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La crisis del Estado nacional en Colombia

p. 241-251


Texte intégral

1A partir de la independencia y la ruptura de la Gran Colombia se dio inicio al uso, especialmente en momentos de convulsiones sociales, del argumento de inminencia de disolución de la nación. Desde allí se han justificado causas supremas como el atentado septembrino, las guerras civiles, el concordato, La Violencia del siglo XX o la insurrección de corte foquista. Esta valoración apocalíptica de las coyunturas de crisis del Estado nacional ha conducido a proyectos de restauración moral, como el de la Regeneración, que instauran modelos de orden político excluyente, moralizante y sin ciudadanos y que solamente pueden culminar en violencia. A comienzos del siglo XX condujo a la guerra de los Mil Días y a mediados de siglo a La Violencia. Lo más grave de estos discursos de regeneración fundamental o catástrofe es su recurrencia, hoy como cruzada policiva, típicamente neoliberal, bajo el manto de la seguridad democrática o la cultura urbana.

2Crisis y restauración moral son argumentos hermanados del discurso de quienes pretenden que lo cívico o la paz sea el trueque de una nebulosa seguridad a cambio del derecho a corregir conductas inmorales y que la democracia se defina como una comunidad de soplones encapuchados. Te quito la democracia pues eres inmaduro para ella, te quito la ciudad pues no tienes conducta cívica y a cambio te doy Transmilenio.

3La crisis del Estado nacional no es la de los restauradores morales ni tampoco el remedio que se reglamenta. La crisis no se elimina penalizando el consumo mínimo, decretando la noche, el día, el mes, el año o la década de la mujer y, por supuesto, tampoco castigando el salario mínimo y las prestaciones sociales, mendigando una invasión estadounidense o combatiendo el terrorismo secundado la histeria fundamentalista genocida de la Casa Blanca.

4La crisis del Estado nacional en Colombia corresponde a otras circunstancias y tiene otros efectos. El punto de partida es la longevidad del proyecto oligárquico de Estado nacional de la Regeneración, su vigencia a pesar del cambio de la Hegemonía Conservadora a la República Liberal, al proyecto populista de Jorge Eliécer Gaitán, a La Violencia y al Frente Nacional. Uno de los hechos que explica esta continuidad ha sido la negativa de la clase dominante de introducir cambios o modificaciones sustanciales en el orden político, social y cultural. La terquedad de las clases dominantes generó la pervivencia de una noción de nación conservadora y clerical altamente excluyente que sólo concibió el Estado y la nación para una elite, conservadora y católica del altiplano cundiboyacense (Urrego 1997: cap. I).

5En segundo lugar, la dominación extranjera ha condicionado el desarrollo del Estado nacional, limitado la autodeterminación y condicionando la economía y la política.

6Queremos en este texto, a pesar de que la crisis del Estado nacional requiere considerar muchos elementos, sólo considerar reflexiones en torno a la función del conflicto interno, las limitaciones de la producción simbólica y el impacto de la globalización neoliberal.

7Antes digamos que estos procesos actúan sobre un tramado: el carácter inconcluso del Estado nacional, por el hecho de haber quedado sin culminación o atrapados en paradojas muchos de sus fundamentos básicos. El orden político, por ejemplo, no ha permitido la formación de ciudadanos e incluso encerró a los colombianos en el Estado de sitio y el Frente Nacional. El Estado no tiene una presencia nacional, sus instituciones no constituyen referencia para habitantes de numerosas regiones, pero en las fronteras actúan los actores armados estableciendo lo que es lo adecuado para las fronteras. El mercado interno está fragmentado, no hay vías de comunicación o las existentes no permiten la circulación eficiente de mercancías, pero se producen estupefacientes para el primer mundo. Estas particularidades de la configuración del Estado nacional se expresan, por ejemplo, como conflicto social, tal como ocurre con las zonas cocaleras, de colonización y de presencia insurgente.

EL CONFLICTO INTERNO

8Definir la crisis del Estado nacional supondría eliminar una serie de equívocos. Un mito de nuestra cultura política es identificar la crisis con conflicto. La política, como lo han señalado varios autores, entre ellos Chantal Mouffe (1999), no puede entenderse sin conflicto Sin embargo, éste no necesariamente debe asumirse como sinónimo de guerra civil o una dinámica premoderna o propia de los países del tercer mundo.

9La historia de constitución de las naciones evidencia periodos en los cuales reinó la violencia, y aún más el terror. En Estados Unidos, el siglo XIX estuvo caracterizado por la guerra civil, contienda que dejó no sólo miles de muertos en los bandos en conflicto sino una estela de todo tipo de actos atroces que hoy podrían denominarse de lesa humanidad.

10Evidentemente no es un caso exclusivo de una nación recién formada, como sería el ejemplo de Estados Unidos. La culta Francia vivió diverso tipo de enfrentamientos entre, por ejemplo, protestantes y católicos y largas guerras con los países vecinos, especialmente con Inglaterra. Durante la Revolución, las ejecuciones estuvieron al orden del día y quienes decretaron muertes perecieron también bajo la guillotina cuando las circunstancias políticas variaron.

11En México, la independencia se realizó con el levantamiento de dos sacerdotes que vieron como cómo sus fuerzas ajusticiaron españoles y a su vez cómo la reacción española se desarrolló con masacres y acciones aún más violentas como respuesta. La guerra con Estados Unidos y la resistencia a la invasión francesa llevaron al país a un estado de violencia permanente hasta la década del sesenta del siglo XIX. Posteriormente, la Revolución permitió derrocar a Porfirio Díaz y crear un orden nuevo. No obstante, el asesinato de los más importantes caudillos que participaron en la insurrección fue una norma y sólo hasta el fin de maximato, periodo de dominio de Plutarco Elías Calles, se puede decir que culmina la retaliación entre los diferentes bandos.

12La violencia adopta diferentes formas y niveles y está presente en el hecho político, cualquiera sea su dimensión, y “no constituye un evento patológico, exógeno o ajeno al devenir de las sociedades o a su existencia colectiva [...]” (Uribe 2001: 20).1

13De manera que la pregunta sobre la particularidad de la violencia en la fundación de la nación colombina tiene una doble perspectiva. La sucesión de hechos desde el siglo XIX permite afirmar que la violencia acompaña el devenir de la nación y que es uno de sus procesos fundacionales. Pero hasta aquí no haríamos más que constatar un hecho que se repite desde el siglo XVIII en todo el mundo.

14Existe, sin embargo, una serie de particularidades que la hacen específica del caso colombiano. En primer lugar, la imposibilidad de culminar con un bando vencedor. Las guerras del siglo XIX no pudieron permitir, por ejemplo, al Partido Liberal obtener una victoria definitiva. El triunfo de Tomás Cipriano de Mosquera en la década del sesenta no significó, a pesar de la constitución de 1863, la instauración del proyecto político del radicalismo. Es decir, en Colombia sucedió todo lo contrario a, por ejemplo, México con la Revolución y, por ello, en nuestro país se prolonga hasta el infinito la necesidad de una nueva guerra.

15El fin de La Violencia, a mediados del siglo XX, se realiza con un acuerdo entre caballeros, entre elites, sin pueblo. No permite resolver nada y empuja a quienes quedaron al margen del pacto a iniciar nuevamente la guerra. Los campesinos combatientes generaron formas de resistencias, como las “repúblicas independientes”, y grupos de autodefensa que lentamente se transformaron en formas militares más desarrolladas a raíz de las agresiones militares.2

16En segundo lugar, la violencia se constituyó en un recurso legítimo, tanto para el partido que conspiraba como para el que estaba en el gobierno. La guerra es un principio de la cultura política colombiana.

17Con muy contadas excepciones, las organizaciones políticas del siglo XX se apartan de esta lógica. En el caso del liberalismo y el conservatismo, estuvo presente en el siglo XIX y durante La Violencia sobrepasó todos los límites sin que los bandos en conflicto considerasen negativo su empleo. El movimiento armado fundado a mediados de la década del sesenta, a pesar de que las condiciones indicaban lo contrario, también asumió la legitimidad de la violencia y se lanzó a la guerra.

18En tercer lugar, la guerra en Colombia no ha sido catártica, no ha permitido, ni simbólica y ni políticamente, crear un nuevo orden. En el siglo XX, La Violencia enterró las posibilidades simbólicas de superación del orden existente debido a la manera en que los cuerpos de los campesinos, sin importar genero o edad, fueron asesinados y rematados; a la impunidad con la que actuaron los “pájaros” durante La Violencia y luego de ella, es decir la inexistencia de un juicio a los responsables; el acuerdo entre caballeros que llevó a que las elites acordaran, sólo para ellos, la salida al conflicto; y la imposibilidad del Estado de crear símbolos que permitieran a los muertos estar a salvo.

19En cuarto lugar, no creemos que el conflicto reciente en Colombia sea la única expresión de la crisis del Estado nacional, evidentemente es una de sus manifestaciones pero el asunto va más allá. No pretendemos diluir o minimizar el conflicto en un mar de otras violencias, como ya lo hicieron, lamentablemente, los violentólogos. La primera duda que tenemos es que no estamos seguros de que el conflicto actual sea una guerra civil. No vemos un pueblo en armas que dispute a través de la violencia revolucionaria la conducción del Estado. Hay que resaltar que lo que diferencia al terror de la violencia revolucionaria en la ortodoxia marxista es la feliz expresión de Merleau Ponty: establece relaciones más humanas entre los hombres; lo cual evidentemente no sucede en el caso colombiano.

20Además, acabando la guerra, bien por el sistema de tierra arrasada o un acuerdo entre elites, la crisis del Estado nacional no se supera y no “volvemos” a la paz. Evidentemente, eliminando el conflicto eventualmente se podría reducir la tasa de mortalidad, pero la debilidad del mercado interno, los límites a la configuración del ciudadano y la democracia, la quiebra del sector productivo, el sometimiento a los dictámenes de Estados Unidos y el impacto de la globalización neoliberal, mantendría la crisis del Estado nacional.

21La confrontación militar produce desplazamiento forzado, el desarrollo de acciones armadas sino la emergencia de formas de llevar a cabo el sometimiento del contrario que en el caso colombiano no solamente ha supuesto el secuestro y la extorsión, por la insurgencia, y las masacres más dantescas, por la extrema derecha, sino el enfrentamiento a las acciones de la guerrilla por mecanismos aparentemente alejados de la política de Estado, tal como sucede con el paramilitarismo. No obstante, la posibilidad de emergencia de grupos armados no es simplemente la expresión organizada de sectores privados sino política de Estado, tal como lo muestra la experiencia peruana y centroamericana.

22Finalmente, la salvedad a la Corte Penal Internacional y el perdón y olvido para los crímenes, tal como se vislumbra, abre las puertas a la degradación total del conflicto y deja la amenaza de la posibilidad de algo peor que la guerra misma: la impunidad que supone un acuerdo de paz entre criminales de guerra y el perdón y el olvido para los genocidas.3

LA DEBILIDAD SIMBÓLICA

23La configuración simbólica de la nación es una labor que se desarrolla desde el Estado a través de la institucionalización de héroes, fiestas patrias, la historia nacional y una cultura nacional. Tal actividad no necesariamente constituye un hecho opuesto a la producción de los sectores populares, pues muchos de sus símbolos son reconfigurados en la definición de lo nacional. El poder del Estado radica en la capacidad de institucionalizar una interpretación que, repetimos, aunque no es homogénea sí evidencia unas relaciones de poder de las elites políticas y económicas y unas relaciones entre el campo político y económico y el cultural.4 Los denominados mitos fundacionales, que constituyen el alma de las naciones, son productos de este tipo distinto de relaciones.

24El mito fundacional, lejos de considerarlo como una ficción o como una producción de pueblos primitivos, es propio de todas las sociedades. Prueba de ello es la movilización de la nación estadounidense en torno a una guerra programada por fanáticos religiosos blancos.

25En segundo lugar, el mito tiene una enorme función en la constitución de la nación en la medida en que es el elemento que permite definir una serie de ideas, imágenes y símbolos sobre el pasado y un destino común.

26La nación está constituida por tres mitos: el fundador, los de combate o resistencia y los mitos de finalidad. La mayor parte de los Estados construyen un mito sobre el cual se funda la nación. Estos mitos generalmente hacen referencia a los pueblos originarios o tienen un fundamento religioso, el ser un pueblo elegido por Dios. Colombia carece de un mito fundador fuerte, centralizado y unificador. A diferencia de países como México, Perú o Estados Unidos, para sólo mencionar algunos ejemplos, no tenemos un mito de origen que permita a la población, a los ciudadanos, identificarse como herederos de una tradición ni como miembros de una utopía. En el caso mexicano, el mito de origen se relaciona con la fundación de la ciudad de Tenochtitlán. Los pueblos que venían del norte identificaron rápidamente un suceso —el águila sobre el nopal devorando una serpiente— como la señal de los dioses para establecerse en aquel lugar. Este relato se transformó en símbolo y hoy es el escudo nacional mexicano.5

27Estados Unidos se encuentra definido por lo que se ha dado en llamar “el destino manifiesto”. El mito de origen está vinculado al protestantismo, que para la época concibió la colonización como la expresión de la voluntad divina y como la oportunidad para crear una tierra de libertad, oportunidad y trabajo.6 Desde este tipo de argumentos se formuló en el siglo XIX una ideología político militar que justificaría el imperialismo.

28El mito del combate, la resistencia o la conquista tiene amplias posibilidades para generar héroes nacionales y le brinda al Estado la posibilidad de institucionalizar la idea de sacrificio por la patria, “la imagen del héroe que entrega su vida a su pueblo cumple una necesidad importante, pues da cohesión a un grupo social: una tribu, una aldea, un grupo étnico o una nación” (Placencia de la Parra 1995: 241).

29Un hecho particular es que la nación colombiana se funda en la guerra, sin embargo ésta, como ya lo mencionamos, no ha podido generar una catarsis ni mitos que superen las secuelas de las contiendas ni que permitan crear un nuevo pacto fundacional.

30El mito de finalidad requiere de una larga elaboración histórica y está vinculado a la constitución de una conciencia colectiva que se manifiesta en el reconocimiento de un destino nacional.

31Estados Unidos es la nación que más ha desarrollado este mito, pues la idea de ser un pueblo elegido por Dios, que debe redimir a los demás, está ligada a un poderío económico y militar que le permitió, desde mediados del siglo XIX, iniciar una expansión de sus fronteras y las disputas con una potencia moribunda, España, por los últimos territorios bajo su control, Filipinas, Cuba y Puerto Rico.

32Lo que heredamos de La Violencia es, a pesar de la pintura de Obregón, una ausencia de producción institucionalizada que permita la superación de este pasado presente oscuro. La eliminación del Sagrado Corazón de Jesús y su sustitución por expresiones de la cultura moderna no llevan a ningún lado; la Barbie, exaltada por el Museo de Arte Moderno de Bogotá, no compite con la mirada del Nazareno.

EL IMPACTO DEL NEOLIBERALISMO

33La crisis del Estado nacional es resultado de la larga dominación estadounidense, que se inició con la toma de Panamá, y que hoy toma la forma de globalización neoliberal. Evidentemente, la reciente fase del capitalismo se define como antinacional en razón del carácter transnacional del capital, de la manera como se produce su acumulación y por la última globalización del capitalismo conocida como neoliberal. Desde el siglo XIX, Marx (1977: capítulo XXV) había previsto que el capitalismo entraría en una etapa antinacional en el sentido de que se hacía universal y lentamente iría destruyendo las fronteras nacionales, esto en razón de la internacionalización del capital. Pero a pesar de ello, aun la existencia de las naciones es necesaria al capitalismo, en la medida en que las crisis son resueltas por la periferia y la resistencia al neoliberalismo toma la forma de defensa de la nación.

34La denominada en la década del ochenta apertura e internacionalización de la economía, o la globalización neoliberal, se implementó con una serie de medidas que trajeron consigo la entrega de la riqueza nacional al capital internacional, la pérdida de los niveles de vida alcanzados por la población, aumento de las tasas de desempleo, nuevos conflictos sociales, desestructuración del Estado, debilitamiento de la nación y de los escasos niveles de democracia.

35Uno de los aspectos más importantes del neoliberalismo es la refundación de la política. Refundación que se entiende como expresión de su proyecto civilizatorio a partir de una renovación del discurso y las prácticas. De los aspectos de la refundación política es importante detallar tres: la lucha contra la clase política, el neopopulismo, y la represión política.

36La lucha contra la vieja clase política ha sido una de las consignas que ha generado mayor beneficio político para la causa neoliberal, pues se identifica a los partidos con el viejo Estado, las malas costumbres, la corrupción y el atraso. Por esta razón, el blanco de los ataques se dirige contra las expresiones de esa clase en decadencia: entre ellos el congreso. Aunque evidentemente sobre estos señalamientos hay pruebas inobjetables de corrupción, hay que aclarar dos hechos. En primer lugar, que el mismo Estado y el bloque en poder emplearon la corrupción como un mecanismo para perpetuarse, pues su poder descansaba en la eficacia del gamonalismo y de las redes de clientelismo. Sin excepción, los partidos tradicionales latinoamericanos emplearon en su beneficio político y personal los recursos del erario público. De allí que fuera permanente el respaldo de la población a los partidos, pues con ello obtenían favores, como una escuela, un hospital o el desempeño de un cargo.

37Sin embargo, estas maneras de hacer política son costosas e ineficientes en la medida en que se requiere un aparato estatal relativamente grande. De hecho, el Estado se constituye en el mayor empleador en América Latina, y por supuesto, no funciona, pues paradójicamente su no funcionalidad es su mayor virtud en la medida en que prolonga hasta el infinito los favores del burócrata y la dependencia de los ciudadanos a la magnanimidad del gamonal. A los ojos del neoliberal es evidente que la dominación de los sectores subalternos no descansa en formas modernas de sometimiento sino en prácticas que limitan la iniciativa privada en la economía.

38Asimismo, la política requiere ser transformada en la medida en que la constitución, la legislación laboral, la justicia y la cultura política aparecen como limitantes de la iniciativa privada. La constitución debe ser reformulada, como en el caso mexicano mejicano para permitir la privatización del sector eléctrico y petrolero, o cambiada, como en Colombia, para consagrar la economía de mercado como modelo de la nación.

39Las duras campañas anticorrupción tienen como propósito, como lo anticipó el presidente Julio César Turbay, reducir la corrupción a sus justas proporciones. Es decir, someter el poder de los viejos partidos a nuevas reglas y a la voluntad de la fracción neoliberal. Lejos de sanear la práctica económica, los neoliberales en los procesos de entrega del capital nacional al sector privado se han enlodado con numerosos escándalos por la manera en que han favorecido a los grandes monopolios o se han favorecido ellos mismos en las privatizaciones.

40Un segundo aspecto de las campañas anticorrupción es que se han convertido en el instrumento predilecto de Estados Unidos para controlar el sector político latinoamericano. Es evidente que la nueva tecnología le permite recopilar la información suficiente para conocer los casos más importantes de corrupción.7 La presión que realizó la embajada estadounidense sobre el presidente Ernesto Samper representa uno de los capítulos más vergonzosos de intervención de la gran potencia en los asuntos inter-nos del país. Pero este mismo recurso se utilizó en diferentes países de la región para presionar al sector político y lograr el retiro de determinados sectores o la imposición de determinadas políticas, tal como aconteció en la reciente crisis argentina.

41La segunda transformación política del neoliberalismo es el rescate del populismo con el objeto de crear un movimiento de base que legitime las reformas políticas. En apariencia, un líder carismático, tipo Vicente Fox, Carlos Ménem o Álvaro Uribe, se erige en contra de oligarquía que impide el progreso y detenta todos los privilegios. En apariencia, el programa es redistributivo y racionaliza el gasto, pues postula la austeridad presupuestal y la reducción de la burocracia. No obstante, en la medida en que el ajuste fiscal incluye sectores como educación y salud, los ajustes van contra la población. Asimismo, la destrucción de empresas, como la Caja Agraria y Telecom, beneficia al gran capital y despoja a la nación de sus principales empresas.

42El populismo transforma los canales clásicos de la política, los partidos y los sustituye por movimientos efímeros. Alberto Fujimori ascendió al poder a través de “Cambio 90”, Álvaro Uribe con “Sí Colombia” y Vicente Fox con “Alianza por el Cambio”. En los casos mencionados, los candidatos de los partidos oficiales y presidentes se declararon disidentes y los candidatos oficiales perdieron, como sucedió con Horacio Serpa. No obstante, los movimientos son fachada de una elite neoliberal que trabaja al margen de los partidos, que establece alianzas duraderas y que van más allá de los periodos presidenciales. En efecto, podemos encontrar una línea de continuidad entre Cesar Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, continuidad que no sólo se expresa como favorecimiento del ejecutivo a determinada candidaturas sino como cuotas políticas en el gabinete. No extraña entonces que el pastranismo se haya perpetuado en el poder a través de Álvaro Uribe.

43La apología a la tecnocracia es el otro rasgo distintivo del populismo neoliberal. La defensa de un supuesto rigor académico y la exaltación de la experiencia administrativa en el sector privado y el desprecio por el origen político confluyen en el principio de que el funcionario privado es más eficiente que el público y que la empresa privada está al margen de la corrupción. Con esta serie de argumentos, Vicente Fox, el mismo director de Coca Cola en México, seleccionó un gabinete con funcionarios provenientes del sector privado, y aún más de la dirección de grandes empresas. Este mismo criterio lo han empleado desde la última década varios presidentes para seleccionar sus ministros y allegados, favoreciendo a los egresados de la Universidad de los Andes.

44El problema evidentemente no es el rechazo a una administración eficiente de los recursos ni la defensa de una corrupta clase política, argumentos con los que el neoliberalismo rechaza a sus críticos, sino que es un instrumento para establecer un control político. En apariencia, los técnicos estarían desprovistos de cualquier interés o de la desviación ideológica; su formación y su trayectoria serían las pruebas de tal aseveración. El economista sería riguroso por la matemática y por la eliminación de la economía política de las universidades.

45El tercer gran tipo de transformación es la represión política. En efecto, golpear al congreso y a los partidos, perseguir a los disidentes y aniquilar el movimiento sindical y popular y criminalizar la protesta son pasos en la reconfiguración de la representación política y en la creación del unanimismo. Un capítulo reciente en América Latina es la tendencia de los neoliberales a reducir el número de partidos políticos, con el argumento del fortalecimiento institucional, lo cual es una seria restricción de la voluntad popular y una limitación adicional a la maltrecha democracia.

46La crisis, entonces, se vive como agotamiento coyuntural de las posibilidades de la nación. No es posible pensar que el proyecto de las FARC, el del paramilitarismo o el del populismo neoliberal de Álvaro Uribe signifiquen salidas para el país. Allí no hay posibilidad de reconstituir la crisis del Estado nacional en la medida en que se erigen sobre la masacre, la desmembración del territorio, la tierra arrasada o la entrega de la riqueza nacional al gran capital. A pesar de esto, la vitalidad y la vigencia del Estado nacional son fundamentales como formas de resistencia a la globalización neoliberal y como las únicas vías de superación simbólica de la violencia, pasada y presente... Hay que defender la nación... así nos toque hablar de la verraquera de los colombianos.

Bibliographie

BIBLIOGRAFÍA

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———, (1999b), Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama.

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URREGO, M. A., (1997), Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Ariel y Universidad Central, Bogotá.

Notes de bas de page

1 Este es unos de los textos más sugerentes y coherentes en torno a la relación violencia y nación.

2 En este proceso surgen las FARC en Colombia. Ver Pizarro Leongómez (1991).

3 Esto se evidencia en las ofertas gubernamentales al paramilitarismo y al movimiento insurgente.

4 Sobre las relaciones entre cultura, economía y poder en el establecimiento de una campo cultural autónomo ver Bourdieu (1999a) y (1999b).

5 Sobre los mitos de origen en México y Perú ver Limón Olivera (1990).

6 Sobre el caso estadounidense ver Marientras (1992); Ortega y Medina (1989) y Beranger (s.f.).

7 Las denuncias de Estados Unidos sobre desvíos de dineros del Plan Colombia por parte de la policía nacional no es un caso aislado.

Notes de fin

* Este texto nace del informe final de investigación que lleva el mismo título y que elaboramos para el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central (DIUC), proyecto que contó con la cofinanciación de Colciencias.

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