ed i popoli primitivi, è più crudele che pietosa, per quanto meno crudele del maschio” (Lombroso y Ferrero, 1893, p. 67), salvada únicamente por la maternidad que despierta en ella la dulzura que subsana las deficiencias de las que padece en ingenio y fuerza, lo cual, además, controla su atavismo.
28Otra de las “leyes” populares a las que apela Lombroso es que las mujeres parecen tener mayores poderes de resistencia frente a la desgracia y el dolor (Lombroso y Ferrero, 1895, p. 125-133) A partir de esto, concluye que la mujer delincuente padece de atavismo moral, en la medida en que comparte todos los rasgos negativos femeninos: crueldad, cierta analgesia al dolor, emotividad y, además, algunos rasgos físicos propios de la masculinidad (pp. 147-191).
29Lombroso también dedica un capítulo al estudio del amor y a las diferencias entre el hombre y la mujer en este. A partir del estudio sobre la sexualidad y la irreflexión o el descontrol de las emociones afirma la inferioridad de la mujer en todas las sensibilidades, incluso en el amor, particularmente haciendo referencia a la sexualidad como su manifestación; la mujer parece ser más fría que el hombre. Lo anterior lo sustenta haciendo mención a una reflexión de Alejandro Dumas, novelista francés de finales del siglo xviii, sobre la confesión de un clérigo que recibe grandes quejas de los hombres respecto a la poca sensibilidad en la sexualidad de sus mujeres (Lombroso y Ferrero, 1893, p. 124).
30Por otra parte, cita a madame De Stalën, escritora y filósofa francesa, no precisamente en la obra en la que advierte que no existe relación entre el género de una persona y ser más o menos inteligente, sino la reflexión que esta feminista de finales del siglo xviii plantea respecto al vínculo entre un hombre y una mujer, en el que el primero domina en tanto la segunda tiene baja autoestima: “L’amore, scrisse Madame De Stael, che è solo un episodio nella vita dell’uomo, è tutto nella vita della donna” (Lombroso y Ferrero, 1893, p. 124).
31Lombroso concilia estas dos ideas o estas dos premisas culturales: la aparente insensibilidad de la mujer frente al amor y el protagonismo que cobra en su vida, y afirma así que, si bien para las mujeres el amor es el acto más importante de su especie, lo es en la medida en que su instinto natural siempre se encuentra en búsqueda de la maternidad, es una función subordinada a esta.
32Desde la concepción lombrosiana, la pareja y la maternidad convierten a la mujer en un ser inofensivo con respecto a sus impulsos naturales de maldad, bestialidad y pecado. Desde la concepción moderna, la vida de una mujer se narra a partir de su pareja o de la maternidad, es decir, una mujer sin pareja y sin hijos da la impresión de que algo no anda bien con ella. Por su parte, la mujer delincuente, además de vulnerar un deber social penalmente tipificado, desafía o pone en peligro los supuestos roles naturales, ya sea de madre, hija o esposa. Si bien las dos premisas presentan cierta diferencia, coinciden en la discriminación que aún persiste en virtud de su género: la dominación voluntaria a la que se someten a otro y el cautiverio de la maternidad o el matrimonio, como medio para controlar el prejuicio de mujer desviada.
33Hoy no es extraño observar esta misma doble recriminación frente a la mujer que delinque, la cual no solo se percibe como un ciudadano que vulneró la ley, sino también como una mujer desviada que actúa en contra del instinto natural de su especie, así al menos lo afirmó Pat Carlen respecto a las reglas de Bangkok: “Women in prison are seen as double deviant” (Carlen, 2012, p. 166).
3. El amor en el cautiverio de ser mujer
34A fin de comprender qué papel desempeñan las relaciones afectivas en las mujeres privadas de la libertad, aun cuando la construcción social de ser mujer depende del ámbito cultural en el que se desarrolla, y dentro de este según el grupo social al que pertenece, su historia y su contexto familiar, entre otros aspectos, intentaremos presentar un acercamiento general a lo que solemos entender que significa ser “mujer” en el ámbito de la cultura occidental.
35La forma en la que los hombres y las mujeres se vinculan en una relación de pareja tiene que ver, en mayor o menor medida, con el género al que pertenecen. Los prejuicios, las ideas, las expectativas, las fantasías, los deseos o los miedos se obtienen del estereotipo cultural del género. A partir de ahí se define cómo reacciona una mujer/hombre ante una circunstancia, qué debe sentir o qué no debe hacer, entre otras cosas (Chodorow, 1995, pp. 89-105).
36Comprendemos que no se trata de una definición estática y, por esto, intentaremos abordar el papel que juegan las emociones y los afectos en la construcción de la identidad femenina. Desde lo cultural existen emociones obligatorias, prohibidas, sugeridas o escondidas que afectan la definición del ego en la construcción de la identidad (Heller, 2004). La timidez, por ejemplo, es un rasgo característico de los oprimidos, y una dolencia de la mayoría de las mujeres para hablar en público. Lagarde (2005) relaciona esta característica con el lugar que los considerados inferiores ocupan en la sociedad.
37La feminidad está construida a partir de roles y expectativas sociales que la ubican en una situación de sometimiento11. El arquetipo de la feminidad se concibe como un hecho natural en el que la mujer tiene una dependencia vital con los otros, o mejor, de los otros. La mujer necesita de los otros para ser mujer: madre, esposa, hija, cuidadora o puta, entre otras (Lagarde, 2005). Todas estas personalidades dentro de las cuales se enmarca la mujer son relativas, es decir, se reafirman a partir de los otros.
38Históricamente, las relaciones afectivas entre los hombres y las mujeres han sido influenciadas por la dependencia económica y emocional que el hombre ha ejercido sobre ellas. Aunque el factor económico se visualiza y se ha superado de manera parcial con la inclusión de la mujer en el mundo académico y laboral, la dependencia emocional es aún hoy desestimada. La dependencia emocional de las mujeres en las relaciones afectivas se arraiga en el estereotipo cultural de la valoración sobre su feminidad.
39Como hemos visto, a lo largo de los años se ha construido sobre la mujer el estereotipo de ser una cuidadora nata a quien la emotividad, mas no la razón, se le facilita, y por tanto es ella quien debe dar sus afectos a otros, construir vínculos a partir de ahí y cumplir así con la expectativa social12.
40Se llegó incluso a plantear que los esfuerzos intelectuales de la mujer le causaban desórdenes físicos, problemas en la fertilidad o en la menstruación13. Recordemos también la popular creencia de que la histeria era una patología común en las mujeres, hoy en día convertida en el síndrome premenstrual o en los efectos de la menopausia. Muchas veces se menosprecia a la mujer al identificarla con el descontrol emocional, la irritabilidad, o por tener comportamientos erráticos o irracionales, es decir, por ser dominada por su propio cuerpo (Lupton, 1998, pp. 105-136).
41En un estudio realizado por Hernández y Almanza (2008) sobre las representaciones sociales del amor de los internos en México, con base en una pequeña muestra y la aplicación de redes semánticas, se revelan ciertos resultados que confirman cómo, aun cuando el estereotipo económico se ha disminuido, el emocional sigue vigente y forma parte de la construcción subjetiva de las mujeres. Se les pidió a los participantes definir amor. En el caso de las mujeres, las palabras que lo definieron con mayor peso se manifiestan en el rol de “dadoras”: cariñosa, amorosa, comprensión; la palabra con menor peso fue esposa. Por su parte, los hombres lo definieron con palabras construidas con cierta neutralidad tales como compresión, cariño, respeto y, en último lugar, amistad, esta última tiene una clara connotación de reciprocidad.
42También son interesantes los resultados presentados en las definiciones de lo que significa ser mujer y hombre. Los dos grupos, tanto los hombres como las mujeres, definen a la mujer como trabajadora y bonita, y con menor peso como inteligente y comprensiva (Hernández y Elvira, 2008).
43Estos elementos del imaginario colectivo promueven el ideal femenino de la entrega y la gestión de los afectos. La división del trabajo en la sociedad le encarga a la mujer la responsabilidad de ser un sostén emocional de otros: afectos, erotismos, cuidado14. A partir de esto es que se entablan las relaciones entre hombres y mujeres, de modo que estas últimas aceptan, felices por el cumplimiento del ideal social, el rol de trabajadoras en función de cubrir las necesidades de otros; el rol servil de la relación dominador-dominado (Esteban y Távora, 2008).
44Por una parte, la mujer se reconoce en esta servidumbre consentida como un esfuerzo vital y, por otro, como mecanismo de construcción de su propio yo. Esta es la trampa de la relación de subordinación. Aunque pareciese darse una labor imprescindible a la mujer, es ella quien requiere de la labor para existir y ser reconocida de forma positiva15. De ahí la sensación de invisibilidad o fallo que representa una mujer que se aleja de este paradigma.
45Cumplir con el rol social (ser reconocida) ocupa un lugar privilegiado en la construcción de la identidad femenina. El sujeto se identifica con la existencia de otros. Esto quiere decir que es un ser condicionado al servicio, con la necesidad vital de servir a otro: madre, esposa, monja, hija. Desde niñas, las mujeres incorporan en la definición de su identidad y de su inseguridad corporal de paso el ser para ser percibido: su cuerpo es un atributo para ser visto, cuidado, mirado. A partir de ahí (del ser visto) se desarrolla la sexualidad, por ejemplo (Esteban y Távora, 2008).
46En todas las sociedades, a los individuos se los clasifica en categorías excluyentes. En las categorías femeninas sobresale su definición a partir de la sexualidad y el cuerpo, y, a la vez, estas categorías suelen estar en tensión con otras definiciones sociales que les permitirían tener una identidad más autónoma. De ahí que el trabajo en las madres solteras tenga un reconocimiento social positivo, pues no solo no compite con su maternidad (cuerpo), sino que, por el contrario, reafirma el sacrificio “natural” que implica la feminidad.
47El paradigma femenino define, a priori, la relación de poder a partir de la cual la mujer se relaciona con el hombre, desde la necesidad, para su sobrevivencia. Además, este paradigma se refuerza en valores de clase, culturales, religiosos e institucionales que reafirman el estereotipo de desamparo social, económico y emocional de la mujer (Lagarde, 2005, p. 159)
48Entre los estereotipos mencionados, el del amor o los afectos se refuerza bajo la teoría de la renuncia al tiempo y al espacio, así como de la entrega (exclusiva de la mujer)16. La mujer, como responsable de los afectos, dispone su vida en exclusiva para eso, y reduce así sus posibilidades afectivas (Lagarde, 2005, p. 161).
49Esteban y Távora (2008) realizaron un estudio sobre el amor en la subjetividad de un grupo de mujeres y encontraron que el amor de pareja ocupa un lugar central en la construcción de la identidad de la mujer: la necesidad de ser querida por otro. Para la mujer, es el amor el que le otorga un lugar social, de ahí que sea esencial el amor de pareja en la forma como se definen y como lo viven, a partir de la carencia y la necesidad.
50Eva Illouz, en su obra El consumo de la utopía romántica, explica cómo la sociedad consumista del siglo xix captura el concepto de matrimonio con la idea secularizada del “amor romántico” del cristianismo, pero vinculada con ideas de vanidad y docilidad en la mujer. La publicidad, el cine, las atracciones de divertimento, los tratamientos de belleza y otras ofertas culturales se promocionan con el fin de que la mujer cuente con mecanismos que le permitan mantener el matrimonio, medio ideal para alcanzar la plena felicidad.
51De ahí que la esperanza sea la primera herramienta que cautiva a la mujer en la servidumbre social y a partir de la cual deposita su vitalidad, su fe. De por medio estarán la providencia, la religión, la superstición, pero nunca la fe en ellas mismas17 (Lagarde, 2005, pp. 301-307). La mujer que se sumerge en los patrones emocionales de la espera se frustra ante la ingratitud o el amor no recíproco, se culpa e imagina que su vida hubiese sido distinta con otro hombre, y no traslada la injusticia individual a la injusticia social (Heller, 1980) De esta manera, la mujer entrega, esperanzada, el consentimiento de su opresión para su subsistencia, bien sea material o emocional, es decir, su salvación. Esto es lo que se denomina “servidumbre consentida”.
Las mujeres se relacionan vitalmente en la desigualdad: requieren a los otros –los hombres, los hijos, los parientes, la familia, la casa, los compañeros, las amigas, las autoridades, la causa, el trabajo, las instituciones–, y los requieren para ser mujeres de acuerdo con el esquema dominante de feminidad. Esta dependencia vital de las mujeres con los otros se caracteriza, además, por su sometimiento al poder masculino, a los hombres y a sus instituciones. (Lagarde, 2005, p. 91)
52El hecho de ser mujer captura al sujeto en esa construcción teórica de definición social de tal forma que no es posible plantearse un cambio sin que esto represente dejar de ser mujer, al menos en la forma en que se conoce y sabe hacerlo (Lagarde, 2005, pp. 164-165) . Así, la mujer cautiva y cautivada en la estructura patriarcal ya se encuentra privada de la libertad (Samaranch y Di Nella, 2017). La mujer, por el hecho de ser mujer, vive en un entorno de cautiverio cultural.
4. La mujer cautiva y cautivada
53El título de este capítulo es utilizado por Samaranch y Di Nella (2017) respecto a las reflexiones que Marcela Lagarde realiza en relación con las prisiones diversas que viven las mujeres más allá de la cárcel como institución jurídica. Hemos visto que la prisión para la mujer se ha concebido en el marco de un cautiverio religioso, y aun hoy, más allá del delito, a la mujer delincuente se le reprocha, principalmente, por su moral y no por sus actos.
54En el intento de secularizar la prisión femenina, el salto que da desde el cautiverio conventual a la prisión laica termina por sumergir a la mujer en un sistema androcentrista, como si esta se debiese conformar con no ser vilipendiada, específicamente por su moralidad, y ser entonces tratada como un hombre desviado, al mejor estilo lombrosiano.
55Al ser muy inferior el número de mujeres privadas de la libertad, en comparación con el número de hombres en prisión, las cárceles de mujeres, o bien son un anexo de las prisiones de hombres, o son espacios adaptados para recluirlas. El reducido número de mujeres en prisión no hace rentable la inversión en construcción y gestión de una instalación específica para estas, lo que provoca en muchos casos estar recluidas en lugares lejanos a sus vínculos familiares y sociales (Torres y Añaños-Bedriñana, 2018).
56Si bien es cierto que, como lo concluyó Lombroso, la mujer delinque menos que el hombre, su explicación no se halla en una diferencia orgánica, sino posiblemente en el sometimiento y la docilidad cultural en la que se encuentra. La mujer refuerza su identidad femenina en los actos de obediencia, en ser una “buena persona”, es decir, en su apego a la legalidad (Lagarde, 2005, pp. 644-645).
57La entrada en prisión de las mujeres, la mayoría de las veces termina por ser “la exclusión de la exclusión” (Samaranch, 2017, p. 148). No todas las mujeres son criminales, ni todas las mujeres que han cometido un delito presentan los mismos factores de exclusión, pero es cierto que existe un gran porcentaje de ellas que cometen delitos en el marco de varios de los factores de exclusión de la vida cotidiana.
58Las mujeres en prisión comparten, en su gran mayoría, una o varias de las siguientes condiciones: pobreza, desempleo, ser madres solteras18, extranjeras, de clase social baja, han sido o son víctimas de violencia intrafamiliar o maltrato físico o psicológico, y el delito por el que terminan en prisión está relacionado con drogas, es decir, es un delito del cual no solo se benefician ellas19.
59Un estudio realizado en una prisión de mujeres en España describe el siguiente perfil sociodemográfico de la mujer en prisión: la mayoría tenía ingresos bajos o muy bajos y, antes de estar privadas de la libertad, desempeñaban un papel prioritario en el sostenimiento económico de la familia, desde la precariedad y los trabajos feminizados. Casi dos terceras partes de las participantes poseía un nivel bajo de estudios, la mitad eran toxicómanas o en algún momento de su vida presentaron abuso de drogas o alcohol; había presencia de violencia, maltrato, abuso y riñas con alguno de los miembros de la familia. El 38 % afirmó haber sido golpeada habitualmente por su pareja, y el 17 % reportó abusos sexuales20 (Estibaliz, 2014). Podría decirse que la mayoría de las cárceles del mundo occidental comparte, en mayor o menor medida, este perfil de mujer prisionera.
60En sus historias se anteponen la pobreza y la necesidad de trabajar desde muy niñas para la subsistencia de la familia, trabajos en los que tienen que aguantar abusos o el contexto del delito. Un ejemplo claro son los delitos de droga: la mujer los comete en el marco de una organización en la que ella es el “eslabón débil” y, por lo general, la acompaña un estado de necesidad de mantener a la familia. Básicamente, hechos que se cometen en el contexto de sobrevivir en la calle. Estas mujeres, a diferencia de los hombres, son enviadas a prisión por delitos menores. Esto, aunque pareciese ser un hecho discriminatorio, puede suceder por su condición de víctimas de abuso sexual, maltrato o vulnerabilidad en sus hogares percibida por los jueces, quienes pretenden de esta manera protegerlas alejándolas de sus agresores21.
61También encontramos las mujeres que los cometen con el fin de satisfacer o alcanzar el prototipo de mujer creado por la sociedad consumista (elegancia y clase), lo cual, en el ideal, las llevaría a conseguir el amor romántico (Illouz, 2009).
62En México, por ejemplo, el 86 % de las mujeres presas son madres y el porcentaje de analfabetismo entre ellas es superior al del país; además, antes de estar en prisión, entre un 40 y un 50 % se dedicaban a labores del hogar sin remuneración. Las cifras para determinar sus relaciones afectivas son inciertas en tanto el criterio que permite dar cuenta de una situación sentimental es el matrimonio y, en algunas ocasiones, se tiene en cuenta la unión de hecho, según los razonamientos subjetivos del personal que registra la información (Garrido y Yacaman, 1996).
63No es objeto de este trabajo analizar estos factores de delincuencia femenina, sin embargo, su acercamiento será útil para comprender cómo las dinámicas en las prisiones mantienen y refuerzan las discriminaciones que, en mayor o menor medida, fueron determinantes en la comisión del delito, así como el papel que juegan en ellas las relaciones afectivas en la vida carcelaria de las mujeres.
64De esta manera podremos comprender cómo, por ejemplo, los tratamientos penitenciarios de reinserción social las infantilizan, así como mantienen y refuerzan los estereotipos de exclusión que precedieron a la comisión de los delitos. La mayoría de estos programas se dirigen a mantenerlas ocupadas en tareas “propias de su sexo”: tareas domésticas y de aseo (estas últimas con mayores exigencias de calidad que en el caso de las prisiones de hombres), o con pasatiempos tales como el teatro, la costura, el bordado, las labores manuales y un sinfín de actividades que no tienen ningún propósito de ser útiles a la sociedad (Azaola, 2005).
E: ¿He visto que los cursillos que hay aquí son: de costura, peluquería… y de informática puede ser?
Mujer Presa 1 responde: Sí… . Yo hablé con la directora y le dije, podemos hacer cursos de otras cosas, no sé, lo que sea porque: “la mujer cose, venga vamos a coser, peluquería, uy si la mujer peluquera, vale vamos… y la informática que te vale para ser secretaría”
E: ¿A ti te fastidia eso?
MP1: Sí, porque yo soy un poco rebelde con esas cosas.
E: ¿De dónde te viene ese carácter reivindicativo?
MP1: Porque mi padre era muy machista con mi madre, y yo esas cosas no las soporto. Mi madre sin mi padre no podía salir, si no la mataba a palos.
E: Hay una estadística que dice que el 70 % de las mujeres internas ha sufrido violencia machista, ¿esa estadística les cuadra?
MP122: Sí... cuando cuentan la historia de vida la mayoría ha sufrido maltratado, de la pareja, de los padres, incluso de los hijos.
MP223: Yo aquí hombre pegarme todo, tráfico, robar todo, yo no quiero robar nada pero él (como se llama) obligado, porque yo tengo miedo de él.
MP324: Te vas de casa joven, porque tus padres te pegan, empiezas a vivir en la calle joven, aprendes cosas... (La Sexta, 2020)
65Estas labores están pensadas, no para darles herramientas de autonomía y libertad, sino, principalmente, con el propósito de acallar sus exigencias, conservar la tranquilidad y el orden del penal, y mantenerlas ocupadas bajo el control institucional. Si bien históricamente sus reclamos son menos violentos que en el caso de los hombres, la disciplina que se ejerce sobre ellas dentro el penal parece ser más estricta (Garrido y Yacaman, 1996). El estereotipo de “sexo débil” o “mujer problemática” las lleva a ser objeto de un régimen penitenciario más severo frente a faltas menos graves (Ruiz Rodríguez, 2015).
66Si las internas se niegan a trabajar o se quejan por la mala remuneración o la demora en los pagos, son tildadas de flojas, aunque en realidad lo que intentan es resistir a su pasado, al abuso y al maltrato (Garrido y Yacaman, 1996). En uno de los penales analizados en el estudio realizado por Azaola y Tacaman (1996), incluso cuando la mayoría de las madres del penal eran solteras, o de ellas dependía el sostenimiento familiar, la retribución por las tareas desarrolladas en prisión (limpieza, lavandería o la maquila) era muy inferior al salario mínimo.
67Ahora bien, con respecto a la salud mental, síntomas producidos por la condición de encierro como, por ejemplo, presentar ansiedad, agobio, claustrofobia, depresión, dificultades para conciliar el sueño o la expresión de sus afectos pueden llevar a que sean excesivamente medicalizadas25 (Estibaliz, 2014).
MP2: A nadie le importa cómo te sientes tú, si te sientes mal ahí está la medicalización, si tienes hijos y no los puedes tener, tranquila, hay casas de acogida.
Centro penitenciario Mujeres de Barcelona. Entrevista Évole, 20 de marzo de 2020
68Las agresiones físicas a su cuerpo, o los llamados intentos de suicidio, muchas veces se enmarcan en la necesidad de las reclusas de sentir algo, en tanto los efectos del medicamento producen la analgesia de todas sus emociones26. Esto. sumado a la alta presencia de enfermedades mentales producidas por la situación de encierro podrían empezar a explicar por qué las cifras de suicidio en las prisiones de mujeres son más altas que en las de hombres (Caravaca-Sánchez y García-Jarillo, 2020).
69Por un lado, los tratamientos penitenciarios están pensados para evitar un descontrol emocional – “mantenerlas ocupadas y distraídas”– y, por otro, la excesiva medicación se presenta como resultado de estos estereotipos27. La gestión penitenciaria está pensada sobre la base de los estereotipos de lo que debe ser una mujer, lo que genera mayor opresión en las reclusas.
70Si vemos los estudios sobre medicalización, disciplina y conflictos en prisiones, el estereotipo de mujer emotiva parece confirmarse, no obstante, lo que se sugiere es que la construcción social de la feminidad termina por perjudicar la salud de las mujeres. Las mujeres en prisión ven afectada, en mayor medida, la posibilidad de realizarse en la identidad femenina, en cuanto a la construcción social28. Esta situación ocasiona en ellas una presión emocional más alta pues, como se ha dicho, el ser reconocido por otros ocupa un lugar predominante en la afirmación de su propia identidad.
71Aunado a lo anterior, las mujeres en prisión, debido al estereotipo de que la mujer es propensa a perder el control de sus emociones, sienten mayor presión por intentar controlarlas, lo que conlleva una forma de lucha contra este. Si la mujer en libertad tiene presente la necesidad de controlar sus emociones, entendiéndolo como una desventaja propia de su género, la mujer en prisión no solo intenta controlar sus emociones, sino que, a menudo, pone en ese descontrol de las emociones la responsabilidad de los errores que cometió para terminar en prisión. De alguna manera, el hecho de ser mujer termina siendo el culpable de la comisión de su delito29.
72Si la mujer en libertad tenía dificultades para reinventarse desde su feminidad al margen de los estereotipos sociales, en prisión pierde la posibilidad de ser valorada de manera positiva y tiene mayores exigencias respecto al reproche social (así, por ejemplo, existe una mayor exigencia cultural a la mujer sobre el cuidado de los hijos, lo que desencadena en ansiedad y vulnerabilidad de la madre en prisión). Esta vulnerabilidad permite que ese reproche se utilice como instrumento para infligir sufrimiento bien sea por parte de sus compañeras o bien por los agentes disciplinarios. Esto conlleva un mayor sentimiento de culpabilidad y ansiedad por el abandono de sus hijos (Carlen, 2012).
73Las madres que tienen a sus hijos en prisión son constantemente estigmatizadas al considerar que los niños deberían estar en otro lugar y que la prisión no es un lugar favorable para su desarrollo. Respecto a ciertas ventajas o comodidades por tener a los niños en prisión, se dice que la única razón para tenerlos allí es con el fin de gozar de privilegios. El vínculo de estar en la cárcel y ser mala madre es una presunción difícil de desvirtuar para las madres prisioneras (Garrido y Yacaman, 1996). Si bien el trastorno de ansiedad es uno de los efectos identificados de la prisión, se ha encontrado que los niveles de ansiedad en las madres son más altos que en el resto de la población (Mendoza, Saldivar, Loyola, Rodríguez y Galván, 2010).
74Otro escenario se presenta cuando quien cuida a los hijos de la mujer que está en prisión es la madre de la reclusa, lo que dificulta mantener los vínculos tanto con la madre como con el hijo: la madre es desplazada por la abuela en su rol (Azaola, 2005).
75Tanto hombres como mujeres en prisión sufren el desarraigo de la familia; hijos, padres y pareja. Esto, por supuesto, depende de múltiples condiciones que rodean la vida de quienes se encuentran en libertad: la intención de no abandono, la distancia, los problemas económicos, etc. La mayoría de las veces, el abandono se produce de forma progresiva: después del primer año en prisión se intensifica la sensación de pérdida y abandono pues se reduce el número de visitas (Garrido y Yacaman, 1996).
76Se mencionó que la mujer vive a partir de una construcción teórica sobre su significado; pues bien, la mujer en prisión también se enfrenta a la identidad teórica de lo que significa ser una mujer delincuente o una mujer en prisión y, a partir de ahí, las relaciones afectivas adquieren una connotación especial.
5. Las relaciones afectivas en prisión
77El ingreso a la cárcel supone enfrentarse a una cultura distinta, en la que la personalidad sufre la pérdida de ciertas estructuras. Por una parte, todo lo que la exterioriza se representa en ritos y símbolos sin sentido, y el mundo interior – en el caso de la mujer– se enfrenta a la caótica realidad del sometimiento cultural a partir de tratos y programas que la domestican, es decir, refuerzan el estereotipo cultural, pero a la vez imposibilitan reproducir sus formas, pues su objetivo es anular toda forma de vínculo socialmente reconocido (madre, hija, esposa)30.
78En el interior de la prisión, el vínculo afectivo se convierte para ellas en la resistencia contra el régimen penitenciario, la reivindicación del hecho de ser mujer y la inclusión a la exclusión genérica que comparte con las demás mujeres y que, por tanto, las iguala socialmente.
79En prisión, las relaciones afectivas adquieren toda la connotación de importancia sobre su identidad. Se muestran en las reclusas como una forma de resistencia contra ese rechazo social en medio del cautiverio institucional. Paradójicamente, parece ser que el cautiverio social reivindica a las presas en el marco del cautiverio institucional.
80Miguel de Estibaliz (2017) sostiene que las relaciones amorosas son utilizadas para revertir esta identidad y, de alguna forma, trascender el tiempo y la distancia propios del encierro que las separa del proyecto social. El amor como forma de resistencia frente a la identidad deteriorada a partir de la cual los agentes de control ejercen disciplina y sometimiento.
81Si bien algún sector de la literatura psicológica y criminológica ha limitado el rol que asume la mujer en prisión, entre un ser dependiente y susceptible de domesticación o, por el contrario, un sujeto capaz de resistir la subordinación que supone la institución carcelaria (Fi-Li, 2013), este trabajo pretende centrarse en el rol que las relaciones afectivas tienen en la construcción de esa nueva identidad y las connotaciones especiales que tienen en las mujeres cuando se encuentran privadas de la libertad, y no sugerir un estereotipo de mujer en prisión.
82Una práctica común en las prisiones es la relación epistolar entre presos, que después de crear un vínculo a través de la correspondencia, solicitan autorización para una visita personal, el vis a vis. No se han realizado muchos estudios sobre este aspecto, pero se argumenta que las mujeres acceden a este tipo de relaciones o bien por una cuestión económica o por el abandono en el que se encuentran por parte de su pareja y familia (Torres y Añaños-Bedriñana, 2018)31.
83Cuando las mujeres no logran establecer un vínculo externo o han sido abandonadas por sus parejas, recurren a las relaciones íntimas entre las reclusas, lo que funciona como sustitutivo de las relaciones afectivas (Garrido y Yacaman, 1996). De hecho, aun cuando un gran porcentaje de mujeres en prisión reconoce haber tenido una relación íntima desde que entró, no se identifican como lesbianas.
84La desigual concepción cultural sobre el rol de la mujer y el hombre en las relaciones de pareja sitúa a las primeras en situación de vulnerabilidad. Esta se presenta en mayor medida en el abandono de los hombres hacia las mujeres en prisión y no de las mujeres a los hombres. En una cárcel de México, el 42 % tenía una relación afectiva antes de ingresar a prisión (unión libre o casada), pero solo el 17 % recibía visitas conyugales (Garrido y Yacaman, 1996). Esto podría explicarse a partir del desvalor social que representa una mujer en prisión frente al que representa un hombre, además de la violación a la intimidad que implica el registro de entrada y salida de las parejas a las visitas íntimas en algunos sistemas carcelarios. En el rol servil es más fácil que la mujer se someta al escarnio público y la mofa social por el encuentro íntimo con su pareja en prisión, que viceversa (Estibaliz, 2014). Entrar a la cárcel es causa suficiente para excusar al hombre de abandonar a la mujer.
85En prisión, cualquier experiencia que otorgue la sensación de libertad se valora positivamente. El deporte, por ejemplo, da la sensación momentánea de libertad y abstracción de la realidad (Merino, Martín y Martos, 2018). Los afectos son de las pocas experiencias de libertad y autodeterminación que tienen las mujeres en prisión sin que aparentemente intervenga un constante monitoreo de permisos, horario, la apariencia, el trabajo y la regulación de sus emociones y conductas. Por tanto, suelen verlo como una experiencia de validación del propio yo contra el estigma social.
86Ahora bien, esta supuesta libertad de construcción de un vínculo con otros es también relativa. La prisión está en la potestad de negar el permiso de visita si no se comprueba un vínculo “sano”, lo que en algunos casos se entiende como previo, serio (matrimonio) y “conveniente” para la mujer (Garrido y Yacaman, 1996). A la vez, la prisión evalúa el perfil del hombre antes de autorizar un vis a vis producto de una relación que nace por encuentros epistolares; en otras palabras evalúa, a juicio del funcionario que autoriza la visita, la conveniencia de la relación amorosa (Chavez y Añaños-Bedriñana, 2018). Esta faceta paternalista de la prisión frente a los vínculos afectivos infantiliza aún más a la mujer en prisión, de modo que reduce su ámbito de libertad a esferas aún más íntimas que afectan la autodeterminación y la construcción propia del ser mujer.
87Reforzar el estereotipo de amor desde el rol de mujer servil no ayuda a que esta trascienda modelos que la conducen a ser utilizada. Los problemas mentales que sufre en prisión deben ser, más que medicalizados, tratados a partir de la reconstrucción de las creencias sociales sobre su identidad. Eliminar la angustia y la culpa por “mala madre”, “mala hija” o “mala esposa”, y ayudarle a reconstruir un ego que se base en sus propias necesidades.
Conclusiones
88Hemos visto que, en gran parte de la sociedad occidental, aún persiste la construcción de la identidad femenina sobre la base del estereotipo de amor romántico y, en general, de las formas de cautiverio social que la definen como un sujeto inferior y dependiente.
89Dentro de la sociedad, la mujer encuentra obstáculos para definir su feminidad a partir de rasgos que disienten de ciertas expectativas generales y, por el contrario, la aceptación e inclusión de su feminidad se dan en el marco de ciertos roles tradicionales: madre, esposa, hija. Esto es lo que a grandes rasgos se ha denominado cautiverio social y consentido. La prisión quita a la mujer la posibilidad de obtener el reconocimiento positivo de su feminidad, es decir, participar de ese cautiverio social y consentido, y la somete a él por medio de la coacción institucional. En este sentido, elimina el consentimiento de su cautiverio cultural y, a la vez, le quita la posibilidad de obtener un reconocimiento social positivo32, lo que se convierte en una doble exclusión, un doble cautiverio: mujer frustrada y presa.
90La prisión, a través del tratamiento y la gestión penitenciaria, refuerza este estereotipo de mujer que se define a partir de las relaciones con otros, donde el amor le otorga un lugar social y, por tanto, ser mujer se define a través del cuidado de los afectos y las emociones.
91Las actividades que se les ofrecen para ocupar su tiempo son tejido, bordado, belleza, costura, manualidades, cocina, artesanía, todas estas propias de la reclusión monacal que intenta “despertar” en ellas lo que es “natural”, su rol de cuidadora nata, buena madre y buena esposa, para, conforme a las teorías heteropatriarcales y positivistas de la mujer delincuente, que podríamos remontar al menos a los planteamientos lombrosianos, controlar a la errática mujer desviada.
92En principio, y conforme lo sostiene Estibaliz, las mujeres expresan su libertad en prisión a través de las relaciones afectivas, pues a partir de ahí intentan mantener el control sobre ellas y sobre sus vidas; cierto poder en un sistema que pretende quitarles todo el poder.
93No obstante, aún en prisión, sus relaciones afectivas pretenden obtener el aval de un estereotipo cultural que las oprime, una valoración positiva de lo que debe hacer o ser la mujer, es decir, en el fondo termina por consentir en el rol de servidumbre estructural que la sociedad otorga a la mujer.
94Este estereotipo cultural produce una carga emocional para las mujeres y, a la vez, las reprime por no controlarlas, lo mismo sucede en prisión. En la prisión, las emociones están vetadas, censuradas y, en último caso, controladas o medicalizadas. Pero es el mismo sistema el que las provoca, el que les recuerda y refuerza el rol femenino frente al que fracasó, más allá del delito que cometió.
95Por esto es importante que, más allá de ofrecer actividades consideradas “propias de su sexo”, se ofrezcan otras que les ayuden a lidiar con sus problemas de pareja, a darles la importancia que tiene para ellas y a valorarlas como el lugar donde reivindican su libertad y feminidad, ajenas a un estereotipo que las domestica y las oprime.
Bibliographie
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Notes de bas de page
2 El trabajo que se desarrolla en este escrito es un punto de partida para ser complementado a través de un estudio etnográfico tendiente a revisar las definiciones que las mujeres en prisión otorgan a las relaciones afectivas.
3 Sobre la importancia del proceso de generalización cultural de la conducta y la naturaleza de la formación del carácter para estudiar la estructura y funcionamiento de un grupo social, ver Mead (2000).
4 Una síntesis sobre el camino previo a ser considerada formalmente la mujer sujeto de derecho, en Cerda (2010).
5 Esta terminología se utilizaba en España para referirse a las presas, incluso en el siglo xix.
6 Victoria Kent fue la primera directora de cárceles de mujeres. Desplazó a las hijas de la caridad para ser sustituidas por funcionarias especializadas: la Sección Femenina Auxiliar del Cuerpo de Prisiones (Hernández Holgado, 2013).
7 No es objeto de este escrito hablar del sufrimiento ocasionado en las prisiones a las mujeres vencidas en la guerra civil española. Véase literatura sobre el tema en: Sánchez (2009), Individuas de dudosa moral: la represión de las mujeres en Andalucía, 1936-1958, Estragés (2019, pp. 31-50), Forest (1977).
8 Citado en Hernández Holgado (2013): Orden de 6 de octubre de 1941 (boe, 9-10-1941), Decreto de 6 de noviembre de 1941 (boe, 20-11-1941).
9 En 1884 publica la tercera edición, que dista en algunos aspectos de las primeras dos.
10 Este encargo tiene como resultado la obra La mujer delincuente (Lombroso y Ferrero, 1893).
11 Para Lagarde (2005), cautiverio es la situación en la que se encuentra un sujeto que ha perdido su libertad, su autonomía, su poder y que, por tanto, ha perdido la independencia para vivir.
12 Sobre la responsabilidad de los afectos a cargo de la mujer, ver Burin (1990; 1987).
13 En la Inglaterra victoriana, la medicina advertía sobre supuestos desórdenes en la menstruación de la mujer que se esforzaba a nivel intelectual, a la vez que la histeria se asociaba a problemas en el útero, esto es, se vinculaba únicamente a la mujer. Para una visión general sobre el particular, ver Sally Shuttleworth (1990).
14 Sobre la división emocional del trabajo ver Heller (1980; 2004).
15 En el sentido heideggeriano intersubjetivo, de ser visible y útil a otros.
16 “En el lenguaje doméstico del amor y del poder se hace referencia a la fidelidad, a la castidad, la virginidad o a la permanente disposición a la maternidad o al placer del otro.
[…]
La verdadera custodia del poder patriarcal sobre la mujer es la realiza la mujer consigo misma: se mueve siempre en el mundo del deber, de la compulsión, en ella no prevalece el querer ni la posibilidad de decidir. La interiorización de esta norma del poder es desconocida. El poder interiorizado se constituye en una moral y se cree que emana de fuentes divinas o naturales.
Las mujeres son su propia policía del pensamiento, además de reforzar cotidianamente el consenso al poder, poseen mecanismo de autocastigo. Cada mujer reproduce en sí misma la norma, es un microespacio del poder estatal” (Lagarde, 2005, p. 192).
17 “Mediante el mecanismo cultural conocido como envidia, la mujer es enseñada a desplazar la insatisfacción vital y proyectarla como deseo de lo otro, de lo que cree que poseen las otras y de lo cual, inexplicablemente para ella, ha sido privada. Si es niña quiere ser grande en una sociedad en la que los adultos tienen el poder y los privilegios en relación con los menores, si es vieja quisiera ser joven y envidia a sus hijas, si está soltera quisiera casarse, si es infértil quiere hijos y si tiene hijos quisiera que fueran menos, o que se parecieran a los de la vecina. La forma en que vive, como está, siempre está mal. La felicidad a que aspira es idealista, no recoge las contradicciones de la existencia y por ello, no es realizable, es fantasiosa, su contenido es la frustración, y no la aspiración de quien ha satisfecho una necesidad que genera otras nuevas” (Lagarde, 2005, pp. 340-341).
18 En México, por ejemplo, del total de presas en una prisión, cerca del 80 % son madres y un poco más de la tercera son madres solteras (Azaola, 2005).
19 Es el caso de una prisión en México, donde el 20 % de las mujeres condenadas por homicidio lo había sido por matar a su esposo o su hijo; una de ellas relató cómo mató a su esposo cuando lo descubrió abusando sexualmente de su hija de 12 años, relata que se acordó de cuando su padrastro le hacía lo mismo (Garrido y Yacaman, 1996).
20 Cruells, Torrens e Igareda (2005) encontraron que un 88 % de las mujeres entrevistadas, en una muestra proporcional, había sufrido violencia en algún momento de su vida.
21 Un pequeño relato etnográfico que demuestra esta realidad en las mujeres se puede leer en Osuna (2020).
22 Mujer presa, de aproximadamente 35 años, de nacionalidad española.
23 Mujer presa, de aproximadamente 30 años, extranjera, no habla bien el español.
24 Mujer presa, de aproximadamente 40 años.
25 Testimonio presentado por Miguel Calvo de Estibaliz: “Aquí todo lo solucionan con pastillas. Los médicos. Bah, si estás nerviosa, una pastilla. Pero que no, yo lo que necesito es hablar, no necesito pastillas. ¿Prepotente? No soy prepotente. A mí me gusta que me escuchen”.
26 Entrevista informal con psicóloga de la prisión Cataluyna realizada el 04 de septiembre de 2019, sobre la experiencia en prisión; desde el punto de vista farmacológico nos relata cómo a los presos les recetan muchos medicamentos para mantenerlos controlados, muchos viven con pastillas como diazepam, según el caso. Los presos se cortan y se hacen daño para sentirse vivos.
27 Sobre la salud mental de las reclusas ver: Collier y Friedman (2016); Hales, Somers, Reeves y Bartlett (2016); King, Tripodi y Veeh (2018).
28 Sobre las emociones como construcción social ver Hernández (2016).
29 Lupton (1998) cita el resultado de entrevistas realizadas por Lutz (1990), en el que se analiza el discurso emocional de hombres y mujeres. El control sobre las emociones se evidencia más de dos veces en el discurso de las mujeres que en el de los hombres, y estas últimas asocian la pérdida del control de sus emociones como algo propio de la feminidad.
30 En este sentido, Mead (2000) analiza de forma similar la esquizofrenia en la personalidad de inmigrantes.
31 Un acercamiento a la importancia de las relaciones afectivas en las mujeres se puede ver en el reality JailBirds, producido por Netflix (2019), que tiene lugar en una cárcel del condado de Sacramento, Estados Unidos, y en el que se evidencia la importancia de las mujeres reclusas en establecer vínculos afectivos con los hombres también reclusos en esa cárcel.
32 En un sentido amplio, cuando se habla de mujer, se hace referencia a las características comunes en un sentido general y abstracto (Lagarde, 2005, p. 80).
Auteur
Abogada de la Universidad Externado de Colombia, especialista en Instituciones Jurídico Penales y Ciencias Penitenciarias de la Universidad Nacional de Colombia; máster en Cultura Jurídica de la Universidad de Girona; candidata PhD por la Universidad de Girona. carolinasierracas@gmail.com. orcid 0000-0002-4119-9832
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