Prólogo. Las ciudades segmentadas
p. 29-35
Texte intégral
1Los escritores que consignaron los paisajes urbanos del siglo xix en sus novelas y poesías nos han dejado sus testimonios de las profundas desigualdades que acompañaron a las ciudades que se urbanizaron durante el periodo de la industrialización. Este es el caso de Londres, considerada por antonomasia como la ciudad industrial, que fue descrita por Dickens en sus novelas y por William Blake en sus poemas, tanto como el centro del imperio británico y capital del mundo, pero también como una ciudad despiadada con los pobres y desvalidos. Durante ese siglo, Londres construye un paisaje urbano lleno de belleza, con edificios que expresan la magnificencia imperial, logros que se edificaron en medio de una profunda discriminación social, de una sociedad donde la mortalidad infantil era espantosa, y cuya población mayoritariamente vivía en medio de una abrumadora pobreza.
2Nada más contrastante que las dos imágenes que nos llegan de esta ciudad, una la del esplendor victoriano, y la otra, la de la ciudad infecta, que atrae migrantes como ejército de mano de obra que llega a reponer a los fallecidos, donde ricos y pobres presentan esperanzas de vida con diferencias abismales. Afortunadamente contamos con estos testimonios que la literatura nos dejó, a pesar de los esfuerzos contemporáneos por presentar a Oliver Twist como un musical ligero, totalmente opuesto al espíritu que alentó a Dickens cuando la escribió, como una denuncia al mundo que le tocó vivir como niño pobre en esta Londres inhumana.
3Así mismo, París no estaba lejos de esta Londres victoriana. La industrialización era la causante de una migración que empezaba a desbordar la ciudad que hasta entonces mantenía sus condiciones urbanas medievales. Esplendor y miseria se juntaron y fueron las epidemias de cólera las causantes de que las desigualdades pusieran en peligro toda la ciudad y las que obligaron a intervenir para solucionar los problemas básicos. Hizo falta estas epidemias y la revolución de 1848, además de las utopías que proponían falansterios en remplazo de la vida real, que era cruel y mortífera, como era la ciudad luz en su tránsito a su conversión en ciudad moderna, para que se entendiera que había que intervenir en esta ciudad como un todo, y, en particular, que había que aplicar una nueva segmentación urbana.
4Las herencias del control social y la jerarquización espacial del medievo no eran suficientes para segmentar la sociedad urbana, más aun cuando el discurso de la igualdad comenzaba a extenderse. Como nos lo recuerda Lampedusa con su personaje del príncipe de Salina en la magistral novela de El Gatopardo, “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Había que crear nuevos mecanismos de diferenciación social en el espacio urbano, menos atroces pero más eficientes.
5La brutalidad de la revolución industrial y sus desastrosos efectos sociales convierten a París en una ciudad patológica e inquietante, donde los testimonios de Balzac y Hugo nos dejan los retratos de las víctimas de la miseria, los miserables, aquellos pobres perseguidos por las demoliciones y los precios de la tierra. Las intervenciones en la ciudad, de las que surge el urbanismo moderno, tratan de resolver estas desigualdades y dan origen al capitalismo inmobiliario, especulativo y desalmado, causante de nuevas desigualdades, ahora las modernas. Se reducen las tasas de mortalidad, disminuyen las migraciones de campesinos y pueblerinos, se universalizan los servicios públicos, pero se expulsa a los pobres de los centros urbanos y se segrega a los parisinos de manera menos violenta pero más eficiente.
6Las ciudades latinoamericanas siguieron en el siglo xx la senda que las metrópolis europeas vivieron en la centuria anterior: urbanización acelerada, migraciones tumultuosas, precariedad de la higiene urbana, escasez de vivienda, especulación del suelo y miseria urbana en medio del esplendor de las urbes que querían parecerse unas a París, otras a Londres y las menos pretenciosas a Atenas. La desigualdad que registran estas ciudades resulta más agresiva debido a la debilidad del Estado, que estuvo al servicio de los intereses de los urbanizadores privados, verdaderos beneficiados de estos años del tropel de la urbanización acelerada. La copia del modelo europeo se pudo evitar si recordamos que ya se contaba con la planeación urbana, herramienta que si bien se aplicó, pudo más el interés privado de los estructurados urbanos que los tímidos intentos del Estado de regular el crecimiento de las metrópolis.
7Así mismo, es el momento en que surge un capitalismo especulativo que encuentra en la especulación con el suelo urbano y la vivienda una fuente importante de acumulación de capital. Las ciudades inician un distanciamiento con sus entornos rurales, y el esplendor urbano se basa menos en la capacidad de acumular los excedentes mineros y agrarios. Ahora, la industrialización y el comercio internacional se convierten en los atractivos de grandes migraciones, los nuevos miserables del siglo xx, quienes reproducen la historia del proletariado urbano europeo en la versión latina. Gentes que llegan con manotadas de ilusiones a habitar las nacientes metrópolis y a resolver el acceso a la vivienda, para caer en manos de los especuladores urbanos y a padecer nuevas desigualdades. De pronto más severas que las rurales, entre otras razones por ser más evidentes, como lo narró J. A. Osorio Lizarazo en sus novelas sobre las pobrezas bogotanas de los años treinta y cuarenta.
8En Bogotá esta desigualdad adquirió un cariz particular como fue la división de la ciudad en Norte y Sur. Esta construcción social del espacio urbano comenzó a gestarse desde finales del siglo xviii cuando a los indios del pueblo de Usaquén se los trasladó al sur profundo, a las tierras del resguardo entre Bosa y Soacha. Sorprende saber que la decisión la tomó la Corona española debido a la mala calidad de las tierras en el resguardo de Usaquén, razón por la cual sus pobladores vivían en precarias condiciones y, según los visitadores españoles, se estaban muriendo de hambre. Vaya paradoja con lo vivido en el siglo xx.
9El sur de Bogotá republicano se consolidó como un territorio habitado por indígenas, luego devenidos en campesinos con sus huertas de pan coger, mientras que en el Norte surgen haciendas que reproducen el paisaje europeo con los cultivos de trigo y la cría de ganados. La primera diferenciación entre estos dos territorios resultó de la aplicación de una frontera étnica. En nuestra ciudad, los miserables no fueron los proletarios urbanos sino los indígenas. En cierta medida, Miguel Samper lo consigna en su escrito La Miseria en Bogotá, publicada en 1867, así como también se recoge en las novelas de Eugenio Díaz, literatos que nos dejaron sus testimonios de esta situación, muy distante a la del mito de la Atenas suramericana.
10Más tarde, al comenzar el siglo xx las intervenciones del Estado no hacen sino solidificar las desigualdades. Mientras que al Norte se construyen ferrocarriles, un tranvía y la primera carretera del país, el Sur tiene que esperar la cuarta década para que reciba una carretera, al mismo tiempo que los barrios obreros y los hospitales para tuberculosos se construyen en este territorio del sur bogotano. Todo esto quedó certificado en la nomenclatura de la ciudad, enumeración que está fragmentada en dos: una que cuenta en positivo hacia el norte deseado, que no requiere ninguna aclaración para comprender dónde se está, mientras que a las direcciones del sur hay que agregarle la letra S para saber en qué lugar de la ciudad se encuentra.
11La investigación que nos ofrece Óscar Alfonso trata este tema de la construcción de una oferta inmobiliaria que acentúa las desigualdades en el último medio siglo en Bogotá. Desde el momento en que se consolidó la industrialización en esta ciudad en las décadas siguientes a la posguerra mundial hasta estos primeros años del presente siglo, el crecimiento de la ciudad se ha construido profundizando las desigualdades, y de ello resulta un orden residencial segregado.
12Es entre los años cincuenta y los setenta que se consolida un modelo de producción de vivienda caracterizado por la segregación y las inequidades que han sido consustanciales a la avaricia rentística de los urbanizadores. Gracias al aporte, que resultó sustancial, del crédito externo, la urbanización del entorno rural de la capital se hizo con una muy baja exigencia tributaria a los dueños de las haciendas vecinas a la ciudad. De esta manera, se le transfirió a las generaciones futuras el costo de hacer ciudad, y la urbanización pudo adelantarse bajo el sistema de venta de lotes sin servicios.
13De este proceso, que lleva ya un poco más de medio siglo, el autor nos muestra, gracias a su sólida formación en la economía institucional urbana, cómo se construyó un policentrismo económico, en medio de la flexibilidad laboral y en un escenario urbano marcado por la segregación residencial. En esta ciudad, las intervenciones de urbanización formal han estado focalizadas de preferencia hacia el eje de expansión centro-Norte y Nororiente.
14El autor nos explica cómo cuando llegaron las políticas urbanas que remediaron las desigualdades entre el Norte y el Sur, estas se manifestaron en las inversiones en infraestructuras viales y de servicios, pero ya la segregación estaba consolidada y no se superó la exclusión del Sur, pues, como nos lo muestra esta investigación, el Sur no se volvió residencia para los estratos medios o altos. Los desequilibrios de las economías de vecindad ya habían creado una segregación difícil de superar, situación que va en total contravía de la idea de la democratización que la vida urbana moderna debe ofrecer.
15El trabajo que nos ofrece Óscar Alfonso constituye una reconstrucción histórica de cómo se ha estructurado esta segmentación residencial de esta metrópoli, trabajo que está fundamentado en una impresionante investigación sobre las estadísticas de la venta de lotes, la construcción de vivienda formal e informal, todo ello presentado en una excelente cartografía que permite visualizar los procesos sucedidos en este último medio siglo en la construcción de la ciudad, al menos de la oferta de vivienda formal.
16Como el autor lo advierte, se trata de una historia incompleta, en razón a que más de la mitad de la oferta inmobiliaria ha estado a cargo de la urbanización informal, que en su gran mayoría se corresponde con la vivienda popular, la cual, valga la recordación, ha sido la que predomina en la urbanización del Sur de Bogotá.
17Este trabajo, en suma a los que el autor nos ha ofrecido en años recientes, nos permite comprender los avances y retrocesos que presenta nuestra ciudad en su devenir moderno, sus limitaciones como ciudad incluyente, y los peligros que se corre de llegar a hacer de ella una anti ciudad.
18Concluimos estas reflexiones con la anotación de la ausencia de los testimonios literarios sobre la ciudad de hoy, de registros novelados o poéticos, como los que nos dejó en 1926 Luis Vidales en Suenan Timbres, de aquella ciudad que se asomaba a la modernización de los años veinte, con visos de optimismo y esperanza para sus habitantes. La pobreza de hoy es muy diferente a la de hace medio siglo y qué decir de la del siglo xix, y ya no podemos utilizar el término de miserable para los que padecen las miserias urbanas del presente, pero las desigualdades siguen siendo protuberantes y constituyen un desafío para ser superado, con medidas más eficaces que la sola enunciación de los planes de desarrollo. Seguimos esperando los registros literarios de estas realidades urbanas del presente, para que en el futuro no vayan a creer que en estos años se superó la indiferencia gracias a que la ciudad se volvió más humana.
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