La Iglesia en la Epica Castellana
p. 1125-1137
Texte intégral
1Desde la famosa afirmación de J. Bédier1 acerca del papel determinante de la Iglesia en la gestación de la epo-peya, que provocó la no menos famosa disputa entre individualistas y - neotradicionalistas, se produjo en las adhesiones a uno y otro - bando, a mi modo de ver, una pérdida de hori-zonte de aquella actividad en unas circunstancias socio-culturales bien determinadas.
2Esas circunstancias nos son hoy muy bien coonocidas gracias a los trabajos de, entre otros, G. Duby y J.E. Ruiz Doménec,2 que han puesto de relieve el papel decisivo que tuvo esta institución en todo tipo de actividad medieval, bien sea en el espiritual, como en el político o en el artístico.
3Sentada esta afirmación, se podrla concluir ya que la Iglesia tuvo una gran responsabilidad en el origen de la épica. Pero tal afirmación no puede ser sostenida sin ser matizada, puesto que esa intervencion varía según el carácter de la obra de que se hable, en el sentido de que, por su carâcter y objetivo, - puede tener un alcance meramente social o exclusivamente piadoso ; puede pretender la presentación de un modelo temporal, laico, o puede añadirle unos intereses eclesiâsticos suplementarios.
4Así pues, conviene que se vuelva sobre el asunto, que ya he tratado en otros articulos3, para poner de relieve esta distinción, que arrojará más luz sobre este importante problema.
5Para llevar a cabo mi intento, me detendré exclusivamente en la épica castellana. Pero los resultados obtenidos quizâs sean utiles también para la francesa, confirmación o invalidez que dejo para otros estudiosos.
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6Decía anteriormente que la participación de la Iglesia difería segûn fuera el carâcter y el alcance de la obra, asl como su ejemplaridad. La condición esencial que permitirá el que un texto pueda ser incluido dentro de lo puramente temporal, social, o dentro de los intereses estrictamente eclesiásticos, no ofrece, segûn creo, mayores problemas : dependerá de las posibilidades que el héroe en cuestión tenga para ser "canonizado" como - consecuencia de sus actos. A menos posibilidades, la participación de los monjes es más secunda-ria, y será decisiva en aquellos textos en los que el protagonista se parezca más a la de un santo.
7Estos dos grupos se distinguen con gran nitidez en -nuestra épica, no tanto en cuanto a los personajes (que pueden - ser incluidos en cualquiera de ellos) como a los textos conservados. A su examen nos dedicaremos en las páginas siguientes.
8El primer texto que merecerá nuestra atencion será, -necesariamente, el Cantar de Mío Cid, en el que se nos presenta a un Rodrigo Diaz de Vivar como una persona muy piadosa, que promete misas a la Virgen, que da gracias a Dios por su buena ventura y se confia en El en los momentos de apuro, que alberga a su familia en un monasterio, convierte en iglesia la mezquita mayor de Valencia y, en fin, recibe en sueños la visita del angel San Gabriel, el cual le promete éxito en todas sus aventuras.
9Pero ninguno de estos elementos es esencial para el desarrollo del Cantar. El que el Cid fuera piadoso puede responder a una prâctica generalizada, así como confiar su familia a un monasterio. La conversión de la mezquita en iglesia era lógica, y constituía asimismo una costumbre constatable en muchos casos. Por fin, en ninguna de las victorias obtenidas posteriormente se acuerda Rodrigo de la profecla del divino mensajero. Todos estos episodios dan la impresión de ser meros adornos de los que se podrla - prescindir.
10Pues, al lado de ellos, hay otros que tienen una importancia más decisiva para el desarrollo de la acción, y que son escasamente asumibles por una mentalidad monástica. Por ejemplo, el hecho de que entre los aliados del Cid se encuentre un señor - árabe ; o que, para solicitar ayuda de los cristianos en la conquista de Valencia, no apele a la cruzada y si al botin(4), lo que seria impensable en la Chanson de Roland o en el Poema de Fernán González, obras ambas debidas a incontestables plumas de clérigos.
11Dicho esto, es evidente que el Cantar de Mio Cid, paradigma de nuestra épica, no pudo ser escrito, en la forma versificada que se nos ha conservado, por alguien que se encontrara fuera de los circulos de poder de la época, y la Iglesia era preponderante. Dicho de otra manera mâs explicita, no - puede ser obra de un juglar, como tantas veces ha afirmado Menéndez Pidal. Dejando para mâs tarde el estudio de esta cuestión candente, me limitaré a exponer ahora que la afirmación del ilustre maestro espanol se basa exclusivamente en algunos elementos formales, a los cuales, indudablemente, se tenia que recurrir dado el auditorio, que exigiría aquellos detalles populares.
12He de insistir que la afirmación que acabo de hacer es válida para caracterizar la copia conservada, en la cual están presentes otros elementos de carâcter muy erudito, que la - abundante critica cidiana ha puesto de relieve5.
13Para dirimir esta cuestión, hay que abandonar lo for mal y detenerse en el contenido, o, si se prefiere, en el mensaje. Y en tal mensaje, por mucho que se haya visto la glorificación de una persona6 y su ascenso social, por muy individualista que sea el caso, todo esto no es mâs que un requisito fundamental para inscribir esta vida en un marco mâs amplio : en una sociedad en la cual se le propone como modelo de vasallo, con la necesaria recompensa. Tal propuesta solo puede ser planteada por los mentores que dirigen esa sociedad, obviamente. Y, particularmente, me cuesta mucho creer que el auditorio se entusiasmase con el modelo presen-tado y ardiese en deseos de ser buenos vasallos aunque tuviese malos senores. Por el contrario, es me más fácil imaginarse lo contrario : que hubiese malos vasallos aunque -el señor fuese bueno, tal como se refleja, más o menos patentemente, en las cantigas d'escarnho de Alfonso X el Sabio. Para paliar tal situacion se escribiâ, a mi parecer, el Cantar de Mio Cid. Y digo que se escribió, no que se compuso.
14Las interpretaciones que se han hecho sobre esta obra maestra han sido, y serân, múltiples y para todos los gustos. Como muestra contraria a la que, muy resumida, acabo de exponer, valga recordar la de cierto estudioso español, cuyo nombre callo por rubor, segûn el cual el Cid, al que le da también una proyección social, seria una especie de líder de un movimiento prácticamente proletario, al que solo le falta el carnet de un partido determinado. Por lo tanto, nuestro personaje iría justamente en contra de aquellos mentores.
15La anacronía que impera en tal afirmacion (pues - asi se presenta, y no como hipótesis) se viene abajo por el mero hecho de que el Cantar del Cid fue prosificado, sin sufrir graves alteraciones, por la obra àulica que es la Primera Crónica General, de inocultable caracter didâctico, en la cual no habria tenido cabida de poseer el menor cariz revolucionario, y en la cual tuvo una generosa acogida precisamente por encomiar las excelsas virtudes de un vasallo, de un guerrero que acepta un orden social bien conocido y en el que espera acomodarse lo mejor posible.
16Durante estas últimas líneas he insistido en el aspecto social, politico, dejando de lado momentáneamente el aspecto eclesiástico, que es el que nos ocupa. Pero la digresión era necesaria dada la vinculación entre ellos, tema éste que ha sido estudiado y comprobado hasta tal punto, que ya no queda nadie que no esté convencido de que la Iglesia no se ocupó de la conducción, espiritual y temporal, de la sociedad en perfecta connivencia con la corona, o con la nobleza ; con el poder, en suma.
17En este sentido, el Cantar del Cid no podia escapar a ese influjo, como, por otra parte, ninguna otra obra - escri-ta, segun afirmé al principio. Pero, dicho esto, no es así como J. Bédier entendía la importancia de la Iglesia en la formación de este género, de cuyo punto de vista nos ocuparemos inmediatamente. El Cantar del Cid es, pues, obra de un clérigo, pero "ocupado en su vertiente social", no para vehicular intereses exclusivamente eclesiásticos.
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18La tesis de J. Bédier iba por estos intereses. En suma, el objetivo de esos monjes bederianos era cantar las cualidades de un héroe, relacionado con un lugar sagrado, para suscitar la peregrinación a dicho lugar y obtener asî unas ganancias económicas. La manera de deslizar este mensaje para que sea eficaz constituye la base del género en cuestion, la épica en nuestro caso.
19En Castilla, esa manera esté apenas disfrazada en ciertos textos, en cuya composición brillan con intensa luz el - "pretexto" aprovechado y el interés solicitado. Otro problema es si los textos resultantes pueden ser etiquetados de épicos. 0, dicho de otro modo, la cuestión se situa en saber si, en - Castilla, el "pretexto" necesita de los ador-nos eclesiásticos, o son éstos los que necesitan de aquél. En el primer caso, la Iglesia habria tenido una participación absoluta en la creación de la epopeya. En el segundo, se habria aprovechado de ella.
20Dado el escaso numéro de versos épicos conservados, nos será fácil hacer un análisis del fenómeno, para lo cual nos fijaremos en lo que hay : el Poema de Fernán González, del siglo xiii, y las Mocedades de Rodrigo, de composición continua a lo largo del xiv7.
21En uno y otro caso, todo indica que, previamente a la existencia de los textos hoy conservados, circulaban sendas - composiciones de carâcter oral, juglaresco sin duda alguna, con una temática absolutamente politica, profana, y sin relación - ninguna con la Iglesia. El rebelde parece que debió de ser su nota dominante.
22Así, lo esencial en el caso de Fernán González radicaba en la obtención por parte de este conde de la independen-cia castellana, sometida al reino de León y, en un segundo plano, su extensión geográfica conseguida gracias a unas guerras contra sus vecinos navarros y moros. Se trataba, pues, de un tema exclusivamente nacionalista, interesante sólo para una región, por lo que la Iglesia no podía, en un primer momento, sacar provecho de un himno de carâcter separatista. De este cantar previo se tienen noticias por las huellas que dejó en la Crónica de 1344 y en el Romancero Viejo, una y otro posteriores a la composición del Poema antes citado del s. xiii.
23Quiere esto decir que su autor, un monje del monasterio de San Pedro de Arlanza, aprovechó un material preexis-tente, y de cierto éxito, para obtener los beneficios económicos deseados para su casa, para lo cual tuvo que introducir ciertos retoques, cuyo anâlisis pudo servir de modelo a lo que quizâs se hizo en otras latitudes con otras obras. Por eso merece la pena detenernos un poco.
24En primer lugar, y como se acaba de decir, se aprovechó un cantar anterior, de cierto éxito. Para llevar a cabo la tarea, se debió buscar un momento determinado. En este caso, - cuando el nacionalismo castellano no era ya mâs que un recuerdo, o bien cuando Castilla podía representar, en la mente de todos o en la del autor, a gran parte de Espaῆa.
25Ese momento se produce justamente a mediados del s. XIII, cuando Fernando III el Santo es el rey de Castilla y de León conjuntamente y está dando un gran empujón a la Reconquista. Para mayor felicidad, el nombre del rey y el nombre del antiguo héroe coinciden.
26Obviamente, del antiguo cantar había que hacer desapa-recer el necesario enfrentamiento entre Castilla y Léón. Lo que en un principio se debió de conseguir por las armas, ahora se hace por una peculiar compra-venta. Por la misma razón, las luchas para la independencia conseguir por las armas, ahora se hace por una peculiar compra-venta. Por la misma razón, las luchas para conseguir la expansión del antiguo condado se magnifican : a los navarros se les reprocharé su miopia al atacar al Castellano, campeón de la Cristiandad ; y las guerras contra los moros se enriquecerán con un carâcter de Cruzada, que antes no tenia. En este sentido, el monje arlantino puede exagerar cuanto quiera.
27Finalmente, el antiguo héroe será asociado al monasterio de San Pedro, cuyo abad le promete ayuda celestial (la del apóstol Santiago) en su lucha contra los infieles. En pago a la cual, el conde dota ricamente el monasterio, en donde promete ser enterrado, circunstancia ésta que presenta-ba todas las posibilidades para aprovechar aquella leyenda. No hubo, pues, formación de un cantar, sino reelaboración. ¿Pudo ocurrir lo mismo con el Roldán de Turoldus ?
28En el caso de las MR, de estructura entre sus episodios menos sólida, no se puede, a priori, andar tan firmemente, pero tampoco ofrece grandes dificultades.
29Aquí también, un clérigo de la diócesis de Palencia aprovecha un texto preexistente que cuenta las aventuras juveniles del Cid. Pero, al no haber tumba, el héroe es asociado a la ciudad haciéndole protector de un leproso, al que encuentra cerca de ella, de manera que parezca como fundador de la leprosería allí existente. Posteriormente, en una de sus lides, Rodrigo repondrá al obispo en su diócesis, de donde habla sido alejado victima de la rapina de ciertos nobles.
30Las Mocedades de Rodrigo es un texto colmarlo de lagunas, y el paso de unos episodios a otros es silenciado. No -obstante, se puede afirmar que, por la lógica del relato, los dos arriba citados son complementarios, ajenos, y dan la sensación de ser un añadido de última hora. En este caso, ni siquiera hay reelaboración, sino simple adición.
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31Lo que se acaba de observar en los textos poéticos -conservados, ¿puede afirmarse para aquellos de los que sólo -quedan prosificaciones ?
32Empezaré informando que muchos de ellos no tienen siquiera que ver con los moros (elemento importante) o los considera amigos. Estos relatos, referentes a otros condes de Castilla (sucesores del anterior), o a las rivalidades entre algunos nobles castellanos (el Cantar de los Infantes de Salas), o, finalmente, a los acontecimientos en que se vieron envueltos - los primeros reyes de este recién formado reino, no son aptos para ser aprovechados con aquellos fines por la simple razón - de que en todos ellos hay derramamiento de sangre cristiana provocada por manos cristianas. Son narraciones de dramas civiles, de guerras civiles, en las que tomar partido significaba ganarse la enemistad del otro bando, y la Iglesia no podía correr ese riesgo, independientemente de que el tema no tenia nada de ejemplar. Por ello, tuvo que desechar este filón, independientemente de que, en algunos casos, el lugar de enterramiento de los protagonis-tas, situado en monasterios o templos, propiciaba en principio aquella prâctica. Tal es el caso del Romanz del Infant García, cuya tumba estuvo en el monasterio de Oria, o el de los Siete Infantes de Salas, cuyos - restos se conservan en el monasterio riojano de Suso (con tal que estos personajes existieran realmente).
33Por ser inadecuados para vehicular los intereses ya citados, estos relatos se quedarían exclusivamente en el recuerdo del pûblico, y a esa misma razón se debe, probablemente, el que de ellos no se conserve ninguna copia versifi-cada. Hemos de suponer que fueron de creación juglaresca y estoy - firmemente convencido de que sufrieron retoques al ser prosificados en la Primera Crónica General.
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34Presentado este breve panorama, se puede profundizar algo mâs en la utilización eclesiástica del material épico, no ya en cantares, sino en leyendas, en las cuales la piuma de los clérigos crearon a voluntad. La primera de ellas es conocida - con el nombre de Leyenda de Cardeña, que es el lugar de enterramiento del Cid. Tal Leyenda esté también prosificada en la Primera Crónica General y cuenta los últimos acontecimientos de la vida de tan famoso héroe, asi como los milagros obrados en su tumba, es decir, todo aquello que el Cantar consideró superfluo o no épico, es decir, milagroso o piadoso. La publicidad que hace el monasterio de San Pedro de Carderia de tan ilustre huésped es evidente. Asl, hablando de los regalos que el sultán de Persia envia a su admirado personaje, se lee : "le enbio un acedrez ... que aun oy en dia es en el monesterio" (cap. 947), objeto que atraería los pasos de curiosos peregrinos. Asimismo, dicha leyenda hace a San Pedro, el patrón del monasterio, bajar del cielo para anunciarle la muerte para que se prepare cristianamente a ella, en pago a la "reuerencia que tu siempre fe-ziste en la mi eglesia del monesterio de Sant Pedro de Car-denna" (cap. 952). Evidentemente, el Cid ordena que se le entierre en él (cap. 953) : "mando que la su sepultura fuesse en S.P.C. o agora yaze".
35Los ejemplos de ubicación actualizada por los monjes pueden multiplicarse. Baste con esos dos, que Bédier no podia encontrar más útiles para su teoria. Pero, como voy intentando demostrar, y aquí se manifiesta claramente, este relato no tiene nada de épico, aunque si se origina a partir de un cantar. De un cantar que, como ya se dijo, era inapto para un aprovechamiento monacai determinado por mucho que el personaje fuera modélico desde el punto de vista socio-eclesiástico.
36Para que la teoria bederiana hubiese sido aplicable a la épica castellana, habria sido necesario que ésta hubiera puesto en pie de guerra continua a los musulmanes como amenaza de la Cristiandad, lo cual no es el caso, ni mucho menos. Hubiese sido preciso que un gran Caudillo moro, como Almanzor u otro cualquiera, hubiese provocado, por su actividad guer-rera, una reacción cristiana y su consecuente reflejo en la literatura.
37¿Y donde aparece Almanzor (y no otro) ? Solamente en los relatos en los que, como he señalado aquí, el monje coge la piuma para sacar partido de un cantar preexistente. Asl, es el enemigo a combatir en el Poema de Fernân González, no en el cantar juglaresco perdido, y éste tiene razón, ya que esos dos personajes no fueron contemporáneos.
38Si pongo como ejemplo a este Caudillo árabe y no a otro es porque, debido a su histórica incursión y ultraje a la tumba del santo patrón de las Españas, el apostol Santiago se había convertido en el enemigo más acérrimo de la Iglesia hispana, por lo que ésta, de ser autora de nuestra épica, le hubiera hecho aparecer, aun anacrónicamente, en cualquier relato. Pero la épica no actuó así. Más aún, en el Cantar de los Infantes de Salas, en donde sí aparece, Almanzor es más amigo que enemigo.
39Y con este personaje entramos en la segunda de las leyendas anteriormente anunciadas, conocida con el nombre de Leyenda de don Juan, abad de Montemayor, la cual constituye una invención "en toutes pièces" de un relato en el que Menéndez Pidal8 ha visto huellas de un cantar, sin que, en lo que me concierne, haya quedado convencido.
40Para apoyar su teoria, hace ver las semejanzas de este relato en prosa con otros cantares, prâctica muy usuai en el ilustre maestro, llegando a verlas con prácticamente todos ellos. Este parentesco generalizado, basado en las fórmulas, me viene a demostrar justamente que su anónimo autor ha ido "picando" aqui y allá para cocinar su piato que, por lo mismo, es incomestible.
41Lo que quería el autor de esta leyenda, monje, era ensalzar el monasterio de Alcobaça, a base de unos personajes que, en su gran mayoría, pertenecen a la ficción, y particularmente sus protagonistas. La historia que nos cuenta pone en escena todos los elementos narrativos consagrados por la literatura eclesiástica : aquella profanación de la tumba del apóstol, al Almanzor acérrimamente enemigo, santos mártires resucitados, un renegado nacido en el pecado y muerto por intercesión divina y, de carâcter supuestamente épico, una batallita. Todo esto seria la obra primitiva de un juglar de origen leonés, segûn Menéndez Pidal, que tira asi una piedra contra su teoria de la tradicionalidad queriendo demostrarla.
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42Llegados al final del recorrido, conviene concluir.
43En un principio, se produjeron ciertos cantares o como quieran llamarse a partir de ciertos acontecimientos históricos que, como afirmaba don Ramón, impresionaron a una colectividad, que los fue repitiendo y remodelando. Su autor primitivo no tenia nada que ver con la Iglesia, pues los acontecimientos que se cuentan son de signo nacionalista, político, y las acciones no son, de antemano, "ejemplares" ni aptas para ser presentadas como modelo por los "oratores". De todos aquéllos, y por carecer de ese carâcter tan nacionalista, se salva el Cantar del Cid, que si es susceptible de "santifi-carse" socialmente, por lo que pasa a ser llevado a la escri-tura. Afortunadamente, se conserva una copia, pero el número de ellas que pudieron haberse hecho carece aquí de importancia : hubiera incluso bastado, para lo que estoy afirmando, una mera referencia explicita de la existencia escrita, aunque no hubiese quedado ni esa copia.
44Al pasar a la escritura9, la Iglesia interviene, como se dijo al principio, porque intervenía siempre, siéndo-nos imposible saber si en esta acción se retocó mucho o nada, aunque es posible suponer, si nos atenemos al carácter de Rodrigo en el Romancero, que fue bastante. Pero esta intervención eclesiéstica no tiene nada que ver con la avanzada por Bédier para su conocida teoría.
45En un segundo momento, y aquí sí es válida esa teoria, diferentes monasterios vieron la gran ventaja que reportaba asociarse a la fama de determinado héroe, práctica que se detecta en el siglo xiii, quizâs fijândose en lo que hacian los monasterios franceses. Para conseguir tal objetivo, los monjes castellanos no necesitaban rebuscar en los cronicones personajes con los que hubieran podido tener relación : tomaban de la épica oral lo que necesitaban, y reformaban lo que fuera necesario. A esta intervención mona-cai debemos la existencia de los conservados Poema de Fernán González y Mocedades de Rodrigo, en copias que se guardaron en los lugares interesados. Toda refundición que pudieran haber sufrido se deberla a ellos mismos y, por eso, debía de ser mínima.
46Finalmente, en un tercer momento, y estrechamente vinculado al anterior, otros monasterios se lanzaron a la pura invención, dando lugar no a cantares ni poemas, sino a leyendas en prosa. Para ello, actuaron como ya se ha visto : o bien a partir de los episodios en los que el autor del Cid no consideró oportuno citar, o bien haciendo una casa con elementos prefabricados.
47El éxito de todos estos textos conservados, en verso o en prosa, debió de ser, entre el público en general, más bien escaso, y de ahi también, posiblemente, el hecho de que se conserven en copias únicas. Esta afirmación se debe a que se trataba de textos demasiado moralizadores o piadosos. Y el Cid no escapa, aunque pueda sorprender, a esta pobre aceptación : su obediencia y amor al rey sin fisuras lo habían convertido en un héroe de palacio, no de plaza. Por lo demás, lo que el Romancero retuvo de él fue su rebeldía.
48Y termino repitiendo una suposición pidaliana10 : ¿no pudo ocurrir en Francia lo que ocurrió en España ?
Notes de bas de page
1 J. Bédier, Les légendes épiques, 1908-1913, 4 vols. Paris. Particularmente, t. III, pgs. 200-288.
2 G. Duby, Les trois ordres ou l'imaginaire du féodalisme, Paris, 1978 ; J.E. Ruiz-Doménec, Littérature et société médiévale : vision d'ensemble, Le Moyen Age, n°1, 1982, pgs. 77-114.
3 Principalmente, en La chanson de geste comme moyen de progagande, Les Lettres Romanes, t. XXXIII, 1979, pgs. 309-328.
4 Véase mi articulo El sabor de la ganancia, Historia 16, N°77, 1982, pgs. 82-85.
5 Para el estudio de su conjunto, véase J. Horrent, Historia Y poesia en torno al "Cantar del Cid", Barcelona, 1973.
6 P. Salinas, El "Cantar de Mio Cid", poema de la honra, en Ensayos de literatura hispánica, Madrid, 1958.
7 De uno y otro me he ocupado, en los estudios previos a sus ediciones : Mocedades de Rodrigo, Madrid, 1982 ; Poema de Fernán González, Madrid, 1981.
8 R. Menéndez Pidal, Historia y Epopeya, Madrid, 1934, pgs. 98-233.
9 Esta pre-existencia de un cantar previo que pasa a ser escrito es defendida con verosimilitud por C. Smith en su edicion del Poema de Mio Cid, Madrid, 1979, 5a. ed.
10 R. Menéndez Pidal, La Chanson de Roland y el neotradicionalismo : orígenes de la épica romànica, Madrid, 1959.
Auteur
U.N.E.D. Madrid
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