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El duelo, la seducción y la coacción: mecanismos para forjar la identidad en la Colombia del siglo xx

p. 47-59


Texte intégral

PERSPECTIVA GENERAL

1Parece ser cierto que pertenecer a una región periférica nos obliga a pensarnos, como dice F. Braudel,1 como pueblos ingenuos y sin esperanza. Asimismo, nos obliga a acoger, dada nuestra desesperanza e ingenuidad, la verdad esgrimida por otros pueblos que durante un periodo histórico han ocupado el lugar del progreso y se han instituido en lo civilizado. Sin embargo, también parece posible cuestionar esas afirmaciones. Justamente, llevamos años aceptando las verdades de los intelectuales como Braudel, a pesar de que ellos mismos nos excluyen. Igualmente, seguimos insistiendo en alcanzar el progreso, empero hemos visto al desnudo la monstruosidad de su cuerpo social y hemos estado en contacto con la perversión de los códigos que configuran el espíritu de la civilización. No obstante, al mismo tiempo que intentamos acceder al progreso y tratamos de organizar su cuerpo y de configurar su espíritu, hemos instaurado una máquina de guerra, a través de la cual esgrimimos toda suerte de técnicas de duelo perturbadoras de esos procedimientos de instauración de lo verdadero.

2Esa incongruencia, por medio de la que buscamos asemejarnos y diferenciarnos de Occidente se inscribe en el terreno más general de las relaciones entre el dominador y el dominado que ha sido objeto de distintos tipos de interpretaciones. H. Bergson propone una basada en el estudio de las condiciones particulares del acontecimiento que entronizó a la especie humana. De acuerdo con sus premisas, el hecho de que la humanidad ha-ya desarrollado la inteligencia como un instinto la ha obligado a una lucha entre la especie y el individuo de forma que, mientras la especie se encamina a asegurar su supervivencia, el individuo se encamina a asegurar su conservación. Una de las maneras como se ha resuelto esa tensión, dice el autor, ha sido la puesta en marcha de estrategias de sociabilidad que, a su turno, mantienen una constante tensión entre los individuos y las sociedades, dentro del ejercicio del poder global y del poder local. Tales estrategias han desarrollado otro instinto que el autor denomina moral fabuladora.2 Mediante su despliegue se ha impuesto la fábula del develamiento, consistente en un conjunto de códigos que establece lo permitido y lo prohibido por medio de la atribución a las cosas del carácter de bondad y de maldad. Así, el conjunto de códigos fuerza a quienes están bajo su dominio a alcanzar un fin instituido como verdad, a través de las técnicas de seducción relativas al develamiento y a la conversión. No obstante, agrega Bergson, la relación entre la moral fabuladora y la experiencia deja un intersticio por el que se cuelan los afectos de la pasión y, a veces, los de la acción y retan a la fábula constantemente a duelo.3

3Mi intención al evocar esa interpretación no es erudita. Por el contrario, busca poner de manifiesto una óptica de pensamiento que se empeña en atravesar el territorio del lenguaje porque lo considera afín al de la fábula. Quisiera invitar al lector, entonces, a desplazar un poco la mirada para que, frente a la incongruencia entre la pertenencia y la diferencia, el con-junto de respuestas deje de ser del tipo de la fábula que se viene repitiendo desde hace tiempo, que proclama que los países del Tercer Mundo no poseemos la verdad de la razón y carecemos del cuerpo de la organización. Asimismo, que nuestra violencia obedece a nuestras fallas y que, en virtud de lo mismo, el oficio del intelectual supone develar lo que somos en relación con Occidente, por medio de diagnósticos que faculten las intervenciones necesarias para nuestra conversión.

4Nuestra línea de trabajo se ha empeñado, pues, en construir una vía para desplazar la mirada de ese campo problemático que intenta develar la verdad y la ha forjado, más bien, en el campo problemático que intenta construirla. Allí, en ese dominio, formula la pregunta por la cuestión de la identidad. Esta vía, a diferencia de algunos intentos que se hicieron durante los años setenta en Latinoamérica, no supone romper con Occidente para buscar una esencia propiamente latinoamericana. Tampoco supone romper con sus intelectuales. Igualmente, no pretende ir tras la búsqueda de una verdad, la nuestra, que se contraponga a la otra verdad, la de ellos. Más bien, esta vía ha buscado perfilar algunos de nuestros puntos de anclaje con ese Occidente que, al mismo tiempo, acogemos amorosamente y retamos constantemente a duelo.

5Prácticamente, lo que hemos intentado hacer ha consistido en poner en marcha una operación simple, pero a la vez compleja, basada en diferenciar el objeto del conocimiento del objeto empírico. El primero, a nuestro juicio, es una construcción, mientras que el segundo está conformado por un conjunto de acontecimientos que extraen su forma y su contenido del modo como se enlazan con esa construcción. Ello nos ha demandado, por un lado, romper con el supuesto aquel de que la naturaleza humana está previamente constituida por una esencia que es anterior al sujeto mismo y, por otro, romper con su consecuencia, aquella de que la tarea de lo humano y de la sociedad que le da vida reside en hacer posible el despliegue de esa esencia. En su lugar, hemos intentado hacer uso de otro supuesto que asume la verdad en tanto construcción (Spinoza),4 invención (Nietzsche)5 o producción (Althusser).6 Este supuesto diferencia el ámbito de las causas de aquél de los efectos y dispone la construcción de la verdad como lo propio de las causas, de modo que la verdad se corresponda con la invención de un campo problemático que selecciona y ordena los efectos al compás de su composición. Tal campo problemático, por otro lado, no descansa en el intelecto, sino que intenta construirse en una relación determinada entre el intelecto y las afecciones, de forma que se le abra algún camino a la manifestación de la experiencia exo-lingüística.

BREVE HISTORIA DE LA FAMILIA EN EL SIGLO XX

6Definimos cuatro momentos de transformación familiar en correspondencia con conjuntos de acontecimientos de transformación estatal, propios del capitalismo. El primero hace mención a la instauración del Estado liberal, en los años treinta. El segundo se refiere al asentamiento de una política benefactora, a partir de una primera extensión urbana, durante los años cincuenta.7 El tercero da cuenta de la política de propagación del Estado de bienestar por medio de una segunda extensión urbana, durante la década de los setenta. Finalmente, el cuarto se relaciona con la intromisión de la política neoliberal, en la década de los noventa.8

7Durante los años treinta, en nuestro país se impusieron varios requisitos relativos a la industrialización y concretados en la promoción de una masa obrera presta a integrar el colectivo del cual emanara el derecho capitalista. En efecto, el obrero ocupó un pequeño lugar desde el cual clamó por sus prerrogativas, lo que consolidó un código laboral con características liberales. No obstante, se interpuso a esa acción colectiva anónima, la acción de una alianza privada que, desde los altos lugares de su rango social, instaló su nombre en el lugar del trono y lo convirtió en la única materialización del derecho. Lo anterior dio origen a una forma de privilegio que incluyó como ciudadanos sólo a quienes cumplían con las disposiciones de ostentación de ese nombre y, junto con éstas, de ostentación de la propiedad.

8Dicha situación se manifestó en el interior de la familia, a través de la inserción de una jerarquía que hizo equivalente el estatuto de ciudadanía con el de la posesión y el de la ostentación del nombre. Así, por ejemplo, las familias de los estratos más pobres fueron obligadas a conformar tal jerarquía, de forma que sólo accediera al estatuto de ciudadanía el integrante que exhibiera tales cualidades objetivadas en fuerza, saber y posesión. No obstante, como en la organización de estas familias prevalecía la diferenciación de funciones de cada cual en virtud de las necesidades de la subsistencia, fue necesario, para cumplir con lo estipulado, asignar al padre la autoridad mediante el acto jurídico de la firma, lo que lo convirtió en el único titular posible y, por consiguiente, en el único con derechos. Esa situación tuvo dos impactos: en el ámbito privado, designó de función paterna la acción de administrar y de ordenar el gasto familiar, sin importar que los demás miembros también fueran proveedores, lo que subordinó a la mujer, a los hijos y a otros al mandato del padre. En el ámbito público, supeditó la autoridad paterna a la de los jefes de familia de las otras franjas sociales, lo que subordinó a esta familia a los sistemas de autoridad circundantes.

9Durante los años cincuenta se forjó otra manifestación capitalista a partir de la cual se logró una primera expansión urbana, que estableció una política benefactora dirigida a extender lo público y, a través de ella, a fabricar un estatuto de ciudadanía susceptible de escapar a la jerarquía impuesta. Efectivamente, la política benefactora extrajo el trabajo de la unidad familiar e instituyó al trabajador libre como el nuevo jefe, lo que provocó el derrumbe del principio de autoridad que sustentaba el derecho de ciudadanía en el titular. La destitución de la anterior jerarquía junto con la aparición del trabajador libre exigió la construcción de un sistema normativo apto para regir al nuevo colectivo en ciernes. No obstante, nuevamente la elite se inventó artimañas para prevalecer, esta vez amarradas en la producción misma de los códigos normativos. Por una parte, convirtió su moral particular en norma general y dispuso en lo social una serie de instituciones públicas en tanto las interceptoras del cumplimiento de tales reglas fruto de esas normativas particulares. Ello hizo necesaria la delimitación de una función de vigilancia que asegurara el acatamiento masivo de lo estipulado por la normalización. Por otra parte, le otorgó al trabajo la cualidad de prebenda, lo que convirtió a la masa obrera en el blanco de la caridad, a la vez que introdujo como condición de la ciudadanía, el beneficio privado.

10La imposición coercitiva de esas normativas particulares creó una resistencia en los sectores más pobres. De hecho, la acción de sujeción a los códigos civiles no se redujo exclusivamente a su acatamiento, sino que su observancia demandó de la obtención de beneficios adicionales para quien obedecía, los cuales se extraían subrepticiamente de quien imponía los códigos. Ello produjo en lo social la farsa de la homogeneización y asoció el estatuto de ciudadanía con la ganancia personal.

11Estos ejemplos muestran cómo la articulación entre normalización y derecho en los años treinta y en los años cincuenta combinó el procedimiento de construcción de la regla, característico del capitalismo, con aquél de imposición de la ley, particular del despotismo. En virtud de ello, la norma, parámetro occidental de medida de lo común, pese a que alcanzó en el país estándares de homogeneización, sobre todo distribuyó en el territorio del derecho, favores y deudas, imponiendo, en el espacio de lo público, la actuación de un tipo de derecho privado.

12Desde finales de los años sesenta, nuevamente se generaron rutas con miras a implantar el capitalismo, esta vez sustentadas en una política internacional cuyo funcionamiento exigía de todas las naciones la obtención de unos estándares mínimos de producción para formar parte del gran colectivo mundial. Esa situación favoreció, en cada país, la emergencia de disposiciones propicias a la conformación del capitalista y de la masa obrera, mediante procedimientos convenientes a la modernización de los procesos productivos.

13En nuestro país, se configuró un emplazamiento para la acción de la relación capital-trabajo y, a través de ella, se dio inicio a una extensión estatal, esta vez por la vía del obrero capacitado. Justamente, si la modernidad de los años cincuenta dio lugar a la ciudad, durante este período, la ciudad se convirtió en el foco de atención del capitalismo, lo que dio origen a una política tendiente a la construcción colectiva del Estado, donde el trabajador puso en marcha caminos de ingreso al espacio del derecho, distintos de aquellos de la coerción.9 Precisamente, la entrada masiva de un sector de la masa obrera a lo institucional produjo una democratización traducida en servicios, principalmente los de salud, educación y vivienda, característicos del bienestar social. Igualmente, dicha entrada originó un conjunto de reglas desprendido de la cohesión de masa que transformó la anterior forma normativa.

14Sin embargo, el procedimiento de extensión estatal no fue tan democrático como lo parece, ni permitió tampoco la emergencia de la masa anónima requerida por el capitalismo para poder entronizar su modo productivo. Ciertamente, la elite desarrolló estrategias que hicieron factible la preponderancia de su privilegio, las cuales terminaron por hacer sucumbir ese intento democrático. Ello fue congruente con el proceder de la jerarquía internacional que estableció una graduación de las naciones en Primer, Segundo y Tercer Mundo.

15Esa expansión del Estado se insertó en la familia por medio de la actuación de una dirección particular que concernía, principalmente, a un grupo conformado por los empleados públicos y por los obreros capacitados, quienes eran los únicos que podían gozar de un rango mínimo de injerencia en las disposiciones salariales. Ello configuró una política de bienestar, incluida en el salario, y encaminó a ese grupo de trabajadores a participar de la misma, la cual hemos denominado buena salud.10 A través de esa política se pusieron en marcha una serie de servicios y de acciones que reorganizaron la vida familiar, junto con las instituciones necesarias para su desenvolvimiento.

16En contraste con lo ocurrido en la generación de los años treinta que impuso la autoridad del padre y lo instauró en titular, la política de bienestar que prevaleció en estos años se apoyó en la madre y, por medio de la asignación de una función de vigilancia, le confió la tarea de inscribir a los integrantes familiares en la buena salud. La nueva función materna hizo indispensable la disposición de tiempo de supervisión, lo que permitió, sumergido en las pautas de la nueva política, la entrada del ocio en el espacio familiar de este grupo de trabajadores.

17Circunstancia que trastocó la autoridad familiar en esta clase media. En efecto, la inserción del tiempo del ocio, a la vez que desplazó al padre, empujó a la madre a salir del espacio doméstico y con ello, a esta mujer se le permitió acceder al trabajo y al ámbito de lo público. Allí, en su naciente lugar, a la madre se la instó a supervisar el cumplimiento de las disposiciones relativas a la buena salud. Surgió así el campo colectivo del derecho, particularizado en una zona donde la mujer vigilante fue confinada a seguir los lineamientos del rico, circunstancia que condujo a la familia a implantar un conjunto de pautas de crianza dirigidas a instituir ese determinado patrón de consumo como garante de la moral del grupo.

18Detengámonos en el término buena salud,11 que hace referencia a un conjunto de ordenamientos mediante los cuales se le agregó al salario un rango de valor de cambio, con miras a que el trabajador y su familia tuvieran acceso a los servicios ofrecidos a través de instituciones especializadas. Si en el periodo precedente, las instituciones de carácter público promovían una expresión de la autoridad que obligaba a sus beneficiarios a seguir sus cánones, en este periodo se dispusieron unas prácticas de socialización que lograron un acatamiento voluntario de los patrones en juego, por medio del montaje de instituciones que, si bien eran fruto del salario de los trabajadores, en su mayoría respondían a los lineamientos de la elite. Lo anterior tuvo varias repercusiones: en primer lugar, configuró una jerarquía sustentada en la capacidad salarial del trabajador que diferenció a la masa obrera de acuerdo con el número y la calidad de los servicios a los que cada grupo tenía acceso. En segundo lugar, entrelazó el deseo por alcanzar un determinado patrón de consumo con la moral, al asociar la posibilidad de acceder al bienestar social con el juicio familiar sobre su propio desempeño en términos de capacidad de gasto. Por último, promocionó un modelo institucional de índole tradicional, lo que encauzó a la masa a aceptar los preceptos movilizados por esos servicios de modo espontáneo, sin que se generara resistencia alguna frente al talante de los mismos. Así, la familia no tuvo injerencia sobre sus propias normas de conducta porque, salvo algunas excepciones, compartía la moral manifestada a través de ese conjunto de códigos.

19Desde principios de los noventa, se impuso en el mundo la nueva manifestación capitalista denominada, por los economistas neoliberal y, por otros científicos sociales, global (Wallerstein 1999: 164-187). Como es sabido, su principal cualidad estriba en la introducción del libre mercado como árbitro de la interacción en el ámbito internacional, lo que ha constreñido a los países a encauzar su producción hacia la exportación y, a la vez, a conformar un patrón de consumo al interior sustentado en la tecnología relativa a la ejecución de tal funcionamiento mercantil. Según E. Wallerstein, algunos de sus características son: 1. Subordinación de la actividad política a la actividad económica, mediante la inserción de un mecanismo transversal que separa los espacios de acción estatal y sitúa a lo económico en la esfera de lo internacional y a lo político en la esfera de lo nacional. 2. Conformación de una política internacional de intervención, mediante el fortalecimiento, simultáneo, de las fronteras nacionales y de los requerimientos necesarios para el establecimiento de los procedimientos tecnológicos del libre mercado, dentro de las naciones fortalecidas. 3. Imposición de un orden jerárquico internacional sustentado en la exigencia permanente, a cada país, de su innovación tecnológica. 4. Desarrollo de un modo especulativo de producción encaminado a la producción al infinito de mayor valor junto con mayor acumulación. 5. Configuración de una división única del trabajo que desvaloriza el trabajo manual, a la par que captura el trabajo intelectual.

20La implantación de la política del libre mercado, al provocar alteraciones en los campos económico y político, ha ocasionado toda suerte de cambios en los ámbitos de producción de la subjetividad. De acuerdo con Gilles Deleuze (1996: 282-283) la puesta en marcha de esta política promociona las siguientes acciones: 1. Convierte las formas de organización individuales en el eje de atención y, paulatinamente, desplaza las formas de organización colectivas. 2. Instala mecanismos de diferenciación de la masa sustentados en índices particulares de consumo. 3. Asocia la identidad con el consumo específico del estilo de vida, como manera para obtener nuevas modos de vinculación. La intromisión de esas acciones ha traído consigo efectos que, como dice F. Guattari, son para lo peor y para lo mejor.

21Los recientes cambios capitalistas han tenido impacto en las familias colombianas que se han visto forzadas a dotar a sus miembros de los sistemas de diferenciación propios de esa manifestación y, simultáneamente, han tenido que crear estrategias de supervivencia. Efectivamente, la aplicación del neoliberalismo ha conducido a que, desde finales de la década de los años ochenta, la situación de supervivencia de las familias sea cada vez más difícil. Veamos cómo las familias más pobres han sorteado esas dificultades.

22Durante los años setenta, la expansión de lo urbano provocó que en la ciudad se constituyera un depósito de reserva al margen de la producción. El funcionamiento del conglomerado se regía por medio de la configuración de redes de vecinos, mediante las cuales se desarrollaron los barrios de tugurios. Estas redes, poco a poco, forzaron su inclusión en la normativa, por medio de movimientos tendientes a la legalización de la propiedad individual y de cada barrio en particular. Ello provocó un modo de vinculación que hacía que el colectivo se sustentara en el grupo familiar y viceversa, y favoreció la formación de conglomerados regidos por redes horizontales de pertenencia.

23En los años noventa, en contraste, la política que se ha consolidado tiende a la segmentación del colectivo en unidades familiares independientes unas de las otras, de acuerdo con sus estándares de consumo. Justamente, como cada vez se ha hecho más difícil fomentar un consumo individual apto para diferenciar a los integrantes de ese grupo social según estilos de vida, como sucede en otros estratos sociales, las políticas globales han implementado técnicas distintas para alcanzar la diferenciación individual. A través de esas técnicas, muchas de las familias de los estratos más bajos de la ciudad se han convertido en deudoras por la vía de la asignación de subsidios y préstamos de vivienda regidos por contratos que se fundamentan en el ingreso del grupo, más que en el ingreso individual. Igualmente, las políticas puestas en marcha desde la segunda mitad de la década de los años ochenta han tendido a incluir a muchos barrios periféricos en los planes de urbanización de la ciudad, lo que ha convertido a las unidades familiares en usuarias de servicios públicos. Lo anterior, si bien se considera un progreso significativo en lo que concierne al índice de necesidades básicas insatisfechas (NBI), al mismo tiempo que ha transformado a estas familias en deudoras y en usuarias de los servicios, las ha forzado al cumplimiento de los contratos propios de su prestación. Así, ellas han requerido la obtención de un ingreso fijo mensual, sin gozar de las condiciones para la consecución de dicho ingreso. La familia, entonces, se ha visto abocada a cumplir con esa obligación convirtiendo a la mayoría de sus miembros en proveedores, sin importar la manera como proveen. Es así como nos encontramos con que en la misma conviven integrantes que participan de una gama diversa de actividades económicas, legales e ilegales, formales e informales, de las cuales se obtiene el ingreso grupal requerido para cumplir con las obligaciones contractuales. Tales circunstancias han ocasionado que la moral familiar deje de vincularse con las actuaciones particulares de los miembros y se vincule, en cambio, con la posición que cada integrante proveedor alcance en relación con un personaje de prestigio inmerso en la actividad económica en la que él participa.

24Vemos cómo, en los dos últimos periodos, el impacto de intromisión de la política capitalista internacional ha sido plural y ha provocado reorganizaciones en lo familiar y en lo civil. No obstante, al igual que lo ocurrido en las décadas precedentes, esta intromisión a la par que extiende la acción estatal y conforma sistemas de homogeneización, interpone jerarquías de diferenciación de la autoridad: en los años setenta, a través de la política del bienestar. En los años noventa a través de la política de reordenamiento urbano a la que están siendo sometidas las unidades familiares de los barrios marginales.

EL MECANISMO DEL NOMBRE PROPIO12

25Como puede verse, a pesar de un sinnúmero de transformaciones de la familia, se ha mantenido un mecanismo de sociabilidad que es particular de nuestra identidad. La denominamos nombre propio y ha regido, por lo menos durante el siglo XX, las interacciones sociales. Veamos algunas de sus características:

26En primer lugar, el nombre propio se sustenta en operaciones mediante las cuales se le asigna autoría a cualquier tipo de actuaciones sociales de suerte que es posible organizar a posteriori un grupo de actos espontáneos, en función del campo donde emerge el autor. Este campo, al mismo tiempo que otorga dominio a dichos actos, los bautiza con el nombre de quien asigna como dueño del dominio. Así, por ejemplo, en los años treinta, en el caso de los más pobres, el autor reconocido era el padre a quien se le concedía el derecho al voto y, a través de éste, la firma con la cual se le atribuía la responsabilidad de las acciones de su propia familia. Como consecuencia, las actuaciones familiares dispersas eran unidas y ordenadas de acuerdo con un poseedor siempre identificable. En los noventa, en contraste, el autor funciona de un modo distinto. Quien ostenta la denominación ya no es el padre, sino los miembros de la familia que cumplan con la función económica de la provisión. En estas circunstancias, el con-junto de las actuaciones de la familia es atribuido a diversos poseedores, con base en los lugares de inmersión económica de los distintos integrantes que componen el grupo familiar. Igualmente, la moral familiar se inserta en el prestigio que ostenta cada miembro del grupo, de acuerdo con los grados de cercanía de este último respecto a quien ocupa el rango de mayor jerarquía en la actividad económica en la que se desenvuelve.

27En segundo lugar, el nombre propio se rige por una organización de tipo jerárquico en la que cada espacio a ocupar está cualificado por las características de quien ostenta el nombre, sin importar la función específica a cumplir. Ello hace que la ostentación del nombre se lleve a cabo por procedimientos de apropiación y de dominación en los que predominan tácticas de coacción. También hace que la suplantación del poseedor demande de su aniquilamiento, razón por la que no supone la “movilidad social”. Así, el mecanismo favorece la permanencia de la configuración social, salvo muy raras excepciones que a veces han prosperado en el país. Empero, hay que aclarar que el mecanismo atraviesa cualquier tipo de clasificación y de organización social, dado que no es particular de una clase o de un sector, ni tampoco de un grupo. Así, por ejemplo, si para la mujer pobre de los años treinta, el nombre propio se manifestó en el principio de autoridad familiar que dispuso al hombre como el único jefe legítimo de la familia, para la mujer pobre de los años setenta se manifestó en la forma particular como entretejió a su familia con la red de vecindad que hizo de la madre el centro del grupo y el canal de comunicación con la red. A su turno, si la mujer urbana de los estratos medios, en los años treinta, fue la representante del padre y, por ello mismo otorgó las cualidades del apellido en sus hijos, en los años setenta fue quien puso en marcha la moral de la buena salud que hizo posible la instalación de unos determinados patrones de consumo, en los que se introdujo el nombre propio por la vía de la capacidad de gasto, lo que jerarquizó, de acuerdo con la moral del rico, a una parte del conglomerado obrero.

28En tercer lugar, el nombre propio superpone los intereses de lo particular a los intereses de lo general. Esta superposición favorece una operación donde el colectivo siempre es diferenciado, de acuerdo con la actuación del mecanismo en el dominio en el que cada cual se inscribe. Los efectos de tal operación se manifiestan, sobre todo, en permanentes disputas, al tiempo que en permanentes alianzas entre poseedores de dominio. No se trata, entonces, de problemas ideológicos, ni tampoco étnicos o religiosos, sino de problemas estratégicos, en tanto los poseedores de cualquier dominio esgrimen tácticas de guerra con miras a aumentar el ejercicio de poder y disminuir el de su rival. Los límites entre dominios se vuelven, entonces, difusos dado que quien se apodera del dominio del otro, también se apodera del conjunto de las interacciones que se manifiestan en ese dominio. Por ejemplo, en el caso de las familias más pobres en los años setenta, la madre dirigió sus funciones hacia la legalización del barrio, mientras el padre fue quien se encargó de legalizar la posesión. Así, la mujer hizo uso del mecanismo para inventar artimañas que favorecieran alguna diferenciación de su barrio, a través de las cuales los habitantes del mismo se proveyeron de formas de identidad, al mismo tiempo que se diferenciaron de los habitantes de los barrios vecinos. En contraste, el hombre que se encargó de legalizar la posesión se inventó artimañas en las que el nombre propio actuó en los dominios particulares a la titulación de la propiedad.

29Finalmente, el nombre propio pone en circulación un número infinito de reglas con el ánimo de hacer imposible su cumplimiento y de favorecer su quebrantamiento, manera como es posible obtener beneficios de cada transacción. Las reglas se convierten, así, en objetos tangibles con los cuales se negocia y se obtiene provecho. De suerte que a mayor número de códigos mayor número de provechos y menor opción de cumplimiento de los mismos. Así, por ejemplo, si bajo la égida del Estado de bienestar se puso en marcha una forma de democratización estatal, ésta se rigió por la normativa de la buena salud, a través de la cual se jerarquizó a la masa obrera. Como consecuencia, el movimiento obrero, aunque consiguió un número de reivindicaciones laborales comunes, sobre todo instaló sistemas de diferenciación que hicieron que muchas reivindicaciones se tornaran prebendas, lo que introdujo a la deuda y al favor, junto con el chantaje y el soborno, en el terreno de las luchas laborales.

NUESTROS PROCESOS DE IDENTIDAD

30Como puede verse, la conformación de lo colectivo y de lo individual en nuestro país, desde los años treinta, ha involucrado trayectos que tienen que ver con la expansión del derecho, de las regulaciones y, últimamente, de las técnicas de diferenciación, a través de la conversión de mayores sectores urbanos en usuarios de servicios y en deudores privados.13 Igualmente, esa conformación ha utilizado vías cercanas a la espontaneidad que, al invocar otro tipo de reglas, han dado lugar a redes populares de autogestión y de vecindad, similares a las que B. de Sousa Santos plantea en relación con las formas de constitución de contratos de propiedad en los barrios periféricos en algunas ciudades del Brasil (De Sousa Santos 1991). Asimismo, esa conformación está asociada con expresiones afirmativas provenientes de movimientos juveniles y populares. Por último, la conformación de lo colectivo y de lo individual está asociada con la materialización del mecanismo del nombre propio y sus transformaciones a lo largo del siglo. En consecuencia, tenemos que admitir que nuestro particular desorden lleva implícitas maneras de ordenamiento.

31Nos rigen, entonces, modos específicos de interacción que dan cuenta de algunos rasgos de nuestra identidad, a la vez que manifiestan las formas como nos relacionamos con Occidente. Lo importante, insisto, no consiste en develar, sino en construir, es decir, en intentar romper con la concepción de objeto y de sujeto que durante tanto tiempo nos ha regido y que nos fuerza a mirarnos como un pueblo que requiere de su salvación para encaminarse por la ruta del progreso. Aunque podamos estar “errados”, aunque nuestro camino siga siendo “ingenuo”, estamos convencidos de la necesidad de desplazar el campo de formulación de los problemas de aquel que inquiere por lo que nos hace falta para ser, a aquel que interroga nuestra identidad y la construye por la vía afirmativa del encuentro con el Otro, en la imposibilidad de su determinación.

Bibliographie

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BIBLIOGRAFÍA

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Notes de bas de page

1 Dice F. Braudel, refiriéndose al pensamiento del latinoamericano, lo siguiente: “Este sentimentalismo simbólico da lugar a que, con frecuencia, se trate de verdaderas novelas rosa, que no por ello dejan de ser un excelente testimonio... son bellas e ingenuas”. Braudel (1973: 373)

2 Me refiero al mecanismo más amplio denominado instinto virtual que, de acuerdo con el autor, es el que hace que la especie se adapte a las leyes de la vida, al tiempo que el individuo orienta su actividad intelectual en provecho del grupo con el cual se liga. Cf. Bergson (1990)

3 Bergson señala: “Uno de los resultados de nuestro análisis ha consistido en distinguir profundamente, en el dominio social, lo cerrado de lo abierto. La sociedad cerrada es aquella cuyos miembros se sostienen entre sí, indiferentes al resto de los hombres, siempre dispuestos a atacar o a defenderse y obligados a una actitud de combate [...] Esta religión que hemos denominado estática y esta obligación, que consiste en una presión, son los elementos constitutivos de una sociedad cerrada”. (Ibíd.: 153)

4 En palabras de Spinoza: “La idea verdadera (pues tenemos una idea verdadera) es algo distinto de su objeto (ideato); pues una cosa es el círculo y otra, la idea del círculo. La idea del círculo, en efecto, no es algo que posee centro y periferia, como el círculo, ni la idea del cuerpo es el cuerpo mismo. Ahora bien, al ser algo distinto de su objeto ideado, también será algo inteligible por sí mismo; es decir, la idea en cuanto a su esencia formal puede ser objeto de otra esencia objetiva y, a su vez, esta segunda esencia objetiva también será , en sí misma considerada, algo real e inteligible, y así indefinidamente”. Spinoza (1988: 87)

5 En palabras de Nietszche: “En el recodo de un rincón cualquiera del universo, inundado por los juegos de innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el cual animales inteligentes inventaron el conocimiento. Este fue el instante más arrogante y engañoso de la historia universal”. Nietszche (1990: 277)

6 En palabras de Althusser: “[...] Debemos modificar totalmente la idea que nos hacemos del conocimiento, abandonar el mito espectacular de la visión y de la lectura inmediata y concebir el conocimiento como producción”. Althusser y Balibar (1969: 29)

7 Los dos primeros momentos son analizados en el libro: Maquinaciones sutiles de la violencia (Daza y Zuleta 2000).

8 Los dos segundos momentos son analizados en el libro: El particular desorden de la periferia (Zuleta y Daza 2002).

9 Este modo del desarrollo, que llamamos Estado de bienestar, tuvo su mayor incidencia en Colombia desde principios de los años sesenta hasta el gobierno de Misael Pastrana en 1974, lo que permitió el afianzamiento del Estado, junto con una cierta industrialización. Nosotros lo tomamos desde finales de los sesenta, momento en que se configura Bogotá como una gran la urbe. Cf. Kalmanovitz (1988: 401-448)

10 Nosotros hemos puesto en consideración una tesis, según la cual nuestro Estado responde principalmente a un tipo de articulación que asocia el privilegio y la regulación a través del mecanismo del nombre propio. De acuerdo con G. Deleuze y F. Guattari, tal asociación es la particular de las ciudades-estado. En sus palabras, este tipo de Estado “actúa más bien por cualificaciones y da lugar a códigos que, aunque no se constituyen en un metacódigo único, si se anteponen a los flujos [del capital y del trabajo] y los orientan anticipadamente”. Deleuze y Guattari (1994: 454-476)

11 Hago referencia al capítulo denominado “Lo donado” que da cuenta de la manera como se forjan las políticas de salud articuladas con una forma de derecho que obedece a la cesión y a la donación. Cf. Zuleta y Daza (2002: 118-132)

12 Este rasgo es analizado en el capítulo denominado “El nombre propio” que sirve de introducción al libro El particular desorden de la periferia (Zuleta y Daza 2002: 11-19).

13 M. Foucault diferencia el ámbito de manifestación de la ley del de manifestación de la norma. En sus palabras: “Ahora bien, el estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conciba como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuídos a una ‘apropiación’, sino a unas disposiciones, a unas maniobras, a unas tácticas, a unas técnicas, a unos funcionamientos; que se descifre de él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un privilegio que se podría detentar, que se le dé como modelo la batalla perpetua más que el contrato que opera una cesión; o la conquista que se apodera de un territorio”. Foucault (1986: 33)

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