Adversarios o vecinos: Los vencidos de Lepanto vistos desde Granada
p. 143-157
Remerciements
Agradezco a José María Anguita las traducciones de latín a castellano del Austrias Carmen, en las que adecuadamente se aparta de una traducción literal cuando es necesario para la legibilidad del extracto citado. Doy las gracias también a María José del Río por sus consejos editoriales y bibliográficos, que han sido de gran ayuda.
Texte intégral
1Vayamos de entrada a la plaza Bib-Rambla de Granada en los primeros meses de 1571. Este centro neurálgico de la ciudad andaluza se convirtió en un escenario de miseria humana cuando 121 hombres, mujeres y niños fueron vendidos como esclavos, acción que se justificó como castigo por la sublevación conocida hoy como la segunda guerra de la Alpujarra (1568-1570)2. Dicha rebelión había estallado en respuesta al cerco económico y cultural al que fueron sometidas las comunidades moriscas de Granada y Andalucía oriental, tras la implantación de una serie de prohibiciones encaminadas a borrar las prácticas culturales y económicas que las autoridades asociaban con el Islam. Así se vetaron las prendas características de las moriscas, bailes como la zambra, los baños públicos, los libros y contratos en árabe, y la posesión de esclavos negros por moriscos3. La sublevación provocada por esta ola de represión estalló en la Nochevieja de 1568 y pronto derivó en una devastadora guerra sin cuartel, marcada por actos de violencia atroz perpetrados por ambos bandos.
2Cuando por fin la región fue apaciguada por las tropas lideradas por don Juan de Austria —hermanastro del rey Felipe II—, se aplicó un implacable castigo colectivo a todos los moriscos del Reino de Granada, fuesen rebeldes sublevados o vasallos leales. Se calcula que unos 80.000 cristianos nuevos fueron expulsados de Granada y dispersados en Castilla. Adicionalmente, 10.000 fueron vendidos como esclavos, tras ser clasificados como «moriscos de guerra». Las ya mencionadas almonedas de esclavos en la Bib-Rambla a principios de 1571 formaron parte de la última oleada de castigos.
3Llama la atención lo siguiente: visto el espacio relativamente reducido de la Bib-Rambla, los siniestros ecos del mercado de esclavos tenían que haber sido audibles desde el espacioso cuarto del edificio adyacente al Palacio Arzobispal, con ventana a la plaza, donde Juan Latino —que había sido esclavo del tercer duque de Sessa hasta por lo menos la adolescencia— impartía clases de latín a jóvenes granadinos que se preparaban para estudios universitarios y otros individuos que querían mejorar sus conocimientos de la lengua romana4. A la vista de la fama que le valió en Granada su condición de esclavo que había conseguido la libertad, me parece lícito preguntar qué reacción tuvo Latino al presenciar la esclavización de un centenar de cristianos nuevos frente al aula donde enseñaba. En una breve semblanza de sí mismo publicada media década más tarde, el profesor de latín atestiguó que en su infancia había sido transportado desde Etiopía —término que solía indicar el África negra, en contraste implícito con las tierras del Magreb— a España, donde fue esclavo y compañero de estudios del tercer duque de Sessa. Una versión diferente de su nacimiento, pero que también atestigua su ostensible condición de cristiano nuevo, nos viene de una historia cuidadosamente documentada de la Casa de Córdoba, escrita a principios del siglo xvii, que lo recuerda como el hijo de dos esclavos oriundos de Guinea, es decir, del África negra5. Hay, por tanto, una equivalencia ineludible con los moriscos privados de libertad frente a su aula a principios de 1571: eran, como él mismo, cristianos nuevos, aunque fuera de otro tipo. Por otra parte, Latino vivía en el barrio de Santa Ana, una de las zonas de la ciudad conocidas por su población mixta, compuesta de inmigrantes cristianos que llegaron a Granada de otras partes de Castilla y «cristianos nuevos de moriscos». Otra conexión del poeta con los moriscos de Granada surge del hecho de que la institución donde impartía clases de latín, el Colegio Real, fue fundada en época de Carlos V para formar adecuadamente a los religiosos que iban a encargarse de facilitar la asimilación de la población de cristianos nuevos. Es posible también que una minoría de los jóvenes que habían pasado por su clase de latín fueran moriscos6.
4En términos simbólicos, las almonedas de esclavos trazaban su propia trayectoria personal al revés: a un esclavo que había conseguido su libertad, le tocaba ahora ver a otros granadinos privados de la suya. No tenemos documentación concreta que nos permita aventurar una opinión sobre qué vio y cómo reaccionó el profesor de latín a este funesto desenlace de la rebelión. Sin embargo, sobran indicios generales del desconcierto que causó la guerra. En las zonas rurales y montañosas, los soldados enviados a sofocar la rebelión cometieron saqueos, violaciones y secuestros, actuando en bandas descontroladas. Cuando se dio la orden de expulsar los moriscos del Albaicín, los soldados fueron casa por casa en vísperas de San Juan, sacando a los moriscos del barrio, pese a que la inmensa mayoría no se habían sublevado. De golpe, la ciudad perdió miles de artesanos y hortelanos, lo que dio lugar a una crisis de desabastecimiento que se agudizó cuando las bandas de soldados se volcaron en el saqueo de las casas vacías. Como recuerda la conmovedora crónica de Diego Hurtado de Mendoza, «por todo se robaba a amigos, como a enemigos; a cristianos, como a moros; padecían los soldados, adolecían, íbanse, crecieron las desórdenes, y composiciones por la Vega»7. Este testimonio nos sugiere hasta qué punto la ciudad que presenció las almonedas de esclavos a principios de 1571 vivía, sin exagerar, su momento más aciago.
5Ante este panorama desolador, la asombrosa e inesperada noticia que corrió por toda la península en noviembre del mismo año fue especialmente bienvenida. La decisiva victoria sobre los otomanos que consiguió la Santa Liga en la batalla de Lepanto el 7 de octubre 1571 parecía restañar algunas heridas de la guerra de Granada. En primer plano, don Juan de Austria, el héroe de Lepanto, había liderado la campaña granadina y supervisado la expulsión. Los cuatro tercios que lucharon con más pena que gloria en Andalucía triunfaron en Lepanto, aunque con sus filas sustancialmente renovadas tras el desgaste de la campaña en la Alpujarra8. Y claro está, tanto el dilatado conflicto en Granada como la batalla naval de unas seis horas se nutrieron del tráfico de esclavos. Al igual que sucedió en la ciudad del Darro, los oficiales y los soldados de a pie en Lepanto actuaron con plena conciencia de que la única forma de conseguir una compensación adecuada era mediante la venta del botín obtenido, del cual la presa más valiosa eran los esclavos. Esta vinculación entre el tráfico de esclavos y la guerra naval del Mediterráneo en el siglo xvi se resalta sin tapujos en las primeras relaciones de la batalla que circularon en Europa, cuyos autores se esmeraban por contabilizar los casi 4.000 combatientes otomanos capturados y destinados, mayoritariamente, a servir en galeras como remeros9.
6Mi propuesta aquí es justamente analizar los ecos de la guerra de Granada en la batalla de Lepanto, centrándome en la narración épica que compuso Juan Latino a la luz de las primeras noticias de la victoria naval llegadas a la península. Su Austrias Carmen, compuesto de dos cantos de hexámetros decididamente virgilianos, es la piedra de toque de un volumen de poesía conmemorativa que vio la luz poco después de la batalla. La fecha de la aprobación —octubre de 1572— avala la hipótesis de que el profesor se apresuró a terminar el libro para el primer aniversario de la batalla, objetivo muy afín a la numerología renacentista10. Vista esta inmediatez, podemos situar al Austrias Carmen dentro de un fenómeno paradigmático de la literatura española del Siglo de Oro: el poema épico concebido como un medio de comunicación apto para inspirar la reflexión y el debate sobre la actualidad, a través de una narración directa de los hechos. Pertenece así a una primera oleada de respuestas a Lepanto, en la que diversos poetas en distintos reinos se otorgaron el papel de gestores de la memoria histórica. En compañía del latinista de Granada, en la primera línea de los poetas que rememoraron la batalla encontramos también a Fernando de Herrera, cuya relación en prosa salió antes del primer aniversario de Lepanto, y a Joan Pujol, que en 1573 publicó en Barcelona una épica en endecasílabos catalanes. Media década más tarde saldría la Felicissima victoria del portugués Jerónimo de Cortereal, y tras otro lustro, la Austriada de Rufo, la segunda parte de la Araucana de Ercilla —cuyo Canto 24 nos brinda la célebre descripción de la batalla— y la Naumachia de Francisco de Pedrosa11. Ante esta verdadera avalancha de conmemoraciones literarias, que José López de Toro califica metafóricamente de «explosión volcánica», no hay que subestimar el primordial impulso literario de buscar una fama duradera en el Parnaso español. Pero a la vez, llama la atención hasta qué punto estos vates se adjudicaron un papel análogo al de los periodistas y blogueros de nuestro tiempo, al narrar y evaluar de manera directa hechos tan recientes.
7Como señala Mercedes Blanco, estas respuestas hispanas a Lepanto atestiguan el hecho de que coincidió con el «momento culminante de la demanda de un gran poema heroico, como suprema obra de arte de los tiempos modernos»12. Este fenómeno internacional es el punto de partida de mi colaboración con Sarah Spence y Andrew Lemons para preparar una edición de poesía neolatina inspirada en Lepanto, que se publicará en la biblioteca I Tatti de Harvard University Press.
8Centrándome de momento en el caso particular del latinista de Granada y su Austrias Carmen, conviene recordar también el hito que marcó su volumen de poesía sobre «la Gran Batalla Naval»: los especialistas de la literatura de la diáspora africana aclaman al autor como el «first black poet» (primer poeta negro), aceptando la etiqueta que proponen Henry Louis Gates y Maria Wolff13. No se trata meramente de imponer al pasado nuestros paradigmas de forma anacrónica, pues el poeta mismo manifestó una clara conciencia de su importancia cultural e histórica. Así, unos versos preliminares dirigidos a Felipe II conectan la inefabilidad de la aplastante e inesperada victoria en Lepanto con su propia y excepcional identidad como negro-africano:
Autorem res magna petit, nascique poeta
debuerat fratri, summe Philippe, tuo.
Unicus est victor, scriptorem quaeritat unum,
res nova vult vatem regibus esse novum
auribus alme tuis non haec victoria ponto est
audita, hic scriptor nec fuit orbe satus,
Aethiopum terris venit, qui gesta Latinus
Austriada mira carminis arte canat.14
(«Un campeón incomparable exige un cronista único. Una ocasión insólita justifica un nuevo poeta para los reinos. Triunfo naval como éste, señor, cosa inaudita es; tampoco ha visto tu mundo un escritor como éste: de Etiopía viene Latino, a cantar con su admirable arte poética las gestas del Austria. Una ocasión insólita justifica un nuevo poeta para los reinos».)
9Tenemos aquí un marcado contraste con la táctica de legitimización más característica de los poetas del Renacimiento español, quienes suelen manifestar su vinculación con la alta nobleza o la Corte para sancionar sus expresiones literarias. Aquí se subraya la otredad y la distancia del poeta respecto de los centros culturales de la España renacentista. Cabe destacar que Latino dibuja su identidad con trazos del África negra contemplada como un nuevo mundo, conceptualización muy afín al discurso cartográfico del siglo xvi, aunque hoy en día este referente se asocia casi exclusivamente con las Américas vistas desde una óptica europea15.
10Si bien los estudiosos de la diáspora africana han avalado la importancia histórica que se otorgó el mismo poeta, la imagen de Juan Latino dentro del hispanismo sufre el lastre de la caricaturización que sufrió póstumamente, en el siglo xvii. Los testimonios más contundentes de su desfiguración póstuma son las cartas de Lope de Vega dirigidas al sexto duque de Sessa, donde el dramaturgo manifiesta su devoción a este grande firmando varias veces «esclavo y Juan Latino de vuestra excelencia»; aunque en clave cómica, la firma refleja el hecho de que el verdadero Juan Latino fue esclavo del tercer duque de Sessa, tío-abuelo del mecenas de Lope. Como consecuencia, el que fuera en vida un renombrado pedagogo y latinista llega a ser un emblema cómico de la servidumbre. Más tarde, la comedia de Diego Jiménez de Enciso (ca. 1652) nos legó buen número de episodios pintorescos que narran la vida del profesor granadino de manera manifiestamente ficticia, asunto que han analizado Baltasar Fra Molinaro y John Buersterien16.
11A consecuencia de este proceso de caricaturización póstuma que sufrió el latinista y de la falta de una edición crítica del Austrias Carmen, hay poquísimo conocimiento directo de su obra literaria dentro del hispanismo. Excepcional en medio de este panorama ha sido el estudio de Christopher Maurer, que emplea un riguroso análisis filológico para proponer que el endecasílabo renacentista más famoso —«un Monarca, un Imperio y una Espada»— del celebérrimo soneto de Hernando de Acuña es una adaptación de un hexámetro del latinista granadino17. La propuesta global de Maurer de situar al latinista de Granada dentro del estudio de la poesía del Siglo de Oro sigue siendo una asignatura pendiente. Dando un paso en esta dirección, veamos cómo se rememora la batalla naval desde una perspectiva manifiestamente granadina, tanto en la actitud hacia los hechos como en la representación de los adversarios otomanos.
12Con el Austrias Carmen ante los ojos, salta a la vista el solapamiento de la historia reciente de Granada con la crónica de Lepanto. Los versos iniciales suplen la musa o deidad del poeta épico con el controvertido presidente de la Real Chancillería de Granada, Pedro de Deza. Este inquisidor oriundo de Sevilla encarna el fenómeno que Diego Hurtado de Mendoza tilda de gobierno por individuos «consegiles», etiqueta ofrecida en contraste implícito con el tradicional liderazgo de los nobles. Deza llegó a Granada en 1566 para implantar las medidas restrictivas con las que la Corona presionó a las comunidades moriscas del reino, y una vez desatada la rebelión a finales de 1568, se decantó por aplicar un castigo colectivo a los moriscos del reino. Apercibiéndonos de su papel de verdugo en esta comunidad, los versos del inicio de la obra, que reivindican la dureza del cuestionable presidente, no son ni fáciles ni agradables:
Deza gravis meritis, pietate insignis avita,
cui dotes animi reddit natura benigne,
clarus ab officiis, et regis munere præses,
Garnatæ missus fato, civilia iura
ut regere imperio, cives, regnumque tueri,
urbibus ut posses æquas concedere partes,
patratus patriæ nostris celebratus in oris,
militibusque pater gratus, tutorque bonorum,
excellens ductor, Bætis tutela per orbem.18
(«Benemérito Deza, señalado por tu antigua piedad { i. e., cristiano viejo}, de cualidades naturales bien dotado; por tus cargos distinguido; por gracia real presidente; por el destino enviado a Granada para que con tu autoridad pudieras hacer valer el derecho, y proteger a los ciudadanos y al reino, e impartir justicia a las ciudades. Líder de nuestra patria, cuyos términos te celebran, padre de los soldados querido, tutor de los buenos, general excelente, bastión bético del mundo».)
13Se advierte que la batalla naval se va a narrar desde una perspectiva granadina. A la vez, el registro oficialista pone de manifiesto una paradójica modernidad de la historia enmarcada en el género antiguo. Es decir, el inquisidor que ha medrado en la burocracia de la Monarquía Española sustituirá a los dioses olímpicos de la épica clásica. Si bien la figura de Deza queda a un lado cuando empieza a narrarse la batalla en sí, vuelve a primer plano en momentos clave, mediante una serie de apóstrofes que le dirige el poeta.
14En una «Peroratio» que sirve de epílogo, la voz poética reconoce abiertamente que este burócrata de alto rango encargó la publicación de la obra19. El inquietante protagonismo de Pedro de Deza se empieza a esclarecer tras un examen del expediente que compiló un visitador mandado por el Rey poco después de apaciguada la rebelión de los moriscos, donde se recogen numerosas acusaciones de corrupción, crueldad innecesaria y cohecho por parte del presidente y sus secuaces. Los cargos incluyen alegaciones de que Deza se enriqueció con la venta ilegal de propiedades confiscadas y asimismo con la esclavización ilícita de moriscos20. No faltan cargos más pintorescos: que iba de caza ataviado con un suntuoso caparazón morado poco digno de un sacerdote, que a la hora de la siesta recibía en su aposento a una mujer —cuyo marido estaba preso en la cárcel de la Audiencia—, y que permitía conductas desordenadas a sus criados. Deza se defendió vehementemente, achacando las acusaciones a su enemistad con nobles granadinos. Pero incluso don Juan de Austria —partidario también de aplicar un castigo colectivo a los moriscos— señaló al presidente como el principal obstáculo a la represión del levantamiento. Recomendó, como remedio, que el Rey lo alejara de Granada nombrándolo obispo21. En vista de estas críticas, se deduce que Deza encargó el Austrias Carmen para defenderse de las dañinas acusaciones y, de paso, apropiarse de la gloria de don Juan en Lepanto, contrarrestando así el desgaste de su propia imagen tras la desastrosa guerra de Granada.
15A primera vista, el Austrias Carmen parece haber cumplido sobradamente con los objetivos del encargo, ya que utiliza el género clásico para plasmar una apología de la expulsión, que fue muy criticada en su momento, pues afectó a miles de individuos bautizados como cristianos y vasallos del rey de España. No obstante, un análisis de la obra atento a sus resonancias virgilianas revela una postura más matizada, tras la cual se incita al lector a evaluar la guerra moderna y, trascendiendo las barreras de religión y cultura, a contemplar a los musulmanes como seres humanos vulnerables. Veamos a modo de ilustración la forma de narrar el inicio de la batalla en sí, cuando la flota veneciana, desde las seis galeazas que formaban su vanguardia, lanza un devastador fuego de cañones. Para el poeta que se sitúa insistentemente en la tradición virgiliana, el desafío es considerable, al tener que narrar una batalla ganada con armas modernas en vez del combate singular de los héroes clásicos:
Queis capita, et dentes, oculos, cerebrumque refringi,
malas, mandibulas, resoluta et pectora cernas
rupibus et nubes iamterque, quaterque cadebat
machina, nec colubri poterant, nec sulphura pelli.22
(«Podrías ver diseminarse sus cabezas, dientes, ojos y sesos, mejillas, mandíbulas y pechos despedazados. La artillería libraba nubes con enormes bolardos de piedra, que tampoco podían defenderse, ni de la culebrina ni de la pólvora».)
16En estos versos, la batalla ya no es una pugna entre el Islam y el Catolicismo, tal como habían propuesto los ya citados versos de inicio. Estamos ahora ante una dramatización del sufrimiento y de la pérdida de vidas humanas derivados de la creciente mecanización de la guerra.
17A este apabullante despliegue de tecnología moderna se antepone una muestra de la tradicional destreza de un soldado. Los versos describen cómo el almirante turco contraataca con espada y arco en una secuencia que exalta el arte tradicional del guerrero: Nunc Bassan gladio pugnat nunc flectit et arcum, / brachiaque extendens nunc mittit ab aure sagittas, («ahora el Pachá lucha con la espada, ahora tensa el arco, extendiendo su brazo para lanzar flechas desde lo alto»)23. Ante la fuerza devastadora de la pólvora, tenemos el «diestro brazo» de un experimentado guerrero, imagen cuyo linaje poético se ilumina de forma especialmente relevante en el reciente estudio de Leah Middlebrook24. Para subrayar la importancia de esta imagen del guerrero con su arco, el texto incluye una de las numerosas glosas marginales con las que el poeta encarrila la lectura, de manera análoga al profesor ante sus alumnos de latín. Aquí la apostilla reza: Bassan, et dux et miles («el Pachá, tanto líder como guerrero»)25. Estamos ante un caso en el que los hechos históricos fielmente narrados facilitan fines artísticos, en el sentido de que el contraste entre el despliegue tecnológico de la carga de la vanguardia veneciana se antepone al apego de los jenízaros otomanos al arco, arma tradicional cuyo dominio requería años de práctica, exigiendo también una ingente fuerza muscular. A cambio, en situaciones meteorológicas favorables, las flechas ofrecían mayor precisión al guerrero. El almirante en cuestión, Müezzin-z_de Ali Pasha (Alí Pachá) (?– 1571), veterano líder de las filas de jenízaros, era un experto arquero. Otras facetas de su biografía resaltaban su figura de insigne adversario: era cuñado del sultán Selim II e hijo, como indica su nombre, de un almuédano26.
18Tras esta narración contrastada de los primeros disparos de ambos bandos, el poeta ofrece una vívida narración del combate que surge cuando los tercios españoles abordan la galera del Pachá. Aquí los soldados pelean con cualquier arma disponible, usando hasta la uñas, y, al caer al agua, luchan a muerte en unas olas ya teñidas de rojo. En términos gramáticos, se transmite la lucha a muerte con verbos en el presente activo: obstant, penetrant, repellunt, pervenit, trepidant. De repente, un verbo impersonal trastoca la modalidad narrativa para anunciar: «hic Bassan cæsus fertur gladioque perisse,/atque humilis miles truncum liquisse superbum» (en este momento se dice que Alí Pachá fue embestido y cayó muerto, cuando la espada de un humilde soldado lo degolló)27. Llama la atención cómo el verbo fertur difumina la responsabilidad, al recaer ésta en un «humilde soldado». A continuación, se revela cómo la cabeza del almirante fue exhibida como trofeo en lo alto de su galera.
19En la escena de la mutilación del adversario caído, encontramos una brecha entre las relaciones que divulgaron las primeras noticias sobre la batalla y las primeras reflexiones poéticas. Es reseñable que las primeras crónicas escritas desde el escenario de la batalla relatan la mutilación del cuerpo del almirante turco sin ningún pudor. Por ejemplo, en una carta escrita tan sólo tres días después de la batalla, Nicolás Augusto de Benavides narra la confrontación entre Alí Pachá y don Juan; según su relato el turco, altivo, se negó a rendirse, por lo que uno de los lugartenientes del de Austria lo mató de un mandoble de espada y lo decapitó a continuación. No cabe duda de que la acción surge del mando de don Juan. Otro oficial español informó a Felipe II de cómo los españoles degollaron a Alí Pachá y a otros 500 turcos cuando capturaron su buque insignia. De manera similar, el primer avviso veneciano que divulgó las nuevas de la batalla atribuye la decapitación del almirante directamente a la autoridad de Juan de Austria. Más efectista aún fue Girolamo Diedo, un oficial veneciano en Corfú que relató la batalla en una carta escrita dos meses después, al presentar a don Juan blandiendo la sangrienta espada tras la muerte y mutilación del Pachá28.
20Vemos, pues, que las relaciones de primera línea narran cómo Alí Pachá muere a manos de soldados españoles bajo el mando de don Juan, quien celebra el acontecimiento y da su beneplácito a que se exponga su cabeza como trofeo. Pero en el Austrias Carmen percibimos cierta incomodidad plasmada en el verbo impersonal y el sujeto indefinido del humiles miles. En este sentido, el latinista se asemeja a sus coetáneos. Fernando de Herrera, por ejemplo, se limita a narrar la muerte del adversario con una declaración escueta de «cuando mataron a Alí Bajá», y no específica quiénes son los sujetos del verbo pretérito. Ercilla, basándose en gran medida en la versión de Herrera, concluye su narración de la batalla justo antes del episodio de esta muerte. Rufo, una década después de los hechos, opta por una versión manifiestamente revisionista, sugiriendo que Alí Pachá podría haber muerto por un ataque de ira sobrevenido a causa de su temperamento colérico29.
21¿A qué se deben estos reparos de las conmemoraciones poéticas? Las relaciones de primera línea no parecen vacilar en modo alguno al narrar cómo los españoles mataron al adversario y mutilaron su cuerpo para exponer la cabeza como trofeo. Sin lugar a dudas, este gesto formaba parte de las funestas costumbres guerreras que compartían con sus adversarios turcos, tal como muestran las crónicas de la guerra de Chipre, donde los implacables verdugos fueron los otomanos, que torturaron y desollaron al gobernador veneciano de Famagusta. Pese a la sangrienta crueldad recíproca entre los turcos y sus adversarios europeos, las primeras narraciones poéticas de Lepanto atestiguan reparos al respecto. Aquí me parece decisivo el patrimonio épico con el que se definen como poetas. En el caso concreto del Austrias Carmen, la conexión entre la imitatio literaria y el pudor del vencedor ante la crueldad se manifiesta con especial elocuencia en la devastadora estampa de la cabeza expuesta como trofeo a la vez que se contempla el cuerpo a la deriva:
Iam Bassan truncus summas volitare perundas,
atque caput magnum præfixum cuspide acuta,
prælongo in pilo, magno clamore videntum,
terribiles oculos, nequeas adversa tueri
ora viri tristi, nigroque fluentia tabo...30
(«Ya el tronco del Bajá flotaba en la superficie, zarandeado por las olas, mientras su gran cabeza, clavada en la aguzada punta de una larguísima pica, provocaba gran griterío entre los presentes. Es imposible mirar de frente sus ojos terribles, el rostro de este hombre siniestro, goteando negra sangre».)
22Incómodas reflexiones éticas surgen del diálogo que mantiene el poeta con la Eneida. En primer lugar, la estampa parte de una imagen recurrente en Virgilio, el cuerpo mutilado del líder vencido que se encuentra a la deriva. Nos remite la imagen a la narración de la destrucción de Troya en Eneida 2.557-558, tragedia que se encarna en el torso de Príamo, llevado por las olas del Mediterráneo hasta lejanas costas: «iacet ingens litore truncus,/avulsumque umeris caput et sine nomine corpus»31. El almirante muerto ocupa el centro de esta tragedia, al igual que el cuerpo decapitado del rey troyano encarna el trágico devenir de Troya. En segundo plano, los lectores asiduos de Virgilio advertirán también las citas del episodio de Niso y Euríalo en el Libro 9, asunto que analizo en colaboración con José María Anguita en un estudio sobre la dimensión pedagógica del Austrias Carmen32.
23De momento, conviene reparar en el leitmotiv del cuerpo decapitado a la deriva en el Mediterráneo. Al encarnar la conexión entre el Austrias Carmen y la Eneida, el fallecido almirante otomano resuelve un reto para el poeta que se decanta por el género épico, a la vez que plantea otro. Ali Pachá dota al poema de un enemigo insigne, cuya derrota aumentaba la grandeza de Juan de Austria y del imperio español, una figura muy fácil de adaptar para ser presentada como la quintaesencia del prócer guerrero. Pero justamente esta manifiesta virtud del adversario plantea dudas éticas sobre la mutilación de su cuerpo, ya que va en contra del cometido imperialista de «parcere subiectis et debellare superbos» que proclama el padre de Eneas cuando se encuentra con el hijo en su bajada al Averno33. Pero en contra de esta noción de virtud, se presenta la imagen del cuerpo mutilado y el tronco a la deriva, recordando el cruel jolgorio de Neoptólemo en Eneida 2.548-550, cuando se burla de la súplica de Príamo antes de degollarlo, introduciendo así el tema de la crueldad excesiva o incluso impía, acusación implícita en el término nefas.34 Llama la atención aquí hasta qué punto Juan Latino y otros poetas épicos de Lepanto mitigan la dimensión nefanda de la mutilación del cuerpo de Alí Pachá dejándonos oír los lamentos de galeotes cristianos liberados porque el almirante turco muriera antes de poder convertirse al cristianismo. Así, Herrera, quien evita narrar la mutilación del cuerpo, asevera que «fue su muerte llorada de los esclavos cristianos, de quien era muy amado por el buen tratamiento y humanidad que usaba con ellos»35.
24En el Austrias Carmen también se atenúa el hecho nefando, aduciendo una conversión malograda:
Quod si inter pugnam captus vir forte fuisset,
ille fidem mira Christi virtute bibisset,
quem remex noster captivus semper amarat,
optaratque crucem Bassani in fronte videre36.
(«Pero si por casualidad hubiera sido capturado en batalla, ese hombre, con su asombroso valor, habría probado la fe de Cristo. Eso es lo que habría deseado nuestro remero cautivo: ver la cruz en la frente del Bajá, a quien siempre había estimado (incluso entre turcos el mérito recibe su galardón».)
25La conversión hipotética se expresa en el imperfecto del subjuntivo, bibisset, de bibo. Se trata de uno de los casos relativamente infrecuentes en que Latino se sirve de un léxico patrístico, y, según el diccionario de Albert Blaise, el término significa «s’imprègne du Christ dans l’intimité de son coeur» (dejar pasar a Cristo a la intimidad del corazón)37. Esta definición capta la breve representación de la subjetividad del adversario musulmán de los versos ya citados, al plantear la noción de la conversión sincera de un individuo de ascendencia musulmana. El verbo bibo evoca una experiencia personal y directa de conversión religiosa. Tenemos aquí una contrapropuesta implícita a la lógica que alimentó el castigo colectivo de los moriscos, que partía de la noción de que los moriscos estaban practicando un cristianismo de «fachada», acusación esgrimida en numerosas fuentes sobre la rebelión. Por ejemplo, Antonio de Fuenmayor —hagiógrafo de Pío V— asevera en su crónica que los moriscos «disimularon al principio: mas andando tiempo, los que en cosas de la religión les trataban, conocíanles sólo un exterior forzado de cristianos»38. Aquí se niega la subjetividad individual del cristiano nuevo de origen musulmán, al situar a todos, indistintamente, tras una fachada de religiosidad fingida. En marcado contraste, los hexámetros de Juan Latino se sustentan en la noción de una conversión individual y sincera, idea especialmente conmovedora teniendo en cuenta que el poeta mismo era un conocido cristiano nuevo. Por otra parte, el aprecio del adversario se confirma también mediante otro eco de Príamo, con la cita entre paréntesis que nos remite al momento de la Eneida 1 en que Eneas ve la guerra de Troya representada en las paredes del palacio de Dido y exclama: «En Priamus! sunt hic etiam sua praemia laudi»39.
26A partir de la muerte del almirante turco, el poema narra la divulgación de la noticia de la victoria, vaticina un imperio global que se extenderá por África y Asia, y celebra el nacimiento del infante don Fernando en diciembre de 1571. Al plantear esta relación de causa y efecto entre la victoria naval y la extensión del imperio español, el Austrias Carmen da voz al sentir español de que el nacimiento del nuevo heredero y la victoria naval confirman el beneplácito divino al proyecto imperial de la rama española de la casa de los Austrias. La expresión más duradera de este triunfalismo es, sin lugar a dudas, el ex voto que Felipe II le encargó a Tiziano, donde el rey muestra su hijo recién nacido al ángel, que le promete mayor gloria40.
27Los versos de cierre que dirige Latino desde Granada también conectan el nacimiento del príncipe con la batalla, en una profecía que le promete mayor gloria:
Hæc Garnata ducis dum cantat gesta Ioannis,
ecce tibi rumor sparsus iam mœnia complet,
Annam Reginam natum peperisse Philippo,
omnibus est princeps concessus cælitus almus,
hæc sors Hispanos victores una manebat,
solamenque viris, multorum causa bonorum
ventura, hinc pratis fundetur copia rerum,
mollibus hinc flavus gaudebit campus aristis,
militiæ spes magna ducum, columenque salutis,
gentibus Hispanis virtus, et robur avorum.
Iam regnis pax magna tuis Auguste Philippe,
princeps Fernandus consurgit clarus in orbe,
hic tibi felici revocabit sorte triumphos,
victrices ducet nostras in bella phalanges.
Hic Christi nomen defendet victor, et armis,
ut gentes unum Christum per sæcula regem
cognoscant victæ Fernandi et Marte Philippi41.
(«Mientras Granada canta las hazañas del Archiduque Juan, hete aquí cómo un rumor se extiende por la ciudad, hasta llenarla: que la Reina Ana le acaba de dar un hijo a Felipe, que el cielo nos ha regalado a todos un príncipe protector. Fortuna exclusiva que aguarda a los victoriosos hispanos, consuelo de héroes, fuente de bienes futuros. Gracias a él la abundancia se derramará por las tierras, y los campos resplandecerán dorados de tiernas espigas. Esperanza grande de la milicia y sus capitanes, pilar de nuestra salvación, virtud del pueblo hispano, vigor de los antepasados. Ya campea imponente paz en tus reinos, augusto Felipe; ya florece, resplandeciendo en el mundo, el príncipe Fernando. Él traerá nuevos triunfos a tu hado feliz, y capitaneará en la guerra a nuestra tropa victoriosa. Él es el campeón que defenderá con las armas el nombre de Cristo, para que los pueblos sometidos al poder de Fernando y Felipe reconozcan por siempre a Cristo como único rey».)
28No cabe duda de que esta declaración está hecha a la medida del creciente imperialismo mesiánico en la corte de Felipe II en estos años. Pero hay otra faceta con ecos muy locales. En concreto, el sustantivo solamen implica alivio en forma de raciones de trigo, y la imagen de los campos dorados que con regocijo se vestirán de espigas sugiere la añoranza de una vida urbana apacible y tranquila, a salvo de la violencia e incertidumbre que había traído consigo la reciente guerra. Estos deseos nos remontan al panorama de la ciudad traumatizada por la guerra que nos ofrece Hurtado de Mendoza, en sus recuerdos citados de entrada. Aunque hayamos vuelto al punto de partida del poema, está claro que la ciudad ya no se define por el imperio del inquisidor Deza evocado en los versos de inicio. Ahora se contempla la ciudad en una profecía que suena a plegaria, y en ella la voz poética retrata una tierra de abundancia.
29Volviendo al Austrias Carmen para concluir, conviene subrayar que este contrapunto entre la voz que canta las aspiraciones imperiales de Felipe II y la que invita al lector a reflexionar sobre lo que se pierde en el camino para realizar este destino, pone de manifiesto la cualidad más visceralmente virgiliana de la obra. Más allá de las numerosas citas e imágenes que atestiguan las prácticas de composición de los poetas neolatinos del Renacimiento y el cometido del profesor de latín, esta obra consigue emular el tono de la Eneida. Esta dimensión se contempla en el luminoso ensayo de Adam Parry, donde nos habla de las «two distinct voices in the Aeneid, a public voice of triumph, and a private voice of regret» [dos voces distintas, la voz pública del triunfo y la voz privada del remordimiento]42. Más adelante, Parry repara en la paradoja que nos plantea la obra del mantuano, de que «all the wonders of the most powerful institution the world has ever known are not necessarily of greater importance than the emptiness of human suffering» [todas las maravillas de la institución más poderosa que jamás ha conocido el mundo no son necesariamente más importantes que el vacío que deja el sufrimiento humano]43. Esta dualidad que ha legado la tradición virgiliana es especialmente conmovedora en el caso de Juan Latino, cuya lección impresa advierte al estudiante de latín clásico o al lector atento del altísimo coste humano de la guerra librada en tiempos modernos.
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Notes de bas de page
2 Las almonedas de esclavos se documentan en el indispensable estudio de Martín Casares, 2000, pp. 204-207.
3 Cuatro estudios fundamentales que esclarecen las causas y consecuencias de la rebelión a la vez que atestiguan la creciente riqueza historiográfica de este campo son: Caro Baroja [1a ed. 1957, 2a ed. 1976], 2000, pp. 117-202; Domínguez Ortiz y Vincent, 1978, esp. pp. 17– 33; García-Arenal y Rodríguez Mediano, 2010, pp. 45-127; y Amelang, 2011, pp. 35-85.
4 Se documenta su labor como profesor de latín en el estudio publicado en dos partes en Marín Ocete, 1925, esp. pp. 109-117. No hay indicios de cómo y cuándo consiguió su libertad.
5 El poeta narra su traslado como esclavo a Andalucía desde África en un prólogo de su De augusta et catholica regalium corporum translatione, fol. n. n. (versos de inicio, «Haec Christicola Joannes Latinus»). Compárese con la versión de Fernández de Córdoba, [el Abad de Rute], en la Casa de Córdoba, fol. 174r.
6 Se explica la fundación del Colegio Real en el contexto de la confesionalización de los moriscos en Antolínez de Burgos, Historia eclesiástica de Granada, p. 233. Se documenta su residencia en la parroquia de Santa Ana en Martín Casares, 2000, pp. 387-388, y el carácter mixto del barrio en Coleman, 2003, pp. 54 y 70.
7 Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, p. 231. El término composiciones alude a los problemas concretos relacionados con el alojamiento y abastecimiento de soldados a costa de la población civil (véase el Diccionario de Autoridades).
8 Un buen punto de partida para afrontar la amplia bibliografía sobre la batalla de Lepanto es Guilmartin, 2003, pp. 235-268, y tras este estudio fundamental, las monografías de Capponi (2006, esp. pp. 253-286) y Bicheno (2003, pp. 249-278). Los tercios que lucharon en Granada —y, tras una renovación en sus filas, en Lepanto— fueron los de Nápoles, Sicilia, Granada y Aragón. Véase Parker y Thompson, «The Battle of Lepanto, 1571: The Costs of Victory», p. 17.
9 Como botón de muestra de la precisión por contabilizar los prisioneros que se venderán como esclavos, véase Contarini, Historia delle cose successe, fol. 55v.
10 La aprobación de Antonio de Eraso está fechada el 30 de octubre de 1572. El volumen de poesía se titula, Ad catholicum, pariter et invictissimum Philippum Dei gratia hispaniarum regem. Actualmente, la única traducción disponible es la que preparó Sánchez Marín en 1981, aunque sin notas explicativas para aclarar las numerosas referencias temáticas (J. A. Sánchez Marín, ed., La Austriada de Juan Latino, Granada, Instituto de Historia del Derecho, 1981). Extractos del poema se han publicado también en una edición divulgativa de Editorial Linkgua (Barcelona, 2007). Hay también una edición en facsímil de 1971 en Kraus Reprints, que tampoco incluye notas explicativas.
11 Para las respuestas hispanas a Lepanto, véase López de Toro, 1950. Para las reacciones poéticas de Italia, los clásicos estudios de Dionisotti (1974 y 1999) ofrecen una elegante síntesis del asunto. Véase también el repertorio de Mammana, 2007.
12 Blanco, 2010, p. 483.
13 Se matiza la etiqueta, al puntualizar que se trata del primer caso conocido de un poeta del África subsahariana que publicara un libro de poesía en un idioma europeo. Véase Gates y Wolff, 1998, y también el estudio clásico de Fra Molinero, 1995, pp. 125-162. Es también de gran interés la ampliación de esta indagación en Seo, 2011.
14 Latinus, «Elegia», en Ad catholicum, pariter et invictissimum Philippum, fol. 9v.
15 Véase al respecto Relaño, 2000, pp. 102-103.
16 Véase Lope de Vega, Epistolario de Lope de Vega Carpio, p. 195. La comedia titulada Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso se publicó en la Parte 2 de las Comedias escogidas de las mejores de España, Madrid, Imprenta Real, 1652. Esta teatralización de la vida del profesor de latín se analiza en Fra Molinero, 1995, pp. 125 – 162, y Beusterien, 2006, pp. 106-114.
17 Véase Maurer, 1993, esp. pp. 45 – 46. Azcune, 1996-1998, propone refutar el argumento de Maurer, aunque no nos parece que su argumento llegue a ser concluyente.
18 Las citas del Austrias Carmen se referirán a la edición de próxima aparición en Harvard University Press (de Wright, Spence y Lemons) mediante los números de los versos, aunque la traducción al castellano es de José María Anguita. Véase aquí, Latino, The Battle of Lepanto, vv. 1-9.
19 Se explicita el encargo en fol. 27r y la «Peroratio» insertada como epílogo en la conclusión del Austrias Carmen (F1r, folio n. n.).
20 «Visita del Doctor Redín [1575]», en Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, legajo 2737.
21 Véase CODOIN, 28, pp. 127-129 (cartas de don Juan de Austria).
22 Latino, Austrias Carmen, vv. 1022-1025.
23 Latino, Austrias Carmen, vv. 1050-1051.
24 Middlebrook, 2009, pp. 142-145.
25 Latino, Austrias Carmen, v. 1049, glosa.
26 Véase H. Inalcik, 1974, pp. 186-92.
27 Latino, Austrias Carmen, vv. 1075-1076.
28 Por orden de mención, las primeras relaciones que citamos son: Nicolás Augusto de Benavides, «Relación de la batalla de Lepanto», s. n.; la anónima «Relación de la batalla de Lepanto», en CODOIN 3, p. 219; el avviso veneciano fechado 19 octubre se transcribe en Setton, 1984, p. 1060, n. 54 (el original está en la Biblioteca del Vaticano, Códice Urbina, lat. 1042); y por último, Gerolamo Diedo, «La Battaglia di Lepanto descritta da Gerolamo Diedo», pp. 207-208.
29 Véanse Herrera, Relación de la guerra de Chipre y suceso de la Batalla Naval de Lepanto, p. 363; Ercilla, La Araucana, pp. 688-690; y Rufo, La Austriada, pp. 131-132.
30 Latino, Austrias Carmen, vv. 1194-1198.
31 Virgilio, Eneida 2, vv. 557-558; de la traducción de Echave-Sustaeta, «tendido en la ribera yace un enorme tronco,/la cabeza arrancada de los hombros, un cadáver sin nombre», pp. 191-192.
32 Véase Anguita y Wright, 2012.
33 Virgilio, Eneida 6. 853 (trad. de Echaeve-Sustaeta, «conceder tu favor a los humildes / y abatir combatiendo a los soberbios»).
34 Contemplamos esta escena en más detalle en Wright, 2009.
35 Herrera, Relación de la guerra de Chipre y suceso de la Batalla Naval de Lepanto, p. 363.
36 Latino, Austrias Carmen, vv. 1207-1210.
37 Blaise, Dictionnaire latin-français des auteurs chrétiens, consultado a través de la Database of Latin Dictionaries de Brepolis (consulta el 3 de julio de 2011).
38 Fuenmayor, Vida y hechos de Pío V, fol. 79r.
39 Virgilio, Eneida 1. 461 (trad. de Echave Sustaeta, «aquí también el mérito tiene su recompensa»).
40 Tiziano, Felipe II después de la batalla de Lepanto, Museo del Prado, cat. P00431.
41 Latino, Austrias Carmen, vv. 1821-1837.
42 Parry, 1989, p. 94.
43 Parry, 1989, p. 96.
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University of Georgia
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