La estilización bufonesca de las Comunidades (Villalobos, Guevara, Francesillo)
p. 121-132
Texte intégral
1Extraña, a primera vista, el que pueda contemplarse desde un enfoque «bufonesco» un acontecimiento que fue todo lo que se quiera, menos una bufonada. Si nos atenemos a la materialidad de los hechos, la guerra de las Comunidades, a casi cinco siglos de distancia, se nos aparece, en efecto, como una tremenda sacudida, un alud de violencias y de muertes que, ineluctablemente, marcó de un reguero de sangre los comienzos del reinado de Carlos V. Si, más bien, tratamos de aclarar el significado de aquella crisis, ésta plantea al historiador múltiples preguntas, como se infiere de los varios intentos de interpretación que ha suscitado. Para los cronistas de los siglos áureos –Mejía, Santa Cruz, Sandoval–, fue una reacción xenófoba contra la camarilla borgoñoflamenca del nuevo rey1. En cambio, cuando, en tiempos de Femando VII, un Martínez de la Rosa pretende ir más allá de este concepto un tanto somero, no vacila en hacer del alzamiento comunero un movimiento precursor de las aspiraciones del liberalismo decimonónico2. A la inversa, un Marañón ve en él el sobresalto de un puñado de ciudades oligárquicas, aferradas a sus privilegios, contra la nueva forma del Estado3. Para José Antonio Maravall y Joseph Pérez, es todo lo contrario: una primera revolución moderna, frustrada en su intento para asentar sobre nuevas bases las relaciones del trono y de la nación4. Por fin, según Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, sería una protesta de las capas medias, convertida en movimiento antiseñorial, al radicalizarse en su tentativa para superar sus contradicciones íntimas5. No nos corresponde aquí elegir entre las varias hipótesis propuestas, sino dejar constancia del amplio debate que han originado, así como de las polémicas nacidas de su evidente incompatibilidad.
Tres testigos
2Ahora bien, lo que sí comparten quienes han emprendido estas revisiones sucesivas, es un común aprovechamiento del material acumulado por los primeros historiadores del reinado de Carlos V. Este aprovechamiento, cada vez más circunspecto, por cierto, conforme se fue calibrando el valor de sus aportaciones, ha consagrado una visión «primitiva» del movimiento comunero, más allá de las diferencias, nada despreciables, que median entre la actitud comprometida de un Pero Mejía, y el prurito de imparcialidad de un Santa Cruz o un Sandoval. De ahí el interés que reviste, frente a esta visión que podría llamarse oficial u ortodoxa, un acercamiento, distinto, si no contrario, que procede de otro sector contemporáneo del levantamiento: el que integran tres escritores, a los que la llamada literatura del «loco» debe probablemente sus mejores frutos. Estos escritores son: en primer lugar, el médico Francisco de Villalobos, cuyo Epistolario había de permanecer inédito hasta finales del siglo XIX6; luego, Antonio de Guevara, el famoso autor del Marco Aurelio y del Relox de Príncipes, que nos ha dejado unos fragmentos dispersos, de distinta índole, sobre el alzamiento comunero, entre los cuales, seis de las Epístolas familiares7; por fin, don Francesillo de Zúñiga, el famoso bufón del Emperador, cuya Crónica burlesca admirable jestbook redactado después de 1525, divulgado en copias manuscritas y no publicado hasta 1855, dedica unos cuantos capítulos al episodio8.
3Estos tres escritores ocupan un lugar destacado en la literatura bufonesca: una literatura que, en contra de lo que se podría pensar, no fue nunca de mero entretenimiento, sino que respondió, si bien paradójicamente, a las más nobles preocupaciones del humanismo cristiano. Francisco Villalobos, médico del Emperador Carlos V, representa el entronque de la marginación conversa con la tradición de lo irrisorio adscrita a la medicina seria, con aquella nota ambigua, propia de la estilización bufonesca, que recalca claramente en su profesión de fe:
Escrivo burlas de veras, | Y con risa simulada. |
Padezco veras burlando, | Dissimulo el llanto cierto, |
y çufro dissimulando | Que, aunque vea al descubierto |
Mil angustias lastimeras, | Vuestra burla tan burlada. |
Que me hieren lastimando; | Lo que siento está cubierto.9 |
4Participa también Antonio de Guevara de la estética de la locura, y esto a pesar de los esfuerzos que se han hecho para convertirlo en un alto mentor y un verdadero sabio, ordenando sus ideas políticos morales en un sistema articulado y coherente10. Como ha mostrado Márquez Villanueva en una serie de estudios iluminadores, este franciscano con alguna raza de confeso abre, con sus epístolas, nuevos cauces al «arte» de las nuevas de corte11. Por último, Francesillo de Zúñiga, de público origen judío, reivindica abiertamente su vocación truhanesca: no sólo asumiendo, en su vida y muerte trágica, su condición de loco por oficio de la corte imperial, sino desplegando, en su Crónica burlesca, un catálogo completo de su singular talento de escritor12. Tres testigos de primera fila; tres testimonios al margen de la historiografía oficial; tres evocaciones que revelan una misma perspectiva, un tanto sorprendente para una mentalidad moderna, pero en perfecta concordancia con lo paradójico de la «locura» emblemática. Sin desistir, ni mucho menos, de diferenciar sus respectivas estilizaciones, nos proponemos, en un primer momento, resaltar el enfoque que les es común.
Fragmentarismo
5Lo primero que nos llama la atención es que, en los tres casos, nos encontramos frente a una visión trunca, fragmentada, inconexa de la guerra de las Comunidades. No sólo por adoptar Villalobos y Guevara la forma epistolar, sino por limitarse los tres a determinados hechos, incorporados por ellos a una trama discursiva caracterizada por constantes vaivenes y retrocesos: irreductible, por ende, a cualquier ordenación cronológica. En Villalobos, la selección operada no parece proceder de una clara voluntad de estilo; ilustra, más bien, la perspectiva de un testigo ocular que escribe a vuela pluma cartas enviadas a cortesanos de alta estirpe, entresacando acontecimientos presenciados por él, o que pudieron afectarle personalmente: en mayo de 1520, la partida del rey a Alemania, con el fin de recibir la corona imperial; en mayo y junio de 1520, los disturbios que marcaron los comienzos del levantamiento: casas quemadas en Medina del Campo; muerte violenta, en Burgos, del francés Joffre de Cotannes, ligado a la camarilla flamenca del rey; en enero de 1521, los temores de los caballeros «arrinconados (...) en sus barreras»13, frente a las exigencias de la Santa Junta, a los sermones de los frailes comuneros, a las hazañas bélicas del obispo Acuña; por último, en febrero y marzo, los intentos frustrados del Almirante de Castilla para entablar conversaciones de paz con la Junta.
6Por lo que se refiere a Guevara, el procedimiento selectivo es tan obvio como en Villalobos; pero la perspectiva elegida es distinta. A diferencia del médico, redacta sus cartas una vez concluida la guerra: entre marzo de 1521 y marzo de 1522, si hemos de dar fe a las fechas que llevan cuatro de las cinco epístolas; en realidad, varios años más tarde, debido a que muchas de estas fechas, como ha mostrado René Costes, son «garrafalmente inviables»14. Además, estas cartas, destinadas inicialmente a los happy few de la corte imperial, se pretenden (salvo una que se destina al prior de San Juan) dirigidas a las cabezas del movimiento: dos a Antonio de Acuña; dos a Juan de Padilla y María Pacheco, su mujer; una –el «Razonamiento hecho en Villabráxima»– a la Junta de Ávila15. Cada vez-y en esto se separa tanto de Villalobos como de don Francés-el autor de la carta se aplica a refutar los argumentos aducidos por los Comuneros en defensa de su causa, recordando de pasada aquellos sucesos que le sirven para ilustrar su propia tesis. No pretende, pues, ceñirse a una cronología estricta, sino aislar y valorar unos cuantos hechos considerados por él como importantes, conforme va desarrollando su refutación: así es como insiste en los alborotos y disturbios ocurridos en Toledo, Segovia y Medina del Campo, durante la primavera de 1520, relacionándolos, como era de esperar, con la formación, en junio del mismo año, de la Junta de Avila. En cambio, si alude varias veces a las campañas de los jefes comuneros, principalmente Acuña, las reduce a pura anécdota, haciendo resaltar, por contraste, la progresiva recuperación del terreno por los caballeros: valgan, como muestras significativas, el nombramiento, en septiembre de 1520, del Almirante y del Condestable de Castilla como gobernadores, al lado del cardenal Adriano; la entrevista de Villábragima, en noviembre del mismo año, en la cual Guevara dice haber desempeñado un papel a todas luces sospechoso16; en diciembre, la toma de Tordesillas; por fin, en las postrimerías del levantamiento, el cerco de la ciudad de Toledo, defendida por María de Padilla. Como se echa de ver, Guevara, igual que Villalobos, pasa por alto acontecimientos militares consignados por la memoria colectiva: la toma de Torrelobatón por Padilla o la derrota del ejército comunero en Villalar.
7Por su parte, aunque sustituya el estilo inconexo del epistológrafo por el fluir de una narración continua, Francesillo de Zúñiga dista mucho de seguir, paso a paso, las etapas sucesivas de la rebelión. Por cierto, en el capítulo IV de la Crónica burlesca, empieza evocando los acontecimientos de abril a agosto de 1520: alzamiento de las ciudades, violencias e incendio de Medina; pero, de repente, tuerce el curso de su narración con la noticia de la huida y captura de Acuña, ocurrida en Navarra un año después17. Luego, al reanudar el hilo de su relato inicial, se salta a pies juntillas varios meses, para centrarse en la campaña del prior de San Juan en la vega de Toledo, sucedida en enero de 152118. Acto seguido, vuelve atrás, destacando un episodio del todo excéntrico: las protestas antifiscales que surgen en Galicia en agosto del año anterior19. En el capítulo V, tras señalar la toma de Tordesillas, ocurrida, como ya vimos, en diciembre, se demora en las disensiones entre caballeros, a la hora de proseguir las operaciones militares. Por fin, en el capítulo VI, después de otro salto hacia adelante que nos lleva al regreso del Emperador a Castilla, en julio de 1522, nos hace retroceder hasta abril de 1521, para hablamos de Villalar.
Anecdotismo
8Esta común indiferencia ante lo que sería una narración ordenada, exacta y puntual, evidencia otras preocupaciones que la escueta transcripción de los hechos ocurridos. Quizás, más que nada, el querer abordar el levantamiento comunero como peripecia, mero paréntesis intrascendente: desde un enfoque anecdótico o, para decirlo con frase de Francisco Márquez Villanueva, desde el extremo empequeñecedor del anteojo20. Quien se revela el más propenso a deslizarse por semejante pendiente es, sin la menor duda, Francisco de Villalobos. Tras protestar de su incapacidad innata –«otro mejor historiador quisiera yo que buscara v.m. para dalle a entender las cosas de la corte»21, declara a uno de sus correspondientes– acumula, con evidente fruición, las notas triviales, en un alarde de pintoresquismo que le lleva a valorar el detalle soez. Así, durante los primeros meses del reinado del futuro Carlos V, las tensiones entre castellanos y flamencos se resuelven en una «avenida de cámaras»22, padecida por las tripas de uno y otro bando, la cual ni siquiera perdona a los consejeros íntimos del monarca: no sin descaro, nuestro médico afirma haber entrado en palacio «por la puerta falsa de Monsiur de Xevres»23. Más adelante, si, al iniciarse los primeros disturbios, menciona el incendio de Medina, es porque «se quemaron dos casas a pared y medio» de la suya; y para concretar el impacto del suceso, Villalobos no encuentra mejor indicio que el espanto de su mujer: embarazada en aquel entonces, «estuvo muy cerca de mover lo que tenía en el vientre»24.
9También Guevara se revela aficionado a semejante anecdotismo, aun cuando sus epístolas, destinadas a la imprenta, no encajen realmente en el molde de una correspondencia privada. Prueba de ello su propensión obsesiva a explicar el alzamiento por pequeneces: las ambiciones personales de las cabezas del movimiento:
Don Pedro Girón quería a Medina Sidonia; el conde de Salvatierra, mandar las merindades; Femando de Avalos, vengar sus injurias; Juan de Padilla, ser maestre de Santiago; don Pero Lasso, ser único en Toledo; Quintanilla, mandar a Medina...25
10Otra muestra de esta tendencia es el sabroso cuento del cura de Mediana, que viene a concluir la primera carta a Acuña:
Es el caso que en un lugar que se llama Mediana, que está cabe a la Palomera de Ávila, había allí un clérigo vizcaíno medio loco, el cual tomó tanta afectión a Juan de Padilla, que al tiempo de echar las fiestas en las iglesias, las echaba en esta manera; «Encomiendo os, hermanos míos, una Avemaria por la Santísima Comunidad, porque nunca caiga; encomiendo os otra Avemaria por Su Magestad el Rey Juan de Padilla, porque Dios le prospere; encomiendo os otra Avemaria por su Alteza de la Reina Nuestra Señora doña María de Padilla, porque Dios la guarde; que a la verdad estos son los reyes verdaderos, que todos los de aquí eran tiránicos». Duraron estas plegarias poco más o menos de tres semanas, después de las cuales pasó por allí Juan de Padilla con gente de guerra, y como los soldados que posaron en casa del clérigo le sonsacasen la manceba, le bebiesen el vino, le matasen las gallinas y le comiesen el tocino, dixo en la iglesia el siguiente domingo; «Ya sabéis, hermanos míos; cómo pasó por aquí Juan de Padilla, y cómo sus soldados no me dexaron gallina, y me comieron un tocino, y me bebieron una tinaja, y me llevaron a mi Cathalina; dígolo, porque de allí adelante no roguéis a Dios por él, sino por el Rey don Carlos, y por la Reyna doña Juana, que son reyes verdaderos, y dad al diablo estos reyes toledanos».26
11Como se echa de ver, el pintoresquismo del cuento acaba por ofuscar por completo la lección ejemplar que Guevara parecía dispuesto a sacar de aquella desventura simbólica. Significativo, también, de este anecdotismo, es el interés que dedica el franciscano a la figura de Antonio de Acuña. Ya Villalobos había caracterizado, en un escorzo expresivo, el estilo peculiar del terrible obispo, al asediar con sus clérigos una plaza fuerte:
Dos días ha que no se desarma ni de día ni de noche, y duerme una hora sin más sobre un colchón puesto en el suelo, arrimada la cabeça al almete; corre las más veces cavallero en un cauallo saltador que trae [...]. Es el primero que llega a poner fuego a las puertas [...]. Vestido en pontifical, sale afuera y santigua la fortaleza con su artillería [...] todo ello parece de la librea del infierno.27
12También Guevara carga algún tanto la mano, aunque desde otra perspectiva, ya que se dirige personalmente al «muy reverendo y bellaco prelado»28; las cartas de Acuña quedan convertidas en otros tantos carteles; y, al recibir y leer las del franciscano, se pone a gruñir29.
13Similar tendencia es la que se observa en la Crónica burlesca, si bien sistematizada por la narración. Mientras se pasan por alto acontecimientos importantes (así la toma de Torrelobatón por Juan de Padilla), se valoran, en cambio, incidentes de menor monta, como las conversaciones secretas entre Fonseca y el cardenal Adriano después de la quema de Medina, las correrías del prior por la vega de Toledo, la negativa opuesta por los gobernadores a los ofrecimientos del duque de Béjar, el supuesto altercado del Almirante y del Condestable en vísperas de Villalar, o la captura de Antonio de Acuña.
Deformación
14Ahora bien, semejante preferencia no se debe a una incapacidad del cronista para sintetizar datos dispersos y ordenarlos en un relato coherente; traduce, al contrario, un propósito deliberado: al sacar al escenario a personajes que resultan ser, muchas veces, actores de segunda fila, promueve don Francesillo un retratismo de claro sesgo caricaturesco. En esto, no hace sino ensanchar el camino abierto por sus predecesores. Ya, en Villalobos, la convivencia entre castellanos y flamencos se dice tan incómoda como las de los caballos con los asnos30; el ejército comunero, por el miedo general que infunde, se compara con «una alimaña encantada que traga los hombres vivos»31; y en cuanto a la «gente baja y menuda» a la que los frailes comuneros someten en pulpito las cartas de paz del Almirante, «entiende los primores y sutilezas dellas como las ovejas y las vacas entienden los altos versos de la Sibila»32. Guevara, por su parte, lleva más adelante la estilización. Antonio de Acuña se le aparece «armado como relox», haciéndole dudar «si lo que veía era sueño, o si se había el obispo don Orpas resuscitado»33. Y en cuanto a María de Padilla, «muy magnífica y desaconsejada señora»34, se convierte en una hembra feroz y hechicera, capaz de robar la plata del Sagrario toledano en circunstancias que nos pinta con evidente delectación:
Ha nos caído acá en mucha gracia la manera que tuvistes en el tomarla y saquearla: es a saber que entrastes de rodillas, alçadas las manos, cubierta de negro, hiriendo os los pechos, llorando y sollozando, y dos hachas delante de vos ardiendo. ¡O bienaventurado hurto! ¡O glorioso saco! ¡Oh felice plata!, pues con tanta devoción mereciste ser hurtada de aquellas sancta iglesia.35
15Por fin, el espectáculo que le ofrecen los comuneros en Villabrágima es el de un maremágnum de muecas y rumores, de ruidos y gritos: «los unos dellos me contemplaban, otros pateaban, otros oxeaban, otros voceaban, y aun otros me mofaban»36.
16Pero es Francesillo de Zúñiga quien alza el procedimiento a un grado nunca vista hasta entonces: consigue, mediante la animalización a la que suele someter el retratado, un efectismo deshumanizador. Esta técnica se ha calificado, a veces, de esperpéntica; pero, como apunta Márquez Villanueva, procede en realidad de la estética literaria del disparate, conforme a los cánones de la expresión fatrásica37. Antonio de Fonseca, al decir del rey de Portugal, tendría aspecto de «camero viejo guardado para casta»38; el prior de San Juan, don Antonio de Zúñiga, es «garça demorada en el rio de Duratón»39; don Pedro de Zúñiga, su tío, «bofes de asadura de buey»40; el conde de Haro parece «de casta de alcotanes y sobrino de garça blanca»41; el arzobispo de Barí, «águila recién salida del río o roçín con desmayos»42; el Condestable de Castilla, «ministril alto extranjero»43; el Almirante Fadrique Enríquez, conocido por hombre bajito, «higo cocido en agua de dolientes o mona oservante»; en cuanto se pone armadura, el mismo se convierte en «caxcavel plateado»; «y si por caso en la batalla me perdiere –aconseja– no me busquen hasta que llueva como alfiler»44. Ni siquiera el propio cronista se salva de este proceso: una vez armado, don Francés recuerda, irresistiblemente, al «hombrezico de relox de San Martín de Valdeyglesias»45.
Mundo al revés
17La finalidad más obvia de semejante deformación es, como se supone, provocar la risa del lector. A ello concurren los retruécanos, juegos de palabras y demás dichos agudos de que gusta Guevara; las citas paródicas con que Zúñiga salpica su narración, algunas sacadas del refranero, otras, de Job, Aristóteles o Tito Livio, otras más, de la lírica tradicional, como el verso «O castillo de San Servando...» que, al decir del cronista, los caballeros del prior iban cantando mientras huían de Toledo hacia Carmona46. A ello también las anécdotas al estilo del cuento del cura de Mediana, o los cuentecillos graciosos que don Francesillo trae a veces por los pelos: del conde de Haro, muy aficionado a chistes, nos dice que, en aquel día muy caluroso en que se volvió a tomar Tordesillas, templó con una frialdad a toda la gente, dando frescor en el real47.
18Sin embargo, hacia otro blanco nos parece apuntar esta sistematización de lo ridículo: algo que podría llamarse, como dijimos antes, una desmitificación de la guerra de las Comunidades. Prueba de ello, ante todo, la extraordinaria confusión que recalcan aquellos testigos que la contemplan con ojos desprevenidos. La recalca con fuerza Villalobos, desde el momento en que parte el rey a Alemania, comparando el mecanismo desencadenado por esta partida con el andar de una rueda «que no tiene cabo»48. Y, en cuanto se confirma el alzamiento, la visión que se le ofrece es la de un verdadero mundo al revés:
La república de Spaña anda trastornada, juzgados y sentenciados los juezes, y hechos juezes los juzgados; los señores solos son los vasallos, y las comunidades son los señores. Hay la mayor disensión que nunca se vio, en la mayor conformidad que nunca se oyó; la discordia y la concordia, tan juntas y tan entretexidas, que entre sí no hazen diferencias, los unos hijos de los otros; los más ruynes de los pueblos mandan ahorcar por justicia a la misma justicia, y a los que tienen voz y apellido del Rey...49
19Otro tanto afirma Guevara, para quien esta «república al revés» ha surgido por culpa exclusiva de los comuneros. Mientras los clérigos a las órdenes de Acuña santiguan con escopeta a los del bando contrario50, el tundidor Bobadilla, cabeza de los disturbios de Medina y prototipo de la gente del común, se dexa «llamar señoría como si (...) fuese muerto el rey de Castilla»51. «Todos confiesan rey y todos apellidan rey –declara el franciscano a los de la Junta– y es el donaire que ninguno guarda la ley, y ninguno sigue al Rey». Y concluye:
Yo no sé cómo decís que queréis reformar el reyno, pues no obedecéis al Rey, no admitís gobernadores, no consentís Consejo Real, no sufrís chancillerías, no tenéis corregidores, no hay alcalde de Hermandad, no sentencian pleitos, ni se castigan los malos, por manera que a vuestro parescer el no haber en el reino justicia es reformar la justicia.52
20Más que la validez de las afirmaciones de Guevara, más que la cuestión de saber si pronunció o no efectivamente esta reconvención, lo más llamativo, a nuestro parecer, es la mecánica discursiva del franciscano, aquella acumulación de términos que le lleva, inexorablemente, a trastrocar las perspectivas.
21Así se nos explica por qué, en el mundo en el que se enfrentan caballeros y comuneros, no hay, finalmente, más norma, más regla de conducta que la locura. Una locura que, según Villalobos, no perdona a nadie. No perdona, por supuesto, a la gente del común: «los pueblos son los más desatinados locos de atar que hay en el mundo»53, proclama el médico, concretando, en una imagen sugestiva, la paradoja del alzamiento comunero: «desnudo el villano, con las tripas en las manos, dize que ¡Viva la Comunidad!»54. Tampoco perdona a los religiosos que se han unido a la Santa Junta, aquellos frailes «que predican y matan». Tampoco a los que están en la cumbre del edificio, puesto que «los miembros están tan corruptos, que presto llegará el daño a la cabeza»55. Guevara, por su parte, no va tan lejos: para él, son los comuneros los que llevan la culpa, ya que no saben lo que siguen y menos lo que pierden, tras haber desencadenado la peor de las guerras: «pueblo contra pueblo, padres contra hijos, tíos contra sobrinos, amigos contra amigos, vecinos contra vecinos y hermanos contra hermanos, peleando más por la opinión que tienen que por la razón que no tienen»56. No extraña, por ende, que, para el franciscano, el loco por antonomasia venga a ser el obispo Acuña, como hombre que no sabe sino fundarse «sobre pasión y no sobre razón»57.
¿Inversión o subversión?
22Surge entonces la cuestión de fondo: la que plantea la inversión bufonesca en tanto que posible subversión. Puesto que Villalobos, Guevara y Francesillo coinciden en una clara condena del alzamiento comunero, del programa de la Junta, de las violencias de sus adictos, ¿adónde apunta aquella remodelación bufonesca, si no la queremos reducir a pura voluntad de estilo? Probablemente hacia distintos blancos, según la postura que se examine. Por lo que se refiere a Villalobos, su franco compromiso a favor del bando imperial no parece ofrecer dudas: basta contemplar el dolor que le nace de los desmanes comuneros –«gente dañada y desesperada58–» y, más concretamente de la desastrada muerte de su amigo Joffre de Cotannes, referida por él en dos ocasiones59. Pero, por otro lado, no vacila en echar su verdad en cara a los caballeros: los que huyen a Alemania con el pretexto de acompañar al rey; los que, sin tomar partido, se quedan «arrinconados en sus barreras, sin osar mudarse de su lugar»60, «como los niños que han meado en la cama»61; los que, al estilo del Almirante, mandan cartas más elegantes que las de Séneca a una plebe analfabeta62: otras tantas indirectas que son como hojas desgajadas de aquel gran libro soñado por el médico cronista, «que fuere como un espejo en que se pudieren mirar todos los cortesanos»63; un libro que no llegó a componer, porque, según decía, «la [...] casa [de mi entendimiento] es tan angosta, que apenas yo puedo caber dentro della para entenderme a mí mesmo...»64. ¿Falsa humildad, la de Villalobos? Más bien autodesprecio, muy afín a la ritual indignitas del bufón, aunque éste fuese de alto vuelo, como aquel médico chocarrero que afirmaba querer «más tener el orinal en la mano izquierda quel sceptro imperial en la derecha»65. Un autodesprecio que se aúna con la mirada sagaz del desengañado, frente a la risa falsa de la corte imperial: de aquel «animal», con sus «dos o tres mil bocas, todas muertas de risa», «que siempre se anda riendo sin haber gana de reír»66.
23Otra finalidad es la que persigue Guevara, la cual se aclara si prescindimos de lo que resulta ser de menor cuantía: los argumentos que pretende esgrimir frente al bando comunero, en defensa de la verdad y en contra de la mentira. Más significativo nos parece ser, primero, el papel relevante que se asigna en el conflicto, fingiendo cartearse con las cabezas del movimiento, después de mediar entre caballeros y comuneros en una entrevista que no tuvo nunca lugar. Sencillamente, porque semejante falsificación nos abre interesantes perspectivas sobre su manera de colocarse entre los dos bandos. Para decirlo con frase de Welsford, viene a encamar «the voice speaking from without, and not from within the dramatic plot»67, la voz que va hablando desde fuera, y no desde dentro del espacio de la contienda: a veces, reduciendo a puro juego literario la terrible magnitud de un hecho histórico; otras veces, más allá de lo que podría parecer mero infundio calumnioso, buceando en lo más recóndito de la subconsciencia política comunera: por ejemplo, cuando denuncia, en la carta a Juan de Padilla, el supuesto «republicanismo» latente en la ideología de los alzados, «especie de ultraverdad –en opinión de Márquez Villanueva– inestimable para el estudioso de hoy»68.
24Entendemos entonces cómo Guevara acaba por asumir y hasta ostentar sin empacho los atributos emblemáticos del «loco» erasmiano: al aceptar el desafío de un «reverendo señor y inquieto obispo»69; al proclamarse, como buen franciscano, aficionado a los valores histriónicos, «en vida pecador, en hábito religioso, en oficio predicador y en el saber simple»70; al recoger, con evidente fruición, el perfil que traza de él María de Padilla, cuando le llama «frayle irregular, desbocado, atrevido, absoluto y disoluto»71; al reivindicar su libertad en el hablar y su osadía en el predicar72; o al poner en boca de Acuña, a manera de prosopopeya, el retrato que se complace en bosquejar de sí mismo, acumulando, desde un enfoque claramente bufonesco, las «locuras» que, según él, le achacó el terrible obispo, el día en que le contestó en nombre de la Junta.
Oído había yo decir que érades atrevido en el hablar, y áspero en el reprehender; mas junto con esto tenía creído que, pues los gobernadores os traían consigo, que teníades buen celo y no falta de juicio; mas pues ellos sufren vuestras locuras, no es mucho que nosotros suframos vuestras palabras. Dios os ha hecho la costa en no se hallar aquí algún capitán de la guerra, que según los desatinos que habéis dicho, primero os quitaran la vida que acabárades la plática, y entonces fuera en nuestra mano pesamos, mas no remediaros. Cuando otro día hablardes delante de tanta auctoridad y gravedad como son los que están aquí, habéis de ser en lo que dixerdes muy medido, y en la manera del decir más comedido, porque vuestra plática más ha sido para escandalizamos, que para mitigamos...73
25Es significativo cotejar este autorretrato con la versión que recoge del mismo la Crónica del Emperador Carlos V, de Alonso de Santa Cruz, la cual, como se sabe, incorpora capítulos redactados por el propio Guevara:
Padre Fray Antonio de Guevara, vos habéis hablado asaz largo y aun con más osadía de lo que convenía a la honestidad de vuestro hábito, y aun a la autoridad de los señores deste Consejo, porque la resolución de toda vuestra plática ha sido hacemos en creyente que los Gobernadores son los que traen la demanda de remediar la república, que nosotros no hacemos sino revolver y tiranizar a Castilla.74
26Por un lado, el texto de Santa Cruz, mucho más sobrio, elimina todo lo referente a la dimensión bufonesca del predicador. Por otro lado, de la narración elaborada por Guevara y aprovechada por Santa Cruz se desprende otra visión del levantamiento, distinta del que nos proporcionan las Epístolas familiares. Al restituirnos, a través de las cartas que se dicen intercambiadas entre las ciudades rebeldes, el punto de vista de los alzados, el cronista contempla con indudable simpatía las razones que aducen y las aspiraciones que expresan. Si bien, en última instancia, se pronuncia a favor de los gobernadores, la construcción del relato hace que las dos posturas-la de los comuneros y la de los caballeros-se nos aparecen casi equiparadas, generando así un perspectivismo que, según observa Márquez Villanueva, puede calificarse de prenovelesco75. Giro paradójico, pues, es el que toma Guevara: río arriba, encaja, sin lugar a dudas, con la tradición erasmiana de los mundi moriones; río abajo va desbrozando pistas nuevas: hacia una fragmentación del episodio, convertido en nuevas de corte, de claro sesgo periodístico; y hacia una novelización de notable sabor premoderno.
27Queda por último el caso de don Francés, cuya Crónica, aunque más estrechamente regida por el código de la narración –sin el escapismo que permite la forma epistolar– no se deja, sin embargo, encasillar en moldes predefinidos: no sólo por la capacidad de deshumanización que revela, sino por los horizontes que nos abre, más allá de una inevitable adhesión a las líneas generales de la política imperial, patente en su vituperio anticomunero. Valgan, nada más, tres muestras. En primer lugar, las insinuaciones del autor que los gobernadores, al aplazar las operaciones militares que iban a concluir con Villalar, mirarían antes por lo suyo que por el bien del reino76: juicio bastante injusto, en opinión de Diane Pamp, editora de la Crónica77, pero, de hecho, corroborado por las encuestas más recientes que se ha merecido, por parte de Pérez y Gutiérrez Nieto, la actitud temporizadora de la alta aristocracia, nada dispuesta a favorecer, frente a la rebelión, los intereses exclusivos de la Corona78. En segundo lugar, la desacralización del bando de los caballeros, iniciada por la sucesión de retratos burlescos de sus prohombres y rematada por una patraña: la supuesta junta de herederos impacientes, surgida después de la derrota comunera y reprimida sin tardar por el Emperador79. Parodia evidente de las Comunidades, como observa Diane Pamp80; pero también sátira punzante de los nuevos alzados, pronto desanimados por la negativa imperial: «luego deshizieron la junta y liga y que tenían, y cada uno dellos se quisiera ir a su casa, si la toviera»81. Por fin, el énfasis puesto por don Francés en el deseo que todos tenían de que Carlos V se dignase perdonar:
Vinieron [a él] [al llegar a Valladolid] muchos perlados y religiosos de buena vida confiando de hallar misiricordia [sic] con justiçia en Su Magestad, y que quisiese perdonar a los pueblos por las alteraciones pasadas, y que lo que a Su Majestad dezían en este tienpo los niños en alta boz era: «Parce, Domine, parce populo tuo.»82
28Afirma el cronista que Su Majestad, «movido a piedad», perdonó «generalmente todas las cosas pasadas, eçebto lo que tocase a terçera persona»83. ¿Alarde de lealtad de un converso en busca de un escudo tras el cual defenderse de los detestados nobles? Puede ser. Ahora bien, para quien sabe cuán limitado fue aquel perdón imperial, y cuán dura y rigurosa, en cambio, una represión que duró más de cinco años, pues la última amnistía no se promulgó hasta 1527, la noticia que trae aquí don Francés no puede ser más irónica84. Zuñiga, con este último pinchazo, nos permite comprobar, una vez más, algo que puntualiza con razón Francisco Márquez Villanueva; el que la bufonería fue, «antes que nada, un intento de hallar salida a una realidad imposible»85. Propósito es éste que nos aclara, por un lado, por qué ni Francesillo, ni Guevara, ni tampoco Villalobos, quisieron hacer historia; y, al mismo tiempo, por qué, a la hora de reexaminar el apasionado debate armado por la historiografía tradicional en tomo a las Comunidades, conviene, de vez en cuando, contemplar el alzamiento en el espejo cóncavo que nos ofrece la literatura del loco86.
Notes de bas de page
1 Pedro Mejía, Historia del Emperador Carlos V, ed. Juan de Mata Carriazo, Colección de Crónicas españolas, t. VII, Madrid, Espasa-Calpe, 1945; Alonso de Santa Cruz, Crónica del emperador Carlos V, ed. Beltrán y Rózpide, 5 vol., Madrid, 1920-1925; Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, BAE, t. LXXX.
2 Martínez de la Rosa, Bosquejo histórico de la guerra de las Comunidades, en Obras dramáticas, ed. J. Sarrailh, Clásicos Castellanos, n° 107, Madrid, 1945.
3 Gregorio Marañón, Los castillos en las Comunidades de Castilla, Madrid, 1957.
4 José Antonio Maravall, Las Comunidades de Castilla: una primera revolución moderna, Madrid, Revista de Occidente, 1957; Joseph Pérez, La Révolution des «Comunidades» de Castille (1520-1521), Bordeaux, Institut d'Etudes Ibériques et Ibéro-américaines, 1972.
5 Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, Las Comunidades como movimiento antiseñorial, Barcelona, 1973.
6 Francisco López de Villalobos, Algunas obras del doctor..., ed. A. M. Fabié, Madrid, 1886.
7 Antonio de Guevara, Libro primero de las Epístolas familiares, ed. J. M. de Cossío, 2 vol., Madrid, 1950-52.
8 La ed. de la BAE (T. XXXVI, pp. 9-54) debe sustituirse por dos ediciones recientes comentadas: la de Diane Pamp de Avalle-Arce, Barcelona, Crítica, 1981, y la de José Antonio Sánchez Paso, Publicaciones de la Universidad de Salamanca, 1989. De esta última, salvo mención contraria, proceden nuestras citas.
9 Algunas obras..., p. 271. Sobre Villalobos, el estudio más reciente es el de Beth S. Tremallo, Irony and Self-Knowledge in Francisco López de Villalobos, New York-London, 1991. Las cartas que refieren el episodio comunero llevan los núm. 7, 10, 11, 12, 13,15 y 16.
10 El mayor de estos esfuerzos es el de Augustin Redondo, con su libro Antonio de Guevara (1480?-1545) et l'Espagne de son temps. De la carrière officielle aux oeuvres politico-morales, Genève, Droz, 1976. Para un punto de vista distinto, vid. las reseñas de F. Márquez Villanueva (NRFH, 28, 1979, pp. 334-352), y J. Pérez (BHi, 82, 1980, pp. 280-289).
11 Vid., entre otros, Planteamiento de la literatura del loco. Sin Nombre, 10, 1980, pp. 14-15.
12 Vid., Márquez Villanueva, Planteamiento, pp. 9-14; Literatura bufonesca o del loco, NRFH, 34, 1985-86, pp. 515-517, y, además de las de las respectivas introducciones de Diane Pamp y José Antonio Sánchez Paso, el artículo de este último, La sociología literaria de don Francés de Zúñiga, NRFH 34 1985-86, pp. 848-865.
13 Algunas obras..., p. 52.
14 René Costes, Antonio de Guevara. Son oeuvre, Paris, 1926, pp. 138-141. Vid. el comentario de F. Már-quez Villaneva, en Las Comunidades y su reflejo en la obra de Guevara, Actas del V Simposio renacentista, Toledo, 1980, p. 175, n. 3.
15 Estas cartas llevan los n° 47, 48, 49,51 et 52.
16 Vid. J. Pérez, Le «razonamiento» de Villabráxima, BHi, 67, 1965, pp. 217-224.
17 Sobre este episodio, vid. J. Pérez, La Révolution..., p. 354.
18 Vid. Pérez, La Révolution..., p. 337 y ss.
19 Protestas examinadas por J. Pérez, La Révolution, pp. 386-388.
20 Márquez Villanueva, Tradición literaria y actualidad en «La guarda cuidadosa», reed. en Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, p. 96.
21 Algunas obras..., p. 19.
22 Algunas obras..., p. 23.
23 Algunas obras..., loc. cit.
24 Algunas obras..., p. 44.
25 Epístolas familiares, n° 47, «Letra para el obispo de Zamora...», ed. cit., p. 295.
26 Ibid., p. 297.
27 Algunas obras..., p. 52.
28 Epístolas familiares, n° 47, p. 292.
29 Epístolas familiares, n° 48, «Letra para el obispo de Zamora...», p. 298.
30 Algunas obras..., p. 19.
31 Algunas obras..., p. 51.
32 Algunas obras..., p. 53.
33 Epístolas familiares, n° 48, p. 301.
34 Epístolas familiares, n° 51, «Letra para doña María de Padilla...», p. 307.
35 Ibid., p. 323.
36 Epístolas familiares, n° 52, «Razonamiento hecho en Villabráxima», p. 333.
37 Literatura bufonesca, p. 515.
38 Crónica burlesca, ed. Sánchez Paso, p. 76.
39 Ibid., loc. cit.
40 Crónica burlesca, p. 77.
41 Crónica burlesca, p. 80.
42 Crónica burlesca, p. 78. La ed. de Diane Pamp (p. 83) trae otra lección, quizás más coherente: «anguilla recién sacada del río...».
43 Crónica burlesca, p. 81.
44 Ibid., loc. cit.
45 Crónica burlesca, p. 78.
46 Así en Crónica burlesca, ed. Diane Pamp, p. 83. La lección que recoge la ed. Sánchez Paso (p. 76) es: «O castillo de San Serván, pluguiera a Dios que mi madre nunca tuviera a mí». Parece ser variante de unos versos que figuran en el Cancionero de Juan del Encina (1496).
47 Crónica burlesca, ed. Sánchez Paso, p. 80.
48 Algunas obras..., p. 23.
49 Algunas obras..., p. 47.
50 Epístolas familiares, n° 47, p. 294 («...al tiempo que estaba [el clérigo] para tirarles, los santiguaba con la escopeta y los mataba con la pelota.»)
51 Epístolas familiares, n° 52, p. 326.
52 Ibid., p. 327.
53 Algunas obras..., p. 57.
54 Algunas obras..., p. 58.
55 Algunas obras..., p. 55.
56 Epístolas familiares, n° 52, p. 329.
57 Epístolas familiares, n° 47, p. 295.
58 Algunas obras..., p. 52.
59 Algunas obras..., p. 47 y 58. Sobre esta muerte y sus orígenes, vid. J. Pérez, La Révolution..., p. 132 et 170. Joffre de Cotannes, que llevaba más treinta años en Burgos y estaba casado con una burgalesa, era francés. Tras conseguir un cargo de furriel del rey de Aragón, llegado a la cumbre de su prosperidad, se hizo conceder por la camarilla flamenca del futuro Carlos V la fortaleza de Lara, provocando un notable escándalo, puesto que dicha fortaleza pertenecía a la ciudad de Burgos.
60 Algunas obras..., p. 52.
61 Algunas obras..., p. 47.
62 Algunas obras..., p. 53.
63 Villalobos, Curiosidades bibliográficas, ed. A. de Castro, BAE, XXXVI, p. 449.
64 Ibid., loc. cit.
65 Algunas obras..., p. 110.
66 Curiosidades bibliográficas, p. 454.
67 E. Welsford, The Fool. His Social and Literary History, London, 1935, p. 324.
68 Las Comunidades y su reflejo..., p. 201.
69 Epístolas familiares, n° 48, p. 298.
70 Epístolas familiares, n° 49, p. 309.
71 Epístolas familiares, n° 50, p. 318.
72 Epístolas familiares, n° 52, p. 324.
73 Ibid., p. 334. Lo subrayado es nuestro.
74 Crónica del Emperador Carlos V, cap. XXVI, ed. cit., t. I, p. 366. Sobre este proceso de incorporación, vid. A. Redondo, Antonio de Guevara..., p. 303 y ss.
75 Las Comunidades y su reflejo..., p. 206.
76 Crónica burlesca, p. 80.
77 Crónica burlesca, ed. Diane Pamp, p. 199, n. 170.
78 Vid. J. Pérez, La Révolution..., p. 459 y ss.; J. L. Gutiérrez Nieto, Las Comunidades..., p. 291 y ss.
79 Crónica burlesca, ed. Sánchez Paso, pp. 83-84.
80 Crónica burlesca, ed. Diane Pamp, p. 203, n. 212.
81 Crónica burlesca, ed. Sánchez Paso, p. 84.
82 Ibid., loc. cit.
83 Crónica burlesca, ed. cit., p. 85.
84 Vid. J. Pérez, La Révolution..., pp. 571-634.
85 Literatura bufonesca..., p. 513.
86 Este trabajo fue leído inicialmente en el seminario sobre literatura bufonesca dictado en agosto de 1992, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Agradezco su amable invitación a Francisco Márquez Villanueva, organizador de este seminario, así como a Joseph Pérez y León Sigal sus observaciones a la hora de revisar el texto.
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Université de Paris X
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