El oro y el lodo
Honra y deshonra en La Dorotea
p. 255-264
Note de l’auteur
Note portant sur l’auteur1
Texte intégral
« J’ai pétri de la boue et j’en ai fait de l’or »
Baudelaire
1En homenaje a Claude Chauchadis, quien ha consagrado buena parte de sus trabajos y desvelos sobre la cuestión del honor y la honra, quisiera aquí volver sobre La Dorotea de Lope de Vega, obra maestra del Fénix. Tuve la ocasión de estudiarla hace unos años, impulsada por tareas académicas2, centrándome en ciertos aspectos formales de la obra que iluminan la acción en prosa y, sin lugar a dudas, su sentido. Estrechamente vinculado a los temas del amor y desamor, del castigo y la venganza, el tema de la honra resulta central, pues en torno a ella se modela la conducta de los personajes, de acuerdo con el contexto ideológico de los Siglos de Oro. No es de extrañar, como ya lo recalcara Márquez Villanueva en su tiempo, que honra sea una de las palabras de mayor productividad en La Dorotea3.
2A modo de preámbulo, recordaré la somera definición de Honra que ofrece el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias y el análisis léxico de dicha noción, rica y compleja, que llevó a cabo Chauchadis en Honneur, morale et société dans l’Espagne de Philippe II4. Una vez finalizados estos preliminares, me centraré en La Dorotea, estudiada bajo el prisma de la honra, entendida según sus distintas acepciones, al hilo de los cinco actos, valiéndome de un listado de las distintas ocurrencias de la palabra o de sus derivados en el texto. La lectura lineal, siguiendo la diégesis de la « acción en prosa », permite una mejor aprehensión del concepto de honra.
Análisis léxico
3Honra: « responde al nombre latino de honor; vale reverencia, cortesía, que se hace a la virtud, a la potestad; algunas veces se hace al dinero », reza Covarrubias5. Y Honrado, según el mismo lexicógrafo: « El que está bien reputado y merece que por su virtud y buenas partes se le haga honra y reverencia. Honrada, se dice de la mujer; pero algunas veces el honrado y honrada se toma en mala parte, según el tono y sonsonete con que se dice ». La honra puede considerarse, según Claude Chauchadis, en torno a tres ejes6. La honra-manifestación se asimila a las nociones de reverencia y acatamiento; premio, demostración; honra y fama, honra y gloria; en todos estos casos, se entiende la honra como recompensa, signo, testimonio. La honra-excelencia es la muestra de reverencia y acatamiento en tanto testimonio de alguna excelencia, y designa el estado del que beneficia de la consideración social. Como es bien sabido, los moralistas vinculaban el honor o la honra a la virtud. Así la excelencia en virtud, un criterio moral, permite teóricamente a todo hombre, sea cual sea su rango social, de adquirir su parte de honra. También es un criterio moral que pone la honra de la hija en su virginidad, y el de la mujer en su fidelidad, honra que se comunica al marido unido a su mujer por los lazos del matrimonio. La vergüenza es el sentimiento que mantiene al hombre en el estado de virtud, así pues en el estado de honra. Pero el estado de honra puede apoyarse en otro tipo de linaje que los moralistas revelan o denuncian, es « el linaje del tener »: de ahí unos sintagmas como honra y dinero, honra y hacienda, honra e interés, honra y provecho u honra y riqueza. La honra-apariencia se vincula con los signos exteriores que manifiestan la honra de uno, como vestidos, caballos, banquetes, toda manifestación ostentativa, y produce sintagmas como sustentar la honra, honra y aparato, honra y fausto, honra y gala. Vayamos ahora al texto7.
Conversaciones de mujeres
4Ya desde la primera escena, se alude a la honra femenina en boca de Gerarda, nueva Celestina8, quien dice: « A lo que venía me movieron dos cosas, el servicio de Dios y vuestra honra » (p. 76), a lo cual replica Teodora, madre de Dorotea: « Diréis que no la tengo, porque aquel señor extranjero regaló a mi hija. Eso fue con mucha honra y palabra de casamiento » (p. 76). En estas palabras de Teodora, que aluden probablemente a su propio pasado, se trasluce una de las preocupaciones constantes de la mujer en los Siglos de Oro, el matrimonio y sus reglas de sociabilidad; los regalos aceptados deben producirse en el marco de un matrimonio proyectado, instancia reguladora del orden sexual y social9. La madre debe velar por la honra de la hija, siendo la honra un vínculo social, patrimonial y moral que rige ambos destinos femeninos. Sin embargo, en la respuesta de Teodora se perfila ya la falta, o ausencia de honra que caracteriza a los personajes de la « acción en prosa ». Gerarda ha venido a informarla de que « un caballero indiano bebe los vientos » por Dorotea desde que la viera en los toros. Ensalza las virtudes del indiano Don Bela, presentado como « hombre de disculpa », pues no es él como los que deshonran a las mujeres que « se llevan la flor de la harina y dejan una mujer en el puro salvado, que ya entendéis para lo que será buena » (p. 83). El crudo lenguaje de la alcahueta tiene connotaciones claramente eróticas, con la comparación de la mujer deshonrada a la que ha sido molida. La metáfora lasciva de la flor de la harina y el salvado nos sume en un ambiente celestinesco y de cortesanas, o de molineras o mujeres de molinero como la madre de Lázaro, un sustrato literario recordado por Teodora10. El destino de los personajes de Gerarda y Don Bela es solidario desde esta escena de exposición que se cierra con una réplica de la alcahueta acerca de la honra de madre e hija: « Yo amiga, vuestro bien miro, vuestra honra y la desa muchacha, que mañana se marchitará como rosa, y buscaréis dinero para curarla » (p. 83), comentario coherente en boca de un personaje celestinesco, dúplice e interesado.
5En la segunda escena, hallamos a Dorotea conversando con su madre, quien esboza un retrato moral de Gerarda como « una mujer honrada que sólo pretende el servicio de Dios y nuestra honra » (I, 2, p. 84). El sonsonete de la madre no es el mismo que el de la hija, así como Dorotea le echa en cara las actividades poco honradas de la alcahueta, Teodora afirma que su hija carece de honra y de vergüenza. Ambos términos están vinculados a nivel semántico11: « ¿En esta mujer pones falta? ¡Buena lengua se te ha hecho! ¡Qué cierto es perder la vergüenza tras la honra! » (p. 84). La discusión sube de tono, Dorotea se queja: « Afea mis pensamientos, infama mis costumbres » (p. 87) y Teodora acaba prohibiéndole que vuelva a ver a Don Fernando, el amante pobre, apelando a su propia honra:
¡Tú pobre; yo sin honra; tú con hábito de picote todo un año, y yo molestada de mis amigas todos los días! [...] ¿Lloras? Bien haces, pero no pienses enternecerme; que no hago yo aquí papel de galán celoso sino de madre honrada. (I, 2, p. 87-88)
6El temor de la pérdida de consideración a ojos de la opinión ajena es lo que dicta la conducta de Teodora, pues la pobreza de Dorotea la deshonra. Estamos aquí ante la honra-apariencia, y la deshonra de la una causa la deshonra de la otra. No es de extrañar, pues, que la solidaridad entre ambos destinos femeninos quede sellada mediante la onomástica, siendo Dorotea el anagrama de Teodora. Como es frecuente en su obra, el Fénix concluye la escena con una alusión metatextual, sobre el papel de los personajes de la « acción en prosa ». Sin embargo, La Dorotea se distingue claramente de otras comedias del Fénix por crear el papel de una madre hipócrita e interesable, no honrada. Pocas son las madres en la comedia nueva12... En el lamento de Dorotea (I, 3) la honra vuelve a surgir, vinculada a la pobreza, por consiguiente a la mirada ajena. En la falta de galas se cifra su deshonra, con la misma significación que le había dado Teodora en la escena anterior. Así se queja la hija:
[...] que el adorno y la riqueza añaden hermosura y estimación, y la pobreza del traje descuida los ojos y hace que una mujer cada día parezca la misma; y la diferencia causa novedad y despierta el deseo. Esto no podrá durar para siempre; y como no hay cosa más pública que el amor, aunque jamás lo crean los amantes, será imposible librarle de algún fin desdichado o en la vida o en la honra, (p. 89)
7Palabras que anuncian ya, en el umbral de la obra, el fin desdichado de ese amor que causa la deshonra familiar.
Diálogo y riña de los amantes
8Siempre en el primer acto, Dorotea evoca ante Fernando la riña que tuvo con su madre: « Hoy me ha reñido, hoy me ha infamado, hoy me ha dicho que me tienes perdida, sin honra, sin hacienda y sin remedio, y que mañana me dejarás por otra » (I, 5, p. 107). La honra está vinculada a los bienes materiales, a la hacienda de la cual carece Fernando, el poeta pobre. En tanto que heroína trágica, Dorotea no vacila en proferir una batería de términos patéticos, junto a ademanes, que deberían ablandar a su amado: muerte, cruel sentencia, desengaños, túmulo, arrepentimiento y castigo, ¡Ay Dios! ¡Ay muerte!... Sin embargo, los efectos en el amante no son los esperados, pues la respuesta es cínica: « ¿Pues para ocasión de tan poca importancia tanto sentimiento, Dorotea? » (p. 108). En una carta de Dorotea (I, 5), se menciona el agravio de un bofetón que le propinara Fernando, gracias al cual los lectores de Lope recordamos otro memorable bofetón, el que diera la condesa Diana de Belflor a su secretario Teodoro en El perro del hortelano. Si el bofetón de Diana es el indicio de un amor que no puede decirse a las claras debido a la desigualdad de rango social, no es el caso aquí, pero en ambos casos hablan el cuerpo y el deseo13. A estas alturas, los personajes ya están rotundamente trazados: no tienen honra alguna. Se recalca aún más su falta de honra cuando en la misma escena Fernando y su ayo Julio discurren acerca de la honra, tanto en el ámbito particular como en el ámbito general:
Fer. Yo hago lo que me manda mi honra.
Jul. ¡Qué amor tan honrado, para ser libre!
Fer. No toda la honra está sujeta a leyes.
Jul. La que no está sujeta a leyes no es honra.
Fer. Los hombres hacen honra de lo que quieren.
Jul. Un hombre ha de querer lo que es justo para ser honra. Fer. Justo es huir de perderla. (I, 5, p. 123)
9A la respuesta lúcida de Julio, que subraya la contradicción entre honra y amor libre, Fernando opone su uso particular de la honra, sólo sujeta a la ley de su albedrío. Por el carácter a priori anti-trágico de la obra, los personajes pueden jugar a sus anchas con la honra14.
Otro diálogo de mujeres
10Hacia el final del primer acto, Gerarda y Teodora conversan de nuevo: no vacila la alcahueta en ensalzar a su amiga, saludándola en estos términos: « Esté en buena hora la honra de las viudas, el ejemplo de las madres, la maestra primorosa de las cortesías... » (I, 7, p. 131). Pero Teodora tiene reparos en entregar su hija al indiano Don Bela, a pesar de la estrechez que se adivina que sufren, y utiliza en su discurso la significativa metáfora del lodo, vinculado a la ofensa o a la deshonra: « Mirad, Gerarda; no es buena razón de estado que para sacar a mi hija de este lodo la metiésemos en otro » (p. 134), hilando la metáfora con la mancha – « Confieso la necesidad desta casa y las obligaciones della. Pero aunque sean mayores, no es bueno romper la seda por sacar la mancha » (p. 134). La alcahueta no vacila en apelar al presente poco boyante y honroso de Dorotea para persuadir a Teodora de los beneficios de un matrimonio con Don Bela: « Deshonor por deshonor, troquemos el perdido por el que trae provecho » (p. 134) asociando honra, deshonra y provecho.
Amor, honra y venganza
11Al enterarse de la infidelidad de Fernando, Dorotea decide rendirse al indiano, por vengarse del infiel:
¿Esto merecía mi verdad? Esto mis brazos? ¿Esto lo que he padecido con mi madre y deudos, las necesidades que me han combatido, y que vencí con tan honrada resistencia? (II, 3, 161)
12El sentimiento de honra, vinculado a la resistencia de Dorotea, a continuas humillaciones, se hace sentimiento íntimo y personal, honra del alma que no acepta compromisos. Se opone a la concepción de la honra centrada en el provecho. Más lejos en la misma escena, la interesada Gerarda sueña con un manteo que podría obtener Dorotea del indiano y ofrece una comparación por desproporción a primera vista incongruente y provocante a risa:
[...] piensa en tu manteo; que ya me parece que te veo con él tan resplandeciente como estaba armado el señor Don Juan de Austria en la batalla naval entre aquellos capitanazos honradores de su nación, (p. 179)
13En efecto, el manteo es signo exterior de riqueza y honra a la mujer que lo luce, del mismo modo que el manto de Don Juan de Austria en Lepanto. Las armas del amor y de la guerra no son las mismas, pero ambas dan lustre a quien las luce y a quien sabe manejarlas. Así es como Dorotea, seductora, pide el arpa en la escena de galanteo y Don Bela se siente honrado: « De todas maneras queréis honrarme. ¡Qué bien parecen las manos en las cuerdas! » (II, 5, p. 191). Y los regalos afluyen, como el búcaro de oro del cual bebe Ludovico que se expresa así en lo que toca a la honra de Dorotea: « No osé preguntar nada, porque decir a una mujer hermosa y moza de qué tiene las galas y el adorno de su casa, es negarle la hermosura y ofenderla descortésmente en la honra » (III, 4, p. 254).
14De la honra del enamorado trata el soneto de Julio (en términos generales) « No es fineza de amor entristecerse »: « Amor en posesión no ha de entenderse; / que es honra del sujeto recelarse » (III, 4, p. 260) y unas páginas más lejos, conversando Julio y Fernando acerca del amor, dice Fernando de su honra: « Yo pude ver a Dorotea muchas veces después que vine, y, contra todos mis deseos, salieron con victoria mis desengaños; que siempre fue valiente la honra » (p. 268). Dorotea lee una carta a Fernando, muy retórica, de tono trágico, escrita en un pasado impreciso, donde la honra es ahora amor propio:
Respondísteme con tanta severidad y aspereza que le fue forzoso al alma esforzar mi natural flaqueza para no perder su honra; que no hay cosa que más se la quite que los desprecios de lo que ama. (p. 280),
carta que concluye con el agravio y la ofensa de Dorotea.
15Ya en el acto cuarto, Fernando rememora su viaje a Sevilla, al cual se alude en el acto II, después de la riña con Dorotea. Antes de la partida, había despojado a Marfisa de sus joyas, para emprender el viaje:
A cada legua que andaba me volvía. Pero pudiendo más la honra que el amor (que la cosa más fuerte siempre fue la honra – perdone aquel antiguo problema del vino, la verdad y la mujer –), proseguía mi camino hasta que, cayendo y levantando, llegué a Sevilla. (IV, 1, p. 326)
16La honra de Fernando es amor propio, pundonor, y desembocará en el desamor y la venganza, como afirma Jean-Pierre Étienvre15. Alma, vida y honra son tres pilares que sustentan la existencia de Dorotea, como se aprecia en la advertencia de Julio ante el cinismo de Fernando: « [...] no era Dorotea de mármol para no sentir la crueldad con que te partiste. Acuérdate de lo mucho que le cuestas de alma, vida y honra » (IV, 1, p. 335) y en torno al amor y la honra discurren Fernando y Dorotea:
Fer. No sabía yo tu gusto.
Dor. Con él y sin él era honra; que amor bastaba.
Fer. Tarde me aconsejas.
Dor. El amor y la honra no quieren consejo. (IV, 1, p. 338)
17Como el amor, la honra es también un asunto lingüístico y literario: el que ama la lengua, la honra y la acata. Es la honra-manifestación, que se aprecia en el comentario de César:
Algunos grandes ingenios adornan y visten la lengua castellana, hablando y escribiendo, orando y enseñando, de nuevas frases y figuras retóricas que la embellecen y esmaltan con admirable propiedad, a quien como a maestros –y más a alguno que yo conozco – se debe toda veneración. Porque la han honrado, acrecentado, ilustrado y enriquecido con hermosos y no vulgares términos, cuya riqueza, aumento y hermosura reconoce el aplauso de los bien entendidos. (IV, 2, p. 342-343)
18Cerrando ya el acto cuarto, con el broche del « Coro de venganza », dos diálogos se centran en la honra. Marfisa, celosa de los versos que escribiera Fernando para Dorotea y consciente de haber sido manipulada y desvalijada por Fernando, opone el comportamiento de las mujeres honradas al de los hombres, con una esclarecedora antítesis entre la virtud y el recato, propios de la condición femenina (según el contexto ideológico) a tiros, agravios y celos propios de la condición masculina. Se asoma una punta de feminismo en el discurso de Marfisa, aunque por el anacronismo del concepto, hablaremos más bien de conciencia femenina:
¡Oh mujeres honradas qué poco merecéis el amor de tales hombres! A éstos no les obliga la virtud ni el recogimiento, sino los tiros, los agravios, los celos, las competencias, las temas y los desprecios: esto los enamora. (IV, 8, p. 408)
19Después de esas aseveraciones de alcance general, el final de la réplica alude a la deshonra ante sus parientes: « ¡Mal hayan mis pensamientos, mis firmezas y cuanto he padecido por ti con mis tíos y con mis...! » (p. 408) y Fernando, fingiendo arrepentimiento, apela a su honra: « que has de ser mi verdadero amor a pesar de mis mal empleadas locuras, o no he de tener honra ni ser hijo de mis padres » (p. 408). La mención de la filiación o linaje muestra que la honra o la deshonra, como el linaje, se heredan y atañen a la identidad misma del individuo. La réplica de Julio alude a la honra-manifestación: « Ésa merece amor, por firme y por sola; que no puede nadie amar con verdad ni tratar con honra, sustituyendo ausencia » (IV, 8, p. 411). Es la honra-amor propio el sujeto mismo de la oración en la siguiente réplica, la honra la que lleva al desamor y a la venganza, al volte face de Fernando que reniega de su conducta pasada: « Un día, César, estaba mi honra considerando la bajeza del pensamiento en hablar y querer a Dorotea como los hombres viles... » (V, 3, p. 437). Fernando, en nombre de la honra vinculada a la opinión ajena, renuncia al ménage à trois tan ventajoso.
« Los honrados, Celia, son espejos de los infames »
20Los hombres, las cosas, las palabras, los signos, son reversibles. La imagen del espejo pauta el texto desde su inicio16 y surge en el acto quinto, cuando Celia y Dorotea comentan un soneto de Fernando:
Cel. ¡Y enojado te alababa y encarecía! Ese sí que es poeta, y no unos satíricos ignorantes y fantásticos que a los mismos que los alaban deshonoran.
Dor. Los honrados, Celia, son espejos de los infames. Y como en su cristal se ven tan feos, manchan con aliento sucio la claridad que los ofende. (V, 5, p. 464)
21Y los signos, las conversaciones, las palabras, se repiten, se multiplican. En la escena octava del acto quinto, los pronósticos de César, en un futuro extra textual, ponen en el mismo plano la honra de Fernando y su venganza: « […] viuda ya Dorotea, que os solicitará para marido. Pero no saldrá con ello, porque podrá más que su riqueza vuestra honra, y que sus amores y caricias vuestra venganza » (V, 8, p. 474). Hasta Gerarda habla de poesía en la escena décima –como en la apertura del libro–, la poesía que honra a la dama (es la honra-manifestación): « [...] o lamentable estribo como aquello de “Filis me ha muerto”, que te dará mucha honra? » (V, 10, p. 485). Y después del fuego catártico en que arden poemas y papeles, queda la deshonra de Dorotea en el momento del desengaño:
¿Qué tengo yo, Celia, de la amistad de Fernando sino el arrepentimiento de mi ignorancia, aquellos papeles cuyas letras quemadas, blancas entre lo negro del papel, me ponían miedo, y haber echado cinco años por la ventana de mi apetito en la calle de mi deshonra? (V, 9, p. 480).
22Momento de desengaño y de tormento, de ira y de amor mezclados, que surge en el último canto de Dorotea acompañado por el arpa: « Mis penas y mi valor hacen honra el porfiar /quién antes se ha de acabar, /o mi tormento o mi amor » (V, 9, p. 482).
Paradojas de la honra
23Estamos ya en las últimas escenas. Llega Laurencio, trágico nuncio de la muerte de Don Bela, anunciada en una réplica muy retórica que se concluye con: « [...] y quedó la injusta venganza introducida en la honra » (V, 11, p. 491). El indiano, el más honrado de los personajes17, muere por una ofensa, por un supuesto mentís a propósito de un caballo herrado:
Escribiéronle que lo había hecho de industria por no prestarle, en desprecio de quien le había pedido y con infamia de su palabra, que es la mayor de todas entre españoles. A cuyo papel respondió la modestia y calló la honra, que, consultando con el temor de agravio, erró el consejo. (V, 11, p. 492)
24Ha llegado la hora de la muerte. Mueren Don Bela y Gerarda, cuyos destinos literarios han andado unidos a lo largo de la intriga: la alcahueta ha introducido al indiano en casa de Teodora y, una vez su misión cumplida, puede desaparecer. Así lo hace, después de la muerte de Don Bela. Siempre siguiendo el hilo de la honra, recordemos cómo la alcahueta había apelado al indiano para que restableciera por la palabra su honor maltrecho: « ¿Cómo calla Don Bela, viendo tratar mis honradas tocas con este desafuero? » (V, 2, p. 418). La evocación de la muerte de ambos personajes aparece templada por la vis cómica. Así reaccionó Gerarda al oír a Laurencio: « ¡Ay, Laurencio! Bien pudieras escusar tan encarecido estilo de contar una desgracia; que bastaban las palabras sin las lágrimas, y los sentimientos sin los sollozos » (V, 11, p. 492- 493). Todo es cuestión de estilo, y la muerte de Gerarda genera varias agudezas en Celia, reprehendidas por Felipa: « ¿Donaires, Celia? Pues no se lo debías ». En cuanto a honra se refiere, queda la mención de las honradas tocas de Gerarda en boca de Felipa: « ¡Cómo han quedado aquellas honradas tocas! » (Escena última, p. 493).
25En su artículo « Honor y honra o cómo se comete un error en lexicología », Claude Chauchadis realizó una encuesta acerca del empleo de una palabra u otra en numerosas obras del Siglo de Oro, para concluir acerca de la gran permeabilidad de su uso, de conmutaciones posibles. Observó el flagrante predominio de la palabra honor sobre honra en el teatro de Lope de Vega, así como en Calderón, y aducimos aquí algunas observaciones que no han perdido, pese a los años, nada de su pertinencia:
La indiscutible predominancia de la palabra honor no nos extraña en la lengua teatral. Su valor poético indicado por Juan de Valdés, su sabor arcaico ligado a su consonancia latina le predisponen a un uso en una lengua enfática, más a tono con la dignidad aristocrática. La elección mayoritaria de la palabra honor nos parece corresponder más a nivel de lengua que a una diferencia de significado. [...] En otros casos es de suponer que el autor vuelve, conscientemente o no, al uso más corriente de la prosa moral o de la lengua cotidiana. Esto explicaría la mayor utilización de la palabra honra en Lope de Vega, cuya lengua posee más naturalidad que la de Calderón18.
26El uso casi exclusivo de la palabra honra en La Dorotea corrobora su tesis y nos recuerda que todo es cuestión de estilo y de género. La hibridación estilística y genérica de esta obra del Fénix, considerada por la crítica como su testamento literario, lo demuestra magistralmente. Queda una última pregunta: ¿Hay aquí desdicha por la honra? La respuesta la tiene el lector, pero una cosa es segura: tener honra o no tenerla, that is the question.
Notes de bas de page
1 Actuellement Université de Paris-Sorbonne (Paris IV).
2 Esta obra estuvo en el programa de las oposiciones francesas para la enseñanza en el segundo grado, en 2001. Por razones de espacio, no puedo citar la nutrida bibliografía de la obra. Para el aspecto formal, véase mi artículo, « Proses et vers dans La Dorotea: aspects formels », en La Dorotea. Lope de Vega, M. Güell (dir.), París, Ellipses, « C. A. P. E. S./Agrégation », 2001, p. 60-76.
3 F. Márquez Villanueva, Lope: vida y valores, Puerto Rico, Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1988. Señala un total de 34 menciones, así repartidas: Fernando 11, Dorotea 6, Julio 5, Teodora 4, Gerarda 3, Ludovico 2, Laurencio 2, César 1.
4 C. Chauchadis, Honneur, morale et société dans l’Espagne de Philippe II, Paris-Toulouse, C. N. R. S., 1984.
5 S. de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española, ed. F. C. R. Maldonado, revisada por M. Camarero, Madrid, Castalia, « Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica », 1995 [1aed. 1611].
6 C. Chauchadis, op. cit., p. 7-43.
7 Sigo la edición: Lope de Vega, La Dorotea, ed. E. S. Morby, Madrid, Castalia, 1987.
8 Sobre el tema, resulta útil la consulta de Giulia Poggi, « La bruja decaída: apuntes sobre la figura de Gerarda en La Dorotea de Lope de Vega », en Romper el espejo: la mujer y la transgresión de código en la literatura española, M. J. Porro Herrera (ed.), Córdoba, Universidad de Córdoba, Servicio de publicaciones, 2001, p. 27-40.
9 Por razones de espacio, no podemos ampliar este tema muy rico. Véase El matrimonio en Europa y el mundo hispánico. Siglos XVI y XVII, I. Arellano, J. M. Usunáriz (eds.), Madrid, Visor Libros, 2005.
10 Se alude explícitamente al Lazarillo de Tormes en la primera escena, p. 77. Para las referencias eróticas, cf. el clásico: P. Alzieu, R. Jammes, Y. Lissorgues, Poesía erótica del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 2000; y el importante estudio de J. I. Diez Fernández, La poesía erótica de los Siglos de Oro, Madrid, Laberinto, 2003.
11 Véase Chauchadis, op. cit.
12 El personaje de Teodora tiene como ilustres precedentes la Claudina de La Celestina y la Claudina de Las Harpías de Madrid de Castillo y Solórzano. Véase B. Morros, « El género en La Dorotea y la imitación de La Celestina », en M. Güell (dir.), La Dorotea, op. cit., p. 103. Para las pocas madres en la comedia, léase F. Márquez Villanueva, op. cit., p. 220, notas 114 y 116: « La figura de la madre tiende a desaparecer de la literatura a partir de 1610, mientras que la del padre figura cada vez más en pura capacidad jurídico social, de acuerdo con una representación ideal que puede considerarse culminada en el teatro calderoniano ».
13 Para el erotismo y el lenguaje del cuerpo, cf. los trabajos de M. Torres: « La latencia erótica de La Dorotea: cuerpo y teatralidad », M. Güell (dir.), La Dorotea, op. cit., p. 128-142 y « Paradojas de Diana », en Studia aurea. Actas del III Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro (Toulouse, 6-10 julio 1993), II: Teatro, I. Arellano, M. C. Pinillos, F. Serralta, M. Vitse (eds.), Pamplona-Toulouse, GRISO-LEMSO, 1996, p. 395-404.
14 Ibid., p. 223 y J. P. Étienvre, « Castigo y venganza en La Dorotea », Anuario Lope de Vega, 8, Lleida, Milenio, 2002, p. 9-34.
15 Art. cit., p. 29.
16 P. 73: « En la parte de la naturaleza, sería quebrar un hombre su espejo porque le retrata, pues el inocente cristal lo que le dan eso vuelve ». Véase el valioso comentario de C. Bouzy, « L’emblématique des lieux communs dans La Dorotea », Lectures d’une œuvre, N. Ly (coord.), Paris, Éditions du Temps, 2001, p. 67: « Cela ne peut être dû au hasard, quand on connaît le soin avec lequel Lope choisissait les images pour les taire intervenir dans son discours. L’image spéculaire est par ailleurs très récurrente à l’intérieur de l’ouvrage; dès qu’apparaît une réflexion sur la beauté, le temps et la mort, le miroir est une simage obligée [...] Mais, si La Dorotea est le miroir d’une époque, il a vieilli –de même que Teodora–, et il a perdu de son tain. S’il n’est pas déjà brisé et donc à reconstituer comme un puzzle, il risque d’être anamorphotique du simple fait qu’il reflète une épistémologie qui n’est plus la nótre ».
17 « Quizá el más humanamente interesante de la obra », en palabras de E. Ruiz Gálvez, « La Dorotea y la casuística amorosa », en M. Güell (dir.), La Dorotea, op. cit., p. 119.
18 C. Chauchadis, « Honor y honra o cómo se comete un error en lexicología », Criticón, 17, 1982, p. 67-87.
Auteur
Université de Toulouse
FRAMESPA – UMR 5136 CNRS LEMSO
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