Un texto (casi) olvidado de la controversia sobre la licitud del teatro: las Apologías trágicas de fray Francisco de Rojas (1654)
p. 705-716
Texte intégral
1Hace unos doce años, en junio de 1995, estaba yo redactando varias Notices para lo que acabaría siendo en 1999 el segundo volumen del Théâtre espagnol du xviie siècle publicado en la prestigiosa colección de la Bibliothèque de la Pléiade. Era Robert Marrast quien dirigía y coordinaba dicho volumen y se dio la casualidad de que, en el curso de nuestros intercambios telefónicos y epistolares, me habló de un folleto por él encontrado y que por título tenía Apologías trágicas. Primera y segunda parte, obra firmada por un tal fray Francisco de Rojas, con fecha de 1654. Sabiendo Robert Marrast el interés que yo había mostrado en mis publicaciones anteriores por la controversia que se dio en el Siglo de Oro a propósito de la licitud o ilicitud del teatro, tuvo la extrema generosidad de regalarme el precioso folleto para que yo lo explotara en cuanto especialista del tema.
2Pues bien: hoy, con ocasión del homenaje rendido a mi viejo compañero y amigo Francis, ha llegado el momento de dar a conocer este microtratado antiteatral, olvidado o, mejor dicho, casi olvidado hasta nuestros días, porque en la página 526 del segundo volumen de sus Impresos dramáticos españoles de los siglos XVI y XVII en las bibliotecas de Barcelona, Ana Vázquez Estévez señalaba la existencia de un ejemplar de este librito en la Biblioteca de Cataluña con la siguiente signatura: Res 1313-8°, remitiendo por otra parte a los catálogos de Emilio Cotarelo y Joaquín Montaner1. Pedí entonces fotocopia del ejemplar barcelonés y la comparación con el que yo tenía entre manos no dejó lugar a dudas: se trataba de dos ejemplares, casi idénticos, de la impresión hecha en 1654. Pero, al mismo tiempo, esta comparación me permitió ver los errores cometidos por la bibliógrafa catalana en su descripción del objeto editorial que manipulaba. Su primer error era la confusión creada por la titulación misma dada a la entrada correspondiente de su catálogo (vol. II, p. 526) y que decía:
332
Rojas Zorrilla, Francisco
Apologías trágicas
3Así, al olvidar que la dedicatoria la firmaba «Fr. Francisco de Rojas», la estudiosa atribuyó erróneamente al célebre dramaturgo, muerto ya en 1648, el libelo de un oscuro e inhábil teatrófobo. Cosa, por supuesto, imposible, como el lector podrá comprobar más adelante, cuando emprendamos la descripción detallada del texto.
4Pero aquí no paran los fallos de Ana Vázquez Estévez. En la transcripción posterior del título del folleto, se olvida de una è entre «minentissimo» e «ilustrissimo»; en la de la Dedicatoria omite el «mo» de «Eminentis.mo» y lee mal la palabra «frustránea» (‘que no produce el efecto apetecido’, DRAE), que sustituye por «frustranca», lo que la obliga a añadir un improcedente «[sic]»; en la del título de la segunda parte de la obra, añade el importuno vocablo de parte donde no hace falta, escribiendo «Segunda parte. Apología trágica» en vez del exacto «Segunda Apología trágica»; un poco más lejos, al copiar el título del «párrafo» X: «De los grandes inconuenientes que nacen de oír las Comedias y permitirlas» (fol.14v), se deja en el tintero el adjetivo «grandes»; y, finalmente, se equivoca al describir la última hoja, sin numerar (sería el fol.26r) e ilustrada con un hermoso blasón, donde se lee «Año de M.DC. LIIII» y no «Año de M.DC. LIII»2.
5Pero volvamos al territorio de las cosas ciertas, empezando por dar a conocer el contenido de este violentísimo panfleto escrito por un religioso fanáticamente enemigo del teatro, causa para él de todos los males que aquejan a España en el contexto catastrófico de aquellos «calamitosos tiempos» (fols. 20r, 24v y 25r), por más señas los de la interminable guerra con Portugal, «en que se andan conduciendo ejércitos para defenderse este rincón de Castilla de que con asaltos de tiranos nadie está hoy seguro» (fol.13r).
6Se trata, pues, de dos «Apologías», palabra algo enigmática, pero que el autor explicita en las últimas líneas de su tratadito:
que por esto he escrito esta Apología, porque tiene su etimología, según Tertuliano, de una oración oculta y compendiosa que en breve comprende las sentencias de los mayores hombres del mundo, para convencer la pertinacia de los soberbios, como se vio en el emperador Severo y en su hijo Antonio, los cuales a Tertuliano no le dejaban hablar en público; y así, en secreto y sin firmarlo de su nombre, hizo un librito que llamó Apologético, esto es, razones secretas para concluir y sacar a luz las verdades de la fe de Cristo, el cual nos alumbre con su gracia (fol.25r-v).
7Definición ésta harto discutible —el Apologeticum es la obra más importante de Tertuliano—, pero de la que convendrá recordar dos cosas que tendremos ocasión de repetir a lo largo de nuestro estudio: 1) que estas Apologías se constituyen como una acumulación de «sentencias de los mayores hombres del mundo», o sea, en términos más rastreros pero más exactos, como un denso centón de autoridades amontonadas; y 2) que el mismo espíritu de Tertuliano anima al libelista, dándose una como contracción temporal que hace de la España del XVII el exacto equivalente —cuando no peor— de los antiguos tiempos paganos: «porque se vea si hay abuso en las comedias que no [lo] haya tomado nuestra España de la bárbara gentilidad» (fol.2r).
8Parecido esquema de argumentación no lo inventó, por supuesto, nuestro teatrófobo, ya que forma la estructura básica de la gran mayoría de los escritos antiteatrales del Siglo de Oro, interesados, en lo que al teatro se refiere, en negar toda evolución histórica y en promover la idea de una absoluta paralización del tiempo, o sea, en afirmar, por decirlo con las palabras de un miembro de la Junta superior de 1672, que:
Por estas circunstancias reprenden tan severamente los Santos y Padres de la Iglesia los espectáculos y representaciones teatrales de los antiguos y se leen tan al uno pintados en sus palabras más ha de mil y trescientos años los excesos de las comedias y representaciones de estos tiempos, que no se descubre diferencia sustancial que pueda excusarnos de aquella representación (míos los subrayados)3.
9Por eso, de mayor utilidad será, si queremos descubrir algún que otro rasgo de originalidad en el opúsculo de fray Francisco de Rojas, ir estudiando el detalle de los desarrollos argumentales que se dan en los catorce «párrafos» (‘apartados’) en que se divide la obra. Para ello, trataremos de dar un escueto resumen de cada uno de ellos, sabiendo que los nueve primeros conforman la primera parte o primera Apología (fols. 1r-14r) y los cinco siguientes la segunda parte o segunda Apología (fols. 14v-25v).
10¶ I. El título de este primer apartado —es el único en no llevarlo— podría ser «Orígenes y principios del teatro»; contiene consideraciones seudohistóricas, encaminadas a mostrar que el teatro es, desde un principio, obra del demonio, que supo introducir «aparentes bienes para obrar inormes males» (fol.1r).
11¶ II. Por qué causa se instituyeron las comedias. El demonio, siempre al acecho, logra el restablecimiento del teatro —un tiempo prohibido— a modo de ofrenda a los dioses para que cese una gran pestilencia, y se alegra en extremo de la difusión de un arte que es «destruición de los reinos» (fol.3r).
12¶ III. Autoridades de Santos Doctores de la Iglesia contra las comedias. Se citan, principalmente, a San Agustín (poder del teatro en la imaginación y corazón de los oyentes), a Tertuliano (cuya tremendas invectivas antiteatrales se concibieron, sin embargo, en una época en que todavía no representaban las mujeres), a San Juan Crisóstomo (en su denuncia del peligro constituido por las representantas, en un espectáculo que, calamitosamente, es capaz de rivalizar, y con éxito, con el sermón y la música sacra) y a San Basilio (escandalizado por las lecciones de mala vida que dan las comedias, en especial para el público femenino).
13¶ IV. De los notables daños que se siguen de ver las representantas. En la misma perspectiva hipermisógina, «algunas exageraciones de los Santos, no opinión que yo seguiré —afirma— pero referiré». Se trata de la idea de que incluso los ángeles cayeron a causa de la hermosura de las mujeres, como afirman San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, Tertuliano, San Pablo, etc. Y concluye:
Todos estos Santos dicen cosas execrables contra las comedias. […] Pues si cuando el mundo estaba tan en su primera inocencia tales males decían de las comedias, hoy que está la malicia en sumo grado y que en desenvoltura, trajes y gastos de vestidos de comediantes gasta un señor mil escudos y un escudero quinientos y tantos como persiguen y maltratan sus casas y mujeres y pierden su salud, quietud y honor por comediantas, ¿cómo se han de permitir con segura conciencia? (fols. 6v-7r).
14¶ V. Cuán gran deshonra era antiguamente ver comedias. El constante esquema comparativo entre la gentilidad (la Antigüedad) y los «infelices tiempos» actuales conduce aquí a celebrar la honra de algunos antiguos que supieron oponerse al teatro: Quinto Sinfronio [Sempronio], Quinto Sulpio [ ¿Sulpicio?], el emperador Dominiciano, el cónsul Marco Porcio Catón. Con esta conclusión: «¡Oh infelices siglos los nuestros, donde apenas hay quien imite a este cónsul, ni persona que no defienda esta escandalosa causa con pretexto de que cuiden de los pobres de los h [o] spitales!» (fol.8r).
15¶ VI. Decretos de concilios y pontífices que prohíben las comedias. Otro cúmulo de autoridades convocadas para condenar a los representantes y que desemboca en esta declaración:
Y así no es mi intento decir que los comediantes, como se usan en España, sean infames, ni que no comulguen, ni valgan por testigos, ni puedan desheredarles. Pero lo que quiero probar es que, en la forma en que se han introducido las representantas, y en los tiempos que nos hallamos de tantas calamidades y guerras, es cosa muy nociva que se represente; y que por lo político, por ahora, mientras Nuestro Señor nos tiene castigados con tantas guerras y nuestro católico rey tan fatigado, no [carece] de gran escrúpulo de pecado el permitirlas (fol.9r; mío el subrayado).
16¶ VII. Si pecan los que permiten las comedias o los que las oyen. Es el clásico apartado teológico dedicado al examen de la naturaleza intrínseca del teatro. Éste no es pecado in se o de suyo, admite fray Francisco de Rojas; pero sí lo es por sus «accidentes» (bailes lascivos, cantares con gestos livianos, trajes deshonestos y escandalosos, etc.). Lo que le da pie para reanudar sus ataques contra los representantes y, en particular, contra las representantas, multiplicando ejemplos sacados de la Biblia, de la Antigüedad y de la patrología.
17¶ VIII. Casos espantosos que han sucedido sobre las comedias. Se cita primero el ejemplo de Atanasio, obispo de Alejandría y del santo ermitaño Pavón que lloró por anticipar la pérdida inevitable de una comedianta. Y se cuenta luego la anécdota de una santa religiosa que, en Écija, durante la fiesta del Corpus Christi, tuvo una visión de Cristo ensangrentado y dolorido, y le preguntó:
pues, Señor, en tiempo que os están regocijando y celebrando en vuestra Iglesia los favores que la hicistes en daros sacramentado, ¿estáis tan dolorido y congojado? A quien el Señor respondió: Esposa mía, en aquellas representaciones y autos que los comediantes hacen son tantos los pecados que contra mí se cometen, haciendo y profanando con indecencias mi casa, que tornan a renovarme los tormentos de mi Pasión, y con cada pecado que cometen me vuelven a crucificar (fol.12r).
18¶ IX. Razones políticas cristianas contra los teatros. Los males engendrados por el teatro son innumerables: los padres pobres dejan de alimentar a sus hijos para poder ir a la comedia; los maridos ricos, fascinados por las comediantas, desprecian y hasta matan a sus esposas; los reyes ya no pueden contar con sus vasallos para las guerras, como es el caso, en la actualidad, con el conflicto entre Castilla y Portugal; el ruido de las músicas, bailes y fábulas de la comedia impide que lleguen al cielo las «letanías, disciplinas y ayunos por los buenos sucesos de Su Majestad» (fol.13v). Sólo la separación radical de los hombres y las mujeres (un corral para los hombres, un corral para las mujeres) permitirá evitar los escándalos, a lo que contribuirá también la prohibición hecha a las mujeres de representar.
19¶ X. De los grandes inconvenientes que nacen de oír las comedias y permitirlas. La «tinta negra» del panfletista se hace «colorado mermellón» (fol.15r) por la vergüenza que le nace al comprobar el fracaso de la educación de los padres: «estos llevan a sus hijos y hijas a oírlas [las comedias] y verlas, donde en públicos teatros aprenden todo género de vicios, amores, mentiras, tramoyas, trazas impúdicas e inormes» (fol.15r). Viene a ilustrar esta peligrosidad del teatro la conducta indigna de algunos personajes de la Antigüedad (pinturas lascivas, perversión erótica de Artajerjes…). De modo que la culpa de todo la tienen quienes tienen poder y capacidad para prohibir y quitar las comedias y no lo hacen.
20¶ XI. Que los perlados de la Iglesia y los predicadores deben instar se prohíban las comedias. Es el deber inescapable de los «pedagogos de la Iglesia». Tienen ellos obligación de clamar contra el teatro hasta obtener su cierre definitivo. De no cumplir con esta obligación, merecerán el castigo de Dios, como el que recibió el sacerdote Hely, que, por no saber poner fin a las lascivas representaciones organizadas en el templo por sus hijos, cayó de su silla y se rompió el cerebro.
21¶ XII. De los funestos casos que han sucedido a los representantes y a los que van a las comedias. Nadie puede luchar contra el impacto profundísimo del teatro en el espectador, ya que se quedan «las especies de las ideas en la imaginación impresas y en sueños representadas» (fol.18v). Ahí empieza una larga digresión sobre los tres tipos de sueños —sueño enipnion (‘el que nace de los eventos del día’), sueño epialtes (‘pesadilla’), sueño oniros (‘profético’)—, para volver progresivamente al tema anunciado: el castigo que reciben las mujeres que causan la pérdida de los hombres (Dalila, Herodias y, sobre todo, comediantas, «unas cautivas renegando, otras cayendo de las nubes do iban volando, otras muertas de celos en el vestuario, muchas puestas en la galera por haber sido causa de infelices muertes», fol.19v).
22¶ XIII. Remedios saludables contra los muy inclinados a oír comedias. Capítulo centrado, en realidad, sobre la música. La música honesta —la «divinal» de la Iglesia y sus templos— deberá sustituir a la música deshonesta — la profana de los corrales. Lo prueba el caso de un cortesano que «era tan aficionado a oír cantar una representanta que, oyéndola un día, se quedó tan elevado o abobado, abierta la boca, que un amigo suyo, que tenía a su lado, le metió un higo en ella, y con él se ahogó y quedó muerto. No es mal remedio este ejemplo para huir de las comedias profanas» (fol.22v).
23¶ XIV. Que las representantas introducen los trajes impúdicos e inormes que pierden las repúblicas. Última impugnación, y de las más violentas, dirigida contra el abuso de los trajes, o sea, contra «el contagio pestilencial» de la «profanidad de costosos atavíos, galas, invenciones de trajes» (fols. 23v y 24r). Por causa de las modas, el hombre se afemina, el pobre se frustra ( «y él, trabajando de sol a sol, no alcanza para vestirse de sayal», fol.24v) y el rico se arruina (que «para las galas de una mujer no tiene el rico hacienda», fol.24r).
24Así las cosas: de un amontonamiento de tópicos y citaciones —en los cortos veinticinco folios de nuestro tratadito se mencionan un centenar de «autoridades»—, intentamos, a través de nuestra presentación sintética, entresacar los elementos indispensables para poder caracterizar la obrita de fray Francisco de Rojas con relación a los demás textos de la controversia sobre la licitud del teatro en el Seiscientos. Tres me parecen ser los rasgos que lo individualizan.
251. La voluntad férrea de obtener del poder el cierre definitivo de los teatros, esto es, reanudar la política que, entre los años 1646 y 1649, condujo a la prohibición de las comedias. Fray Francisco de Rojas lo dice todo en la Dedicatoria al arzobispo de Toledo, don Baltasar de Moscoso y Sandoval: lo que busca nuestro libelista es la intervención de dicho prelado, a quien recuerda la actuación, en el decenio anterior, de «otro celoso pastor y perlado grande». Y para ello multiplicará nuestro autor las alusiones intencionadas dirigidas a quienes defienden o permiten las comedias (fols. 7r, 9r, 10r, 13r, 15v, 16v, 17v…).
262. El blanco privilegiado de nuestro censor son, a todas luces, las mujeres, mejor dicho, las «comediantas» o «representantas». Muchos de los textos citados y de las observaciones del autor se orientan hacia la denuncia sistemática de la mujer como principio y fin del pecado, en la línea de la más radical misoginia paulina:
Si el Apóstol [San Pablo] dijo que el que mira con los ojos lascivos una mujer ya está su alma muerta, y este peligro de mirarlas puede acontecer encontrándolas en la calle o en la plaza o en la iglesia, donde es forzoso ir y verlas, ¿cuánto mayor peligro será donde no se ven de paso, cubiertas el rostro, sino desenfrenadamente, mirándolas toda una tarde, y no compuestas, sino provocando con músicas, versos, enredos de amores y acciones que hablan dando vida a las palabras? (fol.4v).
273. De los medios de que se valen las «representantas», son los trajes los que son objeto, de parte de nuestro buen fraile, de una denuncia excepcional por su insistencia e intensidad. Rojas no solamente dedica un apartado entero al tema —el XIV o último, a modo de remate y cumbre de su demostración (lo publicamos, en su mayor parte, en un Apéndice)—, sino que salpica sus demás capítulos con observaciones o anotaciones relativas al vestuario teatral (y, especialmente, el de las mujeres): condena su lujo, su lascivia, su fuerza de atracción sobre el público, tanto masculino como femenino (que «no hay traje profano que no saquen las señoras de los que ven en las comedias», fol.7v), sin hablar del inaceptable trasvestismo del pecaminoso disfraz a lo varonil ( «Y como dice Silvester, [sub] verbo foemina, ver a una representanta vestida de hombre o de ángel, pies y piernas descubiertos, es imposible que ella no peque venialmente a lo menos, y los que la miran, y con peligro de mortal», fols. 9v- 10r).
28Nos falta espacio para relacionar estos aspectos —y otros muchos que no pudimos mencionar— con el conjunto de los textos de la controversia sobre la licitud del teatro en el Siglo de Oro. Pero bastará lo dicho para concluir que estamos en presencia de un teatrófobo fanático. Es verdad que, en el plano teórico, puede aceptar la idea de la indiferencia moral del teatro ( «Ni porque no sean las comedias de su naturaleza intrínsecamente pecado», fol.9v); o reconocer, también, la «dignidad» estatuaria de los representantes ( «Y así, no es mi intento decir que los comediantes, como se usan en España, sean infames, ni que no comulguen, ni valgan por testigos, ni puedan desheredarles», fol.9r); o, todavía, autorizar las representaciones con tal que se especialicen los corrales según el sexo de los oyentes ( «para que, pues hay dos mesones de comedias, vayan a uno los hombres y a otro mujeres», fols. 13v-14r); o, finalmente, permitir las representaciones, con tal que no representen mujeres (fol.14r). Pero mayor verdad es que, en el plano práctico, desmiente inmediatamente estas escuetas concesiones, mostrando la imposibilidad, en la España de su tiempo, de su aplicación concreta. Y es que, en realidad, su blanco verdadero es la prohibición definitiva de las comedias, objetivo que se inscribe en la línea de sus predecesores recientes:
[…] pero la razón podrá más que la pasión y los ministros della lo remediarán, prosiguiendo con intento tan cristiano y católico comenzado, pocos años ha, de prohibir las comedias (fol.14r).
29Para ello adopta el tono vehemente, propio de los predicadores, cuando éstos, en los años de las derrotas y catástrofes de la década de los 40, se consideran como profetas y
en sus cláusulas se ve renovado el espíritu de aquellos santos profetas Isaías y Jeremías llorando los pecados del pueblo y amenazándole castigos si no se apartaba de sus culpas, y repitiendo los que el Señor les envió por no querer dar oídos a sus avisos4.
30En este sentido, fray Francisco de Rojas participa de la violencia antiteatral que caracterizaba los escritos de fray Pedro de Figueroa (1647), de fray Pedro de Tapia (1649), o del presbítero Luis Crespí de Borja (1649), formando con ellos el cuarteto de los profetas antiteatrales de los decenios centrales del siglo XVII.
Apéndice
[23r] XIV. Que las representantas introducen los trajes impúdicos e inormes que pierden las monarquías [fols.23r-25v].
31San Crisóstomo, en la homilía citada, se lamenta y pide al cielo remedio contra los abusos y trajes profanos que en los teatros salen cada día, los cuales son anzuelos en que los simples peces, hombres profanos, se pescan y enlazan en vicios y torpezas: «Non autem vox aut facies solum muliebres sed etiam pestem ornamentorum et vestimentorum vocibus adinvenerunt». ¡Oh infelices tiempos ¡, dice el Santo, donde ha llegado la vanidad a tal extremo que van los hombres y mujeres nobles y plebeyas a las comedias, no sólo por ver y oír las músicas y rostros de los faranduleros, sino que para sacar como de originales de vanidad y bizarría los trajes e invenciones de las nuevas galas, como la peste por el contagio, inficionan la república y el reino. Por eso los lacedemonios, dice Tito Livio, hicieron ley que solas las mujeres públicas pudiesen inventar [23v] trajes o traer galas profanas ni joyas, porque a las mujeres nobles y honradas sólo la virtud las hermoseaba.
32Y Valerio Máximo dice que a los trescientos y veinte años de la fundación de Roma concedieron los senadores a las mujeres poder vestirse de galas profanas y preciosas, por privarlas del vino, de que fácilmente se tomaban, juzgando por menor inconveniente el vino que las galas. Mas en estos tiempos, uno y otro se usa. Y los efectos de las galas muestran cuánto embriagan a las mujeres, pues la hermosa Erifile por ellas entregó a la muerte su marido Anfiaro [Amfiarao] y a su hijo Al [c] meón. Y el jurisconsulto Scaevola escribe de una mujer que mandó en su testamento la enterrasen con las galas y joyas que tenía. Y Plutarco dice que Tarpeya entregó el Capitolio a los albanos por unas joyas y galas que le dieron. Y San Jerónimo, explicando el capítulo 2 del profeta Baruch, dice que es pasión inseparable de las mujeres el andar compuestas y adornadas. Y Valerio Máximo, y Plinio el menor, y Tito Livio, y Ovidio, Próspero [ ¿Propercio?] y Virgilio cuentan repúblicas y monarquías que se han perdido por la profanidad de costosos atavíos, galas, invencio [24r] nes de trajes, con lo cual se verifica la profecía de Crisóstomo: «Pestem vestimentorum adinvenerunt».
33Y que sea contagio pestilencial el traje profano y galas mujeriles, lo dice Demóstones [sic], que afirma ser costumbre en los antiguos romanos escarnecer y tener por bufones a los que andaban muy ajustados y peinados y como afeitados los rostros. Y Cornelio Tácito dice que los poetas hacían sátiras elegantes contra el hombre que veían traer rizados y crespos los cabellos. Y Ovidio escribió a la hermosa Fed [r] a, que era tenida por prudentísima en la república, que toda su opinión de cuerda perdería si se pagaba (como decían) de las galas y atavíos de Hipólito. Y Diógenes Sinopeo, viendo a un galán muy peinado, compuesto y adornado, dijo: «A éste, poco le falta para mujer o para ser hombre de vil trato». Y Virgilio escribe haber sido los troyanos vencidos por haber peleado con trajes y galas femeninas. Y Julio Fírmico afirma que todos los que se rizan y peinan las caballeras nacen con influjo de las estrellas que llaman las siete cabrillas en la sexta parte del signo Tauro. Y Pelagio, con ser un gran hereje, se tapaba los ojos en topando un galán afeitado, pulido y con el cabello y co [24v] pete enrizado. Y San Jerónimo afirma que muchas monarquías se perdieron por los excesivos trajes y galas.
34Concluyo mi discurso con lo que San Crisóstomo dice en la homilía citada: «In theatro quidem cum aureis ornamentis callidissima meritrix incedit pauper maerore conficitur, et dives improbo ardens incendio, domum suam reddiens deformiorem uxorem despicit». Que de las comedias salen los ricos y los pobres tristes y melancólicos. El pobre, porque ve en hombres y mujeres tanta gala, y sin trabajo, sino con bailes y chanzas y cantares profanos, y él, trabajando de sol a sol, no alcanza para vestirse de sayal. El rico se atormenta cuando entra en su casa, habiendo visto en el teatro tanta gala, tanta profanidad, desenvoltura y vanidad, y ve a su mujer mal adornada, porque no puede más, según los calamitosos tiempos que alcanzamos donde para las galas de una mujer no tiene el rico hacienda.
Comentario
35San Juan Crisóstomo no es solamente el que abre y cierra, antes de la Conclusión propiamente dicha de la segunda Apología, este apartado dedicado al vestuario teatral. Es también el autor más citado por fray Francisco de Rojas en su corto libelo. Son más de veinte las menciones de este «gran Padre de la Iglesia griega» (fol.16r), cuyos textos se citan y comentan, a veces de manera muy extensa, en no pocas de estas traducciones-adaptaciones-glosas tan características del uso de los textos ajenos en los tratadistas del Siglo de Oro. En nuestro folleto, ocupan estas manipulaciones de las Homilías del Santo unas 7 páginas de las 50 (25 folios) del conjunto, o sea, el 14 % del texto total.
36Pero dicha preeminencia otorgada a Crisóstomo —es rasgo nada infrecuente, aunque no tan pronunciado, entre los teatrófobos áureos— no significa que nuestro libelista tenga de la obra de dicho Santo un conocimiento correcto y que sus citaciones sean fidedignas. Miremos, para ejemplificarlo, la primera cita textual en latín hecha en el apartado que publicamos (y transcrita a continuación en la forma precisa en que aparece), cita que se saca de la Homilía 69 sobre el Capítulo 21 del Evangelio según San Mateo y que es la continuación de otra hecha en el apartado XIII ( «Ameretricum igitur cantibus statim cupidinis flama incendit auditores», fol 22r):
Non autem vox, aut facies solum muliebres, sed etiam pestem ornamentorum, et vestimentorum vocibus adinvenerunt.
37No es necesario saber mucho latín para darse cuenta de que esta frase, por mal copiada, no tiene sentido. Comparémosla con el texto exacto tal como nos lo presentan Pedro Hurtado de Mendoza (1631) y Francisco Moya y Correa (1751), participantes ambos, en sus respectivas centurias, en la controversia ética, y escritores ambos mucho más escrupulosos que el descuidado plumista de 1654:
A meretricum igitur cantibus [cantu 1751] statim cupidinis flamma incendit auditores; et quasi non sufficiat ad inflammandam mentem aspectus ac facies mulieris, pestem quoque vocis adinvenerunt. Non autem vox ac [aut 1751] facies solum muliebres [muliebris 1751], verum etiam multo magis vestitus adinvenerunt5.
38Texto éste de los más manejados por los enemigos del teatro y que, ya en 1600, traducía, de manera bastante fiel, fray José de Jesús María:
El canto de las rameras levanta luego la llama de la torpeza para abrasar a los que le oyen. Y como si no bastase para inflamar la concupiscible vista y el rostro de las mujeres, añaden la pestilencia de sus voces; y no sólo la voz y el rostro, mas también las galas que son cebo mayor de la concupiscencia (Bibliografía…, p. 282, como las demás citas de las Excelencias de la virtud de la castidad).
39De modo que fray Francisco revela ser un manipulador con poquísimo respeto a los santos textos de que echa mano. Aquí se inventa el «pestem ornamentorum et vestimentorum», que repite abreviándolo un poco más lejos. Pero, en otras partes, no vacilará en atribuir a la Homilía 57 un pasaje de la 69, como es el caso con la frase «Ubi sunt qui diaboli choreis et perditis cantibus in scaena quotidie sedent» ( «¿Adónde están los que son asistentes en el teatro de las comedias para hallarse presentes a los coros del demonio y a los cantares deshonestos?», según José de Jesús María). Y tampoco vacilará en aplicar, decontextualizándola y reescribiéndola descaradamente, la declaración púdica que añadía Crisóstomo al pasaje que acabamos de citar:
Pudet me certe verba de illis facere, verumtamen necesse est mihi propter infirmitatem vestram ( «Tengo vergüenza de hablar de esto, pero es necesario no callarlo», siempre según la traducción, algo infiel en este caso, de José de Jesús María),
frase que ahora se convierte en «Pudet me certe de scaenis verba facere, verumtamen necesse est mihi propter infirmitatem jugiter introductam», y va referida inhábilmente a la Conclusión de la segunda Apología, con este mentiroso comentario: «San Crisóstomo da fin a esta segunda Apología trágica, diciendo contra los que defienden las comedias: Pudet me…».
40Y podrían darse más ejemplos aún de parecidas alteraciones cometidas por fray Francisco, como el libérrimo uso de unas exclamaciones interrogativas del Santo ( «Quid hoc magis ridiculum? Quid indignius?»), pronunciadas por Crisóstomo ante el espectáculo, desolador para él, de unos padres que llevaban a sus hijos al teatro, y que nuestro desaprensivo fraile adapta para servir de comentario a los torpes amores del rey Artajerjes:
El rey persiano Artajerjes Longimano, que por ser notablemente inclinado a ver representaciones y comedias en los teatros, donde se pintan al vivo fabulosas historias y adulterios ingeniosos, el tal rey se amancebó con su sobrina Artainta, y recuestó a su cuñada y a sus sobrinas, y a su misma hija recuestaba, y vino a ser tan profano deshonesto que con un plátano hermosísimo tenía amores y torpezas: «Quid hoc magis ridiculum? Quid indignius?» dice San Juan Crisóstomo (fol.16r).
41La cause est entendue. La libertad más o menos controlada que reinaba, en el Siglo de Oro, en el manejo de las «autoridades» se hace, en fray Francisco de Rojas, licencia desenfrenada, por no decir inverecunda. La cosa, en realidad, no es nada sorprendente en quien aparece finalmente como uno de los más mediocres controversistas antiteatrales de la centuria. El paso, en el apartado XIV, del tema de los trajes de las mujeres al del afeminamiento de los hombres sería ya prueba suficiente de la flojedad de los razonamientos de nuestro publicista si no se dieran por añadidura, en el texto impreso, un montón de erratas «inormes», consecuencia sin duda de una letra endemoniada y de un pésimo conocimiento del latín, a no ser que se trate de una desidia poco esperable en un fraile tan preocupado por criticar a los demás. En aquellos «calamitosos tiempos», y antes del nuevo surgimiento de grandes textos de la controversia en el último cuarto del XVII, los frailes, decididamente, ya no fueron lo que eran.
Notes de bas de page
1 A. Vázquez Estévez, Impresos dramáticos españoles de los siglos XVI y XVII en las bibliotecas de Barcelona. La transmisión teatral impresa, Kassel, Reichenberger, 1995, 3 vols.; E. Cotarelo y Mori, Catálogo abreviado de una colección dramática española, Madrid, Imp. V. e H. de J. Ratés, 1930; J.Montaner, La colección teatral de D. Arturo Sedó, Barcelona, Imp. Seix i Barral, 1951.
2 Esta hoja no aparece en el ejemplar que me regaló Robert Marrast. Se trata, salvo error mío, de la única diferencia entre los dos ejemplares que pude manejar.
3 Texto sacado de la Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, de E. Cotarelo y Mori (Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1904, p. 388; en adelante: Bibliografía…) y reproducido en el capítulo que dedico a la controversia ética en mis Éléments pour une théorie du théâtre espagnol du XVIIe siècle, Toulouse, PUM/France-Ibérie Recherche, 1990, p. 29-86; véase la cita en la p. 50.
4 La frase es de fray Pedro de Tapia, cuyo texto se reproduce en Bibliografía…, p. 566.
5 Pedro Hurtado de Mendoza, Scholasticae et morales disputationes… . De fide, Salamanca, Jacinto Taberniel, 1631, p. 1567-1568; Francisco Moya y Correa (bajo el seudónimo de Ramiro Cayorc y Fonseca), Triunfo sagrado de la conciencia…, Salamanca, Antonio Josef Villagordo y Alcaraz, 1751, p. 124.
Auteur
Université de Toulouse
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