X. Las ciencias sociales
p. 325-361
Texte intégral
MATRIMONIO
1Buena parte de la labor intelectual de Nieto se desarrolló mientras cumplía sus obligaciones burocráticas en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En aquellos días la universidad no ofrecía posibilidades de una carrera académica estable, y el ejercicio profesional espantaba a los juristas con vocación intelectual. Después de su corta experiencia de abogado entre junio de 1941 y enero de 1942 –meses en los que atendió la querella sobre aguas de uso público–, regresó a la Cancillería para reemplazar a su amigo Cayetano Betancür. El Ministerio le proporcionaría los medios de subsistencia. Durante los diez años siguientes redactó la mayoría de los trabajos económicos, filosóficos y sociológicos por los cuales se lo recuerda hoy en día1.
2Cuando se encargó del Departamento de Organismos Internacionales estaba próximo a cumplir 29 años de edad y todavía estaba soltero. Su vida eran los libros, el trabajo, los amigos y la redacción de ensayos y artículos para revistas y periódicos. El amor parecía lejano y aún más la posibilidad de conocer e intimar con las damas. Pero la oportunidad llegó y no la desaprovechó. En la familia de su amigo y compañero de estudios universitarios Francisco Tafur Morales abundaban las mujeres. Cortejó a las hermanas menores de Francisco, y cuando éstas se mostraron renuentes, posó la mirada en la mayor, María del Carmen. Con cuatro años más que Nieto, llamada irónicamente la Nena en el círculo familiar, atendió sus requerimientos y resistió un noviazgo de 24 meses.
3Nieto era un novio pesado e inusual, un anima candida en asuntos de amor. Los galanteos comenzaron en diciembre de 1940, cobraron fundamento al año siguiente y se afirmaron en 1942. En esos largos meses abrumó a su prometida con cartas, mensajes, paseos, encuentros y agotadoras llamadas telefónicas2. “Ya no me gusta la soledad, quiero estar contigo a todas horas”, le escribió. La despedida de sus recados no enseñaba un “hasta mañana” sino un “hasta cada instante”. En estos arrebatos culpaba al castellano de no tener la suficiente elasticidad para expresar los estados espirituales que turbaban su mente y los sentimientos que se agolpaban en su pecho. “¿Por qué no inventamos –sugirió en una esquela– un idioma nuestro y sólo nuestro para declararnos nuestro amor?”. La filosofía le servía para sublimar sus epístolas. “¿Has sentido ya la honda plenitud óntica de nuestro inextinguible amor?”, recuerda que en ti “he encontrado las más puras y diáfanas esencias humanas”. En una ocasión María del Carmen empleó el vocablo amor en lugar del recatado amistad y le recordó que la sustitución tenía un profundo sentido: “las palabras cumplen en la cultura una determinada función; ellas significan el contenido intencional de la conciencia”. En cierto momento la edad de la novia surgió como duda e impedimento social para continuar la relación, a lo cual respondió Nieto con inquietud sosegada: “Tranquilízate, tu mayor edad no será motivo para que mi amor hacia ti desaparezca”.
4En todo ello no podía faltar una exaltación retórica de la naturaleza evasiva del amor, la ternura y el afecto. “Ahora comprendo que el amor es el gran sentido y la razón de toda vida humana. El amor es elación, confianza y unión. El amor es una alegría indefinible; la que sentimos cuando cada uno se mira en las pupilas del otro. Amar es recordar permanentemente a la amada; llena con su plenitud ontológica los corazones humanos”. En otro momento de arrebato le ofrendó su trabajo más querido: la producción intelectual: “Te puedo ofrecer mis ensayos filosóficos y mis creaciones intelectuales. Bajo el signo de tu amistad, primero, y luego bajo la gloriosa égida de tu amor, yo he escrito aquellos ensayos, descubierto y definido esas creaciones”. Como en los bucólicos relatos sentimentales del siglo xix, puso la naturaleza al servicio de sus estados del alma. “Son las dos y media de la tarde”, le escribió un día soleado. “La inmaculada pureza del cielo azul de este día de verano, símbolo cósmico de nuestro amor, parece ser una manifestación de la alegría con que la naturaleza, fecunda madre creadora, ha querido corresponder a la pública expresión de nuestro amor”. En sus metáforas María del Carmen era un vergel que expresaba la belleza del entorno físico: “tus pupilas son profundas y claras, como los cielos estivales que alegran la Sabana en las mañanas de sol. Eres delicada, suave, como una rosa temprana. Eres dulce, musical, como el murmullo de una fuente”3.
5Las cartas avanzaban y la agitación crecía. La Nena, abrumada por la extraordinaria efusividad de su Lucho, no se quedó atrás: “Yo estoy en ti”, apuntó. Y subrayó que en asuntos de amor, “mucho, no es suficiente”4. Nieto asintió: “El amor es una entrega y una posesión. Cada uno, dándose al otro, no se da realmente a nadie porque posee al otro. En esta reciprocidad funcional de entrega y posesión radica la dialéctica del amor”. En diciembre de 1941 le declaró: “Mi amor hacia ti es inextinguible. Yo necesito vivir siempre al lado tuyo; sin ti mi existencia no se justificaría. ¡Cuánto te amo! Siempre y siempre seré tuyo”. Y saltando obstáculos anímicos concluyó con la declaración que María del Carmen anhelada: “Sería infinita e inhumana crueldad el que yo no me casare contigo después de un año de mutuas y constantes protestas de amor. Georg Simmel ha afirmado que la gran creación cultural de la mujer es la casa, el hogar. Que tú seas la grande y excelsa creadora de nuestro hogar”5.
6Se casaron el 9 junio de 1943, cuando Nieto cumplía los 30 años y la Nena 34. La ceremonia había tomado tiempo. Hubo de esperar al nombramiento en firme de la Cancillería para que sus “vidas se unieran ante Dios” con ingresos decorosos y un fundamento material estable6. Nieto sabía que podía vivir soltero con el ejercicio profesional y las labores docentes, y que no podría sostener un matrimonio de clase media con entradas sujetas a los vaivenes de las andariegas oficinas de abogados y las errantes cátedras universitarias. Tuvieron dos hijos, Carlos Federico, nacido en Bogotá en 1944 y Victoria Claudia, nacida en Río de Janeiro en 1947. El nombre de su hijo era un homenaje a los autores más queridos de su primera juventud: Carlos Marx y Federico Engels. Contrariando lo que había escrito a sus amigos más cercanos, le comunicó a un colega de Barranquilla: “El matrimonio es un agradable estado de plenitud vital”7. Algo semejante le participó al filósofo argentino Francisco Romero: “El año pasado contraje matrimonio con la señorita Carmen Tafur Morales. Ahora gozo de una mayor tranquilidad y sosiego para mis estudios filosóficos”8.
LA ECONOMÍA POLÍTICA
7La dirección del Departamento de Organismos Internacionales atendía los acuerdos políticos y culturales con otros países y organizaba la participación del Estado colombiano en las conferencias panamericanas, una extensión de la deteriorada Sociedad de Naciones. Sus actividades estaban estrechamente asociadas a las labores del Departamento de Asuntos Económicos y Comerciales, donde había trabajado entre 1939 y 1941 junto al economista Guillermo Torres García. Un departamento encargado de la promoción y vigilancia de las relaciones comerciales de Colombia con Asia, Europa y las naciones americanas. En este marco institucional, impulsado por las tribulaciones de la Segunda Guerra Mundial, Nieto desarrolló su interés por la economía política, latente desde sus años marxistas. En ambos departamentos se redactaban documentos de política y estrategias económicas para orientar las acciones del gobierno y el trabajo de los funcionarios que estaban al frente de las legaciones nacionales en el exterior.
8Para Nieto, la economía política era un campo más de las ciencias del espíritu (como el derecho, la sociología y la historia), que estudiaba los hechos humanos con acentuados niveles de abstracción. Era una ciencia fáctica e idética, un saber de realidades tangibles portadora de un objeto propio y específico: la escasez. “El hombre produce bienes porque estos son escasos, esto es, [porque] existen en cantidad no adecuada para la satisfacción de las necesidades de todos los hombres”. De allí que la historia económica pudiera verse con justicia como la historia de la penuria, como el relato de la lucha constante del individuo contra la insuficiencia de bienes9. Detrás de todo esto estaba la lectura del joven Lionel Robbins, para quien la economía es la ciencia que estudia la conducta humana como relación entre fines y medios limitados, una prolongación de la idea anunciada por Léon Walras a finales del siglo xix, cuando llamó escasas a todas las cosas útiles y exiguas respeto de las necesidades de los hombres10. Aquí Nieto estaba muy lejos de sus lecturas socialistas y de la tradición inglesa que circunscribía la economía a la reflexión acerca del bienestar. El popular libro de Cannan, La riqueza, objeto de las críticas de su alumno Robbins, difundido en castellano en 1936 por la prolija Biblioteca de Iniciación Cultural de la editorial Labor de Barcelona, argumentaba con gracia que las cuestiones fundamentales de la economía se podían resumir en dos preguntas: ¿por qué todos estamos tan bien como estamos? –o tan mal si preferimos el lado oscuro del asunto–, y ¿por qué algunos estamos mucho mejor que otros que se hallan por debajo del promedio de fortuna? En pocas palabras, por qué unos disfrutan de holgura y otros carecen de ella rozando la miseria. A ellas respondía la economía, la ciencia del estudio de la riqueza; del bienestar material de la población según Cannan11.
9Nieto, siguiendo a Robbins, encontró improcedente esta vía. Implicaba un juicio de valor, “mejorar la vida”, y no era suficientemente abstracta para asir la esencia (ontología) de lo económico. La definición de Robbins facilitaba, además, la aplicación de la perspectiva filosófica que consideraba las manifestaciones humanas como antítesis de las manifestaciones del reino natural. Si el tema de la ciencia económica es la conducta humana cuando enfrenta medios escasos, estimula el juicio y la decisión. Es cierto que el individuo está uncido a la necesidad, pero también que tiene capacidad de elegir entre varias opciones. Si el hombre tiene que elegir entre bienes que son escasos, su vida es una permanente lucha entre libertad y necesidad, entre autonomía y obligación. Esto superaba, a su juicio, los residuos de naturalismo que pervivían en las explicaciones de los economistas del siglo xviii y xix –los fisiócratas, Smith, Ricardo, Malthus, Say, Marx, etc.–, interesados en “leyes económicas invariables e intemporales”. Todos ellos explicaban los hechos de la vida social con métodos parecidos a los de las ciencias naturales. Pero ahora, gracias a la nueva filosofía divulgada por Dilthey y sus seguidores, no podemos identificar los hechos económicos con los fenómenos naturales. Esta perspectiva nos obliga a ver la realidad económica como expresión del espíritu, como realización de decisiones humana para cubrir las necesidades. “El mundo de lo económico es, por ende, un mundo de sentidos y de significaciones, el mundo de la esfera de las realidades sociales”12.
10Nieto se aproximó a la ciencia de la escasez en tres direcciones: reflexiones teóricas, estudios de coyuntura y diseños de política y de programas de desarrollo. Estos últimos, condensados en un plan de fomento industrial para orientar las labores de la administración del presidente Eduardo Santos, ya se examinaron en el capítulo vi. Los trabajos teóricos cubrieron una gama muy amplia: equilibrio económico, teoría del valor de cambio, ontología de lo económico y teoría de la renta de Ricardo a la luz de la economía del siglo xx. A ello añadió dos reflexiones: una sobre Friedrich List y otra sobre las contribuciones de Francia al pensamiento económico (los fisiócratas, Say, Cournot, Bastiat, Walras, Gide, Rist y el esfuerzo colectivo de sistematización de mediados del siglo xix cristalizado en el influyente Dictionnaire de l’économie politique de Coquelin y Guillaumin).
11Con todas las precariedades formativas de un egresado de las facultades de Derecho y de autodidactismo desbocado, Nieto abordó con ahínco, y con más fervor intelectual que dominio profesional, las corrientes del pensamiento económico. Si bien carecía de un conocimiento directo, prudente y cauteloso de las principales tradiciones –los fisiócratas, la teoría clásica, la orientación marxista, el marginalismo, la escuela histórica alemana, la escuela austríaca y la teoría del equilibrio–, sabía que estas “doctrinas” constituían el origen de las discusiones contemporáneas. Leyó las traducciones castellanas de las figuras más representativas, desde Adam Smith hasta Keynes, difundidas por editoriales españolas y latinoamericanas como Aguilar de Madrid y el Fondo de Cultura Económica de México. A esas lecturas se sumó el estudio atento de los mejores registros del pensamiento económico de la época, como la exhaustiva Historia de las doctrinas económicas de Gide y Rist, y el animado manual del mismo título del profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lyon, René Gonnard13. Ambos libros venían acompañados de generosas y atractivas descripciones del medio social e histórico que aupaban las teorías objeto de indagación. En la mente de estos profesores, cuyos seguidores eran legión en las universidades francesas, el examen de las doctrines économiques se ocupaba de las “teorías” de los hechos económicos y de la “acción” para mejorar las condiciones de vida implícitas en cada una de ellas. Eran doctrines, marcos de referencia omnicomprensivos que nutrían la interpretación de los hechos y las políticas y programas de desarrollo. Por su carácter metódico y preceptivo, y sus habituales querellas y acentos críticos con otros modos de ver, tendían a cristalizarse en escuelas, en teorías sistemáticas con generaciones enteras de seguidores y practicantes14.
12Nieto heredó la visión de las doctrines. La economía era una ciencia teórica y aplicada; un saber que sugería un hacer, sin el cual quedaba amputada. Esta elección recordaba la antigua concepción de la economía política como ciencia de los asuntos públicos. Y este era su marco de referencia cuando se acercó a los fenómenos económicos como funcionario de la Cancillería15.
13No obstante las tensiones –ciencia de lo que es y de lo que debería ser– en conjunto, los trabajos teóricos de Nieto ofrecen una novedad en la historia del pensamiento social colombiano. Constituyen el primer esfuerzo por abordar la teoría económica como campo particular y distinto de la historia del pensamiento económico. Estudió el pasado para entender el presente, pero los distinguió. La historia del pensamiento económico no era lo mismo que el examen de la teoría económica. La primera registra, en sucesión, las ideas económicas desde el siglo xviii –o desde los griegos para los observadores más exigentes– hasta nuestros días. La segunda discute los elementos constitutivos de un concepto o de una orientación teórica activa. Es la labor analítica que examina las orientaciones actuales, los conceptos en uso que estimula la disciplina en una u otra dirección. Fue lo que hicieron los primeros manuales de economía y de hacienda pública escritos en el país. Examinaron teorías y conceptos que impulsaban el pensamiento económico del momento. Es verdad que no todo lo consignado en la historia del pensamiento económico está muerto, pero también lo es que no todo lo que se encuentra en ella es relevante para los problemas del día. En sus estudios de la obra de List, Nieto encontró, por ejemplo, ideas seminales para el diseño de políticas de protección de la industria colombiana y el desarrollo de la agricultura, pero en la mayoría de los economistas del pasado repudió la asimilación de la economía a los procedimientos de las ciencias naturales16.
14En el campo de la economía aplicada, Nieto se interesó por los problemas públicos de su tiempo: el patrón oro, el comercio internacional y las dificultades de la industria tabacalera y textilera. Elaboró diagnósticos para derivar programas de desarrollo y estrategias de gobierno. A todos ellos los asistía una teoría, implícita o explícita, que orientaba el análisis de los datos que les servían de apoyo. El escenario de sus reflexiones era el de la transición de una sociedad cerrada y atrasada a una sociedad abierta en permanente crecimiento; el paso de una colectividad tradicional, amparada en la gran propiedad de baja productividad y en la explotación de pequeñas heredades pobres y autosuficientes, con niveles técnicos muy precarios, a la de una colectividad urbana, industrial, dinámica, competitiva (con alta tecnología y un amplio mercado interno), asentada en una clase obrera calificada y un empresariado moderno sensible al cambio. Era la transición del “feudalismo” al capitalismo, de los modos de vida rurales a los modos de vida urbanos anunciados por el imperio de la ciudad en Occidente, proceso del cual no podían sustraerse los países del Tercer Mundo.
15A este marco se sumó el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Europa recortó las importaciones de materias primas de las zonas tropicales y limitó sus exportaciones de alimentos, maquinaria y productos industriales a los países en desarrollo. El Viejo Mundo entró en la economía de guerra: en la autarquía, el autoabastecimiento. Redujo el consumo privado de su población, incentivó la industria pesada y centró sus esfuerzos en la producción de material bélico.
16Nieto constató esta situación en un informe de 1944 sobre “Los efectos de la guerra en el comercio exterior de Colombia”. Después de Estados Unidos, Alemania era, antes de 1939, su segunda fuente de comercio exterior, y esto daba cierta ventaja. Tenía dos poderosos compradores de sus productos agrícolas, hecho que le confería visible poder. “Cuando un vendedor tiene dos compradores puede obtener, lógicamente, un precio más ventajoso para los productos que desea vender”17. Pero una vez el cielo europeo conoció los celajes de la guerra, la capacidad de negociación se fue a pique y el país debió entregar sus mercancías al único postor: Estados Unidos. Los vínculos con otras naciones de América Latina dieron, sin duda, un respiro, pero la situación de pobreza y estrechez de estos pueblos no permitía cubrir las necesidades básicas de la población. La respuesta era clara. Si no es posible exportar las materias primas, y con sus beneficios importar maquinaria y productos elaborados, se debían procesar los recursos naturales en el país mediante industrias amparadas por el Estado. Colombia y los demás países de la región debían modificar la división internacional del trabajo –zonas agrícolas, mineras y pecuarias versus zonas con “economías capitalistas altas y vigorosamente desarrolladas”– y adelantar los procesos de industrialización emprendidos por el Viejo Mundo en el siglo xix. “Conservar la presente naturaleza agropecuaria y minera de la economía nacional... es una posición antipatriótica que lesiona los más caros intereses de Colombia”18. Y a aquellos que se resistían a comprender las demandas del momento, los saludó con el lenguaje vejatorio de Marx:
En Colombia los vulgares filisteos de la ciencia económica, hombres sin conocimientos científicos adecuados, han hablado, enfática y pomposamente, de la inevitable estructura agrícola de la economía nacional y de la necesidad de desarrollar constantemente la agricultura colombiana. Olvidan que la industria nacional es la que puede suministrar el mercado seguro y estable para la producción agrícola interna19.
17De List había aprendido que una expansión de la industria produce de inmediato una ampliación del mercado interno para los productos agrícolas. Y no sólo para cubrir la demanda nacional, sino también, y de manera estratégica, para incrementar el comercio con las naciones vecinas. “La economía colombiana se haría diversa, y abandonaríamos todas esas pesarosas tradiciones coloniales que se expresan vigorosamente en la desafortunada tendencia al monocultivo en la esfera de la producción agrícola”20.
18El monocultivo era por supuesto el café, que siguió vendiéndose en reducidas cantidades a algunos países europeos no ocupados militarmente por Alemania, pero, sobre todo a Estados Unidos, su mayor consumidor. Y aun en una fecha tan tardía como 1941, cuando la Rusia de Stalin sentía la daga nazi en sus entrañas, la Unión Soviética registraba compras de café colombiano de alguna significación21. Pero no se podía vivir sólo de ese grano. Había que diversificar las exportaciones, y ello sólo se lograba con la industrialización de los productos que ayer se exportaban en bruto a la Europa ahora tiranizada. La industrialización ampliaría el mercado interno y con él la integración de comunidades rurales atrasadas y ajenas al desarrollo material de la nación.
19El reto sería mayor en los años de posguerra. Si Colombia había hecho esfuerzos por sustituir las antiguas importaciones mediante la producción interna, debía protegerla una vez los países desarrollados regresaran a la vida normal e intentaran recuperar los mercados perdidos durante la confrontación bélica. En pocas palabras, la paz traía grandes peligros para la economía nacional. Los países desarrollados recobrarían sus exportaciones y emprenderían una ofensiva comercial contra las tentativas de industrialización realizadas por Colombia y los demás países latinoamericanos. De ser así, resultaría “antinacional aceptar sin resistencia y ánimo defensivo, la perspectiva de que nuestras industrias, y muy especialmente la textil, regresen al estado en que las encontró la guerra”22. Gobierno y empresarios deberían echar mano de políticas proteccionistas para defender las industrias incipientes y los mercados ganados durante las hostilidades. Derechos de aduana, tipos de cambio, convenios especiales con algunos países y prioridades en la importación de maquinaria para la elaboración de productos de consumo inmediato (“las materias primas deberán ser transformadas en Colombia”), estarán a la orden del día23. Muchas de estas medidas fueron sugeridas años después por la cepal, el organismo de las Naciones Unidas encargado de promover el desarrollo económico y social de América Latina y el Caribe. No las descubrió Nieto, estaban en la mente de estrategas, expertos internacionales y pensadores de la región que reflexionaron sobre el futuro de la economía latinoamericana de postguerra. Un documento del Ministerio de la Economía Nacional, el antiguo Ministerio de Comercio Exterior, lo sintetizó con notable claridad en 1946:
La protección a las industrias embrionarias se impone y es adecuada y justa para las naciones que se hallan en el proceso evolutivo de su economía... No sería equitativo que [los países avanzados] privasen a los otros del beneficio de las normas proteccionistas que en el pasado aseguraron su propio desarrollo... [Recomendamos] a los países americanos que en la celebración de acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales, y en los proyectos-acuerdos sobre reducción de las barreras comerciales, se reconozca la necesidad en que se hallan los países de menor desarrollo económico de dar a sus industrias una adecuada protección aduanera24.
NEOIMPERIALISMO
20La dirección del Departamento de Organismos Internacionales le abrió a Nieto nuevas oportunidades. Trabajó de cerca con los cancilleres, participó en la redacción de sus Memorias al Congreso, asesoró a los embajadores y se familiarizó con los organismos hemisféricos encargados de los programas de reconstrucción social y económica. Elaboró documentos para estos organismos y asesoró a los funcionarios que representaban los intereses nacionales en sus encuentros. Los más significativos fueron la Conferencia de Estados Americanos en Chapultepec del 21 de febrero al 8 de marzo de 1945, y la reunión de las Naciones Unidas en San Francisco entre abril y junio del mismo año.
21La de Chapultepec, que lleva el nombre del famoso palacio de la ciudad de México donde se efectuó la reunión, conocida como “Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz”, tenía como fin establecer las bases de las relaciones interamericanas ante los cambios del nuevo orden mundial. La Segunda Guerra llegaba a su fin y los aliados –Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética– se distribuían el mundo Occidental en áreas de influencia. América Latina, en la órbita norteamericana, debía establecer las bases de cooperación con su aliado mayor en asuntos de organización política y de reconstrucción económica. Debía acordar, además, una posición ante la creación de la onu (Organización de las Naciones Unidas), que tendría lugar pocas semanas después en San Francisco. Nieto asistió a esta conferencia, una culminación, para los asuntos americanos, de las discusiones mexicanas. En sus sesiones, la diplomacia de Estados Unidos, apoyada por los cancilleres latinoamericanos, defendió la soberanía y la facultad del continente para resolver sus problemas, una extensión moderna de la antigua doctrina divulgada por James Monroe, el quinto presidente de Estados Unidos (1817-1825): “América para los americanos”. La Conferencia de San Francisco, a la cual asistieron cincuenta Estados representados por sus ministros de relaciones exteriores, enterró a la Sociedad de Naciones, un producto de la Primera Guerra Mundial, instituyó la onu y postuló los objetivos del “parlamento de la humanidad”: mantener la paz y la seguridad internacionales, fomentar las relaciones de amistad entre las naciones, prohibir la amenaza y el uso de la fuerza contra los Estados de la onu, y cooperar en el desarrollo y el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales25.
22Regresando a sus lecturas marxistas, Nieto caracterizó este proceso como el tránsito del imperialismo tradicional y clásico, a uno de nuevo cuño –el neoimperialismo– producto de la Segunda Guerra Mundial: una respuesta de las grandes potencias a las exigencias políticas y económicas de la hora26. Mientras que el viejo imperialismo se basaba en la explotación económica y en la dominación política de las colonias, el neoimperialismo tomaba aliento en la invasión y el asedio de Estados aledaños o en el establecimiento de acuerdos políticos y económicos con naciones afines. A su juicio, el primer país neoimperialista fue la Alemania nazi, que se anexó a Europa central y la región de los Balcanes para subordinarlas a su vida económica. Expandió su “espacio vital” y lo puso a producir alimentos y materias primas en beneficio de la industria, la población y las acciones bélicas del Reich. Con ello frenó el desarrollo natural de las naciones asimiladas en provecho de la producción berlinesa y de la política nazi. Nieto pensaba que algo similar sucedería una vez finalizaran las hostilidades, pero ya no por acción directa sino mediante negociaciones y acuerdos con los pueblos vecinos. Con la terminación de la guerra surgirían los grupos económicos en torno a una gran potencia y junto a ella se organizarían los capitalismos continentales. Como en el régimen nazi que acababa de morir, el capitalismo moderno requería grandes espacios vitales para nutrir sus industrias, lograr el pleno empleo y realizar sus mercancías en un mercado ampliado y estable. Era de nuevo la afirmación y presencia de la geopolítica, de la ciencia que estudia la morada de las naciones en relación con el poder de las otras, o, como lo definió un socorrido analista de la época, el “escenario donde se desarrolla la vida de los pueblos organizados en Estados”27.
23Algo parecido sucedió en la posguerra. América para los americanos, Europa para los europeos y Rusia –con sus territorios asiáticos, sus repúblicas y sus satélites de Europa oriental salvaguardados por la “cortina de hierro”– para la “hermandad” socialista. Como los países capitalistas, la Unión Soviética también precisaba de territorios poblados de alguna extensión para la producción de alimentos y de materias primas dirigidas al restablecimiento de su industria y a la afirmación de su propia seguridad, la dimensión política del neo-imperialismo. Pero Nieto no vio nada de esto último. Su fervor marxista, su ingenuidad ante la experiencia rusa y la aceptación sin cortapisas de los postulados de la economía política socialista derivada de una lectura piadosa del húngaro Eugene Varga y demás ideólogos y divulgadores moscovitas, lo llevaron a escribir que la Unión Soviética no necesitaba exportar, porque “la economía Soviética no produce mercancías sino valores de uso. En consecuencia, para ella las exportaciones no son una necesidad”. Exportar era la salvación del capitalismo, preso de inmutables ciclos económicos de prosperidad y crisis que lo llevarían finalmente al derrumbe, no una exigencia de la fraternidad socialista destinada a sustituir el reino de la necesidad en por el reino de la libertad28.
24Nieto aprovechó su viaje a San Francisco para familiarizarse con la vida norteamericana y ensanchar sus relaciones intelectuales. Como se sabe, allí conoció y entrevistó al creador de la Teoría Pura del Derecho, Hans Kelsen, y en sus escalas mexicanas, tanto de ida como de regreso, estrechó su amistad con profesores universitarios e intelectuales vinculados con el Fondo de Cultura Económica. En la capital azteca departió con sociólogos, filósofos y economistas, compró libros, pronunció conferencias y selló compromisos con la prestigiosa revista El Trimestre Económico, el Economic Quarterly de América Latina, al cual estaban vinculados sus amigos Víctor Urquidi y Javier Márquez, notable traductor de obras de economía del Fondo de Cultura Económica. En un reportaje concedido a El Heraldo de Barranquilla, resumió su experiencia (su “alteración”, como le gustaba decir con tonalidad orteguiana):
Permanecí en México ocho días. Fui invitado a dar charlas sobre temas colombianos y a pronunciar una conferencia filosófica. Las charlas fueron dadas en el Centro de Estudios Sociales de Colegio de México, dirigido por el profesor español José Medina Echavarría, quien próximamente visitará a Colombia invitado por la Universidad Nacional. El director de la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de México, tuvo a bien invitarme a ofrecer una conferencia sobre temas filosóficos. Previa presentación que hizo el profesor Luis Recaséns Siches, tuve oportunidad de explicar algunas consideraciones sobre el problema de los supuestos lógicos y ontológicos del derecho. Asistieron a la conferencia, entre otros, los profesores mexicanos Eduardo García Máynez, Leopoldo Zea, Virgilio Domínguez y Guillermo García Máynez, y los catedráticos españoles Juan David García Bacca, Eugenio Ímaz, Recaséns Siches, Medina Echavarría, Juan Roura-Parella y Vicente Herrero.
México es en realidad un ateneo. Cuando llegaron los profesores españoles ya había en la capital azteca un grupo de catedráticos que conocía la filosofía y la cultura contemporáneas y que había estudiado en universidades alemanas. Existía el grupo de filósofos neokantianos dirigidos por Francisco Larroyo, que publicaba la Gaceta Filosófica, revista que todavía sigue saliendo. Es un grupo, que aun siendo férreamente neokantiano, tiene una gran simpatía por el estudio de las opuestas concepciones filosóficas. Además, Antonio Caso ejercía su magisterio creador. Por otra parte, en el Centro de Estudios filosóficos de la Universidad Autónoma de México, bajo la dirección de Eduardo García Máynez, representa la influencia de Hartmann, maestro de García en la Universidad de Berlín. Tal era el ambiente que encontraron los profesores españoles al llegar a México. Su presencia era estimulante para intensificar las labores intelectuales. Además, algunos profesores españoles, a través de la gigantesca actividad que desarrolla el Fondo de Cultura Económica, se han dedicado a traducir al castellano –en pulcras versiones– obras filosóficas, sociológicas y económicas fundamentales. Es el caso de Eugenio Ímaz que ha traducido ya seis volúmenes de las obras completas de Wilhelm Dilthey29.
25Nieto regresó de San Francisco a su puesto en la Cancillería. Al lado de sus obligaciones burocráticas daba un curso de Filosofía del Derecho en la Universidad Nacional y uno de Economía, pero en ninguno de ellos ganó favor y atención de sus alumnos. Además de monótonos y aburridos, los encontraban áridos y poco útiles para su futuro desempeño profesional. Tomaban sus cursos para cubrir los requisitos escolares, pero los olvidaban tan pronto aprobaban los exámenes. Eran las clases de cultura general de “Nietojarteta”, un aliño formativo que debían soportar para completar el pensum de Derecho. Nieto conocía estas resistencias calladas y las multiplicadas bromas, historias y patrañas de sus pupilos, pero tenía muy clara la misión pedagógica de su magisterio: “Es necesario acostumbrar a las gentes en Colombia a preocuparse por temas filosóficos. Sin filosofía no habrá jamás auténtica cultura nacional”30.
26La segunda mitad de 1945 fue agitada en la política nacional. Tensiones con los militares y el Congreso llevaron a la renuncia del presidente López Pumarejo. Fue reemplazado por el Designado, el Canciller Alberto Lleras Camargo, jefe inmediato de Nieto, con quien viajó a San Francisco. Fueron también los días del ascenso de Jorge Eliécer Gaitán al escenario nacional en calidad de candidato “del pueblo” a la Presidencia de la República para el período 1946-1950. Nieto no era muy afín a Gaitán. Lo conocía desde los años de la unir y sabía que era un hombre impredecible, que cambiaba con la misma rapidez con que mutaban las circunstancias y las alianzas políticas. Hoy se presentaba como “tribuno del pueblo” y mañana como representante de los “intereses de la nación”, eufemismo tras el cual se amparaban pobres y ricos, opulentos y desheredados: banqueros, industriales, empleados y obreros; comerciantes, terratenientes, jornaleros y medianos propietarios de la tierra. A este respecto le escribió a su amigo Daniel Cosío Villegas, fundador y director del Fondo de Cultura Económica:
En cuanto a la lucha en torno a las candidaturas presidenciales, debe anotarse que la de Gaitán ha adquirido un auge extraordinario. Tiene la tácita colaboración del partido Conservador, deseoso, como es natural, de apoyar aquel candidato liberal que haya atacado más furiosamente al gobierno de López Pumarejo y aún al actual [el de Lleras Camargo]. El gaitanismo es un típico movimiento político espontáneo de la pequeña burguesía. Es, por eso, un movimiento confuso, de muy imprecisas finalidades, contradictorio incluso. Sus postulados no tienen contenido concreto –“A la carga”, “Por la restauración moral y democrática de la República”, “Contra las oligarquías”, etc.-. Siendo un movimiento de la pequeña burguesía aparecen en él las mismas características que distinguieron a los movimientos fascistas de Europa. Por lo demás, yo creo que no se le podría identificar con un auténtico movimiento fascista, ya que en este caso la agudización de la lucha de clases en Colombia no se da, hecho que sí habría llevado a la burguesía colombiana a apoyar el gaitanismo, arrojando por la borda al estorboso Estado liberal.
Gabriel Turbay [el otro candidato liberal] se obstina en no retirar su candidatura, declarando que es la legítima y oficial. Desafortunadamente, el origen [libanés] de Turbay le ha permitido a Gaitán, muy absurda y reaccionariamente, emprender una campaña de xenofobia contra Turbay, la cual ha encontrado eco en esa turba de pequeños burgueses, de artesanos y aún de obreros que sigue a Gaitán. No sería improbable que ante la inminencia de un candidato conservador, se lanzase un tercer candidato liberal [que indujera] el retiro de la candidatura de Gaitán (después de todo, Gaitán siempre ha estado afiliado al partido Liberal). Para los intereses liberales la mejor solución sería una candidatura conservadora, pues ésta provocaría la unión liberal en torno a otro candidato31.
27Esto no sucedió. Ni Gaitán ni Turbay renunciaron a su aspiración presidencial, y al final fueron vencidos por el candidato conservador, el ingeniero Mariano Ospina Pérez. Una vez más se evidenciaba que el pasado, como el presente, posee un futuro abierto para quienes lo construyen. Los actores luchan por sus objetivos manifiestos o encubiertos, eligen ciertas vías para alcanzarlos y dejan de lado otras que en un principio consideraron inciertas o de escaso valor. Los resultados finales son los que enseñan qué tanto se alcanzó o se perdió en pos de los fines deseados y qué tan acertada o equívoca fue la decisión tomada en su momento32.
EL CONOCIMIENTO SOCIAL
28Otra consecuencia del paso de Nieto por la capital mexicana fue su interés por la obra de Dilthey, el analista de las ciencias del espíritu. Dilthey estaba por aquellos días en el centro de las discusiones sobre el estatus de las ciencias humanas. Nieto lo conocía y sabía de su importancia, pero no había tenido oportunidad de leerlo sin las interferencias de la literatura secundaria. El Fondo de Cultura Económica y el entusiasta Eugenio Ímaz, otro español transterrado, se dieron a la tarea de trasladar al castellano la parte más significativa de su obra. Wenceslao Roces y sus colegas españoles, el filósofo José Gaos y el educador Juan Roura-Parella, le ayudaron con dos tomos en esta agobiante faena. La traducción fue una labor hercúlea: ocho volúmenes, 3.660 páginas, mas prólogos, epílogos y notas aclaratorias. A este esfuerzo Ímaz sumó poco después las 230 páginas de la Historia de la filosofía, libro que recogía las clases de Dilthey sobre el pensamiento filosófico dictadas en la Universidad de Berlín33.
29Ímaz nació en San Sebastián, en el país vasco, en 1900. En su ciudad natal pasó la infancia y la adolescencia, y una vez finalizada la secundaria, fue a Madrid a estudiar Derecho. A finales de 1919, cuando apenas cursaba el segundo año, partió para Lovania a estudiar filosofía y derecho político comparado en compañía de su amigo Xavier Zubiri, otro hijo de San Sebastián. Regresó a Madrid, en octubre de 1924 obtuvo el título de licenciado en Ciencias Jurídicas y pronto ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras, donde estuvo cuatro años. Luego marchó a Alemania, de nuevo con Zubiri, para continuar su formación filosófica en las universidades de Friburgo, Munich y Berlín, donde escuchó a Husserl, Heidegger y Einstein. Regresó a España en 1932, en los inicios mismos de la República, con una joven alemana a su lado, Hildegarde Jahnke, su esposa. Ahora tenía en su haber un dominio del alemán, el inglés y el francés, idiomas que le abrirían las puertas de revistas y casas editoriales, y mediante los cuales garantizaría su modus vivendi y dejaría huella en la cultura hispanoamericana. Se vinculó a la Revista de Occidente como traductor, coordinó Cruz y Raya, una “Revista de afirmación y negación” dirigida por el ensayista José Bergamín, y un año después del alzamiento de Franco, en 1937, se fue a París y enseguida a México. Allí desplegó sus habilidades docentes y de traductor, y redactó libros y ensayos sobre temas filosóficos que no parecen haberlo dejado satisfecho. Participó en las revistas España Peregrina y Cuadernos Americanos, y en 1946 se fue a Venezuela con Juan David García Bacca a enseñar filosofía, pero dos años después, desilusionado, estaba de regreso a ciudad de México. A finales de enero de 1951, a los cincuenta años, se quitó la vida en el puerto de Veracruz cuando se dirigía a Puerto Rico a ocupar un puesto docente. “No pudo soportar la marcha de la historia”, apuntó un escritor anónimo. Eran tiempos desolados. Sintió como propias las dos guerras mundiales, experimentó el auge y caída de la República Española, sufrió el éxodo y nunca asimiló el exilio. “Para mi han sido estos años de crisis, en que experiencias tremendas, si mataron muchas ilusiones, no me dejaron humor para llorarlas, y sí encendieron un fuego que no quisiera que se apagara más que con la vida”, señaló en la página inicial de su libro de título contrapuesto, Topia y utopía, realidad y quimera. Sintió, además, que el reconocimiento como escritor y pensador le fue ajeno; sólo el “operario”, el traductor, cosechó aplausos. En una ocasión escribió: “tenemos que morir, pero nadie lo cree”34. ¡Él lo creyó!
30Nieto supo de su desaparición por Julián Calvo, otro transterrado, antiguo profesor de derecho penal y procesal de la Universidad de Murcia, y ahora funcionario del Fondo de Cultura Económica: “Eugenio Ímaz se ha privado de la vida tras de un breve e intenso período de depresión, cuya gestación no podemos ya saber nunca. Su penoso fin se asemeja al del historiador español Ramón Iglesia, otro considerable valor perdido en la emigración”35. Al recibir la noticia, le escribió a Urquidi: “Ímaz se suicidó... ¡Cuánta labor valiosa habría podido realizar todavía en la esfera de la filosofía! El Fondo perdió a uno de sus mejores colaboradores”36.
31Ímaz tradujo hasta el cansancio. Por sus dictados y su máquina de escribir pasaron, entre otros, los filósofos Kant, el Maestro Eckhart, Schopenhauer, Cassirer, M. Buber, T. Litt, O. Spann, F. Kaufmann, P. L. Landsberg, R. G. Collingwood, J. Dewey, A. Hoffmann, I. M. Bochenski y el festejado Dilthey. A ellos se unieron los historiadores Ranke, Burckhardt, Huizinga, Troelsch y Kirkland; los sociólogos Georg Simmel, Max Weber, Ferdinand Tónnies y Robert MacIver; el humanista Erich Auerbach y el pensador romántico de la política Adam Müller; los psicólogos C. G. Jung, F. J. J. Buytendijk y E. Wellenmann, y los tratadistas de la ciencia, el físico-matemático Pascual Jordán y el húngaro germanizado Wilhelm Szilasi, amigo de dos enemigos: el marxista Georg Lukács y el existencia-lista Martin Heidegger, a quien sucedió por algunos años en la Universidad de Friburgo después de la Segunda Guerra Mundial. Las revistas en la que participó están llenas de sus traducciones del inglés y del alemán. En sus últimos años acarició la idea de traducir las obras de Dewey, pero el tiempo sólo le permitió ofrecer una muestra muy reducida de algo que aspiraba a que fuera tan relevante como lo hecho con Dilthey. Después de arreglar cuentas con el idealismo alemán quería ofrecer las contribuciones del empirismo y de la filosofía realista, que ya había anunciado con su versión del ensayo de Hans Reichenbach, Objetivos y métodos del conocimiento físico, con el libro de Eduard May, La filosofía natural, y con la comprensiva Historia de la filosofía norteamericana de Herbert W. Schneider. Sabía que la especulación alemana se agotaba y que la nueva filosofía de la ciencia traía un mensaje de renovación y cambio. Pero todo esto quedó para la generación siguiente de traductores y exégetas interesados en el diálogo entre filosofía y ciencia, que ocupó buena parte de las discusiones epistemológicas de la segunda mitad del siglo xx.
32Nieto registró su lectura del pensador alemán en un farragoso texto de 48 páginas dedicadas “al profesor Eugenio Ímaz, egregio traductor de Dilthey”37. En un lenguaje ampuloso aunado a una especulación desenfrenada, donde habla de todo sin mayor control y extrae conclusiones antojadizas derivadas de sus lecturas fenomenológicas y marxistas, toca tres temas diltheyanos: el conocimiento de lo natural, la filosofía de la vida y la estructura de la existencia. Hasta donde el lector alcanza a entender –Nieto no expone, encadena citas–, la percepción de lo espiritual (el estudio de las cosas del hombre) toma rumbos diferentes al del examen de lo natural. El conocimiento de la naturaleza, una realidad externa, proviene de los sentidos; el de las dimensiones espirituales, una parte de nosotros mismos, de la “comprensión”, de la experiencia interna. La filosofía de la vida, la reflexión del hombre sobre sí mismo, tiene su fundamento último en la historia. El hombre es un ser con pasado, con herencias que nutren y animan su existencia y lo empujan hacia adelante. Pasado, presente y futuro constituyen un proceso continuo, ya que “lo antiguo significa algo que hemos sido nosotros mismos y que seguimos siendo en la medida en que ha pasado a formar parte de nuestra historia”38. A diferencia del mundo natural, en lo espiritual el tema de estudio y el sujeto que lo estudia se confunden. No hay relaciones de exterioridad: el que investiga la historia es el mismo que la hace. Todo esto lleva a la noción de estructura de la vida: la forma como se organizan las partes de la existencia humana. Aquí los fines, los ideales, los valores en una palabra, organizan la trama de la interacción humana. Constituyen la energía, el aspecto dinámico de la voluntad. La vida es realización de valores, de algo que se desea y aprecia, que se busca y termina subordinando la convivencia humana hasta moldear una forma particular de ver el mundo. Es el campo abonado de la sociología, que “se transforma en ciencia cuando descubre fines sociales en el hombre y cuando puede analizar el proceso dentro del cual se realizan o pueden realizarse tales fines”39. La intención final de Dilthey era llenar un vacío dejado por Kant: crear las bases de la razón histórica (del reino de lo social). El notable ciudadano de Königsberg dejó tres críticas imperecederas (de la razón pura, de la razón práctica y del juicio) desprendidas de la órbita gnoseológica de las ciencias naturales. Ahora era necesario completar este esfuerzo con una teoría del saber que diera cuenta de la sociedad y la cultura. Con ello se daba cumplimiento a la demanda de la ilustración kantiana: la mayoría de edad; el hombre conociéndose a sí mismo para esclarecer y gobernar su destino.
33Esto es lo que se desprende de la brumosa exposición de Nieto. Tratar de exponerlo sería completarlo, escribir un texto que nunca redactó. La prosa de Dilthey es pálida, sombría y sinuosa, pero en la pluma del entusiasta jusfilósofo nacional, que lo leyó apresuradamente, se vuelve espectral. Nada es claro en estas páginas y el lector debe acudir a los textos de Dilthey para saber, con alguna seguridad, lo que Nieto quería decir. Queda, sin embargo, el vestigio de que fue el primer colombiano que se dio a la tarea de reseñarlo y de informar a los intelectuales nacionales que allí había un pensador notable que nadie interesado en la filosofía moderna podía desconocer o dejar de lado40.
34Cuando el ensayo salió a la calle le envió una misiva a Ímaz: “En el número seis de la revista Universidad Nacional de Colombia he publicado un extenso trabajo titulado ‘Guillermo Dilthey’ [dedicado a usted]. Cuando haya tenido oportunidad de leer el mencionado trabajo me agradará conocer sus impresiones”41. Ímaz no respondió. Optó por un prudente silencio, la estrategia académica de eludir los peligros de la palabra efusiva derivada de la gratitud y evitar la crítica acerba que lacera el corazón y precipita el rencor. Pero recibió aplausos de dos transterrados muy cercanos a Ímaz. Recaséns Siches le comunicó que había “tenido el placer y el beneficio de leer su excelente estudio sobre Guillermo Dilthey por el que le felicito efusivamente”42. Y García Bacca –que trabajaba por aquellos días con Ímaz en Caracas–, le notificó que había tenido “el gusto de leer y admirar su trabajo sobre Dilthey hecho con una competencia, conciencia, minuciosidad, orden, que resultan raros y edificantes en nuestro medio, aparte de que tengo que agradecerle las citas que hace usted en él de mis obras”43. Estas gratitudes serenaron sus ansiedades, pero no apaciguaron su animosidad con el traductor. Cuando llegó a sus manos El pensamiento de Dilthey, publicado por el Colegio de México en octubre de 1946, lo leyó y le manifestó a un amigo: “compré el libro de Ímaz sobre Dilthey; es expositivo, no crítico. No me agradó”44. A García Bacca le comentó algo parecido en tono más sosegado: “Ímaz no me escribió. He leído su libro sobre Dilthey. La exposición de las doctrinas y teorías diltheyanas es insuperable, no así la crítica de las mismas, que no es completa”45.
35Pero si del texto sobre Dilthey de 1946 no se puede extraer mayor claridad acerca del conocimiento de lo social, un texto de 1944 –“Fenomenología, filosofía social y sociología”– ofrece suficiente información al respecto46. Sus páginas plantean los problemas específicos del saber en las ciencias humanas. El ensayo señala que un rasgo de la filosofía moderna, que parte de Descartes, es la definición de nuevos métodos para conocer los hechos “con la mente limpia y pura”. El pensador francés dejó atrás la rigidez de las categorías y las construcciones sistemáticas del pasado medieval que impedían acercarse a la realidad tal como era y mostraba la experiencia. Este reto lo asumió la fenomenología en el amanecer del siglo xx, escuela que postula la unión entre los hechos y las esencias, entre las particularidades contingentes y los marcos universales que los interpretan y condensan. Sus seguidores se encargaron de subrayar los vínculos entre las ciencias fácticas (empíricas) y las ciencias eidéticas, aquellas que estudian las esencias, los rasgos “puros” que compendian los contenidos variables de los objetos empíricos. La sociología del derecho, por ejemplo, una disciplina fáctica, examina las normas en situaciones concretas, y la teoría pura del derecho, un campo eidético, se ocupa de los rasgos típicos de las normas. Contra lo que generalmente se piensa, la fenomenología muestra un respeto y vocación por los datos que acepta sin parcialidades, tal como llegan a la conciencia. “Si positivismo quiere significar –señaló el fundador de la fenomenología moderna Edmund Husserl– tanto como fundamentación libre de prejuicios de todas las ciencias sobre lo positivo, es decir, sobre lo aprehensible originariamente, entonces somos nosotros los auténticos positivistas”47.
36A diferencia del positivismo y del materialismo del siglo xix, un monismo que identificaba lo real con lo natural, Nieto defendió la diversidad de objetos, de todo aquello –real o irreal– que es susceptible de un juicio. Para dar vida a su postura hizo suya una clasificación borrosa y poco funcional tomada del filósofo de la ciencia de la Universidad de Bonn, Aloys Müller (1879-1952)48. Habló de objetos físicos o reales (las cosas que nos llegan por percepción interna, la vida psíquica, o por apreciación externa, las cosas de la naturaleza); objetos que poseen supraser (la sustancia, la definición de la cosa en sí de Kant; algo que existe pero que no podemos conocer y, que cuando lo intentamos, lo empobrecemos); objetos ideales (los números, los conceptos, los pensamientos); los valores (creencias y cualidades estimadas y buscadas); la cultura (obras creadas por el hombre); la vida (experiencia personal). Cada uno de estos objetos tenía su forma, su caparazón vacía de todo contenido material que se traducía en ontologías regionales, una noción de raigambre husserliana que aludía a los campos de estudio particulares, como lo social, lo económico, lo jurídico, lo religioso, etc. Los valores, por ejemplo, adquieren su estructura general, su forma, cuando se los asume como “cualidades materiales de los objetos físicos o concretización de los contenidos intencionales de los hechos sociales”, y su contenido material cuando se exalta –se juzga, se valora– una escultura, un lienzo, un libro o las nociones de libertad, igualdad y democracia49. Para el acto del conocimiento la realidad es una síntesis entre el hecho y su esencia universal e invariable, construida intelectualmente a partir de la observación de lo existente. La esencia se convierte así en un marco de referencia, en la condición ontológica del hecho y en el supuesto formal que orienta su conocimiento empírico.
37Estos pensamientos eran un preámbulo a la meditación sobre lo social. El conocimiento es uno en cuanto voluntad de saber, pero es múltiple como aproximación a la realidad infinitamente diversa. Lo social y lo natural es su mejor ordenamiento. Ambos son objetos de estudio científicamente orientados, pero sus aproximaciones son diferentes y sus métodos distintos. Unas son ciencias naturales y las otras ciencias del espíritu o de la cultura. Comparten, sin duda, el impulso de la objetividad y son ajenas a los énfasis axiológicos. No son justificaciones de determinado existir, sino búsquedas de los modos de ser de la naturaleza y de la sociedad. Su objetivo es conocer, no ofrecer normas de conducta. Pero afirmado esto, surgen las discrepancias. A diferencia del mundo natural, los datos culturales son singulares e individuales, irrepetibles y originales. En la naturaleza los hechos son iguales e idénticos en todo tiempo y lugar, y susceptibles de generalización y de traducción a leyes. Además, al hombre lo asiste el libre albedrío, las formas de la voluntad; es un objeto de estudio que piensa por sí mismo. A esto se suma la dificultad del investigador en el terreno de la investigación social. Mientras que el científico natural está en una posición de exterioridad –no posee afinidad alguna de amor y odio con su objeto de estudio–, el investigador de la cultura se encuentra unido a su tema por relaciones de querencia y apego. Examina un objeto del cual hace parte y nada fácil de separar del corazón y del afecto50.
38La misma índole de los hechos de la cultura, de raigambre histórica, suscita problemas lógicos que exigen metodologías especiales. Si las ciencias del espíritu constituyen un asunto interno, un examen de la experiencia –las vivencias del pasado acumuladas–, la estrategia para sacarlas a luz proviene de la comprensión, del intento de revivirlas en la mente del analista. De allí el laudo simmeliano: “no hace falta ser un César para comprender realmente a César, ni un segundo Lutero para comprender a Lutero”. Podemos conocer sus decisiones mediante reconstrucciones de lo no vivido; el que jamás amó puede comprender a los amantes, y el cobarde al héroe51. ¿Qué significa comprender? Buscar el sentido intencional que orienta la conducta de los individuos. Sólo se comprenden las cosas que tienen sentido, y una acción tiene sentido cuando es resultado del propósito de alcanzar un deseo, un valor. “Comprender un hecho social –subrayó Nieto– es realizar la inmersión del espíritu subjetivo dentro del espíritu objetivo, condicionada por la existencia de nexos de sentido”52. El cometido del analista de las ciencias de la cultura es interpretar los símbolos materializados y descifrar el contenido anímico que encierran. Esta operación pone de manifiesto la vida de la que brotaron los símbolos y de los cuales las manifestaciones del espíritu objetivo son apenas su expresión material. Detrás de todo esto estaba la hermenéutica, el recurso metodológico del último Dilthey, que ofrece los instrumentos para develar lo que ocurre detrás de los vestigios dejados por el hombre. Si comprender es el proceso mediante el cual se llega a conocer la vida psíquica partiendo de sus manifestaciones sensibles, la hermenéutica es el conjunto de pasos, técnicas y procedimientos que acompañan la comprensión. Es el arte de la interpretación elevado a conciencia científica. Su “finalidad última consiste en comprender al autor mejor de lo que él mismo se comprendió”. “En las piedras, mármoles, sonidos musicales, ademanes, palabras y letras, en las acciones, en los órdenes y organizaciones económicas, nos habla siempre el mismo espíritu humano”. El comprender se extiende desde el balbuceo de un niño hasta el Hamlet de Shakespeare o la Crítica de la razón pura de Kant53.
39Pero esto era sólo el comienzo de las meditaciones epistemológicas de Nieto. En su texto había algo más que consterna al lector de nuestros días. Estuvo a punto de sacrificar la objetividad en las ciencias sociales, tal como se la entiende en la ciencia contemporánea. La verdad social –escribió– es un asunto diverso. “El conocimiento social no puede suministrarnos la verdad objetiva e invariable, porque en él no se realiza la condición lógica de la objetividad: la exterioridad del objeto y del sujeto. Todo en él es volitivo e irracional. La peculiaridad de la verdad social, verdad querida y deseada, no permite establecer entre ella y la objetividad científica ninguna vinculación. La verdad social no es una verdad objetiva”54. ¿Es entonces una “verdad subjetiva”?, ¿la verdad de un analista es distinta de la verdad de otro que estudiaba el mismo fenómeno?, ¿ambas son al final igualmente tolerables?, ¿hay tantas verosimilitudes cuantas vivencias sea capaz de evidenciar el investigador del momento? Así parece. Nieto serenó un poco su posición personalista remitiéndose a las enseñanzas de la sociología del conocimiento de Karl Mannheim, un sociólogo que en filosofía se consideró discípulo de Dilthey55. Allí el pensador húngaro afirmó que el conocimiento social estaba unido a una situación histórico-social determinada, y que nada podía comprenderse cabalmente en el mundo de la cultura mientras no se tomara en cuenta su relación con la existencia y las implicaciones sociales de la vida humana. Este relativismo postulaba que lo que es verdad para una situación y los hombres implicados en ella, podía no serlo para otras situaciones con demandas diferentes. En tono aprobatorio Nieto escribió: “para el marxismo [por ejemplo], cada clase social posee su verdad, su ideología. Hay una verdad proletaria y una verdad burguesa. Inclusive el mismo marxismo se presenta no como una verdad objetiva y científica, sino como una verdad proletaria carente, bajo esa perspectiva, de objetividad”56. En pocas palabras, se puede ser objetivo atendiendo al contexto particular en que surge y se asienta un saber cultural.
40Dicho esto, y sin mayor explicación, agregó que dentro del marxismo hay libros “imperecederos”, El capital por ejemplo, que van más allá del prospecto de una clase social. “El capital parece no ser solamente una obra creadora de la concepción proletaria de la vida económica capitalista, sino también una explicación de la evidente objetividad de la economía capitalista”57. Esto abría la posibilidad de considerar algunos productos culturales –la ciencia y las grandes obras literarias y filosóficas– como “libres” de las vivencias que los originaron, esto es, como substancias independientes que logran escapar a sus determinantes sociales una vez se objetivan. Quizá Nieto aquí hacía eco a un pasaje de la conferencia de Dilthey de 1910, “La comprensión de otras personas”, donde planteó que en ciertos casos el mensaje de una obra cultural es tan exacto y preciso que la interpretación coincide con la cosa objeto de estudio. “Aquí el juicio es el mismo en quien lo expresa y en quien lo entiende; marcha como transportado, sin variación ninguna, de la posesión de quien lo expresa a la posesión de quien lo comprende”. Y aún más. Para discernirlo no es necesario ir a las fuentes de la vida anímica. Su comprensión es un asunto interno, del examen de su consistencia lógica y de su contenido mental. La ciencia y sus derivados constituyen sus mejores ejemplos. También la gran literatura y las obras filosóficas supremas. Podemos juzgar cabalmente la Metafísica de Aristóteles, el Leviatán de Hobbes y la Lógica de Hegel mediante un escrutinio interno de la estructura y de los conceptos que les sirven de amparo, sin expurgar la génesis socio-psicológica de sus creadores. Lo mismo ocurre con los poemas homéricos: son la vida de todos los tiempos y lugares. Allí no hay necesidad de aludir a las particularidades de la vida de donde han surgido. Por este carácter específico –recuerda Dilthey– la comprensión no contiene ninguna exigencia de retrotraerse a la conexión anímica. Su fortaleza reside en su mismidad58.
41A pesar de estas aclaraciones, Nieto siguió apegado a la subjetividad en el conocimiento social. Su maestro fue ahora Mannheim, quien escribió en las páginas iniciales de Ideología y utopía, el libro fundacional de la sociología del conocimiento, la rama que estudia las correlaciones entre el conocer y la existencia, que hay formas de pensar que no pueden comprenderse adecuadamente mientras no se esclarezcan sus orígenes sociales59. Después apuntó que se debía exceptuar el saber científico, un saber cuyo desarrollo tenía su propia lógica. En la ciencia los conocimientos tienden a encadenarse internamente escapando a los determinantes sociales. Los innovadores construyen sobre los aportes de sus antecesores mediante un enlace de asimilación y crítica de conceptos, teorías y experimentos. En pocas palabras, no todo pensamiento está socialmente encadenado. Nieto no puso atención a esta advertencia. Sospechaba, sin embargo, que en el conocimiento de las cosas del hombre hay una dificultad lógica. ¿Se pueden conciliar en algún momento las diversas verdades acerca de un mismo fenómeno? No fue claro al respecto. Se planteó el problema indirectamente, pero su respuesta fue evasiva y poco persuasiva. Con obstinada fraseología tudesca escribió:
La verdad social empírica y variable, diversa y contingente, constituye la expresión lógica de una subjetividad objetivada. Me explicaré. Aquella verdad es una ordenación objetiva de las realidades sociales dentro de las vivencias valorativas vividas por el sujeto cognoscente. Estas vivencias, condición de las verdades sociales empíricas, son el supuesto o el hecho que explica la carencia de objetividad de tales verdades. Pero los valores vividos por el sujeto, son la aserción teórica de una determinada reglamentación de la vida social. Por eso, el conocimiento social, conocimiento de una verdad empírica, está unido esencialmente a la reglamentación de la vida social del hombre60.
42No era fácil escapar a los peligros del relativismo en asuntos de gnoseología cultural. Por las sendas de muchas verdades se podía escapar la verdad y, de seguir por esta ruta hasta sus últimas consecuencias, las ciencias del espíritu estarían en peligro de perder su codiciado y trabajado estatus científico. De nuevo surgía la paradoja señalada por Vico a mediados del siglo xviii: es extraño que el hombre haya estudiado con éxito la naturaleza, un ente creado por Dios, y no haya podido alcanzar un conocimiento seguro del mundo fundado por él, la sociedad. Los seres humanos observan sin mayores dificultades los objetos externos, pero no logran hacerse a un espejo para escudriñar su mente y verse a sí mismos tal como son61. El esfuerzo de Dilthey y de Mannheim era un paso adelante en el escrutinio de las cosas del hacedor de la cultura. Era la modernidad afirmándose en un campo vedado en el pasado. Su antecesor más esclarecido, el francés Auguste Comte, ya había abordado el asunto con entereza, pero lo hizo siguiendo los preceptos de las ciencias naturales, hecho que a juicio de los diltheyanos frenó durante años el surgimiento de una auténtica “ciencia nueva”.
43De su embriagante germanismo epistemológico, Nieto pasó a la sociología. Si la esencia de lo social y los supuestos lógicos de su conocimiento pertenecen a la filosofía, su discernimiento propiamente dicho, su concreción, concierne a la sociología. “La sociología –escribió– es una descripción científica de lo social condicionada por una previa indagación filosófica de la esencia de lo social”62. Aquí los autores de lengua alemana conservaron su influencia. Siguiendo a Simmel, observó que lo social, lo colectivo en la vida del hombre, es pura acción mutua. En el vivir todos se necesitan; la sociedad existe donde varios individuos entran en acción recíproca aupados por determinados fines. Éstos últimos han de ser “valiosos”, es decir, aceptados por los miembros de la comunidad que los juzgan meritorios y los ven como algo natural. La “decisión humana requiere ontológicamente una justificación, la cual sólo puede ser suministrada por ciertas y concretas vivencias valorativas”63. La labor de la sociología será, por tanto, la descripción de las acciones mutuas que día tras día encadenan la existencia de hombres y mujeres. El quehacer es recíproco porque las acciones de unos influyen en los otros, y las conductas de estos en las de aquéllos. A esto Simmel lo llamó socialización: hacer y recrear la sociedad en el instante mismo en que las personas interactúan.
44Como toda ciencia, la sociología porta conceptos, teorías y enfoques que le permiten organizar el espacio infinito de lo real. Haciendo suyos los predicados de la sociología formal de Simmel, divulgados por Leopold von Wiese y por Raymond Aron y Renato Treves, Nieto se adentró por los laberintos de las formas de socialización64. Los hechos sociales –dice– no se comprenden sino en cuanto hacen parte de una forma, una estructura que los entreteje hasta constituir una malla que moldea la conducta de los individuos. El hecho crudo no se entiende sino en cuanto está inserto en una unidad estructural que sitúa y compendia lo concreto.
45¿Cuáles son esas unidades estructurales que sintetizan el estudio de lo social? Las formas de socialización, respondió Nieto, la manera como se ordena la interacción recíproca entre los individuos para obtener sus fines. Ilustró su tesis mencionando la dicotomía comunidad-sociedad de Ferdinand Tönnies. Los tipos comunitarios acentúan las relaciones cálidas y afectivas entre los miembros (la familia, el vecindario, la vida de aldea), y la sociedad resalta los vínculos individualistas, instrumentales, “sin alma” típicos del anonimato de la ciudad moderna. Nieto no parece haber avanzado en la lectura de la Sociología de Simmel –que llevaba el orientador subtítulo “Estudios sobre las formas de socialización”–, más allá del capítulo inicial, “El problema de la sociología”, y de la digresión de aliento kantiano que lo acompañaba, “¿Cómo es posible la sociedad?”. En los capítulos dejados de lado el sociólogo alemán ilustró diversos tipos de asociación que daban lugar a formas cristalizadas de socialización, como el conflicto, la subordinación, el secreto y las conductas según el tamaño de los grupos sociales. En ellos Nieto habría hallado ejemplos suficientes para precisar sus posturas teóricas y aclarar el material empírico que anima a aquellas redes de interacción humana.
46Lo más sorprendente, sin embargo, fue la expulsión de la indagación empírica del campo de la sociología. Al limitar su objeto de estudio a los tipos puros de socialización, Nieto cercenó la parte más dinámica de la sociología del siglo xx: la investigación. La convirtió en un campo de elaboración de modelos teóricos y de conceptos para uso de otras disciplinas volcadas sobre lo social. Con esta elección la sociología se tradujo en un arte intermedio entre la filosofía y la investigación. Al respecto concluyó taxativamente:
Siendo la sociología una descripción pura de las realidades sociales, ella ha de aprehender las esencias de tales realidades. La sociología es una ciencia eidètica, no fáctica. Los conceptos sociológicos son conceptos puros en cuanto no interpretarán ni aprehenderán esta y determinada realidad social, este concreto hecho histórico. La sociología describe las formas puras de las realidades sociales... Para la sociología lo social no es el hecho individual y concreto, sino la unidad estructural. De ello se desprende una obvia distinción entre la sociología y las ciencias sociales empíricas65.
47¿En quién recae entonces la investigación empírica?, ¿qué ciencia da cuenta del conocimiento de los hechos concretos? La historia, el saber de lo particular y de lo irrepetible, indicó Nieto. La sociología ofrecía los marcos teóricos y la historia los datos que vigorizaban las construcciones conceptuales. Y, aunque nunca lo mencionó, pero lo practicó, la investigación empírica estaba asociada por igual a una disciplina menor, la estadística, ciencia afincada en los datos cuantitativos reunidos periódicamente por el Estado. No en vano la acepción original de estadística era la de ciencia auxiliar del estadista, de las personas versadas en los asuntos del Estado. Pero no tenía buen recibo en los medios filosóficos interesados en la “esencia” última de los fenómenos. Su énfasis aritmético –no existe estadística sin números– la equiparaba a recurso silvestre y tosco desprendido de las ciencias naturales. A pesar de ello Nieto la usó en trabajos monográficos del Departamento de Organismos Internacionales de la Cancillería, como “Los textiles en Colombia”, “El problema actual del tabaco” y “Efectos de la guerra en el comercio exterior de Colombia”66. Además, por la Sociología de Wiese, uno de sus manuales de cabecera, Nieto sabía que junto a la estadística se había formado un nuevo campo, la soaografía67, que Tönnies exaltó hasta identificarla con la investigación empírica propiamente dicha. “Este método –escribió Tönnies– consiste concretamente en la investigación de los propios hechos sociales; el método de la observación y de la comparación basada en las observaciones: el método empírico deductivo. La denominamos por tanto sociología empírica o sociografía”. Y para reforzar su tesis ante los colegas alemanes, “muy dados a buscar en las nubes lo que tenían ante sus pies”68, les recordó las palabras de Laplace: “empleemos en las ciencias morales y políticas el método fundado en la observación y en el cálculo, ese método que en la ciencia natural nos ha rendido ya servicios excelentes”69.
48La renuencia de Nieto hacia la sociología como disciplina empírica es aún más extraña cuando se observa que estaba suficientemente afirmada en los libros que le sirvieron de inspiración y apoyo para escribir “Fenomenología, filosofía social y sociología”. En su Sociología, Leopold von Wiese la resaltó como fiel compañera de la teoría. “La teoría es la que señala lo que ha de observarse y, ante todo, cómo debe observarse. Con esto la sociografía se presenta como elemento interior de la sociología general y de los diferentes ramos de la misma, no pudiendo ser otra cosa que la realización del programa de la teoría”70. Y llegó aún más lejos. Para él, la contraposición entre ciencias de la naturaleza y del espíritu era inadecuada. A su juicio, y hasta donde las condiciones lo permitieran, la sociología debía ordenar, medir y contar, además de mostrar capacidad para entender las manifestaciones del espíritu humano. En el discurso sociológico cabían tanto las reglas y objetos científico-naturales, como los conceptos intuitivos y el sentido íntimo de lo imponderable, las “vivencias”71.
49En la misma dirección argumentó Medina Echavarría en su Sociología: teoría y tècnica, uno de los textos fundamentales del giro científico de la sociología latinoamericana (libro que Nieto tenía en gran estima y citaba con frecuencia). Medina afirmó que la sociología era “una ciencia positiva, o sea empírica”, y que las querellas metodológicas eran infecundas si absorbían la atención del científico hasta apartarlo de la investigación concreta. A sus oídos habían llegado los ecos de la queja de Poincaré: “la sociología es la ciencia que posee más métodos y menos resultados”72. Y en un tono que reforzaba la posición de Wiese, Medina Echavarría agregó: la “limitación que la dicotomía ciencias de la naturaleza-ciencias del espíritu viene imponiendo en el desarrollo de la investigación social, puede considerarse hoy como cosa pasada y disuelta”. Los esfuerzos para unificar el método científico, todas las ciencias comparten un núcleo común, debilitaron la radical diferencia entre el estudio de lo natural y de lo espiritual. Ambos campos examinan realidades, emplean la observación y poseen conceptos y teorías que les permiten asir la multiplicidad de los hechos para establecer generalizaciones –regularidades– en los procesos73.
50Nada de esto parece haber tocado la clarividencia de Nieto. En contra de lo afirmado en el ensayo, y sin señal alguna de autocrítica, en septiembre de 1944 le confesó a Medina:
He leído y utilizado para un estudio denominado “Fenomenología, filosofía social y sociología” su magnífica obra Sociología: teoría y tècnica. Estimo muy acertadas las explicaciones sobre las diferencias entre lo natural y lo cultural que en ella usted hace... En las páginas 84 y siguientes usted analiza el problema del objeto de la sociología. Sobre dicho problema podría, marginalmente, decir lo siguiente: la sociología describe el contenido empírico de la realidad social y las formas puras de la socialización. Ante ella la filosofía social nos entrega la esencia de lo social. Por eso hay una leve divergencia respecto al objeto de la filosofía social tal como usted la concibe. Para mí la filosofía social es una ciencia eidética de lo social, siendo ante ella la sociología una ciencia fáctica y por ende empírica74.
51¡Asombroso! Ahora la sociología dejaba de ser una ciencia eidética, de esencias, para convertirse en una ciencia fáctica, empírica. No conocía el rubor. Las ideas iban, las ideas venían y Nieto escogía las que sustentaban sus puntos de vista germanos más queridos. Es claro, sin embargo, que no logró liberar la sociología de las redes de la filosofía, dejando la pesquisa social, la búsqueda de nuevos conocimientos, en manos de otras disciplinas.
Notes de bas de page
1 Fue destituido en agosto de 1952, por “liberal y comunista”, por funcionarios del régimen conservador de Laureano Gómez cuando el Designado Roberto Urdaneta Arbeláez estaba encargado del poder ejecutivo.
2 Una selección de sus misivas amorosas se encuentra en L. E. Nieto Arteta, Mensajes bajo un mismo cielo: cartas de amor de Nieto Arteta (Barranquilla, 1994).
3 Ibid., passim.
4 Ibid., pp. 92, 96 y 101.
5 Ibid., passim. Nieto estaba enamorado. Cupido había desgarrado sus entrañas. Pero a sus amigos y allegados les hablaba en un lenguaje diferente. Por aquellos días le escribió a su hermano Tomás que “todas las mujeres son prelógicas e irracionales, instintivas y tontas”, y a Cayetano Betancur le comentó que la mujer moraba en el primer día de la creación y que en ella se había detenido la transformación de la especie humana. Y añadió: “La vida intelectual es la más noble ocupación del hombre y el matrimonio la elimina, la destruye, la obstaculiza. El matrimonio es anclarse en la vida, establecerse en ella es un hecho vulgar”. Ver Gonzalo Cataño, Luis Eduardo Nieto Arteta: esbozo intelectual (Bogotá, 2002), p. 45 .
6 L. E. Nieto Arteta, Mensajes bajo un mismo cielo: cartas de amor de Nieto Arteta (Barranquilla, 1994) p. 67.
7 Carta a César F. de Hart, Bogotá, 17 de septiembre de 1944.
8 Carta a Francisco Romero, Bogotá, 9 de abril de 1944.
9 L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), pp. 67-68.
10 Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica (México, 1944), pp. 38-39. Nieto calificó el Ensayo de "libro de tendencia filosófica“, de gran utilidad para un estudio de "la realidad económica pura”, muy semejante al esfuerzo emprendido por Eduard Spranger en sus Formas de vida (Madrid, 1935) para el estudio típico-ideal de la personalidad del político, el artista, el religioso, etc. Carta a Cayetano Betancur, Río de Janeiro, 22 de febrero de 1948.
11 Edwin Cannan, La riqueza, una breve exposición de las causas de bienestar económico (Barcelona, 1936), p. 5. A pesar de las severas críticas del joven Robbins, en su vejez calificó La riqueza, publicada originalmente en 1914, de “obra realmente excelente”. Y agregó: “salvo el capítulo sobre el dinero, constituye todavía una de las introducciones más maduras e informativas sobre el conjunto de la economía”. Lord Robbins, Autobiography of an Economist (London, 1971), pp. 84 y 146.
12 L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), p. 69.
13 Carlos Gide y Carlos Rist, Historia de las doctrinas económicas desde los fisiócratas hasta nuestros días (Madrid, 1927) y René Gonnard, Historia de las doctrinas económicas (Madrid, 1931). Nieto conoció, igualmente, la colosal Historia del pensamiento económico de Edmünd Whittaker (México, 1948), centrada en problemas antes que en autores. Se interesaba en los enfoques del pasado acerca de la riqueza, el valor y el interés, y no en la exposición cronológica de las ideas de Smith, Ricardo y Marx o de los debates per se de las escuelas inglesa, austríaca o del historicismo alemán.
14 Schumpeter eligió una vía distinta. Centró su atención no en el examen del pensamiento económico y sus eventuales aplicaciones, sino en el análisis, esto es, en “los esfuerzos intelectuales realizados por los hombres para entender los fenómenos económicos”. Joseph A. Schumpeter, Historia del análisis económico (Barcelona, 1982), p. 37. Esta perspectiva se conoció en Colombia tardíamente. Su gran libro sobre el análisis, publicado en Norteamérica 1954, sólo estuvo disponible en castellano en 1971 cuando el Fondo de Cultura Económica de México lo puso en circulación. Cabe recordar, sin embargo, que en la época de Nieto circularon tres obras de Schumpeter: Teoría del desenvolvimiento económico (México, 1944), Capitalismo, socialismo y democracia (Buenos Aires, 1946) y Diez grandes economistas (Barcelona, 1955). Pero si no estaba al tanto de este nuevo enfoque, sí conocía –o al menos había hojeado– la gran contribución de la escuela austríaca representada por el monumental Capital e interés (México, 1947) de Eugen von Bóhm-Bawerk, un balance crítico de las teorías del interés –la renta o ingresos derivados del capital– desde Grecia hasta la Primera Guerra Mundial, que inspiró en más de una ocasión a su discípulo aventajado de la Viena fin de siècle: Joseph Alois Schumpeter.
15 Aunque esto fue lo que sucedió en la práctica, Nieto también se vio tentado, en la esfera teórica, por la postura contraria que halló en las páginas finales del Ensayo de Robbins. La economía no es el brazo armado de la ética: no ofrece normas de carácter práctico, ni dice lo que hay que hacer. Las personas –los gobiernos, las asociaciones, las instituciones– deciden hostigadas por valores, deseos y preferencias, no por la ciencia per se. En lo que si puede colaborar la economía es en alertar a los hacedores de políticas sobre las consecuencias de una u otra elección. Los énfasis de Robbins provenían de las meditaciones epistemológicas de Max Weber, especialmente de su discusión de 1917, “El sentido de la ‘neutralidad valorativa’ de las ciencias sociológicas y económicas”, texto que el economista inglés cita con denodados aplausos. Lionel Robbins, Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica (México, 1944), cap. vi, secciones 4 y 5. El escrito del sociólogo alemán puede consultarse en Max Weber, Ensayos sobre metodología sociológica (Buenos Aires, 1978), pp. 222-269.
16 Esta distinción fue subrayada por Robert K. Merton, fundador de la sociología de la ciencia, quien recordó que a diferencia de las ciencias sociales, donde se tiende a confundir la historia de la sociología con la teoría sociológica actual, en medicina y en los campos de la biología son claras las diferencias entre el estudio del desenvolvimiento de estas disciplinas y la teoría vigente que orienta la investigación en cada una de ellas. Robert K. Merton, “Discusión del ensayo de Talcott Parsons, ‘La posición de la teoría sociológica’ ”, Revista Colombiana de Sociología, vol. 33, n.° 1, Bogotá, enero-junio de 2010, p. 234, y Teoría y estructura sociales (México, 1964), pp. 14-15. La idea fue sugerida años atrás por Comte en la segunda lección del Curso de filosofía positiva, donde el padre de la sociología, y fundador de la historia de la ciencia, afirmó que toda ciencia puede exponerse siguiendo dos vías: la vía “histórica” y la vía “dogmática” (la doctrina abstracta de un saber). La primera alude a la exposición sucesiva, cronológica, de los conocimientos tal como aparecieron en el tiempo. La segunda, típica de las ciencias establecidas con alto grado de desarrollo, examina los enfoques operativos de la especialidad objeto de estudio. Auguste Comte, Curso de filosofía positiva (Madrid, 1973), pp. 87-88. La mencionada Historia del pensamiento económico de Whittaker se inclinó por la vía dogmática del desarrollo teórico de la economía. Examinó las ideas del pasado –el dinero y la renta por ejemplo– y a continuación las contrastó con las teorías vigentes. Esto le permitió una visión acumulativa del saber económico o, en caso negativo, un registro del abandono de temáticas ayer muy queridas y observadas y hoy olvidadas o temporalmente desatendidas.
17 L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), p. 317.
18 Ibidem. Las itálicas son nuestras.
19 Ibid., p. 53.
20 Ibid., p. 344.
21 Ibid., p. 328.
22 Ibid., pp. 358-359.
23 Ibid., pp. 362-367.
24 Ministerio de la Economía Nacional, Política económica de post-guerra (Bogotá, 1946), pp. xi y xv, reproducido –en parte– en la Revista de Economía Institucional, n.° 15, Bogotá, 2006. Los autores del documento, funcionarios del Ministerio, exaltaban las sugerencias de Alvin Hansen, influyente consejero de los presidentes Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman en asuntos de empleo, seguridad social y política fiscal, quien defendía la industrialización del Tercer Mundo como paso indispensable para elevar el nivel de vida de sus pueblos. Contra muchos analistas de la época, Hansen negaba que la industrialización y el desarrollo de las naciones pobres trajeran consigo una reducción del comercio de los países ricos. A su juicio, la experiencia mostraba que a medida que crecían "la productividad, los modos de vida y el poder adquisitivo de los actuales países atrasados, más grande sería su comercio con Estados Unidos y con los demás países desarrollados". Alvin H. Hansen, America’s Role in the World Economy (New York, 1945), p. 93. Nieto conocía el punto de vista de Hansen y no lo descartaba, aunque siempre le guardó distancia. Desde su puesto de la Cancillería sabía que negociar con los grandes era asunto laborioso. Además, su enfoque crítico, tomado del pensamiento de Rosa Luxemburgo, siempre lo llevó a subrayar la lógica implacable del imperialismo: el mercado de los países subdesarrollados constituían un escape a la sobreproducción del sistema capitalista mundial. En las economías semicapitalistas las grandes potencias realizaban las mercancías que no alcanzaban a facturar en su propio y saturado mercado interno. No meditó lo suficiente, sin embargo, sobre el hecho de que las masas de los países pobres deben tener alguna capacidad de compra para que los centros industriales puedan vender satisfactoriamente sus mercancías en los medios no capitalistas o de capitalismo incipiente.
25 Ver “Carta de las Naciones Unidas” (San Francisco, junio 26 de 1945), reproducida en Paul Kennedy, El parlamento de la humanidad (Bogotá, 2007), pp. 385-421. Un balance de la diplomacia colombiana durante aquellos años con Estados Unidos –el adalid de la Carta– se encuentra en Stephen J. Randall, Aliados y distantes (Bogotá, 1992), cap. vi.
26 Se trata del ensayo “La posguerra y el neoimperialismo”, publicado en 1945 en la Revista de la Universidad Nacional de Colombia con el seudónimo de Antonio Torres Mendoza. (Su posición oficial le impedía sostener perspectivas críticas derivadas de la literatura socialista). Publicado de nuevo en L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), pp. 165-199. Nieto tomó la noción de neoimperialismo no de la tradición marxista, sino de la informada monografía del asesor internacional de origen ucraniano Lewis L. Lorwin, Consecuencias económicas de la Segunda Guerra Mundial (México, 1943), cap. iii.
27 Arthur Dix, Geografía política (Barcelona, 1929), pp. 9 y 15. Nieto enriqueció sus lecturas en este campo, que ya había frecuentado en su estudio sobre Carl Schmitt, con nuevos libros, como la atractiva Geopolítica: generales y filósofos de Hans W. Weigert (México, 1943), las Raíces ideológicas del nacional-socialismo (México, 1943) de Rohan D’O. Butler y la exitosa Revolución del nihilismo (Buenos Aires, 1940) del amigo, confidente y posterior impugnador de Hitler, el Junker Hermann Rauschning. Los intelectuales colombianos y los lectores ilustrados de la época, debieron conocer, igualmente, el best-seller, Hitler me dijo (Buenos Aires, 1940), volumen que recoge las supuestas conversaciones de Rauschning con el Führer.
28 L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004), p. 191. Como se observó años después, la Unión Soviética también subdesarrolló sus satélites al frenar sus industrias en pro de las demandas de la planificación central. Su objetivo era la autarquía, el sistema económico que se abastece a sí mismo y subviene a sus necesidades con un mínimo de intercambios comerciales con el exterior. Muchos de los territorios anexados después del armisticio fueron visualizados por los planificadores como “graneros” de la Unión Soviética. Nieto sospechaba que algo de esto estaba sucediendo. En su ensayo “La cooperación económica latinoamericana” de 1948, publicado en El Trimestre Económico de México, escribió que “sólo una nación, la Unión Soviética, ha podido realizar la autarquía”. La producción agrícola de la Europa Oriental y demás territorios aledaños al antiguo imperio ruso, le permitieron aislarse económicamente de las naciones occidentales. Ver Ibid., p. 213.
29 Condensación de la entrevista concedida a El Heraldo de Barranquilla (julio 11 de 1945). Entre los compromisos establecidos con sus colegas mexicanos estaba la redacción de un trabajo sobre el café en Colombia para la colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica, dedicada a temas latinoamericanos. La colección, fundada en 1944, ya se había estrenado –para el caso colombiano– con Letras colombianas de B. Sanín Cano y con Este pueblo de América de Germán Arciniegas, títulos a los cuales se sumarían en 1947 y 1948 la Geografía de Colombia de Ramón Carlos Góez y La pintura en Colombia de Gabriel Giraldo Jaramillo.
30 Entrevista con la abogada Gloria Espinosa de Castro (Bogotá, febrero de 1976), alumna de Nieto a mediados de los años cuarenta, y Gonzalo Cataño, Luis Eduardo Nieto Arteta: esbozo intelectual (Bogotá, 2002), pp. 57-58.
31 Carta a Daniel Cosío Villegas, Bogotá, 23 de octubre de 1945.
32 Nieto conocía bien la familia Turbay. El hermano menor de Gabriel, Juan José Turbay, había sido su compañero de estudios en la Universidad Nacional. Gabriel Turbay nació en Bucaramanga en 1901 en una familia de padres libaneses. Estudió medicina en la Universidad Nacional y muy rápido se unió a las luchas políticas del partido Liberal. Primero en su Departamento, Santander, donde fue diputado y Secretario de Gobierno y después, a finales de los años veinte, en Bogotá, como miembro del Congreso. Fue Ministro de Gobierno de Olaya Herrera y Canciller de López Pumarejo. En 1945 fue elegido candidato oficial del liberalismo a la Presidencia para suceder al Designado Lleras Camargo. En la jornada electoral Turbay alcanzó más votos que Gaitán, pero no los suficientes para superar al candidato conservador. Con su derrota finalizó la República Liberal. Desolado y triste murió en París en 1947 a los 46 años de edad con el sentimiento de haber llevado a su partido a la ruina.
33 Estas no fueron por lo demás, las únicas versiones castellanas de Dilthey en la época. En Argentina y España también aparecieron algunos de sus textos. La editorial Losada de Buenos Aires publicó en 1940 los Fundamentos de un sistema de pedagogía y cuatro años después el curso berlinés Historia de la pedagogía, ambos en traducción del profesor Lorenzo Luzuriaga. En 1944 y 1945 Losada volvió sobre dos colecciones de ensayos, La esencia de la filosofía y la Poética, en traducción de Elsa Tabernig (1912– ?), nacida en Francia de descendencia alemana, con sendas introducciones de su esposo Eugenio Pucciarelli (1907-1995). En España Julián Marías tradujo para la Revista de Occidente la Teoría de las concepciones del mundo (1944) y la Introducción a las ciencias del espíritu (1955). En los años sesenta, y fuera ya de la mirada de Nieto, el Fondo de Cultura Económica volvió a la carga al poner en circulación sus notables ensayos de literatura comparada, Literatura y fantasía (1963), en versión compartida de Emilio Uranga y Carlos Gerhard. A este esfuerzo se sumó la nueva traducción del padre Jesús Aguirre –muy vinculado a la editorial Taurus y convertido años después en Duque de Alba– de los ensayos “Los comienzos de la gran música alemana” y “Juan Sebastian Bach”, reunidos en el opúsculo La gran música de Bach (Madrid, 1963), acompañados de una autorizada introducción del crítico musical, monseñor Federico Sopeña. Diez años después, en 1973, la editorial Nova de Buenos Aires divulgó los apuntes del Sistema de la ética, en traslado del profesor Herbert Wolfgang Jung de La Plata (Arg.). En el último cuarto del siglo xx surgió un nuevo interés por Dilthey resultado de las discusiones hermenéuticas y de la publicación de sus obras completas en alemán (30 tomos), seguida de la versión al inglés de sus textos más relevantes en seis robustos volúmenes. Dos nuevas compilaciones españolas expresan esta novedad: Crítica de la razón histórica (Barcelona, 1986) y Dos escritos sobre hermenéutica (Madrid, 2000).
34 Eugenio Ímaz, Topia y utopía (México, 1946), pp. 7 y 16.
35 Carta de Julián Calvo a Nieto, México, 4 de mayo de 1951. Ramón Iglesia (1905-1948), prestigioso historiador colonial, profesor asociado de la Universidad de Wisconsin, muy dado a caer en períodos de agotamiento y en estados de profunda ansiedad, se suicidó en Madison el 5 de mayo de 1948. Iglesia tradujo para el Fondo de Cultura Económica libros de G. P. Gooch, G. M. Trevelyan, J. T. Shotwell, R. Aldington y H. W. Weigert.
36 Carta a Víctor L. Urquidi, Buenos Aires, 30 de septiembre de 1951.
37 L. E. Nieto Arteta, “Guillermo Dilthey”, Universidad Nacional de Colombia, n.° 6, Bogotá, abril-junio de 1946, pp. 81-129.
38 Wilhelm Szilasi, ¿¿Qué es la ciencia? (México, 1951), p. 126. Nieto conoció a Szilasi en el Congreso Nacional de Filosofía reunido en Mendoza (Arg.) en marzo-abril de 1949, encuentro donde el húngaro leyó dos ponencias en francés: “La philosophie allemande actuelle” y “Ontologie et expérience”. Lükács, parco en el elogio, lo llamó “pensador serio que aspira a la objetividad científica, no un fabricante de mitos como Max Scheler”. Sus primeros traductores al castellano –Roces e Imaz– lo calificaron de sabio que "mantiene sus propios puntos de vista con la modesta naturalidad de todo pensador de casta". Ver Szilasi, ¿Quées la ciencia? (México, 1951), p. 8 y Georg Lukács, “El existencialismo”, en Benjamin Farrington et al, Filosofía del futuro (México, 1951), p. 631. Este ensayo hace parte de su compilación francesa Existentialisme ou marxisme? (Paris, 1948).
39 L. E. Nieto Arteta, “Guillermo Dilthey”, Universidad Nacional de Colombia, n.° 6, Bogotá, abril-junio de 1946, p. 110.
40 Nieto sólo reseñó el pensamiento filosófico de Dilthey. Desdeñó al investigador puntual y meticuloso –el historiador, biógrafo, psicólogo, pedagogo y crítico literario–, cuyos trabajos lo hubieran orientado por las sinuosidades de su filosofía y de su pensamiento abstracto. Jaspers, un alumno a distancia de Dilthey, lo llamó, con exageración y velada injusticia, “cándido filósofo vitalista tan ejemplar por su caudal de conocimientos históricos”. Karl Jaspers, Conferencias y ensayos sobre filosofía e historia (Madrid, 1972), p. 309.
41 Carta a Eugenio Ímaz, Bogotá, 6 de octubre de 1946.
42 Carta de Luis Recaséns Siches, México, 4 de febrero de 1947.
43 Carta de J. D. García Bacca, Caracas, 25 de noviembre de 1946.
44 Carta a Néstor Madrid-Malo, Bogotá, 25 de mayo de 1947.
45 Carta a J. D. García Bacca, Bogotá, 29 de junio de 1947.
46 Difundido por la revista Universidad de Antioquia, n.° 64, Medellín, mayo-junio de 1944, pp. 386-418. Una edición condensada se encuentra en L. E. Nieto Arteta, Ensayos históricos y sociológicos (Bogotá, 1978), pp. 92-111.
47 Palabras citadas por Eugenio Pucciarelli en su ilustrativa introducción a La esencia de la filosofía de Dilthey (Buenos Aires, 1944), p. 65. El texto original se encuentra en Edmund Husserl, Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (México, 1949), p. 52.
48 Aloys Müller, Introducción a la filosofía (Buenos Aires, 1938), cap. i. Ontología es un vocablo acuñado a finales del Renacimiento por dos escolásticos de la Universidad de Marburgo, Jacob Lorhard y Rudolf Gloclenius. Para el primero era sinónimo de metafísica (los primeros principios de las cosas) y para el segundo, la acepción que hizo carrera, la filosofía del ente (el ser de las cosas). Algunos autores identifican los dos conceptos al definir la metafísica como la reflexión del ser en general.
49 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, n.° 64, Medellín, mayo-junio de 1944, p. 393.
50 Detrás de todo esto estaba el popular libro de Heinrich Rigkert, Ciencia natural y ciencia cultural, disponible en castellano desde 1922 en las prensas de la editorial Calpe de Madrid (con posteriores ediciones latinoamericanas en la Colección Austral de la casa Espasa-Calpe de Buenos Aires). Las ideas de Rickert se vieron reforzadas en los medios hispanoamericanos con la llegada de los Preludios filosóficos de Windelband (Buenos Aires, 1949), en traducción de Wenceslao Roces, libro que contenía el famoso discurso rectoral de Estrasburgo, “Historia y ciencia de la naturaleza” (1894), donde desarrolló la dicotomía ciencias nomotéticas-ciencias ideográficas: ciencias de leyes susceptibles de generalización (la física, la biología, la psicología) versus ciencias que estudian los fenómenos singulares e irrepetibles (las disciplinas históricas). A diferencia de Dilthey, Windelband no le concedía a la psicología mayor importancia para las ciencias humanas. La concebía como la aprehensión de las leyes generales del dominio de lo psíquico.
51 Georg Simmel, Problemas de filosofía de la historia (Buenos Aires, 1950), p. 77.
52 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, n.° 64, Medellín, mayo-junio de 1944, p. 407. La exposición de Nieto de las nociones de “comprensión” y “vivencia” (los recuerdos, intensiones y experiencias, esto es, rasgos del pasado que marcan nuestra existencia y que llevamos por dentro y explican, en parte, nuestro destino) provenía del primer y último capítulos de la Psicología de la edad juvenil (Madrid, 1929) de Eduard Spranger, discípulo de Dilthey. El libro de Spranger era una aplicación de la “psicología comprensiva” al advenimiento de la adolescencia, el período de los 13 a los 20 años, caracterizado por distintas vivencias: el descubrimiento del yo, la formación paulatina de un plan de vida y el ingreso a las experiencias sexual, moral, jurídica, política y laboral. Desde la perspectiva de la psicología contemporánea, el enfoque de Spranger sería calificado de intuitivo y especulativo o, en el mejor de los casos, sugestivo, perspicaz y pleno de sutilezas para orientar trabajos rigurosos con amplio uso de materiales empíricos y de laboratorio. De los alumnos de Dilthey, Spranger, junto con Hermán Nohl –editor de varios tomos de las obras completas del maestro– fueron quienes más se interesaron por las dimensiones históricas, teóricas y aplicadas de la pedagogía.
En sus devaneos por la obra de Spranger, Nieto quizá se ayudó de la monografía del pedagogo español asentado en México Juan Roura-Parella, alumno de Spranger en Berlín y uno de los traductores de Economía y sociedad de Max Weber –Spranger y las ciencias del espíritu (México, 1944)–, libro que contiene un orientador capítulo sobre “El comprender como método de las ciencias del espíritu”. Roura-Parella asistió a una de las conferencias pronunciadas por Nieto en México en su viaje de 1945. En América Latina los textos de Spranger alcanzaron amplia recepción entre los educadores ilustrados. En Colombia Jaramillo Uribe –autor de una historia diltheyana de la pedagogía, Historia de la pedagogía como historia de la cultura (1970)–, le dedicó un efusivo obituario subrayando sus investigaciones pedagógicas y sus orientaciones psicológicas. Ver Jaime Jaramillo Uribe, De la sociología a la historia (Bogotá, 1994), pp. 279-281.
53 Wilhelm Dilthey, El mundo histórico (México, 1944), pp. 322-323, 327, 336 y 337.
54 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, n.° 64, Medellín, mayo-junio de 1944, pp. 408-409.
55 Según lo indicó el profesor H. A. Hodges, especialista en Dilthey y amigo personal de Mannheim en su orientador ensayo “Lukács sobre irracionalismo” publicado en G. H. R. Parkinson (ed.), Georg Lukács (Barcelona, 1973), p. 123.
56 Ibid., p. 409.
57 Ibidem.
58 Wilhelm Dilthey, El mundo histórico (México, 1944), pp. 329-330. Otra fuente que quizá le fuera familiar a Nieto, bien sea por lectura directa o por resúmenes de segunda mano, es el conocido pasaje del fragmento metodológico de Marx, “Preliminar a una crítica de la economía política”, publicado por Karl Kautsky en 1903 y trasladado a todos los idiomas occidentales. (Hoy suele editarse como pórtico de los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, los famosos Grundrisse, o como apéndice a la Critica de la economía política de Marx). En ese texto Marx señaló que las grandes creaciones del pasado, como la epopeya griega, se han independizado de su origen para convertirse en ejemplos imperecederos. “Lo difícil –escribió-no es comprender que el arte y la epopeya se hallen ligados a ciertas formas del desarrollo social, sino que aún puedan procurarnos goces estéticos y se consideren en ciertos casos como norma y modelo inaccesibles”. C. Marx y F. Engels, Sobre la literatura y el arte (Buenos Aires, 1946), pp. 71-72, y en C. Marx, Crítica de la economía política (México, 1957), p. 240.
59 Karl Mannheim, Ideología y utopía: introducción a la sociología del conocimiento (México, 1941), p. 2. Nieto reseñó este libro en 1943 (Universidad de Antioquia, n.° 59-60, Medellín, julio-agosto, pp. 529-535). Contra lo que cabría esperar del uso aprobatorio que hizo después de las ideas de Mannheim, en la recensión le restó méritos a sus contribuciones. Recurriendo al más acerado adumbracionismo –rebajar autores para exaltar otros de especial preferencia–, escribió que, analizada bajo los hallazgos y perspectivas del positivismo y del materialismo histórico, “la obra tiene un muy limitado mérito: haber vaciado en fórmulas literariamente impecables, muy conocidas teorías sociológicas. Mucho antes de que la escribiera, ya la sociología del conocimiento era muy conocida y explicada por autores marxistas y por sociólogos burgueses. Al respecto la obra es una repetición de teorías que son ya lugares comunes”. En síntesis, Ideología y utopía es un texto superfluo que nada añade a lo dicho por sus predecesores. Y volviendo sobre su antigua piedad marxista, añadió: “Sólo un sociólogo formado en el materialismo histórico, es decir, un sociólogo que no sufra limitaciones subjetivistas y que no tenga preocupaciones políticas de determinado contenido, podrá entregarnos una historia sociológica del pensamiento, exacta y auténticamente científica. [Con esto] se afirma una vez más la alta alcurnia científica del materialismo histórico. Los errores en los que ha incurrido Mannheim son los característicos de la sociología burguesa”. Nieto no controlaba sus escritos. Ayer criticaba con aspereza y al día siguiente elogiaba sin empacho. Modificaba sus puntos de vista sin abrigar las angustias del cambio intempestivo. En sus posturas teóricas profesaba el credo del agnóstico desbocado: lo que es cierto en una ocasión, no lo es necesariamente en otra.
60 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, n.° 64, Medellín, mayo-junio de 1944, pp. 409-410.
61 Giambattista Vigo, Ciencia nueva (Madrid, 1995), § 331.
62 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, n° 64, Medellín, mayo-junio de I944, p. 414.
63 Ibid., p. 413.
64 Leopold von Wiese, Sociología (Barcelona, 1932), cap. i y pp. 141-147; Raymond Aron, La sociologie allemande contemporaine (Paris, 1935), cap. i, sección i, y Rento Treves, Sociología y filosofía social (Buenos Aires, 1941), pp. 47-62. Nieto tuvo correspondencia con Treves (19071992), un refugiado del fascismo italiano de familia judía que vivió en Argentina entre 1938 y 1947. Al regresar a su país natal se dedicó a la sociología del derecho, y escribió uno de los textos más representativos de su generación sobre dicho campo: Sociología del derecho: orígenes, investigaciones, problemas (Barcelona, 1988).
65 L. E. Nieto Arteta, “Fenomenología, filosofía social y sociología”, Universidad de Antioquia, nº 64, Medellín, mayo-junio de 1944 , pp. 414 y 417. Las itálicas son nuestras.
66 Reproducidos en L. E. Nieto Arteta, Crítica de la economía política (Bogotá, 2004).
67 Leopold von Wiese, Sociología (Barcelona, 1932), pp. 65-69.
68 Arthur Schopenhauer, Parergay paralipómena (Madrid, 2009), vol. ii, p. 257.
69 Ferdinand Tönnies, Principios de sociología (México, 1942), pp. 355 y 361. Nieto conocía los Principios de Tönnies, pero no les hizo caso. El término “sociografía” fue acuñado por el sociólogo y antropólogo holandés Sebald Rudolph Steinmetz (1862-1940), un investigador muy popular en su tiempo. Durkheim, un autor que Nieto expulsó de la órbita de sus lecturas, posiblemente lo encontró demasiado “positivista”, reseñó varios de sus trabajos en el Année Sociologique. (El único registro que se tiene del contacto de Nieto con la obra de Durkheim se relaciona con El socialismo, Barcelona, 1932, una lectura de mera información, especialmente en lo relacionado con la doctrina de Saint-Simon). Pero si la palabra provenía del sabio holandés, para Tönnies el verdadero fundador de la sociografía –en su espíritu– era el estadístico y sociólogo belga Adolphe Quételet (1796-1874). Anthony Oberschall, Empirical Social Research in Germany, 1848-1914 (París, 1965), p. 55. Un estudio clásico de la época animado por las descripciones sociográficas se debe a tres jóvenes vieneses que años después hicieron carrera en la sociología y la psicología social de habla inglesa: Paul Lazarsfeld, Marie Jahoda y Hans Zeisel, Los parados de Marienthal: sociografía de una comunidad golpeada por el desempleo (Madrid, 1996). La monografía se publicó por primera vez en 1933. Para el caso de Colombia se deben mencionar los trabajos demográficos y las investigaciones por encuesta promovidas por la Contraloría General de la República sobre el costo de vida y la alimentación de los trabajadores urbanos y rurales publicados en los Anales de Economía y Estadística (Bogotá, n.os 1-6 de 1939). A ellas se deben adicionar las variadas geografías económicas de la Contraloría que hacían énfasis en la observación y medición estadística de los fenómenos económicos y sociales.
70 Leopold von Wiese, Sociología (Barcelona, 1932), p. 66.
71 Ibid., p. 135-136.
72 Henri Poincaré, Ciencia y mètodo (Buenos Aires, 1944), p. 19.
73 José Medina Echavarría, Sociología: teoría y tècnica (México, 1941), pp. 17, 18 y 58-61. Gino Germani, otro judío italiano transterrado, amigo y colega de Renato Treves, se hallaba comprometido por aquellos días en la Argentina con una lucha semejante de ruptura con la tradición culturalista alemana. Ver G. Germani, La sociología científica: apuntes para su fundamentación (México, 1962), pp. 37-50 y sus ensayos reunidos en Gino Germani: la renovación intelectual de la sociología (Buenos Aires, 2006), pp. 87-105.
74 Carta a José Medina Echavarría, Bogotá, 17 de septiembre de 1944.
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