El reto de conformar la multitud: posibilidades de formación de nuevas subjetividades sustentadas en el cuidado de sí y las prácticas reflexivas
p. 119-126
Texte intégral
1Este texto intenta responder a la pregunta sobre las relaciones entre políticas y resistencias en la producción de sujetos contemporáneos, poniendo en juego algunos conceptos del “último” Foucault, esto es, los que provienen de su concepción ético política.1 Se busca, en particular, hacer un análisis de nuestra escuela contemporánea para sugerir algunas estrategias que tornen viable su transformación.
2Es evidente que en su intento por reproducir el “orden social” moderno, el Estado se apoya en instituciones que lo asumen como su referente principal en cuanto a las relaciones de poder que propicia. Se trata de un complejo de organizaciones vinculadas a la razón instrumental, que intentan regular la secuencia de acontecimientos como un conjunto de partes bien ajustadas destinadas a conducir la conducta de la gente hacia los objetivos de producción, consumo y subordinación. Pero con el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, los mecanismos de dominio se vuelven más “democráticos” y se distribuyen totalmente por los cerebros y los cuerpos de los ciudadanos. Se configura así la entrada de la vida en la historia dentro del campo de las técnicas políticas, trayendo como resultado la existencia de una sociedad normalizadora en la cual los sujetos interiorizan de manera permanente las conductas de integración y exclusión social adecuadas a su propio control.2
3Aquello que Foucault denominó el bio-poder contemporáneo, es inmanente a la sociedad, pues se refiere a dinámicas de poder que no son exteriores a las de tipo económico, social o de conocimiento, y consisten, siguiendo al mismo autor, en una relación menos de confrontación que de gobierno; esto es resultado de la confluencia entre las técnicas de dominación ejercidas sobre los otros y las técnicas o prácticas de dominio ejercidas sobre sí mismo.3 En consecuencia, el êthos de la racionalidad política moderna, presente en una institución como la escuela, sería el producto de una correlación entre los procesos de individualización y los de totalización homogenizadora; correlación por la cual los individuos se constituyen en el pliegue de las dinámicas de subjetivación y las de sujeción, que los lleva a sentirse, simultáneamente, ciudadanos “autogobernados” y miembros de un colectivo gobernado por otros.
4Es por ello que las prácticas, discursivas y no discursivas, de formación de los individuos dentro de la escuela adquieren formas de control (sean éstas monásticas, burocrático-estatales, militares, etc.) que acuden necesariamente al impulso de las capacidades individuales, a particulares modalidades de interacción y organización y al ejercicio de múltiples procesos de comunicación, habitualmente hegemónicos, constituyendo así cierto tipo de sujetos. Se promueve, entonces, la retirada del sujeto a un individualismo asocial, mediante consignas tales como la necesidad de crecer en capacidad competitiva, liderazgo y auto-responsabilidad, y la promoción de una cultura del desarrollo personal, la autoayuda, la autorrealización, el yo empresarial, etc.; al mismo tiempo, se regula la participación formal del estudiante (tomando como referente la organización del Estado), su obediencia, el respeto por normas construidas de manera heterónoma y el ‘co-gobierno’ aparente de la institución. Si bien persisten dispositivos pedagógicos que destacan la lógica argumentativa como la única razón válida, el predominio del conocimiento enciclopédico frente a otras modalidades de saber, y modos de organización e interacción autoritarios, éstos se combinan con modelos basados en la formación de competencias, la utilización de métodos activos de aprendizaje, modalidades participativas de relación y el reconocimiento aparente de las diferencias de origen, constitución y cultura de los sujetos. Puede afirmarse que, en últimas, se mantiene la desigualdad de poder entre mayores y menores y se reproducen modos de valoración que, entre otras cosas, promueven vinculaciones artificiales entre los sujetos y llevan a gestar fórmulas ilusorias de solidaridad.
5Pero, precisamente, en razón de que el poder es una relación de gobierno entre seres que pueden actuar “libremente”, se abre un amplio espacio de reacción, de respuestas y de resistencias de los sujetos, es decir, de posibilidades de sublevación.4 En correspondencia con las recientes transformaciones sociales y culturales —que se manifiestan, entre otros aspectos, en la presencia del pluralismo ideológico, la emergencia de culturas y maneras de asociación diversas, el predominio de lo contingente y el despliegue de impulsos contradictorios de los sujetos, en medio de una realidad ambigua y compleja— en nuestra escuela se despliegan también múltiples y frecuentes maneras de insubordinación de niños y jóvenes. Ejemplos de ellas son: la desobediencia expresa o soterrada a las imposiciones de la autoridad; el desacato permanente a las normas y convenciones institucionales; acudir a formas de cognición, de elaboración de la experiencia, a modelos de interpretación y de producción de conocimiento no convencionales; la conformación de agrupaciones informales fundadas en el deseo de compartir estilos de vida más que en buscar representar a otros o lograr metas de largo plazo, entre otras. En todo lo anterior, que alude a otra forma posible de producción de la subjetividad y a otros valores que se están construyendo, media el uso de nuevas modalidades de expresión y de comunicación, en donde se pone de presente la búsqueda de distintos significados simbólicos y sociales, la articulación de diversos lenguajes (oral, audio-visual, digital), el uso creativo y sensible de los dispositivos tecnológicos, la necesidad de expresión y de reelaboración de la experiencia y la puesta en juego de racionalidades emocionales.
6Por tanto, es desde allí, desde el agonismo entre los ideales y planes vitales propios de los sujetos y aquellos que se les pretende imponer gracias a procesos de identificación promovidos a partir de imaginarios instituidos; desde la confrontación entre las formas de interacción de los estudiantes en su intento por conformar un espacio común para compartir experiencias y aquellas que procuran mantener las jerarquizaciones sociales y estamentarias; y desde el enfrentamiento entre modalidades de producción de conocimiento asociadas a sentimientos y prácticas personales y las que establecen una clara separación entre la construcción de conceptos y la vida; es desde esos tres órdenes (que tienen que ver con las relaciones de poder en la escuela, las formas de verdad que ella promueve y los modos de subjetivación que se agencian) desde donde se propicia la posibilidad o no de la constitución autónoma de los individuos. Puede, entonces, considerarse como alternativa la formación de un sujeto libre que autogobernándose mediante el cuidado de sí5 tendría la potencia de revertir las formas de opresión generales, de impulsar la transformación de las instituciones hacia otras en donde el poder sea ejercido de modo efectivo por la colectividad y de librarse de los tipos de individualización que se le tratan de imponer constantemente desde el afuera instituido.
7No obstante, la figura de un sujeto en constitución tiene ocasión de manifestarse en tanto éste sea capaz de desarrollar prácticas de sí opuestas a los mecanismos de dominación, a las opciones vitales y a los códigos de elección que ofrecen, desde las instituciones educativas, las técnicas discursivas del poder. Proceso que consiste, siguiendo a Foucault, en franquear la fuerza del poder, mediante un “pliegue”, una relación de la fuerza consigo misma, que permita resistir, escapar al poder e inventar nuevas posibilidades de vida, en lo que se denomina el proceso de subjetivación.6 En esta perspectiva, puede hablarse de una política del arte de vivir orientada a la construcción de nuevos tipos de subjetividad, en donde la relación entre el estilo existencial y las modalidades de inteligibilidad desplegadas resulta decisiva. Se trata de la configuración de subjetividades opuestas a normas y regulaciones externas, y coherentes, más bien, con la normatividad, las reglas facultativas que los individuos se imponen a sí mismos en cuanto son competentes para autogobernarse y modificar los modos propios de ser y de pensar.
8Perseguir este propósito adquiere significado político en la medida en que el inventarse y llevar a cabo un trabajo sobre sí mismo compromete lo que estamos en capacidad de rechazar o modificar en nuestras relaciones con los demás, y se opone, éticamente, a la moral que propone descubrir la supuesta identidad y verdad personales y la proximidad del sujeto con lo que tiene valor en el actual mercado mundial del consumo y de la dominación social y cultural. Adicionalmente, y dado que lo que emerge es la posibilidad de establecer un nexo entre la creación y el arte de vivir, la selección y combinación de elementos múltiples, la búsqueda de vías alternas de apropiación de conocimiento y de producción de significados, la expresión de distintas visiones del mundo, etc., mostrarían el alcance, el valor y la oportunidad de realización de otras experiencias de acción, no sólo individuales sino colectivas, esto es, de otras expresiones políticas.
9Ahora bien, en cuanto las prácticas de sí poseen una dimensión relacional, pues se basan en regulaciones y prescripciones construidas en común (ya que en este proceso siempre está presente la figura de un amigo, del maestro o preceptor) aunque asimiladas de modo singular, las modalidades activas de cambio propio son correlativas a transformaciones en el mundo y en la acción de los otros. Por tanto, este tipo de individuación no significa aislamiento sino sustitución de las formas de vida tradicionales por otras en las que los individuos deben producir, escenificar y reconstruir ellos mismos sus propias biografías, esto es, constituirse como actores o agentes sociales que asumen compromisos diversos que emergen “desde abajo” y que, mediante la acción deliberada y reflexiva, permiten enlazar intereses comunes.
10Consiste, por tanto, en un desarrollo individual autónomo, realizado a partir del despliegue de la capacidad para emprender el auto-reconocimiento del ser histórico particular tomando distancia de él. Este proceso torna factible, al mismo tiempo, crear un proyecto social particular, una sociedad autónoma, en la que el imaginar un franqueamiento del presente sirve para crear acciones colectivas, desempeño común y, con ello, la construcción de utopías o ideales alternativos fundados en sí mismos, no coordinados alrededor de principios emancipatorios abstractos y universales. Se deduce así que la resistencia a las formas de dominación no se ubicaría propiamente en el sujeto sino en la acción igualitaria común para la toma de decisiones y el enfrentamiento estratégico del otro, en el gobierno, entendido como el arte de conducir las conductas. Se pone de presente también allí la imaginación constituida como voluntad de poder, voluntad que a su vez abre un espacio para creer que otros mundos son posibles.
11Fomentar una estética de la existencia mediante la cual se reconfiguran las relaciones entre el gobierno de sí y el gobierno de los otros y se crean alternativas de prácticas sociales en las que los individuos actúan con un mínimo posible de dominación, implicaría, igualmente, abrir cauces a la democracia, a la definición de nuevas reglas y maneras de valorar, y a la creación de otras conformaciones colectivas, que entren a contravenir las convenciones, a refundar la política sobre nuevos postulados y con otras figuras, no sólo racionales y programáticas, sino también páticas y prácticas; de este modo, la democracia resultaría ser un régimen autoinstituido, de reflexividad y autolimitación.
12En ese sentido, si la tarea consiste en delinear espacios desde donde sea posible iniciar movimientos que contrarresten los resultados negativos de la modernidad, en cuanto a superar las desigualdades y alcanzar el bienestar general de la sociedad y, en particular, superar el fracaso evidente de su escuela en la formación de ciudadanos autónomos, capaces de asumir el reto de desafiar a un mundo inequitativo y falto de oportunidades de empleo, se requiere, entonces, impulsar desde diversas instancias educativas de la sociedad, pero también dentro de la escuela, novedosas formas de reflexividad que permitan a los sujetos desarrollar una voluntad de conocer, que verdaderamente tenga consecuencias sobre su conducta y modalidades activas de cambio propio correlativas con transformaciones en el mundo y en la acción con los otros.
13En particular, frente a la labor que tiene la escuela de formar, debe preguntarse permanentemente cuál es el límite entre la orientación y la conducción de la conducta, es decir, entre la posibilidad que tiene el discípulo de gobernarse a sí mismo, con ayuda del maestro, o de ser gobernado por él; comprender a partir de qué momento o situación la acción pedagógica empieza a modelizar, a estructurar de cierta manera a los individuos, imponiendo el poder individuante de quien se ubica en el lugar del único que sabe o el de las instituciones en general que se atreven a decirle a la gente cómo debe conducirse.
14Lo anterior implica que la acción educativa debe explicitar el tipo de propuestas, sueños, utopías e ideales que la marcan, asumiendo su dimensión de politicidad al ponerlas en juego con aquellas de los educandos. En este sentido, educar significaría contribuir positivamente para que, mediante un proceso dialógico y a partir del respeto de su diferencia personal, el discípulo vaya siendo artífice de su propia formación y se convierta en un interlocutor válido. Estrictamente, no habría entonces alguien competente que desde fuera pueda reemplazar lo que cada quien sabe y puede realizar.
15En esa perspectiva, las ciencias sociales de hoy proveen herramientas que hacen viable la autoconstitución de la subjetividad, al consentir que la enunciación narrativa y la puesta en juego de otras formas de expresión no discursivas, le permitan al individuo crear zonas de identificación con aquello que le es peculiar y efectuar sus mundos posibles. Para esta finalidad, se requiere acudir necesariamente a los recientes recursos de comunicación asociados al contexto informático y telemático, sobre todo si se quiere dar cuenta de la sensibilidad tecnológica de las generaciones jóvenes y de su capacidad para crear y contar historias acudiendo a imágenes, sonidos, textos, ideas y sentimientos.
16Frente a estos propósitos, surgen dos desafíos: primero, eludir una modalidad de enunciación semejante a la que promueven los medios masivos de comunicación, en la que sus personajes e historias están dirigidos a consolidar valores hegemónicos, a desconocer al otro o a mantener relaciones inequitativas; segundo, disponer recursos que eviten el develamiento de culpas, abrir viejas cicatrices, revivir circunstancias traumáticas, etc.; es decir, que consideren urgente descubrir un presumible ser verdadero, la esencia de un sujeto que anhela ser encausado, obtener su salvación o seguir las reglas de una moral universal que desconoce la diferencia y la multiplicidad. La apuesta sería la de reconocer que los sujetos pueden construir una posición subjetiva singular, poniendo en juego su capacidad de crear y de explorar nuevos conceptos; por ejemplo, una idea de solidaridad que trascienda la simple tolerancia del otro; otra de igualdad que conjugue la promoción y la afirmación de la diferencia; una concepción de ética en la que la reflexión y práctica de la libertad propia pueda estar en sintonía con la noción de libertad de muchas otras singularidades, etc.
17El asunto es cómo garantizar un proceso constitutivo permanente de expresión de la potencia activa de las fuerzas individuales, lo mismo que de la capacidad de devenir activo de los poderes mutuos, coordinados recíprocamente en la acción, teniendo en cuenta que la invención de lo nuevo toma siempre como referencia hábitos y costumbres inconscientes que funcionan de manera automática en los individuos y en el cuerpo social. Presumimos que se requiere disponer recursos reflexivos, expresivos, creativos y artísticos, que faciliten el mantenimiento de la memoria social pero también la aparición de la imaginación, de lo virtual, esto es, de lo inactual presente en el devenir social, en la perspectiva de enfrentar lo problemático de lo actual. En otras palabras, facilitar la promoción de narrativas, expresiones y modos de conducta alternativas que, desde el gobierno de sí, interpelen y resistan el sometimiento homogenizante del individualismo, en donde la diferencia toma permanentemente la forma de la desigualdad.
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Notes de bas de page
1 Se retoman a lo largo del escrito algunas ideas desarrolladas por el autor en el trabajo de investigación filosófica denominado Foucault y el sujeto político. Ética del cuidado de sí (2006).
2 De acuerdo con Hardt y Negri, a diferencia de la sociedad disciplinaria en donde el poder se ejerce de manera estática y a la invasión de él corresponde la resistencia del individuo, en la sociedad de control el poder invade el conjunto del cuerpo social “que se desarrolla en su virtualidad […]. El poder se expresa pues como un control que se hunde en las profundidades de las conciencias y los cuerpos de la población y, al mismo tiempo, penetra en la totalidad de las relaciones sociales”. Según los mismos autores, desde ese momento las resistencias ya no son marginales, “sino que pasan a constituir fuerzas activas que operan en el centro de una sociedad que se despliega en redes: los rasgos individuales se singularizan en mil mesetas” (Hardt y Negri, 2002: cap. 2, 35).
3 Esta forma de poder funciona ya no por el derecho sino a través de una serie de técnicas; no por la ley sino por procesos de normalización; no por el castigo sino mediante las diversas formas de control.
4 En esta perspectiva, Foucault afirma en su ensayo El sujeto y el poder que “en el centro mismo de la relación de poder y constantemente provocándolo, están la desobediencia de la voluntad y la intransigencia de la libertad. En vez de hablar de una libertad esencial [antagonismo], sería mejor hablar de ‘agonismo’ [...]” (Foucault, 1991: 88).
5 Esta noción, que emergió en la Grecia clásica como principio fundamental de conducta bajo el término de epimeléia heautou, tiene como contenido básico, de acuerdo con Foucault, lo siguiente: es una actitud general con respecto a sí mismo, a los otros y al mundo; es también una forma determinada de mirada e implica prestar atención a lo que se piensa y ocurre en el pensamiento; en tercer lugar, “designa, siempre, una serie de acciones, acciones que uno ejerce sobre sí mismo, acciones por las cuales se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica y se transforma y transfigura” (Foucault, 2002: 28-29).
6 Al respecto, Deleuze destaca el ensayo de Foucault La vida de los hombres infames (Deleuze, 1996: 156-164).
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¿Uno solo o varios mundos?
Ce livre est cité par
- Gil, Francisco Javier. (2017) Poéticas de lo cotidiano, estéticas de la vida. Nómadas. DOI: 10.30578/nomadas.n46a13
¿Uno solo o varios mundos?
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