Prosas y prisas en 1604: El Quijote, el Guzmán y la Pícara Justina*
p. 827-848
Texte intégral
–¿Al dinero y ai interés mira el autor? Maravilla será que acierte; porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfección que requieren.
(Quijote, U, 4)
1Estas palabras de Sancho Panza pertenecen al contexto de las disculpas o justificaciones de los descuidos y «tachas» más llamativos («los puntos sustanciales que faltan en la obra», dice Sansón Carrasco a propósito de uno de ellos) que algunos «censuradores... escrupulosos» habían advertido en la Primera parte del Quijote: la supuesta impertinencia de la novela de El curioso impertinente, el olvido del robo del rucio y el incógnito destino de «un buen montoncillo» de escudos de oro guardado en la maleta con que los héroes se tropezaron en Sierra Morena (I, 23 y 33-35). Es fácil advertir que la animada conversación entre el hidalgo, el escudero y el bachiller –muy poco tiene, pues, de «ridículo razonamiento», como reza el epígrafe del capítulo tercero– ha servido para preparar el terreno, porque Sansón Carrasco informa de que las aventuras de don Quijote andan ya «en libros», certifica la popularidad de sus personajes entre «todo género de gentes» y expone con aristotélica precisión las diferencias entre la poesía y la historia; dice después que, «como las obras impresas se miran despacio, fácilmente se veen sus faltas, y tanto más se escudriñan cuanto es mayor la fama del que las compuso», de modo que «es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren».
2El inventario y la explicación de esas «faltas» ha sido una de las principales obsesiones del cervantismo, y lo ha sido en buena lógica, porque el esfuerzo de autores tan distantes y dispares como Mayans, Clemencín, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Gillet, Madariaga, Millé, Willis, Stagg, Flores, Orozco, Gaos o Eisenberg –por mencionar sólo a unos pocos– perseguía y persigue el mejor modo de dar cuenta de la invención, la disposición y la elocución de la obra maestra de la literatura española1. Es importante notar, y así se ha hecho en varias ocasiones, que no todos los desajustes del Quijote, presuntos o confesados, son de la misma condición, que no todos pertenecen a la misma categoría: no faltan los despistes del autor a cuenta de sus narradores o de sus personajes; sobrados son los que pueden atribuirse, simplemente, a algún «descuido del impresor» (lo propone Sancho Panza, más avisado que nunca), y no parecen pocos los que, por contra, pueden y deben integrarse en la peculiar poética cervantina, como muestran – también entre otros – los trabajos de Juan Bautista Avalle-Arce, Michel Moner o José Manuel Martín Morán2. En definitiva, tarea principal de la crítica ha sido, como la nuestra hoy, abrir un portillo en el taller cervantino e inspeccionar sus mañas y su utilería.
3Las últimas puntadas que dio Cervantes en la Primera parte del Quijote fueron como las de ese sastre en vísperas de pascuas de la comparación proverbial, y es cosa sabida que al frenesí del verano –y aun el otoño– de 1604 podemos asignar, sin temor a equivocamos, algunas de las peculiaridades del volumen publicado por Juan de la Cuesta. Lo que sigue no pretende ser otra cosa que un ejercicio, modesto y noble, de curiosidad bibliográfica para observar la princeps de la primera parte del Quijote a la luz de su parentesco, indudable y problemático, con otros dos volúmenes rigurosamente contemporáneos: la Pícara Justina y la Segunda parte de Guzmán de Alfarache. Tengo la esperanza de que esa contemplación añada algún detalle nuevo a lo que sabíamos y nos ayude a hacer consideraciones de más alcance. Para trazar esta historia conviene que regresemos al año 1599.
4Es posible que el hecho más trascendente para la prosa española del siglo XVII fuese la publicación de la Primera parte de Guzmán de Alfarache. Aunque muchos escritores la recibieron, como ha dicho exactamente Francisco Márquez Villanueva, «con una tácita conspiración de silencio»3, se convirtió de inmediato en el punto de referencia más importante de la prosa narrativa posterior, que, con el Quijote a la cabeza, no puede entenderse del todo si prescindimos de sus vínculos, asumidos, disimulados o adulterados, con la obra de Mateo Alemán. Partiendo del molde estructural del Lazarillo, pero sin supeditarse del todo a él ni a ningún otro de los modelos vigentes y posibles, el sevillano apostó por la integración de elementos heterogéneos, los ató al sólido varal de la narración autobiográfica y les dio cobijo bajo una reveladora frase que es, en sí misma, la solución ‘baciyélmica’ a los problemas teóricos y terminológicos de la incipiente novela: una «poética historia»4. El éxito del Guzmán desencadenó una larga serie de reacciones personales y literarias entre las que destacan, precisamente, las de Miguel de Cervantes y Francisco López de Úbeda, cuyas obras representan dos maneras diferentes –nueva y alternativa la una, reiterativa y paródica la outra – de rechazar la propuesta estética de Mateo Alemán5.
5Estoy por decir que, desde que Américo Castro pensó que sin el Guzmán no se hubiera escrito el Quijote6, el problema de la llamada «interacción Alemán-Cervantes» es uno de los mejor estudiados y conocidos de la literatura española del Siglo de Oro, porque afecta de lleno al estatuto genérico de la picaresca y a la concepción de otras novelas cervantinas7. Hoy sólo nos interesa meter cucharada para situamos mejor ante un problema bibliográfico no resuelto del todo.
6Quien más razones tenía para escocerse con el prólogo de la Primera parte del Quijote era Lope de Vega, pero Cervantes apuntaba también contra la costumbre alemaniana de «predicar... mezclando lo humano con lo divino»8. Más transparente resulta el episodio de Ginés de Pasamonte (1,22), el delincuente que tenía escrita su vida «por estos pulgares» y en quien muchos estudiosos han advertido una resonancia crítica de las facciones y ficciones guzmanescas9. Por su parte, López de Úbeda construyó su Libro de entretenimiento como un remedo exacerbado y bufonesco del Atalaya de la vida humana: la espléndida retórica de Alemán es llevada al ridículo en muchos párrafos no siempre exentos de ingenio; la protagonista, más famosa «que don Quijo- y Lazari-, /que Alfarach- y Celesti-» (II, 3a, IV, 3°; luego volveremos a estos versos), se deja llevar por el patrón narrativo del Guzmán y acaba poniendo en la picota aspectos tan importantes para el novelista sevillano como el valor didáctico y reformador del texto o la conversión del pobre picaro, que entra en el baile para casarse con Justina10. Además, a lo mejor aciertan quienes han buscado y visto entre los personajes de la Pícara la caricatura de varios escritores; el «matraquista» Perlícaro, posible trasunto de Alemán, parece el menos escurridizo para las identificaciones modernas, aunque es terreno cenagoso como pocos11. De todo ello resulta que Cervantes y López de Úbeda, cada uno a su modo, compartían un deseo de competencia literaria con el autor de un éxito tan clamoroso en el dominio de la ficción narrativa como no se conocía desde los lejanos tiempos del Lazarillo y de la Diana.
7Los primeros años del siglo XVII fueron extraordinariamente fértiles y contemplaron no pocas contiendas literarias, pero aquella especie de «intertextualidad competitiva»12, con el Guzmán como terrero de todos los disparos, arrastró a otros ingenios y debió de estar en plena efervescencia por los tiempos en que la Corte, y con ella su séquito de escritores ya granados o en ciernes, se fue a Valladolid. De aquel bullicio nos dan buena cuenta la curiosidad de Tomé Pinheiro da Veiga y la erudición de Narciso Alonso Cortés13. Allí se celebró a los príncipes que nacían y se lloró a las infantas que se malograban; allí medraron los más generosos mecenas, los mejores autores de comedias (basta dar por testigo a Agustín de Rojas) y un buen número de impresores que no llegó a colmar las necesidades editoriales de tan culta población; allí se publicaron, en fin, dos de las antologías más importantes del Siglo de Oro: las Flores de poetas ilustres de España y la Segunda parte del Romancero General.
8Hemos cerrado el inventario sin mencionar a los prosistas, pero es en la novela, principalmente en la picaresca, donde la madeja de las influencias y de la cronología se enreda de un modo que pudiera ser irresoluble. El eco del Guzmán (de la Primera parte, sin duda, y quizá también de la Segunda) resonaba y se distorsionaba dentro y fuera de la corte, porque en Valladolid empieza el joven Que vedo su Vida del Buscón y en Alcanadre termina Gregorio González El guitón Onofre14. Las noticias de cuanto sucedía o se avecinaba corrían como la pólvora por cenáculos y academias15, y en el verano de 1604 los más atentos e interesados –aunque estuviesen lejos de la corte, como Lope de Vega, el gran ausente– sabrían de la inminente publicación de las tres obras que hoy nos entretienen: el primer Quijote, el segundo Guzmán y La picara Justina. No es de extrañar que sus autores añadiesen a la rivalidad estética la competencia editorial y la necesidad de ganar por la mano a los oponentes.
9Gracias a los estudios de Marcel Bataillon podemos hablar con fundamento de una «carrera de velocidad» entre el Quijote y La picara Justina: «Si cabe hablar no sólo de competencia, sino de carrera de velocidad entre dos obras que aspiraban a divertir [a] un extenso público [...] es [por]que tanto el Quijote como La picara Justina llevan, en sus primeras ediciones conocidas, huellas visibles de la prisa con que se publicaron»16. Aplacemos la reflexión sobre el misterio que esconde lo de «primeras ediciones conocidas» y veamos esas huellas con renovada atención.
10El «licenciado Francisco López de Úbeda, natural de Toledo», anduvo por la corte vallisoletana «haldeando... y trasudando» –así quiso pintarlo Cervantes en el Viaje del Parnaso, VII, 220– y publicó su Libro de entretenimiento de la picara Justina en una de las dos imprentas más activas de Medina del Campo, la de Cristóbal Laso Vaca17. El «Privilegio real» fue dado en Gumiel el 22 de agosto de 1604 y va firmado por «Juan de la Mezquita» (así aparece, por broma o por error, el nombre de Juan de Amezqueta, que un mes después firmaría el privilegio del Quijote); carecen de fecha los demás textos burocráticos: la aprobación (sin firma), la lista de erratas (firmada por el Dr. Alonso Vaca Santiago) y la anónima y sorprendente tasa, que «se limita a indicar la tarifa entonces vigente de tres maravedís y medio el “pliego”, pero omite lo esencial: el número de pliegos y el precio total»18.
11En esas condiciones es imposible saber con exactitud cuándo se acabó el trabajo de impresión del volumen: debió de ser muy a finales de 1604 o, mejor, a principios del año siguiente, porque la portada –normalmente compuesta, con los preliminares, en último lugar, aunque no es seguro que fuese así en este caso– lleva ya la fecha de 1605. Mientras perdure esa incertidumbre no me parece adecuado dar por sentadas algunas de las propuestas de la crítica. El impresor Cristóbal Laso publicó al menos tres obras en 1604; comenzó el año con un Cathecismus y entre marzo y agosto se ocupó en la impresión de un grueso volumen en folio (su tasa lleva, casualmente, la fecha del día anterior al privilegio de La picara Justina)19. Alguno más de los libros medineses publicados aquel año sin impresor conocido podría haber salido del mismo taller, y, por lo que se refiere a la Pícara, está claro que el trabajo de composición tipográfica, empezado más pronto o más tarde, se realizó precipitadamente: el volumen tiene tres paginaciones distintas y un reparto confuso y no correlativo de las signaturas, de modo que sólo cabe concluir, en total coincidencia con Marcel Bataillon, que el original fue despiezado y distribuido para que sus partes pudiesen ser compuestas de manera simultánea, quizá en imprentas o talleres distintos20. (Véanse las láminas 1 y 2, que reproducen la portada y la plana inicial de las tres secciones con paginación independiente.) Poco tiempo después de aparecido El libro... de la picara Justina, la imprenta medinesa «recibió el golpe mortal con la vuelta de la Corte a Madrid, pues en esta desbandada de impresores los de Valladolid se redujeron a menos de la mitad, y en Medina no quedó ninguno»21.
12Es lógico que el caso del Quijote se conozca mejor. Cervantes llegó a Valladolid (o volvió, porque allí había pasado parte de su infancia) en 1603, se supone que con el Quijote bastante avanzado debajo del brazo. Unos meses después de su llegada se mudó a la casa alegre y triste (lo uno por las Cervantas y lo otro por el caso Ezpeleta) de la calle del Rastro de los Cameros22. Cuando regresaba de sus obligaciones se entretenía en la redacción de El casamiento engañoso y del coloquio que en 1613 cerraría las Novelas ejemplares, por cierto que confiriendo rasgos alemanianos, según se ha propuesto, al murmurador Berganza23. Allí y entonces preparó para la imprenta el original del Quijote, cuyo privilegio se firmó en Valladolid el 26 de septiembre de 1604. El mismo Cervantes o su editor, el librero madrileño Francisco de Robles, contrataron la impresión del texto con Juan de la Cuesta, quien en poco más de dos meses había tirado los cuarenta pliegos de a ocho del grueso del volumen: el testimonio de las erratas, tan convencional y poco útil como casi todos los del licenciado Murcia de la Llana, se firma el primero de diciembre, y la tasa, que da razón de ochenta y tres pliegos (es decir, contados como medios pliegos, al uso de la época, e incluyendo ya los preliminares) va fechada por Juan Gallo de Anchada el día 20 del mismo mes. Es obvio que no se puede hablar de estas cuestiones sin utilizar y alabar el estudio de R. M. Flores sobre los componedores de las dos primeras ediciones madrileñas de la primera parte del Quijote24, de modo que ahora bastará con mencionar, glosar o añadir algún detalle relacionado de modo exclusivo con las prisas de Cervantes y hacer alguna observación que nos ayude a comprender los problemas materiales de la publicación de un libro en el Siglo de Oro25.
13La espera de los escritores solía oscilar entre los seis meses y el año: el mismo Cervantes esperó trece meses para ver en letras de molde la Galatea y las Novelas ejemplares; ocho, para que Juan de la Cuesta le entregase el Quijote de 1615; en cambio, a los pocos meses de ser aprobados ya estaban a la venta sus Comedias y entremeses y el póstumo y no pequeño Persiles (que, tasado el 20 de diciembre de 1616, lleva en colofón y portada la fecha del año nuevo). Los libros en verso, que permitían un cálculo rápido de los pliegos necesarios y no solían tener problemas de compaginación, eran cosa fácil, como muestran, sin salir de Cervantes, los dos meses justos que separan la licencia y la tasa del Viaje del Parnaso, un volumen en octavo de sólo diez pliegos que en tres o cuatro semanas podía estar impreso26.
14Las demoras se debían a circunstancias personales y, sobre todo, a problemas burocráticos, que fueron considerables en los años en que la corte se trasladó a Valladolid. Es sabido, por ejemplo, que las fragantísmas Flores de poetas ilustres agavilladas por Pedro de Espinosa tardaron más de un año y medio en aparecer (cosa no buena para una antología de poesía del momento)27; un caso extremo, aunque sin relación alguna con la corte vallisoletana, es el de las Cartas filológicas de Francisco Cascales, aprobadas en 1627 y tasadas en 1634, cuando ya habían expirado siete de los diez años del privilegio. Cuarenta años antes, a finales del siglo XVI, el doctor Pedro López de Montoya, autor de varias obras religiosas y médicas y de numerosas aprobaciones de libros ajenos, se quejaba en los siguientes términos al secretario de Felipe II (el Mateo Vázquez de la epístola cervantina): «es increíble la dificultad con que negocian los autores de los libros, porque para que se encomienden a quien los vea pasan mili trabajos, y muchos más después de haberse encomendado para que se despachen y se vean; y en las licencias y privilegios que yo he sacado para ciertos libros que he de imprimir he tenido tal experiencia desto que estoy determinado a embiar los otros fuera destos Reynos»28.
15En ese contexto es sorprendente el hecho de que el Quijote, puesto en manos del Consejo Real y privilegiado en Valladolid a finales de septiembre de 1604, estuviese a la venta en la librería madrileña de Francisco de Robles en los primeros días de 1605. Claro está que la fabricación de un libro no exigía un año de trabajo, y en cuatro o cinco meses era posible entregar a su autor, por ejemplo, mil quinientos «cuerpos» o ejemplares de un tomo en cuarto de quinientos folios (casi la suma de las dos partes del Quijote), pues sabemos que los impresores más diligentes podían comprometerse a tirar en un día de trabajo los ejemplares requeridos de un pliego29.
16Un ejemplo precioso lo tenemos en el contrato de edición del San Antonio de Padua: la imprenta se instala expresamente en casa de Mateo Alemán; el impresor sevillano Clemente Hidalgo se obliga ante Juan Bautista del Rosso, el avispado primo del escritor, a «ynprimir y dar ynprimidos mill e seteçientos e cinquenta libros», y ello «de manera que, començando a hazer la dicha ynpresion, desde el dicho dia veinte de marzo deste dicho año, en cada vn dia, os dé fecho e acauado vn pliego de tres resmas e media», lo que suma, ni más ni menos, los mil setecientos cincuenta ejemplares30. Quien no pudo seguir ese ritmo de trabajo fue, como sabemos por Luis de Valdés, el propio Mateo Alemán, porque la hagiografía no estaba terminada y el escritor, «por tener ocupación forzosa» durante el día –es decir, como Cervantes en Valladolid–, «de anteanoche componía lo que se había de tirar en la jomada siguiente»31. A este último propósito fue muy distinto el caso de Cervantes, que no tuvo la imprenta tan a mano y que posiblemente se desentendió del original después de entregarlo. En esas condiciones, las imprentas no podían componer más de un libro a la vez, porque no disponían de tipos suficientes (lo normal era que utilizasen los tipos de un pliego ya tirado para poder componer el siguiente) y porque los contratos solían exigir la dedicación exclusiva del impresor a la obra contratada (así sucede en el San Antonio de Padua)32.
17En el verano de 1604, después de unos meses que debieron de ser de trabajo frenético, Cervantes entregó completo su original, con las aventuras de don Quijote parceladas en dos salidas y en cuatro partes. Los sesenta y cinco días que separan el privilegio y la fe de erratas también tuvieron que ser de trabajo frenético en la imprenta de Juan de la Cuesta. Fue, de hecho, una labor acelerada, como ha explicado R. M. Flores: se comenzó siguiendo la composición progresiva habitual (pliego a pliego) y hacia la mitad del volumen algunos pliegos se compusieron de manera simultánea, con las consiguientes variaciones de presentación, necesarias para cuadrar el texto33. La última obligación de los cajistas, una vez tasado el volumen, era componer los pliegos preliminares; en el Quijote, la generosa disposición tipográfica del primero de ellos, un pliego de a cuatro que contiene la portada, la tasa, el ‘falso testimonio’ de las erratas, el privilegio y la dedicatoria (sign. ¶), contrasta con la densidad del pliego de a ocho que contiene, completos, el prólogo y los poemas de Urganda y de sus compañeros (sign. ¶¶)34. Esa forma de trabajar, común en lo antiguo, permitía que los prólogos, las dedicatorias, los poemas laudatorios y otros materiales afines se entregasen con posterioridad, y quizá por ello – un quizá difícil de convertir en otra cosa –, el evidente plagio de la dedicatoria (con bastantes frases copiadas, como se sabe, de la que puso Femando de Herrera en sus Anotaciones) tiene tanto de disimulado desdén hacia el Duque de Béjar cuanto de apaño de un escritor más apresurado que nunca que dejó esas obligaciones para el final.
18Es preciso que nos detengamos un momento en otro de los textos preliminares: los enigmáticos versos de cabo roto en los que Urganda la desconocida desaconseja estampar «jeroglíficos indiscretos» (es decir, ‘insensatos’, faltos de juicio):
No indiscretos hieroglí-
estampes en el escu-
que cuando todo es figu-,
con ruines puntos se envi-.
19De antiguo se ha visto en ellos una alusión a Lope de Vega, quien en la portada de la Arcadia (1598) y en la más reciente de El peregrino en su patria (1604) había estampado aquel escudo, todo figura, cuyas «diecinueve torres» quiso borrar don Luis de Góngora en un famoso soneto. Marcel Bataillon excluyó esa posibilidad y reconoció en el ataque el escudo, no menos falsario, de don Rodrigo Calderón que adornaba la portada de La picara Justina35.
20Yo no soy capaz del «planteamiento a fondo» ni del «estricto rigor bibliográfico» que reclama con justicia el editor de El peregrino de Lope36, pero se me ocurre que hay al menos un argumento contrario a la hipótesis de Bataillon: el carácter –digamos– tipográfico de la que sería, si no me equivoco, única alusión posible a la obra de López de Úbeda en todo el Quijote la tiñe de una cierta inverosimilitud, pues para que Urganda se pudiese burlar de los «indiscretos jeroglíficos» del escudo de Rodrigo Calderón era preciso que Cervantes –si son suyas las décimas– hubiese visto la portada de La picara Justina, que para entonces (noviembre o diciembre de 1604, estirando mucho las cosas, porque seguramente las escribió en agosto, antes de entregar el original) no se había impreso. En definitiva, aunque Cervantes supiese de la inminente publicación de la Pícara, aunque estuviese en el caso de los rumores que aseguraban que López de Úbeda iba a dedicar su obra a don Rodrigo Calderón, se me hace muy cuesta arriba defender que el autor del Quijote decidió anticipadamente burlarse de la apariencia impresa de un escudo que no había aparecido.
21He pensado algunas veces –sin creerlo ninguna– que esos «indiscretos hieroglíficos» también le cumplen a Mateo Alemán tal como aparecía retratado, estampado, en los preliminares de sus obras (tres ediciones del primer Guzmán y el muy reciente San Antonio de Padua), porque el término escudo tolera el matiz tipográfico, y no sólo heráldico, señalado a sus propósitos por Bataillon, y no de otra manera puede llamarse el marco del aflictivo jeroglífico de la araña y la serpiente, con su lema en latín, que puede verse en la lámina 5. Pero lo más sensato es seguir pensando y creyendo que en los versos de Urganda todavía restalla el látigo con que Cervantes arreaba a Lope en el prólogo del Quijote.
22La pícara Justina, en perfecta reciprocidad, tiene también su misterio, porque su protagonista, precisamente en unos versos de cabo roto ya citados, se considera más famosa que Don Quijote. La mención es inequívoca, pero, a diferencia de la anterior, no exige un Ingenioso hidalgo ya impreso –aunque la incertidumbre cronológica aludida unos párrafos atrás tampoco lo impide–: don Quijote era ciertamente famoso cuando López de Úbeda habla por boca de Justina, y eso nos conduce, queriéndolo o no, al mítico Quijote de 1604, en el que algunos cervantistas creyeron con una fe digna de mejores ídolos y al que otros (el mismo Bataillon, por ejemplo) se refirieron con dejos de añoranza37.
23El asunto lleva rodando más de un siglo y ha hecho correr, como suele decirse, ríos de tinta, de modo que no voy a permitirme más que unas salpicaduras para coincidir con quienes niegan la existencia del Quijote de 1604 y, sobre todo, para que nos guardemos de proceder con peligrosas efusiones ante textos tan poco explícitos y argumentos tan lábiles como los manejados para defenderla38. Las circunstancias de publicación de la bien llamada edición príncipe hacen inverosímil la existencia de otra anterior, y remito tan sólo a las razones tipográficas aducidas por R. M. Flores39; la princeps, de no serlo, tendría que haber repetido el privilegio de la edición precedente; de existir una edición de 1604, la corrección de los gazapos (el traído y llevado burro de Sancho o el epígrafe ausente, por ejemplo) no se hubiese dejado para la segunda edición madrileña de 1605, publicada muy poco después con motivo de otras urgencias (entre ellas la de hacer frente a las ediciones aparecidas fuera de Castilla, ninguna de las cuales es, por cierto, anterior a enero)...
24De todas maneras, lo más sorprendente es que el principal apoyo del Quijote de 1604 (dejo aparte la sospechosa memoria del morisco Juan Pérez o Ibrahim Taibilí)40 haya sido la famosísima frase de Lope de Vega en su carta de agosto de 1604: «De poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos están [en] cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote»41. La perfecta explicación de Nicolás Marín, coincidente en parte con otras interpretaciones más antiguas, me exime de utilizar argumentos propios: no hay que desconfiar de la fecha de la carta, que se escribe en Toledo el 14 de agosto de 1604; lo de poetas «en cierne» alude a las antologías que se preparan en Valladolid para el año de 1605 (y, añado yo, da a toda la frase un aire de balance de las novedades literarias que se avecinan); y finalmente, Lope menosprecia a Cervantes porque está al tanto de lo que ocurre en las letras y sabe que no hay ningún poeta que escriba versos laudatorios para los preliminares del Quijote42. Aunque no sirva como argumento, pienso además que, con el Quijote recién publicado entre las manos, y aun con la simple lectura del prólogo o de los versos de Urganda, la reacción epistolar de Lope tendría que haber sido muy distinta, menos displicente y más enfurecida.
25El Quijote de 1604 es, pues, una fantasmagoría: no ha existido nunca, y, sin embargo –permítaseme la paradoja–, lo conservamos y lo conocemos a la perfección, porque la princeps no tiene de 1605 sino la fecha de la portada y es, en todo lo demás, un texto acabado el año anterior, que no requiere de ningún otro para dar sentido a la carta de Lope y a los versos de Justina.
26Con la intensidad de ese fuego graneado no hemos dicho casi nada de la Segunda parte de Guzmán de Alfarache, que ha sido vista alguna vez como la causa de las prisas de Cervantes43. La verdad es que Mateo Alemán, lejos de ser observador o víctima paciente de aquella «carrera de velocidad» entre el Quijote y La picara Justina, parece el más impaciente y decidido de los corredores. Lo curioso de tal panorama es que la edición rigurosamente simultánea de los tres volúmenes impidió que los contendientes, por muchas noticias que hubiesen recogido en los mentideros de la corte, de Sevilla o de cualquier otro lugar, llegasen a tener ya impresas entre las manos las obras rivales antes de entregar o dar las últimas puntadas a su propio original.
27En los primeros meses de 1604, Mateo Alemán está en Sevilla, acaba de escribir y publicar el San Antonio de Padua en las circunstancias ya conocidas y prepara su viaje a Lisboa, donde la hagiografía –dirigida «al Reyno y Nación Lusitana», confiesa su portada– le servirá, sin duda, de inmejorable tarjeta de presentación. Lleva consigo la Segunda parte del Guzmán y, una vez en la capital portuguesa, aprovecha para publicarla. En el prólogo al lector dice tener acabada de tiempo atrás la tercera parte (está a punto de vencer, viene a decimos, el período de reflexión aconsejado por Horacio), de manera que «no se pudo escusar este paso [es decir, la publicación de la Segunda], como el que lo es tan forzoso a los fines que pretendo». El misterio con que termina el prólogo –por no hablar de esa tercera parte no escrita con que se cura en salud y señala sus dominios literarios– no nos da elementos suficientes para leer entre líneas. Ha comenzado por dejar bastante claro que se propone competir con el picaro apócrifo, que quiere desmentir sus andanzas y que desea poner en evidencia sus despropósitos; después, al ofrecer su libro, lamenta no haber gozado de «tiempo largo para verlo y enmendarlo», pero justifica su publicación como cosa necesaria a unos «fines» que no parecen ser únicamente los de «responder por mi causa en el desafío» del valenciano Juan Martí44.
28Sea como fuere, a principios de septiembre obtiene «licencia de la Santa Inquisición» para imprimir su obra, dedicada a don Juan de Mendoza, Capitán General de los Reinos de Portugal. Las circunstancias de la impresión y las características bibliográficas y tipográficas de la princeps esconden unas cuantas curiosidades. No podremos rastrear diferencias de emisión o estado, pues por ahora y por desgracia sólo resulta accesible un ejemplar, conservado en la Biblioteca Nacional, falto de trece folios (el de la portada entre ellos) y distinto del descrito por FoulchéDelbosc45.
29El libro carece de fe de erratas y, lo que es más raro, de tasa, quizá porque, de ser traído a Castilla –donde, por cierto, no se imprime ninguna Segunda parte hasta la edición conjunta de Burgos, 1619–, debería cumplir nuevos requisitos, entre ellos el de ser tasado con acomodo a las normas del Consejo Real46. No menos llamativo y extraño, aunque no constituyese ninguna ilegalidad, es el hecho de que el privilegio, fechado el 4 de diciembre, se extiende cuando el volumen ya está impreso: «livro... o qual imprimio nesta cidade» (fol. *2v; cf. lámina 3), se dice explícitamente. Frente al año largo que necesitó Alemán para ver publicada su Primera parte (la aprobación es de enero de 1598 y la tasa de marzo año siguiente), los tres meses escasos que invirtió en las gestiones burocráticas y materiales de la Segunda sorprenden un poco, y sólo por excepción pueden hallarse en la época libros en prosa, de formato y extensión similares, autorizados, privilegiados e impresos en un plazo tan breve.
30Un volumen como la Segunda parte, es decir, un in quarto con pliegos de a ocho que da un total de 600 páginas –su texto tiene, curiosamente, el mismo número de folios (284) que la segunda parte del Quijote–, podía imprimirse en dos o tres meses, pero ello con una celeridad que a la fuerza tenía que dejar señales tipográficas47. Como La picara Justina, como el primer Quijote, el segundo Guzmán abunda en huellas materiales de precipitación.
31Para empezar, la «Tabla de lo contenido en este libro» (fols. ¶6v-7v; láminas 4-5) no cumple su misión: el índice del libro segundo remite a una foliación nueva y en el tercero no se indica en qué folio debe buscarse el capítulo. Ese detalle es suficiente para que cualquier amigo de las curiosidades bibliográficas se anime a nuevas pesquisas. El ejemplar descrito por FoulchéDelbosc, que algún día aparecerá, tenía, como la princeps de La picara Justina, tres foliaciones distintas, una para cada libro48; no así el de la Biblioteca Nacional, con los preliminares sin foliar y una numeración correlativa que tiene, como de costumbre, algunas cifras trabucadas49. En definitiva, la «Tabla de lo contenido en este libro» se preparó, y quizá se imprimió –algo rarísimo, pues formaba parte del segundo pliego de los preliminares–, cuando los cajistas no habían acabado de componer tipográficamente el texto de la novela y faltaba todo el libro tercero. ¿Qué otra cosa sino la prisa podría haber exigido un proceder que afea de tal modo el volumen?
32Desde un punto de vista meramente tipográfico, las tres secciones del texto se concibieron, de hecho, como volúmenes independientes que luego debían juntarse. El libro primero consta de ocho pliegos; el segundo, de catorce, el último de los cuales (Y), para cuadrar el texto, es un medio pliego, solución habitual al final de una obra, pero rara en su interior; el libro tercero tiene otros catorce pliegos y presenta las peculiaridades que enseguida veremos. Ya es curioso y significativo el hecho, prácticamente desconocido en las otras muchas obras de la época con estructura similar (con dos, tres o cuatro partes, libros, relaciones, descansos, trancos o lo que fuere), que los cambios de sección coincidan con cambios de pliego, porque lo normal era componer el texto de manera progresiva y sólo por casualidad podía darse la coincidencia.
33Fijémonos ahora en los elementos reunidos en cualquier página o recodo del texto: la numeración en el anverso de la hoja, la signatura al pie de los primeros folios de cada pliego, la letra redonda para el texto y bastardilla o cursiva para los titulillos, la plana densa de tipografía, sin apenas blancos, para ahorrar papel... Todos ellos son normales y corrientes en cualquier libro impreso en el Siglo de Oro, pero si dedicamos cierta atención a esos detalles, podremos despiezar mentalmente el volumen y advertir en él dos criterios o modelos tipográficos diferentes: con uno – llamémoslo Modelo A – se compuso el libro primero (fols. 1-64; signs. A-H8) y la primera mitad del tercero (fols. 173-220; signs. Z-EE8); con el otro –Modelo B–, lo demás, es decir, el libro segundo (fols. 65-172; signs. I-X8, Y4), la segunda mitad del tercero (fols. 221-284; signs. Ff-Nn8) y, casi con toda seguridad, los dos pliegos preliminares (sign. *-¶8).
34Todo el libro primero se compuso con el aquí llamado Modelo A; los fols. 17v-18r, recogidos en la lámina 6, pueden servir de ejemplo: en los titulares se usa una cursiva que, para no metemos en honduras tipográficas, llamaremos sencilla; también se imprimen en cursiva los epígrafes de los capítulos, con la primera línea sangrada y las demás a caja; se usa sistemáticamente la abreviatura «CAPIT.»; la letra capital de inicio (una S) es pequeña y sólo exige la sangría de un par de líneas; la plana tiene 27 líneas de texto, y –esto no puede verse en las láminas– la clave alfabética de la signatura se imprime en los cuatro primeros folios de cada pliego.
35Siguiendo el Modelo B se compuso todo el libro segundo (p. ej., fols. 75v-76r, lámina 7): en los titulares se usa una cursiva distinta, más historiada (y, aparte otras divergencias menores, dice siempre Matteo, frente al Mateo del Modelo A); los epígrafes, a diferencia de los del otro modelo, llevan sangradas todas las líneas menos la primera (lo que hoy se llama una sangría francesa); nunca se abrevia «CAPITVLO»; la inicial es mayor y exige la sangría de tres líneas; la caja, algo más ancha, tiene 26 líneas de texto; finalmente, la clave alfabética de la signatura se imprime en los cinco primeros folios de cada pliego.
36El libro tercero se lo repartieron ambos modelos como queda dicho; compárense los fols. 197v-198r (lámina 8: Modelo A) con los fols. 242v-243r (lámina 9: Modelo B), donde puede advertirse, de paso, otra diferencia –que, aunque parezca insignificante, depende de hábitos tipográficos distintos: la clave alfabética de la signatura es una doble mayúscula en A y una mayúscula seguida de minúscula en B.
37Claro está que alguna de esas irregularidades podía darse ocasionalmente en cualquier página de cualquier libro: los cajistas, por inadvertencia o por necesidad, podían mezclar cursivas de distintas familias, componer una capital más pequeña cuando no quedaban del cuerpo habitual, añadir una línea para incorporar una corrección de última hora o para no acabar necesitando un pliego nuevo, etc., etc.50 Pero aquí no hay excepción, sino sistema, o, por mejor decir, la aplicación de dos criterios tipográficos bien diferenciados (la cursiva, el sangrado de los epígrafes, las capitales de inicio de capítulo, la anchura y longitud de la caja de impresión, la clave alfabética de las signaturas...) que avalan la posibilidad de que las partes correspondientes del segundo Guzmán se imprimiesen simultáneamente, en oficinas distintas, para acelerar el proceso de composición del volumen.
38Andando los años, Cervantes y Alemán tendrían en común, entre otras muchas cosas, un par de motivos para publicar cuando lo hicieron, en 1604 y en 1615, sus Segundas partes. Primero querían resarcirse de los hurtos de una continuación apócrifa y oportunista que les ayudó a rizar el rizo de las relaciones entre realidad y literatura. Por otro lado, la crítica se ha preguntado a veces por qué Cervantes esperó diez años, facilitando así la intromisión de Avellaneda, para rematar las andanzas del Ingenioso hidalgo; pues, entre otras razones, porque acababa de expirar el privilegio de la Primera parte y era el mejor momento para dar publicidad a nuevas aventuras, circunstancia a la que sin duda estaría atento el librero Francisco de Robles51. En situación similar estaba Alemán: el privilegio de la Primera parte, válido sólo por seis años, había expirado en los primeros meses de 1604. Le sobraban, pues, razones para querer publicar la segunda entrega de la Vida del picaro. Pero ¿cuáles fueron los motivos que le llevaron a hacerlo de modo tan precipitado? ¿Por qué él, que tanto había vigilado el texto de la Primera parte, se arriesgó a que una fabricación acelerada le estragase aquí o allá los párrafos de la Segunda? ¿Por qué se produjo en los últimos meses de 1604 la santa casualidad de que tres escritores atentos a las novelerías de sus contemporáneos publicasen sus obras con una celeridad tan poco frecuente en la imprenta de la época?
39Sí, Cervantes corría para adelantarse a La picara Justina y López de Ubeda corría para adelantarse al Quijote; uno y otro forcejeaban también con Mateo Alemán, pero este acabó ganando por la mano a sus rivales y se alzó con la victoria pírrica de estampar en la portada de su Guzmán una cifra mágica para la historia de la literatura española: 1604.
Notes de bas de page
1 Vid. Gregorio Mayans y Sisear, Vida de Cervantes (1737), en Obras completas, ed. Antonio Mestre, II: Literatura, Valencia, Diputación, 1984; la edición más asequible de los comentarios de Diego Clemencín es la incluida en el Quijote de Madrid, Castilla, 1947 (reimpr. 1966), con estudios de Luis Astrana Marín y Justo García Morales; Marcelino Menéndez Pelayo, «Cultura literaria de Cervantes y elaboración del Quijote» (1905), en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, I, Santander, Aldus, pp. 323-356; Ramón Menéndez Pidal, «Un aspecto en la elaboración del Quijote» (1920), en De Cervantes y Lope de Vega, Madrid, Espasa-Calpe, 19737, pp. 9-60. Joseph E. Gillet, «Tres notas cervantinas». Revista de Filología Española, XII (1925), pp. 63-64; Salvador de Madariaga, Guía del lector del «Quijote», Madrid, EspasaCalpe, 1926; Juan Millé y Giménez, Sobre la génesis del «Quijote». Cervantes, Lope, Góngora, el «Romancero general», el «Entremés de los romances», etc., Barcelona, Ataluce, 1930; Raymond S. Willis, The Phantom Chapters of the «Quijote», Nueva York, Hispanic Institute, 1953; Geoffrey Stagg, «Revision in Don Quixote, Part I», en Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera, ed. Frank Pierce, Oxford, Dolphin Book, 1959, pp. 347-366, y «Sobre el plan primitivo del Quijote», Actas del Primer Congreso Internacional de Hispanistas, Oxford, Dolphin Book, 1964, pp. 463-471; R. M. Flores, «Cervantes at Work: The Writing of Don Quixote, Part I», Journal of Hispanic Philology, III (1978-1979), pp. 135-160 (y cualquiera de sus otros trabajos, en particular «El caso del epígrafe desaparecido: Capítulo 43 de la edición príncipe de la primera parte del Quijote», Hueva Revista de Filología Hispánica, XXVIII [1979], pp. 352-360, y «The Loss and Recovery of Sancho’s Ass in Don Quijote, Part I», The Modem Language Review, LXXV [1980], pp. 301-310); Emilio Orozco Díaz, ¿Cuándo, dónde y cómo se escribió el «Quijote» de 1605?, Granada, Universidad, 1980, incluido ahora en Cervantes y la novela del Barroco (Del «Quijote» de 1605 al «Persiles»), ed. José Lara Garrido, Granada, Universidad, 1992, pp. 113-171 y 327-362; Vicente Gaos, ed., Don Quijote de la Mancha, Madrid, Gredos, 1987, DI, pp. 201-234; Daniel Eisenberg, «El rucio de Sancho y la fecha de composición de la segunda parte del Quijote» (1976), en Estudios cervantinos, Barcelona, Sirrnio, 1991, pp. 143-152, y, del mismo autor, A Study of «Don Quixote», Newark, Del., Juan de la Cuesta, 1987, pp. 195-203.
2 Juan Bautista de Avalle-Arce, «Hacia el Quijote del siglo XX», ínsula, núm. 494 (enero 1988), pp. 1 y 3-4 (ahí, con motivo de la edición de Gaos, repasa los problemas esenciales del texto de la princeps-, pueden verse también su edición de Madrid, Alhambra, 1979, y su aportación, con E. C. Riley, a la Suma cervantina, Londres, Tamesis Books, 1973, pp. 47-79); Michel Moner, «En el taller de la creación: las supuestas refundiciones de la Primera parte de Don Quijote», en Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro, ed. Manuel García Martín, Ú, Salamanca, Universidad, 1993, pp. 693-707; José Manuel Martín Morán, El «Quijote» en ciernes. Los descuidos de Cervantes y las fases de elaboración textual, Turin, Edizioni dell’Orso, 1990.
3 Francisco Márquez Villanueva, «Sobre el lanzamiento y recepción del Guzmán de Alfarache», Bulletin Hispanique, XCII, 1 (1990): Hommage à Maxime Chevalier, pp. 549-577 (la cita, en p. 564).
4 «Declaración para el entendimiento deste libro», Guzmán de Alfarache, ed. J. M. Micó, Madrid, 1987,1, p. 113.
5 Usé razones y palabras parecidas en la introducción al Guzmán, I, pp. 26 y 73-75. «El éxito del Guzmán de Alfarache – escribe F. Márquez Villanueva en su citado artículo «Sobre el lanzamiento y recepción...», p. 564 – provocó al mismo tiempo una movilización o estampida de ingenios lanzados a colmar aquella insospechada avidez del público por el libro de entretenimiento. [...] Lo notable de semejante carrera es que todos competían contra el Guzmán de Alfarache y que ninguno de los casos legítimos de Lope, López de Úbeda y Cervantes seguían la pauta del arte de su autor».
6 Américo Castro, «Cervantes y el Quijote a nueva luz», en Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alfaguara, 1966, p. 74 (c/también «Los prólogos al Quijote», en Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 19673, pp. 262-301).
7 El estudio más reciente e importante, que también contiene novedades, es el de Francisco Márquez Villanueva, «La interacción Alemán-Cervantes», en Actas del Segundo Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Alcalá de Henares, 6-9 nov. 1989), Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 149-181 (en su p. 151, n. 8, puede hallarse más bibliografía sobre el tema).
8 Cf. A. Castro, Hacia Cervantes, p. 268.
9 Cf. F. Márquez Villanueva, «La interacción Alemán-Cervantes», p. 165 y n. 57.
10 Vid. Antonio Rey Hazas, «Parodia de la retórica y visión crítica del mundo en La picara Justina», Edad de Oro, III (1983), pp. 201-225 (o su edición de Madrid, Editora Nacional, 1977, pp. 25-28), y José Miguel Oltra Tomás, La parodia como referente en «La picara Justina», León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1985, pp. 79-98 y 126-149 (o su edición en prensa, Madrid, Cátedra).
11 Vid. Francisco Márquez Villanueva, «La identidad de Perlícaro», en Homenaje a José Manuel Blecua ofrecido por sus discípulos, colegas y amigos, Madrid, Gredos, 1983, pp. 423-432 (y «Sobre el lanzamiento y recepción...», pp. 573-575). José Miguel Oltra (cf. la nota anterior) extiende esas identificaciones a otros escritores del círculo de Alemán, Cristóbal Pérez de Herrera y Francisco de Vallés.
12 Cf. Daniel P. Testa, «El Guzmán de Alfarache como modelo y anti-modelo del Quijote», en Américo Castro: The Impact of His Thought. Essays to Mark the Centenary of His Birth, ed. Ronald E. Surtz, Jaime Ferrán y Daniel P. Testa, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1988, pp. 231-239 (232).
13 Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia o fastos geniales, trad. N. Alonso Cortés, Valladolid, La Nueva Pincia, 1916; Narciso Alonso Cortés, Noticias de una corte literaria, Madrid, Victoriano Suárez, 1906.
14 Véanse los estudios introductorios de Femando Cabo Aseguinolaza a ambas obras: La vida del Buscón, Barcelona, Crítica, 1993, pp. 15-21, y El Guitón Onofre, Salamanca, Almar, 1988, pp. 43-49.
15 Sobre una más que posible academia de Valladolid, v id. Willard F. King, Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVII, Madrid, Real Academia Española, 1963, pp. 39-42.
16 Marcel Bataillon, «Relaciones literarias», en Suma cervantina, ed. J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley, Londres, Tamesis Books, 1973, pp. 215-232 (la cita, en 222-223). Vid. también «Urganda entre Don Quijote et La picara Justina» (1960), en Studia Philologica. Homenaje a Dámaso Alonso, I, Madrid, Gredos, 1960, pp. 191-215, versión española de José Pérez Riesco en Varia lección de clásicos españoles, Madrid, Gredos, 1964, pp. 268-299, recogida después en Picaros y picaresca. «La picara Justina», Madrid, Taurus, 1969, pp. 47-78.
17 La otra era la de Juan Godínez de Millis. No hace falta decir que me baso en los datos de Cristóbal Pérez Pastor, La imprenta en Medina del Campo, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1895 (reimpr., con estudio y adiciones de Pedro M. Cátedra, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1992).
18 M. Bataillon, Picaros y picaresca, p. 53.
19 Cf. C. Pérez Pastor, La imprenta en Medina del Campo, núms. 268 y 272, completado por Pedro M. Cátedra (pp. 51-52 de la introducción).
20 M. Bataillon, «Relaciones literarias», p. 223; me parece oportuno señalar que Cristóbal Laso colaboró asiduamente con otro impresor, Francisco García. La fórmula de La picara Justina es como sigue: 4o en octavos, ¶4 ¶4 A-L8 M4 A-O8 P4 Aaa-Ccc8, 1-16 1-183 184 1-231 232 1-48; adviértanse la repetición de signaturas y la presencia de medios pliegos (M4 y P4) en el interior del volumen, para cuadrar el texto al término del trabajo de cada componedor. Es preciso decir que, aunque el caso de la Pícara sea excepcional, tal modo de proceder no era infrecuente cuando se trataba de obras muy voluminosas cuyo contenido permitía el despiece en varias partes que coincidían con las divisiones intemas del texto (el mismo Cristóbal Lasso lo hizo en alguna ocasión). He manejado el ejemplar de la princeps conservado en la Biblioteca Menéndez Pelayo, pero también he tenido en cuenta las descripciones de Pérez Pastor (La imprenta en Medina del Campo, núm. 278, p. 360) y José Simón Díaz (Bibliografía de la literatura hispánica, XI, Madrid, CSIC, 1978, núm. 3499, p. 482a), y simplifico algo la de R. M. Flores (en la p. 13, n. 2, del libro citado abajo, n. 24).
21 Cristóbal Pérez Pastor, La imprenta en Medina del Campo, p. X; Cristóbal Lasso sólo imprimiría un libro más, la voluminosa Política para corregidores y señores de vasallos... de Jerónimo Castillo de Bovadilla, de 1607-1608 (ibid, núm. 280).
22 Casi todos los datos que tenemos sobre la estancia de Cervantes en Valladolid se deben al proceso por la muerte de Gaspar de Ezpeleta, que es posterior a cuanto hoy nos interesa; véase el útil y reciente volumen Cervantes en Valladolid, Valladolid, Grupo Pinciano-Caja España, 1992, donde se recogen varios trabajos sobre el tema (y también, claro, Jean Canavaggio, Cervantes, Madrid, Espasa-Calpe, 1987, pp. 170-174).
23 Cf. F. Márquez Villanueva, «La interacción Alemán-Cervantes», pp. 165-168, y la bibliografía citada en sus notas.
24 R. M. Flores, The Compositors of the First and Second Madrid Editions of «Don Quixote», Part I, Londres, The Modem Humanities Research Association, 1975. Pongo aquí su fórmula del primer Quijote: 4o en octavos, ¶4 ¶¶8 A-Qq8 *-**4, 1-12 1-312 313-320(664 p.).
25 Vid. Agustín G. de Amezúa, «Cómo se hacía un libro en nuestro Siglo de Oro», Opúsculos históricoliterarios, Madrid, 1951,I, pp. 331-373; Jaime Moll, «Problemas bibliográficos del libro del Siglo de Oro», Boletín de la Real Academia Española, LIX (1979), pp. 49-107, y José Simón Díaz, El libro español antiguo: análisis de su estructura, Kassel, Reichenberger, 1983.
26 De hecho se imprimió en los veintidós días que corrieron del 18 de octubre de 1614, fecha del privilegio, al 10 de noviembre, cuando el Licenciado Murcia de la Llana dio fe de las erratas.
27 Véase ahora Pablo Villar Amador, «Problemas de impresión en las Flores de poetas ilustres de España (1605), de Pedro Espinosa», Boletín de la Real Academia Española, LXXI (1991), 29 p.
28 Citado por Cristóbal Pérez Pastor, Bibliografía madrileña o descripción de las obras impresas en Madrid, Madrid, Tipografía de Archivos, 1906,I, p. 250.
29 A. G. de Amezúa, «Cómo se hacía un libro...», p. 351, pone un par de ejemplos tomados de Pérez Pastor: la Declaración de los salmos penitenciales de fray Pedro de Vega y la Historia del glorioso Apóstol Santiago de fray Hernando de Oxea (ambos impresos por Luis Sánchez en Madrid, 1602 y 1615).
30 Puede verse en Francisco Rodríguez Marín, Documentos referentes a Mateo Alemán y a sus deudos más cercanos (1546-1607), Madrid, Tipografía de Archivos, 1933, doc. LVI, pp. 40-42.
31 Luis de Valdés, «Elogio», Guzmán, II, p. 27. Véase Henri Gueneiro, «Hacia una edición crítica del San Antonio de Padua», en Edición y anotación de textos del Siglo de Oro, ed. J. Cañedo e I. Arellano, Pamplona, EUNSA, 1987, pp. 131-158.
32 Cf. A. G. de Amezúa, «Cómo se hacía un libro...», p. 351, con sus referencias a Pérez Pastor.
33 «The page by page, gathering by gathering, setting followed throughout the first half of the volume was changed shortly afther gathering V had been set, probably to speed the printing of the book» (R. M. Flores, The Compositors, p. 14).
34 Puede que ese contraste no quiera decir nada, pero parece indicar que el material preliminar (textos burocráticos, dedicatoria, prólogo y poemas) no se concibió ni se trató tipográficamente de manera conjunta y simultánea; cuando se requería más de un pliego, lo normal era lo contrario: que esos materiales se repartiesen equilibradamente el espacio disponible. Por el otro extremo, la princeps se cierra con dos pliegos de a cuatro sin foliar que tienen signaturas independientes y contienen las últimas líneas de la novela, los poemas de los Académicos de la Argamasilla (sign. *) y la tabla (sign. **); en el otro Quijote madrileño de 1605, esos materiales forman un pliego de a ocho con signatura y foliación correlativas e integradas con el resto del volumen (sign. Rr). Los dos Quijotes de 1605 son los únicos impresos cervantinos de Juan de la Cuesta que carecen de colofón.
35 Marcel Bataillon, «Urganda entre Don Quijote et La picara Justina», en Pícaros y picaresca, pp. 47-78 (véase un resumen de sus razones en «Relaciones literarias», pp. 224-225).
36 J.-B. de Avalle-Arce, ed., Lope de Vega, El peregrino en su patria, Madrid, Castalia, 1973, p. 17, n. 17.
37 «Podría ser solución la existencia de una edición del Quijote de 1604, hoy perdida, hipótesis hace tiempo defendida y abandonada, a la cual Jaime Oliver Asín [cf. la nota siguiente] dio nueva credibilidad con argumentos inéditos» (M. Bataillon, «Relaciones literarias», p. 222; cf. también Picaros y picaresca, p.32.
38 La mejor defensa fue la de Jaime Oliver Asín, «El Quijote de 1604», Boletín de la Real Academia Española, XXVIII (1948), pp. 89-126 (publicado también como libro). Para conocer la opinión más corriente hoy en el cervantismo cf. sólo J. B. Avalle-Arce, ed., Don Quijote de la Mancha, Madrid, Alhambra, 1979,I, pp. 3-4, y E. C. Riley, Introducción al «Quijote», Barcelona, Crítica, 1990, pp. 43-44.
39 R. M. Flores, The Compositors, pp. 1-17.
40 Cf. J. Oliver Asín, «El Quijote de 1604», pp. 109-117, y la réplica de J. B. Avalle-Arce en el lugar citado arriba, n. 38.
41 Sigo el texto preparado por Nicolás Marín, ed., Lope de Vega, Cartas, Madrid, Castalia, 1985, p. 68; cf. también Agustín G. de Amezúa, Lope de Vega en sus cartas. Introducción al epistolario de Lope de Vega Carpio, Madrid, Tipografía de Archivos, 1935-1943 (reimpr.: Madrid, Real Academia Española, 1989), III, p. 4.
42 Nicolás Marín, «Belardo furioso. Una carta de Lope mal leída» (1973), Estudios literarios sobre el Siglo de Oro, ed. Agustín de la Granja, Granada, Universidad, 1988, pp. 317-358.
43 Geoffrey Stagg, «Revision in Don Quixote, Part I», en Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera, ed. Frank Pierce, Oxford, Dolphin Book, 1959, pp. 347-366.
44 Son palabras de Alemán en su dedicatoria a don Juan de Mendoza, Guzmán, II, p. 17.
45 Raymond Foulché-Delbosc, «Bibliographie de Mateo Alemán. 1598-1615», Revue Hispanique, XLII (1918), pp. 481-556.
46 Agustín G. de Amezúa, «Cómo se hacía un libro...», p. 358, n. 67, y Jaime Moll, «Problemas bibliográficos...», p. 54.
47 Fórmula:*8 ¶8 A-X8 Y4 Z-Nn8, 1-16 1-284 (600 p.).
48 «in-4, 16 ff. n. ch., 64, 110, 112 ff.» (R. Foiúché-Delbosc, «Bibliographie», p. 527, con algún posible desliz).
49 A causa de errores mecánicos está equivocado el número de los folios 67 (dice ‘167’), 116 (‘119’), 130 (‘120’), 159 (‘156’), 205 (‘105’), 206 (‘212’), 208 (‘218’), 212 (‘206’), 234 (‘230’), 262 (‘260’) y 279 (‘277’); por la irregular imposición del pliego Y (de 4 folios), se trabucaron también los titulillos de los fols. 169r y 170v.
50 En la misma Segunda parte de Guzmán de Alfarache, por ejemplo, el último pliego del volumen y parte del penúltimo, compuestos según el Modelo B, añaden una línea por página para ajustar el texto.
51 Al decirlo acepto, comparto y agradezco una sugerencia –y sabia certeza– de Francisco Rico.
Notes de fin
* Con las modificaciones propias de la oralidad académica, este trabajo se presentó en Santander, el 19 de julio de 1993, dentro del Curso Superior de Filología Española de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, dedicado, bajo la dirección de Augustin Redondo, a El taller cervantino: el «Quijote» y sus aledaños. Sirva hoy como homenaje no gongorino al primero de los gongoristas.
Auteur
Universitat Pompeu Fabra, Barcelona
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