XI. Café y modernidad
p. 363-409
Texte intégral
LA CULTURA LATINOAMERICANA
1Nieto dedicó los últimos años de la década de 1940 a las ciencias sociales –la economía, la historia y la sociología– y a las reflexiones filosóficas asociadas con la lógica y la ontología. Los temas jusfilosóficos disminuyeron considerablemente y nuevas perspectivas analíticas cobraron fuerza en su mente. Todo esto tuvo lugar en un escenario ocupacional distinto. En agosto de 1947 fue nombrado Consejero de la Embajada de Colombia en Río de Janeiro. El puesto era un ascenso en su carrera y un esperado descanso en sus agobiantes labores burocráticas de la Cancillería. Quería ensanchar sus experiencias, conocer “nuevos aires” y enriquecer sus relaciones con los pensadores suramericanos que tanto había cultivado por correspondencia.
2Al llegar a la capital fluminense se hospedó en el Hotel Paysandú –el mismo en el que vivió Stefan Zweig antes de trasladarse a Petrópolis donde se quitó la vida– y al momento se aferró a las páginas de la Interpretación del Brasil de Gilberto Freyre para familiarizarse con la historia y la cultura de la América portuguesa. A esta obra le siguieron los textos de Fernando de Azevedo, Cayo Prado Jr y Nélson Werneck Sodré sobre la literatura, la economía y la formación de la sociedad brasilera. “El portugués es muy legible, aun sin previo estudio, para los de habla española”, le manifestó a un amigo. Como en su natal Barranquilla, desde el hotel podía observar las “mulaticas de inquietantes formas, mestizas de cuerpos bellos y armoniosos y niñas rubias de delicada hermosura”1. Sus tareas eran ahora más relajadas. El trabajo de rutina en la Embajada sólo le ocupaba las mañanas; la tarde era para meditar, leer y escribir. Tenía mucha labor intelectual por delante. En sus valijas traía los esbozos de dos libros que no había tenido oportunidad de desarrollar en Bogotá: uno sobre el café y otro sobre lógica y ontología.
He sido trasladado –le escribió al director del Fondo de Cultura Económica– a la embajada de Colombia en el Brasil con el cargo de Consejero. Llegué el 8 de agosto y viajé al hotel Quintandinha para asistir a la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad en el Continente. Mis últimos días en Bogotá fueron deplorables debido a graves alteraciones de mi salud: hipertensión, exceso de glóbulos rojos, etc. La Cancillería de San Carlos tuvo que aceptar que si no me ponía al nivel del mar me hubiera reintegrado muy pronto al seno de la materia eterna y nutricia. En consecuencia, me trasladó a Río de Janeiro. Aquí me encuentro con el más vivo deseo de, ahora sí, una vez normalizada mi salud, de terminar la obra sobre “El café y la sociedad colombiana”. Creo que todavía, a pesar de mi incumplimiento, le interesará recibirla. Espero conocer su opinión. Además, tendré muchos ratos de ocio, de ocio creador. La vida diplomática es muelle y descansada. Pienso utilizar mi permanencia en el exterior muy adecuada e intensamente para estudiar, leer y escribir2
3La Conferencia reunida en Quintandinha, más conocida como la Conferencia de Río, era una secuela de la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo era estrechar alianzas entre las naciones americanas en los días en los que nacía la “guerra fría”, el conflicto latente entre Estados Unidos y Rusia que se extendió hasta la caída del imperio soviético en 1989. La conferencia finalizó con la firma del tiar, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, acuerdo que estipulaba que toda ofensiva armada de un Estado contra una nación americana, sería considerado un ataque contra todos los Estados americanos. Como consecuencia, cada una de las partes contratantes se comprometía a ayudar al país agredido o, en caso de tensiones entre dos países, a participar en acciones conjuntas para la avenencia y el sostenimiento de la paz. Se temían alzamientos revolucionarios en el hemisferio con apoyo extranjero, y Estados Unidos quería asegurarse de la colaboración de los países de la Región para sofocarlos. Nieto asistió a los debates de la Comisión iii, dedicada a esclarecer los procedimientos de negociación entre los pueblos de la región (agresión intracontinental) o entre americanos con territorios de otras comarcas (agresión extracontinental)3.
4Una vez finalizadas sus obligaciones en la Conferencia, Nieto centró la atención en sus intereses intelectuales. Paralelo a la redacción de sus libros, finalizó un ensayo sobre los rasgos de la cultura latinoamericana que había esbozado antes de su llegada al Brasil. ¿El mundo de la América española y portuguesa ofrece contribuciones culturales significativas? En un texto deshilvanado, elaborado al ritmo desbocado de su máquina de escribir, abordó la “esencia” del latinoamericano en un tono pesimista: un ser carente de tradición muy dado a la repetición y la copia4. El pasado del subcontinente –afirmó– ha sido el de la anarquía y la contingencia; nada es estable y todo se improvisa, allí “el hombre no tiene asidero, aun cuando lo busque afanosa y desesperadamente”. Las economías latinoamericanas no conocieron durante el siglo xix el reposo y la constancia. Sólo ahora comienza la estabilidad, el orden y la disciplina. En Colombia la quina sucedió al tabaco y enseguida la arrasó el café. En Brasil el caucho eliminó el azúcar y cuando el látex se afirmaba apareció el café. El “latinoamericano no ha conocido la calma, no ha tenido sosiego, no ha encontrado asidero. Es un hombre desalado”. No gobierna su destino; lo imprevisto tutela su vida y frena la creación de una tradición. De “ahí el error de los partidos políticos que se dicen tradicionalistas en este continente. Defienden algo que no existe, que nunca ha existido, que sólo ahora y con frágil levedad va adquiriendo consistencia”.
5Esto hace que el hombre latinoamericano sea impresionable y carezca de sentido crítico. No tiene capacidad creadora; sufre la alteración orteguiana, el vivir del otro y no de sí mismo. Sólo tiene aptitudes para la imitación, el proceso de mirar la propia realidad a través de las concepciones del mundo y de la vida que le vienen de afuera. En estos medios –continua Nieto– la cultura no responde a un proceso continuo y estable. Los movimientos intelectuales surgen y se extinguen con la misma rapidez que florecen otros en las culturas dominantes. No se afirma la evolución orgánica de las ideas ni la posibilidad de fundar una auténtica tradición que responda al entorno. Los hombres de genio como Justo Sierra en México y Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo y Rafael Núñez en Colombia dejan una obra aislada que no es continuada ni enriquecida.
6Lo anterior ha dado lugar a un predominio de la sensibilidad y a un abandono de la reflexión intensa y controlada, hecho que se expresa –según Nieto– en el especial contenido pasional de su poesía lírica. “Hombres y mujeres –Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Laura Victoria, etc– se entregan a describir un amor sensiblero y vulgar”. Aun los Nocturnos de Silva, “en los cuales se ha expresado con fortuna un hondo lirismo”, están dominados por la sensibilidad, “por la presencia de la mujer”. A este rasgo se suma lo meramente musical, “la externa armonía de las palabras”, tan subrayada en la La marcha triunfal de Darío y en los poemas de Amado Nervo y “que raramente se da en otras poesías”, como la alemana y la francesa5.
7Donde América Latina parece haber tenido una antigua y rica historia con productos de calidad es –a su juicio– en los campos de la pintura y de la escultura. No es difícil comprender este hecho, apuntó en su habitual lenguaje enfático y sentencioso. Los latinoamericanos “estamos vertidos hacia el exterior, somos impresionable y sensiblemente plásticos. Somos sensibilidad que aprehende lo concreto. La pintura es siempre lo concreto. No simboliza lo abstracto”. Para el entusiasta Nieto, lo concreto era el aquí y el ahora; el dato inmediato, el presente, un rasgo que le atribuía a la psicología colectiva del latinoamericano. “Desde la remota época de la Colonia, el hombre latinoamericano ha sido pintor. Tenía fatalmente que serlo. Cuando se vive en el hecho y en lo concreto, cuando se es impresionable, cuando se es pura sensibilidad, la labor pictórica ni es imposible ni está en contradicción con las propias tendencias vitales”. Y concluye presuroso: “la existencia del hombre latinoamericano es una existencia que se ha vertido hacia la pintura porque vive en lo concreto”. A pesar de esta abarcadora y nada persuasiva generalización, Nieto no tenía muchos ejemplos que aducir para ilustrar su perentoria afirmación. Sólo menciona los casos del quiteño Miguel de Santiago y de los neogranadinos Baltasar de Figueroa y Gregorio Vázquez de Arce, exigua enumeración que acompaña con un inofensivo y contraído etcétera para sugerir multitud6.
8La cultura popular, la cultura de las muchedumbres, era una extensión más de la sensibilidad traducida en afectación sentimental. Consideraba que los actores y las voces más apreciadas de la región carecían de sutileza. A los primeros los retrata una mímica grosera extraña a la mesura y a las segundas una rudeza en la inflexión y el tono. Los actores “sólo conocen la acción externa, no el sentido inefable del gesto leve y discreto. Recuérdese al mexicano Cantinflas”. Algo similar sucede con los zorzales criollos. No se les puede calificar de tenores, barítonos, sopranos o tiples. Carecen del matiz y de la modulación suave de la voz. “Libertad Lamarque, Carlos Julio Ramírez, Pedro Vargas, Hugo del Carril y anteriormente Carlos Gardel, cantan, es decir, gritan y vociferan, pero no hay en ellos la presencia de una honda realidad espiritual que pueda colorear con significaciones distintas la voz”. Nieto reconocía que habían ganado el favor del público, pero sus realizaciones estaban lejos de lo excelso. Dado que expresan el modo de ser latinoamericano –subjetividad, impresionabilidad y sensibilidad–, “actores y cantores despiertan un entusiasmo arrollador en los espectadores que los oyen o los contemplan”.
9Pero si esta ha sido la esencia de lo latinoamericano, las cosas están cambiando, dice Nieto. América Latina muestra ahora, en los años treinta y cuarenta del siglo xx, nuevas modalidades y distintos acentos. Ha dejado de observar los hechos aislados para acercarse a las explicaciones comprensivas. Con la fundación de universidades y de institutos especializados, la ciencia y la filosofía han comenzado a normalizarse. La anarquía y la improvisación han cedido terreno y en su lugar ha surgido el trabajo regular y persistente dirigido a fundar una tradición duradera. Con su afirmación vendrá la esperada invención propia y el diálogo creativo con otras tradiciones culturales.
10El ensayo de Nieto era una respuesta callada a la querella creada por el florentino Giovanni Papini con su artículo “Lo que América no ha dado”, publicado en la Revista de América del diario El Tiempo7. El tono desafiante de sus páginas sacó de quicio a los intelectuales de la época. Si a América le dio su nombre un florentino del cuatrocientos, le “¿será permitido –se preguntó Papini– a un florentino del novecientos decir lo que piensa sobre América?”. En veinte lacónicos apartados sostuvo que América lo había recibido todo de Europa –religión, arte, literatura, filosofía y ciencia– y que a cambio el Viejo Mundo recibió poco o nada del continente que llevaba la denominación del navegante Vespucio. Sugirió que la producción americana, cuando mostraba vigor, era de calidad mediana, el prudente sinónimo de mediocridad. En lo que respecta a Colombia –apuntó–, Carlos Arturo Torres “es un pensador más agudo que potente”. Algo semejante ocurre con el “Homero colombiano”, el fecundo e ingenioso sevillano Juan de Castellanos. Es verdad que Isaacs y Rivera han pasado a Europa en traducciones, pero María no supera la popularidad de la Graziella de Lamartine ni La vorágine ha hecho sombra a las novelas de Kipling. El arte del festejado Silva ha permanecido por lo demás ignorado “en una Europa que se apasionó por Oscar Wilde”. Y remató: nadie ha osado equiparar a Cuervo con los célebres filólogos castellanos Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal.
11A los demás países de América Latina no les iba mejor. Sólo una mística, Santa Rosa de Lima, ¡que no parecía hacer muchos milagros!, surgía en medio de un pueblo profundamente religioso, pero su estampa no alcanzaba la celebridad de Catalina de Siena o de Teresa de Ávila. En las letras el mexicano de nacimiento Pedro Ruiz de Alarcón era sin duda un autor de consideración, pero en realidad era español de vida y de oficio. El Inca Garcilaso de la Vega estaba lejos del puesto que ocupaba su homónimo, el poeta y militar toledano Garcilaso de la Vega. El muralista Diego Rivera no había conquistado la fama ni la influencia de Pablo Picasso. En pocas palabras, “si hubiera habido en América un solo genio de primera magnitud, todos, en Europa, lo hubiéramos sabido”.
12Como Nieto, Papini terminó su escrito con palabras amables en espera de un futuro más prominente. “No soy pesimista –apuntó-. Tengo fe en la potencia intelectual de América. [Mis] páginas no quieren ser realmente una reprobación sino un llamado fraternal de esperanza”. Germán Arciniegas, amigo de Papini, que lo había animado a escribir el texto, reaccionó con fuerza. Lo mismo hizo B. Sanín Cano, a quien se le debe la respuesta más sistemática y acabada de la gresca. García Márquez, que en 1947 iniciaba perezosamente sus estudios de derecho en la Universidad Nacional, recordó años más tarde que Papini había declarado “que América Latina no había aportado nada a la humanidad... Su afirmación ilustra muy bien la idea que siempre han tenido de nosotros los europeos: todo lo que no se parece a ellos les parece un error”. Y días después manifestó en un discurso: “Papini enfureció a nuestros abuelos con una frase envenenada: ’América está hecha de los desperdicios de Europa’. Hoy no sólo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo más triste: que la culpa es nuestra”8.
13La respuesta de Sanín Cano apareció en el número siguiente de la Revista de América9. Portaba una perspectiva histórico-sociológica para indicar las peculiaridades de la América española. Una de las circunstancias que han influido para que América no haya dado frutos más abundantes –señaló–, se debe al hecho de que la civilización española, en la época del descubrimiento y la conquista, fuera un civilización pobre y atrasada. Los españoles trajeron su lengua y sus costumbres, su religión y sus toros, pero se cuidaron de traer sus bibliotecas, su arte y sus sabios. Cuando optaron por hacerlo a finales del siglo xviii, ya era tarde: la emancipación se vino encima y surgieron nuevas dificultades. La Independencia se tomó cerca de un tercio del siglo xix y a continuación llegaron la inestabilidad, las dictaduras y las guerras civiles, contingencias que las modernas “constituciones semestrales” no lograron moderar sino hasta mediados del xix (y no en todos los países del continente). La cultura europea, sin cortapisas, no ha tenido entonces más de una holgada centuria para prodigarse en América. ¿Cuántos siglos de lucha –se interrogó Sanín– invirtieron los romanos en aclimatar y afianzar su cultura en España, África y las Galias?
14En este pequeño siglo los resultados no son, sin embargo, tan pobres como lo supone el señor Papini. Contra lo que él cree, Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal no dejaron huella filológica del nivel ofrecido por las Apuntaciones críticas del lenguaje bogotano o del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Cuervo. Y ante la menguada popularidad de María frente a Graziella, aclara: “¿Sabe el señor Papini que la novela de Isaacs es el libro de lengua española del cual se han hecho más ediciones en el siglo xix?”. También yerra el italiano al decir que la obra de Silva es ignorada en Europa. El prestigioso historiador de la literatura española Fitzmaurice-Kelly y la conocida Saturday Review of Literature de Nueva York ya lo habían traducido al inglés con lucidez y destreza. Si algunos intelectuales de renombre lo ignoraban era que de hecho rehusaban enterarse. Y en cuanto al reproche de que el continente no ha dado más iluminadas que Santa Rosa de Lima, Sanín le recuerda al crítico que él debería saber “que los santos no se hacen en América sino en el Vaticano”.
15Papini había montado sorna sobre las contribuciones de América a Occidente. En su escrito le había preguntado a sus lectores: “¿Ha sabido América restituir, al menos en parte, los tesoros que recibió de la civilización latina?”. Sanín no dudó en responder que esa supuesta deuda se había pagado con creces. España saqueó por siglos los tesoros americanos y de paso diezmó su población precolombina. ¿No era esto suficiente? Había sin duda algo más. Durante el siglo xix no menos de treinta millones de europeos migraron a América para gozar de unas condiciones de vida que no habían conocido en su patria. Y una cosa adicional que tiende a olvidarse. Sanín le recordó al florentino que en los siglos xvi y xvii Europa era una pocilga. En su entorno el baño era desconocido aun entre sus figuras más prominentes. Luis xiv apenas se bañó el cuerpo en su larga y rutilante existencia; Felipe ii murió de enfermedad provocada por dejadez en su higiene personal, y el obeso Alejandro vi infestaba las habitaciones papales con el hálito sebáceo de su pestilente humanidad. En los años de la conquista –narraron en su tiempo los cronistas– una porción considerable de indígenas murió a causa del vaho que emanaban las ropas de los representantes de la civilización europea. Eran los días en que “la incuria personal del conquistador trasmitía gérmenes infecciosos al indio desprevenido”. Para los nativos el baño era, por el contrario, asunto cotidiano y con su ejemplo legaron el hábito de la limpieza, la pulcritud y el aseo a los pueblos de la urbanidad y de las conductas refinadas.
16Nieto conoció el escrito de Sanín y al momento le escribió a Cayetano Betancur: “Leí la respuesta de Sanín Cano. Es de una penuria intelectual que espeluzna y aterra. ¡Pobre Colombia! ¿Sanín Cano es un maestro?”10. En el mismo tono y el mismo día le manifestó a Rafael Naranjo Villegas, el editor de Economía y cultura, impresor que había mostrado interés en sacar un pequeño volumen con las reacciones de los intelectuales colombianos al artículo del italiano:
¿Continúa usted pensando en la conveniencia de publicar una colección breve de estudios sobre la cultura americana, a propósito del artículo tan manoseado de Papini? Yo ya escribí [el mío]. Se lo remitiré inmediatamente, apenas usted me diga que continúa acariciando ese proyecto y que éste se realizará pronto. Leí el artículo de Sanín Cano contra Papini, publicado también en la Revista de América. Es de una pobreza intelectual que sorprende, o más exactamente, no me sorprende, porque los llamados maestros en Colombia son todos ellos unos pobres diablos. ¿No estamos de acuerdo?11
17Naranjo Villegas no contestó, ¡no estaba de acuerdo! Ante el silencio, Nieto envió el texto a la revista de la Universidad Nacional dirigida por su amigo Gerardo Molina, rector de la institución. La proyectada compilación de Naranjo Villegas nunca apareció. Cuando Molina recibió el texto le respondió con deferencia: “me gustó mucho tu producción, sobre todo en su última parte, que demuestra la capacidad de América para crear ciencia”12.
18La réplica de Nieto era confusa y torpe cuando se la contrasta con la respuesta oportuna, irónica y elegante de Sanín. Quien transita por el texto del esforzado Nieto no está seguro de si quería mostrar el carácter del latinoamericano, su manera de ser y de pensar, o el fondo histórico-social que originaba la pobreza cultural del continente americano de habla española. Quizá las dos cosas en una prosa ruda y apurada donde se sacrificaba la exposición orgánica y la argumentación metódica.
EL CAFÉ EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA
19Terminada la querella con Papini, Nieto volvió sobre el asunto del café. El libro estaba destinado a la colección “Tierra Firme” del Fondo de Cultura Económica. Debía ser un texto de lectura fluida, parco en citas y en cuadros estadísticos, destinado al lector corriente sin descuidar la sobriedad de la exposición y la seriedad de los esfuerzos interpretativos. En diciembre de 1947 le escribió a Cosío Villegas: “La obra sobre el café y la sociedad colombiana la terminaré a mediados de febrero. Usted la recibirá a finales del mismo mes”13.
20Con este compromiso llegó 1948 y Nieto se inclinó sobre la máquina de escribir para cumplir con la obligación que se había transformado en cuestión de honor. Organizó las secciones, pidió datos a sus amigos de Bogotá y emprendió la excitante y angustiosa tarea de redacción. “Será una obra sociológica, no económica –le comentó a Arturo Gómez Jaramillo de la Federación Nacional de Cafeteros-. Figuran en ella algunos datos estadísticos, los necesarios para fundamentar las conclusiones que sustentaré. El propósito es hacer girar la vida toda de Colombia en torno al café. No sé si tendré éxito en llevar al ánimo del lector la convicción de que las conclusiones son objetivas”14.
21Abandonó el Hotel Paysandú y, junto a su esposa e hijo, tomó un apartamento en el afamado barrio de Copacabana sobre la calle Aires de Saldaña próximo a la playa. “He podido verificar –le manifestó a un amigo– que a esta distancia de Colombia las consideraciones que el tema me suscita son como más nítidas, claras, objetivas. Al parecer, el espacio es una buena perspectiva para comprender los hechos de la patria lejana, pero espiritualmente muy próxima”15. Trabajó sin descanso, y el 20 de enero tenía, en medio del agotador verano carioca, treinta páginas y se acercaba al capítulo vi, “Las dos Colombias”, que consideraba clave en su razonamiento. Tres semanas después superaba el capítulo y entraba airoso en los demás. Estaba entusiasmado con la obra y pensaba que sería un complemento necesario de Economía y cultura, donde el café apenas se mencionaba. Le resumió el manuscrito a un colega de la Cancillería:
En la obra sobre el café y la sociedad colombiana habrá un capítulo titulado “Las dos Colombias”. En él quiero describir cómo el café ha ocasionado una gran diferencia o desigualdad en el desarrollo económico de Antioquia, Caldas, Valle del Cauca comparado con el del resto de la nación. Los datos de la producción industrial en esos tres departamentos, así como también los del valor de la producción del café, ya remitidos, como le dijeron a usted en la Federación Nacional de Cafeteros, son de inmenso valor para mostrar esa diferencia. En ese mismo capítulo hablaré, en consecuencia, del llamado “movimiento descentralista”. Diré que el café ha unido, al través de la distinción (lo dialéctico), a la nación colombiana, creando la economía nacional. En el capítulo quinto titulado “Humanistas, poetas, y empresarios”, aludo al general Pedro Nel Ospina. Digo así: “Corresponde a un antioqueño, a un hombre que venía del café, el general Pedro Nel Ospina, iniciar la nueva época. No es un intelectual. Afortunadamente no fue un intelectual. Los antioqueños son realistas, lúcidos, claros. Tienen una particular intuición para los problemas económicos (¿un remoto semitismo?). En Antioquia la economía se ha desarrollado con naturalidad y espontaneidad. Es una realidad que ha suscitado en los habitantes de ese departamento una tendencia al contacto permanente y ateorético con la realidad”. En ese mismo capítulo he escrito lo siguiente: “Es una época radicalmente nueva. El café exige que los colombianos estén en permanente vinculación con los problemas de la economía nacional. Es la tiranía de los hechos económicos. La vida tiene ahora un estilo distinto, presenta unos modos diversos. El café ha modificado al hombre colombiano”16.
22Avanzaba el mes de febrero y todavía no finalizaba. Le escribió a Cosío Villegas que hacia el 10 de marzo recibiría los originales. Los últimos capítulos se habían demorado en espera de estadísticas solicitadas en las lejanas y algo demoradas oficinas de Bogotá17. Pero diez días después le manifestó con regocijo:
Fiel a lo prometido le remito los originales de la obra “El café y la sociedad colombiana”. Cuando usted tenga ocasión de leerla verá que resultó un breve tratado elemental de sociología colombiana... Procuré ajustarme a los términos del contrato. No hay un recargo de citas ni de estadísticas. Es un ensayo ligero. Lo escribí pensando más en el lector americano que en el colombiano. Si mal no recuerdo [el documento lo dejé en Bogotá] en el texto del contrato se estipulaban los márgenes que debían tener las páginas de los originales a máquina y el número de las mismas. No sé si las 55 páginas que tiene el ensayo a máquina [alcancen la] extensión adecuada en relación al formato habitual de las obras de la colección Tierra Firme18.
23La respuesta no se hizo esperar. Cosío Villegas lamentó que Nieto no tuviera a mano el contrato, donde se estipulaba con claridad que la extensión mínima era de 150 páginas y la máxima de 300. Las hojas enviadas apenas superaban el folleto. “Lo que usted nos ha enviado sólo es la tercera parte de lo que necesitamos”. Con ellas no se podía hacer un libro para Tierra Firme19. Nieto contestó que estaba en condiciones de aumentar las páginas, pero el director del Fondo, siempre ocupado, lo dejó a su elección. Presentía que el libro se demoraba y que en su actual estado difícilmente llegaría a buen término. Nieto pareció entenderlo y pronto archivó sus folios y no volvió a hablar del asunto. Meses después, sin embargo, recibió una autorizada y entusiasta carta del economista Víctor Urquidi, estrecho colaborador del Fondo, y ahora funcionario del Banco Mundial en Washington, donde lo alentaba a continuar con la investigación:
En cuanto a su precioso ensayo sobre el café, se me ocurren algunos temas que quizá podría usted hacer figurar en capítulo aparte, o bien ampliar en donde están, si es que piensa alargar el estudio para darle la magnitud de una de las obras de Tierra Firme. Los temas son los siguientes: 1) el café en la depresión de 1929-1933 y consecuencias de ésta; 2) el café y la técnica agrícola; 3) el café y las organizaciones obreras o el movimiento sindical; 4) el café y la Flota Mercante Grancolombiana, y 5 ) el café y las finanzas públicas. Me doy cuenta de que en muchos casos sería un poco de repetición, pero valdría la pena tal vez concentrar en un solo capítulo o sección algo de lo que se dice en diversas partes. En cualquier forma, no tengo sino admiración por lo que me parece ser un estupendo estudio sociológico, además magníficamente escrito20.
24Nieto agradeció las sugerencias, bastante ricas por cierto, pero ahora su mente estaba en otra parte. Un nuevo interés embargaba su corazón y a él se entregó de lleno durante los convulsionados días que siguieron al asesinato de su abominado Jorge Eliécer Gaitán. “No le había contestado –le manifestó a Urquidi– porque me había dedicado a escribir con febril entusiasmo e ingenua alegría una obra orgánica de filosofía que se llamará ‘Lógica y ontología’. Ya tengo 110 páginas a máquina. Creo que la filosofía me ganará definitivamente para su causa, pero [también sé que] no podré abandonar totalmente la objetiva, seca y dura ciencia económica”21.
25El estudio sobre el café se conoció una década después de su apurada redacción en los calores de Río de Janeiro. Gerardo Molina lo rescató de los papeles póstumos de su amigo y lo llevó a la imprenta en 1958 en un amable folleto de 98 páginas auspiciado por la efímera colección Breviarios de Orientación Colombiana22. Dos años después, el severo Luis Ospina Vásquez, poco dado al elogio, lo llamó “opúsculo de mucho arte y sabor”, y el marxista-leninista Jaime Cuéllar, más conocido como Anteo Quimbaya, uno de sus primeros críticos, lo calificó de “jugoso ensayo”23. Rápidamente el folleto se ganó el favor del público y sus páginas se convirtieron en lectura obligada en los cursos universitarios de ciencias sociales. Profesores y estudiantes de historia de Colombia y de problemas agrarios se apropiaron de su marco de referencia para emprender investigaciones sobre el desarrollo. Sería uno de los textos de Nieto más editados y citados y, junto a Economía y cultura en la historia de Colombia, la obra que lo llevaría a ocupar un puesto de liderazgo en la ciencia social nacional. Años después apareció, inclusive, un fascículo de carácter divulgativo a cargo del periodista Rafael Duque Naranjo –de amplio uso entre docentes y alumnos de pregrado y de la enseñanza media–, que resumía, explicaba y actualizaba sus datos24. En pocas palabras, lo negado en una época se traducía en exaltación y fogosidad en la siguiente.
26El café en la sociedad colombiana es un ensayo sociológico de inspiración monográfica. Consta de nueve capítulos que se ocupan de asuntos económicos, sociales, culturales y políticos. Los tres primeros, los de mayor fuerza analítica, ofrecen el marco de referencia del estudio, pero a medida que llegan los otros el texto pierde su norte y el autor se entrega a la especulación sin freno. En ellos se opacan el historiador y el sociólogo y surge el periodista y el crítico social valorativamente orientado. En las últimas páginas brotan los temas en forma inesperada y el ensayo empieza a deshacerse ante los ojos del lector. El argumento central desaparece y las frases vacías y categóricas, las posturas impresionistas y la libre asociación terminan por gobernar el opúsculo25.
27El enfoque y los problemas de El café eran una prolongación de las discusiones de Economía y cultura. Temas desvanecidos en sus páginas como el papel de los antioqueños en el desarrollo nacional26, colmaban ahora el escenario para explicar el nacimiento de la Colombia moderna. En la esfera teórica, el dominio de las fuerzas económicas sobre las “superestructuras”, tan pronunciadas en Economía y cultura, ceden terreno ante la acción de otros impulsos. Si bien el objetivo era mostrar que el café, una realidad económica, había suscitado profundas transformaciones hasta moldear la imagen de la nueva Colombia, las tradiciones, las creencias y la acción política jugaban un papel moderado pero no por ello menos significativo.
28El ensayo se inicia con una meditación acerca de las condiciones internas y externas de la expansión del grano en el país. Las internas se refieren a las características físicas de la nación y las externas a las circunstancias del mercado mundial. Haciendo suya la generalización de Luis López de Mesa, “Colombia, una civilización de vertiente”27, muestra que la población, después de un inicial asentamiento en las tierras altas y de clima frío, se fue desplazando paulatinamente hacia las faldas de las cordilleras oriental, central y occidental. En ellas encontró un medio adecuado para la explotación del café, infusión de gran recepción en el mercado internacional a fines del siglo xix y principios del xx. Esta colonización dio lugar a la fundación de pueblos y ciudades intermedias con vivencias no experimentadas en el pasado. En pocos años sus habitantes se familiarizaron con la administración municipal, los servicios públicos y la agitación política. A todo esto se sumaron las escuelas y colegios, las calles y avenidas asfaltadas, los transportes, el comercio, la banca, los clubes y el consumo de productos provenientes de la capital y del extranjero ofrecidos por almacenes asentados en las calzadas y arterias centrales de los pueblos. En las vertientes de los departamentos de Antioquia y Caldas, las más propicias para el cultivo del arbusto, se fundaron Salamina, Aguadas y Pácora; en el Tolima, Fresno y el Líbano y, junto a estas poblaciones, los antiguos asentamientos de Armenia, Pereira y Manizales crecieron con celeridad hasta hacerse ciudades y dejar atrás, en una generación, la monotonía de los antiguos y todavía frescos vecindarios españoles.
29La expansión del café superó la producción local cerrada y autárquica del mundo colonial, que se había prolongado hasta bien entrado el siglo xix. La Colonia era una economía de archipiélago, dispersa, sin vínculos con el conjunto de la Nueva Granada. Las vías de comunicación eran precarias y los pueblos y aldeas vegetaban alejadas del trabajo y la riqueza de las demás regiones. Eran los días en los que se desperdiciaba la cosecha de trigo en el interior de la República y se lo demandaba con urgencia en el litoral Atlántico. El tabaco, la quina y el añil constituyeron el primer esfuerzo por crear una dinámica nacional, pero sólo comprometieron a zonas muy reducidas del país y no sobrevivieron por mucho tiempo. El tabaco se localizó en la Costa, en el Valle del Cauca y en Ambalema sobre el río Magdalena, y la quina y el añil, de carácter extractivo, se esfumaron con la misma prontitud con la que se había anunciado su aurora. Con el café ocurrió algo diferente. Nunca desapareció ni retrocedió; siempre estuvo en franca expansión. En las vertientes halló su hábitat natural y en la población que las habitaba la mano de obra que requería su explotación. Era un producto para el consumo nacional y para el comercio internacional y, al afirmarse, florecieron los caminos, los ferrocarriles, las carreteras, los fondeaderos sobre los ríos y los puertos marítimos sobre el Atlántico y el Pacífico.
30Detrás de todo esto vino la formación y expansión del mercado interno. La producción del interior se relacionó con la producción de la Costa, y la tierra fría intercambió sus mercancías con las de los climas cálidos y templados. El cultivo del café amplió, además, la capacidad de consumo y, tras ello, la industria y la actividad urbana. Aumentó el número de las heredades y se democratizó la propiedad. El colono que llegaba a las deshabitadas tierras de las vertientes y descuajaba la selva con su familia, legitimaba la alquería recién abierta mediante el trabajo y la ocupación. Esto produjo una clase media rural de pequeños propietarios con ideologías de afirmación e independencia personales ajenas a la mentalidad feudal. Mientras que en otros países de América Latina “fue necesario eliminar el feudalismo mediante reformas agrarias leves o fundamentales”, en Colombia no hubo necesidad de emprender transformaciones radicales del agro. El café estimuló estos cambios de manera natural y sin mayores traumatismos.
31La exportación del café fomentó las importaciones, acrecentó la industria y multiplicó el comercio de mercancías de las fábricas recién fundadas. En el mundo rural extendió el trabajo y la cultura del salario en hombres y mujeres dedicados al cuidado de la cosecha, a la recolección del grano y a su laborioso procesamiento en las trilladoras. Aceleró, igualmente, el número de trabajadores encargados de conducir, almacenar, cargar y descargar la producción por la estrujada geografía nacional hasta su destino final.
32Una vez registrados los anteriores proceso de gran alcance, Nieto enseñó sus consecuencias en las esferas de la política y de la cultura. Lo hizo estableciendo correlaciones no siempre persuasivas y algunas de ellas francamente espúreas. Afirmó que los cafetales trajeron la estabilidad política y económica. Antes de su irrupción todo era experimentación, precariedad y contingencia. Las esperanzas depositadas en los frágiles y huidizos productos del comercio internacional del siglo xix –el tabaco, la quina y el añil– se desvanecieron a los pocos años y la pobreza nutrió las conductas movedizas, la inquietud y el desorden. Las guerras civiles –apuntó– brotaron en las regiones más pobres. La penuria produjo la anarquía política y el huracán desatado en las provincias paupérrimas destruyó las pocas “islas de fecunda actividad económica que había en la nación”.
33Pero llegó el café y con él la mayoría de edad. La seriedad y la firmeza manejaron los asuntos económicos. El grano acompañó el amanecer del siglo xx y liquidó la confusión, el desorden y las contiendas armadas de los años anteriores. Trajo la paz, la seguridad y la riqueza. Al asentarse en las regiones de mayor densidad demográfica, la vertiente andina, llevó el progreso a todo el país. A diferencia del pasado, no fue un fenómeno de zonas aisladas rodeadas de provincias pobres e inestables. Su fundamento social, la clase media rural, exigió orden para el desarrollo pacífico de sus actividades y subrayó las funciones ancestrales del Estado: seguridad y protección. Era la estabilidad económica suscitando la solidez política.
34Nieto subrayó el papel de los sectores medios y los contrastó con la estratificación social del período colonial y del siglo xix. Eran lo opuesto al viejo latifundista descendiente de familias que en su momento se habían adjudicado orígenes aristocráticos. Para éstos “la sangre y no el dinero era el valor fundamental para la vida social”. Sus antepasados vivieron del trabajo indígena y de la explotación de los esclavos traídos del África. Eran ausentistas, de vida ociosa y contemplativa muy dados a denigrar del trabajo manual. “Un grupo social reaccionario afiliado al partido conservador”, incapaz de explotar racionalmente sus haciendas. Pero el café, vinculado a la pequeña propiedad adquirida mediante el cultivo directo de la tierra, rompió con esta estructura y creó “el propietario territorial liberal”. Sus miembros afirmaron el trabajo independiente, creador y fecundo. Con tesón promovieron la tolerancia y la creación de movimientos políticos, como el Republicanismo de Carlos E. Restrepo, dirigidos a borrar las divergencias que dilapidaban la riqueza de la nación. Muy dado a la conclusión apresurada, declaró:
De la infancia a la edad madura, del desorden a la estabilidad, de la anárquica subjetividad a la mesurada y fría objetividad, hé ahí las transformaciones históricas que el café produce en Colombia. Los pequeños productores, los propietarios que han cultivado ellos mismos la tierra, han triunfado. La paz y la tranquilidad reinan en Colombia28
35Era el año de 1948 y no se daba cuenta de la violencia rural que azotaba el país y que se aceleraría aún más con la llegada de Laureano Gómez al poder en 1950, de la cual el mismo Nieto sería víctima. Un analista extranjero señaló:
Como si se tratara de una maldición, una violencia aterradora arrasó el país. Las libertades civiles murieron y los partidos de oposición fueron silenciados: bandas de campesinos libraron batallas campales con el ejército y la policía; refugiados aterrorizados invadieron por miles las ciudades despoblando el campo [y] las cárceles se llenaron de presos políticos29.
36El eufemismo era aun más engorroso cuando se sabe que conocía los hechos por informes directos de sus amigos de Bogotá. El jurista Vicente Laverde Aponte, alumno de Nieto y futuro Ministro de Justicia, le envió a principios de 1948 una conmovedora descripción de la situación del país:
En nuestro “bello país colombiano” las cosas andan terriblemente mal. Los godos están matando gente en Santander que da miedo. Hay más de trescientos exiliados políticos en Venezuela. La región cercana a la frontera fue tomada por los azules a sangre y fuego, tal como lo prometió [José Antonio] Montalvo en el Senado. Incendiaron, robaron, saquearon, violaron, etc. etc. Hace dos días empezó el baile en Santander del Sur y ya lleva varios meses en Bolívar, donde el gobernador [José Gabriel] de La Vega, siempre borracho, recorre los pueblos haciendo campaña conservadora. Su comitiva la componen varios camiones llenos de manzanillos y de aguardiente. A Boyacá no hay para qué mencionarlo. A principios de diciembre hice un viaje a Soatá en una diligencia judicial y tuve ocasión de ver lo que es el miedo reflejado en las caras de las gentes. El tono de voz, el gesto, la mirada, indican el estado de terror. Entonces me di cuenta de lo que debió ser la persecución fascista en Alemania. Le juro, profesor, que la literatura de Malraux, Silone, Anna Seghers y demás escritores apenas puede dar idea de lo que están sufriendo los pobres boyacenses bajo el gobierno de Unión Nacional. Los campos están vacíos. Se han formado sociedades de especuladores para comprar tierras a menos precio. Las comunicaciones [son] controladas extralegalmente. La policía integrada por bandoleros. Hay asesinos sueltos condenados a 24 años escapados de los panópticos y contra quienes existen órdenes de captura, que se pavonean por las calles de los pueblos y toman cerveza y ron en todas las plazas junto con las autoridades. Todas las noches se abalean casas, se encarcela arbitrariamente y se asesina. Todo fomentado por el gobernador [José María] Villareal30.
37Cuando Nieto cerró el manuscrito, registró en la última página la fecha de finalización: Río de Janeiro, marzo 6 de 1948. Treinta y cuatro días después, el 9 de abril, el centro de Bogotá ardía en llamas. ¡Mataron a Gaitán! Un joven de 26 años descargó su revólver sobre la humanidad del líder popular del liberalismo y seguro presidente de la República para el período 1950-1954. Muchedumbres enfurecidas se tomaron las calles de la ciudad, saquearon almacenes e incendiaron casas, edificios, iglesias y tranvías. Era la manifestación citadina de lo que después se conoció como la violencia, los prolongados conflictos urbanos y rurales que el auge del café no lograron apaciguar31 .
38Pero aquí no terminaban las enseñanzas del ensayo de Nieto. A su juicio, la expansión del grano alentó el ascenso político de las regiones productoras. El occidente colombiano, tan relegado en el siglo xix, adquirió presencia en los asuntos del Estado. Se hizo clara la influencia de presidentes, ministros, banqueros, industriales y financistas provenientes de Antioquia, Caldas, Tolima y el Valle del Cauca. Eran los días en que se decía que no había más Ministro de Hacienda que el precio del café y que un congreso de cafeteros tenía más influencia que el Congreso de la República32. Igual sucedió con la cultura intelectual. En la época anterior al apogeo del café la ilustración colombiana era “una cultura humanista y abstracta”. Dominaban la philosophia perennis y “los suaves humanistas” entregados a la literatura del Siglo de Oro, a la filología y al estudio del latín y del griego. La realidad circundante no interesaba a sus representantes. Todo les parecía mansedumbre y sosiego: hábitos sencillos, devoción religiosa, regocijo dominical. La explosión cafetera dejó atrás todo esto. Con ella surgieron la sociología (la ciencia de la crisis y del cambio social), la ciencia económica y las instituciones encargadas de fortalecer la racionalización de la economía y del Estado. Promovió la creación de la Federación Nacional de Cafeteros, la fundación del Banco Central para el control de la masa monetaria, el establecimiento de la Superintendencia Bancaria para la regulación del capital financiero y el trazo de un sistema nacional de carreteras para el desarrollo del comercio. Nieto remató con premura: “El juego infantil del siglo xix había cesado. Se inicia la decadencia de lo clásico y se abandonan las inútiles y estorbosas discusiones políticas de contenido ideológico”.
39Detrás de todo esto estaba el antioqueño, un nuevo tipo de hombre en permanente vinculación con los problemas del país. A diferencia del habitante de las demás provincias, los antioqueños eran “realistas, lúcidos y claros”. Tenían un interés particular por los problemas económicos que anunciaba, como lo había manifestado en la carta a Pedro Rueda Martínez, un remota huella semítica. Este arquetipo estaba representado por hombres como Esteban Jaramillo (1874-1947), portador de una amplia y universal cultura, de una fina e inmediata comprensión de la economía y de una personalidad afincada en la serenidad, objetividad, sobriedad y tenacidad en las decisiones. Pero sobre todo en figuras como el presidente Pedro Nel Ospina (18581927), iniciador de una nueva época, “que concebía a Colombia como una gran fábrica en la cual el proceso de creación de mercancías y de riqueza debía ser continuo”. Ospina era gerente, empresario, hombre dinámico e impetuoso que, “afortunadamente, no fue un intelectual”33.
40Si bien el desarrollo del café comprometió al conjunto de la nación, el grano asentó sus reales en el occidente colombiano. La geografía le fue propicia y su población estaba lista a experimentar un producto que anunciaba el éxito comercial. Los solos departamentos de Antioquia, Caldas y Valle del Cauca producían el 70% del grano. Esto planteó de nuevo la existencia de dos Colombias, aunque no las mismas que tutelaron la economía del pasado. En Economía y cultura había mostrado que desde finales de la Colonia hasta mediados del siglo xix se podían distinguir dos economías y dos sociedades: la del oriente y la de la región central34. Ahora volvía sobre estas diferencias. El oriente, el actual territorio de los Santanderes, con una economía agrícola de pequeños campesinos y una industria textil manufacturera en discretas concentraciones urbanas, transformaba el algodón producido en la misma región y lo vendía en el mercado local. No estaba orientado al exterior. La región central, Boyacá y Cundinamarca, descansaba en el latifundio y en la explotación indígena. Allí “los campesinos son pobres y harapientos. Eran los antiguos chibchas transformados en una suerte de siervos de la gleba”35. En aquellos años el occidente no tenía mayor presencia. Caldas estaba conformado por montañas y selvas inhóspitas y Antioquia apenas abría sus minas con la ayuda de mano de obra esclava junto a una economía agrícola para el consumo familiar. El café trastornó este escenario y creó dos nuevos países: un occidente dinámico de “auténtica economía capitalista” y un oriente estancado que todavía no se liberaba del latifundio y de las prácticas coloniales. “El gran río Magdalena es la línea divisoria de esas dos Colombias”. El café las unía, pero no alcanzaba a superar las diferencias enraizadas en el pasado. “Es el dualismo fundamental de la economía colombiana” que volvía a manifestarse y se resistía a morir.
41Este dualismo suscitó un movimiento de autonomía administrativa en la élite cafetera, industrial y comercial, conocido con el mote de “descentralismo”. Sus finalidades eran confusas, pero no por ello menos sentidas. Si el occidente producía mayor riqueza también pedía que sus impuestos, administrados por la nación, se vieran reflejados en una ampliación de las obras públicas de la región, en una mejora de sus vías de comunicación y en mayores cuotas de importación para el desarrollo de sus industrias. Esto dio lugar a una conciencia de la sociedad frente al Estado. Se fortaleció la sociedad civil, los ciudadanos y sus organizaciones trabajando por fuera de las estructuras gubernamentales para la consecución de sus fines. “La sociedad civil –señaló con aire desenvuelto Hermann Heller– no es otra cosa que la vida del ciudadano que no está sometida a ningún poder eclesiástico o estatal”36. Nieto no usó el concepto de sociedad civil, pero apuntó a sus manifestaciones tal como fueron sugeridas por Hegel y Marx: los individuos actuando por fuera del Estado en pos de sus intereses. A su juicio, en el pasado la creación de riqueza giró alrededor del gobierno central. No había iniciativa particular; el Estado era una entidad paternal, caritativa, indulgente, que todo lo quería dirigir y amparar. Las empresas de mayores consecuencias económicas provenían de su empuje y aliento, una herencia colonial que perduró a lo largo del siglo xix. El Estado era, además, el gran dispensador de empleos proveniente de la repartición de puestos por las adhesiones políticas con el partido de gobierno. Esto impidió la creación de un cuadro administrativo moderno con funcionarios especializados para el cabal desempeño de las tareas del organismo rector de la sociedad. Era una administración de diletantes. “No hay burocracia –señaló–, tan sólo hay empleomanía. Los funcionarios del Estado carecen de ese peculiar sentido de la racionalidad y de la objetividad que ha de distinguir a la burocracia”37. Eran los años en que la sociedad se identificaba con el Estado; una y otro eran lo mismo. A juicio de Nieto, el café pulverizó este asfixiante monopolio. El grano nació de condiciones internas y externas muy precisas que nada o poco tuvieron que ver con iniciativas estatales. “Es una realidad nueva: unas labores eminentemente productivas de riqueza que no están subordinadas al Estado, ni han tenido que ser expresamente propiciadas por él... Es una afirmación de la sociedad ante el Estado”38.
42Con el café surgen, además, nuevas clases sociales. Mientras que en el pasado predominaban los amos y los esclavos, los jornaleros y los propietarios de la tierra, los funcionarios públicos, los comerciantes al por menor y los maestros y aprendices característicos de los talleres artesanales del oriente del país, en la Colombia moderna, la de aroma de café, florecen nuevas clases y con ellas una nueva sociedad. Después de haber ampliado el mercado interno para la futura producción industrial, “suscita la formación de una economía capitalista” y con ella surgen la burguesía y el proletariado, los grandes exportadores y el comerciante al por mayor.
43Y aquí Nieto volvió sobre la cultura intelectual. Si “el ser social determina el pensar social”, la filosofía, las artes y las ciencias sociales también debieron cambiar para dar cuenta de las nuevas realidades. En forma nada fácil de entender por el lector contemporáneo, escribe que “siendo el café la autonomía de la sociedad ante el Estado y habiendo ocasionado fundamentales transformaciones históricas, está vinculado a la ampliación y el perfeccionamiento de la sociología colombiana”. Y agregó: “Sin el café la sociología colombiana no se habría perfeccionado, no habría podido estudiar las condiciones internas del desarrollo del capitalismo en Colombia”39. ¿Quiere decir esto que la sociología del siglo xix –la de Salvador Camacho Roldán, Rafael Núñez y de los hermanos José María y Miguel Samper–, era imperfecta por haber centrado su atención en una sociedad agraria y atrasada?40.
44Pero si esto ocurría con la sociología, las artes y las humanidades no escapaban al impacto del café. Sus resultados no produjeron tan sólo empresarios, industriales y grandes comerciantes. También dieron notables eruditos “de universales conocimientos” como Luis López de Mesa y filósofos “egregios” como Cayetano Betancur. A ellos se suman los “insignes” pintores y los escritores costumbristas de la dinámica Antioquia de población vertida al exterior. Los habitantes de esta región han superado el ensimismamiento, la quietud y la contemplación. Allí “la costumbre es lo externo y la pintura es siempre pintura de lo concreto y de lo individual”, afirma sin cortapisas para explicar el avance y la solidez de los artistas y escritores de Antioquia41 . Pero de nuevo, si esto era así, ¿cómo explicar el florecimiento del costumbrismo animado por el periódico El Mosaico en la “atrasada” Bogotá de la segunda mitad del siglo xix?, ¿en Antioquia la novela costumbrista expresaba impetuosas conductas “hacia afuera” y en la Colombia central los célebres relatos de costumbres anunciaban calmosos y sosegados comportamientos “hacia adentro”?
45En su afán por explicar los logros y bondades de las regiones cafeteras, Nieto se abandona con frecuencia a las explicaciones deus ex machina, aquéllas del desenlace próspero y venturoso de los procesos sociales y culturales sin atender a su verosimilitud. Cuando se ve en la necesidad de explicar la elevada natalidad de las regiones cafeteras, afirma que sus familias tienen numerosos hijos porque son “muy eficaces en la labor de extender el cultivo del café y de esperar que los primeros frutos maduren en el árbol”42. Lo mismo sucede cuando describe los rasgos de la población que todavía no se ha acomodado al pujante modo de vida de las regiones cafeteras. En el departamento del Tolima –dice– todavía existe el hombre “de la yuca, el maíz y el algodón”. Son individuos tranquilos, levemente apáticos, mestizos o mulatos, rasgos que contrastan con el carácter emprendedor, airoso y de raza blanca de sus paisanos dedicados al café. También se descubre en el Tolima al hombre del trigo, siempre “triste, callado, solitario, que produce para el mercado interno43. Es claro que el lector, guiado por Nieto, viaja aquí por los ingeniosos terrenos de la literatura lejos del control empírico y analítico de las ciencias sociales.
46Al final del ensayo dedicó un capítulo, “Nueva vida nuevos hombres”, a compendiar las innovaciones del café. En sus páginas emprendió una tipología del hombre colombiano de fondo sociológico con elementos psicológicos derivados de la teoría de los valores de la antropología filosófica. Era una aspiración que venía de años atrás cuando se había acercado a El burgués de Sombart y a la La formación de la conciencia burguesa en Francia de Groethuysen. Siguiendo el ejemplo de estos autores, y las enseñanzas de la filosofía de la cultura y de la vida, aprovechó el estudio del café para ofrecer una primera aproximación a las variaciones experienciales de los colombianos. “Esa historicidad de la vida –había escrito en la discordia con Papini– permite describir y comprender los diversos tipos de hombre que han existido en la historia [esto es], las varias vidas que se han realizado”44.
47A su juicio, el café impuso un hombre distinto y tras él una nueva vida que exaltaba el trabajo, la ganancia y la inversión; la audacia, la novedad y el riesgo. Ahora lo económico y la noción de utilidad gobiernan la existencia de los moradores de pueblos y ciudades. El nuevo hombre es dinámico, no conoce el reposo; rechaza la desidia y condena la indolencia, el ocio y la pereza. Realza los negocios, la producción y el comercio; hace que su labor cotidiana sea fecunda y creadora. De las tareas puramente agrícolas pasa a las comerciales y de una combinación de ambas a las industriales. Antioquia es la expresión más acabada de esta renovación de los valores. “Los antioqueños son decisionistas, lúcidos, realistas, emprendedores”. Superan la provincia, la insularidad y la vida sosegada del terruño. Miran hacia afuera, no están de espaldas al mundo45. (Ver la tabla “El hombre colombiano antes y después del café”).
48Este hombre expresa el surgimiento de un nuevo tipo de sociedad. Atrás ha quedado el mundo rural, cerrado, aislado, de vida comunitaria en parroquias de escaso comercio con sus vecinos. Es la vida sencilla, simple, contemplativa, de uso restringido del dinero, heredada de la Colonia y fundada en la explotación rural para el consumo local. Estos énfasis dan lugar a dos universos contrapuestos que Nieto describe con nociones marxistas ayudadas de algunos conceptos tomados de la sociología alemana. Es la sociedad “feudal”, precapitalista, agraria y premoderna versus la sociedad capitalista, industrial, urbana de amplio comercio nacional e internacional.
EL HOMBRE COLOMBIANO ANTES Y DESPUÉS DEL CAFÉ

49Son dos naturalezas encontradas, dos modos de apreciar y de experimentar la vida. Dos climas sociales opuestos: el de la tradición y el de la modernidad; el de los comportamientos repetitivos y el de las novedosas conductas racionales; el de la economía natural y el de la economía monetaria; el de l’ancien régime estacionario y altamente estratificado y el de la “revolución cafetera” igualitaria, abierta, resuelta y progresiva. Es el amable universo espiritual de la “comunidad” confrontado con el clima indiferente y práctico de la “sociedad”. Por aquellos días Nieto manifestó interés en la versión castellana de “la muy conocida y ya clásica obra de Ferdinand Tönnies, Comunidad y sociedad”46. No sabemos con cuanto esmero se adentró a sus capítulos y al complejo examen de su argumentación central. Pudo inclusive haberse servido de la presentación condensada de Freyer que aparece en La sociología, ciencia de la realidad o en su amable Introducción a la sociología47. Se sabe sin embargo que leyó los Principios de sociología, donde el propio Tönnies, consciente de la importancia de su tipología, resumió y contrastó en un lenguaje llano los elementos típico-ideales de las relaciones comunitarias y de las societarias. Las primeras aluden a los vínculos de intimidad, solidaridad, compañerismo y devoción a la amistad, característica de las aldeas, de los vecindarios estables y de los grupos pequeños. Las segundas apuntan al egoísmo, a la competencia, a la ganancia ilimitada de los medios urbanos y comerciales de gran tamaño, donde la gente interactúa y se conoce, esporádicamente, para ofrecer o solicitar un servicio. Esta última es un “amistad” instrumental que se apoya en el reconocimiento recíproco de que alguien es útil y necesario para otro. Su expresión jurídica más clara y dominante en nuestros días es –según Tönnies– la institución del contrato, “el vínculo propio que mantiene unidos a los disgregados miembros de la sociedad burguesa”48.
50Este era el retrato del país dejado por Nieto en su inteligente opúsculo franqueado por sutilezas discursivas. El café en la sociedad colombiana es un estudio impresionista, rico en ideas, sugerencias e hipótesis. Abrió el tema del café y tras él promovió un campo fructífero de investigación. Ligero e inorgánico en numerosos pasajes –impreciso en los detalles, sugestivo en el conjunto–, sus capítulos brindan jugosas intuiciones empíricas y analíticas. Falto de verdad en sus apresuradas generalizaciones, dejó a los futuros observadores un marco de referencia para el examen de las consecuencias del grano en el conjunto de la sociedad colombiana. Como lo señaló en su momento el perceptivo David Bushnell, sus trabajos son provocativos, pero sólo constituyen “un punto de partida para la investigación definitiva”49. Su postulado central, Colombia no fue la misma después del café, se ha convertido en un locus classicus y continúa siendo una verdad aceptada por los estudiosos más finos del período. Es la idea que recorre el libro clásico de Marco Palacios, El café en Colombia, y que registran los manuales de historia de Colombia más perceptivos. Cuando llegó el café al occidente colombiano hubo “una transformación social”, apuntó Bushnell en su popular “Colombia a pesar de sí misma”50. El café amplió y diversificó la base productiva de la nación y “fue considerado el motor de la modernización económica del país”, señalaron Palacios y Safford en su celebrada “Colombia dividida y fragmentada”51. Una vez más Nieto dejaba un interrogante de larga duración para la historiografía nacional muy semejante al que había planteado en Economía y cultura para el siglo xix con el ”significado histórico de 1850“. En aquella ocasión señaló el medio siglo como un momento de grandes rupturas, “una revolución social”, caracterizado por la substitución de un modo de producción colonial, agrario y atrasado por un modo de producción dinámico de condición comercial y manufacturero. Eran los años florecientes del tabaco, de la abolición de la esclavitud, de la caída de los monopolios, de la supresión de los estancos coloniales, de la liquidación de los resguardos indígenas y de la liberación del comercio exterior52. Con El café ofrecía de nuevo una seductora perspectiva para explicar las mudanzas de la Colombia del siglo xx, perspectiva que sería continuada con mayor rigor teórico y empírico por la siguiente generación de analistas sociales.
LÓGICA Y ONTOLOGÌA
51Concluidos los ahogos de la jornada cafetera, Nieto dejó a un lado sus intereses historiográficos y se entregó de lleno a los problemas filosóficos. Cuando redactaba las presurosas páginas sobre el café no podía quitarse de encima los capítulos de Lógica y ontología, libro que había expuesto años atrás en conferencias y en el salón de clases. Volvió de nuevo a su máquina de escribir con “febril entusiasmo e ingenua alegría” y a poco salían de ella los apretados folios de treinta y cinco renglones. En agosto de 1948, cinco meses después de finalizado El café, tenía sobre la mesa 110 páginas y en septiembre daba por terminado el libro. Era muy dado a escribir con la rapidez con que vislumbraba los temas, y muy inclinado a dejarse llevar por los argumentos del último libro que pasaba por sus ojos. Ahora pensaba, sin embargo, que era la hora de la independencia y del pensar autónomo; el momento de un volumen orgánico con ideas personales. Y nada más apropiado para ello que el problema central de la meditación filosófica: el estudio de la esencia de los objetos y la manera de conocerlos. “Será mi primer trabajo sistematizado –le escribió a su amigo Laverde Aponte-. Intento, no se si con acierto, explicar el contenido de las dialécticas regionales: la de la vida, la de la realidad social, la de la razón, la de la realidad jurídica. Es un esfuerzo por insertar la filosofía contemporánea dentro de la dialéctica. No sé donde podré publicarla. Esperemos. Podría aparecer en Buenos Aires o en [las prensas de] la Universidad Nacional de Colombia”53.
52Lógica y ontología habría de tener una suerte parecida a la del estudio sobre el café. Nunca alcanzó a publicarse como libro. Le escribió a Francisco Romero sobre la posibilidad de incluirlo en la Biblioteca de Filosofía de la editorial Losada, pero jamás obtuvo respuesta. No parecía llenar las exigencias de calidad de una colección dedicada a los clásicos, a los pensadores europeos más prestigiosos del momento y a los filósofos latinoamericanos más rigurosos y de mayor profesionalismo. A través del mexicano Francisco Larroyo –traductor, pedagogo e historiador de la filosofía–, quiso interesar a Antonio Caso (hijo) en su impresión en la editorial Estilo de México, pero tampoco recibió manifestación alguna54. Ante estos reiterados silencios optó por desgranar la obra y enviar sus secciones a diferentes revistas, sacrificando con ello el ansiado carácter orgánico del esfuerzo inicial. Entre 1949 y 1954 salieron siete capítulos y los interesados los leyeron como ensayos autónomos sobre un asunto de notable importancia55.
53El libro no era grande pero tampoco pequeño. Constaba de once capítulos. Los dos primeros, el marco teórico, se ocupaban de la lógica y la ontología puras. A continuación venían ocho más dedicados a ilustrar el marco de referencia en las esferas de la naturaleza, la vida, el derecho y el mundo social. Sabía que no eran los únicos campos de estudio, la realidad es vasta y quizá infinita, pero eran los que más conocía y los que determinaban las demás definiciones de lo real (años después habría de dedicar un ensayo a la ontología de lo económico). Cada uno de estas esferas ostentaba una ontología y una lógica especiales. El capítulo final ofrecía una “dialéctica de la razón”, una discusión sobre el pensamiento y la experiencia, la abstracción y la realidad, los conceptos y su capacidad de asir la riqueza de los objetos de estudio.
54Un ejemplo orientador en esta aventura, caído recientemente en sus manos, lo ofrecían las Formas de vida del filósofo y pedagogo alemán Eduard Spranger, cuya segunda edición acababa de salir en Buenos Aires56. El volumen examinaba –como tipos ideales que modelan la conducta y el carácter de las personas– los rasgos del artista, el político, el religioso, el científico, el homo economicus (el hombre orientado por la noción de utilidad) y el homo socialis (el buscador de querencias). Al momento le escribió a su más socorrido confidente filosófico, el antioqueño Cayetano Betancur:
Terminé la lectura de Formas de vida en medio de los calores de la segunda quincena de enero. He encontrado en ella lo siguiente: el contenido de las diversas esferas de lo estético, de lo político, etc., lo transforma en formas y estructuras vitales, en modos de ser del hombre; lo transforma en una aserción subjetiva del hombre, de sus maneras peculiares de ser. Claro está que el egregio autor vincula los círculos del yo con los estratos o zonas subjetivas de sentido [cap. vi de la primera parte, “Círculos del yo y estratos objetivos”], pero siempre hay en Spranger una prescindencia del descubrimiento del contenido esencial y por ende inmodificable de lo económico, de lo estético, de lo religioso, etc. La lectura y la crítica de ese capítulo de la obra del filósofo me ha movido a hacer una serie de trabajos dedicados a explorar y describir el contenido de lo puro económico, de lo puro religioso, etc. La tendencia central sería la siguiente: cada una de esas esferas tiene un contenido independiente de los varios modos de ser del hombre. Éste tendría que ubicarse dentro de ese contenido cuando quiera dedicarse a las correspondientes actividades. Como el hombre no puede modificar el contenido de la realidad, de la autónoma realidad, encontraría en torno a él una esfera determinada de la realidad, la económica, la religiosa, etc. Desde luego, muchas de las consideraciones que Spranger hace se utilizarían para una descripción del contenido de cada una de esas varias esferas de la realidad57.
55Aquí había, sin duda, un modelo a seguir y en varios pasajes usó el libro de Spranger, pero en general optó por las lecturas fenomenológicas y marxistas. Las fenomenológicas le sirvieron para emprender la pluralización de la lógica y de la ontología, “toda realidad tiene su peculiar modo de existir” y su forma de conocerla, y para trazar las reducciones, la eliminación de los elementos adjetivos que impiden la definición última de la esencia de un fenómeno. Las marxistas le ayudaron a realzar la dialéctica, la lucha de contrarios que agita el desenvolvimiento de cada “región”. No es fácil resumir sus puntos de vista. Los apuros de la redacción dejaron su huella en la textura de los capítulos. Nieto vuelve, además, a su molesto y cansino modo de exposición teórica fundada en el enunciado corto y redundante que fácilmente lo lleva al estribillo. Un ejemplo. En el mundo natural –escribió– “hay un complejo creador de causas y efectos. Hay una inextricable red de causas y efectos unidos funcional y recíprocamente. Hay una incesante integración de causas y efectos. El universo es eso: complejo de efectos y causas, inter-relación de causas y efectos”58.
56A su juicio, la ontología pura es una teoría general de los elementos constitutivos de la realidad, de sus modos de ser. “Toda realidad es un orbe cerrado, un universo óntico” que el investigador debe desentrañar mediante abstracciones, separaciones, hasta llegar al núcleo de los objetos. La esencia de las cosas no existe per se, es una construcción conceptual a partir de los hechos singularmente considerados. En este proceso interviene la lógica pura, los procedimientos generales que orientan el conocimiento de las cosas. Su tema es el análisis de la estructura del pensamiento. Parte del aserto de que todo pensamiento tiene una unidad ideal y la condición de esta unidad es la conexión, el tejido de los elementos que lo integran. Es por lo tanto una orientación, un camino para penetrar en el saber y, en cuanto tal, una teoría de la ciencia. No en vano la consultada Logic de Dewey, que Nieto compró cuando estuvo disponible la versión castellana de Eugenio Ímaz, anunciaba en el subtítulo la definición más lograda: The Theory of Inquiry59.
57Pero estas definiciones tan generales sólo entran en acción cuando se abordan las ontologías regionales, que en propiedad constituyen el objeto de la reflexión filosófica y del conocimiento cotidiano de la ciencia. Pensaba que existen tantas ontologías cuanto esferas de la realidad se manifiesten y, las más abarcadoras, llevaban en su seno su propia lógica. “Hay tantas lógicas regionales cuantas ontologías regionales”, escribió. Estas últimas condicionan a aquéllas. Si la ontología regional es el descubrimiento del modo de ser de una respectiva esfera de la realidad, la lógica regional es su expresión gnoseológica. Nieto ilustró su enfoque con los casos matrices de la ontología y la lógica de la naturaleza, de la existencia, de la esfera jurídica y del mundo social. Ya las había abordado en trabajos anteriores, pero ahora las ofrecía como un esfuerzo sistemático con visos de aporte personal y original a las discusiones del momento sobre el contenido y el saber de las cosas. Las consideraba el patrón, el punto focal del cual se derivaban otras subesferas. Lo económico y lo jurídico, rozan –por ejemplo– la esfera de lo social y ambas se adhieren a una esfera superior: la cultural, el reino de los valores. La química, la física y la biología eran subesferas de lo natural. Esto sugiere que si bien hay ontologías de cualquier esfera de lo real, sólo hay “lógicas regionales del conocimiento de lo natural, de lo jurídico y de lo social”. Según Nieto, ellas abarcan los procedimientos básicos del saber, los demás objetos serían subespecies de aquéllas cuyo conocimiento se rige por la aplicación particular de una estrategia general. En síntesis: “no a cualquier ontología regional ha de corresponder una lógica regional”. Esta salvedad no era muy persuasiva. Si lo jurídico era una subesfera de lo cultural, no tenía por qué llevar en su seno una lógica propia. Si así fuera, todo producto del espíritu objetivo similar al derecho –la literatura, la música, el arte, la ciencia, la religión, etc.– tendría a su vez una ontología y una lógica que diera cuenta de su contenido particular.
58El capítulo sobre la ontología de la naturaleza es una buena guía para comprender los acentos de su construcción teórica. En él se ve con nitidez su perspectiva marxista aunada a la inclinación fenomenológica. La realidad natural –indicó– tiene un peculiar modo de ser. Es una realidad exterior, independiente, no una creación mental del sujeto cognoscente. “Corresponde al marxismo el mérito de haber señalado el contenido exacto de esa ontología”. Lo natural es materia, no espíritu. Su manifestación, su modo de existir, es el movimiento, la transformación permanente que se traduce en calor y energía. “La materia es moviéndose”. Está sujeta a las relaciones de causalidad y a las leyes que regulan el incesante movimiento creador de la materia descubiertas por la dialéctica: la lucha de los contrarios, las transformaciones de cantidad en calidad y la negación de la negación. A través de ellas la dialéctica descubre la unidad de los objetos (su inmanencia) y la lucha de sus elementos constitutivos que los lleva a un nuevo estado (su trascendencia).
59La primera ley, la lucha de los contrarios, pregona que la realidad es discordante. Sus elementos conocen momentáneamente el equilibrio, una unidad relativa, pero su situación normal es la tensión y el conflicto. La segunda ley anuncia que los cambios en cantidad promueven variaciones cualitativas. Si se agregan un átomo de carbono y dos de hidrógeno se producen cuerpos cualitativamente diferentes. La relación de cantidad en calidad es recíproca, cada parte se transforma junto a la otra para crear algo nuevo. En este punto Nieto introduce la noción de totalidad, tan querida en el marxismo, que alude al esfuerzo de aproximarse a la realidad como conjunto de elementos que no se comprenden sino cuando se los observa en sus relaciones de tensión con los demás. Es la unidad de contradicciones en plena interacción que superan la unión mecánica de las partes en busca de una síntesis. Es labor del investigador hacerla evidente cuando se aproxima a sus objetos de estudio60. La tercera ley, la que niega la negación, es aquella que hace que algo no se destruya totalmente en medio de la transformación. Toda afirmación es una negación escribió alborozado Engels en el Anti-Dühring haciendo suya el Omnis determinatio est negatio de Spinoza61 . Negar, en dialéctica –señaló el amigo de Marx– no es destruir para acabar con la duración y el transcurso de las cosas. Consiste en afirmar que cada clase de objetos tiene un modo peculiar de negarse de manera tal que engendre y continúe el proceso de desarrollo. Conserva destruyendo. Un grano de maíz sembrado en tierra conveniente germina. Al germinar, el grano se extingue –es negado– y en su lugar brota una planta. La planta crece, florece, es fecundada y produce una cosecha de maíz, pero muere –es negada de nuevo– tan pronto maduran sus frutos62.
60Para Nieto, la dialéctica de la naturaleza, tal como la definió el marxismo, “es una objetiva aprehensión del contenido de la realidad natural”. Es una ciencia del ser de las cosas y una estrategia –una lógica– que orienta su conocimiento. Utilizando sus enseñanzas, afirmó que la realidad natural es reiterativa, algo que se da siempre y es exterior al sujeto cognoscente. Es por ello que su saber se rige por el canon y la regla, por la subsunción, la operación mental de considerar un caso particular como mera extensión y manifestación de lo que le sucede a la especie. En esta esfera el sujeto aprehensor descubre y postula unas leyes y de ellas deriva los resultados esperados para ilustrar los casos singulares. La naturaleza “no piensa”, es un ente de pautas inmemorables que, conociéndolas, se advierte la dirección de su devenir, de su inflexible desenvolvimiento. “La realidad natural –concluyó– es una realidad que se repite, que es constante; la lógica de su conocimiento es la lógica de la generalización, de la subsunción”63.
61Todo lo contrario sucede, sin embargo, cuando se abordan las esferas de la “vida” y del mundo social. Cuando se descubrió al hombre como objeto de estudio, una contribución del siglo xix, surgió una franja ignorada de la realidad, la existencia, que según Dilthy sólo puede conocerse por dentro, por la comprensión. Lo natural es exterioridad, lo existencial interioridad. Ahora el hombre no es sólo una realidad natural, biológica, es también una entidad “espiritual” y, en cuanto tal, asunto de una esfera independiente. ¿Dónde reside la ontología de este campo? Como toda realidad, la vida presenta un modo de ser, unas conexiones objetivas particulares. La dialéctica, el arma para conocer todo lo que existe, vuelve a ser aquí el método más expedito para hacerse a sus elementos constitutivos. En la vida, como en el seno de lo natural, surgen contrariedades: desgarramientos, tensiones, luchas y oposiciones. Esta dialéctica alcanza su fundamento en la antinomia libertad-necesidad, la lucha entre el libre arbitrio y los determinismos (las obligatoriedades). Necesidad es, por un lado, coacción, condición exterior que restringe la elección autónoma. Los pobres no son libres: están atados a su condición de limitación y precariedad de recursos. Pero también es, por otro lado, un proceso interno, un tener que. Es el requisito del existir que demanda decisiones permanentes. El melómano debe resolver si asiste o no al concierto. Decidir es su “libertad”, ejercerla su “necesidad”. Aquí necesidad es la obligación de contestar, de resolver las exigencias de la vida cotidiana. No es tiranía de la materia ni factor externo que limita; es resolución para que la existencia se afirme y siga su curso. El escritor que finaliza la anhelada obra la envía al editor o la entrega a la orfandad del inédito. Lo uno o lo otro, pero siempre una salida. Y si tiene que elegir entre dos o más posibilidades surge multiplicada la agonía de la decisión. El académico que recibe al mismo tiempo una beca y un prestigioso nombramiento en una oficina del Estado, debe meditar en tres direcciones: quedarse donde está, desarrollar sus conocimientos en el exterior o afirmar su reputación en un puesto de atractiva visibilidad social y política. Cualquiera de ellas tiene sus consecuencias; lo que decida es irreparable, el tiempo es irreversible. “La vida –apuntó Nieto– se va realizando a través de esas decisiones existenciales dilemáticas”64.
62Aquí no se agotaban, sin embargo, las antinomias de la existencia. En su interior se agitan otras más desprendidas de la necesidad y la libertad: la privación y la riqueza, las posturas racionales e irracionales, las inclinaciones objetivas y subjetivas, la inmanencia y la trascendencia (el cambio sin destruir la identidad del que se transforma). Se sabe que el hombre es razón y voluntad, saber y querer, reflexión y deseo. Ya lo había advertido el atormentado Pascal –“en mil cosas se advierte que el corazón tiene razones que la razón desconoce”–, turbación que el pensador francés intentó remediar con una exhortación metodológica del mismo cuño: “conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón” (por la compresión, por el conocimiento del tú en el yo hubieran clamado Dilthey y Simmel al unísono). Pascal señaló con estupor que “las cosas más disparatadas del mundo se convierten en las más razonables a causa de la confusión de los hombres”. Para ilustrarlo ofreció un ejemplo tomado de la ciencia política. ¿Existe acaso algo menos razonable que elegir, para gobernar un Estado, al hijo mayor de la reina? Extraño sin duda, pues no se escoge para pilotear un barco al viajero de mejor familia que se encuentra a bordo65.
63Pero si la existencia singular es individualidad, el tener que no se da en el vacío. Los actos, la decisión en movimiento, hacen parte de otra realidad: la sociedad. Se decide en medio de los otros, en existencia colectiva. La vida no es voluntad sin cortapisas. Si así lo fuera sería pura libertad, el reino celestial. Esto da lugar a la ontología de lo social y a su escrutinio particular: la lógica del conocimiento social. El mundo social es un universo de valores –creencias, intereses, inclinaciones– que coartan o animan las decisiones. Aquí Nieto recordó la lección de la fenomenología: si la finalidad de la lógica trascendental es la constitución de los objetos en la conciencia del sujeto aprehensor, en el terreno de lo social es un análisis de la percepción de los hombres en ejercicio, en su quehacer. Si se define el modo específico de la realidad social como la colaboración de los hombres para la satisfacción de sus necesidades, y así lo testificó Nieto siguiendo las enseñanzas de Stammler, el conocimiento de lo social es el “descubrimiento y aprehensión del significado intencional” de los sujetos en acción. “La realidad social es siendo”, un encadenamiento de medios y fines en medio de valores compartidos66.
64Y aquí es donde surgen de nuevo las diferencias irreductibles entre lo natural y lo social. Como lo había dicho en varias ocasiones, lo natural se rige por la exterioridad, la generalidad y la constancia. Lo social, por el contrario, es interno, variable, producto de decisiones individuales en permanente negociación con los demás. Es una realidad estimativa ajena a las inflexibles leyes que rigen la naturaleza. La ley es fatalismo, prescinde de las decisiones humanas. “La tendencia es la aceptación de la libertad”. Nieto sospechaba, sin embargo, que inclinarse demasiado hacia lo individual podía llevar a las ciencias sociales a un callejón sin salida, a convertirlas en el estudio de lo particular, el campo privilegiado de la psicología. Y a ello respondió en un clima diltheyano: “En las múltiples decisiones que cada hombre adopta y realiza en su vida individual hay una tácita presencia de un determinado valor fundamental”. Nunca definió con claridad esta noción, pero al rondarla literariamente la unió a la cosmovisión, la Weltanschauung, a las maneras compartidas de observar y de experimentar el mundo. Esta visión de conjunto es la que hace que los miembros de una colectividad se parezcan unos a otros y terminen por compartir “una interpretación del sentido del mundo y de la vida”67. Dilthey lo ilustró con el caso de la autobiografía que definió como “la expresión literaria de la autognosis del hombre acerca del curso de su vida”, autognosis cuyos elementos básicos, sus aspiraciones, se repiten en algún grado en los demás individuo de su época. Una experiencia particular de vida se nutre del “ambiente”, del entorno constituido por los otros. Toda autobiografía por ensimismada que ella sea respira los aires del período vivido; es la conexión de lo singular con lo colectivo. Estos valores fundamentales generalizados en la mente de las personas son los que legitiman el considerar un anhelo o una obra literaria como “expresión de su tiempo”, los rasgos particulares del hombre del Renacimiento o del colombiano de 1850, por ejemplo68.
65En estos terrenos Nieto estaba ya bastante lejos del marxismo. ¡Se había entregado de lleno a las ciencias del espíritu de Dilthey y de sus continuadores! Lo sabía y no escamoteó su distancia con las tradiciones de pensamiento que aplicaban las enseñanzas de las ciencias naturales al estudio de lo social. Ahora tenía entonces una severa crítica que hacerle al legado marxista. Siguiendo el clima intelectual de la época –señaló– Marx y Engels incurrieron en el erróneo monismo naturalista de identificar la realidad con lo material. No se dieron cuenta de que lo social también es realidad aunque esté lejos de lo físico. Es realidad inmaterial, espiritual y, por tenue que sea para el observador poco entrenado, no por ello deja de existir y de manifestarse. De allí que la expresión “materialismo histórico” fuera –a su juicio– una contradicción en los términos y un título desafortunado para designar la ciencia que estudia la sociedad y la historia. Como la sociología naturalista de Comte, los marxistas igualaron las leyes naturales a las sociales. Ambas escuelas se olvidaron de los supuestos privativos del conocimiento de la realidad histórica, vacío que él pensaba que la fenomenología había llenado con creces al descubrir las dialécticas regionales. Para los seguidores de Husserl –señaló– hay tantas dialécticas como esferas de la realidad, pues cada una de éstas “encierra sus peculiares antinomias”. La negación dialéctica toma una forma propia en cada dominio. Existe una realidad natural y una realidad social con dinámicas particulares y contradicciones específicas. Quien no lo entienda apenas comprenderá las complejidades que acompañan a uno y a otro campo69.
66Estos eran los énfasis de Nieto en su aproximación a los problemas de la lógica y la ontología que se agitaban en la filosofía de su tiempo. El enfoque revelaba sin duda una mente abierta y flexible. Su esfuerzo por integrar diversas tradiciones de pensamiento –las fenomenológicas y las marxistas junto a préstamos de la filosofía de la vida de Dilthey– mostraban un afán por sugerir nuevos campos y aproximaciones donde otros se limitaban a subrayar oposiciones, distancias y contrastes70. Es claro además que su crítica del positivismo implícito en el materialismo histórico manifestaba libertad de pensamiento, pero también lo es que su fervor por la universalidad de la dialéctica mostraba fisuras y contradicciones. En uno de los prefacios a la edición castellana de la Dialéctica de la naturaleza se había encontrado con las fogosas palabras del notable genetista inglés Haldane devoto de Engels: “El materialismo dialéctico no es simplemente una filosofía de la historia, sino una filosofía que arroja viva luz sobre cualquier acontecimiento, desde la caída de una piedra hasta las creaciones del poeta”71. Pero si el mundo natural está sujeto a leyes inquebrantables, “la ley es el fatalismo”, siempre será el mismo y previsible su devenir. Es cierto que la naturaleza está en perpetuo movimiento, pero sus resultados no ofrecen mayores novedades. Se cambia para llegar al mismo punto de partida. Es un ciclo que se repite ad infinitum. Si esto es así, la dialéctica no tendría mucho juego en el reino de lo material. Sería más bien un rasgo exclusivo de lo social donde el devenir está abierto a pesar de que se puedan anticipar sus eventuales desarrollos después de conocer lo sucedido y las condiciones del presente. Por su tránsito fenomenológico Nieto sabía que la historia es una reasunción intencional del pasado. El pretérito está allí, pero al contrario de lo anunciado por el Eclesiastés, “lo que fue eso será”, los hombres y mujeres de cada época lo pondrán en movimiento al valorarlo de manera diferente. Siempre será distinto porque el presente que lo observa e interroga es variable e indeciso: afronta sus propias dificultades. El levantamiento de 1810 no tiene la misma significación para los colombianos de 1910 o 2010. La historia es una construcción social del pasado.
EL CONGRESO DE MENDOZA
67Con Lógica y ontología finalizó, propiamente, la peregrinación filosófica de Nieto. Lo consideraba el libro de su vida en los saberes de Platón y Aristóteles. Pero la obra nació muerta: no tuvo editor, no tuvo lectores y su mensaje quedó en espera de los hipotéticos y fugaces analistas de la cultura nacional. Mientras superaba la angustia editorial, que nunca llegó a feliz término, extrajo con urgencia de sus capítulos dos ponencias para una convención filosófica. Había recibido una invitación para asistir al histórico Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza de abril-mayo de 1949. “Tengo viva necesidad de hablar sobre temas filosóficos –le escribió a un amigo-. Hace dos años que estoy en un constante monólogo”72. El evento, a primera vista un intercambio rutinario de filósofos, era en realidad un acontecimiento nacional de jerarquía política. A la invitación la acompañaba una generosidad poco frecuente en los encuentros de metafísica. Organizado por la Universidad Nacional de Cuyo, la reunión contaba “con el apoyo moral y material de la presidencia de la Nación”. El Estado argentino sufragaba los viajes de ida y vuelta de los delegados y los gastos de comida y alojamiento durante los once días de permanencia en Mendoza. Y no sólo eso. La Universidad ofrecía a cada invitado veinticinco pesos argentinos por día para consumos personales y, “para ser más cómoda la estadía de los relatores en Argentina”, entregaría a los ponentes mil pesos adicionales. Se programaron, además, visitas y excursiones guiadas a los lugares de mayor interés alrededor de la vinícola e histórica ciudad de Mendoza73. Nieto le escribió a Recaséns Siches con alborozo y reticencia:
He sido invitado al Primer Congreso Nacional de Filosofía de la Argentina... Es muy probable que concurra, si bien tengo algunos temores respecto al éxito de esa reunión internacional (en realidad el Congreso no será puramente argentino). Como usted sabe, hay en la Argentina una situación molesta para determinados profesores, hombres muy eminentes, pero rebeldes e independientes. [Francisco] Romero tuvo que abandonar sus cátedras. Otros egregios profesores y filósofos están relegados por los representantes de la cultura oficial. Tan sólo Cossio está en buenas relaciones con el gobierno. No sé qué hacer. Desde luego, no hay que olvidar el deber de neutralidad ante las luchas internas políticas, pero tengo mis temores74.
68A pesar del título de nacional, el Congreso tenía un carácter internacional. Los peronistas querían difundir su mensaje entre los intelectuales de Europa y del continente americano. Asistieron 173 ponentes provenientes del Viejo Mundo, de Norteamérica y de la América de habla española y portuguesa. En la sesión inaugural hablaron, entre otros, el ministro de educación argentino y los profesores Gastón Berger de Francia, Hans Georg Gadamer de Alemania, Francisco Miró Quesada del Perú y el padre Uldarico Urrutia de Colombia, profesor de Nieto en Barranquilla. Asistieron figuras de renombre como Nicola Abbagnano, Rodolfo Mondolfo (residente en Argentina), Karl Löwith, Wilhelm Szilasi, Eugen Fink, Raymond Bayer, Gerhardt Husserl, vástago del fundador de la fenomenología dedicado a la filosofía del derecho, y el médico Thure von Uexküll, hijo del biólogo estonio Jakob von Uexküll, muy difundido por la Revista de Occidente de Ortega y Gasset, un nombre ausente en el Congreso. Entre las figuras latinoamericanas se encontraban José Vaconcelos, Oswaldo Robles y Francisco Larroyo; Juan Llambías de Azevedo, Alberto Wagner de Reyna, Guillermo Francovich y el chileno Clarence Finlayson residente en Colombia por algunos años. La presencia de los argentinos fue amplia a pesar de la negativa de Romero y de sus seguidores. Entre los numerosos profesores de filosofía, se destacaban Carlos Astrada, Eugenio Pucciarelli, Carlos Cossio, Ismael Qjiles, Enrique R. Aftalión, Angel Vassallo, Coriolano Alberini, Emilio Estiú, Luis Farré, los hermanos Miguel y RafaelVirassoro y los sociólogos Alfredo Poviña y José Enrique Miguens, un alumno de Talcott Parsons y de Pitirim Sorokin. A pesar de las reiteradas invitaciones no pudieron asistir los franceses Gabriel Marcel, Maurice Blondel, Louis Lavelle y Jean Hyppolite; el británico Bertrand Russell, el español Julián Marías, el suizo Paul Häberlin, los italianos Benedetto Croce y Galvano dellaVolpe, y los alemanes Nicolai Hartmann, Karl Jaspers y Martin Heidegger. Pero, como lo apuntó uno de los organizadores del Congreso, todos ellos “estuvieron espiritualmente presentes a través de sus comunicaciones”.
69Nieto presentó dos trabajos: “La persona humana y la vida” y “Lógica, ontología y gnoseología”. En la comisión donde expuso “La persona humana y la vida”, alternó, entre otros, con Gastón Berger, Hans G. Gadamer, Luigi Pareyson, Ángel Vassallo y el jesuita Ismael Quiles. Habló en lenguaje de brevedad, no podía tomarse más de treinta minutos, y respondió las inquietudes con igual apresuramiento. Todos los ponentes querían enseñar sus trabajos, discutirlos y dejar una impresión amable entre los oyentes.
70En la tarde del 9 de abril el presidente de la República Juan Domingo Perón clausuró las sesiones del Congreso con una extensa alocución sobre la concepción filosófica que orientaba su gobierno75. Lo acompañaban su esposa, la popular Evita Duarte, el vicepresidente de la Nación, los congresistas, los ministros del despacho y los rectores de las universidades ar-gentinas. Le recordó a la audiencia que la filosofía era una disciplina de gran utilidad para el hombre de acción. No en vano “Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles”. No es casualidad entonces que “siempre haya pensado que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. En un tono que debió impresionar a más de un catedrático europeo, expresó que “nuestra acción de gobierno no representa un partido político, sino un gran movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva en el campo político mundial”. Esta novedad era el justicialismo, una tercera vía que dejaba atrás la desprestigiada izquierda y la caduca derecha de nuestros días. Era un estado de rectitud y equidad donde cada estamento ejerce sus funciones en servicio del todo. La lucha de clases destruye la fraternidad humana y la sociedad fundada en jerarquías es asunto del pasado. Compitiendo con la opacidad del lenguaje de la guilda filosófica, indicó que la humanidad “posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva”. Sólo en convivencia con los otros se produce la personalidad libre y creativa del justicialismo. Hay que superar el individualismo enfermizo y la ideología de motín. Somos colectivistas –acentuó el Presidente– pero respetamos los intereses del individuo. Veneramos la autoridad del Estado, pero sin endiosar la institución de gobierno. “El individuo hegeliano, que cree poseer fines propios, vive en estado de ilusión, pues sólo sirve los fines del Estado. En los seguidores de Marx esos fines son más oscuros todavía, pues sólo se vive para una esencia privilegiada de la comunidad y no en ella ni con ella”. Contra Hegel, amigo de la realización del yo en el nosotros, Perón acentuaba la necesidad de que el nosotros se encuentre y se perfeccione en el yo. En esta acción se debe impugnar al centauro, al fragmento animal que anida en el hombre. Hay que elevar su espiritualidad frenando su bestialidad (materialidad) a fin de alcanzar un sano equilibrio entre ambas partes. “Si hubo épocas de exclusiva acentuación ideal y otras de acentuación material, la nuestra debe realizar sus ambiciosos fines nobles por la armonía”. En caso contrario veremos al hombre “mirando inútilmente al cielo cuando galopa sin descanso entre nubes de polvo”.
71Pocos oyentes debieron entender las antojadizas palabras del Presidente animadas por el artificio de la vaguedad. Quizá su versátil esposa, sus ministros y algunos congresistas, familiarizados con sus habituales formas de razonamiento, sabían de qué estaba hablando. De todas formas las felicitaciones y aplausos no se hicieron esperar. La audiencia, cautiva, estaba lista a festejar a la persona que hizo posible la reunión y la cálida y generosa estadía en la República Argentina. Y si Mendoza fue agobiante para algunos latinoamericanos que conocían la situación política, para muchos europeos que acababan de salir del horror europeo fue un respiro. La esposa de Karl Löwith (1897-1973), alumno de Husserl y de Heidegger, y por aquellos días profesor en el Seminario Teológico de Hartford (Connecticut, usa), narró la experiencia argentina:
Aunque había terminado la Segunda Guerra Mundial, no se nos hubiera ocurrido volver a Alemania. Fue entonces cuando sucedió algo maravilloso que dio un giro al sentido de nuestra vida. Mi marido fue invitado al Gran Congreso de Filosofía que se celebraría en Mendoza en 1949. Mi marido sentía una alegría increíble. Aunque no estuviera bien visto, y a lo mejor hasta consideraban políticamente escandaloso que un recién ciudadano de los Estados Unidos se trasladara al lejano extranjero, mi marido consiguió librarse de todo para poder ir al Congreso. Lo maravilloso del viaje tuvo como preludio el paso del avión sobre los Andes. En Mendoza continuó siendo magnífico el encuentro con los viejos amigos y colegas, de los cuales algunos eran conocidos de su tiempo de estudiante76.
72Löwith leyó dos ponencia en Mendoza: una sobre los antecedentes del existencialismo y otra sobre las implicaciones teológicas de la filosofía de la historia. Durante el Congreso habló con sus amigos Szilasi, Gadamer y Fink e hizo planes para futuros trabajos filosóficos que lo llevarían de nuevo a Alemania, a la Universidad de Heidelberg, donde murió a los 76 años de edad.
73Gadamer también dejó su testimonio. Presentó una ponencia sobre los límites de la razón histórica y habló en la sesión inaugural en nombre de los filósofos europeos. En su autobiografía indicó que el viaje fue una sorpresa. La invitación llegó de la noche a la mañana y con la misma prontitud se arreglaron las maletas para la lejana América. Las impresiones del viaje –escribió– fueron tan ricas que bien “podría escribirse un libro entero” sobre ellas. Le sobrecogieron el paisaje, la gente y el mundo cultural de la gran nación austral. Organizado con gran “pompa y boato por la Argentina de Perón”, el Congreso fue un respiro para los alemanes constreñidos por la conflagración mundial. Para los docentes tudescos fue la primera salida al exterior después de la guerra y la oportunidad de establecer contacto con amigos y colegas del otro lado del Atlántico. Contra lo imaginado, sintió que Argentina era un país mediterráneo y en muchos aspectos poco americano. La cultura europea circulaba sin obstáculos y el pensamiento en lengua alemana era conocido en las universidades con gran detalle, hasta el punto que la temática dominante del Congreso fue una confrontación entre el tomismo y las perspectivas de la moderna filosofía alemana. Las citas de Tomás de Aquino –apuntó– no opacaron en ningún momento las referencias a los nombres de Husserl y de Heidegger, hecho que lo llevó a señalar que “Europa no estará en decadencia mientras su cultura siga atrayendo a los espíritus más nobles del otro lado del océano”. Echó de menos que la representación de la filosofía anglosajona fuera muy reducida y que no se hubiera podido dialogar con el pensamiento positivista y pragmatista decididamente enfrentado a la metafísica. Pero la impresión más fuerte de este docente de Frankfurt de 49 años fue la naturaleza, la llanura del Nuevo Mundo que se multiplicaba a medida que se exploraban sus entrañas. “Si me preguntaran qué fue lo que más profunda huella dejó en mi aquel Congreso, respondería que el viaje de vuelta desde Mendoza hasta Buenos Aires. Dieciséis horas de viaje en un tren de lujo que recorrió velozmente y a través de un paisaje completamente solitario un trayecto rectilíneo con sólo cinco breves paradas. Cuando el sol vespertino se iba poniendo sobre la pampa y durante unos breves momentos sus últimos rayos cubrían el cielo con un intenso juego de colores hasta que el crepúsculo súbitamente lo envolvió todo en el manto de la noche, la conciencia pensante se veía de pronto angustiante e imperativamente confrontada consigo misma... ¿Qué somos ante la prepotencia inmensa y despiadada de la naturaleza?”. Si alguien –reflexionó– se hubiera apeado por descuido en una de las paradas, “nunca hubiera podido alcanzar de nuevo los lindes de una morada humana”77.
74Nieto también disfrutó del Congreso. Hizo nuevos amigos, conoció a las personas con las que se había escrito en el pasado, vio a los “grandes” de Europa y, de paso, se deslizó por el anhelado Buenos Aires para comprar libros y más libros con los espléndidos viáticos de la filantropía peronista. Los organizadores del encuentro le solicitaron algunos datos de su curriculum vitae, entre ellos la edad. Nieto respondió acucioso: “en junio de este año cumpliré 35”78.
75Recaséns Siches le pidió desde Nueva York un informe sobre el evento. “Cuénteme si fue o no al Congreso... Sea cual haya sido su decisión, ésta me merecerá todo respeto. Claro que no le oculto mi opinión personal adversa a ese congreso, no porque me entrometa en la política de un pueblo amigo, sino sencillamente porque siento la solidaridad académica con mis colegas maltratados”79. Nieto le hizo un recuento que merece citarse in extenso por lo sugestivo de la información y por la agudeza no exenta de dramatismo de algunas situaciones y perfiles de los asistentes.
Decidí asistir después de haber sabido que había oposición interna en la Argentina y en otras naciones a la celebración del Congreso... Pensé [inclusive] que estando entregado a estas tareas diplomáticas no era improbable que cualquier día pudiera ser trasladado a la Embajada de Colombia en Buenos Aires –esta posibilidad es ya una realidad– y entonces tal vez encontraría un ambiente frío y desapacible en la gran nación austral.
Al llegar a Mendoza pude comprobar que con la sola excepción de Francisco Romero y de dos discípulos suyos, Sánchez Reulet y Risieri Frondizi, todos los otros filósofos y profesores argentinos, peronistas y antiperonistas, concurrirían y estaban asistiendo al Congreso. Incluso estuvo presente el discípulo predilecto de Romero, Eugenio Pucciarelli, quien me produjo una muy buena impresión. Es discreto tiene muy elegante dicción y castiza elocución y es un gran trabajador intelectual. Justamente con Pucciarelli hablé largamente sobre la peculiar posición de Francisco Romero ante el Congreso. No hubo ninguna limitación. Se dio el caso de que el profesor Carlos Astrada dijera en una sesión pública unas cuantas frases muy duras sobre la presunta vinculación entre la filosofía de la vida y la tomista, sin que Astrada viera restringida su autonomía y la libertad para hacer las afirmaciones que a bien tuviera. Y eso que tales frases fueron, en mi sentir, poco discretas.
En el Congreso actuaron representantes de estas tendencias filosóficas: la tomista, la fenomenológica y la “existencialista”, como ahora se dice. Hubo miembros del Congreso que, naturalmente, no podían ser clasificados dentro de ninguna de estas escuelas. Actuó un neokantiano de México, el profesor Francisco Larroyo, con quien anudé una buena amistad. Los tomistas se dividían en dos grupos: uno formado por los herméticos e inflexibles y otro constituido por los profesores que, como el padre Isamael Quiles, son más flexibles y que quieren remozar la vieja filosofía aristotélico-tomista con aportaciones tomadas de las concepciones contemporáneas. Los filósofos europeos que asistieron al Congreso son figuras de segundo orden. Hombres como Heidegger, Hartmann, Lavelle, Marcel, etc. no pudieron concurrir debido a motivos ajenos a su voluntad. Conocí en el Congreso a un neotomista mexicano, el profesor Oswaldo Robles. Es de enternecedora ortodoxia católica.
Asistió al Congreso el profesor Carlos Cossio. Conversé muy prolongadamente con él. Tiene [una] extraordinaria habilidad para la polémica. De gran simpatía personal, si bien muy inclinado a estimar que sus convicciones personales son el descubrimiento de la verdad, de la verdad intemporal y absoluta. En Mendoza lo oí discutir algunos temas de la teoría egológica con los discípulos suyos que viven en esa ciudad argentina. Hay que reconocer que la teoría egológica es un movimiento intelectual muy serio y de gran reciedumbre en la Argentina. Naturalmente, a muchos de los profesores argentinos que asistían al Congreso les escuché frases muy desobligantes sobre el profesor Cossio y la teoría egológica. Es una posición que obedece a una hostilidad de índole muy subjetiva, creo yo.
Pude comprobar que el peronismo y el antiperonismo no son unas actitudes políticas que estén inescindiblemente unidas a determinadas posiciones filosóficas o religiosas... Esa circunstancia permitió que el Congreso se realizara en medio de la más clara e innegable libertad espiritual. Conocí a todos mis corresponsales argentinos, Miguel y Rafael Virassoro, Alfredo Poviña, Pucciarelli, Cossio, Astrada, Emilio Estiú, Juan Adolfo Vásquez, etc. Tuve la impresión de que en la Argentina se trabaja con mucha intensidad en esta esfera de la meditación filosófica. Las universidades tienen presupuestos muy elevados, especialmente las de Córdoba y Buenos Aires. No les ocurre lo que le está pasando a la Universidad Nacional de Colombia: sufrir una grave penuria fiscal80.
76Recaséns Siches le respondió ocho meses después: “Mil gracias por su información”. Y enseguida le participó que en la noche del 31 de diciembre de 1949 había tenido en su casa –en Lake Success, pueblo al lado de Nueva York donde se encontraban temporalmente las oficinas de las Naciones Unidas, su lugar de trabajo– a un comensal muy querido, Hans Kelsen, “con quien conversé extensamente sobre tantos y tantos temas y asuntos. Fue una gran emoción volverle a ver después de catorce años, París 1935”81.
Notes de bas de page
1 Carta a Rafael Naranjo Villegas, Río de Janeiro, 28 de septiembre de 1947.
2 Carta a Daniel Cosío Villegas, Río de Janeiro, 14 de septiembre de 1947.
3 En Quintandinha se aprobó, igualmente, la Resolución ix, acuerdo que ordenaba la redacción de un proyecto de cooperación económica entre los países del área para su aprobación en la Novena Conferencia Internacional Americana, que tendría lugar en Bogotá en 1948. Para orientar las discusiones y subrayar su importancia, Nieto redactó por aquellos días un ensayo que circuló en la Cancillería, “La cooperación económica interamericana”, donde defendía con fuerza los intereses latinoamericanos frente a los de Estados Unidos. El texto apareció meses después en las páginas de El trimestre Económico de México (enero-marzo de 1948), reproducido en L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), pp. 200-215.
4 L. E. Nieto Arteta, “Hombre y cultura en Latinoamérica”, Universidad Nacional de Colombia, n.° 11, Bogotá, febrero-abril de 1948, pp. 221-231.
5 Ibid., pp. 225-226.
6 Ibid., p. 227. Es claro que la cultura estética de Nieto, la imposibilidad de lo abstracto en las artes visuales, era muy estrecha y los vínculos de la pintura con los modos de vida de los pueblos latinoamericanos bastante forzada. No tenía conocimiento ni sensibilidad para apreciar las manifestaciones del arte contemporáneo fundado en la forma, el color y la línea. Sólo concebía la plástica y la escultura como registro de imágenes y narración de anécdotas.
7 Giovanni Papini, “Lo que América no ha dado”, Revista de América, n.° 30, Bogotá, junio de 1947, pp. 289-293.
8 Gabriel García Márquez, Yo no vengo a decir un discurso (Bogotá, 2010), pp. 92-93 y 123. En realidad Papini nunca dijo que “América está hecha de los desperdicios de Europa”. La frase proviene de la imaginación desbordada del Nobel colombiano. Lo que Papini afirmó es que “América lo ha recibido todo de Europa”.
9 B. Sanín Cano, “Giovanni Papini y la cultura latinoamericana”. Revista de América, no. 31, Bogotá, julio de 1947, p. 3-8, reproducido en B. Sanín Cano, El humanismo y el progreso del hombre (Buenos Aires, 1955), pp. 156-164.
10 Carta a Cayetano Betancur, Río de Janeiro, 28 de septiembre de 1947.
11 Carta a Rafael Naranjo Villegas, Río de Janeiro, 28 de septiembre de 1947.
12 Carta de Gerardo Molina, Bogotá, 2 de marzo de 1948.
13 Carta a Daniel Cosío Villegas, Río de Janeiro, 28 de diciembre de 1947.
14 Carta a Arturo Gómez Jaramillo, Río de Janeiro, 15 de febrero de 1948.
15 Carta a Aurelio Caicedo Ayerbe, Río de Janeiro, 3 de enero de 1948.
16 Carta a Pedro Rueda Martínez, Río de Janeiro, 21 de febrero de 1948. Las citas corresponden a las páginas 56-57 de la edición póstuma de El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958).
17 Carta a Daniel Cosío Villegas, Río de Janeiro, 22 de febrero de 1948.
18 Carta a Daniel Cosío Villegas, Río de Janeiro, 6 de marzo de 1948.
19 Carta de Daniel Cosío Villegas, México, 17 de marzo de 1948.
20 Carta de Víctor L. Urquidi, Washington, 10 de junio de 1948.
21 Carta a Víctor L. Urquidi, Río de Janeiro, 7 de agosto de 1948.
22 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958).
23 Luis Ospina Vásquez, “Perspectiva histórica de la economía colombiana”, Ciencias Económicas, n.a 16, Medellín, mayo de 1960, p. 16, y Anteo Quimbaya, El problema de la tierra en Colombia (Bogotá, 1967), p. 97.
24 Rafael Duque Naranjo, El café en la sociedad colombiana [de] Luis Eduardo Nieto Arteta: análisis y actualización (Bogotá, 2002).
25 Marco Palacios, El café en Colombia: 1850-1970 (Bogotá, 2002), pp. 269-270.
26 L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (Bogotá, 1941), pp. 343-346.
27 Luis López de Mesa, De cómo se ha formado la nación colombiana (Bogotá, 1934), pp. 29-31 y 95-96.
28 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 45 (las itálicas son nuestras). La frase sobre “la paz y la tranquilidad” quizá fuera una extensión de las dos sentencias que aparecen en los folios iniciales del libro de exaltación nacional –muy conocido en la época– del ingeniero Diego Monsalve, Colombia cafetera (Barcelona, 1927). En “Colombia –escribió Monsalve–, la paz interna está cimentada en forma imperecedera... Su población es esencialmente pacífica, laboriosa, inteligente y frugal”. Posiblemente, los anaqueles de la embajada de Colombia en Río de Janeiro contaban con una copia de este extenso y orientador libro, que ofrecía una rica información sobre el país de gran utilidad para los funcionarios del cuerpo diplomático en el exterior.
29 Vernon L. Fluharty, La danza de los millones (Bogotá, 1981), pp. 9-10.
30 Carta de Vicente Laverde Aponte, Bogotá, 24 de enero de 1948. Laverde terminaba su misiva: “Las noticias sobre persecuciones son auténticas. ¡No hay exageración!”
31 Este ha sido uno de los pasajes del ensayo de Nieto más discutidos por los investigadores sociales nacionales y extranjeros. Para una muestra ver Anteo Quimbaya, El problema de la tierra en Colombia (Bogotá, 1967), pp. 97-100; Albert O. Hirschman, Salida, voz y lealtad (México, 1977), p. 17; Charles Bergquist, Los trabajadores en la historia latinoamericana (Bogotá, 1988), pp. 327-329, y James D. Henderson, La modernización en Colombia (Medellín, 2006), pp. 181-182.
32 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 49 y Marco Palacios y Frank Safford, Colombia: país fragmentado, sociedad dividida (Bogotá, 2002), p. 498.
33 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), pp. 56 y 59-60. En su entusiasmo por la figura de Ospina, Nieto forzaba los hechos. Olvidaba que Pedro Nel, además de ingeniero, era poeta, cuentista, periodista y autor, en la mejor tradición humanista, de un aplaudido ensayo sobre la leyenda del Fausto. El crítico literario B. Sanín Cano, amigo personal de Ospina, escribió en su obituario: Pedro Nel “era hombre de gusto firme y de vastas lecturas. Tenía el dominio de la dicción poética y hay alguna de sus composiciones en verso que ocupan lugar distinguido en nuestras antologías”. B. Sanín Cano, Ideologías y cultura (Bogotá, 1998), vol. i, p. 191. Ver igualmente Emilio Robledo, La vida del general Pedro Nel Ospina (Medellín, 1959), pp. 145-157.
34 L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (Bogotá, 1941), pp. 11-15.
35 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 64
36 H. Heller, La teoría del Estado (México, 1942), p. 129.
37 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 75. Estas declaraciones portan, sin duda, evidentes resonancias weberianas, pero Nieto parece haberlos extraído de otras fuentes como la citada Teoría del Estado de Heller. Allí el teórico de la República de Weimar indicó que el Estado moderno exige, formalmente, una burocracia fiel a sus tradiciones de honor, cerrada e impenetrable a la corrupción. “La administración estatal, cada vez más extensa y complicada –escribió–, hace preciso en todas sus ramas un cuerpo profesional de funcionarios, especializado y conocedor de los asuntos, cuya competencia y experiencia absorben una parte no pequeña del poder estatal”. Hermann Heller, La teoría del Estado (México, 1942), pp. 158 y 275.
38 Ibid., pp. 77-78.
39 Ibid., p. 81.
40 Sin mencionarlo, Nieto hacía aquí una aplicación apurada de la visión de Hans Freyer, quien definía la sociología como la ciencia de la estructura, movimiento y tendencias de la sociedad actual, esto es, la “ciencia de la sociedad de clases del alto capitalismo”. Freyer indicó que “en la medida en que surgen en la realidad histórica movimientos sociales que son independientes del Estado y que obedecen a leyes propias en su proceso, madura el pensamiento sociológico en el reino de la ciencia. Es el correlato espiritual de las revoluciones burguesas”. Hans Freyer, La sociología, ciencia de la realidad (Buenos Aires, 1944), pp. 22 y 23.
41 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 88.
42 Ibid., p. 89.
43 Ibid., p. 89-90.
44 L. E. Nieto Arteta, “Hombre y cultura en Latinoamérica”, Universidad Nacional de Colombia, n.° 11, Bogotá, febrero-abril de 1948, p. 221. Nieto sabía que este enfoque requería un trabajo especial en archivos y fuentes nada fáciles de cubrir. Era consciente de que debía consultar autobiografías, sermones, conferencias, periódicos, cartas privadas, diarios íntimos, periódicos, textos literarios y cursos universitarios, sin olvidar las costumbres, las modas, las fiestas populares y los discursos políticos. Ver íbid., p. 222. Cabe recordar, además, que a lo largo de su ensayo sobre el café Nieto no cita libro alguno, salvo una rápida alusión a su Economía y cultura, la única obra sobre Colombia que tenía a mano. El café era algo así como un ensayo “escrito de memoria”. Se sabe, sin embargo, que antes de su salida de Bogotá para Brasil había estado en contacto con el joven Robert C. Beyer, que por aquellos días redactaba su tesis de doctorado para la Universidad de Minnesota, “The Colombian Coffe Industry: Origins and Mayor Trends, 1740-1940”, la primera historia moderna del desenvolvimiento del grano en el país.
45 L. E. Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana (Bogotá, 1958), p. 88.
46 Cartas a Cayetano Betancur, Río de Janeiro, 7 de diciembre de 1947 y a Néstor Madrid-Malo, Río de Janeiro, 14 de diciembre de 1947. Ferdinand Tönnies, Comunidad y sociedad (Buenos Aires, 1947), traducido por el catalán José Rovira Armengol (1903-1970), un antiguo colaborador de la Biblioteca de Iniciación Cultural de Barcelona.
47 Hans Freyer, La sociología, ciencia de la realidad’ (Buenos Aires, 1944), pp. 212-217, e Introducción a la sociología (Madrid, 1945), passim. Freyer conceptuaba que el volumen de Tönnies era “una de las obras más modernas de la actual sociología [y] uno de los más bellos y fecundos libros que el siglo xix ha legado al xx”. Estas palabras redoblaban los aplausos de Weber estampados en la página inicial de Economía y sociedad: el “bello libro de F. Tönnies, Comunidad y sociedad”. El libro era “bello” por su tema, por la indecisa y juvenil prosa de afirmación y ensayo que lo asiste, y por la lucidez teórica que le abrió caminos insospechados a la siguiente generación de analistas sociales.
48 Ferdinand Tönnies, Principios de sociología (México, 1942), pp. 88-89. Tönnies estaba muy familiarizado con el marxismo. En 1921 publicó un libro sobre la vida y obra de Marx muy semejante al que había escrito sobre Hobbes a finales del siglo xix, y la primera edición alemana de Comunidad y sociedad (1887) llevaba el subtítulo, “Tratado del comunismo y del socialismo como formas empíricas de la vida social”. Se carteó inclusive con Engels a propósito de Comte y de Saint-Simon. (Existe versión castellana de esta misiva a cargo del colombiano Alberto Supelano). En su libro sobre Marx escribió: “Durante 42 años he tratado de comprender a Marx y de aprender de él sin perder mi propio pensamiento independiente”. Karl Marx, his life and teachings (East Lansing, 1974), p. xv.
La contraposición comunidad-sociedad lleva a cuestas una ambivalencia. Puede entendérsela como una etapa de la evolución histórica (el paso de la comunidad a la sociedad), tal como aparece en el florecimiento y decadencia del vecindario medieval y el surgimiento y afirmación de la gran ciudad del capitalismo moderno. Pero también se la puede concebir, y así se lo hace hoy en día, como tipos ideales: primacía de las relaciones afectivas (la “comunión de vida” que impera en la familia, en las aldeas o en los pequeños poblados) o predominio de las relaciones fundadas en el cálculo privado animado por los intereses individuales característicos de los grandes conglomerados (las que prevalecen en los acuerdos entre comerciantes, en los vínculos deudor-acreedor de la banca moderna o en el acercamiento a la clientela por parte de las empresas de gran tamaño). Los casos concretos muestran, sin embargo, una mezcla de lo comunitario y de lo societario no siempre fácil de diferenciar. Es tarea de la investigación empírica evaluar el clima dominante que acompaña la relación objeto de estudio. Algunos autores, como el norteamericano Robert K. Merton, han enriquecido la tipología con una modulación particular, la pseudo-Gemeinschaft (falsa comunidad): fingir interés y calor humano para ganar el favor de los otros y orientar (manipular) su conducta en una dirección determinada. La industria de la propaganda política y comercial es su mejor ejemplo. Robert K. Merton, Mass Persuation (New York, 1946), pp. 142-143.
49 Palabras de David Bushnell en el prólogo a Café y conflicto (Medellín, 1981) de Charles Bergquist, libro admirable que debe mucho a los trabajos histórico-sociológicos de Nieto.
50 David Bushnell, Colombia, una nación a pesar de sí misma (Bogotá, 1996), p. 236.
51 Marco Palacios y Frank Safford, Colombia: país fragmentado, sociedad dividida (Bogotá, 2002), pp. 502 y 504.
52 L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (Bogotá, 1941), p. 241. El ensayo de Nieto ha dado lugar a una literatura modesta pero creciente. Además de los citados Ospina Vásquez, Quimbaya, Hirschmann, Palacios y Duque Naranjo, se deben mencionar el detenido estudio de J. S. Correa Restrepo, “El café en la sociedad colombiana: una aproximación crítica”, publicado en J. S. Correa Restrepo (comp.), Ensayos sobre el pensamiento económico de Luis E. Nieto Arteta (Bogotá, 2003), pp. 39-99, y la conferencia de E. Posada Carbó, “Café y democracia en Colombia: reflexiones desde la historia”, Revista de Economía Institucional, n.° 27, Bogotá, 2012, pp. 241-254, que resalta la democratización de la industria del café fundada en el trabajo del pequeño y mediano cultivador.
53 Carta a Vicente Laverde Aponte, Río de Janeiro, 26 de marzo de 1948. La denominación del libro no era muy original. Para el colombiano medio de la época que había pasado por el bachillerato el título portaba cierto aire escolástico. Desde finales del siglo xix circulaba en el país una edición del manual de filosofía del jesuita chileno Francisco Ginebra (1839-1907), Elementos de filosofía para uso de los colegios de segunda enseñanza (Bogotá, 1993), 3 vols. El material del primer volumen, el más usado, exponía in extenso los fundamentos de la lógica y de la ontología. En 1921 el jesuita Mario Valenzuela (Bogotá, 1836-Panamá, 1922) volvió sobre el texto de Ginebra, lo revisó, lo anotó y lo puso de nuevo en circulación. Uno de sus tomos, el primero, se vendía en las papelerías y en los establecimientos de “útiles de estudio” como Lógica y ontología. Nieto siguió este manual en los cursos de filosofía regentados por el padre Uldarico Urrutia en el colegio San José de Barranquilla.
54 Cartas a Luis Recaséns Siches, Rio de Janeiro, 6 de febrero de 1948 y a Francisco Larroyo, Bogotá, 30 de mayo de 1949.
55 Su alumno y amigo cercano Néstor Madrid-Malo, Gobernador del Atlántico en 1960, promovió la edición de cuatro de ellos en un folleto de 38 páginas bajo el titulo de Lógica y ontología (Barranquilla, 1960). El autor posee una copia a máquina del manuscrito.
56 Eduard Spranger, Formas de vida: psicología y ética de la personalidad (Buenos Aires, 1946).
57 Carta a Cayetano Betancur, Río de Janeiro, 2 de febrero de 1948.
58 L. E. Nieto Arteta, Lógica y ontología (Barranquilla, 1960), p. 28.
59 John Dewey, Lógica: teoría de la investigación (México, 1950).
60 En Nieto la noción de totalidad tendía a confundirse con la de estructura, es decir, la forma como se organizan las partes de una realidad. El conjunto no es un agregado; es una integración sui generis, especial, que se funde en algo diferente a la de la mera suma aritmética de sus partes. La cerveza que tomamos todos los días es mucho más que la adición de agua, levadura y granos de cebada. Es distinta al añadido mecánico de sus elementos formativos. Lo mismo –dice Nieto-ocurre con la sociedad. Está constituida por individuos, sin duda, pero es francamente opuesta a la sola aglomeración estadística de las personas que la integran.
61 Federico Engels, Anti-Dühring (Montevideo, 1960), p. 171.
62 En su discusión sobre la dialéctica, Nieto siguió de cerca el manual soviético del Instituto de Filosofía de Leningrado, Tratado sistemático de filosofía (México, 1941) a cargo de M. Shirokov. Se sirvió además de Materialismo y empiriocriticismo (Madrid, sf) de V. I. Lenin, el devocionario marxista-leninista en asuntos filosóficos, pero, sobre todo, de los textos del “insustituible Engels”, el Anti-Dühring y la Dialéctica de la naturaleza. Se valió, igualmente, de los acentos hegeliano-marxistas de Qué es la dialéctica (México, 1939) del polaco N. Guterman y del francés H. Lefebvre. Este libro, muy frecuentado en América Latina por los estudiosos de Hegel y de Marx –de título extraño para los interesados en el original–, era la versión castellana de la extensa “Introducción” de ambos autores a la edición francesa de los apuntes de Lenin sobre la Ciencia de la lógica de Hegel, publicados por la editorial Gallimard bajo el título Cahiers sur la dialectique de Hegel (París, 1938). Norbert Guterman (1900-1984), judío de Varsovia formado en Francia, se radicó en Estados Unidos en 1933, escenario donde se destacó como excepcional traductor al inglés de lenguas tan disímiles como el polaco, el francés, el ruso, el latín y el alemán. Fue editor de la revista de izquierda Monthly Review y colaborador de la Escuela de Frankfurt en el exilio. Además de múltiples trabajos con su amigo Lefebvre, publicó, con Leo Lowenthal, el muy citado Prophets of Deceit (Profetas del engaño), un estudio sobre el demagogo moderno. Henri Lefebvre (1901-1991), uno de los marxistas franceses más acreditados de su generación, dedicó los primeros años de su carrera a la difusión del pensamiento de Marx y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando alcanzó un puesto estable en la universidad, consagró sus mejores esfuerzos a la sociología urbana y a la investigación sobre la vida cotidiana y las tensiones de la modernidad. Tocó muchos temas y en pocos de ellos dejó una huella duradera.
63 Ibid., p. 37. Nieto conocía bien el recurso lógico de la subsunción. En el ejercicio de la jurisprudencia es asunto de todos los días la solución de los casos concretos siguiendo las normas generales del derecho vigente.
64 L. E. Nieto Arteta, “Hacia una ontología dialéctica de la existencia”, Ideas y Valores, n.° 2, Bogotá, septiembre de 1951, pp. 119-129 (cap. v de “Lógica y ontología”).
65 Blas Pascal, Pensamientos 277, 282 y 320 (ed. Brunschwick). Pascal tenía, por supuesto, una explicación. Sabía que el hecho irracional se tornaba “razonable” cuando se observaban las fuerzas en conflicto, en este caso la lucha entre los señores feudales. ¿Se debía elegir como cabeza de la nación a la persona más hábil y a la más virtuosa? Si fuera así –respondió– “al instante nos vamos a las manos, pues cada uno pretende ser el más virtuoso y el más hábil”. La ley es ridícula e injusta porque los que están en escena no lo son menos. Si desaparece la figura del primogénito, sobre la cual existe un acuerdo tácito, estaríamos ad portas de una locura mayor: la guerra civil.
66 L. E. Nieto Arteta, “Ontología de lo social”, Revista Jurídica, n.° 24, Bogotá, marzo de 1954, pp. 3-27. Capítulo ix de Lógica y ontología, reproducido en L. E. Nieto Arteta, Ensayos históricos y sociológicos (Bogotá, 1978), pp. 117 y 122.
67 Ibid., pp. 120-126.
68 Wilhelm Dilthey, El mundo histórico (México, 1944), pp. 225 y 261.
69 L. E. Nieto Arteta, Lógica y ontología (Barranquilla, 1960), pp. 32-33 y Ensayos históricos y sociológicos (Bogotá, 1978), p. 120.
70 Nieto parece haber tomado la delantera en este camino. Por la misma época el vietnamita Tran-Duc-Thao (1917-1993), educado en París, trabajaba en un acercamiento, y contraste, entre Husserl y Marx que desarrolló en su festejada Phénoménologie et matérialisme dialectique de 1951 (traducido al español por la editorial Lautaro de Buenos Aires en 1959). La conclusión final del esforzado Tran era que los sugestivos análisis fenomenológicos sólo alcanzaban su pleno desarrollo cuando los abordaba el materialismo dialéctico, perspectiva que ligaba los motivos subjetivos de la acción con los fundamentos materiales de la existencia humana. Por aquellos años hubo, además, varios intentos por llevar la fenomenología a otros campos y tradiciones de pensamiento. Nieto conocía los esfuerzos de Max Scheler por trasladar las enseñanzas de Husserl a la antropología filosófica y los de Felix Kaufmann y Fritz Schreier por unirlo con la teoría pura del derecho de Hans Kelsen. La sociología no se quedó atrás en estos arrojos de integración y convergencia. En 1932 un amigo cercano de Kaufmann, el vienés Alfred Schütz (1899-1959), jurista y economista de formación y filósofo y sociólogo por vocación, emigrado a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, publicó la aplaudida Construcción significativa del mundo social, un exitoso libro dirigido a emparentar la filosofía trascendental con la sociología comprensiva de Max Weber. La obra, vertida al castellano cuarenta años después como Fenomenología del mundo social (Buenos Aires, 1972), donde había mucho Dilthey diseminado, promovió el estudio de la subjetividad en sociología (o de la “construcción social de la realidad” como se la conoció entre sus seguidores más entusiastas). Nieto no conoció esta aplicación, pero es claro que la hubiera aplaudido y se hubiera servido de ella para afinar sus trabajos de filosofía social. De todas formas debió tener alguna noticia de las incursiones de Schütz por las páginas aprobatorias que Kaufmann le dedicó en la Metodología de las ciencias sociales (México, 1946), pp. 205-216 y 269-271.
71 J. B. S. Haldane, “Prefacio a la edición en inglés [de la Dialéctica de la naturaleza]”, reproducido en F. Engels y C. Marx, Dialéctica de la naturaleza (México, sf), p. xiii. Haldane extendió la idea de la universalidad de la dialéctica en sus conferencias de 1938 en la Universidad de Birmingham, La filosofía marxista y las ciencias (Buenos Aires, 1946). El libro recibió una áspera reseña por parte del filósofo norteamericano de origen eslovaco Ernest Nagel. Ver su volumen de ensayos La lógica sin metafísica (Madrid, 1974), pp. 279-281.
72 Carta a Luis Córdoba Marino, Río de Janeiro, 7 de marzo de 1949.
73 Cartas del Dr. Luis Felipe García de Onrubia, Secretario Técnico del Primer Congreso Nacional de Filosofía, durante los meses de enero-marzo de 1949.
74 Carta a Luis Recaséns Siches, Río de Janeiro, 6 de febrero de 1949. Las itálicas son nuestras. De Colombia también fueron invitados Rafael Carrillo y Danilo Cruz Vélez, comprometidos por aquellos días en la organización del Instituto de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. Ninguno de los dos asistió.
75 Reproducida en las Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía (Buenos Aires, 1950), donde también aparecieron las ponencias de Nieto. Para mayor información ver el ilustrativo Perón, una biografía (Buenos Aires, 1999), pp. 264-266 del norteamericano Joseph A. Page.
76 Karl Löwith, Mi vida en Alemania antes y después de 1933 (Madrid, 1992), p. 182.
77 Hans-Georg Gadamer, Mis años de aprendizaje (Barcelona, 1996), pp. 174-178.
78 Carta a Luis Felipe García de Onrubia, Río de Janeiro, 6 de febrero de 1949. En realidad eran 36; había nacido en 1913. Se quitaba un año o, lo más probable, la fecha era un simple desliz de la fogosidad de su máquina de escribir.
79 Carta de Luis Recaséns Siches, Nueva York, 30 de junio de 1949.
80 Carta a Luis Recaséns Siches, Bogotá, 17 de julio de 1949.
81 Carta de Luis Recaséns Siches, Nueva York, 27 de marzo de 1950.
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