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Entre el estigma y la melancolía

Pistas sobre subjetividades contemporáneas en la Región Surcolombiana1

p. 73-87


Texte intégral

1Sobre los territorios y culturas que integran la zona oriental de la llamada Región Surcolombiana existen hoy estudios que caracterizan algunas de sus comunidades o abordan dinámicas económicas, conflictos políticos y catástrofes sociales.2 Sin embargo, no encontramos muchos trabajos que examinen cómo los habitantes se conciben a sí mismos en el conjunto del territorio referido.3 Por esta causa, en las páginas que siguen, queremos explorar la constitución de las subjetividades que se han ido dando allí durante las dos últimas décadas del siglo xx.

2En un trabajo anterior que se ocupaba de tejidos comunicativos, memorias e imaginarios de futuro en Neiva, Florencia, Mocoa, Pitalito y La Plata, señalábamos que el territorio bajo sus influencias no sólo estaba atravesado por la guerra —como es de conocimiento común para los colombianos— sino que presentaba un panorama desolador: abandono estatal, altos índices de desplazamiento, desempleo, corrupción administrativa, deterioro del medio ambiente, violación de derechos humanos, problemas de salud mental, suicidios, homicidios y anuncios de la compulsión consumista (Torres y otros, 2003). En este contexto, resulta entonces pertinente preguntarse cómo hacen sus habitantes —en medio del ataque a su confianza básica y el riesgo de sufrir atentados contra su integridad— para construirse a sí mismos. ¿Cómo se observan, se analizan y consiguen o no asumir el curso de sus vidas?

3Para enfrentar este reto es preciso partir de reconocer que la subjetividad no es sólo la construcción de una autoconciencia —como aspiraba la modernidad— sino que ella emerge o se constituye en la medida en que se la narra —según se piensa hoy en sociedades donde no parece posible construir vidas coherentes, centradas en trabajos estables e identidades consolidadas, sino en las que los individuos están sometidos a adoptar identidades transitorias que, a la vez, suelen estar presionadas para que satisfagan las pulsiones del deseo.

4Estas circunstancias exigen acercarse con cuidado a las narraciones resultantes. Pues las crean unas personas que oscilan entre la búsqueda de su autonomía y la aceptación de sus dependencias, compromisos y límites. Además, es evidente que estas narraciones se producen en unos cánones literarios que llevan implícitos o explícitos los valores culturales hegemónicos y que no acostumbran corresponder a los hechos tal como pudieron ocurrir sino a la manera como se los recuerda.4

5En consecuencia, estas consideraciones nos llevan a admitir que una vía para explorar las subjetividades, en nuestro caso, es la de reseñar las narrativas externas a la Región y describir algunas de sus narrativas generales con el fin de explorar qué informan sobre cómo los habitantes construyen sus subjetividades.

6Para aproximarnos a ellas, evoquemos, a manera de contexto, una apretada síntesis de lo que sugieren las narrativas externas y, en ellas, las versiones periodísticas sobre lo ocurrido en la zona en estudio entre 1980 y 2000.5

LAS NARRATIVAS EXTERNAS

7Las narrativas externas son aquellas elaboradas por conquistadores, exploradores, viajeros, religiosos, novelistas, botánicos, periodistas e investigadores universitarios. Ellas hicieron ver la Región como un lugar de infinitas riquezas —entre otras, de caucho, petróleo, biodiversidad— pero también de infinitos peligros —debidos a una selva seductora y temible, poseedora de una zoología fantástica, indígenas caníbales, amazonas, chamanes, misioneros autoritarios y ambiciosos, colonos levantiscos, guerrilleros, narcotraficantes, raspachines—.6

8Asimismo, gracias a la política del chiste que surgió para subvalorar a los habitantes de las provincias y, en consecuencia, apoyar el proceso de centralización del país desde el siglo xix, a muchos de sus habitantes se los concibe como gente indolente, nativos perezosos y peligrosos: celios, traqueteños, brujos.7

9De paso, advirtamos que las narrativas académicas suelen tornar visibles a los habitantes de la región en tanto sus testimonios apoyen las hipótesis de los universitarios. Por su parte, la mayoría de las narrativas mediáticas hacen visibles a los pobladores si las noticias que ellos suscitan generan altos índices de sintonía (Torres 2002).

NARRATIVAS SOBRE UN TERRITORIO EN CONVULSIONES

10Al examinar las versiones periodísticas sobre la Región entre 1980 y 2000 encontramos que múltiples terremotos sociales la resquebrajaron desde el primer año citado. Entonces, las Fuerzas Militares bombardearon a los campesinos de El Pato generando su éxodo hacia Neiva. En 1984, el M-19 se tomó Florencia en medio de enfrentamientos que luego se conocerían como la guerra del Caquetá. En ese mismo año, los narcotraficantes asesinaron en Bogotá al ministro de Justicia, el huilense Rodrigo Lara y la guerrilla del M-19 pactó una tregua con el gobierno.

11En 1985, se produjo la avalancha del Nevado del Ruiz y la consiguiente desaparición del municipio de Armero. También la toma al Palacio de Justicia en Bogotá por parte del M-19, su posterior destrucción causada por la respuesta del Ejército y el combate subsiguiente, y a ello se agrega la muerte y desaparición de muchos de sus habitantes y ocupantes.

12Estos hechos convirtieron la zozobra en el pan cotidiano. De ello da cuenta el pánico colectivo ocurrido en Neiva el 6 de junio de 1986 por el rumor que circuló asegurando que se había roto la represa cercana. A los anteriores azares se suman desastres naturales como avalanchas —entre ellas, la del río Páez en junio de 1994, la de quebradas cercanas a Florencia en 1999 y las frecuentes en Mocoa—, o catástrofes como las tomas guerrilleras, los secuestros múltiples en los propios lugares de residencia y las casas bomba.

13Paralelamente a estos acontecimientos, cundieron las plagas de roya y broca que afectaron los cultivos de café en la Región y a las que se respondió con Tiodán —un veneno que contiene fuertes neurodepresores—. En el primer quinquenio de los ochenta, se extendió en esta zona el cultivo de la coca y, en el primer quinquenio de los noventa, el de la amapola, ambos estimulados por los grandes carteles de la droga.

14En reacción a estas siembras de uso ilícito, el gobierno promovió las fumigaciones aéreas con glifosato. Ellas no sólo atacaron sus objetivos principales sino que, además, afectaron la biodiversidad, las aguas, los ganados y a los pobladores. Por ello los campesinos tumbaron más selva para seguir sembrando coca y, de paso, continuar deteriorando frágiles ecosistemas.

15Asimismo, en los ochenta hubo paros cívicos en el Putumayo para conseguir servicios públicos. En 1994, los campesinos cafeteros huilenses exigieron el alivio de sus deudas, generadas en parte por la ruptura del Pacto Mundial del Café. En 1996, se levantaron los campesinos cocaleros en Putumayo, Caquetá y Guaviare contra las fumigaciones.

16Mientras tanto, en todos los municipios aumentaron los casinos, los bingos, las Play Stations y la prostitución juvenil. En estas condiciones, no es de extrañar que aumentaran las enfermedades coronarias y de salud mental, pero, sobre todo, que crecieran desaforadamente el suicidio y homicidio juveniles.

17Por su parte, en medio de estos procesos, los actores de la guerra a menudo fueron cambiando de alianzas: de enfrentar el gobierno, la guerrilla pasó a tener también tratos con los narcotraficantes para cuidarles cultivos o cobrarles gramaje; por su parte, estos últimos auspiciaron a los paramilitares; los paramilitares, a su vez, resultaron integrados con miembros de las fuerzas armadas, y algunos miembros de éstas fueron acusados de venderle armas a la guerrilla. Es decir, surgió una culebra que se muerde la cola y que plantea que el móvil central de la guerra se ha reducido a lo económico. Para mayor inri, todos los armados pusieron contra la pared a la población civil al exigirle que tomara partido.

18Esta lectura de noticieros y periódicos de diversa tendencia política que refieren la guerra, las catástrofes, los movimientos sociales y las enfermedades que asolan la Región, deja entrever que los habitantes están intimidados, los jóvenes no tienen muchas oportunidades —salvo las que puedan ofrecer el narcotráfico, la guerrilla, los militarismos o el clientelismo—, y se han deteriorado los ejes integradores de lo social al punto que prevalece la desesperación en la vida cotidiana y la indiferencia ante la muerte.

19En los anteriores contextos, ¿cómo los habitantes se observan a sí mismos, se analizan y deciden el curso de sus vidas? Para responder, acerquémonos ahora a las narrativas locales.

20Ellas se pueden subdividir en orales, escritas, y conmemorativas e icónicas. Entre las orales aparecen anécdotas e historias de vida. Entre las escritas están crónicas, novelas, memorias, biografías, autobiografías, testimonios, ensayos de historia local, estudios universitarios sobre los procesos regionales, planes de desarrollo. Entre las conmemorativas e icónicas, valga mencionar las versiones del pasado que proponen las ceremonias y los monumentos oficiales.

LAS NARRATIVAS LOCALES

NARRATIVAS ORALES

21Entre éstas aparecen las de los ancianos que se apuran a contar sus vidas a quien pueda escucharlos. También las de los adultos que exponen sus peripecias de infancia o logros vitales en conversaciones de sobremesa o encuentros con amigos. Asimismo, cuentan las de las mujeres mayores que, en los repasos de los álbumes familiares hechos por lo general después de entierros y matrimonios, reelaboran la historia de la familia en conjunto con sus familiares y frente a sobrinos y nietos (Torres 1991 y 2001) .

22A ellas se añaden las de las madres comunitarias que, en su mayoría, proceden del mundo rural; han perdido en el conflicto a padres, hermanos o novios, en cualquiera de los bandos enfrentados; muchas han tomado la iniciativa de venirse a la ciudad e incluso de separarse de sus parejas; han obtenido reconocimiento en sus comunidades —como para recibir el calificativo de profesoras— y se han organizado en sindicatos con el propósito de exigir no sólo condiciones laborales dignas sino también acceso a la universidad (Polanco 2002).

23Al lado de las anteriores narrativas emergen las de muchos niños, plenos de desconciertos por tomas y atentados, que temen que sus adultos mueran o los abandonen y, por ello, se dan las trazas para reconstruir la historia de sus padres y parientes cercanos. Entre éstas se destaca el caso de un niño en tránsito a la adolescencia —según los patrones estadísticos— y quien debió desplazarse a un asentamiento en Pitalito con su madre y sus hermanos luego del asesinato de su padre en Doncello, Caquetá. Este niño tiene dificultad para narrar su caso, sólo atina responder preguntas pero lo hace de manera muy insegura, está ajeno a las compañías y juego comunes a su edad y, además, está obligado a trabajar para contribuir al sustento de su familia.

24Estas narrativas orales, por supuesto, están condicionadas por los interlocutores, los contextos, y las formas en que se elaboraron: en conversación informal, entrevista individual, colectiva o en taller, y en donde se propuso hacerlas de manera cronológica desde la infancia hasta el presente. Describamos, por ahora, sus temas y metodologías.

25Los ancianos, por ejemplo, reconstruyen sus trayectorias personales y recuerdos de tiempos pasados. Los relatos y anécdotas de los adultos insisten en volver a sus experiencias. En cambio, en las narrativas que propician las mujeres, el relato no se centra en el yo de los narradores masculinos y en anécdotas con presunciones épicas sino en la evocación de los otros y en historias domésticas. Las narraciones de las madres comunitarias, a su vez, recuentan sus tragedias familiares por causa de la guerra y las desalentadoras condiciones laborales. Los niños, por su parte, más que contar historias hacen preguntas para construir sus propios relatos o revelan sus perplejidades.

26Mientras tanto, las narraciones que tejen las memorias sociales se centran en momentos gratos del pasado —como fiestas o inauguración de obras de infraestructura—, evocan leyendas urbanas según las cuales sus municipios están protegidos por un santo o por comandantes de la guerrilla nacidos en los mismos y tienden a eludir o borrar ciertas catástrofes naturales o tomas guerrilleras, o a contarlas apelando a lenguajes eufemísticos o neutros. Ocurre, asimismo, que los recuerdos más comunes a la mayoría de la población no evocan hechos cronológicos que vayan más allá de medio siglo atrás (Torres y otros 2003). Por su lado, los intermitentes movimientos sociales indican que muchos grupos de pobladores —campesinos, madres comunitarias, maestros, obreros del petróleo— mantienen una memoria de sus reivindicaciones gremiales.

NARRATIVAS ESCRITAS

27Al pasar a examinar las narrativas locales escritas, encontramos que las monografías sobre historia local se caracterizan por ser una esforzada recopilación de documentos y enumeración de datos que enuncian los hitos de la elite hacendataria y clerical pero, desafortunadamente, sin mayor interpretación crítica. Con todo, trabajos académicos —como los dirigidos por Bernardo Tovar— abren el camino a una investigación más preocupada por la calidad de las fuentes, los modelos de interpretación y las formas en que se representa la historia (Tovar 1994 y 1995). Empero, hasta ahora estos resultan un tanto ajenos a temáticas —como las religiosidad popular o la historia y políticas de la memoria— y a voces subalternas como las de los campesinos, los maestros o los jóvenes.

28Al ahondar en las crónicas, encontramos que ellas se pueden clasificar por etapas pero que, sobre todo, generan algunas preguntas.8 En primer lugar, se encuentran las de Ramón Alvira y las del parlamentario Anselmo Gaitán Useche, publicadas entre las décadas del veinte y cuarenta del siglo pasado, que trataban sobre aspectos de la vida cotidiana y política o hacían síntesis de los procesos del periodismo neivano, y apelaron a la ironía y la crítica. Ellas eran resultantes del radicalismo liberal que se expresó en el Huila entre los finales del siglo xix y las primeras décadas del xx, y sufrió una persecución católica tan enconada que hasta hoy ha imposibilitado que en este departamento surja un diario liberal.

29Luego, en medio de La Violencia de los cincuenta, se encuentran las crónicas de David Rivera que añoraban un pasado idílico —de fiestas de San Juan, corridas de toros y paseos a ríos— como también lo hacían algunas de las de Saúl Perdomo y Alberto Vargas Mesa. Más tarde, en los ochenta, aparecen las de Eduardo Hakim, quien elige publicarlas en libros; en su primer texto —Neiva, Moscú e intermedias— narra vivencias como agregado cultural en Moscú y las de la elite neivana al viajar por Europa. En su segunda publicación —Los alegres bachilleres—, revive las aventuras de los jóvenes neivanos en los años cincuenta y sesenta, casi sin mencionar la guerra civil en la que se debatía el país. En el tercer libro —La piel de puercoespín— explora los avatares de la lucha política de Guillermo Plazas y Rodrigo Lara Bonilla pero considera que su relato es una novela. Frente a esta tradición, desde finales de los noventa se comenzaron a recopilar y escribir crónicas que intentaban abordar el presente de manera más crítica.

30Por otra parte, es necesario mencionar que en el Caquetá y el Putumayo no se conservan colecciones completas de sus periódicos y revistas que permitan indagar si antes de 1980 se produjo crónica y el tipo de la misma. Con todo, la revisión de periódicos como El Putumayo, Caquetá histórico, Diario del Caquetá o Colono del Sur, entre otros, revela que han publicado relatos sobre las leyendas del entorno, los esfuerzos de colonos, dirigentes, gremios y algunos textos sobre la vida social. Hoy circulan libros como el de Félix Artunduaga, El día que la guerrilla se metió a Florencia (1998), en el que se usan técnicas novelescas para narrar la toma que el M-19 hiciera a esa capital en 1984, o crónicas ilustradas que relatan el proceso de crecimiento urbano y de infraestructura de la ciudad, ciertos hechos relevantes y la mención a personalidades e instituciones.

31En consecuencia, la crónica parece ser el género más frecuentado como corresponde a una cultura oral donde impera el relato y donde los periódicos locales circulaban con pocas páginas y frecuencia irregular. Interesa añadir que la crónica empezó dando cuenta de las fiestas pero, sobre todo, de los encuentros y conmemoraciones de las elites.

32Por eso no se contó en su momento con una que narrara el conflicto que se vivió en Neiva durante el reinado con el que se celebraba la llegada del tren a la ciudad en 1938, como lo hizo Luis Leyton en los ochenta. Tampoco hubo otras que relataran el pleito que se dio en otro reinado en 1952 que supuso la intervención del ministro de gobierno, o que narraran la historia de los socorristas que se perdieron en la cordillera oriental al intentar auxiliar a los posibles sobrevivientes de un avión siniestrado a principios de los sesenta —como sí lo hiciera el enviado especial de El Espectador Germán Pinzón—. O que abordaran sobre el humo de los acontecimientos el terremoto de 1967 y la supuesta ruptura de la represa de Betania en 1986. Pero, a más de estos constantes desfases con los hechos y el evocarlos en momentos de nostalgia, importa llamar la atención sobre el hecho de que algunos cronistas presenten sus trabajos como ficciones o novelas: ¿indica ello que no conocían las diferencias entre los géneros, querían magnificar a sus personajes o, en el fondo, temían retaliaciones por sus escritos como ocurriera con Reinaldo Matiz en 1924?

33Al acercarnos a las novelas, encontramos que ha habido preocupación por abordar la vida cotidiana y la historia regional. Así La Venturosa (1939) de Ramón Manrique relata la guerra de los Mil Días y, dentro de ella, la batalla de Matamundo; por otra parte, recrea leyendas regionales, describe creencias religiosas y prácticas sociales, y recuerda familias antiguas. A la sombra del sayón (1964) de Augusto Ángel Santacoloma cuenta las luchas de Reinaldo Matiz y su asesinato y lo compara con la figura de Jorge Eliécer Gaitán. Así es la vida amor mío (1996) de Benhur Sánchez vuelve sobre esta tragedia y la narra desde diversas perspectivas pero, en particular, explorando las circunstancias y motivaciones del homicida. El tropel tama (2000), de Marco Fidel Yukumá, rescribe la historia de los indígenas de la región —en especial, los nasa— y su confrontación con Belalcázar, pero vislumbrando la posibilidad de trascender a lo simbólico.

34Como se ve, la novela tampoco escapa a la tentación de partir de la historia para reinventarla y, además, dejarse llevar por el peso de la nostalgia. También se advierte en su lenguaje un alto peso de lo oral, cierta falta de confianza en los propios recursos literarios que lo lleva a usar fotos para ganar credibilidad y, sobre todo, el hecho de que, a pesar de los monólogos incluidos, los personajes no revelan mucha conciencia de sí (Sánchez Suárez 1987 y 1994).

35Los libros de cuentos, por el contrario, en lugar de irse hacia el pasado distante y evocarlo de manera nostálgica o bajo el supuesto manto de la ficción, examinan críticamente el pasado próximo y el presente aunque su ángulo de observación suela ser el poco abierto de un narrador en primera persona. La paz de los carteles, de Humberto Tafur es una evidente reflexión sobre La Violencia. Los días de la espera de Luis Ernesto Lasso examina el doloroso descubrimiento del entorno autoritario pueblerino y la aproximación al sí mismo por parte de un muchacho en tránsito hacia la edad adulta (Tafur 1968 y Lasso 1970).

36A su vez, las autobiografías son escritas por miembros de la elite política, clerical o empresarial y su intención es la de dejar memoria sobre sus esfuerzos y gestiones —sin analizar de manera detallada los contextos en los que las realizaron— y a veces la de justificar algunas de sus acciones y pasar una no muy sutil cuenta de cobro a sus conciudadanos. Contrasta con ellas el tono franco y polémico, en ocasiones, de las memorias de Pedro Almario que relata las aventuras y disputas de quien consolida una fortuna con base en su batalla contra la naturaleza, construye una familia y, debido a su empeño, se convierte en líder gremial, dirigente cívico y patriarca. Los rigores de la guerra que lo obligan a abandonar sus fincas y recluirse en Florencia para insistir en ciertos hechos que sus conciudadanos olvidan y en cobrarles las ingratitudes con gobernantes de espíritu cívico.9

37Por su parte, las biografías hacen uso del utillaje conceptual y metodológico de la historia pero esto no les impide caer con frecuencia en la hagiografía.10 Entre los testimonios se encuentran el de un líder popular que continuó con sus empeños a pesar de haber sido víctima de un atentado que lo redujo a una silla de ruedas, y el de una muchacha de Pitalito que expone la tragedia vivida al intentar construirse como mujer adulta, por fuera de los opresivos paradigmas tradicionales y en medio del lastre de la infancia, los desdenes y maltratos del machismo, la bohemia y la falta de oportunidades. A ellos se añaden los testimonios de jóvenes reinsertados —una muchacha de Mocoa, un joven de Baraya— que hablan no sólo de la falta de oportunidades ya mencionada sino también de las profundas heridas psicológicas que tienen y las atrevidas estrategias con que pretenden repararlas (Osorio Valenzuela 1998, Murcia 2000 y González Uribe 2002).

38Al lado de las anteriores narraciones, están los Planes de Ordenamiento Territorial, de Desarrollo Departamental o Municipal que vendrían a proponer las nociones oficiales de futuro. En ellos, se advierte una muy incipiente tendencia a hacerlos de manera participativa e, incluso, comunitaria, pero prevalece el hacerlos sin consulta, elaborados por expertos, consensuados de acuerdo con las correlaciones políticas y de los que se entregan pomposos informes de gestión pero cuyo cumplimiento resulta difícil de evaluar. Ello indica que aún no se ha construido una cultura de la participación, de la evaluación y del pensarse en el largo plazo. Por su parte, los imaginarios de futuro de los gremios proponen prospectivas a veinte años, pero al mismo tiempo son productos de expertos instrumentales que desconocen las expectativas y culturas de la población.

NARRATIVAS CONMEMORATIVAS E ICÓNICAS

39En estas otras narrativas encontramos las visiones sobre el pasado o memorias que proponen las administraciones públicas en conmemoraciones y monumentos. En el caso de Neiva, Florencia, Pitalito y La Plata, advertimos que se transformaron entre 1980 y 2000, pues pasaron de celebrar los próceres nacionales para comenzar a reconocer personalidades locales y a exaltar los oficios populares. Estos cambios, en parte, fueron consecuencia de la descentralización administrativa y de la elección popular de alcaldes que obligó a los elegidos a preocuparse por las memorias de los electores.

40Sin embargo, a menudo, estas versiones del pasado no obtienen la recepción activa de las comunidades ya que no se sienten representadas en esas conmemoraciones y monumentos o desconocen la historia de los próceres que se celebran; por ello, generan contramemorias burlescas. Con todo, en ocasiones las comunidades celebran los cumpleaños de sus barrios, rinden homenajes a sus líderes o a personas que les han contribuido. También, a veces, pintan en murales la historia de sus esfuerzos.

CONCLUSIONES

41Como se puede advertir, las narrativas orales de hombres ancianos y adultos se centran en hechos que, por lo general, los tuvieron a ellos como protagonistas o partícipes de eventos relevantes. Estas narrativas se basan en la descripción y el diálogo y, en ocasiones, dan pie para contrastar los tiempos idos con los presentes. Los narradores se observan a sí mismos y a sus interlocutores en el curso de la construcción de su relato con el fin de repensarse en voz alta y promover una imagen suya ante los otros. Se reconstruyen a partir de la expectativa de sus escuchas. La mayoría de las veces su intención es la de proponerse como ejemplo, la de dar una enseñanza y contribuir al mejoramiento de la vida de sus escuchas.

42En cambio, las narrativas conducidas por mujeres son más abiertas y polifónicas pues las construyen en colectivo con otras mujeres de la familia y en ellas posibilitan que los hijos, sobrinos o nietos intervengan con preguntas con el fin de tejer las propias versiones de la historia doméstica. En esta labor hay más lugar para el análisis empírico de los rasgos psicológicos de los demás miembros de la familia y, de manera implícita, de los rasgos propios. Aquí se crean los espacios para el arraigo familiar pero éstos tienden a desaparecer debido, en parte, a la disolución de los tejidos parentales y a que rituales como matrimonios y entierros han perdido convocatoria.

43Entre tanto, un buen número de los testimonios que conceden las madres comunitarias empieza por narrar el hecho traumático —la violencia intrafamiliar o el asesinato del padre, un hermano o el compañero sentimental por uno cualquiera de los bandos en pugna— que las llevó a la decisión de tomar las riendas de sus vidas. Pero no son narraciones que soliciten compasión sino unas que se limitan a describir los hechos, incluso desde una cierta distancia, como si el hacerlo las ayudara a elaborar sus duelos, a reconstruirse, a narrar los logros que han conseguido en sus trabajos tal vez para probarse que han dejado el trauma atrás. Es posible que estos esfuerzos estén en el origen o sean resultantes colaterales de los procesos de organización sindical que han adelantado para conseguir unas mínimas condiciones de infraestructura y seguridad en sus empleos. Al contrario de ellas, está el caso de parálisis emocional del adolescente desplazado en Pitalito que descubre una memoria traumada.11

44Por su parte, las narrativas escritas reseñadas mencionan hitos de individuos y elites o abordan acontecimientos de los municipios sin dar mucha cuenta de los contextos y las dinámicas sociales. Lo hacen, además, de manera cronológica y usando géneros como la crónica, la biografía, la autobiografía, el testimonio, el apunte histórico. El que estos trabajos muestren poco interés por las dinámicas sociales y recurran a la cronología lineal, sugiere que sigue pesando en los autores la concepción que ve a la historia como el recuento de una serie de hechos que cambiaron las sociedades generados por individuos excepcionales. La nostalgia que subyace a muchos de estos relatos indica cierta incapacidad para enfrentar las nuevas condiciones del presente. Estos rasgos explican en cierta medida el que en la zona impere un pensamiento mesiánico, autoritario y conservador.

45De ahí que no resulte extraño que las autobiografías no se detengan mucho a observar y analizar el yo, al menos según las pautas de la modernidad que lo concebía como centrado en el imperativo de conocerse a sí mismo y, por ende, de construirse un proyecto de vida coherente y estable. Las autobiografías resultan entonces enumerativas, autocomplacientes y ensimismadas, pues casi no dialogan con la propia Región, el país y el mundo. De ello también dan cuenta algunas crónicas como el relato de viajes Neiva, Moscú e intermedias, en el que los protagonistas observan las capitales europeas de manera socarrona —contrastando siempre con lo que acá les parece lo insuperable del “mejor vividero del mundo”— pero, a la vez, las contemplan de manera deslumbrada, pues quieren descubrir lo que les parece digno de imitar. Es decir, oscilan entre el chauvinismo exaltado y la veneración acrítica de lo ajeno.

46Los testimonios, por su lado, al ser dispuestos de manera cronológica, recuentan los acontecimientos de la vida hasta llegar a las crisis que en ellas se dieron pero sin ahondar en las mismas y proceder a su examen. Ello hace que, en determinados momentos, los lectores vean al narrador adulto o al joven y a las jóvenes narradoras como víctimas de unas circunstancias sociales, culturales, políticas y militares que aparentemente escapan a su comprensión. Sin embargo, al observar que los entrevistados enfrentan sus marginaciones con suma decisión a partir del impulso de sobrevivir, construir en colectivo, proteger a su descendencia o ansiar la venganza, es posible inferir que ellos tienen conciencia de su trauma e intentan verbalizarlo para comprenderlo.

47A su vez, los monumentos y las conmemoraciones oficiales compiten con las populares, con las memorias sociales orales, con los recuerdos comunes —o memorias públicas—, por quien impone la memoria local. En ellas hay concepciones contrapuestas de la historia, olvidos —a menudo deliberados— y desconocimientos. Con todo, las propuestas oficiales sobre la historia local o el futuro no tienen mayor incidencia en la población y, en especial, no parecen interesadas en aclarar las violencias antiguas y recientes —entre ellos, el genocidio contra los militantes de la Unión Patriótica UP— para contribuir a elaborar sus duelos. No imitan ellas a las familias que, por ejemplo, se empeñan en colocar una cruz para recordar sus muertos a la orilla de las carreteras donde fallecieron.

48En consecuencia, estas narrativas revelan que mientras las memorias oficiales, las crónicas, las autobiografías y las narraciones masculinas orales adultas reseñadas se elaboran desde una concepción acontecimental de la historia, desde la nostalgia y una perspectiva de poder —y en los últimos dos casos desde una enunciación individual—, las femeninas apelan más a la construcción colectiva y, en las de algunas madres comunitarias, hay un trabajo de duelo. A su vez, las novelas se aproximan a momentos cruciales del proceso regional como son los conflictos entre los indígenas y los conquistadores, entre las elites y el pueblo llano, entre las visiones del honor y del progreso, mientras los libros de cuento quieren explicarse los huracanes del presente colectivo e individual así no cuenten con la distancia temporal necesaria para ello. Por último, los testimonios presentan vidas atropelladas por las desigualdades sociales y el conflicto pero que luchan para no ahogarse en el naufragio.

49Si a más de lo anterior recordamos que el rumor ha generado pánicos colectivos —como el de Neiva en 1986—, que ciertas leyendas urbanas —como la de La Plata— sugieren el urgente deseo de protección y que el relato oral, los recuerdos comunes y la crónica periodística han tendido a abordar los acontecimientos festivos, a evocar idilios y a eludir los conflictivos, puede afirmarse entonces que los habitantes sobreviven en un angustioso estado de zozobra pero que la mayoría no tiene herramientas y espacios para verbalizarlo y comprenderlo a fondo.

50Sirva añadir al margen que estos contextos ayudarían a entender el hecho de que en la Región no exista un desarrollo significativo del género ensayístico sobre sus procesos socioculturales y que frente a las pocas producciones existentes algunos lectores reaccionen señalando que en ellas “se denigra de los coterráneos”.12

51Las narrativas locales, en consecuencia, viven una confrontación entre las que optan por no enfrentar los traumas que generan los procesos de sus sociedades y las que intentan desentrañarlos y elaborar los duelos individuales pero que aún no asumen las catástrofes colectivas. Desafortunadamente priman las primeras y ellas impiden enfrentar los traumas y construir una subjetividad emancipatoria. De ahí los altos índices de problemas de salud mental, adicciones, suicidios y asesinatos en la Región (Torres 1995 y 1996).

52En suma, pues, las narrativas externas presentan a la zona en estudio como un sitio interesante, seductor y peligroso pero plagado de riquezas. A su vez, las mediáticas enfatizan su carácter de territorio de conflictos con lo que estigmatizan a sus pobladores, y buena parte de las académicas la estudia desde perspectivas que invisibilizan a sus habitantes. Entre tanto, las narrativas locales se revelan como poco eficaces para dar cuenta de las complejidades de los procesos regionales y contribuir a la comprensión de los mismos.

53Es decir, que las subjetividades en la zona oriental de la Región Surcolombiana se están construyendo a partir de narrativas estigmatizantes externas y narrativas melancólicas o fetichistas internas (Freud 1917, Mitscherlich 1967) que generan baja autoestima, no ayudan a elaborar duelos, enfrentar el presente y preparar el futuro.

54Las respuestas a las narrativas estigmatizantes externas han sido campañas publicitarias —como aquella de don Próspero— que, por cierto, no han resuelto los problemas de autoestima de los habitantes del territorio en estudio. Las respuestas a las narrativas melancólicas han sido hasta ahora individuales. Si no se emprenden esfuerzos colectivos será muy difícil consolidar una sociedad sana que sea capaz de parar la guerra.

55Entre tanto, ¿cuáles son las subjetividades que se construyen en las escuelas públicas? Ese será el tema de los textos que siguen.

Bibliographie

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Notes de bas de page

1 Este trabajo presenta primeros resultados de la investigación “Procesos culturales y construcción de subjetividades en la Región Surcolombiana”, auspiciado por el Ministerio de Cultura, y en el que participa como coinvestigadora Hilda Soledad Pachón Farías.

2 Asumimos aquí como la zona oriental de la Región Surcolombiana la comprendida por el Departamento del Huila, el noroccidente del Cauca, el occidente del Caquetá y el norte del Medio Putumayo, puesto que sus territorios cuentan con unos procesos sociales comunes desde mediados del siglo anterior, perceptibles afinidades culturales, una situación de periferia excluida y una reciente integración vial.

3 Estas afirmaciones se basan en el análisis de la bibliografía patrimonial sobre la Región que estamos construyendo para el Centro de Documentación de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Surcolombiana.

4 Sobre autonomía y dependencia ver Morin (1994: 67-89). Sobre los cánones de las narraciones y la selectividad de los recuerdos ver Bruner (2002).

5 Para esta síntesis contamos con los apuntes de nuestra propia revisión de los noticieros televisivos nacionales, la revista Semana, y los periódicos El Tiempo y El Espectador de Bogotá.

6 Estas narrativas pueden partir desde las versiones de El Dorado y los apuntes de viaje de Humboldt Del Orinoco al Amazonas. Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente (1808-1834), pasar por los “Antecedentes documentales de la Comisión Corográfica en el Territorio del Caquetá” que forman la tercera parte de la obra dirigida por Codazzi (1857) y llegar a las novelas La vorágine de José Eustasio Rivera, Toá de César Uribe Piedrahita, a las crónicas sobre el tema de Germán Castro Caicedo y de Alfredo Molano o libros como los de Jaime Eduardo Jaramillo y otros (1986), Michael Taussig (1987), María Clemencia Ramírez (2001), Roberto Pineda (2001) y Guillermo González Uribe (2002). Incluimos entre las narrativas externas a La vorágine porque aunque trata sobre la Región y José Eustasio Rivera la terminó de escribir en Neiva, su circulación y repercusión ha sido internacional hasta el punto que los propios neivanos no la sienten muy cercana a ellos (Pachón, 1993).

7 No sobra insistir en que la política de subvalorizar al periférico o al colonizado es muy frecuente. Véase al respecto el libro de Alatas (1977).

8 Entre las crónicas, mencionemos las de Ramón Alvira en los años veinte y treinta del siglo pasado, las ocasionales del parlamentario Anselmo Gaitán Useche, las de David Rivera entre los cuarenta y sesenta, las que publicaba Alberto Vargas Mesa en el Diario del Huila (Neiva) en la década de los setenta, y los libros de Eduardo Hakím Murad: Neiva-Moscú e intermedias (1986), Los alegres bachilleres (1990) y La piel del puercoespín (1992). Agreguemos a ellos Neiva, nave, novia (2001), editado por Juan Carlos Acebedo, La ebriedad de los apóstoles y otras postales neivanas (2002) de William Fernando Torres, y la crónica ilustrada Florencia… Una mirada a nuestro pasado. Florencia cien años de historia (2002), de William Wilches.

9 Entre estas autobiografías, están las del exsenador Guillermo Plazas Alcid y la del obispo Ramírez que fueron publicadas como columnas dominicales en el diario La Nación (Neiva). También es preciso mencionar la de Jesús Oviedo Pérez, Yo, excelentemente bien. ¿Y usted? Autobiografía de un hombre de éxito (2001), y el libro de Pedro Antonio Almario que se titula Un colono caqueteño (1990).

10 Entre las biografías, recordemos las escritas por Delimiro Moreno sobre José María Rojas Garrido, Joaquín García Borrero y Misael Pastrana Borrero, la de Jorge Alirio Ríos sobre Reinaldo Matiz, El fusilado de Tibacuy (1990) y la de Reynel Salas sobre Julián Motta Salas (1991).

11 Según Susan Brison (1999), “un evento traumático es uno en el cual una persona se siente disminuida y desamparada frente a una fuerza que atenta contra su integridad. La destrucción del self en el trauma implica una ruptura radical de la memoria, una separación del pasado del presente y, por lo general, una inhabilidad para anticipar el futuro”. Añade esta autora que los sobrevivientes al trauma pueden encontrar vías para reconstruirse y asumir sus vidas por cuanto el self se basa en el lenguaje y la cultura y en las relaciones que ambos generan; por consiguiente, dependen de otros para su constitución y sostenimiento; de ahí que puedan restaurarlo en la medida en que lo verbalicen y narren.

12 Comentario del corresponsal de Caracol en Neiva, Ángel González Casadiego, en el noticiero matinal del 22 de septiembre de 2002.

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