Los ordenamientos del tiempo social: procesos de socialización y regulación
Un acercamiento desde los discursos y representaciones sobre los jóvenes en Colombia
p. 193-203
Texte intégral
1“La concepción del tiempo es uno de los aspectos de la construcción social de la Realidad” (Lasén, 2000: XIII). Con su determinación se organiza una relación reguladora entre la naturaleza, la vida humana y la sociedad. La definición de la temporalidad social se torna una acción estratégica, porque su establecimiento expresa el horizonte de sentido que sigue una cultura en particular. Los poderosos mecanismos de regulación social aparecen generalmente como una realidad natural, dada de antemano e incuestionable, que es objetivada en la socialización. En este sentido, pensar el origen de la norma temporal nos acerca a la dificultad de comprender nuestra propia experiencia del tiempo desde las determinaciones históricas y socioculturales que la configuran.
2En principio las sociedades procuraron sincronizarse con los ciclos de la naturaleza;1 inmersos en ellos plantearon sus hábitos, vidas cotidianas y proyectos de vida social de corto y largo plazo. Con la estandarización de un tiempo hegemónico que cuantifica y homogeniza, las sociedades aborígenes fueron consideradas “exóticas” y de menor valor; esta temporalidad ha procurado regularlas y, en general, se ha transformado en un patrón global. En las sociedades urbano-industriales, los mecanismos e instrumentos de medición del tiempo, como símbolos de las transformaciones que ocurren, revelan aspectos singulares sobre la configuración social de la realidad.
3Es bueno aclarar que no hay que confundir el reloj, o los objetos de medición temporal, con el tiempo; los instrumentos dicen medir el tiempo, pero no son el tiempo. El tiempo no es simplemente una cualidad física natural, ni sólo una consecuencia de la subjetividad humana: la temporalidad tiene un rasgo colectivo que conlleva en sí la experiencia singular e individual. Amparo Lasén sugiere que “en una teoría del tiempo donde interviene el observador, hay que separar las perspectivas individuales, colectivas e institucionales, sin ignorar su interacción” (Lasén, 2000: XVII).
4Con el advenimiento de la modernidad, el tiempo se convierte en uno de los principales mecanismos de regulación social, en un dispositivo biopolítico que se inscribe en los cuerpos por medio de los parámetros temporales compartidos con los miembros de un colectivo. A través de la socialización estos patrones se interiorizan y al individualizarse se convierten en un mecanismo de autorregulación. El control del tiempo se torna un objetivo e instrumento de poder, por la capacidad constitutiva que tiene para dar forma a un tipo de sociedad. Esta temporalidad, sobrevalorada en los instrumentos, generó una relativa autonomía de la vida social respecto de la naturaleza; surgió una mediación artificial alejada de los ritmos físicos, a favor de una dinámica encaminada al uso eficaz del tiempo, que privilegió la valoración cuantitativa de la temporalidad. Al producirse la ruptura con el anclaje rítmico extraído de la naturaleza, las estructuras temporales diversas se sustituyeron por un flujo continuo y homogéneo de tiempo.2 Se dependió cada vez más de la regularidad que ofrecen los instrumentos; lo que terminó por codificar la realidad temporal, tan fugaz y relativa, en un molde predeterminado.
5Durante las denominadas primera y segunda revolución industrial, el tiempo se convirtió en un factor importante en la ecuación de la producción. Por medio de la extrema valoración de la medida, la modernidad fabricó un tiempo específico que se sobrecarga en su representación. La socialización de los patrones temporales fue fundamental para que la sociedad moderna tomara tal dimensión sincrónica; al incorporar el uso de sus códigos normativos, asimiló un tipo de devenir enfocado hacia el futuro. Por ejemplo, el reloj fue un instrumento importante en la modernidad industrial; permitió la estandarización de los tiempos sociales a través del uso y valor que se dio a su medida. Este proceso generó una sincronización en áreas cada vez más complejas y creó una regulación cronométrica de la vida cotidiana, un horario para realizar las actividades humanas (comer, dormir, descansar, trabajar, jugar, etc.).3 Por otro lado, las sincronicidades nacidas de estos patrones temporales, regularon los tránsitos de las generaciones; se valoró un criterio etáreo como forma eficaz de clasificación que definió categorías sociales marcadas por la temporalidad: la niñez, la juventud, la adultez y la vejez. De ellas, la juventud tomó relevancia estratégica en la reproducción social, por su estrecha relación con la planificación futura de la sociedad. La imagen de futuro que erigió la modernidad fue proyectada a las generaciones venideras que se esperaba llevaran a cabo el progreso; esta noción fue sintetizada como idea teleológica que dotaba de dirección y sentido a la historia, y se fundaba en un presente expectante por el porvenir.
6Nos preguntamos, entonces, por el papel de los jóvenes, ya que en estas condiciones adquieren un rol primordial en la fabricación de la realidad social. Con la juventud se determina un futuro posible o deseado; lo que convierte a esta categoría social en un importante eje articulador de los marcos y contenidos del calendario social. El uso del tiempo y la incorporación a sus ritmos fue un aspecto primordial que debió ser aprendido por las nuevas generaciones. El aprovechamiento del tiempo se consideró una virtud, que se condensó muy bien en el slogan “el tiempo es dinero”, dada por Benjamín Franklin como consejo a los jóvenes comerciantes (Lasén, 2000: 49). “Para un individuo, una industria o el Estado, triunfar y hacerse ricos se convierte en un asunto de dinero y por lo tanto de tiempo” (Santiso, s.f.: 4), pues el dinero es, antes que nada, tiempo transformado.
7Las divisiones que se establecen en los usos del tiempo, entre un uso sagrado y uno profano, un “buen” y un “mal” uso del tiempo, un tiempo de la productividad y un tiempo para el ocio, entre otras, son codificadas en los procesos de socialización a través de la mediación de diferentes instituciones. La escuela codifica este parámetro, hace hincapié en el disciplinamiento horario y ejerce un control sobre el uso “efectivo” del tiempo. En un plano imaginario como identitario, la educación se configura como el horizonte que permitirá insertarse en los ordenamientos sociales. Según Amparo Lasén
Las concepciones temporales no son meras copias, sino hipótesis proyectadas sobre dicha realidad, convirtiéndose en símbolos que fundamentan las identidades individuales y colectivas. La concepción del tiempo es un elemento integrador y normativo perteneciente al proceso de socialización. Afirma valores y trasmite normas que facilitan la organización social (Lasén, 2000: XVI).
8El patrón temporal impone una cadencia que modela las diferentes esferas de la vida cotidiana y se convierte en un aspecto desde el cual se entreteje la vida familiar, social y laboral. La educación, el trabajo y la familia se ubican en el centro de las biografías en las sociedades modernas. Uno de los principales propósitos de la educación es encaminarse al futuro como condición previa para obtener un trabajo, es decir, para la posterior venta del tiempo productivo; mientras la familia busca asegurar que el ciclo temporal sea renovado a través de la reproducción de la fuerza de trabajo. Desde una perspectiva biopolítica, o del biopoder, el ordenamiento temporal es una estructura básica que vislumbra la coordinación estratégica de las relaciones de poder, para las cuales mantener organizado y definido el tiempo es un objetivo y un instrumento imprescindible, que aparenta ser una realidad objetiva y natural incuestionable. En la socialización de este patrón de sincronicidad, el tiempo se valora no sólo como una variable física medible por sofisticados instrumentos, sino como un factor determinante para la rentabilidad de todo tipo. La disciplina, y luego el control, son, entonces, mecanismos que auto-perpetúan este derrotero sin intervención de la conciencia, ni de la voluntad.
ALGUNAS FACETAS SOBRE EL TIEMPO Y LOS JÓVENES DESDE LOS ESTUDIOS ACADÉMICOS
9A partir de este contexto surgen dos inquietudes: en el desgaste de los ideales modernos, ¿cuál es la situación temporal que envuelve a los jóvenes en nuestro país? ¿Cuáles pueden ser las diferencias y semejanzas entre el tiempo acuñado en la modernidad y el patrón que rige actualmente en nuestras sociedades? En esta exposición no se busca responder de lleno estas preguntas, pero sí interesa esbozar algunos elementos preliminares de una reflexión que desde el lugar de los jóvenes interroga por los órdenes vigentes.
10En la revisión de varios estudios, en el marco de la investigación Estado del arte de los conocimientos producidos sobre jóvenes en Colombia 1985-2003 (Escobar et al., 2004), se pudieron identificar algunas facetas sobre el tiempo en las biografías de jóvenes en el país, y se hizo evidente que los estudios han contribuido en la creación y reproducción de nociones sobre los sujetos que determinan su ubicuidad en las relaciones de poder. Los discursos y representaciones más comunes permiten comprender algunos rasgos descritos sobre la temporalidad social y los jóvenes.
11Los estudios revisados en el eje temático de visiones de futuro en esta investigación se concentraron en problemáticas que afectan a segmentos considerados vulnerables y en situación de riesgo. Por lo general, se define al joven pobre como presentista o inmediatista, por la cercanía en la vivencia del riesgo y la muerte, y su afán de cambiar las condiciones de vida por medios fáciles: “vivir el hoy porque no se sabe si mañana estaremos vivos” (Serrano, 2004). En algunos pocos trabajos enfocados en jóvenes de clases media y alta se evidencia también una sobrevaloración del presente, un presentismo que adquiere sentido en el consumo de tiempo configurado a partir de los paradigmas de bienestar y confort: “se vive el presente sin preocuparse mucho por el futuro”.
12Así, se reconoce una característica trasversal en las narrativas de jóvenes de diferentes sectores sociales: la idea de “vivir la vida intensamente”. Sin embargo, esta premisa se evidencia, sobre todo, en jóvenes de sectores acomodados que buscan disfrutar el instante y piensan el futuro como algo lejano, ligado a la idea de hacerse adultos. A ellos y ellas les interesa “disfrutar la vida”, posponiendo las obligaciones del mundo adulto y aprovechando al máximo la posibilidad de consumir y no producir (Ruiz y Villa, 2000). El mundo futuro que rechazan tiene nombre propio: la adultez (Quitian, 2000). La lógica de consumo que sobreexplota el presente, con facilidad atraviesa y homogeniza las aspiraciones en nuestras sociedades; desde esta perspectiva, el tiempo está hecho para consumir por medio de bienes tangibles o intangibles, por lo que su valoración se halla en tener cómo poder consumir el tiempo que se tiene. El afán de vivir desde el ideal predominante de consumir, hace que no haya diferencia esencial en los motivos que se tienen para que un tipo de jóvenes sean definidos como presentistas. Tal vez esto sea más bien una de las características de la sociedad actual, la cual tiende a tener un carácter cortoplacista que también se refleja en el inmediatismo de las agendas gubernamentales.
13Con el auge del mercado y el consumo surge una aparente ampliación de la libertad individual de elección, no sólo de todo tipo de bienes y servicios, sino además de relaciones afectivas, adscripciones identitarias y costumbres. El individuo consumidor busca una satisfacción inmediata de su deseo, que repliega el tiempo al presente, lo que a su vez causa el vaciamiento del tiempo de larga duración, característico de las instituciones. Éstas tienden a perder su autoridad normativa y su influencia en la transmisión de los sentidos sociales.
Hacer del mercado el principio organizativo de la vida social significa algo más que una reorganización de la economía. Implica un proyecto cultural en la medida en que propone un cambio deliberado de las prácticas y representaciones de la convivencia. Basta ver cómo la expansión del mercado impone una “individualización” de la responsabilidad y la flexibilización del vínculo social que modifican drásticamente nuestras formas de “vivir juntos” (Lechner, 2002: 106).
14Se tiene la sensación de que todo está hecho para el consumo, claramente el tiempo es un objeto comercial pues sobre él se mide la duración y calidad de los productos, lo que les confiere valores agregados: uno de ellos es que exista un mayor tiempo residual, un mayor tiempo para aprovechar. Este aspecto se refleja en la velocidad de las comunicaciones, en la educación realizada en el menor tiempo posible, en la medicina que busca prolongar la vida, y especialmente en la industria que innova sus productos y que mantiene una sincronía productiva para el consumo. Los jóvenes, en este panorama, se han constituido en un actor primordial para la economía; son los posibles consumidores que deben ser inducidos desde la niñez; además se comercializa el signo juventud y su envés: la negación del envejecimiento, bajo el ideal de una posible “eterna juventud”.
15Las industrias mediáticas establecen distinciones rigurosas entre los tiempos consumidos por medio de un ocio moralmente aceptado, programado por la multiplicidad de industrias culturales, y aquel tiempo “desaprovechado” o mal utilizado. Desde esta contraposición se generaliza una preocupación por aquellos jóvenes que cuentan con un mayor tiempo libre, producto de la falta de oportunidades sociales y de condiciones desfavorables. La desescolarización, por ejemplo, puede presentarse como una limitación, por la falta de cupos o recursos disponibles, como una decisión, o como una necesidad de insertarse de manera temprana al mundo laboral. La distinción que suele establecerse entre un uso productivo y uno improductivo del tiempo tiende a estigmatizar más que todo a las juventudes populares, pues configura la imagen antagónica del consumidor-ciudadano versus el pobre-marginal, que hace que estos prototipos adquieran características de identidad.
16Aunque en el imaginario social se considera que la educación es “el camino para salir adelante”, muchos jóvenes estudian pero no saben si su aprendizaje será puesto en práctica, porque al final “toca trabajar en lo que sea”, lo que ha desmotivado a niños y jóvenes, quienes han adoptado un tono pesimista en cuanto a la importancia que tiene completar los mínimos niveles de escolaridad. Estos jóvenes ven los ideales de futuro generados por la educación y el trabajo con gran desconfianza; dudan que sean logrados plenamente. Viven una gran tensión entre la realidad y sus sueños, al no poder aspirar a entrar en los circuitos de inserción social. Todo joven que no se vea incluido mediante la educación y directamente en el régimen de consumo manifiesta una faceta negativa como sujeto vulnerable a diversos riesgos (la delincuencia, la droga, la sexualidad, etc.). En un trabajo realizado por la UCPI4 en la Localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, se pone en evidencia una circunstancia temporal de varios jóvenes volcada en el instante; esta experiencia se expresa en la idea de “aprovechar la vida porque es corta y una sola”. Se menciona que anhelan el prestigio, tener plata para tener “buenas viejas” y “buena presencia”; viven esta vida porque les tocó y no creen en otra vida; ven complicado cambiarla, integrarse al mundo laboral o superarse a través del estudio (Arbeláez y Bustos, 1995). Otros jóvenes esperan un golpe de suerte, plantean su interés por el fútbol, que además de ser una forma de diversión en la calle, responde a un imaginario de la población como símbolo de éxito, fama, dinero y placer. Salir adelante en un deporte aparece como fantasía para la solución rápida de sus problemas económicos (Barrios y Gutiérrez, 1997; Red de Solidaridad Social et al., 1999). Finalmente, los documentos sobre jóvenes de la calle sugieren que para ellos la situación de pobreza y los peligros a los que se exponen cotidianamente exigen afrontar día a día soluciones de sobrevivencia (Ruiz, 1998a y 1998b).
APUNTES SOBRE EL SENTIDO TEMPORAL EN NUESTRAS SOCIEDADES
17En el horizonte de muchos jóvenes la educación, el trabajo y la familia continúan apareciendo como ideales de inserción en diversos planos; otros los subvierten desde sus prácticas y modos de ser, pero en todos se generaliza una gran incertidumbre que, si bien es vivenciada de manera más directa por los jóvenes, no es un hecho exclusivo de este segmento, pues en la actualidad todos los sujetos sociales debemos redefinir permanentemente nuestros trayectos de vida. No obstante, en circunstancias de extrema desigualdad y exclusión, las condiciones de escasez marcan las expectativas de la mayoría de jóvenes de nuestro país, lo que sugiere que las clases menos favorecidas adquieren de manera más fuerte la figura de una sociedad sin futuro, caracterizada por la inmovilidad y la entropía, en la que poco hay que hacer, menos estudiar (Castellanos, 2003).
18En estas condiciones el dinero es considerado como un factor determinante para salir adelante y poder hablar de futuro. Cuando se tienen pocas oportunidades de ascenso social, conseguir dinero, como sea, es la única forma de hacerse a un tiempo, por transitorio que éste pueda parecer; en él descansan todas las posibilidades de poseer algo. Así, la idea de disfrutar la vida se asocia a contar con un respaldo económico que posibilite tener: casa, carro, hijos, vacaciones, salir del país y recorrer otros (García, 1995). Con frecuencia los paradigmas de desarrollo y éxito son entendidos con relación al tener (Barrios y Gutiérrez, 1997). En una investigación que caracteriza a los jóvenes de estratos 5 y 6 en Medellín, se señala que “independientemente de la voluntad individual, es desde su condición social de clase que estos jóvenes encuentran más fácilmente garantizado su futuro” (Arias y Ramírez, 1999: 35). Frente a este “futuro asegurado”, otros sectores viven un “futuro incierto”. La precariedad en las condiciones de vida de jóvenes de sectores marginales los enfrenta a un pobre margen de oportunidades que desdibuja sus proyectos de vida.
19Norbert Lechner resalta que uno de los cambios más importantes que ha experimentado las sociedades latinoamericanas es la creciente individualización. Ésta ha implicado la expansión de las libertades individuales, que incrementa las capacidades de actuación en lo social, de experimentación, y las opciones de auto-realización. Sin embargo, no todos cuentan con la oportunidad de disfrutar dicha ampliación, que depende de las opciones y recursos que ofrece la sociedad a los individuos en un momento histórico. En ese sentido también crecen las dificultades para que se dé una autodeterminación. A la vez que se amplía el abanico de lo posible mediante las múltiples ofertas, valores y creencias que circulan, se genera una dificultad para elaborar un marco de referencias colectivas que sirva de soporte existencial frente a la percepción de inseguridad (Lechner, 2002: 105-106).
20Podría decirse que la idea de la posmodernidad no es más que la modificación del ideal temporal de la modernidad en una experimentación de tiempo complejamente estructurada, generadora de una historicidad hegemónica.5 Vaciada en sí misma, esta temporalidad ha convertido la rutina de la renovación de los productos industriales y su consumo en el propósito unívoco de la vida social. Se ha generado entonces un tipo de memoria basada en un progreso vacío que se alimenta de la apariencia de cambio producida por las imágenes. La sobrevaloración del presente ha generado una compresión, una discontinuidad que enfatiza un presente que aparenta bastarse a sí mismo, pero que en sí es desvalorado en su significado.
21Aunque los instrumentos de medición de tiempo sean los mismos desde cuando estaba en boga el ideal de futuro dirigido hacia el progreso, el despliegue de los medios de comunicación y de transporte ha modelado nuevos modos de habitar el espacio-tiempo, que incrementan paulatinamente la sensación de aceleración. Con la llamada revolución de la información se ha catapultado la emergencia de un tipo de tiempo basado en la instantaneidad y el mundo de la virtualidad. Este fenómeno, que ha afectado sin duda todas las esferas sociales, no ha modificado sustancialmente el propósito de las instituciones socializadoras, ni tampoco el ideal mismo del progreso incesante.
22Diríamos más bien que se ha creado una sofisticación de los mecanismos de autorregulación que actúan en un plano real, vivencial y a la vez proyectivo. Estos se modelan en función de trazos imaginarios que en el momento actual adquieren muchos rostros tras la hipercirculación de informaciones e imágenes; aparecen mezclados, combinando todos los tiempos. El efecto de instantaneidad creado por la revolución de la información ha determinado nuestra percepción del tiempo. Las instituciones socializadoras tradicionalmente establecidas ya no son lo suficientemente influyentes, pues la temporalidad mediática que se ha planteado a través de los poderosos aparatos comunicacionales socializa una temporalidad que no es la primordial en las instituciones educativas; más bien en ellas se recrean las redes surgidas del mercado de imágenes que se producen y renuevan para los jóvenes. En este contexto, los jóvenes no son sujetos fácilmente uniformables en la escolaridad; las costumbres adquiridas por medio de sus preferencias mediáticas adscriben al joven a una multitud de formas de ser reflejadas en consumos específicos, vanguardias recreadas en la moda y en el uso de tiempo que los distingue de los demás, lo que genera continuas transformaciones identitarias, un nomadismo en la polivalencia de las imágenes.
23Frente a este panorama surgen diferentes retos a nivel social y para las instituciones:
- Un primer aspecto tiene que ver con las relaciones que se establecen entre las personas y los sistemas. Cuestionar la naturalización de los estándares temporales permitiría contrarrestar la tendencia a independizar los sistemas de las necesidades y deseos de las personas. Contrario a sentir los órdenes vigentes como inapelables e inalterables, abriría el abanico para imaginar otros modos posibles de sincronización y para legitimar la simultaneidad de diferentes esquemas temporales.
- En segundo lugar, implica tomar distancia, es decir, descomprimir los horizontes temporales para enlazar un antes y un después, para conjugar la discontinuidad y la duración. Significa equilibrar la urgencia de la realidad inmediata, la dimensión de la experiencia, con la perspectiva, pero no en un sentido teleológico, sino como ángulo desde el cual concebir un mundo en construcción.
- Asimismo, plantea lentificar la aceleración del tiempo, otorgando mayor paciencia y amplitud a procesos de aprendizaje y maduración.
- Por su parte, asumir una postura crítica frente a la realidad requiere nombrar e interpretar los cambios en curso. La ausencia de referentes simbólicos que den sentido a la convivencia en nuestras sociedades sugiere interpelar los órdenes macro-sociales en relación con las vivencias subjetivas de la gente. Esta lectura debe procurar desplazar la lógica productivista que impregna todas las actividades humanas.
- Por último, surge un interrogante: ¿qué ocurriría si la multitud reclama su soberanía temporal como utopía de emancipación y convivencia social?
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Notes de bas de page
1 Durante miles de años muchos seres humanos han habitado los ciclos. Las sociedades aborígenes poseen un gran saber sobre la temporalidad y la sincronicidad de la tierra; en aquellas, el ciclo ha sido celebrado en el rito. Los rituales se han articulado a los ritmos de la naturaleza y la vida como marcadores sociales de tiempo. Los calendarios aparecen como una de las primeras formas de escritura, como instrumentos que han servido para organizar el tiempo desde una matriz sociocultural.
2 En las sociedades metronómicas, la medición del tiempo reemplazó al tiempo rítmico; fabricó un patrón de tiempo que valoriza, entre otros rasgos, la exactitud, la aplicación y la regularidad (Lasén, 2000: 45-53).
3 En un estudio sobre el siglo XIX, E. P. Thompson, demuestra a qué grado la difusión del reloj de bolsillo coincidió con la revolución industrial en su creciente sincronización de las actividades humanas (Thompson, 1967).
4 Unidad Coordinadora de Prevención Integral del Distrito (UCPI).
5 La historia es una práctica que estructura la memoria social, concibe el pasado de una manera particular, ligado a la forma como se percibe el presente y el futuro. La historia hegemónica se refiere a la domesticación de las memorias sociales, a una cierta naturalización que la hace parecer objetiva, dueña de los únicos dispositivos de verdad y de legitimación posibles, atemporal y universal, en especial en el sentido disciplinario de Occidente; establece cánones precisos de investigación y tiene influencia en la formación de identidades políticas que dan forma a la memoria social (Gnecco, 2000: 171-173).
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¿Uno solo o varios mundos?
Ce livre est cité par
- Gil, Francisco Javier. (2017) Poéticas de lo cotidiano, estéticas de la vida. Nómadas. DOI: 10.30578/nomadas.n46a13
¿Uno solo o varios mundos?
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