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4. Experiencias y representaciones de la muerte

p. 101-126


Texte intégral

¿Hacía dónde va Colombia?
J. M.: Colombia no tiene un futuro definido, porque cada cuatro años, la coge un grupo político, a hacer cosas distintas, Colombia no va a progresar tan fácil, tan rápido como se cree, no va muy bien.
M. G.: ¿A dónde va José?
J. M.: Yo, voy a terminar esta vaina, yo voy a graduarme, yo voy a trabajar por mí, por mi familia, para ser feliz, busco la felicidad.
M. G.: ¿Hacía dónde va el mundo?
J. M.: Se va a acabar tarde o temprano, a la destrucción no hay otra.
(José, 24 años, Grupo de Amigos)

1Este capítulo se centra en aquellos aspectos de las narrativas autobiográficas de las y los jóvenes relacionados con sus recuerdos de los primeros momentos en que entraron en contacto con una situación de muerte, las experiencias en las cuales se han sentido en contacto con ella, los sentidos que le dan en sus historias de vida. Si bien en sus relatos y en lo que pudimos observar en el seguimiento etnográfico de algunos grupos las preguntas por la vida y la muerte están en estrecha relación, en este aparte haré una lectura tangencial a la información asociada con la muerte para conectarla con lo dicho sobre religiosidad y producción cultural y resaltar algunos aspectos más que luego se retomarán en los capítulos siguientes sobre la relación con la violencia y los planes de vida.

2En las y los jóvenes, guardadas las diferencias que resultan de sus vivencias grupales, no hay contradicción entre buscar un futuro propio, salir adelante, progresar, y a la vez considerar que viven en un contexto que les ofrece pocas expectativas vitales, por lo cual lo único que queda es lo que puedan hacer por ellos mismos y sus allegados. Se trata de una lógica expresada, por ejemplo, en los relatos de jóvenes que reconocen la posibilidad de una muerte cercana —la muerte que les toca— y a la vez imaginan un deseo de cambio y una vida larga —la muerte que desean. Surgen en las representaciones que los y las jóvenes se hacen de la muerte una serie de operaciones para “sobrevivir” en medio de un contexto que perciben agresivo, controlado por intereses particulares y sobre el cual tienen limitada posibilidad de acción; dichas operaciones se nutren bien del mundo de lo religioso, tanto el que experimentan de la religiosidad popular a través de sus familias de origen como el que viven hoy mediante los discursos venidos de la Nueva Era y ciertos movimientos religiosos, y de los mundos del consumo y la producción cultural descritos en capítulos anteriores, así como del cruce de ambos.

3Inicio este capítulo con una revisión de algunas de las formas en que se ha entendido la relación entre juventud y muerte para resaltar la importancia de una comprensión histórica, contextual y cultural de la misma; posteriormente reviso tres combinaciones de representaciones de la muerte encontradas en estos jóvenes que conectan con la presencia y a la vez distancia de lo tradicional, la ubicación en la situación actual y la proyección hacia el futuro. Estas asociaciones de representaciones finalmente actúan sobre la presencia de la muerte buscando integrarla a diversos órdenes de significación.

ASUNTOS CONCEPTUALES

4Morin y Welsh (1996) señalan que las investigaciones tanatológicas sobre la reacción de los adolescentes frente a la muerte se centran más en el impacto de la pérdida reciente de un ser querido o la asesoría y consejería para jóvenes que viven experiencias de muerte y duelo, y menos en las percepciones que ellos tienen de tales sucesos. Se trata de un énfasis en la atención psicológica del duelo en la escuela y la familia de los jóvenes que no ha ido a la par de investigaciones sociológicas o antropológicas al respecto. Como se observó en un reciente estado del arte de la investigación sobre jóvenes en Bogota en la década de los noventa, una mirada desde las ciencias sociales a la cuestión sigue siendo marginal y de escaso desarrollo; aparte de informes periodísticos y algunas referencias puntuales en ciertos textos relacionados con lo juvenil no hay en la ciudad un conjunto de reflexiones investigativas que avance en su comprensión (Serrano et.al., 2003).

5De acuerdo con los planteamientos de la psicología del desarrollo, inspirados en la obra de Piaget, es con el inicio de la pubertad, hacia los 10 o 12 años que se consolida la conciencia de la propia muerte, con el desarrollo del pensamiento abstracto (Kastenbaum, 1992; Corr y McNeill, 1986; Gordon, 1986). Antes, el niño puede tener experiencias de pérdida y muerte e ideas al respecto, pero se supone que estas no son claras hasta el momento en que él puede imaginar su propia muerte. Esto no quiere decir que dichas experiencias tempranas no tengan un impacto en la vida de los sujetos, pues algunas investigaciones han mostrado su importancia en la estructuración de la vida adulta (Kastenbaum, 1992); este mismo autor considera que la noción de muerte se construye desde muy temprano en el desarrollo de los individuos, de acuerdo con las experiencias personales que se dan dentro de su particularidad física, interpersonal y cultural, siendo las construcciones de la muerte importantes para el tipo de relaciones interpersonales que los sujetos establecen, su toma de decisiones, su autoimagen y en general su visión del mundo. Sin embargo, es sólo en la adolescencia que se tiene plena conciencia de los hechos fundamentales de la muerte. Gordon (1986) señala que mientras en la temprana adolescencia se forma la conciencia de la muerte, luego se trabaja para significarla junto con la vida y desde allí formar una imagen de futuro.

6Siguiendo con este punto de vista, la pregunta por las elaboraciones de la muerte en la niñez y la adolescencia se puede abordar de dos formas: las concepciones que niños y niñas se hacen sobre la muerte del otro y las concepciones sobre su propia muerte; se supone que en primera instancia se desarrolla la idea del “tú estás muerto” y luego la del “yo moriré”; una noción del tipo “la muerte se ha llevado a nuestro ser querido” implica un tipo de abstracción que se da posteriormente en el desarrollo del infante, en la medida en que convierte la experiencia del morir en una entidad particular: la muerte (Kastenbaum, 1992). La primera afirmación supone el reconocimiento de la no respuesta del otro, su ausencia y por ende la conciencia del propio abandono, el sentimiento de separación ilimitada, de un tiempo y unos ritmos independientes de la propia realidad subjetiva. La segunda idea resulta mucho más compleja en la medida en que parte de la afirmación de una existencia personal, de pertenecer a una clase de seres mortales, de la certeza de una propia muerte susceptible de tener muchas causas que no se pueden evadir; reconocimiento también de que esa muerte ocurrirá en un tiempo que aún no ha llegado y del que no se sabe cuando llegará, pero se tiene seguridad de ello; finalmente, el aceptar nuestra mortalidad supone asumir la muerte como el evento final de la existencia, único e irrepetible, al menos desde esta forma de entendernos como seres vivos.

7Kastenbaum (1992) encuentra tres “juegos de pensamiento” sobre la muerte presentes en adolescentes y adultos jóvenes, que si bien no les son exclusivos ni dan cuenta de todas sus experiencias, permiten acercarse a los modos en que integran la relación con la muerte en sus vidas:

  • “Muero, luego existo”.
  • “El futuro puede esperar”.
  • “El futuro está muerto, ¿entonces para qué vivir por él?”.

8La primera idea considera que el pensamiento sobre la muerte es necesario para los jóvenes en la medida en que permite tomar conciencia de la propia existencia, particularidad y finitud. La segunda idea se refiere a una sensación de presente continuo en la cual tanto el pasado como el futuro se encuentran desdibujados y que se expresa en el modelo del adolescente que sólo se preocupa por vivir el momento y en la consideración de la juventud como una exaltación del presente. La tercera idea se relaciona particularmente con el momento en que se realizaron estas investigaciones y tiene que ver con el efecto de la amenaza nuclear en las generaciones de la época y su falta de preocupación por la posibilidad de la misma. Si bien estos tres juegos de pensamiento pueden considerarse muy particulares a ciertos contextos históricos o socioculturales, el interés de traerlos a colación está en que ejemplifican algunas de las operaciones cognitivas con base en las cuales ciertos jóvenes pueden dar sentido a la vida y la muerte ante determinadas condiciones sociales.

9Estas ideas basadas en la psicología del desarrollo no son compartidas por todos los que trabajan en el tema; en otras investigaciones se ha encontrado que la edad cronológica no corresponde necesariamente con un estadio en el desarrollo de las concepciones sobre la muerte, pues éstas dependen de la maduración de los niños y niñas, y de las experiencias resultantes de la interacción con el entorno. Lo anterior fue reportado, por ejemplo, en el trabajo con niños y jóvenes con enfermedades terminales, quienes generan rápidamente una concepción de su propia muerte (Gordon, 1986). Habría que preguntarse qué está sucediendo, desde la perspectiva psicológica, en algunas de las y los jóvenes de esta investigación cuando refieren experiencias con la muerte asociadas a la violencia desde temprana edad, y de manera particular cuando desarrollan nociones como la de llevar la muerte a las espaldas o en cualquier momento tocará, asociadas a una presencia permanente y constante de la muerte por efectos del contexto en que vivimos. En el caso de algunos jóvenes, la muerte no es un hecho futuro, sino por el contrario, una realidad presente cada día, ante la cual y con la cual tienen que vivir.

10Mientras, en otros contextos culturales colombianos se expresan otras relaciones con la muerte. En las poblaciones afrodescendientes del Chocó, en Colombia, la muerte hace parte integral de los ciclos de la vida, está fuertemente arraigada a relaciones particulares con el cuerpo y sus componentes, entre otras razones por una profunda ecosofía que conecta a lo humano con lo natural de mucho modos. La importancia de los rituales fúnebres, el sentido de comunidad que ellos generan y el recuerdo de los antepasados son también parte de este tipo de relación particular. Tal vez por eso no es extraño ver que los niños y niñas, desde cierta edad, participen activamente de los rituales fúnebres, lo cual sin duda debe afectar posteriormente sus ideas en torno a la muerte (Serrano, 1998). Este situación, sin embargo, viene siendo afectada por la expansión del conflicto armado en el territorio nacional y el desplazamiento de muchas de estas poblaciones hacia otras regiones del país.

11La importancia del contexto sociocultural en la elaboración de conceptos sobre la muerte en los jóvenes ha sido señalada en trabajos como el de Morin y Welsh (1996), quienes consideran que las diferencias individuales en los conceptos personales sobre la muerte se ven influidas por la familia, el bagaje cultural, las experiencias vitales, el entorno, el estatus socioeconómico y la condición étnica, entre otros factores; en su investigación, las autoras entrevistaron a 32 adolescentes entre 13 y 18 años con respecto a sus experiencias sobre la muerte. 19 de ellos asistían a una escuela pública suburbana y 13, todos afroamericanos, residían en un hogar urbano para jóvenes. En general, los jóvenes fueron conscientes de la muerte hacia los 7,5 años —como ya han señalado diversas investigaciones desde los años cincuenta— pero la cercanía con la violencia en el caso de los jóvenes afroamericanos se convertía en una diferencia importante en sus concepciones con respecto a las de los jóvenes suburbanos; el estudio encontró también que las familias ocupaban en ambas muestras un lugar importante en el desarrollo de los conceptos sobre la muerte, pues el tema se discutía en sus casas aunque en proporción diferente (76,9% de los urbanos y 31,6% de los suburbanos). Los jóvenes afroamericanos señalaron su primer contacto con la muerte relacionado con violencia y accidentes, mientras los suburbanos no lo hicieron; el 27% de los jóvenes urbanos definieron la muerte como ser abaleado o asesinado.

12La pregunta por el papel del contexto en la elaboración de las concepciones sobre la muerte puede ser planteada no sólo desde el entorno inmediato sino también desde las condiciones de época. Austin y Mack (1986) señalaron, para la década de los ochenta, que diversas investigaciones habían encontrado en los jóvenes sentimientos de miedo, resignación o rabia con respecto a la carrera armamentista y la manera como ésta afectó sus concepciones vitales. Si bien estos mismos autores y otros consideran que la ansiedad ante la muerte hace parte del proceso de la adolescencia y la juventud, la presencia del armamentismo y la amenaza nuclear afectaron a los jóvenes que vivieron esa época en su relación con la vida, la muerte y la inmortalidad simbólica, entendida esta última como el sentimiento de trascender la muerte propiamente dicha en los hijos, el trabajo, la naturaleza o la espiritualidad. La guerra nuclear, encuentran estos autores, representaba la extinción total de la especie y por eso una sensación de ¿para qué el futuro? Si bien esta situación pudo generar miedo y ansiedad, las investigaciones encontraron que los adolescentes creaban estrategias para vivir con ello e imaginar una cierta noción de futuro que les permitiera desenvolverse en la cotidianidad; en todo caso, la incertidumbre sobre un futuro posible ponía en duda su deseo de tener hijos o imaginar planes a largo plazo (Ibíd.: 66-68). Los mismos autores consideran que además de la desconfianza hacia un futuro personal, los jóvenes no creían en las acciones de los líderes responsables de la paz mundial, lo que aumentaba su sentimiento de inseguridad y los llevaba a aferrarse a un presente único.

13Por más de cuatro décadas, la amenaza nuclear figuró en las preocupaciones de los adolescentes y los niños norteamericanos y de otros países; sin embargo, mucha de la información que sustentó estas observaciones se obtuvo de encuestas y estudios de opinión que resultan bastante limitados al momento de acceder a temas tan complejos. Kastenbaum (1992) señala que cuando cesó la amenaza de la catástrofe nuclear no se dio un cambio grande en las expectativas vitales de los jóvenes, de seguro, considera él, porque ésta no representaba antes mucha preocupación. Sin embargo, esta afirmación, en contra de los planteamientos anteriores, debe ser interpretada con cuidado, pues si bien los estudiantes con quienes el autor trabajó se mostraban más interesados por sus notas que por la destrucción del mundo, esto pudo tener que ver con que mientras sobre lo uno era posible una mayor capacidad de acción individual —preocuparse por su rendimiento académico— sobre lo segundo es posible que sea poco lo que los jóvenes sientan que pueden hacer —la crisis del contexto en que viven.

14Esta inquietud por el papel del contexto en las concepciones de vida y muerte en el caso colombiano puede ser abordada desde una noción tan discutida e impactante como la de “cultura de la muerte”, la cual ha sido usada con frecuencia para describir la situación nacional y asociarla a los fenómenos de violencia juvenil urbana. Este término ha circulado desde hace ya varios años como una manera de intentar explicar esa presencia cotidiana, permanente y muchas veces macabra de la muerte en la cultura colombiana, y ha sido usado en los medios y algunas miradas académicas como un intento de explicación de muchas de nuestras prácticas de la violencia: el ensañamiento con los cuerpos, el cruce entre el partidismo político, la religiosidad popular y el mercado con las dinámicas de la muerte, o bien su presencia habitual en nuestros relatos cotidianos y en el humor callejero. Para Uribe (1988) este culto a la muerte y a los símbolos de la violencia que vivimos se ancla en lo más profundo de nuestra cultura y se expresa no sólo en algunas de las figuras contemporáneas más evidentes —el sicario— sino incluso en nuestros poemas nacionales. En un intento por complejizar las explicaciones estructurales de la violencia, Uribe recorre los testimonios e historias de las prácticas de muerte de la época de La Violencia, sus rituales y antirituales, el orden y desorden que causan. Lo hace con el fin de hablar de un “orden del desorden” causado por la muerte y que crea su propia historia, a la vez que crea la historia —por eso llamamos a ese tiempo La Violencia, en mayúsculas y genérico, como si no hubiera necesidad de más explicación y allí se contuviera todo. Siguiendo a este investigador, la muerte de La Violencia contrasta con la muerte en la época del sicariato: rápida, eficaz, planeada y efectiva, que esconde su rostro y se mueve a los ritmos de la oferta y la demanda del mercado. Ambas muertes, sin embargo, se unen en muchos puntos, se conectan y continúan en los espacios de muerte que conforman el país.

15Alguien podría decir, echando mano de los autores clásicos del tema como Ariès, Thomas o Berger que “cultura de la muerte” es una contradicción pues la empresa de creación cultural humana es precisamente una reacción a la muerte, una forma de conjurar el temor que ésta causa. Aun así, llámese o no “cultura de la muerte” el hecho es que nuestras memorias y nuestros territorios de creación cultural están impregnados de y por la muerte de un modo que aún no hemos asumido ni estudiado con suficiente atención. No se trata sólo de una muerte en sentido genérico, como la que afecta a lo humano en su condición biológica, sino de muertes que tienen figuras precisas, expresiones concretas, que se concentran en unas personas más que en otras, en unos lugares más que en otros y forman paisajes diferenciados de la muerte, justifican ciertas muertes e incluso hacen de ellas trofeos de guerra o mártires que se traen a colación en cada campaña presidencial. Muertes con las que aprendemos a vivir a veces ignorándolas, a veces reviviéndolas a cada momento. La pregunta por las memorias, los duelos y los dolientes de estas muertes no ha sido integrada a los modos en que entendemos el conflicto, y mucho menos a sus procesos de resolución, negociación o transformación, y su falta de respuesta puede ser un gran impedimento a lo que se entienda como proceso de paz o “cultura de paz” en el contexto colombiano.

LA MUERTE QUE AVISA Y LA MUERTE DE ANTES

16En el capítulo sobre la religiosidad señalé que las y los jóvenes participan de una serie de imaginarios propios de las culturas populares en los que la relación con los espíritus y otras entidades sobrenaturales y trascendentes es cercana y cotidiana, donde se refieren diversas experiencias de contacto y comunicación con las almas o las energías de los seres que han fallecido, e historias de familiares que luego de morir visitan a sus allegados, o de muertos que se comunican en sueños y solicitan favores o dan consuelo. En esta religiosidad que opera a manera de terreno de base sobre el cual las y los jóvenes recrean sus relaciones con la vida y la muerte, se encuentra una relación de proximidad con el hecho del morir que, si bien puede estar rodeado de algunos miedos, se comprende dentro de todo un conjunto de creencias y prácticas.

17En sus relatos, sin parecer que haya muchas diferencias por experiencia grupal o estrato social, los jóvenes aluden a las personas que recorren sus pasos antes y después de muertos, entendiendo por ello que se va a los sitios donde se estuvo en vida y se hace una especie de recorrido por ellos, a manera de recuento o de despedida. Esta noción está muy arraigada en el imaginario mágico religioso tradicional y se encuentra en diferentes regiones del país, asociada a complejos culturales regionales propios. El recorrer los pasos es una noción que remite a un esquema del cuerpo compuesto por entidades relativamente móviles o por lo menos susceptibles de separarse durante un tiempo, por ejemplo durante el sueño, periodo en el cual se supone que una persona próxima a morir sale y anda sus caminos; implica además una idea de la muerte en la cual ésta no es la desaparición del ser sino una recomposición de sus componentes, algunos de los cuales sobreviven y permanecen en contacto con este mundo (Serrano, 1998).

18Esta noción parece llegarles a los jóvenes como parte de ese conocimiento que todos saben y que resulta de un cruce de imaginarios diversos; algunos relatos señalan a la socialización familiar —especialmente la materna— como la fuente de tales conocimientos propios de la religiosidad popular:

J. E.: Dicen que cuando uno muere, uno recorre sus pasos...
B.: ¿Quién lo dice? ¿Quién te lo dijo?
J. E.: Todo el mundo lo dice, o sea... yo no lo he leído en ninguna parte sino que todo el mundo lo dice: “¡Ay! Uno se muere y comienza a recorrer sus pasos...” [...] dicen que cuando uno muere recorre sus pasos... recoge es, recoge.
B.: ¿Te lo ha dicho tu mami, o tu...?
J. E.: Sí, eso me lo ha dicho mi mamá... mi hermana a todo el que yo escucho por ahí es que... que “¡ay!, que un ánima en pena”, ¿sí? “está recogiendo sus pasos”, ¿sí ve? (Jesús, 22 años, Parche)

19Ésta es una muerte que avisa y que da tiempo para despedirse visitando los seres queridos, moviendo objetos, tocando a los vivos, golpeando puertas o ventanas; personas próximas a morir que se ven en dos lugares a la vez o que pasan como sombras por las casas. Estamos hablando entonces de una muerte que no irrumpe sorpresivamente en los vivos sino que es susceptible de ser interpretada si se conocen los signos adecuados. Muerte entonces que puede presentirse y predecirse tanto por quienes la van a vivir como por los familiares cercanos. Las y los jóvenes refieren haber escuchado a familiares y amigos que sintieron que “algo” le había pasado a alguien y que preciso en ese momento dicha persona estaba agonizando, o de abuelos que se despiden diciendo que esa iba a ser la última vez que los veían vivos.

20Un aspecto aparece como diferencia fundamental entre lo encontrado en estos jóvenes y lo que se podría deducir de una mirada más general a las concepciones del morir en las culturas populares: esa muerte que avisa es por sobre todo una muerte asociada a los abuelos, a los padres, a otras generaciones. Esa no es la muerte que los jóvenes consideran o desean para ellos mismos e incluso se nota una diferencia al momento de hablar de las muertes de estos otros y las propias. Mientras en sus historias los abuelos mueren viejos, rodeados de los hijos en algunos casos e incluso sabiendo ya la cercanía de su deceso, la muerte que los y las jóvenes imaginan para sí mismos es diferente.

21El fallecimiento de abuelos aparece en los relatos de la mayor parte de los jóvenes como la primera experiencia que los puso en contacto con la muerte. Es una muerte que se describe como un hecho que produce dolor, pero se acepta en la medida en que tocaba, pues ya había cumplido el ciclo vital. Esta muerte, en muchos casos, sobre todo cuando sucedió en la infancia de los entrevistados, afecta más porque es el momento en que se entra en contacto con el sufrimiento de los padres y al verlos llorar se hace consciente el dolor de la pérdida; pareciera que se aprende a entender la muerte como algo doloroso viendo a otros, en especial a los seres queridos que sufren. En algunos casos, además, es una vivencia que hace pensar en la propia mortalidad, en especial en jóvenes que no han tenido otras situaciones que los expongan a ello.

22Aunque se haya dado en situaciones de dolor, la muerte de los abuelos se recuerda como una muerte plácida, de seres que ya habían dado a la vida todo lo que podían y que son llorados y lamentados por sus hijos, quienes transmiten el dolor a los nietos. Se recuerda además como una muerte que en algunos casos dio tiempo para despedirse e incluso para dar consejos. Algunos abuelos deciden ir a morir a su tierra de origen, mientras que otros mueren rodeados de sus hijos, en sus casas o en hospitales; siendo para algunos la primera experiencia con la muerte, es también el primer recuerdo de los rituales fúnebres, de los rezos y en mayor medida, de las condolencias que dan idea a los y las jóvenes de la muerte también como un hecho social. Estos funerales que los jóvenes refieren están llenos de gente, fueron ocasión para que las familias se reunieran, para que parientes lejanos se reconciliaran e incluso para recordar al difunto en medio de licor y llanto.

23Son muertes a veces dolorosas, a veces plácidas pero que dejan recuerdos profundos en la memoria de los jóvenes. Algunos de ellos refieren la muerte de sus abuelos o abuelas como una muerte de pena moral, resultado de la pérdida del cónyuge o de un ser muy querido; es una muerte causada por el dolor y la soledad que podemos asociar a esa relación de cercanía que venimos describiendo. La muerte por pena moral nos remite además a la idea de la permanencia de los seres después de morir, pues en últimas lo que se anhela es volver a estar juntos y por eso no se quiere vivir más. Esto nos remite incluso a un mundo romántico en el cual de tanto amar al otro no se puede vivir sin él, como dicen varios jóvenes. A veces, la muerte de los abuelos es una muerte que incluso ellos pueden desear, bien por la pena moral o porque la enfermedad y el abandono les hace pensar que es mejor que Dios se los lleve. Hablamos en general de una muerte que no se rechaza, que se acepta y se espera, que por estar tan cerca se hace comprensible y parte integral del curso vital.

24De inmediato surge la asociación entre estas ideas y las que señaló hace ya varios años Ariès (2000) en su historia de la muerte en occidente. Para él, una de las actitudes ante la muerte que ha estado presente en la cultura occidental cristiana desde la época medieval, y que de cierto modo se mantiene en algunas sociedades “tradicionales”, es la muerte domesticada. Ésta es una muerte de cuya llegada se tiene conciencia, anunciada por medio de signos naturales o bien mediante una profunda convicción interna de su inevitabilidad; por ello, es una muerte que permite la convocatoria de los familiares y amigos, que le da tiempo al moribundo para hacer sus últimas disposiciones y que se espera en el lecho del hogar. Se trata de una muerte vivida en contexto social y que contrasta fuertemente con la otra muerte, la muerte vedada o muerte salvaje que según Ariès es la que vivimos hoy.

MUERTE SILENCIADA Y MUERTE DESBORDADA

25En contraste con lo anterior, al indagar en las narraciones por la muerte que las y los jóvenes imaginan como posible para sí mismos, resalta la tendencia general a desear una muerte rápida, sin dolor y en algunos casos que llegue en la vejez pero antes de un estado de decrepitud. Mientras los abuelos tienen muertes que les avisan, que les dan tiempo para afrontar el hecho, los jóvenes entrevistados, casi sin distingo de grupo y clase, desean una muerte que llegue de una, que no dé tiempo para el dolor ni la agonía, que ojalá sea de un paro cardiaco durante el sueño —acostarse y morir— o en una situación que cause la muerte inmediata —un accidente, por ejemplo; la muerte con sufrimiento, en largas enfermedades, es también rechazada porque supone una pérdida de autonomía e implica una dependencia de otros que no es deseada.

J. M.: A mí me gustaría morir dormida.
M. C.: ¿Dormida?
J. M.: Ujum, que uno se acueste a dormir y que ya... uno no sienta nada ni nada. Jamás me gustaría morirme ni ahogada en un... en agua, ni quemada. Eso me parece las muertes más espantosas del mundo, porque uno está sintiendo en ese momento que se está muriendo que uno no poder hacer nada ni nada. O que a uno le pegan un tiro en el corazón, bueno, ya uno no siente nada, o sea, una muerte instantánea, que uno no sufra ni nada, y que antes... o sea, que antes de que yo me hubiera muerto, si... si llego a vieja pues que no, no, no, ay, no padezca enfermedades ni nada que me hagan sufrir.
M. C.: Sí, o sea, una muerte así que llegue... ¿Pero te gustaría morir cuando estuvieras viejita o...?
J. M.: Ah, sí, cuando estuviera viejita, por ahí a los... 90 años (se ríen los dos).
M. C.: ¿Así como tu bisabuela? 90 años y... y sanito todavía.
J. M.: Sí, sí, por ahí a los 90 años, sana, sí, que yo me pueda mover por sí mí, por mí misma o sea, que no tenga... y que no esté ahí tendida en una cama quién sabe cuánto tiempo... (Jackeline, 22 años, Andinos)

26La muerte por ahogamiento o por quemaduras es considerada por todos como la peor muerte, por las asociaciones con el dolor, el desespero y el estado en que queda el cadáver, lo cual se considera repulsivo; es tal vez en las actitudes con el cadáver que se hace más evidente este rechazo a la presencia descarnada del morir. Mientras en unos jóvenes se encuentra la idea de no ver el cadáver para quedarse con la imagen de la persona cuando estaba viva, en otros el cuerpo es visto como un desecho que ya terminó su función, que ya perdió la magia que lo mantenía vivo; para algunas jóvenes de estratos 1 y 2 el cadáver está asociado a su componente corrupto y se habla del frío de muerto, noción también heredada del imaginario religioso tradicional. Si bien los tres casos corresponden a lógicas diferentes, tienen en común el rechazo al cadáver como tal, a su presencia impresionante que incluso podemos asociar con las alusiones constantes a preferir la cremación que los entierros. Sin duda, en la relación con la muerte, el tema del cadáver sigue siendo uno de los aspectos que más pone en evidencia la atracción, repulsión y desorden que causa el hecho del morir (Thomas, 1983). Recordemos que el cadáver, como presencia evidente de la muerte, aparece en nuestra sociedad contemporánea maquillado, vestido con ropas elegantes pero de uso cotidiano —ropas que se ponía en vida— como si se quisiera despojarlo de su inevitable alusión a la corrupción y hacer pensar que en realidad no está muerto, que duerme o descansa (Ariès, 2000; Thomas, 1983).

27Al cotejar esta información con la obtenida en otros momentos de las historias, pareciera que si bien a la muerte como tal no se le tuviera temor, el hecho del morir, en especial la agonía, sí produce un impacto tal que lleva a desear una muerte sin conciencia de ella misma, como se daría por ejemplo durante una larga enfermedad. Es posible que esta negación del hecho de morir esté asociada también con la actitud escéptica y de rechazo a los rituales fúnebres que aparece bastante extendida en estos mismos jóvenes. En general las y los jóvenes manifestaron un deseo de morir sin la parafernalia que ven asociada a los entierros como el llanto, los velorios, las largas procesiones, el cementerio. Dijeron preferir un ritual fúnebre con pocas personas, sin mucho anuncio y que ojalá culmine con la cremación del cadáver. La actitud general es de repulsión a lo que implica el ritual fúnebre, tanto por los sentimientos que convoca —la tristeza, el dolor, lo grotesco— como por las reacciones de los que quedan. Resultó llamativo encontrar con frecuencia, en diversos grupos de jóvenes, la referencia a los rituales fúnebres como algo hipócrita, donde la gente que en vida mantuvo conflictos o fue lejana al difunto viene a ofrecer un pésame que realmente no siente; el carácter formal y acartonado del ritual, incluso su alto costo, es generalmente cuestionado.

28Esta actitud se encuentra en jóvenes de todos los grupos y estratos y parece ser una tendencia que se generaliza; aparece además asociada a los jóvenes que manifestaron creencias religiosas más influidas por la nueva era y el esoterismo, que como ya señalamos conforman vivencias espirituales más individualizadas. Algunos llegan a afirmar que dichos rituales son en realidad una reacción de los dolientes a la pérdida, como una especie de temor al vacío que sin embargo no tiene sentido si se considera que la muerte es sólo un paso a otra vida. Lo anterior se relaciona con la tendencia a disolver las polaridades entre vida y muerte que ya fue discutida. Se considera, además, que el llanto no tiene razón o que incluso puede ser contraproducente para el descanso del alma, que no hay necesidad de tanto rezo y que más bien hay que preocuparse por los vivos: una actitud pragmática y eficiente.

29A diferencia de esto, una parte de jóvenes de estratos altos y otra parte de los jóvenes del Parche manifestaron compartir rituales más relacionados con el catolicismo tradicional —los primeros— y con la religiosidad popular —los segundos. Algunos jóvenes de estratos 4 al 6 manifestaron imaginar su propio funeral lleno de gente lamentando su muerte, con llantos y velorio. Señalaron además haber participado en visitas a los familiares de personas que han tenido una experiencia de duelo, sentir la tristeza del ritual e incluso considerar que éste tiene un sentido al reunir a la gente. La misa por el aniversario de un familiar fallecido o el luto y las visitas frecuentes al cementerio también hacen parte de sus referencias al mantener la importancia de los rituales fúnebres y recordar una relación tradicional con la muerte asociada al culto a los difuntos.

30Otro tipo de relación con los rituales fúnebres parece encontrarse en jóvenes del Parche, en especial cuando los muertos son sus pares; nos referimos a rituales en los que se toca la música que le gustaba al difunto, con velorios y novenarios, rodeados del llanto y la desesperación por la pérdida; son rituales llenos de una efusión de sentimientos que en algunos casos han llevado a los jóvenes a romper los ataúdes para tomar la mano del difunto mientras se lo lleva al cementerio o para colocarle las cosas que le gustaban — cigarrillos o licor— y que sin duda nos remiten a otro tipo de actitudes con respecto al hecho de morir, afectadas por tratarse de sus pares muertos en hechos violentos. En sus relatos, la estrecha relación que los jóvenes del Parche desarrollan entre sí hace especial el dolor de la pérdida, pues quien muere es alguien con quien se han mantenido relaciones muy cercanas e intensas. Las jóvenes comentan, por ejemplo, experiencias de llantos largos, de gemidos y desmayos durante los entierros, que nos remiten a vivencias de lo fúnebre presentes en otros contextos culturales del país (Serrano, 1998). Aparecen en sus relatos junto con prácticas muy extendidas en los contextos tradicionales, como el poner un vaso de agua debajo del ataúd para que el alma del difunto tome cuando tenga sed, nuevas vivencias resultado de la adaptación a la vida urbana y sus culturas populares, como el llevar mariachis y grupos musicales al funeral.

B.: ¿Vos estuviste en los entierros de ellos?
S.: Sí...
B.: ¿Cómo fue eso? Eso no me lo constaste.
S.: Pues... la verdad pue... / sonríe / eso fue un oso completo /sonríe/
B.: ¿Por qué?
S.: Porque es que uno hace el show por allá (sonríe)... sí, uno se jincha y se vuelve loco (risas). Ese día yo me jinché, eso me le prendí a ese ataúd y chille, parecía una marica (risas)... pero es que uno siente, ¡uich!, yo no sé: Uno ve a un amigo ahí acostado y metido en ese ataúd y ¡uich!, a uno le da es una impresión!, /sonríe/ a uno le provoca como moverlo y, “despiértese hermano, párese de ahí”. /sonríe/ Así... así me sentía, yo, yo lo miraba y yo, no, ¡uy!, cagada después de que hablamos, después de que se reía con uno y verlo ahí acostado, después de que se reía con uno, ¡uy! No... peor yo me imaginaba que él... no estaba mirando... yo me imaginaba que él estaba ahí (tose)... con uno, pero ¡uich!, no, eso es terrible. ¿Un amigo que estime y que se muera?... ¡Uich!... después de que no lo ve por ahí, joder hijuemadre vida y... ya después ahí tirados... cagada y por nada... que fuera por algo que hubiera valido la pena, pero por nada... (entre un gran bostezo). Cuando Toronjo casi no lo dejamos enterrar... (Ana, 21 años, Parche)

31La muerte se desborda no sólo porque se lleva a quienes están en la plenitud de la vida sino por el sin sentido que causa; si al menos su amigo hubiera muerto por alguna razón, lamenta Ana, su muerte se vería como una victoria, como una lucha o como un momento pleno de vida. Sin embargo, ante la muerte de una víctima inocente en medio de los fuegos cruzados de la violencia urbana, lo único que queda es su negación: el muerto no puede estar muerto, el joven parece descansar en su ataúd, nos mira, escucha su música favorita, fuma. Como una sustancia que se riega del recipiente que la contiene, las muertes que viven estos jóvenes no tienen bordes precisos y fluyen impregnando cada momento de la vida misma. Muerto también se puede ser feliz:

Yo ese día casi no me volví loca sino me dio fue como... a uno le da... o sea, ¿uno no llora?, o sea, uno no siente llorar ni nada y pero... o sea, uno siente dolor por dentro y le da como ganas de desmayarse, como... yo por lo menos ese día sentí eso, o sea yo no gritaba ni nada, ni lloraba ni nada, sino yo, yo miraba, yo, ¡ay Dios mío!, cagada. Y yo me senté y ¡ay!, con esa cabeza que me daba vueltas. Pero yo no lloraba nada... yo casi no lloré por él, sino sentía un dolor todo raro y como ese ahogo y como esas vueltas en la cabeza. /sonríe/ ¡Ese día no! Yo me sentía toda rara; como sería que un amigo se dio cuenta y a todas nosotras las mujeres nos dio agüita/sonríe/, eso era reparta agua para cada una.
B.: ¿Para sólo a las mujeres? /sonríe/
S.: Sí...
B.: ¿Y por qué?
S.: Pues a los hombres también... hay chinos que se desmayaban también y les daban agua, porque usted sabe que uno siempre... pues cuando uno anda en Parche uno se apega tanto a los amigos que uno... ¿pues sí?... uno le da dolor, obvio que a uno le da dolor [...] al Simpson sí le rompieron el ataúd y todo.
B.: ¿Quiénes?
S.: Pues los muchachos...
B.: ...del Parche...
S.: Sí, le metían la mano...
B.: ¿Para tocarlo?
S.: ¡Sí!... o sea, le cogían la mano, para cogerle la mano, le cogían la mano. Le metieron aguardiente, le metieron mejor dicho ese ataúd y se lo rompieron [...] le metieron mariguana /sonríe/... cigarrillos, trago, cartas. Eso le metían las chinas papeles ahí... todo eso, y le sacaron una mano dizque para cogerle la mano...
B.: Ajá... ¿y para qué le metían todo eso? ¿Qué significaba?
S.: Pues para ellos significa pues que él seguramente lo pidió... porque es que usted sabe uno en Parche... uno dice, “¿a usted cuando se muera qué le gustaría?”. No, pues a mí que me metan aguardiente y cigarrillos y de todo y que yo no se qué y que yo no sé cuántas y que para en el cielo tomar, según ellos, ¿no? Pues eso es lo que se llevan en la mente... pues claro, uno, uno de amigo se acuerda de todo lo que él le dijo en vida y pues uno le da /incomprensible/ como para que lo haga feliz.

32Las diferencias entre unos rituales y otros, y por ende entre tipos de muertes, son percibidas por los jóvenes mismos como claros marcadores de clase y de la pertenencia a contextos culturales diferentes. Veremos a continuación dos apartes de las historias de un joven del Grupo de Amigos, quien observa lo que él llama la clase baja, y un extracto del relato de Ana, a quien ya aludimos antes. Es interesante que los factores identificados por ambos sean los mismos —la expresión de sentimientos contra el control de los mismos, los grandes grupos de dolientes contra los grupos reducidos, la parafernalia ritual contra la sobriedad— pero valorados de modo diferencial.

M. G.: ¿Qué opina de los funerales y los entierros?
J. M.: Uy, son cosas muy, muy tenaces, güevón, son, son experiencias muy uff..., un funeral, un entierro, güevón, es donde, donde se ve la cultura de la gente porque hay muchísimas clases de funerales. Los hay con mariachi, sin mariachi, cosas así, no sé, güevón [...] hay muchas culturas y a la gente la entierran de distintas formas. Usted se da cuenta que los indígenas sí creían en el más allá y todo esto. Enterraban a los faraones, los faraones enterraban a sus, perdón, los Egipcios enterraban a sus faraones con sus caballos, con sus sirvientes, vivos y todo eso porque, porque no, no querían ese, ese “aquí terminó todo”. También, sí, hay muchas clases de funerales. Ahora se viven de una forma distinta güevón, la gente de clase alta los vive mucho más sobrios que la gente de clase más baja. Allá gritan, lloran, se tiran al piso, se tiran al hueco, güevón, hacen el espectáculo más brutal y después están en una tienda a beber. Así son, ¿no? Pues yo he tenido la oportunidad de ir a funerales de gente de clase social alta y de gente social baja, donde el mariachi es indispensable y donde mi amigo Darío Gómez entra a jugar parte y “Nadie es eterno en el mundo”, es la típica, la típica y, o “Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo”.
G.: ¿Y los de clase social alta como son?
J. M.: ¡Uy! son muy sobrios güevón, son muy, muy sobrios. Son como más bacanos güevón, la gente esta más, no hay tanto espectáculo, ese rito que alguna gente ve, detrás de, ahí toca darle algo a todos los familiares que vinieron al entierro, un tintico con un aguardientico, pa’ calmarlos, y terminan en unas ebrias ni las hijueputas. Entonces la otra gente nada más entierra a su familiar y se va a su casa y sigue, siguen la vida normal. Son como mejores, ¿no? No hay tanto espectáculo, no hay tanto, no me gusta hermano, los buses llenos de gente, ay, todos vamos para el cementerio. No, nada de eso. (José, 24 años, Grupo de Amigos)

Los cementerios de los ricos es como muy diferente... o sea, al de los pobres, de los pobres, ¿sí me entiende?, pues porque los ricos yo no sé, ellos son como más duros... o sea ellos entierran a una persona, lloran, pero no se enloquecen... o yo no sé por qué será pero siempre es diferente. Yo que he visto entierros así... de ricos y pues de pobres y es diferente... Porque es que uno... yo digo que uno de pobre demuestra más el dolor, pero los ricos no lo hacen, porque ellos piensan que, que la gente critica, que la gente lo ve a uno así, que qué pena, que qué bandera, que qué oso. En cambio a uno no le importa lo que digan los demás, /sonríe/ uno solamente demuestra lo que siente, ¿sí me entiende?, y sin pena de lo que digan los demás o que sí, que le dijeron “bandera”, de malas, hijueputa, de malas porque usted no siente lo mismo que yo. Cada cual siente diferente el dolor, ¿sí o no?... cada cual a su manera de pensar. (Ana, 21 años, Parche)

33Se oponen aquí dos modos de comprensión de la muerte que podrían leerse a la luz de las ideas propuestas por Ariès (2000) para hablar de lo que sucede en la sociedad actual pero también nos hablan de algunos aspectos propios a nuestro contexto local. Las referencias hechas en los relatos de las y los jóvenes a las muertes de los abuelos y parientes mayores aluden al mundo de lo que Ariès llama la muerte domesticada, una muerte conocida y social, presente de manera clara en las llamadas sociedades tradicionales. En su texto, el autor propone tres tipos más de modos de comprensión de la muerte que si bien pueden ubicarse en momentos históricos concretos, no son etapas evolutivas encadenadas una tras otra o que se excluyan entre sí: la propia muerte, la muerte del otro y la muerte vedada. La propia muerte alude al momento en el cual la experiencia de la muerte se vuelve conciencia de sí mismo y se integra a una biografía individual que da cuenta de la persona particular. La muerte del otro, por su parte y como expresión de la modernidad, da cuenta de una fascinación con la muerte en sí misma, de una atracción por su tensión con el erotismo que desplaza el temor hacia lo que sucede en los demás. La muerte vedada nos conecta con las sociedades actuales: una muerte vergonzante, sin duelo, objeto de tabú, que se medicaliza, se saca del hogar para llevarse al hospital y se maquilla en un intento infructuoso por esconderla, incluso del propio moribundo a quien se le niega saber qué le sucede. Es una muerte cuyo tratamiento se delega a una red especializada del mercado dedicada a cubrirla y calmarla.

34Sin duda podríamos encontrar en los relatos de José y Ana alusiones a esta muerte vedada de la que habla Ariès para las clases altas o los ricos y de la cual los jóvenes no se encuentran alejados: un control de los sentimientos, una sobriedad en las expresiones rituales que casi no interrumpe la vida normal, un recogimiento en la esfera de lo privado y lo íntimo. La otra muerte, la de la clase social baja, la de los pobres, por el contrario es pública, exuberante en los rituales, efusiva en los sentimientos, colectiva y dolorosa, pero reparadora, como se encuentra en otras sociedades no occidentales o no modernas. Sin embargo, lo dicho por los jóvenes remite a una muerte que rebasa las propias clasificaciones de Ariès, pues pareciera contener algo de todas y a la vez más cosas: no sólo por las ofrendas fúnebres de aguardiente y cigarrillo a los compañeros muertos, lo cual pareciera conectar con prácticas inmemoriales que vuelven una y otra vez, sino por su conexión con circuitos ubicados en nuestra particular modernidad; circuitos que pone juntos al mariachi con la música de carrilera, a las baladas y al rock, o a la foto con el muerto y decoraciones de lápidas con flores de plástico y símbolos de la cultura popular mediatizada. Tradición, culturas urbanas globalizadas, recomposición de las distancias y los ordenamientos sociales, inclusiones y exclusiones son los elementos que se dibujan en estas vivencias juveniles y que muestran su particularidad en el contexto actual.

LA MUERTE DESTINADA Y LA MUERTE DESEADA

35De manera general, al agrupar las experiencias referidas por los jóvenes como las que les pusieron en contacto con la muerte, aquellas relacionadas con la violencia son las aludidas con mayor frecuencia. Las situaciones indicadas fueron agrupadas en seis tipos de experiencias: las asociadas a formas de violencia, a la drogadicción, a la enfermedad, al suicidio, a accidentes y a asuntos relacionados con salud sexual y reproductiva —esto fue reportado particularmente en tres jóvenes mujeres que tuvieron experiencias de interrupción del embarazo. Con respecto a la violencia como condición de cercanía con la muerte, los relatos dan cuenta de experiencias como enfrentamientos con otros que inciden en la corporalidad (disparos, puñaladas, peleas), ser víctimas o actores de delincuencia común, ser víctimas de grupos de “limpieza social”, la muerte violenta de hermanos, parientes, amigos o compañeros afectivos, y el servicio militar. Estas experiencias de la muerte por efecto de la violencia no sólo se concentran en los jóvenes hombres sino particularmente en los de sectores populares, lo cual señala de antemano una condición particular: estamos hablando de violencias que marcan sus cuerpos y sus historias vitales, pues desde pequeños han visto la muerte violenta a su alrededor, violencias asociadas al riesgo, a las situaciones que los llevan al margen de lo vital, violencias que resultan del cruce de fuerzas que los rodean y desbordan, violencias que por su frecuencia se han vuelto cotidianas y parecieran llevar a un vivir el instante a cada momento. El acompañamiento etnográfico del Parche mostró cómo, con frecuencia estas violencias se intensificaban en unos momentos y parecían desaparecer en otros y cómo se cruzaban con los afectos, los anhelos vitales y la vida del grupo. En contraste con esto, aquellos eventos por los cuales han estado en contacto con la muerte los jóvenes de clase media y alta a quienes llamamos los Andinos, se concentran en tres ejes: la enfermedad, el suicidio y los accidentes; factores que también se encuentran en los otros jóvenes, pero en asociaciones diferentes. Las referencias a la muerte de familiares y amigos por efecto de la enfermedad, y el grado de impacto de dicha situación están en relación con el momento vital en que sucedió; algunos jóvenes recuerdan la muerte de parientes o compañeros de colegio cuando eran niños, pero dicen también no haber tenido mucha claridad de lo que ello implicaba, como pudo suceder con las muertes de sus abuelos. Por lo que se intuye en los relatos, el efecto de estas vivencias de la enfermedad y la muerte fluctúa entre el dolor de la pérdida, el letargo que producen las enfermedades y agonías largas, la incomprensión de la muerte de alguien joven —el sí mismo u otro— y el reconocimiento de la inevitabilidad del morir, junto con el deseo de aferrarse más a la vida y disfrutarla.

36Así, mientras para los jóvenes de estratos 5 y 6 —y algunos de estrato 4— la cercanía con la muerte se da a través de la enfermedad y el fallecimiento de otros haciéndoles aferrarse más a la vida, para los jóvenes del Parche, las experiencias violentas hacen parte de un estado de vivir la muerte que explicaré en el capítulo siguiente. En los jóvenes que han estado en consumos de sustancias psicoactivas ilegales y que llamamos aquí el Colectivo, se mezcla la exposición a situaciones de violencia y riesgo similares a las de los jóvenes del Parche con una condición de clase que les permite en cierta medida reelaborar los efectos de tales experiencias, por ejemplo, mediante la actividad terapéutica.

37Esta exposición diferencial a la experiencia de la muerte va a la par de un conjunto diverso de representaciones: para algunos de los jóvenes hombres del Parche, es clara la diferencia entre la muerte que consideran les toca —en el sentido de destino— por el contexto en que viven, y la que desean. Incluso fue éste el único grupo de los entrevistados donde dicha diferencia tuvo sentido pues en los otros una y otra muerte se hicieron la misma. La muerte que les toca, viene como era de suponerse, al vivir esa presencia cotidiana de la violencia, de un pepazo por ahí en la calle. Es la muerte que se lleva a la espalda, vivir con la lápida, como dicen algunas de sus expresiones, y que en ese sentido no se espera pues ya se sabe que está ahí: está a la vuelta de la esquina, cuando aparece un carro sospechoso, cuando se avista un enemigo o un desconocido. Es incluso la muerte que se experimenta en algunos estados de adicción —bajo el consumo de sustancias como el bazuco que incrementan los sentimientos de pánico y persecución. Es una muerte diaria que se vive desde pequeño y con la que se juega, se baila e incluso a la que le hacen música. Los jóvenes que manifiestan esta idea reconocen que esa situación tiene que ver con la vida que les toca en el país, lo que nos remite a lo dicho al inicio de este capítulo sobre las posibles influencias que el contexto sociopolítico general puede estar teniendo en su percepción de futuro:

Claro que con este país como está, de pronto me toca es un pepazo por ahí en la cabeza y al piso. O me toca irme por ahí a morirme en una clínica, pero eso es... pero yo quiero es como lo más pacífico, ¿no? Por eso es que ya no me meto ya en problemas ni nada. Me tocará como lo mejor, lo más pacífico por ahí sentado. Yo digo que una muerte pacífica sería el mejor regalo que le podrían dar a uno. (Jesús, 22 años, Parche)

38Tal vez lo más impactante de este relato no sea la claridad con que se ve la muerte propia por causas violentas, sino el anhelo de morir en paz, de viejo, viendo crecer a los hijos y nietos, como dice el mismo joven en otra parte de su relato. Por eso, la referencia al cambiar el tipo de vida que llevan. Lo que para unos jóvenes es un deseo posible, para estos es algo que se añora, es un regalo que se les da. Esa posibilidad de morir por una situación violenta aparece también en algunas mujeres del Parche, sobre todo cuando estaban en la etapa que ellas llaman del descontrol, durante la cual se expusieron a diversas situaciones de riesgo. En el momento en el que se encontraban las jóvenes al realizar las historias, estaban pasando de un tipo de vida a otro, más asociado en sus términos con el cambiar y buscar otras alternativas de vida, por lo cual se mira esa posibilidad en retrospectiva:

Yo me imaginaba cosas, yo en mi imaginación me volaba mucho, ¿sí? Yo decía, “me meten un disparo...” O yo a veces me ponía a pensar, ¿sí? Me meten un disparo y... ¡uich!, que tal, yo ir y volver, o sea, ver que me voy de este mundo y que voy a llegar quién sabe a dónde, ¿sí? [...] pero yo decía que cambiar no, cambiar no, no, no quería, ¿sí? Sin embargo me arriesgaba... y aún así yo, yo sentía muchas veces la muerte. Por eso yo... o yo no sé, o... yo no sé qué me pasaba, ¿sí? Yo... o sea, yo era muy... yo me acostaba en una cama... y yo me ponía a pensar, ¿sí? Yo decía... “qué tal que me maten... o... o que tal que me chucen y yo por ahí toda chuzada”, porque a mí nunca me tocó pasar eso, solamente la vez esa pero no, no me alcanzaron a hacer nada... (Ana, 21 años, Parche)

DARLE SENTIDO A LA MUERTE

39Tres ideas principales aparecen en jóvenes de todos los estratos en relación con las representaciones de la muerte, las cuales hacen parte del imaginario general de la religiosidad popular: su inevitabilidad —tarde o temprano nos llega y a todos nos toca— su condición impredecible —en cualquier momento llega— y su precisión implacable —llega cuando toca. Estas afirmaciones se hicieron sin que hubiera alguna tendencia particular hacia grupo de jóvenes o estrato social y nos remiten a una comprensión de la muerte como: 1) un hecho: algo que sucede en un momento de la vida, que, 2) le es intrínseco y 3) sobre el cual no se tiene control.

40La primera afirmación implica, por parte de los jóvenes, un reconocimiento de su propia mortalidad y del carácter generalizado de la muerte: nadie es impermeable ante ella. Bien se esté en situaciones consideradas riesgosas o no, que se desee y busque la muerte de diversas formas, los jóvenes reconocen que la muerte es un hecho ineludible y posible para ellas y ellos. Precisamente, por eso no se puede saber cuándo llega y escapa al control que cada uno pueda tener sobre su vida; para lo único que no hay solución es para la muerte, pues nadie tiene la vida comprada, dicen también otros jóvenes, aludiendo a las condiciones que venimos señalando.

41Si bien las dos primeras afirmaciones presentan una estrecha relación entre sí e incluso podemos considerarlas interdependientes, la tercera alude a otro tipo de relación. Al afirmar que la muerte llega cuando toca, o como dicen varios jóvenes con frecuencia, nadie se muere en la víspera, expresión que no les es exclusiva y por lo contrario hace parte de nuestro imaginario mágico religioso más amplio, se le otorga a tal hecho un poder particular que si bien no es definido por todos los jóvenes como un destino implacable, sí alude a una cierta “fuerza” o a un curso predeterminado del cual no podemos saber mucho. Para sustentar tal afirmación se traían a colación diversas historias: jóvenes que han sido atacados y no han muerto por ello, personas que mueren ante las circunstancias más inverosímiles, gente que ha sufrido accidentes graves y sigue viva. La idea afirmada con frecuencia, y con cierto sarcasmo es que yo puedo salir a la calle y me coge un carro o entro al baño y me resbalo con el jabón y me mato, para luego afirmar que por algo sería, remitiendo de inmediato a la condición de la muerte.

M.: ...usted me estaba diciendo que... que usted cree que eso ya viene escrito...
A.: Sí, eso ya... está predestinado, o sea, ya uno... he conocido muchos casos que... que uno... pues... un loco que se estrelló, pero mejor dicho el carro quedó vuelto mierda, por delante, por detrás todo; quedó volcado y al man no le pasó nada. Ahí era para morirse... entonces ahí es donde dice la gente, “no, uno está... no es el día... no es el día que me tengo que morir”. [...]
M.: ¿Y usted qué cree? ¿Que por qué no le pasó nada?
A.: ...pues... porque no le tocaba morirse, como dicen, “a uno lo único que le toca es... morirse”, y a él no le tocaba... no le tocaba, pues él dice que es un milagro... (Aníbal, 21 años, Andinos)

42El que la muerte llegue cuando toca parece permitirles a las y los jóvenes explicar una serie de muertes que en primera instancia se verían sin sentido o injustificadas pero que con tal argumento toman sentido; sentido que bien puede no conocerse pero que debe existir en algún momento. Si cruzamos esta afirmación con datos anteriores, podríamos preguntarnos qué sucede con esto en relación con la conciencia de la cercanía de la muerte por la violencia. Hasta aquí, todo lo dicho hace parte del imaginario sobre la muerte que es propio de nuestras culturas populares; lo específico a lo juvenil aparece cuando entramos a observar las formas en que tales imaginarios se aplican y son puestos en marcha en las experiencias de los jóvenes. Lo que parece darse es que la afirmación uno se muere cuando toca, que se ancla en el imaginario religioso tradicional, desactiva el impacto que puede causar la presencia constante de la muerte por violencia, la cual, como vimos al momento de dar cuenta de las experiencias, es la situación por la cual se entra en contacto más usualmente con ella.

43Kastenbaum (1992) propone cuatro operaciones cognitivas puestas en marcha por los jóvenes para enfrentar la muerte: 1. Conciencia versus habituación o negación: la opción de aceptar o negar un signo de la muerte. 2. Activación versus desactivación de una construcción de la muerte: la posibilidad de aplicar o no los conceptos que tenemos a mano, dependiendo de nuestra interpretación de los hechos. 3. Reinscripción de un hecho: transformación del sentido original de un signo en algo diferente, por lo común menos amenazador. 4. Interpretación de los signos de la muerte como algo especial o como un fenómeno integrado: la posibilidad de darle a la muerte un lugar, sin dejar que domine la totalidad de los pensamientos y valores.

44En este sentido podría entenderse que siendo los jóvenes del Parche los que reportan mayor cercanía con las muertes violentas, algunos de ellos sean a la vez quienes reaccionan con mayor vitalismo al momento de preguntárseles por esa misma cercanía, como se presentó en un taller sobre violencia realizado con ellos. En dicho taller, al momento de pedirles a las y los jóvenes participantes que plasmaran sus experiencias de la violencia, aparecieron una serie de imágenes asociadas al futuro, a los niños como posibilidad de un mundo mejor, a la ternura, todas imágenes que contrastaban con lo que ya conocíamos de sus historias de vida. La familiaridad con ciertas vivencias de la muerte no necesariamente implica su uso permanente al momento de explicar un suceso y por eso resulta inadecuada la reducción de la vida de los y las jóvenes del Parche a sólo una cuestión de muerte, sin que ello implique tampoco negar las situaciones que viven. Lo que marca sus narraciones, entonces, son estas operaciones que en algunos casos niegan y en otros hacen evidentes, que aparecen en unos momentos de sus narraciones y luego se pierden, y que van reinscribiendo las experiencias vitales en nuevos cursos y sentidos —por eso la importancia de la noción de cambio en las narrativas de los jóvenes del Parche.

45Algo similar sucede en el caso de los jóvenes que se convierten al cristianismo luego de un contacto cercano con la violencia y el riesgo, y con las narraciones de los jóvenes del Colectivo con respecto a su vida en el mundo de las drogas; se intenta resignificar dichas experiencias de muerte, bien como pruebas mandadas por la divinidad para hacer evidente su llamado, bien como falta de un mundo ordenado o de cierta normatividad. Al hacer esto, se marca un nuevo curso en la historia vital y se le asigna otro lugar a la muerte, lo cual permite enfrentarla ante la necesidad de reacomodar los planes vitales.

46Lo que revelan las narraciones vitales de estos jóvenes en general es que la existencia de una o varias concepciones sobre la muerte no implica que ellas actúen de manera mecánica en la explicación que hacen de sus vivencias, sino que se usan de acuerdo con ciertas condiciones contextuales y con el lugar que se les asigna en la construcción del curso vital. Así, es posible que el imaginario mágico religioso tradicional, transformado por los discursos venidos de la Nueva Era, sea usado por las y los jóvenes al momento de dar cuenta de sus vivencias de la muerte violenta, y de cierto modo les permita enfrentarlas y reinscribirlas en un nuevo marco explicativo, posiblemente menos amenazador o agobiante que la presencia cotidiana de la violencia. El esfuerzo por significar la muerte evidenciado en las narraciones estudiadas permite sugerir que, si bien la dupla violencia/ muerte es parte importante de los elementos con los cuales las actuales generaciones se ubican en el contexto colombiano, sus relaciones con la vida y la muerte no están supeditadas a ella, como si fuese un destino fatal. Cómo se vienen modificando nuestras relaciones con la muerte y con lo social por efecto de tal presencia es un asunto que se aborda en el siguiente capítulo, teniendo como hilo conductor un elemento ya señalado en varias ocasiones: el miedo.

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