Quevedo, Vida de la Corte: algunos problemas de su transmisión textual
p. 631-638
Texte intégral
1No creo que resulte exagerado afirmar que la reciente edición de las Obras en prosa de Quevedo ha resuelto todos o gran parte de la infinidad de problemas textuales que planteaban la obras de este autor1. Para lo que aquí nos interesa, contamos por fin con una edición filológicamente cuidada de la Vida de la corte y oficios entretenidos en ella, una de las obras de Quevedo de tradición textual más rica e intrincada, editada pulcra y brillantemente por Antonio Azaustre2. Es el propio editor quien, sin embargo, plantea una cuestión que, si bien resuelta a mí parecer con atinado juicio, deja abierta la posibilidad de otras soluciones. Este problema podría definirse como el de las distintas partes y su disposición en la Vida de la Corte o, parafraseando la perfecta definición de Azaustre, el «orden de las “Figuras” y “Flores”» dentro de la obrita.
2Tal y como aparece en el pequeño índice que antecede a algunos manuscritos, la Vida de la Corte consta —dejando de lado los «prolegómenos» a los que después se aludirá— de las siguientes partes: FIGURAS ARTIFICIALES: Rufianes de embeleco, estafadores, figuras lindas, valientes de mentira. FLORES DE CORTE: Gariteros, ciertos, entretenidos, sufridos, sufridos vanos, estadistas, sufridos rateros, valientes. Esta estructura se plasma después en el texto, en el que, además de los encabezamientos de capítulos correspondientes (FIGURAS… FLORES…), se hacen numerosas referencias a esta división interna de la obra. De este modo, al final de la «Carta» —la última parte de los «prolegómenos» que acompañan al texto—, el narrador, hablando del malicioso tiempo que le ha tocado vivir, explica que le «ha parecido escribiros lo que de él he alcanzado. Por lo menos perjudicial empiezo, que son las figuras, y acabo con lo más pernicioso, que es la gente de flor» (322), es decir, exponiendo ya en los inicios de la obra la división en los dos bloques principales que la componen y que ya se han apuntado. Inmediatamente después aclara que tiene «por cierto que pocos se reservan de figuras, unos por naturaleza y otros por arte» (322), con lo que parece establecerse, dentro de las «Figuras», una nueva división: «figuras naturales» y «figuras artificiales»3. Al final de este apartado, se expone lo siguiente: «Y porque he dicho sumariamente de los figuras naturales, diremos de los artificiales, contra quien mi intento va dirigido» (323) y, a renglón seguido, aparece el título del consiguiente capítulo: «Figuras artificiales». Al final del mismo se dice que «Mucho más tenía que decir de este género de figuras, pero quiérolo diferir para otra ocasión» (326) y de este modo se pasa al capítulo siguiente: «Rufianes de invención» (o «de embeleco»). Justamente aquí, como ha señalado Azaustre, comienzan los problemas, al no estar muy claro la ubicación de «dos apartados consecutivos: “Rufianes de invención” o “de embeleco” y “Estafadores”, que todos los testimonios manuscritos colocan dentro de “Figuras”, en concreto, tras “Figuras artificiales” y antes de “Figuras lindas» (315)4, pero que algunos editores, por los motivos que veremos inmediatamente, sitúan en otras partes de la obra. Dicho con otras palabras, parece no haber una correspondencia nítida entre la disposición de los capítulos basada en una ordenación lógica y argumental y el orden que los mismos presentan en los testimonios conservados.
3El primero en notar esta aparente contradicción fue Fernández Guerra, quien explicaba que:
En ningún ejemplar está atinadamente colocados los asuntos, y en esto difieren casi todos entre sí. Ofreciendo el autor tratar primero de las figuras y luego de las flores, se ven mezcladas flores y figuras. Un detenido estudio de la materia, y una apreciación imparcial de los manuscritos, me han decidido a alterar la colocación de muchos capítulos, para el mejor orden y claridad del discurso5.
4Sin embargo, no es totalmente cierto que los manuscritos «difieren casi todos entre sí» en la ordenación de los capítulos, sino más bien que, respetando casi todos el mismo orden, cambian la división de los mismos: el texto aparece en el mismo orden, pero el título del capítulo se cambia de lugar o, a veces, se aglutinan varios capítulos bajo un mismo epígrafe.
5Como sea, Fernández Guerra procede a ordenarlos con el siguiente orden: comienza con las «Figuras artificiales», salta al apartado «Figuras lindas» —creado por él, pues se trata de un capítulo que forma parte de las susodichas «figuras artificiales»—, bajo cuyo epígrafe coloca los «Valientes de mentira». A continuación comienzan las «Flores de Corte», dentro de las cuales sitúa el resto de capítulos, si bien no con el orden en el que los encontramos en la mayor parte de los manuscritos. Así edita primero los «Gariteros», seguidos de los «Ciertos», «Entretenidos», «Estafadores», «Sufridos», «Sufridos vanos», «Estadistas», «Sufridos rateros», «Rufianes de embeleco» y, por último, los «Valientes».
6Buendia, por el contrario, pese a reconocer que «en los ejemplares manuscritos aparecen barajadas las figuras y las flores, aunque su autor anuncia un orden», haciendo referencia con ello al párrafo ya citado («Por lo menos perjudicial empiezo..».), decide respetar el orden con el que las distintas partes aparecen en los manuscritos que sigue, esto es, M5 y M66.
7Astrana Marín, por su parte, sigue fielmente, pero sin decirlo, la novedosa división de capítulos y partes establecida por Fernández Guerra. Para justificar su ordenación explica que
En la mayoría de los manuscritos aparecen trastrocados los asuntos de la Vida de la corte. Para la purificación del texto nos hemos atenido exclusivamente a los mejores del siglo xvii7.
8Evidentemente, y como puede fácilmente comprobarse consultando la edición de Azaustre, no ya «los mejores”, sino ninguno de los manuscritos del siglo xvii —y Astrana sólo tenía noticia de parte de los hoy conocidos— trasmite en ese orden la obra.
9El criterio seguido por Fernández Guerra y Astrana Marín es rechazado por la edición de Koepe8, que parece guiarse más por el de Buendía, aunque edita el texto siguiendo otros manuscritos, como el M1, M7, M10, M11, en los que, en algunas ocasiones, como ya se ha indicado, se cambia la división interna de los capítulos, pero no su orden.
10La edición de García-Valdés9 retoma la disposición de Fernández Guerra, pero introduciendo un nuevo cambio: la obra comienza con el apartado «Figuras artificiales», al que le sigue las «Figuras lindas», dentro del cual se sitúan los «Valientes de mentira»; se pasa después al tercer apartado, las «Flores de Corte», y dentro del mismo se colocan los capítulos correspondientes a los «Gariteros», «Ciertos», «Estafadores», «Entretenidos» —y éste es el cambio con respecto al orden de la edición de Fernández Guerra, que colocaba estos dos últimos capítulos en orden inverso—, «Sufridos», «Sufridos vanos», «Estadistas», «Sufridos rateros», «Rufianes de embeleco» y, para finalizar, los «Valientes». La editora defiende su ordenación con las indicaciones que proporciona el propio texto a propósito de las partes que lo componen. De esta manera la citada estudiosa entiende que son «“Figuras artificiales” las de este apartado (“Hay figuras artificiales que usan bálsamo y olor para los bigotes... “, 323), las “Figuras lindas” (“Hay otras figuras lindas de menor cuantía...”) y los “Valientes de mentira” (“Otras figuras faltan, no menos ridículas…”, 333)». Del mismo modo, entiende que los «Rufianes de embeleco» y los «estafadores», que los manuscritos sitúan dentro de las «Figuras artificiales», son en realidad «flores», como expone el propio texto: «uno son soplones de los alguaciles y andan con ellos para amparar su flor»; «los estafadores y superintendentes de todos los géneros de flor...», respectivamente. Una vez establecidos qué capítulos pertenecen a las «Flores», los ordena siguiendo el criterio de su pertenencia al mundo del juego («Gariteros», «Ciertos», «Estafadores» y «Entretenidos»), al mundo de los maridos consentidores («Sufridos», «Sufridos vanos», «Estadistas» y «Sufridos rateros») o, por último, al de los valientes («Rufianes de embeleco», «Valientes»), siempre, como ya se ha indicado, siguiendo una cierta interpretación de lo que dice el texto10.
11La última edición moderna, la de Azaustre, sigue el criterio de Buendía y Koepe y «no modifica la ubicación de ambas secciones» alegando, entre otras importantes razones, que «dicho cambio no se documenta en ningún testimonio, lo que implica el riesgo inherente a cualquier conjetura» (316).
12Parece conveniente resumir lo dicho anteriormente con respecto a la colocación de los capítulos en las diferentes ediciones modernas con el siguiente cuadro11:
13Evidentemente defiendo el orden dado por Buendía, Koepe y, más modernamente y con argumentadas razones Azaustre, sobre todo por una de las razones que este último expone cuando dice que cambiar el orden de las partes «no se documenta en ningún testimonio, lo que implica el riesgo inherente a cualquier conjetura» (316). En efecto, no debe pasarse por alto que una tradición textual tan rica —más de veintidós manuscritos— y tan variada —al menos siete grandes familias textuales— coincida, con la única excepción de la tardía copia que representan los manuscritos S1 y S212, en este fundamental aspecto, mientras difieren en otros no tan importantes. Añádase, también, que las copias más antiguas —M13, M14, M15— y, por ello, en teoría, más cercanas al original, mantienen el orden del resto de los manuscritos, por lo que quizá sea correcto deducir que así, con este orden, salió de la pluma de Quevedo. No parece factible pensar, tampoco, que todos de los copistas que durante más de tres siglos han dedicado sus esfuerzos a transmitir la obra pasasen por alto este fundamental aspecto. Por todo ello, creo que el esfuerzo editor no debe ir dirigido a buscar un orden en los capítulos que haga supuestamente más legible el texto, sino más bien, y por el contrario, a buscar las causas que ayuden a interpretar la supuesta ordenación caótica del texto. En esta dirección y con este objetivo se han escrito las siguientes líneas, que intentan explicar la fundamentación lógica de dicho orden.
14La explicación, claro, está en el texto. Ya al comenzar la obra, en la «Carta», se dice que la obra intentará «la corrupción» de la Corte. Esta corrupción se plasma, en el plano social, en dos tipos de «personajes” sociales: las «figuras» y la «gente de flor», y a ellas, como hemos visto, se dedican las dos partes del tratado, «por lo menos perjudicial empiezo, que son las figuras, y acabo con lo más pernicioso, que es la gente de flor» (322). ¿Qué o quiénes son las figuras? Las «figuras naturales» serían aquellos sujetos con defectos físicos, y a estos se les exime de la sátira. Inmediatamente después se nos habla de las «figuras artificiales». Me interesa remarcar el adjetivo: artificiales, que hace referencia no sólo a lo ‘no natural, falso’, sino también a lo ‘hecho por mano o arte del hombre’13. Es evidente, entonces, que todos los personajes englobados bajo este epígrafe no sólo no son lo que parecen —primera acepción del término—, sino que además emplean su industria e ingenio —segunda acepción— en aparentar lo que no son. Y, efectivamente, así es, desde los «Rufianes de embeleco», es decir, aquellos «bravos» que más que matones sanguinarios se dedican a explotar a las prostitutas ofreciéndoles una protección para la cual no están capacitados por su evidente cobardía, a los «Valientes de mentira», cuyo simple título aclara cualquier duda posible sobre su adscripción a este grupo. Sin embargo, de nuevo el orden tiene una clara justificación. En efecto, cuando comenzamos el apartado dedicado a los «valientes de mentira» leemos que estos sujetos «son gente plebeya; tratan más de parecer bravos que lindos” (333), y entonces se descubre que el haber situado a «las figuras lindas» en mitad de la serie dedicada a las «Figuras artificiales» tiene una clara finalidad, ya que sirve para caracterizar, por contraste, a los últimos de la serie, los «valientes de mentira» quienes, perteneciendo indiscutiblemente a este grupo, comparten sin embargo con los «lindos» su obsesión por las apariencias en el vestuario, si bien, claro, éstos intentan pasar no por ricos como aquellos, sino más bien por matones.
15Como creo haber demostrado, todos los personajes presentados en este primer apartado de la obra, titulado no sin astucia «Figuras artificiales», presentan una clara oposición entre lo que parecen —y en ese intentar parecer emplean tiempo, esfuerzo y ‘arte’— y lo que realmente son. Es justamente en ese contraste en el que se basa la ironía de Quevedo, donde surge la carga cómica de la escueta descripción y, también, la crítica social enmascarada en un risible e inocente cuadro de costumbres. Lo que interesa ahora, sin embargo, es notar la perfecta conjunción de todas las partes que la integran. No es necesario, como han hecho algunos editores, cambiar el orden de los capítulos para dar coherencia al texto. Por el contrario, el perfecto ensamblaje de sus partes es el que otorga al texto un significado unitario. Y este orden no se ve amenazado porque en dos de de sus partes se haga alusión a las «flores»14. De los «rufianes de embeleco», en efecto, se nos dice que «unos son soplones de los alguaciles y andan con ellos para amparar su flor» (333), pero debemos entender, de acuerdo con el significado de «flor» como ‘engaño’ o ‘trampa’15, que dicha «flor» es, precisamente, hacerse pasar por lo que no son mediante diversas añagazas y embustes. Igual ocurre con los «Estafadores», de los que se declara que son «los estafadores y superintendentes de todo género de flor» (328), pero ello no quiere decir que vivan de las «flores», sino que, para lograr su fin, esto es, vivir de las apariencias, que no del engaño, usan o conocen y dominan todos los tipos de ‘flor’.
16Esta es, en efecto, la principal diferencia entre las «Figuras artificiales» de la primera parte de la obra y las «Flores de Corte» que vienen a continuación. El mismo Quevedo lo aclara al comenzar este apartado: «Hame parecido comenzar estas flores o ardides de mal vivir…» (335). Esto es, se definen las «flores» como engaños o trampas para vivir fuera de la ley, mientras que en las «Figuras» se ha tratado un grupo de personajes que viven pareciendo lo que no son, lo que no impide que en ocasiones utilicen algunas ‘flores’ para conseguir su objetivo. Si se quiere, la diferencia fundamental sería la legalidad —entendida según Quevedo— entre aquellos que viven casi al margen de la ley o aprovechándose de los que claramente son —siempre según Quevedo— delincuentes —entiéndanse prostitutas, matones, fulleros, etc.—, a los que Quevedo denomina «figuras», y aquellos otros tipos sociales que, por el contrario, ganan su sustento practicando o promocionando acciones claramente ilegales. Por este motivo, en los «Preliminares» de la obra, concretamente en la «Carta», el autor indica que la obra comienza «por lo menos perjudicial empiezo, que son las figuras», y que acaba, «con lo más pernicioso, que es la gente de flor» (322) y, sin duda, esa gradación que va de lo «menos perjudicial” a lo «más pernicioso» se refiere a una escala no sólo ética y social, sino también legal o jurídica. La prueba de cuanto venimos diciendo la suministra el grupo de hampones o asesinos a sueldo. Este grupo pertenece tanto a las «Figuras» —donde aparecen aglutinados bajo el título de «Valientes de mentira», como ya hemos visto— como a las «Flores», donde se les denomina simplemente «Valientes». La diferencia fundamental entre ambos grupos —y que puede y debe extenderse a todos los personajes que integran las dos partes, «Figuras» y «Flores»— aparece nuevamente en el título: «de mentira», es decir, ficticio, no real, sólo apariencia. Por eso al comenzar a tratar de los «Valientes de mentira» el autor habla de ellos como personajes «ridículos» (333), casi cómicos, descendientes directos del miles gloriosus de la comedia clásica, empeñados más en aparentar ser malvados que en practicar verdaderamente el mal. Por el contrario, de los «Valientes” incluidos en las «Flores» se nos dice que son «la flor más cruel e inicua de todas» (345), sin duda porque estos valientes son, para continuar el título anterior, ‘de verdad’, es decir, gente que practica el asesinato como medio de vida. Lo dice también el texto: «tienen por oficio el serlo [asesinos] y comen de ello» (345). Aquí ya no hay apariencia, sino realidad. La comicidad con la que son tratados los primeros se convierte ahora en denuncia, aunque siempre cubiertos unos y otros por el manto satírico que cubre y protege toda la obra.
17Entrando ya en las «Flores de Corte» se debe decir que bajo este título se incluyen tres grupos de delincuencia: la relacionada con el juego, la que tiene que ver con la prostitución más o menos encubierta a través de la figura del marido consentidor y, por último, la de los asesinos a sueldo. La división, por lo demás, la establece el propio texto. De este modo, tras el título, Quevedo dice que «Hame parecido comenzar estas flores o ardides de mal vivir por el juego» (335) y, después de tratar uno a uno los distintos personajes que, como veremos inmediatamente, forman este grupo, añade «Y yo doy fin a las flores del juego» (341), para, en el capítulo siguiente, dedicado a los «Sufridos», comenzar del siguiente modo: «En segundo lugar quiero poner los sufridos» (341), y pasa a tratar los distintos personajes que engloban este apartado. Por último, al llegar al apartado titulado «Valientes», comienza diciendo: «La flor más cruel y inicua de todas, a mi parecer (salvo los sufridos que van relatados), es la de los valientes» (345). Ésta es, pues, la última ‘flor’, la de los matones a sueldo, que forma el tercer grupo de delincuentes.
18El orden de las partes, tal y como lo reproducen la inmensa mayoría de los manuscritos es, pues, absolutamente lógico y coherente. La división de la obra en dos partes claramente diferenciadas, «Figuras» y «Flores», suministra la razón última para adscribir cada grupo de personajes a una u otra, basándose dicha clasificación en el entendimiento de lo que, al menos para Quevedo, son «Figuras» y «Flores». Si los primeros viven o malviven intentando aparentar lo que no son —y esa apariencia casi siempre se dirige al mundo de la delincuencia, pero sin caer en él—, los segundos viven del engaño, de las ‘flores’: son claramente delincuentes. Si las «Figuras» son tan ridículas como para provocarnos la risa, los personajes incluidos en las «Flores», pese a algún rasgo de ridiculización inherente a la pluma de Quevedo, presentan más la tipología literaria de un retrato de costumbres del mundo del hampa. Aquí, en esta segunda parte, está el «tratado» que Quevedo anunciaba en los prolegómenos. Esta diferencia entre ambas partes la expresa muy bien el protagonista y narrador de las Capitulaciones matrimoniales cuando nos dice que él es «censurador de figuras, escriptor de flores» (197), es decir, si con los primeros sólo cabe la ‘censura’ —que es juicio y opinión de las costumbres, según el significado clásico que todavía recoge Autoridades— con los segundos sólo es posible la descripción, la transcripción de sus costumbres, según recoge también el citado repertorio16.
Bibliographie
Referencias bibliográficas
Koepe, S., Textkritische Ausgabe Einiger Schriften der Obras Festivas von Francisco de Quevedo, Colonia, Universidad de Colonia, 1970. Tesis Doctoral.
Quevedo, Francisco de, Obras, ed. A. Fernández Guerra, Madrid, Atlas, 1946-1951, 2 vols.
—, Obras completas, ed. Feliciano Buendía, Madrid, Aguilar, 1932,2 vols.
—, Obras completas, ed. Luis Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 1943-45.
—, Obras completas en prosa, dir. Alfonso Rey, Madrid, Castalia, 2003-2010.
—, Prosa festiva completa, ed. Celsa Carmen García-Valdés, Madrid, Cátedra, 1993.
—, Vida de la corte y oficios entretenidos en ella, ed. Antonio Azaustre Galiana, en Obras completas en prosa, dir. Alfonso Rey, Madrid, Castalia, 2007, vol. 2, t. 1, pp. 291-347.
Notes de bas de page
1 Quevedo, Obras completas en prosa.
2 Quevedo, Vida de la corte, pp. 291-347.
3 Es por ello que, pese a carecer todos los manuscritos de un encabezamiento de capítulo para las “figuras naturales” algunos editores sitúan uno con tal denominación inmediatamente después de la “Carta”.
4 Quevedo, Vida de la corte, p. 315. Azaustre señala que el manuscrito S 1 no sigue este orden.
5 Quevedo, Obras completas, ed. Fernández Guerra, I, p. 859.
6 Quevedo, Obras completas, ed. Buendía. p. 48. Para la nomenclatura de los manuscritos sigo la denominación de Azaustre en Quevedo, Vida de la corte, p. 294.
7 Quevedo, Obras completas, ed. Astrana Marín, p. 10.
8 Koepe, 1970.
9 Quevedo, Prosa festiva completa, pp. 229-256.
10 Quevedo, Prosa festiva completa, pp. 52-53
11 No apuntamos las partes preliminares —«Dedicatoria», el «Prólogo» y la «Carta»— porque no hay ninguna diferencia entre los manuscritos.
12 Son la quinta familia definida por Azaustre (Quevedo, Vida de la corte, pp. 301-303) y se trata de copias del s. xviii realizadas por Tomás Antonio Sánchez.
13 Ambas acepciones en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia.
14 «Dentro de las “figuras artificiales”, incluyen los manuscritos y también las ediciones de Castelló, Buendía y Koepe, los “rufianes de embeleco”, según unas fuentes, o “rufianes de invención”, según otras, y los estafadores”, siendo así que, en los textos se dice expresamente que son gente de “flor”: “unos son soplones de los alguaciles y andan con ellos para amparar su flor”; “los estafadores y superintendentes de todos géneros de flor...», Quevedo, Prosa festiva completa, p. 52.
15 El término, tomado del léxico de juego, pasó a referir cualquier tipo de engaño.
16 En efecto, una de las acepciones que Autoridades recoge para “escritor” es “el que traslada, copia y escribe obras ajenas”. En este caso, esas “obras ajenas” serían las costumbres de los delincuentes que Quevedo simplemente transcribe o pasa de lo visto a lo escrito.
Auteur
Università degli Studi «G. D’Annunzio» di Chieti-Pescara
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