III. Los intelectuales bajo la violencia
p. 113-142
Texte intégral
1Los periodos de violencia política y social representan en la historia de los países un cambio dramático de las relaciones entre el campo cultural y el político y una coyuntura en la cual las condiciones de creación y reflexión se alteran notablemente. Aunque es evidente que la historia universal no ha conocido grandes periodos de paz y la mayor parte de los intelectuales han tenido que ejercer su trabajo bajo difíciles condiciones sociales y personales, no es menos cierto que durante la confrontación interna o externa de las naciones se agudizan las tensiones de las sociedades y se modifican las expectativas de los hombres y las mujeres sobre su futuro.1
2La crudeza de la guerra o la violencia hace de la cultura un espacio en el cual quedan concentradas las posibilidades de supervivencia de las sociedades y un medio a través del cual se expresan los mitos básicos de las mismas. Por esta circunstancia se exige de los trabajadores de la cultura, de los intelectuales, una toma de partido, que la mayoría de ocasiones se convierte en militancia política en uno de los bandos en conflicto. Pocas veces se acepta el encierro de los intelectuales en el cultivo de la pureza de la forma o de la reflexión. Militancia, por supuesto, no quiere decir necesariamente el ingreso en el campo de batalla o en un partido, pero sí la defensa de los principios que están involucrados en la confrontación o un rechazo a todo lo que signifique negar la condición humana.2
3Las razones de Estado o la justificación del uso de la espada, para utilizar una expresión de nuestros políticos decimonónicos, rara vez se han dado sin la presencia de intelectuales que invoquen las causas supremas. Por bárbara que nos parezca una política, siempre ha habido un conjunto de filósofos, estetas, poetas o sacerdotes dispuesto a avalar todo tipo de excesos.3
4Los años treinta registran en Colombia el inicio de las confrontaciones —¿o deberíamos decir su continuidad?— entre liberales y conservadores en el ámbito urbano y rural. El conflicto se desarrolló buscando un cambio en la correlación de fuerzas entre los partidos políticos a través del establecimiento de una nueva geografía de la adscripción, esto es, una reconfiguración de las zonas de hegemonía del liberalismo y del conservatismo. Para ello se recurrió a un conjunto variado de métodos de exterminio que rayan en lo demencial y que difícilmente pueden ser explicados por un científico social, pues las acciones sanguinarias desbordan los límites de lo que podría ser un acto punitivo. ¿Cómo entender tales grados de degradación de la confrontación interpartidaria? ¿Cómo explicar su utilidad en una supuesta construcción del Estado nacional? ¿Cómo asumir la presencia de sectores de la Iglesia en la legitimación de tales acciones? ¿Cómo explicar su continuidad a lo largo de la historia?4
5Lo más dramático es que los diversos métodos de castigar el cuerpo de las víctimas dieron legitimidad a la retaliación sangrienta en la lucha política en Colombia. Durante La Violencia, el bipartidismo llevó igualmente a la cultura política el principio de la culpabilidad por sospecha y el castigo a los civiles, especialmente a los familiares de aquellos que aparecían como directamente involucrados en el conflicto.
6La manera como evolucionó La Violencia estableció la legitimidad de la acción punitiva contra el opositor político y la “privatización” de la aplicación de la justicia, su imposición al margen de las instituciones del Estado, que no era otra cosa que el derecho al cobro de cuentas personales. El choque entre campesinos liberales ν conservadores, alentado por las directrices de los partidos, no sólo incluyó el castigo ejemplarizante del adversario, sino que incorporó en nuestra cultura política una vía personal y política para la “resolución” de conflictos.
7Durante los años cuarenta y cincuenta, el escenario político interno sufrió los embates de la política exterior estadounidense, radicalizada por el auge de la Guerra Fría y la Guerra de Corea. El anticomunismo fue una de las estrategias más evidentes, y dado que tanto la política externa como la interna en Colombia eran definidas por el influjo de la “estrella polar”, tal orientación fue seguida por el bipartidismo colombiano. Las distintas expresiones de la lucha popular y social fueron asumidas como un eslabón en la cadena de combates contra las fuerzas del comunismo internacional y sus representantes en Colombia. La participación en la Guerra de Corea, el bombardeo contra las denominadas “repúblicas independientes”, la prohibición del partido comunista, la censura contra las obras de arte, la literatura, los textos científicos, etcétera, son algunos de los capítulos de la articulación de la historia nacional a la historia de la defensa de la democracia occidental, comandada por Estados Unidos.
8A medida que se agudizaba el conflicto interno, el país entraba de lleno en la política de la guerra fría y, en consecuencia, en la prevención del conflicto social como parte del cumplimiento de su compromiso contra la expansión comunista.
9El triunfo de la Revolución Cubana alteró sustancialmente el escenario político continental y nacional, aunque, evidentemente, el impacto sólo se sentiría a mediados de la década siguiente con la conformación de las organizaciones insurgentes de tipo foquista —desde la errónea apreciación de condiciones prerrevolucionarias en el continente— y la definición de lina política antiestadounidense. La Revolución Cubana introducía varios elementos nuevos en la relación entre la cultura y la política: la urgencia de la revolución, el nacionalismo revolucionario y el compromiso de los intelectuales con las transformaciones sociales y políticas.
10En Colombia, observamos una rápida alternación en las formas de gobernar, pero sin la transformación del sistema político. Se pasó del gobierno legitimado por la mayoría electoral de Mariano Ospina Pérez a la elección de Laureano Gómez en el marco de la abstención liberal; de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla y el protagonismo del ejército a una junta militar de transición y, finalmente, al Frente Nacional. Todo esto en el corto lapso de diez años.
11El suceso más importante, desde la perspectiva de nuestra temática, fue La Violencia. Generada por el bipartidismo de las grandes ciudades en los años treinta, se trasladó a las regiones y luego a los campos del país en los cuarenta y cincuenta. El conflicto interno, cuya cifra exacta de muertos no sabemos, hundió al país en una dantesca ola de masacres que lentamente erosionó los débiles fundamentos de las comunidades locales y, con ello, ensangrentó la cultura política, modificó la adscripción partidaria y eclipsó las fuerzas vitales —entendidas aquí como simbólicas— de la población.
12El reinado de la muerte impuso a quienes trabajaban en la producción simbólica la difícil tarea de constatar y expresar la debacle de aquellos elementos que habían permitido mantener las comunidades —los partidos y las regiones— con vínculos básicos de unidad, así como de mostrar cómo se legaban a la posteridad las técnicas con las que se asumían prácticas de castigo e imposición de representaciones políticas a partir de la martirización del cuerpo de los campesinos, métodos que volvieron a emplearse y a adquirir un enorme significado en los años noventa a raíz del surgimiento del paramilitarismo.
13Esta dinámica de la violencia, la crisis del bipartidismo, la circulación de nuevas corrientes de pensamiento, de nuevos autores y enfoques, el crecimiento de la población urbana, la reducción de las tasas de analfabetismo y, muy especialmente, un cambio en las relaciones entre el capital cultural y el económico llevaron a una transformación del tipo de intelectual predominante. A partir de la muerte de Gaitán, los pintores y los escritores asumen la iniciativa y representan La Violencia: son ellos los intelectuales dominantes.
14En estos primeros años el artista es la conciencia de la época. Luego, los escritores comenzaron a redactar los primeros materiales de una literatura que se denominaría de La Violencia.
15La coyuntura también exigió a los científicos sociales una toma de partido ante los sucesos que el país padecía y una explicación de los mismos. Esta reflexión, no obstante, se realizó por etapas. Primero, algunos ensayos y artículos, luego los informes en los años sesenta y, finalmente, esto ya en décadas recientes, estudios más completos y académicos.
16Un capítulo especial en este periodo fue la presencia de Rojas Pinilla. Lo particular fue que esta dictadura militar se diferenciaba dentro del contexto latinoamericano por ser un instrumento del bipartidismo para dar salida a la crisis interna que habían provocado las mismas colectividades con su guerra no declarada. Es decir, fue una salida concertada.
17No obstante, a los pocos años del ascenso de Rojas Pinilla el mismo bipartidismo dio pie a una de las movilizaciones populares más importantes del siglo; lo cual demuestra que la presencia del pueblo en las calles no necesariamente se realiza en oposición a los sectores dominantes. La lucha contra el usurpador fue impulsada por los intelectuales, quienes crearon una serie de textos y cuadros antidictadura de singular importancia en la historia del arte en Colombia.5
18En este capítulo nos centraremos en la relación de los intelectuales con La Violencia, como periodo histórico, y en el Estado que ejerce la violencia. Partimos de la apreciación general de La Violencia, tal como la ha realizado la historiografía. Es necesario reiterar que el estallido del conflicto interno inauguró una relación particular de la política con el campo cultural, y la apreciación de los intelectuales sobre La Violencia desborda los límites impuestos por los historiadores para definir el periodo histórico. Por ello, nos permitiremos ser un poco flexibles con los límites inferiores y superiores de esta etapa, es decir, analizaremos la postura de los intelectuales tomando algunos ejemplos de los años cuarenta y otros de los años sesenta.
19En el periodo que estudiamos, el conflicto interno generó una situación límite en la cual la política, sin mediaciones ideológicas y debido a la contundencia de la masacre, impulsaba las opciones estéticas y la toma de partido. Por otra parte, ante la crudeza de los asesinatos cotidianos, lo “cultural” se percibió, en cierto sentido, como algo que estaba de más. Sin embargo, para decirlo en términos “modernos”, los intelectuales fueron testigos de un resquebrajamiento de las normas que constituían el campo cultural. El asesinato de Gaitán, la abstención liberal, el incremento de las masacres y, muy especialmente, el ascenso de Laureano Gómez amenazaban con un retorno pleno a las lógicas de concepción de la actividad cultural de finales del siglo XIX. A Laureano lo guiaba en ese momento el principio de la exclusión a los liberales, los comunistas y las razas inferiores; paralelamente, se definió como católico.
20La actitud del presidente favoreció el fortalecimiento de las facciones más retrogradas, en el partido conservador y la Iglesia, y el auge de las lógicas decimonónicas de apreciación de una coyuntura en conflicto. No en vano emergieron las explicaciones del 9 de abril, llevadas a los textos escolares, como el resultado de una conspiración comunista.6
21Este enrarecimiento del ambiente se dio en el momento en el que los maestros liberales llevaban más de diez años enseñando, cuando los demócratas habían respaldado a los republicanos españoles y el mundo culminaba exitosamente el sometimiento del fascismo. De manera que las condiciones ya no eran las mismas, aun a pesar del inicio de la Guerra Fria: el país estaba más abierto a recibir escuelas de pensamiento “foráneas”. Ello originó un cambio en la manera como algunos intelectuales asumieron la relación con la política, mediada en los años cincuenta por una lectura estética, desde la pintura y la literatura; con lo cual hacían realidad, a su manera, su percepción de las funciones sociales del arte.7
22En adelante, sería La Violencia la que se erigiría en interlocutor, la que atrozmente interrogaría a los intelectuales sobre la pertinencia de su oficio y les exigiría una toma de partido. Por ello, algunos de los interrogantes básicos fueron: ¿cómo explicar el conflicto interpartidario? ¿Cómo explicar los grados de barbarie contra los miembros del otro partido? ¿Cuál era el papel de los intelectuales en la confrontación?
23La toma de partido no se limitó, por supuesto, a la determinación de una militancia, liberal o conservadora, sino que significó, especialmente, un rechazo a la manera como se venía presentando la confrontación. Esto se expresó en el desciframiento y la denuncia de la estrategia de los partidos para que el conflicto se diera entre los sectores populares, mientras que las diferencias de la elite se resolvían a través de un pacto entre caballeros, el acuerdo del Frente Nacional.
24En este capítulo comentaremos las evidencias incuestionables de la sensibilidad de los intelectuales respecto a la situación que vivía el país. Asimismo, observaremos una mayor apertura a lo exterior, que permitirá una etapa de transición a la construcción de un campo intelectual autónomo a partir de los años sesenta.
LA CONFRONTACIÓN LIBERAL CONSERVADORA COMO RETO INTELECTUAL
25A finales de los años treinta los intelectuales fueron testigos del incremento de la violencia interpartidaria. Para nadie era un secreto que liberales y conservadores iniciaban una ofensiva en el campo por el control de las distintas veredas. Incluso en algunas ciudades los enfrentamientos eran frecuentes.
26Dicho conflicto, como sucede hoy día, se padecía como una serie interminable de “pequeñas” masacres que no sólo afectaban a los involucrados, a las víctimas y a los victimarios (de manera distinta), sino a la nación en su conjunto, en la medida en que adormecía a la población en torno a la gravedad de los acontecimientos y fragmentaba los escasos vínculos que unían a los colombianos —que habían sido elaborados en las décadas anteriores—; concretamente erosionaba las prácticas simbólicas que fundaban las identidades locales y regionales de aquellos hombres y mujeres que debían abandonar sus tierras de labranza, veredas y pueblos.
27Algunos intelectuales, aunque de manera esporádica y sin mayor rigor o constancia, llamaron la atención, en revistas de carácter nacional y local, sobre el impacto de las acciones que tenían lugar en el campo.
28Estas manifestaciones contra la violencia, incluso de parte de políticos como Gaitán, fueron opacadas por la manera como el bipartidismo, en su conjunto, adelantó la confrontación y por la dinámica misma de los acontecimientos, que incorporó el cobro de cuentas personales y la delincuencia al conflicto.
29La Violencia, al no generar un bando vencedor, no pudo formular, desde el Estado o las instituciones, una producción simbólica sobre la nación, alternativa a la establecida por la Regeneración. Por el contrario, lo que se produjo fue: una redistribución de la propiedad agrícola, una reforma agraria basada en la sangre, que fortaleció el poder de los terratenientes y permitió la conformación de una nueva clase de propietarios; asimismo, la creación del Frente Nacional, y una nueva ofensiva de los sectores conservadores por retomar el control de la educación y la cultura. Todo lo contrario sucedió con la Revolución Mexicana o la Revolución Cubana. Allí, luego del triunfo, el bando vencedor construyó un nuevo país e incorporó la elaboración y recreación de mitos fundacionales.
30En Colombia, no todos los intelectuales estuvieron en capacidad de responder adecuadamente al reto intelectual y político que impuso La Violencia. Por una parte, estaban altamente comprometidos con sus propias colectividades y no tenían una conciencia muy precisa ni de los procesos históricos ni de los políticos. Por otra, concebían su actividad como un cultivo de las bellas artes.
31Sin embargo, existió un grupo de intelectuales que pudieron establecer reflexiones que trascendieron. Como en muchas otras ocasiones, le correspondió a la pintura anticipar un balance sobre el horror del conflicto; con el tiempo, los científicos sociales y los escritores realizaron su propia aproximación. Por ello, aunque formalmente se considera que los intelectuales son quienes escriben, quienes se pronuncian en torno a una situación dada a través de un texto, hay que tener en cuenta que no siempre este tipo de intelectuales está en condiciones o en capacidad, por limitaciones políticas o de formación, de pronunciarse. Es necesario reflexionar sobre el impacto simbólico de la pintura, la que a pesar de tener un público más reducido, una elite, puede llegar a amplios sectores. En la Guerra Civil Española fueron muchos los intelectuales comprometidos, algunos de los cuales empuñaron las armas, pero no cabe la menor duda de que un cuadro como Guernica ha tenido un reconocimiento relativamente mayor que muchos de los manifiestos y poemas.
32Hay que considerar que los pintores en Colombia pudieron anticipar el balance sobre este periodo histórico. La razón de este hecho descansa en que la mayoría de ellos habían viajado, habían recibido el influjo de nuevas escuelas de pintura —como el muralismo—, estaban en contacto con las vanguardias y las posiciones más críticas, etcétera. La obra más reconocida es, sin lugar a dudas, La Violencia de Obregón, cuadro premiado en 1962. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los pintores, a las pocas semanas del asesinato de Gaitán, habían dejado consignadas en los lienzos su preocupaciones sobre la violencia. Débora Arango, por ejemplo, elaboró en los años cuarenta una serie de cuadros en los cuales expresó sus impresiones sobre la coyuntura política.8 En 1940 pintó una acuarela titulada Gaitán, en la cual aparecía el caudillo liberal rodeado de multitudes y banderas. Ocho años más tarde, no pudo sustraerse al impacto del asesinato del líder liberal y registró la toma de una iglesia. Estas acuarelas fueron acompañadas por otras tituladas El tren de la muerte y El vagón, en las que aparecen cadáveres amontonados.
33En los años cincuenta, Débora Arango continuó con su trabajo de registrar los sucesos nacionales, aunque con un marcado acento satírico. Los personajes públicos, como Laureano Gómez, adquirieron en sus lienzos la forma de animales, batracios, que desfilaban precedidos por una calavera. Asimismo, pintó la manifestación estudiantil de mayo de 1957 y la Junta Militar, recurriendo al empleo de animales grotescos.
34La intelectualidad de los partidos tradicionales osciló entre el ejercicio del derecho a la insurrección, proclamado desde el siglo XIX por diferentes voceros del bipartidismo, y el llamado al entendimiento de los partidos para derrotar a quienes persistían en la violencia. Gilberto Alzate Avendaño sostuvo con respecto a la candidatura de Ospina Pérez:
Si un gobierno se hace ilegítimo en su ejercicio y expulsa a la oposición de los cuadros legales, ésta debe actuar insurreccionalmente, con la violencia o clandestinidad. Hasta en el vetusto código de Las Partidas se establece la licitud de la rebelión cuando el poder se torna torticero.9
35No obstante, cuando la violencia que habían desatado los propios partidos amenazaba con sobrepasarlos, debido al surgimiento de experiencias populares de autonomía política y militar, Alzate Avendaño se pronunció, como muchos otros, por el entendimiento de los partidos y reclamó una acción de fuerza del Estado contra quienes se habían salido de los límites impuestos por los propios partidos:
Es un deber de las clases dirigentes renunciar a explotar la industria política del odio. El país no se puede seguir desangrando, sacrificando más víctimas a unos carnívoros ídolos del foro y empleando el hirsuto vocabulario de la tribu. Para erradicar la violencia del terrorismo físico o moral, el aparato del miedo, no bastan las declaraciones platónicas que la reprueban. Es necesario perseguirla en sus últimos asilos, liquidar con rigor los instintos antisociales y no permitir que un hampa rebotada quiera dignificarse con pretextos políticos para consumar atroces fechorías y crímenes abominables.10
36Por supuesto, no se trata del patriotismo de las clases dominantes y sus intelectuales, sino de la expresión del miedo al pueblo, de miedo a la autonomía que podían representar las guerrillas y las repúblicas independientes.
UNIVERSALIDAD Y PROVINCIA
37El escenario mundial cambió a raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. Los hechos fundamentales para Colombia fueron el ascenso conservador desde mediados de la década del cuarenta, la presencia de Laureano Gómez y la dictadura de Rojas Pinilla. Esta situación traducía el fortalecimiento de la visión más conservadora, no sólo sobre la política sino sobre la cultura. No obstante, el país no era el mismo de comienzos de siglo, donde las academias regulaban impunemente el hecho artístico y la vida intelectual de las universidades. Por ello, paralelo al auge conservador se dio el dinamismo de nuevas opciones estéticas, que, paradójicamente, se caracterizaban por ser, al mismo tiempo, más universales y locales. De igual manera, existió un fortalecimiento de los vínculos con la cultura universal, especialmente porque se tendió a superar la asimilación de lo externo sólo en el campo literario y se buscó, de una manera más amplia, lo más avanzado del pensamiento universal.
38Encontraremos en los años cuarenta y especialmente en los cincuenta, la presencia de revistas que tenían propuestas totalmente distintas y que se caracterizaban por un mayor rigor, la superación de la poesía como la temática central de una publicación cultural y una actitud más crítica respecto al pensamiento universal. Igualmente, fueron importantes las revistas de los años cincuenta, porque evidenciaron que los intelectuales, a pesar de la crisis política generada por La Violencia y la dictadura, estuvieron en capacidad de crear nuevos medios de difusión del pensamiento y responder críticamente al modelo cultural emanado de la Regeneración.
39Por otra parte, existió una “competencia” entre las revistas que aparecían ligadas con los partidos políticos tradicionales y las revistas que buscaban la autonomía en relación con lo político y una posición más crítica con respecto a lo social. El resultado fue una mayor posibilidad para los lectores y, en ocasiones, una polémica entre escritores. Podemos encontrar, a mediados de los cincuenta, la revista Prometeo, apoyada por un sector del conservatismo.11 Igualmente, en el mismo año de 1955, aparece Mito, con su propuesta de palabras en situación y con urna colaboración de los intelectuales más independientes.12
40La revista Prometeo, dirigida por Belisario Betancur y Diego Tovar, retomó los temas y las aproximaciones más tradicionales para entender el arte y el mundo de entonces. Los artículos enfatizaban la perspectiva conservadora y clerical. De hecho, recalcaban que los trabajos publicados serían aquellos regidos por las directrices católicas, apostólicas y romanas. Desde el primer número de la revista aparecieron artículos que o bien asumían directamente la visión católica de la sociedad o la concepción católica del arte y la cultura. Diego Tovar, por ejemplo, escribió un ensayo sobre la obra del pensador Paul Claudel. A continuación apareció un artículo de este escritor sobre las maravillas de la Biblia y un poema donde resaltaba la bondad de la Virgen María y de su acción salvadora sobre Francia.13 Adicionalmente, en el mismo número de la revista se publicó un poema de Hernando Rivera titulado Jesucristo.
41La defensa del catolicismo llevó a algunos articulistas a alertar a los creyentes respecto a la presencia de los protestantes y a respaldar toda la historia del catolicismo, incluso sus periodos más oscuros, como la inquisición, afirmando que la versión española había sido más justa con los acusados de brujería que la protestante.14 Asimismo, respaldaban la aceptación integral de la doctrina cristiana, pues argumentaban que la obediencia ciega era un signo infalible del catolicismo.15
42Esta visión tradicional retomó, en tercer lugar, un tema muy valorado por el pensamiento conservador: España. En efecto, a través de Prometeo las posiciones más conservadoras sobre la herencia española y sobre la raza, que comentamos en el primer capítulo, emergen casi con los mismos términos de comienzos del siglo XX. Alvaro Gómez Hurtado, seguramente adoptando la posición de su padre Laureano Gómez, al analizar el denominado mito de la cultura mestiza despreció las características y posibilidades de las culturas prehispánicas.16 Por su parte, Libardo Arriaga Copete escribió agradeciendo a Cristóbal Colón por el descubrimiento y sostuvo que era lo mejor que nos había podido ocurrir hasta ese momento, pues en caso contrario se hubiesen perdido millones de cristianos.17
43En segundo lugar, se resaltó la presencia de los pensadores conservadores colombianos. Aparecieron artículos apologéticos sobre personajes como Marco Fidel Suárez.18 De José Eusebio Caro se destacan sus acciones contra el sensualismo, el voltereanismo, el protestantismo y el liberalismo indiferentista;19 sobre Simón Bolívar se elaboró una visión en la cual el Libertador aparecía estrechamente ligado con los valores conservadores;20 y no podía faltar un artículo sobre Miguel Antonio Caro.21 Igualmente, se asumió un rechazo total al destierro a que fue sometido el jefe conservador Laureano Gómez.22
44No obstante, el conservatismo de los directores de Prometeo no fue obstáculo para rechazar la dictadura de Rojas Pinina ni para oponerse a algunos actos de sectarismo político, especialmente al desestimar el argumento —una supuesta militancia comunista— con el cual fue perseguido Gerardo Molina.
45La revista Tierra Firme fue creada para la difusión de las ciencias humanas. Dirigida por Francisco Posada Díaz y fundada en 1958, aparece como una de las primeras publicaciones concebidas con el rigor necesario para estar a la altura de las revistas internacionales del momento. Dada la escasa difusión de algunas corrientes de pensamiento, Tierra Firme fue una propuesta avanzada, pues difícilmente, para ese entonces, en el mismo ejemplar de una revista podían coincidir artículos de Heidegger, Lacan, Levi-Strauss, Hyppolite, Sartre, etcétera. La publicación asumió como función la difusión de lo más novedoso y sólido del pensamiento contemporáneo.
46Dos bloques temáticos resaltan en esta revista: el psicoanálisis y la filosofía. El primer número de la revista, por ejemplo, contiene tres artículos en los que se hace referencia a la obra de Freud, y otros dos en los que se toma como centro de reflexión a la filosofía.23
47Una segunda característica es que la casi totalidad de los artículos corresponden a textos escritos por los pensadores más importantes del momento. Se publicaron trabajos de Maurice Merleau-Ponty, Jean Hippolite y Martín Heidegger. El número de colaboradores colombianos, bastante reducido, se limitó a los aportes de Gutiérrez Girardot y, en menor medida, de Jorge Child, Eduardo Cote Lamus y José Olmedo.24
48En el mismo año en que se publicó Tierra Firme salió a luz la revista Contemporánea. Publicación apoyada por la gobernación de Cundinamarca, pero con un alto grado de autonomía y un evidente rechazo a la estructura de la revista institucional; postura que se hizo patente en el primer editorial, en el cual se anunció que no se publicarían ni fotos de funcionarios ni informes oficiales.25
49En segundo lugar, Contemporánea poseía una propuesta de estructura interna que a nuestro juicio superaba a las demás publicaciones de la década. En efecto, Contemporánea poseía las siguientes secciones: “La naturaleza”, “El espíritu y el hombre”, “La sociedad”, “Las letras y las artes”, “Presencia del pasado”, “Problemas colombianos” y “Notas”; en esta última registraba actividades relacionadas con el cine, las exposiciones y las publicaciones. Es decir, se trataba de una propuesta totalizante, que brindaba la posibilidad de conocer los debates más importantes en las diferentes disciplinas. Por ello superaba la estrecha visión que se tenía sobre las revistas cultdurales, que tradicionalmente se limitaban a publicar poemas, cuentos y unas cuantas reseñas, o, en el mejor de los casos, a la reproducción de artículos de ciencias sociales.
50En tercer lugar, Contemporánea se concibió como una publicación que luchaba por la “autenticidad nacional”. Fabio Lozano Simonelli señaló en su primer editorial los propósitos de la publicación:
[La] búsqueda de la autenticidad nacional debe ser la norma de la vida social colombiana, si reconocemos que nuestros triunfos históricos y culturales han carecido de la base en el espíritu común de los colombianos que permiten calificarlo de triunfo común a Colombia. El hombre nuestro no se siente parte de una sociedad, de una cultura, de una historia. Por eso la política ha sido para él, siempre, espectáculo, y la democracia escenario para que brinden ese espectáculo de los actores avezados.26
51No obstante, esta búsqueda de autenticidad no fue concebida desde el rechazo a un supuesto pensamiento foráneo y a un arte extranjero, como estúpidamente se sostiene hoy día en las altas esferas del Estado.27 Por el contrario, la publicación aparece con la clara intención de mirar lo nacional desde la perspectiva del reconocimiento de los aportes del pensamiento universal. De otra manera no se entendería el hecho de que en el primer número se tradujera un capítulo del libro The Art of Loving de Erich Fromm, publicado en Londres el año inmediatamente anterior.
52Lo que se percibe en esta década es una ruptura con la manera como se establecía contacto con lo universal. En décadas anteriores el vínculo existía, pero aparecía más como un privilegio de unos pocos, relacionado con el mito del hombre culto. En los años cincuenta las revistas buscan claramente la difusión del pensamiento universal, su popularización, pero con la perspectiva de una aplicación de esos nuevos métodos y saberes a la reflexión de la situación nacional. El primer paso fue la difusión de dicho pensamiento a través de la traducción y luego su publicación en editoriales nacionales.28 Tal dinámica cobró toda su plenitud en los años sesenta, cuando se produjo una verdadera ruptura intelectual con el tutelaje del bipartidismo.
53La traducción de obras y pensadores ha sido parte de la cadena de formación —o al menos de intentos de formación— de escuelas de pensamiento: unos pocos tienen acceso a la obra de un intelectual europeo o estadounidense, la adoptan como su guía, luego la difunden a través de artículos y traducciones y, finalmente, aparecen grupos de académicos que continúan las ideas del maestro. Fueron muy importantes las actividades de las revistas en los años cuarenta y cincuenta, especialmente cuando la pobreza de nuestro medio era tal que algunos se atrevían a rechazar a los pensadores de mayor renombre, seguramente sin conocer su obra, con frases sonoras y duros adjetivos. El poeta Rafael Maya, uno de los intelectuales más prestigiosos, sostuvo a propósito de la relación entre las vanguardias estéticas y Freud:
Yo sé que diariamente inventan teorías estéticas, psicológicas, sociales, etc. para justificar la obra poética deshilvanada e inconexa. Freud anda por medio, con sus tesis sobre el valor mental del disparate, sobre los actos fallidos, sobre la interpretación de los sueños. Pero estas entidades patológicas, trasladadas a la concepción estética, han dado como consecuencia todo este arte de locura y monstruosidad que tanto abunda ahora, y a través del cual expresa el alma contemporánea su espantoso vacío, su vulgaridad irremediable, su neurosis fatal.29
54Años más tarde, Jorge Gaitán Durán definió, en un claro sentido universal, el espectro de las influencias de su generación:
Pertenezco a una generación marcada con más hondura por Marx, Freud y Sartre que por Proust, Joyce o Faulkner; nos interesa y nos entusiasma la experiencia literaria de Borges y Robbe-Grillet o la experiencia ontológica de Heidegger, pero prestamos más atención a Machado, Lukács o Henri Lefebvre, nos conmueve la aventura humana de Henry Miller o Jean Genet, pero es una película como Paths of Glory, de Stanley Kubrick, donde nos reconocemos. Nuestro humanismo es quizás una paradoja: sentimos en carne viva la fascinación del pensamiento del y el arte de este tiempo que gritan con desesperanza la indigencia del hombre frente a una Historia impla cable y a la vez creemos firmemente que podemos reformar el mundo.30
55Precisamente este rasgo, la universalidad, fue una de las características esenciales de la revista Mito. Esta publicación fue fundada en 1955 por Jorge Gaitán Duran y Hernando Valencia Goelkel y su último número fue publicado en junio de 1962. Para Mito escribieron artículos los principales intelectuales que vivían en ese momento en Colombia. La revista se propuso difundir lo más avanzado del pensamiento universal, atendiendo sólo a la calidad de los artículos. Adicionalmente, la revista contó con un comité patrocinador integrado por escritores de prestigio internacional, como Rafael Reyes, Octavio Paz, Vicente Aleixandre y Luis Cardoza y Aragón. A pesar de ello, la orientación de la revista generó el rechazo de los sectores más conservadores de la cultura y de algunos intelectuales que la consideraban evasiva, burguesa, escandalosa y elitista.31
56La revista fue creada bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, quien había dado un golpe de Estado el 13 de junio de 1953 contra él conservador Laureano Gómez, y si se tiene en cuenta que el país se encontraba además bajo el imperio de la violencia, la fundación de la publicación constituyó un hecho especial. Se podría pensar que la revista tomó posición contra la dictadura pero en principio no fue así; su preocupación era la difusión del pensamiento universal, lo que, sin embargo, significaba un enfrentamiento contra la supervivencia de la visión conservadora y clerical.
57La importancia de la revista no se mide, entonces, por el hecho de haber asumido una actitud ante el dictador, que de hecho sí asumió durante la coyuntura de la caída de Rojas, sino por difundir el pensamiento contemporáneo, generar una polémica sobre el carácter de una revista cultural y el papel de los intelectuales, y servir a la generación siguiente de punto de referencia.32
58Subsiste una pregunta cuando se val ora la experiencia de esta publicación: ¿estamos hablando de una generación o del pequeño grupo de escritores que dirigieron la revista.33 A nuestro juicio, se trata más de la experiencia de diversos escritores y pintores que coinciden en el tiempo. Los intelectuales, por ejemplo, no se identificaron como un colectivo, como años más tarde lo harían los nadaístas. Por otra parte, lo más importante a nuestro juicio es que se comenzó a consolidar una circunstancia desconocida: el nuevo tipo de intelectuales poseía título universitario. La época de los autodidactas, muy significativa en las primeras décadas del siglo XX, desaparece totalmente en esta coyuntura.
59En segundo lugar, la experiencia de Mito cuestiona contundentemente la decimonónica idea sobre la adopción de ideologías foráneas. No puede existir una reflexión sobre los problemas nacionales ni un desarrollo de la literatura “nacional” sin la consideración de los aportes de los escritores y pensadores universales. Sin embargo, aun para valorar la experiencia de los años sesenta, como lo veremos más adelante, se recurre nuevamente a este argumento.
60No obstante, hay que hacer una acotación sobre el sentido de la universalidad. La utilidad del contacto con las diferentes manifestaciones del espíritu humano debe ser medida por su puesta al servicio del pueblo y debe estar encaminada a complejizar y enriquecer las lecturas simbólicas que éste realiza. Si, por el contrario, la universalidad está al servicio de la diferenciación social, como generalmente ha ocurrido y ocurre en nuestro país, dicha universalidad se convierte en expresión de elitismo, en práctica de diferenciación y establecimiento de límites y dominación de clase.
61En el caso de Mito, la situación no puede definirse inicialmente en términos de blanco o negro. Por el contrario, esta revista posee una clara tendencia a la difusión de un pensamiento que en el momento era necesario para ampliar las referencias de quienes tenían acceso a la publicación. Por otra parte, es claro que la revista sólo tenía una visión muy general de la libertad de pensamiento; hecho que se demostraba, según sus críticos, en la composición del comité de redacción, en la publicación de las cartas de quienes la criticaban, etcétera. No obstante, hay que tomar en cuenta diversos puntos: si la publicación tenía una posición ante los problemas nacionales, si el pensamiento que difundía se hacía de manera que permitiera la formación de escuelas críticas, es decir, si poseía unidad y coherencia o sólo se basaba en la novedad que establece la diferencia.
62Un hecho que fija límites muy claros es que Mito fue en esencia una revista literaria, aunque se publicaron artículos de filosofía y de “actualidad nacional”, y en ese campo, como muchos lo han señalado, se trata de la “más audaz aventura cultural de su época en Colombia”.34
63Uno de los rasgos de Gaitán Durán y de Mito fue su vinculación con la obra de Sade. Este hecho determinó que en el primer número de la revista se publicaran dos artículos, los dos primeros, sobre el Marqués. De doce artículos publicados en la sección “Documentos y Testimonios”, siete “corresponden a curiosidades de la conducta sexual”. Es de suponer que en la época el escándalo fue grande. Bourdieu explica que una de las conductas típicas del momento de constitución del campo cultural y de la definición de los valores de los intelectuales es la transgresión. Por ello, aun en el caso de que Gaitán Durán no lo quisiese, simplemente estaba siendo fiel a una “tradición” y creando su propio auditorio. Este hecho fue destacado por Darío Ruíz Gómez, uno de los críticos de Mito, para quien la actitud era simple exhibicionismo evasivo sin ninguna posibilidad de confrontación.35 Para Alvaro Medina, el concepto que define la actitud de Gaitán Durán es el de transgresión: “La transgresión, por lo tanto, se tradujo en acción, enfrentándose a una sociedad colombiana pacata, oscurantista y beata, a la que se dedicó a escandalizar poniendo en evidencia algunos de sus comportamientos sexuales”.36 Este autor concluía señalando que la actitud del director de Mito era la de un burgués.
64El momento de origen de la revista y la trayectoria de Gaitán Durán —la toma de la Radiodifusora Nacional el 9 de abril de 1948 y su defensa de un liberalismo de izquierda—, indicaban aparentemente un alto compromiso de la publicación. Este tema debe considerarse teniendo en cuenta dos aspectos: el tipo de artículos publicados y las actividades de los directores. Mito aparece bajo una circunstancia muy particular: el quiebre constitucional generado por la dictadura de Rojas Pinilla y el desequilibrio fundamental de los valores a causa de La Violencia.37 Los artículos publicados hacen referencia fundamentalmente a temas de literatura y filosofía. La sección denominada “Testimonios y Documentos” es considerada por los críticos como la expresión del alto compromiso de los directores con el momento y con el país.38 Adicionalmente, son de resaltar Las publicaciones de Gabriel García Márquez, incluido El otoño del patriarca, las entrevista a Camilo Torres y el número dedicado a la Revolución Cubana.
65Un capítulo adicional en la valoración del compromiso político son los escritos de Gaitán Duran, especialmente su Diario, la Revolución invisible y El libertino y la revolución. De la Revolución invisible se ha dicho que es uno de los “esfuerzos más serios, sino el más, por comprender el destino histórico del país cuando apenas se iniciaba el Frente Nacional”.39 Juicio desproporcionado en la medida en que la calidad del trabajo es escasa. Para ese entonces ya se habían publicado investigaciones que aun hoy tienen vigencia; nos referimos, por ejemplo, a los trabajos de Darío Mesa, Treinta años de historia de Colombia 1925-1955 (1957); Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (1942); y Luis Ospina Vásquez, Industria y protección de (1955).40 Finalmente, Gaitán Durán realiza una apología al capitalismo del Valle de Cauca., de manera que su texto no es lo que dicen sus defensores.
66Lo que no dicen los apologistas de Gaitán es que en la revista se hicieron juicios valorativos sobre dirigentes políticos, como Carlos Lleras Restrepo y Alberto Lleras Camargo, que compiten en melosería con los emitidos por los allegados más próximos a los dirigentes liberales.41
67Hay que considerar las temáticas trabajadas por Mito con más detalle. De la sección “Testimonios y Documentos”, ya vimos que la mayoría de los artículos hacían referencia al tema de la sexualidad, y sin querer insinuar que es una problemática que carece de importancia, habría que evaluar su prioridad en el momento.
68La segunda posibilidad para analizar el compromiso político de Mito fue la actitud asumida por los directores ante las diferentes situaciones que les tocó vivir. En principio, la dirección estaba conformada por allegados al bipartidismo y no por militantes de izquierda. De hecho, las referencias al marxismo en la revista fueron siempre indirectas o a través de la lectura existencialista, así que en principio no se podía esperar un compromiso distinto al que tenían las corrientes más críticas del bipartidismo.
69La oposición a la dictadura de Rojas Pinilla fue el acontecimiento político que más se resalta en los análisis sobre la revista y sus directores, como prueba del compromiso de los intelectuales.
70El número trece de Mito difundió el apoyo que los intelectuales brindaban a quienes luchaban por expulsar a Rojas Pinilla del poder. El fundador de la revista y el comité de dirección firmaron un editorial exigiendo libertades totales y reformas institucionales, y para los intelectuales una reforma ética:
No corresponde a los escritores la tarea directa de las reformas institucionales que la república espera, a la vez que pueden y deben influir en la orientación de éstas, su papel esencial reside en la realización de la reforma ética del país, cuya estructura moral y cuyos estilos de conducta han sido implacablemente socavados.42
71Además del editorial, se publicó en el mismo número una “Declaración de intelectuales colombianos durante el paro general”, en la cual se insistía en la necesidad de expresar el anhelo de amplias libertades.
72Hay que recordar que la presión contra el dictador había sido liderada por los partidos políticos, los gremios económicos, los medios de comunicación y sectores de la Iglesia. De manera que el rechazo a la dictadura por parte de los intelectuales hacía parte de la acción del bipartidismo. Por otra parte, ni Mito ni sus intelectuales hicieron manifestación alguna a raíz de la masacre que se cometió en la plaza de toros de Bogotá.
73Posteriormente, el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) eclipsaría a los intelectuales que actuaban a finales de los cincuenta, y más adelante algunos de ellos se vincularían a la burocracia.
74La presencia de revistas como Tierra Firme, Mito y Prometeo, entre otras, confirma una tendencia a la cual ya había hecho referencia y que desmiente, nuevamente por si aún hay dudas, la ficción de la “Atenas suramericana”. En efecto, a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta existía un fuerte movimiento cultural en las principales ciudades del país. De hecho, en diferentes campos los artistas e intelectuales eran predominantemente “provincianos” y sus trabajos no necesariamente se concentraban en la “capital”. En pintura, por ejemplo, los más destacados artistas de los años cuarenta y cincuenta no eran originarios de Bogotá: Débora Arango, Pedro Nel Gómez, Rodrigo Arenas Betancourt y Fernando Botero eran de Antioquia; David Manzur de Neira (Caldas) y Edgar Negret de Popayán. Tampoco sus primeras exposiciones se realizaron necesariamente en las galerías de Bogotá.
75Lo mismo puede decirse en las ciencias sociales y en la literatura: sólo una minoría de los científicos sociales y los literatos eran originarios de la “Atenas suramericana”. Es evidente que el hecho de ser Bogotá la capital de la república, lugar donde se concentraban las principales autoridades de tipo eclesiástico, político, militar y económico, daba a quienes vivían en la ciudad cierta ventajas comparativas con respecto a los otros intelectuales que se originaban en la provincia.
76Sin embargo, el hecho de que aún se reprodujese la idea tradicional sobre el dominio bogotano en la cultura, debe entenderse como la expresión de las nociones dominantes de una elite en decadencia, los estertores de una generación que desaparecía físicamente, y también se explica porque Bogotá era el paso obligado para algunos provincianos que necesitaban establecerse en la capital y consagrarse en los círculos de poder y académicos de la ciudad.
LOS MEDIOS Y LOS INTELECTUALES
77Los cambios en las condiciones internacionales y nacionales motivaron un giro momentáneo de los medios en su tratamiento a los intelectuales críticos, como los comunistas europeos. La alianza militar entre las potencias y la URSS ocasionó un olvido provisional de las acusaciones contra el comunismo y la Unión Soviética. No obstante, a mediados de los cuarenta la situación cambió y la polaridad se estableció plenamente. Esta situación se agudizó en el caso colombiano a raíz de la muerte de Gaitán y la posterior acusación conservadora de que se trataba de una conspiración comunista.
78Igualmente, se crearon nuevas formas de institucionalización de la elite intelectual y de conformación de las comunidades científicas y, en general, de los medios de consagración intelectual. Los premios, que se habían instituido en décadas anteriores, se consolidaron plenamente, tal como aconteció con el Salón de Artistas Colombianos, cuyos premios eran otorgados por el Ministerio de Educación Nacional, y el establecimiento de la crítica, que ya para esta época a la que venimos haciendo referencia publicaba un listado de los “mejores libros colombianos”; listado que hoy día es regido por un criterio estrictamente comercial y que ha sustituido la crítica por las ventas.43 La universidad también se destacaba en la jerarquización de los intelectuales.
79En 1958, la revista Contemporánea publicó un listado de libros de diferentes disciplinas y estableció quiénes fueron los escritores más importantes ese año en cada campo del saber. Se consideró que los trabajos más destacados fueron: en sociología, el texto La revolución en América de Alvaro Gómez Hurtado; en crítica de arte, el Museo vacío de Marta Traba, y en historia, Obando íntimo de Horacio Rodríguez Plata.44
80Igualmente, cabe destacar el inicio de la televisión en Colombia. Aunque evidentemente al comienzo no tuvo una relación estrecha con las culturas populares, con el paso del tiempo, especialmente en los setenta, se constituiría en un elemento fundamental para la configuración de lo popular.
INTELECTUALES Y ESTADO
81La relación entre los intelectuales y el Estado en el periodo de La Violencia atravesó por varias etapas. En un primer momento, la intelectualidad fue cautivada por la supremacía liberal en el terreno político y defendió en diferentes escenarios el ideario liberal, especialmente a partir de la Revolución en Marcha. En un segundo momento, los intelectuales vivieron el reverdecimiento del conservatismo con el triunfo de Ospina Pérez y, especialmente, con el ascenso de su sector más recalcitrante cuando Laureano Gómez llegó al poder. Posteriormente, se estableció la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, que alimentó los ideales de libertad y, por oposición, fomentó un espíritu crítico respecto al Estado. La movilización de los intelectuales el 10 de mayo y su rechazo al usurpador son sólo un capítulo. Los sectores dominantes, desde instituciones educativas, periódicos y gremios, lograron que los sectores populares salieran a la calle y se pronunciaran contra la dictadura.
82El 9 de abril de 1948 algunos intelectuales se destacaron por su participación en el motín popular, especialmente a raíz de la toma de la Radiodifusora Nacional, que adelantaron Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán.
83Los intelectuales del bipartidismo vivieron y padecieron la dictadura de una manera fuerte. Inicialmente, fue valorada por algunos como una salida a la crisis a la que había sido arrojado el país por los partidos tradicionales. Débora Arango celebró la caída de Laureano Gómez a manos de Rojas Pinilla en una de sus pinturas. En 1954, Gonzalo Canal Ramírez se expresó a favor del general Rojas Pinilla en los siguientes términos:
El trece de junio el espíritu de partido fue suplantado por el espíritu nacional, colombiano y colombianista, gracias a su aparición en el gobierno del Pueblo y de las Fuerzas Armadas, en un binomio glorioso, ya bien definido por nuestro propio presidente, general Gustavo Rojas Pinilla.
Por fin ese día el pueblo, que en materias civiles es supremo representante de la autoridad de Dios en la tierra, hizo valer su soberanía, a través de tina institución, la única salvada en medio de la total crisis de todas las demás instituciones colombianas, y que por eso mismo también la única salvadora: las Fuerza Armada.45
84A finales de los cincuenta, el rechazo a la dictadura fue total. La oposición a Rojas Pinilla fue el acontecimiento político que permitió la presencia beligerante de los intelectuales colombianos. La presión sobre el dictador fue liderada por los partidos políticos, los gremios económicos, los medios de comunicación y sectores de la Iglesia. De manera que el rechazo a la dictadura por parte de los intelectuales no fue un caso aislado sino, por el contrario, parte de una actitud generalizada. En este sentido, evidenciaron el hecho de ser intelectuales orgánicos del bipartidismo.
85Los pensadores reivindicaron en aquel entonces cierta especificidad y varias veces firmaron proclamas en nombre de los “intelectuales”, lo cual no había sido usual. La dictadura, al instaurar un control sobre la prensa y dada su confrontación con el bipartidismo, se ganó la enemistad de los escritores del partido liberal y del conservador y, por ello, procedió contra los académicos: los directores de Prometeo, por ejemplo, fueron encarcelados.
86En los años cincuenta se presentó un conflicto en el cual participó activamente la Iglesia y que expresa varios hechos interesantes acerca de su papel en la sociedad y acerca de cómo algunos aspectos de los cuales dimos cuenta en el capítulo primero —la determinación de lo que era la cultura durante la Hegemonía Conservadora, por ejemplo—, se mantienen aún en estos años. En primer lugar, se constata la importancia de la Iglesia en la regulación del campo político y cultural. En segundo lugar, la beligerancia de las posiciones más conservadoras en una época en la cual se creerían ya superadas. En tercer lugar, la gestación de la autonomía del campo intelectual, la cual se manifestó con toda plenitud en la década siguiente.
87Hablamos concretamente del veto que el cardenal emitió en 1956 contra el nombramiento de Gerardo Molina como rector de la Universidad Libre. Se destacan varias circunstancias en la opinión del cardenal. Inicialmente, el argumento. La Iglesia consideró a Molina un pensador extremista que amenazaba con transformar la institución en “una Universidad totalitaria y marxista”. Lo paradójico es que ni siquiera Molina se consideraba a sí mismo marxista.46
88Es importante también resaltar en este impase el hecho de que la alta jerarquía católica asumiera que tenía el derecho a emitir vetos contra aquellos que consideraba enemigos de la Iglesia. Es decir, la Iglesia seguía en pie de guerra contra el liberalismo radical y especialmente contra el comunismo.
89Otro aspecto de la actitud de la Iglesia es que significaba un serio cuestionamiento a las libertades de pensamiento y expresión. En primer lugar, porque planteaba la legitimidad de la persecución a los disidentes donde quiera que ellos estuvieran. En segundo lugar, porque lesionaba la autonomía institucional, en este caso de la Universidad Libre, en el nombramiento de sus autoridades y maestros, así como también, quedaba implícito, en la elección de sus programas académicos.
90La posición del cardenal alertó a los intelectuales, incluso a destacados miembros del conservatismo, como los directores de Prometeo, que rechazaron el veto. De la respuesta dada por esta publicación dos hechos resultan importantes. El primero, que consideraban el suceso como expresión del ambiente intelectual en Colombia, pues señalaron que el escándalo de la Universidad Libre era “la melancólica y palpable demostración del mar muerto ideológico en que se ha sumido, quién sabe por qué maldición, el juego de nuestro planteamientos políticos [...] Colombia es un país estéril para el pensamiento”.47
91El segundo hecho es la afirmación de que la acusación de Molina como partidario del marxismo también hacía parte de la manera como tradicionalmente se venían explicando los sucesos nacionales: la existencia de un enemigo externo, en este caso el comunismo. Señalaban los directores de Prometeo·.
Las explicaciones de nuestros desastres son dadas con base en la intervención comunista. Las desgracias nacionales, las fatalidades públicas, las imprevisiones, las plagas, etc., etc., son atribuidas en América Latina al comunismo. La relación de causalidad no aparece muy clara. Pero hay que creer en la palabra de los estadistas. Todo hecho, sea inocuo o sea grave, se atribuye a la acción maléfica de esas minorías fantasmagóricas cuya presencia real en la vida pública se ve contenida por drásticas medidas legales que, no obstante su drasticidad, resultaban barreras de papel contra el poderío, la astucia, la eficacia y la agilidad de los comunistas.48
92Este argumento expuesto por Belisario Betancur nos parece importante porque se hizo en el contexto de la Guerra Fría y a pocos años de las persecuciones de McCarthy en Estados Unidos. Adicionalmente, porque provenía de un destacado miembro del partido conservador.49 Finalmente, porque el respaldo se expresó en nombre de valores universales como la libertad de pensamiento, principio que es muy importante en la constitución de la autonomía de los intelectuales. No obstante, es necesario aclarar que para los directores de Prometeo no había nada más peligroso que “hacer mártires”, pues los verdaderos comunistas podían crecer con el escándalo, y en lugar de debilitarlas, las izquierdas se fortalecieran con la aureola con la cual Molina quedaría luego de verse obligado a retirarse de la Universidad Libre.
93Por último, el argumento de Prometeo es muy importante por cuanto se realiza en nombre de la defensa de la autonomía de los intelectuales, condición para decidir qué corriente de pensamiento siguen, hecho fundamental en la conformación del campo intelectual. Lo particular en este caso es que el reclamo iba directamente contra la alta jerarquía eclesiástica y, como se recodará, Prometeo se propuso la defensa del pensamiento católico.
94Un segundo suceso que queremos mencionar es el relacionado con la polémica en torno a la prohibición de la película Rojo y negro por la Junta de Censura Cinematográfica en febre ro de 1958, cuando ya Rojas Pinilla había abandonado el poder y se iniciaba la era del Frente Nacional. La negativa de conceder permiso para proyectar la película resulta interesante desde varios ángulos. Primero, por la polémica que se desató en aquel año. Jorge Gaitán Durán, fundador de Mito, había sido nombrado por la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia en el cargo de “Censor Nacional de Cine” y, por lo tanto, hacía parte de la junta de censura. Al evaluar la película Rojo y negro consideró que era adecuada para el público, especialmente por basarse en un clásico de la literatura universal. No obstante, su posición fue minoritaria en la votación y la película se prohibió al público colombiano. Gaitán Durán manifestó al ministro de educación su inconformidad por la existencia de una junta de censura, cuando a su juicio lo que debería existir era una junta de orientación. Adicionalmente, rechazó los argumentos con los cuales la película había sido vetada.
95Se destaca igualmente en este suceso el argumento expuesto por Ofelia de Wills, con el cual se sustentó la prohibición: la película “contiene profundas inmoralidades”.50 Pero quizás quien mejor resumió el ambiente hostil fue el periódico El Siglo al apoyar la censura con los siguientes argumentos: la película era financiada por los comunistas, Stendhal estaba en el Index. Entre el arte y el Index, Gaitán Durán elegía el primero.
96Lo extraordinario es que aún en 1958 se esgrimiera como argumento para impedir una obra de arte la existencia del Index. Esto nos permite constatar la fuerte presencia de hechos externos al mundo específicamente académico, en este caso a los propios de la crítica literaria o cinematográfica, para evaluar la calidad del libro y la película; también nos permite constatar, evidentemente, la supervivencia de las nociones de la Regeneración sobre la cultura.
97Igualmente, este suceso traduce las pugnas entre el campo político y el intelectual y las limitaciones de este último. La Iglesia, los partidos y las instituciones del Estado luchaban por mantener un estricto control moral, político e ideológico sobre los intelectuales con el objeto de impedir que cualquier disidente permeara las mentes de los jóvenes o de los lectores de libros. Por su parte, los intelectuales, como tales, no te nían todas las condiciones para el ejercicio, con plenas garantías, de sus actividades y, de otro lado, evidenciaban que estaban librando la batalla por una autonomía real.
98Por último, hay que señalar que los intelectuales estuvieron, como en las décadas anteriores, sometidos a la presión de las instituciones del Estado y que la dictadura aparece como un periodo típico de represión política y de restricción de las libertades individuales, entre ellas la de opinión; esto, en general, ha sido propio del régimen político en Colombia.
99La huelga estudiantil de mayo de 1957 fue enfrentada por Rojas Pinilla a través de la intimidación de los rectores. En una reunión con la ministra de educación y varios rectores de universidades, que fue un verdadero careo, se les colocó en la disyuntiva de apoyar al dictador o hacer pública la disidencia. Al final, ambas posiciones se manifestaron abiertamente. Contra las manifestaciones estudiantiles y en apoyo a Rojas estuvieron el general Calderón Reyes, en representación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, el rector encargado de la Universidad de San Luis y el rector de la Universidad Nacional de Colombia, Ramón Atalaya, quien catalogó a los huelguistas como “una turba irresponsable de fanáticos” ajenos a la institución. En respaldo de los estudiantes se manifestaron, entre otros, Ricardo Hinestroza Daza, del Externado, y Jorge Eliécer Ruiz, de la Universidad Distrital.51
100Tanto la lucha contra el veto a Gerardo Molina como contra la prohibición de exhibir la película Rojo y Negro representan el momento de inicio de la constitución de la intelectualidad crítica en Colombia. Estos intelectuales se definen, asimismo, por varios principios: se consideran intérpretes de la opinión pública, tienen la noción de que la cultura está ligada a la acción y que la tarea de los intelectuales es la lucha por la libertad humana, en particular la libertad absoluta de pensamiento.52
101Nuestra hipótesis es reforzada por la coincidencia en el tiempo de las rupturas estéticas. Para Marta Traba, por ejemplo, la modernidad en la pintura se inaugura con la obra de Obregón.
102En resumen, el periodo de La Violencia es de transición en el campo cultural. Representa el inicio de la ruptura de los intelectuales con el bipartidismo a partir del rechazo que la mayor parte de ellos expresa contra La Violencia. Este punto de partida les permitió iniciar una búsqueda de nuevos modelos estéticos y nuevos proyectos políticos. La ruptura, sin embargo, no era aún posible porque no existían todas las condiciones para ello, faltaba la Revolución Cubana, la Ruptura ChinoSoviética, el MRL, la nueva izquierda, etcétera.
103Un segundo hecho por destacar en estas décadas fue la sustitución, momentánea, del maestro por el pintor. Fueron estos artistas los que pudieron sintetizar el horror de la violencia y dejar para la posteridad el espanto de una generación ante el conflicto interno.
Notes de bas de page
1 Sobre la quimera de las condiciones de paz para el desarrollo de la labor intelectual, véase Fernando Cruz Kronfly, “El intelectual en la nueva Babel colombiana”, en Fernando Viviescas y Fabio Giraldo (comps.), Colombia el despertar de la modernidad, Bogotá, Foro Nacional por Colombia, 1991, pp. 385 y ss.
2 Para sólo recordar dos ejemplos muy conocidos, mencionemos los vínculos de Heidegger con el nazismo y el debate entre Camus y Sartre. En Colombia, dichas polémicas han tenido, desde sus orígenes, defensores y detractores. Véase uno de los ejemplos de las discusiones en torno a la relación de los intelectuales con el poder en Aleph, No. 115, Manizales, octubre-diciembre de 2000.
3 En Colombia son muchos los casos conocidos: Vargas Vila, Laureano Gómez y sacerdotes como Ezequiel Moreno y Monseñor Builes estimularon en diferentes épocas el uso de las armas o participaron directamente en la batalla. En México, la guerra de los cristeros es, por supuesto, el mejor ejemplo de participación.
4 El relato que hace Germán Arciniegas del sadismo con el que fue asesinado su abuelo podría ser la misma historia que contarían diversas generaciones de hombres y mujeres que han vivido durante el último siglo y medio en Colombia. Véase Gustavo Cobo Borda, Silva, Arciniegas, Mutis y García Márquez, Bogotá, Biblioteca Familiar Presidencia de la República-Imprenta Nacional, 1997.
5 La exposición Arte y Violencia sintetiza las reflexiones de los artistas sobre este periodo histórico. Véase Arte y violencia en Colombia. Desde 1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá-Grupo Editorial Norma, 1999.
6 Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa?, Bogotá, CINEP, 1994, p. 60.
7 Es evidente la influencia existencialista, lo cual se puede constatar en las revistas de la época.
8 Sobre las distintas etapas de la pintura de Débora Arango, véase Santiago Londoño Vélez, Débora Arango. Vida de pintora, Bogotá, Ministerio de Cultura, 1997.
9 Gilberto Alzate Avendaño, “La candidatura de Ospina Pérez”, en Obras selectas, Bogotá, Banco de la República, 1984, pp. 80-81.
10 Ibíd., pp. 149-150.
11 La revista fue dirigida por Belisario Betancur y Diego Tovar Concha.
12 La revista tuvo como directores a Jorge Gaitán Duran y Hernando Valencia Goelkel y, como un hecho particular, su comité patrocinador estaba conformado por hombres de letras de talla mundial, entre ellos los mexicanos Octavio Paz y Alfonso Reyes.
13 El artículo del codirector de la revista se llamó “Claudel o el catolicismo” y el comentario apologético de Paul Claudel sobre las maravillas de la Biblia y sus beneficios, se encentran en “El libro extraordinario”, en Prometeo, No. 1, Bogotá, marzo-junio de 1955.
14 Fabio Botero Gómez, “El protestantismo y la América española”, en Prometeo, No. 15, Bogotá, junio de 1956.
15 “Nuestra meditación sobre la Iglesia”, en Prometeo, No. 17, Bogotá, septiembre de 1956.
16 Àlvaro Gómez Hurtado, “Ante el mito de una cultura mestiza”, en Prometeo, No. 3, Bogotá, mayo de 1955. Adicionalmente, véase Fabio Botero Gómez, “Anotaciones sobre la realidad social de la América española”, en Prometeo, No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
17 Libardo Arriaga, “Importancia y circunstancia del descubrimiento de América”, en Prometeo, No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
18 Alvaro Sánchez, “Don Marco Fidel Suárez, el ejemplar cristiano”, en Prometeo, No. 3, Bogotá, mayo de 1955. En la misma linea Jesús Emilio Jaramillo, “Marco Fidel Suárez, pensador cristiano”, en Prometeo, No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
19 Jaime Ospina Ortiz, “Las convicciones militantes de José Eusebio Caro”, en Prometeo, No. 5, Bogotá, julio de 1955.
20 Àlvaro Gómez Hurtado, “El tradicionalismo frente al progreso”, en Prometeo, No. 6, Bogotá, agosto de 1955.
21 Carlos Valderrama Andrade, “Miguel Antonio Caro y la religión”, en Prometeo, No. 21, Bogotá, mayo de 1957 y “Miguel Antonio Caro y la política”, en Prometeo, No. 23, Bogotá, agosto-septiembre de 1957.
22 Belisario Betancur, “El destierro de Laureano Gómez”, en Prometeo, No. 19, Bogotá, octubre-noviembre de 1956.
23 Tierra Firme, No. 1, vol. 1, Bogotá, abril-junio de 1958.
24 Gutiérrez Girardot escribió sobre Schlegel y la hermenéutica en Tierra Firme, No. 1 y La universidad y la reforma universitaria, No. 2-3, julioseptiembre de 1958; e hizo un comentario al poema “La fiesta de la paz” de Hólderlin, en La universidad y la reforma universitaria, No. 4, eneromarzo de 1959.
25 “Por la autenticidad nacional”, en Contemporánea, No.l, Bogotá, mayojunio de 1958, p. 7. En el momento de ser publicado el primer número de la revista era gobernador Jorge E. Gutiérrez Anzola y el secretario de educación era Pedro Nel Reina.
26 Véase “Editorial”, en Contemporánea, No. 1, Bogotá, mayo-junio de 1958.
27 La consideración de la ex ministra de cultura, Consuelo Araújo, sobre la existencia de un arte y un pensamiento extranjeros es una completa necedad. Estábamos acostumbrados a dichas afirmaciones en el contexto de la lucha de los conservadores contra los liberales en el siglo XIX o de la propaganda anticomunista durante la Guerra Fría, pero en momentos en que hasta el más ignorante tiene en su vocabulario básico el término globalización produce vergüenza ajena que una política de Estado se base en tal barbaridad. Luego del infame asesinato de Araújo, el Ministerio de Cultura siguió como cuota costeña que, sin esfuerzo alguno, ha llevado a limites inigualables la ignorancia y el clientelismo.
28 Para sólo mencionar un ejemplo, podemos tomar el caso de Sartre. Su obra se comenzó a difundir a partir de mediados de los años cuarenta en trabajos introductorios a su pensamiento, y luego se efectuó la traducción de algunos fragmentos en revistas como Mito. A los pocos años ya existían ediciones de algunos de sus textos, por ejemplo, Problemas de método, publicado originalmente en 1958, fue traducido por J. O. Meló y Ediciones Estrategia lo publicó en 1963.
29 Rafael Maya, Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana, Bogotá, Librería Voluntad, 1944, p. 43.
30 Jorge Gaitán Durán, La revolución invisible, Bogotá, Ediciones Revista Tierra Firme, 1959.
31 Véase una síntesis de las principales críticas, en Oscar Torres Duque, “El grupo de Mito”, en Gran Enciclopedia Temática de Colombia. Literatura, Bogotá, Círculo de Lectores, 1992, p. 252.
32 Moreno Durán, al hacer el balance de la revista, resalta su mirada como lector, véase R. H. Moreno Durán, “Mito memoria y el legado de un sensibilidad 1955-1962”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, No. 18, vol. XXVI, Bogotá, 1989, pp. 19-30.
33 Oscar Torres Duque, op. cit., p. 249, parte de hacer esa pregunta, y en su trabajo trata de explicar la necesidad de hablar de una generación; sin embargo, cita al codirector de la revista para dejar la idea de que Mito fue obra únicamente de su director, Jorge Gaitán Durán.
34 Una crítica militante a Mito le reconoce este hecho, véase Alvaro Medina, “Mito, una revista de la burguesía”, en Estudios Marxistas, No. 14, Bogotá, 1997, p. 67.
35 Darío Ruíz Gómez, en Mito, No. 21, Bogotá, noviembre de 1960; y Oscar Torres, op. cit., p. 252.
36 Alvaro Medina, op. cit., p. 68. Esta versión es opuesta a la recientemente expresada por Oscar Torres, op. cit., p. 255, para quien el erotismo tenia una función social.
37 Armando Romero, Las palabras están en situación, Bogotá, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura-Procultura, 1985, p. 122. Oscar Torres, op. cit., p. 249, coincide en resaltar el contexto de La Violencia como un hecho que marcó la revista.
38 Entre quienes estudian la revista, Oscar Torres es el que más exalta la idea de un compromiso político. Véase Oscar Torres, op. cit., p. 255.
39 Luis Antonio Restrepo, “Literatura y pensamiento 1958-1985”, en Nueva Historia de Colombia. Literatura, pensamiento, artes y recreación, Bogotá, Editorial Planeta, 1998, p. 90.
40 Àlvaro Medina hace un comentario sobre los errores de Gaitán Durán en op. cit., pp. 76 y ss.
41 Véanse los artículos de Àlvaro García Herrera, “Debates. De la república a la dictadura de Carlos Lleras Restrepo” y Pedro Gómez Valderrama, “Actuales. Alberto Lleras”, en Mito, No. 9, Bogotá, agosto-septiembre de 1956, pp. 184 y ss. y No. 18, febrero-abril de 1958, p. 493.
42 “Exigencia fundamental: libertades totales”, en Mito, No. 13, año III, Bogotá, marzo-mayo de 1957.
43 Las editoriales en nuestro medio se resisten a publicar textos universitarios y prefieren los best sellers, e incluso le apuestan a consagrar a figuras de la televisión que de la noche a la mañana resultan escribiendo poemas.
44 “Los mejores libros colombianos de 1958”, en Contemporánea, No. 2, Bogotá, julio-diciembre de 1958, p. 266.
45 Gonzalo Canal Ramírez creó la revista Ya para apoyar al régimen, su primer número salió el 13 de julio de 1953. Una recopilación de esta publicación, dedicada “Al binomio: Pueblo-Fuerzas Armadas”, fue impresa por Canal bajo el titulo El 13 de junio en 33 números de Ya, Bogotá, Antares, 1954, p. 7.
46 Véase la versión de Molina de los sucesos en “El conflicto de la Universidad Libre”, en Mito, No. 10, Bogotá, octubre-noviembre de 1956, pp. 270 y ss. Para Prometeo, Molina tampoco era marxista.
47 Prometeo, No. 17, Bogotá, agosto de 1956, p. 67.
48 Prometeo, No. 17, Bogotá, agosto de 1956, p. 72.
49 Betancur será consecuente con estas ideas, pues años más tarde, desde la presidencia, hablará de las condiciones objetivas de la subversión en Colombia, resaltando que el origen de la insurgencia no había que buscarlo en la acciones del comunismo internacional sino en las desigualdades sociales. Sobre esto volveremos en el siguiente capítulo.
50 La inmoralidad consistía en la entrega de mademoiselle De la Mole y al adulterio de madame De Renal.
51 Una síntesis de la reunión y de las acciones que tomaron los intelectuales contra la dictadura se encuentra en Pedro Gómez Valderrama, “Crónica de mayo”, en Mito, No. 13, marzo-mayo de 1957, pp. 48 y ss.
52 Estas ideas fueron expresadas especialmente en los artículos, “Una exigencia fundamental: libertades totales” y “Declaración de los intelectuales colombianos durante el paro general”, también en la síntesis que Mito hizo de sus artículos, en los cuales se pronunciaba por la defensa de la libertad humana, y en los diversos comunicados que los intelectuales emitieron contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Véase Mito, No. 13, Bogotá, marzo-mayo de 1957 y No. 17, diciembre de 1957-enero de 1958, pp. 382 y ss.
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