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Género y juventud en los procesos de subjetivación

p. 195-215


Texte intégral

1Nos proponemos examinar críticamente abordajes académicos e investigativos sobre los procesos de subjetivación, con el fin de establecer el lugar de las categorías de género y juventud y las relaciones entre las mismas. Para ello, compartiremos brevemente nuestros bagajes personales y relativizaremos nuestras inscripciones institucionales, enunciaremos la hipótesis medular de esta presentación, exploraremos el devenir de la relación entre los estudios de género y juventud, abordaremos las construcciones en la investigación de los conceptos configuraciones críticas y posiciones de sujeto y, con esa base, propondremos una cierta conexión entre género, juventud y subjetividad.

BAGAJES E INSCRIPCIONES

2No es del caso hacer aquí un largo reconocimiento a los ensamblajes de nuestras historias vitales y académicas individuales, que desde luego explican el por qué de las preguntas que hoy nos hacemos, en la consideración de lo que podríamos llamar opción por la imposible exterioridad de la producción académica. Preferimos, entonces, hablar de los elementos comunes. Lo primero es señalar la reiteración, casi la obsesión, en indagar, estar de cerca, escuchar, conversar, comprometerse también en un sentido político, investigar documental y etnográficamente, sobre el espectro amplio de los procesos de subjetivación y de los movimientos por la identidad.

3En segundo lugar, dar cuenta del lugar desde el cual lo hemos querido hacer: no desde la comodidad de la erudición críptica, sino desde una intención de comunicabilidad y desde una pregunta seria por la participación activa y la coautoría de los sujetos y comunidades con los que hemos entrado en relación, lo cual nos ha llevado incluso a la pregunta de si los cursos investigativos y los productos resultantes de ellos no tendrían como carácter fundamental el de su polivocalidad, el de una integración reticular compleja de múltiples conversaciones.

4Volviendo al primer punto, hay todavía que destacar el peso preponderante que en las investigaciones de ambos han tenido los campos del cuerpo, la sexualidad, el género y la juventud. Ello nos hace pensar que los órdenes institucionales no equivalen necesariamente al desarrollo de las preguntas y nos hace preguntar por la potencia o la restricción de la especialización temática por la que llegamos a ser coordinadores de las líneas de Género y Cultura y de Jóvenes y Culturas Juveniles del DIUC, cuyas fronteras hemos atravesado mutuamente una y otra vez.

CONSTRUCCIONES DE TIEMPO Y CUERPO

5Esta presentación corresponde, entonces, a un intento de articulación teórico-metodológica no sólo entre dos líneas de investigación sino entre temáticas y modos de abordaje a los procesos de formación de sujetos en las sociedades actuales; articulación no entendida como sumatoria o acumulación de variables —clase, etnicidad, género, generación, orientación sexual, movilidad humana—,1 como si a más variables se tuviera una mejor comprensión de un determinado hecho social o cultural, o como si existiera una jerarquía entre las mismas que permitiera crear relaciones de causalidad entre ellas, sino como una exploración por otros lugares desde los cuales crear conocimiento, lo cual implica otras posturas éticas, políticas, epistemológicas y metodológicas.

6Dicho de otro modo, miramos la subjetividad no como componentes o partes agregadas, sino como mecanismos que operan de un modo determinado, produciendo, reproduciendo y transformando sujetos; el género y la juventud serían algunas de esas operaciones mediante las cuales las sociedades modernas y contemporáneas forman sujetos. Indagando por la forma en que uno y otra actúan en relación, queremos acercarnos, si se acepta la metáfora, a dimensiones más “profundas” de los procesos de subjetivación, a lo que subyace tras lo que la sociología moderna definió como sus variables fundamentales. La metáfora de la exploración profunda tiene equivalente en la de inmersión en la oscuridad y en el intento de crear formas en los espacios en apariencia vacíos: por esto, con frecuencia, intentaremos definiciones señalando qué no es lo queremos afirmar o qué preguntas críticas es pertinente hacer, sin que necesariamente tengamos ya claros todos los caminos a recorrer.

7En consecuencia, partimos para realizar esta articulación y exploración, de tres definiciones operativas iniciales que permiten crear las bases de una hipótesis integrada cuya discusión desarrollaremos en el texto:

  • Entendemos la juventud como una construcción con el tiempo, una forma de organizar, controlar y transformar las temporalidades en que se mueve la subjetividad. Los tiempos sociales que prescriben los cursos vitales y los tiempos individuales de cada biografía personal se cruzan y transforman mutuamente, determinando los pasos, las transiciones, las estadías en momentos temporales determinados. La ubicación en la memoria social, en la tensión pasado/futuro, en la demanda de la identidad en el presente y en la reproducción social, da a la cuestión juvenil matices particulares que la diferencian de otros modos de ordenar las temporalidades —como sucede con la niñez y la llamada tercera edad, por ejemplo—.
  • Entendemos el género como una construcción con el cuerpo, una forma de ordenar las relaciones sociales basada no en diferencias o similitudes presentes o hechas evidentes en los cuerpos —la presencia de determinados órganos sexuales externos, por ejemplo—, sino en los procesos que los hacen culturalmente inteligibles, que los ingresan a un determinado orden comprensivo. Sin duda estos procesos toman algunos elementos de la diferencia sexual, pero no son sólo una reacción automática a los mismos —a determinado cuerpo determinado género—. Ello nos lleva a acercarnos al aporte de Michel Foucault de la distinción entre materia y materialidad y de cómo las relaciones de poder penetran en los cuerpos (1992), y de Judith Butler, quien concibe al cuerpo como “un locus cultural de significados de género” (1996: 304). También a la idea de Joan Scott de definir el género como una categoría ordenadora del conjunto social (s.f.). Así las cosas, los procesos que hacen el género pueden exagerar, negar o idealizar las diferencias biológicas, que por cierto tampoco son valoradas del mismo modo ni en las culturas ni en el proceso histórico (Connell 2002: 9-10).
  • Con base en lo anterior, consideramos al cuerpo como el territorio donde se materializa la subjetividad, materialización en la cual los cuerpos operan a la vez como objetos de control y disciplina y como agentes mediante los cuales realizamos lo que somos o queremos ser.

8Antes de avanzar, resulta necesario llamar la atención sobre lo que se entiende por construcción y la forma en que usamos aquí tal concepto. Más allá de los debates naturaleza/cultura, esencia/construcción, que dominaron buena parte de los estudios sobre identidades sexuales y de género en la década de los ochenta (Stein 1990), y de la sobrevaloración de las cuestiones del discurso y del lenguaje hechas en diversas corrientes posestructuralistas, entendemos la construcción como un conjunto de prácticas culturales que se orientan a la producción de imaginarios diferenciados, singularizados, del ser y el deber ser de las prácticas y las relaciones sociales, y a los dispositivos de normalización y control de sus fronteras.

9Señalamos allí el análisis sugestivo de Manuel Antonio Baeza, aunque se halle inscrito en el paradigma de la identidad, para quien ésta se puede considerar como un sentimiento de pertenencia, pero también orientación asumida del accionar social o praxis identitaria. Para él, el proceso de identización obedece a tres clases de posicionamientos:

a) primeramente un posicionamiento espacial, es decir la apropiación simbólica de un espacio (físico o simplemente simbólico) y todo lo que ese espacio contenga (desde la naturaleza hasta un patrimonio cultural), según proceso de diferenciación o singularización indispensable; b) luego un posicionamiento relacional, es decir el establecimiento de un modo particular de reconexión con el mundo externo según mecanismos relacionales no menos singularizados, con el propósito de una reintegración del sujeto o del grupo en la sociedad; c) por último un posicionamiento temporal, es decir la apropiación de un tiempo pretérito (una historia) y la tentativa de apropiación de un tiempo futuro con la definición de una meta, diría con alcance teleológico, en un procedimiento de proyección que permita asegurar una especie de continuidad temporal, visualizando ese “algo” que puede satisfacer nuestro tiempo existencial (Baeza 2000: 49).

10Entre tanto, David Le Breton califica al significante cuerpo como una ficción, pero una ficción culturalmente operante, viva, “con el mismo rango que la comunidad de sentidos y de valor que dibuja su lugar, sus constituyentes, sus conductas, sus imaginarios, de manera cambiante y contradictoria de un lugar y de un tiempo a otros en las sociedades humanas” (Le Breton 2002: 33).

11Ello lo lleva a considerar el cuerpo como una construcción social, cultural y simbólica, que no existe en el estado natural, pues

[…] siempre está inserto en la trama del sentido, inclusive en sus manifestaciones aparentes de rebelión, cuando se establece provisoriamente una ruptura en la transparencia de la relación física con el mundo del actor (dolor, enfermedad, comportamiento no habitual, etc.). (Ibíd.: 33)

12Al decir que género y juventud son construcciones con el cuerpo y con el tiempo, respectivamente, nos referimos, entonces, al conjunto de prácticas culturales mediante las cuales se hacen efectivos, “reales”, “normales”, esperados y deseados determinados modos de realización subjetiva que definen lo que “somos” en un momento determinado —ser joven, no serlo, ser mujer u hombre, no ser ninguno de los dos o ser ambos a la vez—.

13Como categorías de ordenamiento y poder, el género y la juventud actúan no sólo de manera prescriptiva sino también performativa. Siguiendo con ello, para entender la relación entre juventud y género no podríamos ni reducir juventud y género a puras invenciones discursivas o determinantes biológicas, ni resolver el asunto preguntando por ejemplo cómo los y las jóvenes viven el género o cómo el género cambia de acuerdo con el curso vital y la edad; preguntas sin duda válidas pero que no nos permiten acercarnos a los procesos y mecanismos que queremos observar. Tampoco podríamos culturizar todo como sucede con la definición del género como la “construcción cultural de la diferencia sexual” (Lamas 1996) —asentada en el dinamismo que causó la noción del sistema sexo/género consolidado por la antropóloga feminista Gayle Rubin (1975)—, la cual supone que la diferencia sexual es previa a la cultura y es vuelta cultura mediante la noción de género. El que pongamos juntas bajo la misma noción de “sexo” un conjunto tan variado de prácticas, actos y partes de nuestros cuerpos, y que las fronteras entre lo que sexual y lo que no es se estén moviendo constantemente, da cuenta de la imposibilidad de tomar eso como un hecho dado. Un camino igualmente fallido sería para nosotros considerar la juventud como consecuencia de la maduración corporal y sexual particularmente, y que cada cultura interpreta a su modo, como si sexo y edad fuesen parte de una cierta “naturaleza” preestablecida, fuesen un hecho inequívoco, que sólo requiere ser ingresado al mundo de lo simbólico mediante determinada categoría cultural.

14Más bien, nos interesa desarrollar la discusión hacia la comprensión de las formas en que se establecen las coordenadas en que va surgiendo constantemente la subjetividad y que pueden experimentarse como ciclos subsecuentes —niñez, juventud, adultez— como momentos con un sentido en sí mismos —la cada vez más frecuente prolongación de la juventud— o como logros alcanzados —ser hombre/ser mujer, tener determinada identidad sexual—. Establecer tales coordenadas implica la puesta en marcha de una serie de prácticas culturales que, en la interacción social, suponen juegos de poder, relaciones simbólicas, formas de determinar la reproducción social y relaciones de producción, desarrollos técnicos, entre otros aspectos, y que tienen en la materialización de los cuerpos su campo de batalla (no entendiendo la materialización como un hecho dado, lo que se tiene o se es de manera estática sino lo que se hace inteligible culturalmente, el proceso de producción estable en el tiempo de fronteras y permanencias).

RASGOS DE LOS ESTUDIOS

15Definida la hipótesis de interpretar el género y la juventud como construcciones con el cuerpo y con el tiempo, intentaremos establecer de qué modo los estudios y abordajes en estos campos han considerado o no su relacionamiento.

16A la luz de algunos planteamientos constructivistas que se promocionan una y otra vez como vanguardia cuando a veces no lo son, se ha intentado ubicar en diversos contextos socioculturales tanto las subjetividades juveniles como de género como si fueran hechos dados que cada cultura define, pero que finalmente se dan en todas las culturas.

17Ello nos lleva a plantear la necesidad de la deconstrucción de un nivel anterior: aquel que puede rastrear históricamente el surgimiento de las categorías a través de las cuales se relata el propio proceso de construcción que corre el riesgo de naturalizarse. Una especie de análisis de segundo nivel sobre el construccionismo que mira a lo construido desde su óptica y pocas veces a lo que está en construcción o, mejor, cómo se da ese proceso; quizás tengamos que llegar a hablar de lo construyente.

18Tal intento de reconstrucción nos lleva a preguntarnos por las condiciones que hacen posibles la generación y el mantenimiento de nociones modeladoras de la construcción de la juventud como, por ejemplo, la idea del crecer en todos los sentidos, la asociación generalizadora con la productividad por defecto y una asunción genérica particular: la de los hombres jóvenes.

19Así mismo, nos permite cuestionarnos por la paradoja de una dinámica estática, en el sentido de que la construcción de los géneros termina anclada en la adultez, por concentrarse allí también los rasgos de productividad y reproductividad. Cuando aparecen otros estadios como la niñez, juventud y tercera edad, tienen un claro valor menguado o subordinado porque pueden ser leídos como la preparación para o la cesación de tales rasgos. Es una especie de tiranía sincrónica.

20Si volvemos ahora sobre tales preguntas, advertimos en ellas un campo de tensión entre las categorías de género y juventud, lo cual nos lleva, a su vez, a intentar caracterizar si se ha dado justamente un interjuego entre las mismas y en caso afirmativo cómo se ha dado en sus pretensiones de comprender la experiencia concreta de los sujetos. Para ello, enunciaremos a continuación las que consideramos como formas de la disyunción y formas de la conjunción.

FORMAS DE LA DISYUNCIÓN

21Un primer abordaje a la relación juventud/género parte de una mirada disyuntiva en la cual los dos campos se excluyen mutuamente o se desarrollan con independencia uno del otro:

Estudios de juventud/culturas juveniles sin género

22En un texto clásico de los estudios culturales ingleses sobre juventud, Angela McRobbie (2000) cuestionaba la forma en que los investigadores del tema evadían o invisibilizaban el lugar de las mujeres jóvenes dentro de las culturas juveniles. Su reflexión inicia con la dificultad que le representó acceder desde un punto de vista etnográfico al mundo de las mujeres jóvenes, no por la relación con las jóvenes mismas sino por lo que los métodos suponían y habían hecho evidente; afirmar que la investigación sobre juventud ha invisibilizado y mantenido los estereotipos culturales sobre las mujeres jóvenes y considerar que la forma en que los investigadores de lo juvenil —en muchos casos hombres— se acercan al mundo de las jóvenes impide ver su particularidad, son algunas de las ideas que a lo largo de la década de los ochenta mantuvieron la alerta sobre las formas en que desde el mundo juvenil masculino se definía a las culturas juveniles, como si éstas pudieran vivir fuera de las permanencias y las resistencias de las relaciones de género y de clase más generales.

23Su conclusión es que las culturas de las mujeres jóvenes se han vuelto invisibles porque la misma noción de cultura juvenil ha sido sobrevalorada desde un punto de vista masculino, como encontró ella en los trabajos de varios de los pioneros en la investigación sobre juventud en la Escuela de Birmingham.

24Que la investigación sobre juventud desconoce o invisibiliza la cuestión de género fue una de las conclusiones a que llegamos también en un reciente balance de los estudios sobre jóvenes hechos en Bogotá en la década de los noventa (Serrano et al. 2003). Al revisar la producción sobre culturas juveniles encontramos lo que ya se había identificado antes para otros contextos culturales: se sobrevalora la participación juvenil masculina y desde ella se define la cultura juvenil en general, sin que haya tampoco una reflexión sobre la condición masculina de tales culturas; la forma como se aborda la relación entre lo público, la calle y las culturas juveniles deja de lado la presencia de las jóvenes, en apariencia más relegadas al ámbito privado; prácticamente no existe una reflexión sobre las metodologías de trabajo en la investigación sobre juventud que aborde la cuestión de género, las negociaciones que se dan entre investigadores hombres y mujeres y jóvenes hombres y mujeres, los límites, temores y modos de representarse ante los otros que allí se dan.

25Por efecto mismo de las relaciones de género en que estamos inmersos y que impregnan la propia producción de conocimiento, la investigación sobre culturas juveniles prácticamente desconoce o niega las dimensiones de género que diferencian las experiencias de los y las jóvenes en la reproducción social, en la creación cultural y en la vivencia estética; así, se termina restando valor al importante lugar que tiene la pregunta por las culturas juveniles en la comprensión de la singularidad juvenil, pues se la reduce a una mirada —la masculina— sin que se reflexione sobre la particularidad de esa misma mirada.

Estudios de género sin juventud

26El contraste con lo afirmado antes lo encontramos en un balance de la forma en que se aborda el tema de lo juvenil en los trabajos sobre salud sexual y reproductiva (SSR) (Serrano et al. 2001). Al observar la amplia producción investigativa sobre SSR en América Latina y Colombia y la variedad de programas de atención para jóvenes, encontramos, por un lado, una focalización en la cuestión femenina, y por otro, que la especificidad juvenil allí viene dada por cuestiones del desarrollo de caracteres sexuales secundarios y procesos de maduración psicológica, ambas hechas visibles por efectos del modelo médico de la adolescencia que predomina en tales abordajes.

27Si bien la perspectiva de género entra a hacer parte de los trabajos sobre SSR ya desde la década de los ochenta, ésta se hace tomando como referente la experiencia de las mujeres adultas en general y de las mujeres jóvenes en particular, desconociendo el lugar de los hombres jóvenes en estas cuestiones. Por otra parte, prácticamente no se encontraron estudios en el mencionado balance que cruzaran el tema del embarazo adolescente, la sexualidad, la relación con el cuerpo, con los estilos de vida desarrollados por las y los jóvenes en las culturas juveniles, con las cuestiones de identidades culturales y la creación de diferencias y modos particulares de experimentarse que allí se proponen.2

28Si los estudios de culturas juveniles no tienen género, los de SSR y género no tienen cultura juvenil aunque se dirijan a jóvenes; si en los primeros se generaliza a partir del lugar de los hombres jóvenes y la espectacularización de las culturas juveniles, en los segundos se hace desde la priorización en las jóvenes y la alarma social generada por el embarazo adolescente; el asunto a discutir no sería, sin embargo, que en ambos casos se parcialice la comprensión de los fenómenos, sino los efectos que ello tiene en lo que se hace evidente y en la forma en que desde cada lugar se representan a unos y otras jóvenes, a unas y otras relaciones de género.

FORMAS DE LA CONJUNCIÓN

29A continuación exploraremos algunas propuestas de conjunciones entre género y juventud, que se ilustrarán en algunos casos mediante tránsitos conceptuales y en otros mediante apuestas de investigación concretas, para dar paso a preguntas de problematización hacia cada propuesta.

Mirar también a las jóvenes

30En el ámbito internacional contamos con un buen número de investigaciones que en los años sesenta y setenta se dirigieron a entender el comportamiento del alumnado, las cuales tomaron como referentes e informantes casi únicos a grupos de varones escolarizados. Con la irrupción o el auge de los movimientos feministas se promovieron unas primeras investigaciones que quisieron establecer el lugar de las mujeres en la escuela.

31Por otro lado, Rosana Reguillo (2000: 90) señala cómo “con frecuencia y en un tono bastante cercano a lo ‘políticamente correcto’ se señala la ausencia de reflexión y estudio sobre las mujeres jóvenes [...]”, pero advierte sobre el riesgo de trasladar la mirada hacia ellas, sin considerarlas en su contexto relacional con los hombres.

32A ello podrían adicionarse algunos interrogantes: ¿mirar a las jóvenes sí equivale a considerarlas desde el punto de vista de su subjetividad generizada? ¿No será que algunas veces las vemos apenas en un sentido biológico? ¿Al ver a las mujeres en la escuela hay alguna consideración de su pertenencia a culturas juveniles o a culturas infantiles? ¿Cuál es la relación entre los dos tipos de culturas?

Mirar a las jóvenes en cuanto mujeres

33Algunos proyectos de investigación orientan sus unidades de análisis e instrumentos para mirar en los escenarios aludidos en la propuesta anterior, o en otros, a las mujeres justamente a la luz de sus procesos de subjetivación. Muy bien, pero allí es propicio cuestionarse por los moldeamientos de la mirada, pues existe el riesgo de ver a las mujeres como hombres imperfectos. ¿Cuáles son los referentes de observación, los patrones de subjetividad que pueden operar como prejuicio?

34Respecto de ese riesgo, la psicóloga e investigadora Ana María Fernández habla de la necesidad de poner, de probar, una episteme de lo otro, en vez de una episteme de lo mismo, aquella que por estar entrampada en un ejercicio contrastivo y dicotómico entre los géneros, termina siendo la episteme de lo único. Luce Irigaray, por su parte, aporta el concepto de la ilusión de simetría, aludiendo al obstáculo conceptual que se presenta al pensar la sexualidad femenina, lo que podría ampliarse a toda la feminidad, desde parámetros masculinos.

35Estas interesantes propuestas invitan, empero a nuevas preguntas: ¿Cada tipo de sujeto tiene su episteme? ¿Una episteme de lo otro, de lo femenino, no genera un nuevo tipo de esencia? ¿La nueva episteme permite escapar de una lógica dicotómica?

Mirar a los jóvenes en cuanto hombres

36Tal como ya se esbozó en las formas de la disyunción, tarde se ha caído en la cuenta de que muchas de las investigaciones hechas en la escuela o en otros ámbitos de socialización que supuestamente habían mirado de manera muy predominante o exclusivamente a los hombres, en realidad lo habían hecho con unos sujetos universales, bien por su abstracción, bien por la asunción de lo masculino como representante de lo humano, o habían abordado apenas a varones, por cuanto no se habían ocupado de los procesos de subjetivación de los hombres en cuanto tales. En la escuela, por ejemplo, después de que parecieron resolverse las inequidades en el acceso y la matrícula (no hablamos de la persistencia de otras inequidades), las tasas más altas de repitencia o deserción escolar entre los chicos o su asociación mayor con episodios violentos o con el consumo de sustancias psicoactivas hizo pensar que era bueno echarles una mirada a los vínculos de aquellas problemáticas con las pautas dominantes de configuración de la masculinidad. Aquí parece propicia también la pregunta por los referentes previos de subjetividad que la investigación puede acarrear como lastres.

Mirar a las culturas juveniles en clave de género

37Desde hace muy poco y en el ámbito internacional se empiezan a publicar estudios de investigación sobre culturas juveniles que decididamente indagan por los procesos de subjetivación en clave de género. Como modelos interesantes de investigación se pueden citar como ejemplos de abordaje a las culturas juveniles femeninas el trabajo de Angela McRobbie (2000), ya referido, y de culturas juveniles masculinas, el de Stephen Frosh, Ann Phoenix y Rob Pattman (2002).

38Aquí pensamos en dos cuestionamientos que se aplican no sólo a esta última propuesta, sino también a todas las anteriores. La primera es si al considerar hombres o mujeres éstos se asumen como individuos, por ejemplo a la manera de informantes sugestivos, o si se miran como colectivos funcionales. Es más, cabe la pregunta de si no se anteponen los referentes de subjetividades colectivas o incluso de subjetividades políticas a las experiencias concretas de los sujetos.

39La segunda pregunta necesaria es por la correlación. Parece que la compleja imbricación que se vive en la realidad social en la construcción con-junta entre los géneros, entre las generaciones y entre ellos dos, al pasar por el cedazo de los abordajes académicos e investigativos, da como resultado campos escindidos. Ello enuncia la pertinencia, en nuestra opinión, de otra propuesta de conjunción.

Mirar a los sistemas de género

40En las culturas juveniles y en otros ámbitos, se señala hoy la necesidad de pasar de abordar aisladamente cada género a considerar los regímenes, los sistemas o las estructuras de género. Diversos autores hablan de ella como teoría o perspectiva relacional del género, en razón de su preocupación por entender los diversos planos de relación que estructuran los sistemas aludidos. En la potente propuesta de Robert Connell (2002), por ejemplo, se plantean cuatro dimensiones que juegan como ejes principales del sistema moderno de relaciones de género: las relaciones de poder, las relaciones de producción, las relaciones emocionales y las relaciones simbólicas.

41La enunciación de propuestas y de preguntas problematizadoras podría extenderse aún más, pues se podría proponer toda una serie de ellas para considerar la dimensión de la temporalidad en los procesos de subjetivación de género y examinar, por ejemplo, los dispositivos de pervivencia y cambio en las demandas sociales para los géneros teniendo en cuenta el ciclo vital, las tensiones en la legitimidad de las representaciones generizadas en momentos vitales particulares, los ejes de dicha legitimidad, el cruce de las relaciones intragenéricas, intergenéricas e intergeneracionales en ámbitos específicos, etc.

42No obstante, todo lo anterior se convierte en base suficiente para proponer tres nociones de trabajo relacionadas con nuestra participación en varios proyectos de investigación: posiciones de sujeto, configuraciones críticas y la dimensión narrativa de las carreras personales. Aunque aún se encuentran en elaboración, las pensamos como potentes modos de acercamiento a los procesos de subjetivación que escapan o sopesan críticamente las formas de la disyunción y la conjunción señaladas antes.

POSICIONES DE SUJETO

43Esta noción empezó a ser elaborada desde una investigación que sobre maternidad y paternidad adolescente realizó la Línea de Jóvenes y Culturas Juveniles en 20003 y que tuvo entre varios objetivos determinar el lugar que tales experiencias tienen en las narrativas vitales de las y los jóvenes. La primera constatación es que la maternidad y paternidad se viven como fuertes experiencias de cambio en las biografías vitales, aunque con valoraciones diferentes para unas y otros: alejarse del riesgo para los hombres, realización personal para las mujeres, ajuiciarse, progresar y salir adelante para ambos. Al indagar por las implicaciones que esto tenía no sólo para las narrativas vitales sino para la forma misma en que se definía la subjetividad, lo que encontramos fue un juego muy complejo de modos de verse y relacionarse entre unos y otras —hombres con hombres, mujeres entre sí, mujeres y hombres— que tenían las nociones de “respeto” y “responsabilidad” como las claves para tal interacción y regulaban las relaciones de género, la sexualidad y la relación con y entre los cuerpos.

44El respeto apareció en los relatos de las y los jóvenes como un regulador de las relaciones subjetivas e intersubjetivas, en la medida en que implica un sistema de demandas constantes entre unos sujetos y otros: las mujeres que deben hacerse respetar de los hombres, los hombres que deben hacerse respetar de sus pares, los padres que piden respeto de sus hijos; en estos tres casos, sin embargo, lo que circula en las demandas de respeto es cualitativamente diferente: la sexualidad de las mujeres, la condición genérica de los hombres, la autoridad familiar. Este balance entre respeto y autoridad nos hizo pensar de inmediato en la permanencia de valores culturales aún fuertemente arraigados en diversos sectores sociales como la cuestión del honor, a su vez profundamente arraigada en la cultura; hacerse respetar, pedir respeto, aparecen en los relatos de estos hombres y mujeres jóvenes como mecanismos mediante los cuales se salvaguarda y mantiene el entorno subjetivo, entorno que aparece móvil y vulnerable y por eso necesitado de constante protección.

45En los relatos de los y las jóvenes la responsabilidad apareció vinculada a un cambio en sus cursos de vida: de uno más asociado con el goce y el desenfado, a otro más relacionado con lo planeado, salir adelante, progresar y luchar por los hijos y responder por los actos, con un efecto no sólo moral sino práctico en la medida en que lo que se juega es asumir o no la maternidad y la paternidad. La reacomodación vital producto de la asunción de la maternidad o paternidad se manifiesta de manera distinta en los hombres y en las mujeres, ya que mientras en los primeros la responsabilidad se expresa como responder por la compañera y por el hijo —ubicándose en el lugar de proveedores—, en las segundas se asocia con la asunción de los deberes del hogar como madres y esposas. Se establece, entonces, un juego de reciprocidades en el cual, al hombre responder con la provisión, la joven responde con el hogar —como dicen ellas hay que responderle al marido—.

46Respeto y responsabilidad no sólo configuran una imágenes esperadas de lo masculino y lo femenino sino también unos modos de ser que son rechazados ante su falta; no hacerse respetar puede poner a las jóvenes en el lugar de zorras, perras, mientras que no responder vuelve a los hombres vagos, faltones; es muy posible que una de las razones que lleve a un hombre joven a reconocer y asumir su paternidad sea el que se trate de una joven que se hace respetar, pues de lo contrario, de inmediato se cuestiona la honra y por ende se puede evadir la responsabilidad.

47Las posiciones de sujeto4 son entonces los nudos y nodos que resultan de este tipo de interacciones entre respeto y responsabilidad, entre las categorías que regulan las relaciones intersubjetivas y que permiten y a la vez determinan los tipos de subjetividad que allí emergen; como señala Phoenix (2002), las posiciones de sujeto se convierten en perspectivas desde las cuales relacionarse con el mundo y prescriben modos posibles de acción; es desde ellas, en ellas y con ellas que se daría la reflexividad necesaria para la aparición de lo que Giddens (1997) llama una “identidad del yo”, una cierta referencialidad del individuo sobre sus propios trayectos de vida que forman su biografía, un proyecto de lo que se es. En el mencionado texto, Phoenix (2002) asocia la noción de posiciones de sujeto a la condición situada de las identidades y las subjetividades que resultan de la interacción social; las interacciones sociales no son estáticas y una misma persona puede posicionarse en ellas de modos diferentes e incluso contradictorios ante una misma situación. Tal es el caso de los jóvenes que Phoenix estudia, pues ellos deben negociar sus masculinidades en la tensión que resulta entre obtener buenas notas como garantía de ingreso a la educación superior y un mejor empleo, y la valoración que se hace de estudiar mucho como algo femenino o al menos, menos masculino. Estas interacciones se convierten en posiciones de sujeto en la medida en que son apropiadas y se convierten en la perspectiva desde la cual se mira el mundo.

48Desarrollando estas ideas de Phoenix (2002), se podría decir que el sujeto no sería previo a las posiciones sino que son las posiciones las que permiten que alguien surja así como sujeto; para ser más precisos, es en las sucesiones, simultaneidades, efectos y memorias de tales posiciones que surge una cierta subjetividad, no a manera de acumulados de partes o sedimentos de las mismas sino de constantes ejercicios reflexivos sobre el sí mismo; por eso su permanencia y su cambio, las posibilidades de que tales subjetividades se conviertan en norma pero que sean también subvertidas.

49De este modo, la forma en que entendemos la subjetividad desde la noción de posiciones de sujeto no habla sólo de flujos o movimientos permanentes, ni tampoco como una obra que se alcanza luego de ingentes esfuerzos, como se observa en la noción de identidad que determina las subjetividades modernas y que se representa bien en la psicología de desarrollo; más bien, valiéndonos de otra metáfora, entendemos las subjetividades que resultan de las posiciones de sujeto como las estrategias en un juego de ajedrez en donde no es el valor de las piezas aisladas en sí mismas lo que cuenta sino la forma en que se las disponga, siendo el juego —la subjetividad— lo que resulta de tales acciones.

50Con esta misma perspectiva, pero desarrollándose por aparte, la noción de posiciones de sujeto tuvo, de otro lado, presencia en el proyecto “Arco Iris: una mirada transformadora a las relaciones de género en la escuela”, realizado por la Línea de Género y Cultura, pues mediante ella se buscó explicar los juegos de correspondencia entre diversos roles situacionales tanto académicos como sociales que con un sesgo de género ejecutan chicos y chicas como correlatos de la cultura escolar (García 2003b). Las diversas posiciones de sujeto allí escenificadas no se consideraron como pruebas de una cierta subjetividad femenina o masculina, sino que llevaron a hipotetizar el impacto de su reiteración o de la imposibilidad de su práctica diversificada en las carreras personales de hombres y mujeres, noción que se desarrollará más adelante.

CONFIGURACIONES CRÍTICAS

51El devenir de esta noción se conecta con la participación dentro de un equipo interdisciplinario de la Universidad Externado de Colombia, entidad que en convenio con el Departamento Administrativo de Bienestar Social (DABS) realizó una investigación sobre Explotación sexual infantil en Bogotá (Aponte y García 2002). Luego, se conecta con el desarrollo del “Programa en formación de derechos y construcción de ciudadanía para personas adultas en situación de prostitución”, que la línea de Género y cultura del DIUC viene adelantando también en convenio con el DABS.

52En el equipo del Programa hay conciencia de cómo las acciones promotoras de la inclusión deben considerar no sólo las perspectivas de género y de derechos, sino el peso específico de las trayectorias vitales que suelen establecer una línea de continuidad entre la explotación sexual de la infancia y la juventud con la situación de prostitución de adultos y adultas que, en su conjunto, dejan hondas huellas en el cuerpo y el autoconcepto de las personas involucradas.

53Apostamos a escapar de abordajes tradicionales acerca del fenómeno. De un lado, el económico que construye como eje causal el binomio pobreza-prostitución. Del otro, el moral, con el trinomio debilidad moral-perversión-prostitución como eje. Nos parece que se trata de sobredeterminaciones explicativas —estructural la una, individual la otra— y que la prostitución debe entenderse más como una construcción compleja resultante de eventos o procesos en las trayectorias vitales que configuran círculos de marginalidad, que cierran las oportunidades de despliegue personal por fuera de los mismos y que permean de manera significativa, la mayoría de las veces con una idea de autoincapacidad, la subjetividad de las personas involucradas.

54Proponemos denominar tales procesos vitales como configuraciones críticas, definidas como un juego dinámico y continuo de una serie de dispositivos inmanentes en el sujeto, con una serie cambiable de exigencias y recursos del entorno dentro de contextos ecológicos complejos (Aponte y García 2002: 237).

55Las configuraciones tienen tres componentes no necesariamente secuenciales, que permiten comprender la trayectoria vital: preconfiguración, ejes transversales de construcción del entorno social y normalización. Miremos cada uno de ellos.

56Entendemos la preconfiguración como la conformación de disposiciones emocionales, psíquicas y corpóreas, en cuanto factores que afectan la recursividad y la capacidad de agenciamiento. Allí, por ejemplo, se señala la inmanencia o latencia de la explotación que comprobamos en el hecho de los variados relatos de vida de niños y niñas que habiendo tenido una iniciación sexual abusiva temprana y siendo muchas veces objeto de retribuciones más o menos coercitivas como un chantaje para lograr su silencio, tenían con ello una experiencia de carácter transaccional que se activaba nuevamente alrededor de la pubertad ya no necesariamente con actores dentro de los núcleos familiares o los círculos de allegados.

57Identificamos, de otra parte, cuatro hitos en las trayectorias vitales (abandono, violencia intrafamiliar, parentalización e iniciación sexual abusiva), en cuya conjugación en un sentido determinado hallamos claves para en-tender cursos vitales que definitivamente se orientan a la explotación sexual versus los de otros niños y niñas que estando en principio en el marco de la misma vulnerabilidad social se alejan de la misma, como es el caso de niños y niñas en el comercio informal callejero o infractores que operaron como grupos de contraste.

58La idea de hitos dentro de las trayectorias vitales concuerda, por demás, en algún grado con la noción de momentos críticos propuesta por Rachel Thompson y otros investigadores de la Universidad de South Bank en Londres, quienes estudiaron las dinámicas de transición de la juventud a la adultez en 120 jóvenes de Inglaterra e Irlanda del Norte. Ellos los definen como “experiencias o eventos específicos que irrumpen en la narrativa de los sujetos, generalmente en situación de entrevista, como aquellos que ellos destacan como importantes o como generadores de consecuencias de interés” (Thompson et al. 2000: 32).

59Con ello construyen un contrapunto a la noción de momentos decisivos planteada por Anthony Giddens, según la cual los individuos se embarcan en un proyecto de self en el cual experimentan ocasiones en las que los eventos se unen de forma tal que el individuo se encuentra ante una encrucijada en su existencia o adquiere información que trae consecuencias decisivas para él (Thompson et al. 2000: 39). La diferencia radica no sólo en el peso que se concede a las evidencias narrativas de los momentos críticos, sino a la relativa distancia que se toma frente a los balances decisionales que el sujeto realiza desde un cierto modelo de autonomía en la propuesta de Giddens, lo cual no es siempre el caso en las transiciones estudiadas por Thompson y colaboradores, como no lo es con frecuencia en el contexto de la explotación sexual y la prostitución, en el cual, por el contrario, hay a menudo ostensibles muestras de un constreñimiento de la acción.

60Los ejes transversales, entre tanto, corresponden al contexto socioestructural dentro del cual se producen comunidades, familias y sujetos con determinados rangos de vulnerabilidad o de afectaciones. Ellos se pueden expresar bajo la forma de dispositivos culturales, políticos y de la estructura económica.

61Finalmente, la normalización alude a estructuras, elementos y actores que conforman la base de aceptación y legitimación de una determinada práctica social. Ello supone un ejercicio de actualización permanente, tanto comunitario como institucional, tanto privado como público, de contradicciones y malestares del conjunto social, bajo la idea de que aunque se reconoce al Estado como garante político de los derechos, la posibilidad efectiva de su observancia o de su vulneración se explica mejor bajo un modelo de corresponsabilidad social.

62En un ejercicio de expansión de la idea de configuraciones críticas a los modos de construcción del tiempo y el cuerpo que configura nuestra hipótesis, podríamos afirmar, entonces, que los procesos de subjetivación podrían modelizarse igualmente como un sistema dinámico de correspondencias entre un componente preconfigurativo que consiste en la construcción social de la disposición subjetiva, un componente constituido como condiciones de posibilidad por ejes transversales de construcción del entorno social y la existencia normalizada de tipos de experiencias o de prácticas concretas.

DIMENSIÓN NARRATIVA DE LAS CARRERAS PERSONALES

63No obstante algunas referencias previas, nos parece importante aludir brevemente a lo que consideramos la dimensión narrativa de las carreras personales que en los proyectos referidos se han denominado con ese mismo término o que han acudido a los de cursos vitales o trayectorias vitales.

64Las carreras personales son procesos de flujo temporal a través de la vida, siempre localizados en una situación social específica, por lo que pueden considerarse un interjuego entre los planos individual y colectivo, el cual comporta dimensiones de tipo práctico y de tipo moral.

65El término evoca una investigación de Ervin Goffman publicada en 1961, en la que define carrera como “cualquier trayectoria social recorrida por cualquier persona en el curso de su vida” y plantea como una gran ventaja la ambivalencia misma del término:

Por un lado, se relaciona con asuntos subjetivos tan íntimos y preciosos como la imagen del yo, y el sentimiento de identidad; por el otro, se refiere a una posición formal, a relaciones jurídicas y a un estilo de vida, y forma parte de un complejo institucional accesible al público. (Goffman 1998: 133)

66Si la dimensión práctica hace referencia a lo fáctico, a los cambios individuales de posición o al logro de metas significativas en una institución específica o en el conjunto del entramado social, la dimensión moral se refiere “a la secuencia regular de cambios que la carrera introduce en el yo de una persona, y en el sistema de imágenes con el que se juzga a sí misma y a las demás” (Ibíd.: 133).

67Si tanto la carrera práctica como la carrera moral de una persona son producciones situadas, en la medida en que se localizan en un contexto social específico y siempre se acompañan de un conjunto de carreras de otros u otras, hay que decir aún que la carrera moral se muestra bajo la forma de justificaciones y argumentaciones —y allí radica su carácter narrativo—, con la finalidad de que la propia persona construya un sentido para su carrera práctica y lo haga inteligible a los demás. Con ello, podemos agregar que toda narrativa individual se sitúa en el contexto de narrativas colectivas y que en el interjuego entre ellas se sitúa el proceso constituyente del sí mismo, a la manera de proyectos de identidad.

68Lindesmith, Strauss y Denzin (1999) han demostrado, por ejemplo, que las carreras no están en ningún momento bajo el control total del sí mismo, principalmente por su dimensión interactiva e institucional. Aunque muchas carreras son opcionales, la carrera moral personal no lo es: cada individuo cuenta con un conjunto de recuentos o relatos que explican y justifican su estatus actual.

69Los mismos autores han planteado cómo las identidades individuales y las carreras morales se construyen en interdependencia con la pertenencia a mundos sociales. Esto significa que los cambios objetivos en la acción y el estatus tanto individuales como en los grupos de referencia: el mundo social disponible causa cambios en las carreras morales y, por ende, en las narrativas de justificación.

70Ello nos conduce a identificarnos plenamente con la perspectiva de Thiebaut (1992: 71-72), para quien

[…] los espacios morales en los que operamos... no sólo funcionan como el soporte de la tela en un cuadro, que acepta ‘pasivamente’ el ejercicio pictórico. Los espacios morales comportan también formas de identidad moral, pues estas son formas de ubicación contextual y formas de orientación en aquellos espacios. Esos espacios deben ser cartografiados, explorados, fijándonos en aquellas distinciones cualitativas que componen nuestro bagaje moral […] Ese uso y ese recorrido, ese itinerario moral, nos lleva a la idea de la construcción narrativa de ese sujeto que realiza tal viaje.

71En esta idea de la subjetividad asociada a las metáforas del viaje y la cartografía, elaboramos en la investigación “Concepciones de vida y muerte en jóvenes urbanos” la noción de “mapas vitales” (Serrano y Sánchez 2000). Consideramos los mapas vitales como modos de representar los cursos vitales de los sujetos que operan como los mitos con los cuales se teje la narración de sí; los tiempos y los espacios que instauran la subjetividad confluyen en ellos y se convierten en claves con las cuales se conforman las biografías. Por eso, los mapas vitales son también guías con las cuales se recorren las historias vitales no sólo hacia el pasado que les da memoria sino hacia el futuro, en el sentido de orientación y sentido. Así, entendimos en tal investigación a la narración como el acto que instaura la subjetividad, siendo las narraciones vitales, las biografías narradas, los mecanismos que permiten navegar tales subjetividades.

GÉNERO, JUVENTUD Y SUBJETIVIDAD

72Lo anterior nos sirve para abordar otro aspecto de la hipótesis que queremos explorar finalmente: si género y juventud establecen coordenadas en la subjetividad, son en ese sentido mecanismos mediante los cuales se subjetivan, se configuran los sujetos de un modo u otro en su doble dimensión de sujeción y singularización; tanto género como juventud pueden entonces entenderse como modos de inventarse a sí mismos, a veces con lógicas parecidas, a veces diferentes, pero todas teniendo en el cuerpo su lugar de realización. Para finalizar vamos a proponer una serie de pistas del modo en que se da tal invención de sí y que pueden aplicarse bien a un sujeto social particular como el joven o bien a la subjetividad en general.

CUERPO VIVIDO

73Lo que hacemos con el cuerpo, lo que experimentamos a través de él y la forma en que nos realizamos en él están marcadas por el género y las temporalidades de los ciclos y momentos vitales; resulta llamativo encontrar en muchas expresiones culturales juveniles formas de conspirar junto o contra las instituciones en la formación y disposición cambiante de cuerpos generizados y etáreos, o bien de cuerpos degenerizados y no etáreos. Con mayor frecuencia la creciente investigación sobre jóvenes y género muestra que las generaciones recientes no son necesariamente las que más cuestionan o renuevan los roles tradicionales de género y sexualidad, aunque sean las que tengan que vivir los ajustes y transformaciones de los mismos. Sin duda la modernidad y su discurso sobre la adolescencia luchó por imponer un cuerpo determinado por la heterosexualidad, dicotomizado entre lo masculino y lo femenino como polos excluyentes y jerarquizados, cuerpo pulsionado por la edad y la necesidad de la identidad, que también produce lo abyecto, lo que no es aún sujeto, lo que está fuera o contra lo social/natural, lo no humano.

DESEO Y REPUDIO

74En esta vivencia del cuerpo, el tema del deseo aparece como fundamental. Deseo y a su vez repudio del mundo adulto por el mundo juvenil, que se expresa en esa tendencia a juvenilizar la cultura y a prolongar la juventud fuera de los lugares de los propios jóvenes y que va a la par de la permanente asociación entre lo juvenil y lo peligroso, lo que atenta contra el orden y la norma. Mientras algunos jóvenes producen cuerpos no generizados desde las lógicas tradicionales, cada vez pasamos con mayor frecuencia a vivencias sexuales no normativas, no productivas en primera instancia que pugnan por no ser capturadas por la maquinaria del capital y la reproducción en serie. Así, se puede observar en los canales juveniles la producción tanto de cuerpos bellos y laboriosamente formados y mantenidos junto con cuerpos grotescos, casi sacados de sí y convertidos en fluidos como se observa en muchos de los programas juveniles favoritos —en programas como “Jackass” o “I bet you will” del canal MTV muchos de los concursos favoritos implican la ingestión de sustancias repugnantes, la resistencia a vomitarlas, el untar el cuerpo con las mismas, todo claramente expuesto en primeros planos para la cámara—. Otra forma en que el deseo actúa sobre los cuerpos juveniles se relaciona con la anorexia y la bulimia, entendidas no como desordenes de la nutrición y la figura corporal sino como cambios en el deseo de vida y la relación con la muerte, que hacen parte precisamente de esta tensión entre deseo y repudio que queremos señalar.

FRAGILIDAD DEL GÉNERO

75La necesidad de la reiteración del género y la sexualidad mediante un sinnúmero de prácticas y discursos pone en evidencia su fragilidad: la condición de edad hace que las y los jóvenes no estén aún en las vivencias de género idealizadas o “hegemónicas”, y tampoco se encuentran subordinados a ellas del mismo modo: las masculinidades de los hombres jóvenes y los hombres adultos no son iguales, ni lo son las feminidades de las de las mujeres jóvenes y adultas. Sin embargo, sigue estando presente la inquietud por dónde se está dando el cambio en las cuestiones de género y sexualidad juvenil pues lo máximo que se constata hoy es la integración de un discurso políticamente correcto, en el mejor de los casos.

76Resulta pertinente indagar, además, por la eficacia de la maquinaria que podría terminar atrapando a los que parecen los cuerpos más paradojales: los de jóvenes que se oponen en su vivencia cotidiana a los sistemas hegemónicos del género y la sexualidad, sea en la construcción de su apariencia, sea en una orientación del deseo que aparezca como fuga a lo que se ha dado en llamar la heterosexualidad compulsiva como patrón cultural: su constitución en agentes colectivos no hace prever nada acerca de su capacidad de desestabilización. Queda el riesgo de que sean presa fácil de los circuitos comerciales y de la publicidad, de las dinámicas electorales más anacrónicas o incluso de derechos concedidos por la presión de formas de movilización social que terminen asimilándolos a los patrones heteronormativos que justamente siempre los ha excluido. La pregunta queda abierta.

Bibliographie

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Notes de bas de page

1 Prevemos esta variable como significativa en el contexto colombiano, en el que el abordaje investigativo de los cambios y las formas de afectación en la subjetividad de las personas en situación de desplazamiento forzoso por la violencia es aún muy débil, por no decir nulo.

2 Unos esbozos de una relación más compleja se encuentran en el artículo “Jóvenes, vulnerabilidad y sida” (García 2003a).

3 Nos referimos al proyecto “Construcciones de lo materno y lo paterno en madres y padres adolescentes” (2001), financiada por la Universidad Central y la Fundación Carlos Chagas, de Brasil.

4 Esta categoría ha sido elaborada también por Ernesto Laclau, con una referencia mucho más cercana a los procesos de subjetivación en el ámbito de las transformaciones políticas globales y de las reconversiones de la izquierda. Se recomienda mirar Laclau (2000) y Butler, Laclau y Zizek (2003).

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