1 Alarmante diagnóstico emitido hacia 1598-1599 por Valle de la Cerda en su Desempeño del patrimonio de Su Magestad y de los Reynos, f. 7r.
2 Cf. San Agustín, De libero arbitrio (IX-26): «Etiam peccata nostra necesaria sunt perfectioni universitatis quam condidit Deus»; y Enchiridion ad Laurentium (cap. XXVII): «Melius enim judicavit de malis bene facere, quam mala nulla esse permittere».
3 Véase Derrida, «La pharmacie de Platon», 1972, pp. 70-197.
4 San Agustín, La Ciudad de Dios, 1970, pp. 255-256.
5 Citado por Sellier, 1969, pp. 551-575. El Catecismo del Concilio de Trento (1566) también reconocía que «el ardor de la concupiscencia no es necesariamente vicioso; si sabemos moderar ese ardor y contenerlo en sus justos límites, con frecuencia llega a volverse muy útil» (Catéchisme du concile de Trente, 1978, p. 450).
6 Véase Taveneaux, 1965, pp. 92-94.
7 Para más detalles, consúltese Marrou, Saint Augustin et l’augustinisme, 1955, pp. 122-124: «Moralité dans la vie économique».
8 Cabranes, Ábito y armadura espiritual del hombre interior, 1544, f. 205 r/v y 219 r. Si bien el Privilegio real está fechado en «Toledo a 22 de septiembre de 1525», este texto (avalado por una Prorrogación firmada en «Alcalá a 1° de marzo de 1543») no había de publicarse antes de 1544. Diego de Cabranes es por otro lado autor de Clave espiritual para abrir la alta materia de la predestinación, Toledo, 1529.
9 Cito el Guzmán de Alfarache por la edición de J. M. Micó, 1987, indicando entre paréntesis el tomo y la página o páginas. Por otra parte, nótese que esta estructura agustiniano-mercantil del Guzman le pasó inadvertida al continuador apócrifo: Mateo Luján no quiso o no pudo comprender la potente arquitectura psicológica de su modelo.
10 Esclarecedora en este sentido es la lectura «silénica» del Guzmán que propone Darnis, 2010.
11 Alemán, San Antonio de Padua, s.f. («Juan López del Valle, en alabanza de Mateo Alemán»).
12 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 434-436.
13 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 397.
14 Alemán, San Antonio de Padua, f. 99 r/v.
15 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 43.
16 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 340.
17 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, 131.
18 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 334.
19 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 335.
20 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 336.
21 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, 137.
22 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 505.
23 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 505.
24 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 374.
25 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, 505.
26 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, 111.
27 González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria, 1991, pp. 12 y 50.
28 Por supuesto, en la acepción industrialista analizada por Deyon en Le Mercantilisme, 1969.
29 Citado por Gentil da Silva, 1956, p. 8, n. 37 y Lapeyre, 1955, p. 118. Sobre ello, véase Cavillac, 1994, pp. 193-251 («La burguesía abandonada y la visión trágica del mercader»).
30 Ruiz Martín, 1968 y 1990, pp. 11-43.
31 Así se expresa el mercader Manuel da Veiga (Gentil da Silva, 1956, p. 201). Ya desde 1593, Ginés de Rocamora declaraba ante las Cortes de Madrid: «Que sean los pecados la causa de estar enflaquecidos y adelgazados estos reynos, y que Dios nos quite las victorias en las guerras, el dinero que viene de las Indias, los frutos de la tierra, y los temporales, la salud y otras infinitas cosas, para mí es cosa muy llana y averiguada» (Actas de las Cortes de Castilla, t. XII, pp. 464-467). Dios parecía haber abandonado a los suyos. Por las mismas fechas, el agustino Marco Antonio de Camos observaba acerca de las quiebras de comerciantes: «Ya comienza Dios a sembrar el castigo de sus robos, de sus usuras y de sus injusticias» (Microcosmía, 1592, p. 191).
32 Cock, Ursaria o Mantua carpetana, p. 41.
33 En palabras de Bartolomé de Albornoz, Arte de contratos, 1573, f. 128 r.
34 Tomás de Mercado, Suma de tratos y contratos, 1975, pp. 125 y 410-411. Una de las ilustraciones más ejemplares de dicho fenómeno es el caso del mercader sevillano Francisco Morovelli, «un hombre muy honrado y de mucha confianza», según Simón Ruiz, del cual se supo que «nunca tuvo hazienda, sino que andaba en el aire». Instructivo es el comentario de Simón Ruiz a uno de sus corresponsales: «Crea que del mejor de Sevilla hay poco que fiar, que hacen mucho volumen de aire y muchos gastos, y al cabo queda la mayor parte dellos perdidos». El paralelo con el retrato del padre de Guzmán es casi perfecto (Cavillac, 2010, p. 99).
35 Tomás de Mercado, Suma de tratos…, pp. 101,119, 155,411, 414-415,457 y 460. Para este autor, el mercader es el emblema de «la vida humana» por cuanto «el deseo del mercader es el universal de todos» (p. 155).
36 Véase Cavillac, 1998, pp. 209-220; y 2010, pp. 93-107 («La figura bifronte del mercader»).
37 Desempeño del patrimonio de Su Magestad, f. 2v, 16v, 56v, 63v y 121r. Sobre estos temas, véase el penetrante estudio de Dubet, 2000.
38 Según el acertado marbete acuñado por Elliott, 1982.
39 González de Cellorigo, Memorial…, 1991, pp. 21, 51,89 y 164.,
40 Sancho de Moncada, Restauración política de España, 1974, pp. 95,110, 117,204, 218,229 et 232.
41 Sancho de Moncada, Restauración política de España, 1974, pp. 97,108, 110,117-118,142 y 151.
42 Del Rey y de la raçón de governar, 1977, p. 168. Más adelante, López Bravo afirma: «Con la ayuda de los contratos, socorre a su necesidad la humana compañía; luego conviene aumentar el comercio y no apocarle», p. 180.
43 Tawney subraya que para Calvin «l’ennemi n’est pas l’accumulation des richesses, mais leur mauvais usage à des fins d’égoïsme et d’ostentation» (Tawney, 1951, p. 104).
44 Sobre tales analogías, véase Cavillac, 1994, pp. 377-383 («España y la modernidad europea»), donde figuran las referencias de las citas aducidas en este apartado. Quizá no esté de más reseñar que, ya desde 1599-1600, los reformadores españoles eran sospechosos de pactar con la herejía protestante. En sus Apuntamientos contra la Premática de los pobres, Bartolomé de Villaba acusa por ejemplo a Pérez de Herrera (un amigo íntimo de Mateo Alemán) de querer introducir en España «una ley inventada por ingleses y gentes que hoy están ajenos de Dios» (Cavillac, 2010, p. 79). Recuérdese, además, que por aquellas fechas circulaban en España obras de propaganda calvinista que, apoyándose en una común inspiración agustiniana, hacían hincapié en los puntos de contacto entre la religión reformada y el catolicismo. Como dato orientativo, cabría referirse al Cathólico Reformado (1599) «compuesto por Guillermo Perquino, y trasladado en romance castellano por Guillermo Massan, gentilhombre, y a su costa imprimido en casa de Ricardo del Campo». El libro exponía una teología del pecado y del libre albedrío basada en la fórmula de San Agustín «El que te hizo sin ti no te quiere salvar sin ti» (p. 14) cita clave, en particular, para Mateo Alemán que la saca a colación en su San Antonio de Padua (1607, fs. 60v: «Quien me hizo a mí sin mí, no me salvará sin mí»). Como se sabe, el agustinismo bañeciano, pujante a finales del siglo xvi, coincidía en no pocos aspectos con la filosofía del calvinismo.
45 Cf. Elliott, 1990, p. 113: «Al partido de la reforma no le faltaban motivos para preguntarse si efectivamente había alguién en el gobierno que estuviera dispuesto a escuchar lo que tenía que decir».
46 Marrou, 1955, p. 7.
47 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, p. 275.
48 El volumen se conserva en la BNF de París bajo la signatura: Rés. Y2 876. Véase Martinenche, 1900, p. 367. Arnaud d’Andilly era traductor de las Confesiones de Agustín y de las obras de Teresa y Juan de Ávila.
49 Ténganse en mente las siguientes consideraciones cuyas variaciones constituyen uno de los leitmotiven de la novela: «Eres lo que yo y todos somos unos» (Guzmán de Alfarache, I, p. 364-365), explica Guzmán a su narratario. «A mí me parece que son todos los hombres como yo, flacos, fáciles, con pasiones naturales y aun estrañas» (Guzmán de Alfarache, II, p. 40). «Somos hombres y […] todos pecamos en Adán» (Guzmán de Alfarache, II, p. 350).