Comedia del saco de Roma de Juan de la Cueva: la defensa del orgullo nacional y los materiales historiográficos de Paolo Giovio
p. 1071-1089
Texte intégral
1La Comedia del saco de Roma de Juan de la Cueva (1579), escrita medio siglo después de los acontecimientos, no pretende la reconstrucción arqueológica de ese pasado ominoso, como ocurre en los otros dramas de tema nacional. El autor modifica en buena medida los hechos, los templa en su aspecto horrorífico y no desea aprovecharlos en todo su alcance trágico, como en cambio otros hicieron1. En efecto, este drama de Cueva no puede considerarse literatura noticiera sobre el asalto romano. Y esa es precisamente una de las razones de su interés, considerando que la aportación al drama histórico es quizás la mayor innovación de la obra teatral de Cueva2 y teniendo presente el valor ideológico que los sucesos mismos tenían para la sociedad del Antiguo Régimen. Se centra el dramaturgo en aspectos muy conocidos, o en otros menores; la ficción corrige a la historia y lanza guiños de distinta intensidad y alcance al espectador; el poeta actualiza el pasado de manera nueva y distinta, y lo hace para lograr determinados objetivos. Esta comedia es todavía uno de los textos menos estudiados de Juan de la Cueva, pese a que asistimos felizmente, al menos desde la década de 1970, a una nueva etapa y a un nuevo enfoque en los estudios sobre las obras de este autor3.
2La acción se sitúa en el campo imperial, primero a las puertas de Roma [mayo de 1527], luego en el interior de la ciudad santa durante su profanación y saqueo (jornadas II y III), y —en la habitual forma episódica de Cueva—, sin transición, en Bolonia (jornada IV), adonde supuestamente se desplaza el ejército para la coronación imperial [febrero 1530]. La ruptura de las unidades, y el número de actos, cuatro, quiebran el esquematismo del teatro anterior de obediencia aristotélica4. Otras características habituales de su producción dramática están también presentes: la polimetría5; el argumento general en prosa al comienzo de la obra y al inicio de cada jornada, con el elenco de caracteres pero sin acotaciones a los representantes ni indicaciones de entrada y salida de personajes, signo de deuda a la tradición humanística6; la mezcla de situaciones y personajes históricos con situaciones y personajes imaginados, que corrigen o recrean la historia y contienden entre sí, para lograr un fin que se debe determinar. Coincide con una mayoría de dramaturgos del periodo que, más interesados en la utilidad didáctica de la historia que en su verdad factual, usan el pasado como documentación para la teoría política coetánea, la historia como maestra para la acción política7. Se cumple también esa técnica que Froldi llama «cinematográfica, ya que los distintos episodios se ligan sin una calculada linealidad racional, técnica que, por otra parte, contiene una clara función espectacular»8. Además, sorprende el sensible rebajamiento del umbral del llamado «horror» practicado por acuerdo unánime en el muy unitario lenguaje teatral de Cueva9, ya que, para la conciencia colectiva, la historia viva del saqueo ofrecía uno de los ejemplos de pesadilla más espeluznantes, y hubiera permitido (como lo permitió en casi todos los géneros y obras sobre el tema) desarrollar hasta el infinito este elemento trágico como forma catártica de purgar el tormento mismo. Apoya esa dulcificación, quizás, el que nos hallemos ante una “comedia” y no una “tragedia”, si bien es común opinión entre los especialistas la adiaforía del término para Cueva, a excepción del final, feliz o desdichado, de cada pieza, la mezcla de lo trágico y lo cómico o la confusión de géneros que quiebra los límites de la tradición aristotélica10. Esta comedia es una buena representante de ese periodo de experimentación, lleno de contradicciones y abierto a nuevas sugerencias que exigen planteamientos complejos, por la convivencia de movimientos y prácticas distintas11.
3La línea diegética de la comedia y el tratamiento de personajes merecen análisis detenido12; la condición de drama histórico, por su parte, obliga de modo inexcusable a comparar con los sucesos aludidos, ya que es la única manera de calibrar cómo ha decidido el autor dramatizar la historia, qué ha seleccionado y qué ha eludido, qué ha sugerido —a veces susurrado entre líneas— y qué ha inventado13. En la acción destacan personajes históricos citados por su nombre (Borbón, Don Fernando Gonzaga, Capitán Morón, Filiberto [de Châlon, Príncipe de Orange], [el cardenal] Salviati y el Emperador Carlos V), junto a otros anónimos pero con sus puntas de historicidad (guarda, mensajero de Roma, alemán, italiano, atambor) y a un tercer grupo de figuras inventadas pero con función representativa (otro capitán —Sarmiento—, tres soldados —Avendaño, Escalona y Farias—, tres matronas —Camila, Cornelia y Julia).
4A la vista de la línea argumental establecida por Cueva no es necesario suponer unas fuentes de información recónditas:
Borbón, de nación francesa, capitán general de nuestro invito Emperador Carlos Quinto, movido de su libre determinación, movió el campo contra la ciudad de Roma, para quererla saquear, y prosiguiendo en su horrible pensamiento, fue entrada la ciudad y puesta a saco. Muriendo Borbón en el primer recuentro, sin perdonar los luteranos (que era el mayor número del exército) cosa profana ni divina en que no pusiesen sus violentas manos, acabando de hartar su furia, dexando casi destruida a Roma, endereçaron su camino a Bolonia, adonde le fue después de algunos días dada a nuestro César la corona imperial14.
5Si bien las inexactitudes comienzan en este mismo argumento general, los hechos se evocan sólo en sus líneas más conocidas: cerco de las tropas a la ciudad santa, muerte de Borbón en el asalto, saqueo de la ciudad, retirada del ejército, coronación imperial de Carlos V en Bolonia. Cueva fue, como se sabe, muy proclive al uso de romances y crónicas en la composición de sus obras15. Para estos recuerdos tan genéricos —y más en ámbito ilustrado, como es el de Cueva—, basta sencillamente con la memoria colectiva oral y, en todo caso, algunas de las obras noticieras de éxito indiscutible desde el mismo año de 1527 y sucesivos circulan en su momento de forma natural: así, el romance «Triste estaba el Padre Santo» (que aún sobrevive en la tradición oral hasta hoy)16 y sus dos glosas, el Paternoster paródico, el Triunfo de Vasco Díaz de Fregenal, el Democrates Secundus de Sepúlveda, que se leyó ampliamente en manuscrito, y algunas crónicas, quizás una en particular por su éxito fulminante: la muy polémica de Paolo Giovio17, que contaba con dos traducciones castellanas recientes18 y pudo hacer reaccionar a Cueva, como lo hizo a Jiménez de Quesada19. Otra cosa serán los hechos particulares y la cronología, que en muchos casos se tejen ya en la malla de la ficción dramática y no vienen sugeridos por fuentes identificables, ni las precisan.
6Es muy evidente que el propósito del autor no es dar una versión objetiva, sino ofrecer una “verdad moral”: lo que “hubiera podido ocurrir”. En este intento (y, en lo que atañe a esta comedia, sólo en él) coincide con otro senequista al que es difícil decir si leyó20, pero no es imposible que así fuera. Me refiero a Gianbattista Giraldi Cinzio, recordado por la tragedia y por su discurso sobre el arte teatral, quien construyó asimismo una ficción moral en torno al saqueo de Roma, Gli Hecatommithi, comenzados en 1528 y publicados en 156521. Bien es cierto, sin embargo, que si Cueva leyó los Hecatommithi (y parecen existir ecos de dos novelas en su Bernardo del Carpio)22, no explotó el alto umbral del horror colectivo e individual, como sí hizo Giraldi.
7Sin entrar ahora en el cotejo minucioso con la historia real y el análisis del sentido de las modificaciones de Cueva, voy a limitarme a confrontar el drama, sobre todo, con el referente potencial de Jovio. Sin embargo —quede constancia desde el principio—, Cueva tiene que tener otras fuentes de información, además de Jovio23. Al menos para varios episodios, como son la resistencia de Morón al ataque (I jornada), el episodio de las matronas romanas de la casa Colonna (I y II jornadas), la caracterización de Ferrante Gonzaga a lo largo de todo el drama, una de las más interesantes, y, si no es de su propia musa, la coronación imperial de manos de Salviati, no por Clemente VII (IV jornada)24.
8Para los sucesos básicos, que sólo recoge en sus elementos imprescindibles, le podía bastar, y en buena medida sobrar, con la traducción española de las Historiae de Giovio. En la versión de Antonio de Villafranca, el traductor incluye una epístola a D. Carlos, nieto del Emperador, en la que ofrece su texto «para que el real ánimo de V. A., siguiendo sus pasos [los de Carlos V] en sus gloriosos y bienaventurados días, haga tales hazañas que pasen, o a lo menos igualen, a las del invencible Emperador, como todos sus vasallos esperamos»25.
9Más interés tiene aún la justificación que hace Villafranca del resumen de los libros de Jovio perdidos en el asalto de Roma: «Epitome de Paulo Jovio. Antonius Ion. Villafranca beneuolo ac candido lectori, S.», donde comienza explicando los muchos ataques y saqueos padecidos por Roma:
… y últimamente españoles, entrando por fuerça de armas en ella la saquearon, destruyeron y robaron en nuestros tiempos, haziendo esto los capitanes imperiales más por sus antojos y intereses y apetito que por mandado del Emperador. El cual como lo supo, según Su Magestad era religiosísimo, mostró gran sentimiento. Y como sintiese esto en grande estremo, envió cartas a todos los reyes cristianos diziendo en ellas que aquel desastre que sus exércitos habían hecho en Italia lo habían hecho contra su voluntad, y así lo mostró por experiencia, mandando soltar al Papa que estaba preso y volverlo en su libertad. Con el cual tomó tanta amistad que de sus manos lo coronó en Boloña. En esta presa de Roma, saqueando los españoles la ciudad, los romanos pusieron las cosas más preciadas en las iglesias, pensando tenerlas allí seguras, aunque la furia de los soldados no perdonó a cosa ninguna. Saqueando, pues, la iglesia de la Minerva, saquearon a la revuelta unas arcas donde estaban las escripturas y libros de las Historias que hasta entonces había escripto Paulo Iovio varón doctísimo. Vinieron estas escrituras en manos de soldados, rompieron y hizieron pedaços algunas dellas. De modo que, apaciguadas las cosas con mandamientos del Papa, con ruegos y dineros del Iovio, volvieron los libros en su poder, aunque en algunas partes faltos y rasgados. Continuando él su historia, fue tanta la importunación, y ruegos de sus amigos, que la hubo de imprimir. Y no queriendo dejar imperfectos del todo los años que faltaban, hizo una suma o recopilación de cada libro, pensando, si la muerte no le atajaba, confiando en su memoria, volver de nuevo a poner complimiento en la obra. Y quiso la suerte que faltasen aquellos libros donde los españoles más habían mostrado su esfuerço y valentía. De modo que los lectores habrán de tener paciencia de leer en suma unos cuantos libros, pues los otros enmiendan la falta de los primeros juntamente con la brevedad dellos. Y la causa por que he començado la traductión destos libros y no he tomado de más arriba, es porque todo lo que Iovio escribe en los otros libros está ya escrito en nuestro vulgar romance castellano, como es Galeacio Capella traduzido, y en el compendio de los turcos, y en la vida del Marqués de Pescara y del Gran Capitán, en la historia de las dos presas de Nápoles. Y parescíame cosa superflua hazer leer dos veces una misma cosa, porque traduciendo los libros antes déste era no hazer otro sino mudar los vestidos y entrar el mismo personaje en la comedia, y por esto comencé déstos. Vale26.
10Esta justificación, que consagra en sus rasgos esenciales la explicación oficial del periodo filipino sobre los sucesos de 1527, muy distinta de la de medio siglo antes, puede ayudar a entender algunos aspectos de la Comedia; por ejemplo, lo escueto de las noticias sobre Roma que dramatiza Cueva, en contraste con las relaciones de sucesos específicas compuestas al calor de los hechos, infinitamente más concretas, demoradas y explicativas, como caracterizadas por su noticierismo primario. Aclara también que a partir de la crítica joviana a los «antojos y intereses y apetito» de los capitanes imperiales, se manifiesten en la obra sevillana algunas puntas de censura, oblicua a veces, irónica otras, a los altos representantes del ejército imperial (Duque de Borbón, Fernando Gonzaga y Filiberto de Orange). La exculpación tajante de la responsabilidad del Emperador en los sucesos, tan problemática a la altura de 1527, explica aquí las reticencias introducidas a través del personaje histórico del Capitán Morón27, aunque Cueva atribuya a Morone lo que en la realidad fue posición del Marqués del Vasto28. La promesa del botín de Florencia y Roma para entretener a los soldados sin paga, argumento central en varios pasajes de la comedia, es también un leitmotiv entre corresponsales imperiales, historiadores y cronistas cercanos a los sucesos29; el soldado Avendaño no inventa nada, lo dramatiza, pero Cueva parece deseoso de dejar a los espectadores este aspecto muy claro: de no cumplirse las expectativas de los soldados peligra la vida de los dirigentes30. Lo importante es, pues, que Cueva prescinde de la alta política para destacar el conflicto fundamental: los motivos de la indisciplina del ejército, responsabilidad más de los mandos y sus promesas que de los soldados.
11Otras informaciones contenidas sirven en cambio para descubrir los écarts del dramaturgo: las negras tintas con las que Jovio describía el papel de los soldados españoles perviven, por esta vez, en esta pieza preliminar de Villafranca, y no cabe duda que han hecho reaccionar a Cueva, como lo hicieron también a Jiménez de Quesada y otros coetáneos, pues si hay algo que el dramaturgo quiere dejar a salvo en los hechos de la presa de Roma es una inexactitud de bulto: el comportamiento ejemplar de los soldados españoles, frente al de los luteranos, vistos sólo en contextos negativos31. Otra transformación elocuente de Cueva atañe a la coronación imperial, no realizada en Bolonia «de las manos» del Emperador, como Jovio y todos los testimonios dicen, sino por las de su legatus a latere, el cardenal Salviati.
12Cuando se acerca el relato de los sucesos concretos, en especial desde la entrevista de Charles de Lannoy con Borbón para comunicarle las paces firmadas entre el Virrey y el Papa, vuelven las coincidencias y las separaciones significativas entre Jovio y Cueva:
Encontróse, pues, Lanoya con Borbón, el cual por las montañas de Arezo pasaba el Apenino. Pero siendo desbaratado el razonamiento de los gritos de los soldados, los cuales no querían paz, Borbón prosiguió de tal manera su viage que con sola presteza esperó de poder fácilmente apretar al Papa que había fuera de tiempo despedido su gente y estaba desarmado y desposeído de guarnición. Favoresció la fortuna a sus malas intenciones y a su maldito engaño, así como aquella que ya mucho antes era enemiga a Roma y al Papa. Porque marchando cuanto más podía todo el exército de Borbón llegó a Roma a seis de Mayo falto de bastimentos y sin artillería. Y prestamente habiendo puesto las escalas vinieron contra la gente del pueblo de Roma armada con ruines armas. Y viendo los soldados que entraban y sabiendo que el Papa estaba tan espantado, no sabiendo lo que le había acontecido ni dónde huir, haciendo poca o ninguna resistencia, dieron lugar a los españoles y tudescos que entrasen dentro. Y cuando fueron dentro, cruelmente mataron una gran multitud de gente que humilmente echando las armas pedían misericordia y la vida. Y derramando mucha sangre ensuziaron todos los altares y saquearon el sagrado templo de Sanct Pedro, digno de ser tenido en gran reverencia de todas las gentes y naciones del mundo. Habiéndose salvado y retraído el Papa en el castillo de Santangel, saqueado el Burgo en el espacio de media hora, pasando los soldados el muro gastado por la antigüedad, entre la puerta Aurelia y Septimiana, entraron en Roma y usaron contra los desdichados ciudadanos de todos los exemplos de crueldad y avaricia. Cercaron el castillo y lo cerraron tirando alderredor sus fosos por que el Papa no pudiese huir por lugar alguno. Mi ánimo se espanta en querer contar los daños y tormentos que los bárbaros hicieron en el pueblo antiguamente vencedor de todas las naciones, porque estas cosas no se pueden contar ni oír sin muchas lágrimas. De modo que aquella sanctísima ciudad pudo muy bien conocer cómo nuestro Señor Dios la quería castigar, si los sanctos abogados y patrones de la ciudad, queriendo haçer vengança, permitiéndolo Dios, no hubieran hecho sacrificio (aunque con poco provechosa consolación) de aquel traidor y cruelísimo ladrón en el entrar de la ciudad. Porque Borbón murió entretanto que con su maldita mano ponía y acercaba la escala al muro, siendo traspasado el lado y el muslo derecho de un arcabuzazo, a causa que habiendo alcançado aquella su maldita victoria no se alegrase de un tan grande sacrilegio32.
13Este pasaje ha podido dar a Cueva materia para desarrollar, como lo hace, la indisciplina del ejército y su deseo de ataque en la I jornada, modificando en cambio el papel de Borbón, al que convierte en un personaje mucho más conflictivo, complejo e impotente, menos negativo de lo que lo presenta el texto de Jovio, y ello pese a que el Condestable estaba excomulgado desde 1562. El fragmento da pie a desarrollar, pero sólo en términos muy generales, las crueldades y sacrilegios de los soldados; sin embargo, Cueva no menciona en toda la obra al Papa, ni ninguna de las vicisitudes por él experimentadas, lo que sólo puede ser intencional. El sevillano enuncia la sempiterna y generalizada explicación del asalto como castigo de Dios, pero no culpa a Borbón del saqueo, como hace indiscutiblemente Jovio en este pasaje33. Más adelante, el historiador vuelve a insistir en que Carlos de Borbón se mostró «del todo ageno de cualquier condición de paz»34, y cuando evoca la entrada triunfal de Carlos V en Roma, ya en 1535 y después de la victoria de La Goleta, no desperdicia la ocasión para un recuerdo truculento de los soldados saqueadores:
Fue recebido con triunfal pompa de todos los órdenes de los sacerdotes y de los ciudadanos romanos. Había traído consigo por guarda una región de soldados viejos españoles y 700 hombres de armas. Fue con menos alegría recebido del pueblo porque reconoscían los terribles rostros de los soldados, los cuales renovaban en ellos la memoria del saco recién pasado y de todos los daños que habían recebido y padecido…35.
14De acuerdo con los testigos de primera línea, la desobediencia del ejército fue un factor importante, pero no el único que intervino en el asalto36. La solución ideológica adoptada por Cueva coincide más con el punto de vista de Jiménez de Quesada, quien también insiste, mientras refuta a Jovio, en el factor del descontrol de las tropas, en términos muy próximos a lo que dramatiza la Comedia del saco de Roma:
Y que Borbón, prosiguiendo su propósito y pasando el Apenino por las montañas de Arezzo, encontró al virrey allí con él, y que la paz que traía concertada para que Borbón la aceptase, y la plática de ella, fue interrumpida con grita y voces de los soldados que no quisieron aceptarla, y que así Borbón, viendo esto, llevó adelante su camino, porque deseaba oprimir al Papa. […] envió […] aquel César Ferramosca […] a Borbón, a notificarle el acuerdo, y halló al ejército alojado en Castil de San Juan, donde él ni Borbón, su superior, fueron de parecer de tomar la paz que les era propuesta, aunque algunos dicen que el Carlos Borbón aceptara aquellas treguas, sino que vio atreguados a los soldados y desatinados por ir a su demanda, y así no pudo, por excusar mayor mal, sino hacer lo que hizo en ir en su compañía. Que si es así o no, yo sé un día en que creo yo que lo sabremos, y hasta aquel entonces no se juzguen intenciones. […]37.
15Si cuando más adelante, en Toscana, volvieron a tratar sobre ello el virrey y Borbón, «el Borbón no quiso aceptar aquellas treguas y sobreseimiento de guerra», ello no obsta para afirmar que a su juicio «no hubo quebrantamiento ninguno de treguas» porque el Papa las había quebrado primero: «Pues todos los derechos dan licencia que, al quebrantador de una fe y palabra, se le puede quebrar a él también la que se le diere»38. Existe un interés de Cueva en conceder a la indisciplina un papel dominante en la intriga, y la justificación del asalto que Borbón da al capitán Morón es, precisamente, la recuperación de los territorios hostigados por el Papa. Si Cueva y Jiménez de Quesada coinciden en la interpretación ideológica del conflicto es porque, medio siglo más tarde, una de las explicaciones, la que acaba por consagrar el Emperador después de varias cábalas, se ha convertido en definitivamente oficial, y ya es Historia.
16Las rápidas amistades recompuestas entre el Papa y el Emperador, implícitas en el final feliz de la coronación de Cueva, ha podido encontrarlas en la aclaración realizada por Jovio. Es la rebelión de Florencia la que vuelve a echar a Clemente VII en brazos del Emperador
… el cual [el Papa] echado de la esperança de volver a su patria olvidándose de la grandísima injuria que había recebido, con no esperado e increíble mudamiento de su dañado ánimo se volvió al Emperador, para que llamado el Emperador en Italia, se vengase de la fe rompida de sus ingratos ciudadanos39.
17Es bien conocido que las tropas saqueadoras, de cualquier nación, no se andaban con remilgos, pues se sentían amparadas por el derecho de guerra que les permitía la sociedad del Antiguo Régimen, en este hecho de armas como en cualquier otro40. Lo significativo de éste es que el Emperador había mantenido preso por diez meses al dirigente de la Cristiandad, y esa era la mayor piedra de escándalo para políticos, intelectuales y fieles de 1527: Carlos V trataba en la práctica al Papa como príncipe temporal, lo que indiscutiblemente también era, pero con su actitud política el Emperador parecía estar reduciendo al Pontífice a esa función. Si a ello se une la violación de templos, monasterios, sacerdotes y monjas, y el robo, venta y reventa de veneradas reliquias —en una de las transferencias de riqueza a manos populares de mayores proporciones en la historia de la Cristiandad—, se comprende que el significado ideológico de este hecho de armas adquiera una relevancia ajena a otros. Cuando después del saqueo de Roma, el ejército pontificio de la Liga, dirigido por Lautrec, asalta Pavía, insiste Jovio en que
… toda la saquearon con tan maldita crueldad de los vencedores, que no se perdonó a los monesterios, ni donde estaban las monjas, ni a las iglesias. Aunque Lautrec tuvo mucho cuidado de defender la honra de las mugeres41.
18Quizás esta última preocupación que se atribuye a Lautrec es la que Cueva transfiere, con toda intención, a los soldados españoles, protectores caballerosos de las damas Colonna, dignos personajes de una posterior comedia de capa y espada.
19Las diferencias de comportamientos de los soldados por naciones, que con tanta intensidad explota Juan de la Cueva, están más difuminadas en el relato de Jovio:
Entre todos, sólo los tudescos con su nunca domada fiereza, aún no hartos con los despojos de la ciudad, como tenían por sospechosas las promesas de los mercaderes las desecharon con soberbia, y amenazaban al Papa y a todos los que estaban en el castillo con crueles tormentos si no les daban presto la moneda42.
20El papel atribuido a Morone en la Comedia, al que se confronta con Borbón y con Gonzaga para sustentar la ilicitud del asalto, sugiere una fuente de información italiana, ya que los relatores de sucesos españoles apenas si se ocupan de mencionar a este personaje histórico por su nombre43, y además el único alto mando imperial de quien se documenta disidencia en este punto es del Marqués del Vasto, en unas y otras fuentes. Es, por tanto, posible, que Cueva introduzca este nombre histórico no sólo para no manchar la hoja de servicios del Marqués del Vasto, sino como consecuencia del papel que Morone tiene en las negociaciones para la liberación del Papa, lo que ha podido conocer por Jovio:
… para componer la libertad del Papa, en gran manera trabajando en ello Pompeio Columna y Hierónimo Morón, los cuales habiéndolos reconciliado el Papa, trabajaron mucho en el negocio habiéndoles hecho muy grandes y liberales promesas el Papa, y habiéndolos ablandado con piadosos ruegos, y con esto reduzido a su parte, que en gran manera y con razón favorecían a la determinación del Emperador que había traído Fray Ángelo fraile francisco44.
21Las razones de la coronación en Bolonia coinciden en parte con las que da toda la historiografía antigua y moderna: la pobreza y ruina de Roma, las tareas políticas imperiales en Alemania y Hungría45. Desde el abandono de Roma hasta la coronación imperial de 1530 aún sucedieron muchas cosas: la enfermedad del Papa, el Tratado de Barcelona de junio 1529 que permite a los Médicis recuperar Florencia, la Paz de Cambrai por la que el rey de Francia abandonaba sus aspiraciones (agosto de 1529). Sólo a fines de ese mismo año Carlos V reunía a los príncipes italianos en Bolonia, adonde se había desplazado en el verano de 1529. Pero la cronología y la veracidad de los hechos ha importado poco a Cueva, frente al teatro. El ejército imperial, que él traslada inmediatamente de Roma a Bolonia, acude en realidad a Nápoles y luego a Florencia, a sendas campañas militares. Con motivo de la investidura imperial sí va a Bolonia, un año y medio después, pero no viene de Roma: los del Marqués del Vasto y el Príncipe de Orange vienen desde el Arno y la Toscana46.
22La coronación imperial está muy detalladamente descrita en Jovio47, aunque los testimonios sobre la ceremonia, gráficos y artísticos, son muy abundantes48. Cueva ahorra muchos detalles de la posible fuente49 para centrarse sólo en la investidura estricta (pp. 98-99). El ceremonial se realiza miméticamente con respecto al decorado romano:
Eran todas las cosas aparejadas a la forma de la iglesia de San Pedro y nuevos nombres puestos a las capillas, para que cada cosa por sí correspondiese a la antigua costumbre de los libros del Papa…50.
23Salviati caminaba a la derecha del Emperador, y hubo gran cuidado en todos los elementos de ritual: espada, cetro, globo y diadema, que colocaban al mismo nivel de sacralidad al Papa y al Emperador. La coronación en San Petronio, la explicación de las tres coronas que poseen los emperadores —que Cueva conoce— y el resto de rituales de aquellos días, sí pueden proceder, muy resumidamente, de los detalles de Jovio51. Quizás Cueva ha seleccionado también, de entre todas las presentes, la figura de Salviati, aparte por otros motivos importantes que no puedo tratar aquí, por su papel destacado en la toma de juramento a Carlos V, después de que éste ha sido nombrado por los cardenales de San Pedro canónigo de su colegio:
El Cardenal Salviato, según las palabras escritas en los libros de los Papas, así que de su voluntad sumariamente jurase haber de defender la dignidad del Papa perpetuamente, de este altar nombrado de las dos torres. Dos cardenales diáconos, el mismo Salviato y Rodolpho, hijos de hermanos de padre del Papa y sus sobrinos, le llevaron al umbral de la Iglesia52.
24Tras esos ritos, la misa solemne y la investidura por el Papa:
En fin la suma de todo fue que al Emperador se le diesen los señales del Imperio de mano de Su Santidad. Así que habiendo el Papa hecho una solemne oración y rezándola continuamente, dio al Emperador que estaba arrodillado el cetro de oro […] con el cual mandase piadosamente a todas las gentes, y también la espada desnuda, con la cual persiguiese los enemigos del nombre cristiano, y el pomo de oro, mostrando por él como a toda la redondez de la tierra rigiese con señalada piedad, constancia y virtud; y finalmente la mitra, antes que corona, con dos puntas alçadas y con muchos diamantes vistosa y señalada, la puso en su cabeza. El emperador piadosamente habiendo puesto su rodilla en el suelo y estando baxo, besó el pie al Papa y le adoró53.
25A continuación Carlos V recibe el nombre de emperador romano y suena con gran estruendo la artillería; luego confiesa y comulga. Los gestos de humildad del investido conmueven a la concurrencia. El cortejo recorre Bolonia y más tarde se celebra el muy conocido banquete imperial.
26La ceremonia de coronación que Cueva describe reúne por tanto sólo los elementos rituales conocidos y bien descritos por muchos testigos presenciales, y Carlos V ratifica el juramento que se le propone; pero se modifica algo sustancial: quien corona es Salviati, no Clemente VII; a éste se reserva sólo la unción, aludida pero no realizada en escena54. Queda para otro momento el intentar entender los motivos. A todo observador del periodo conmovió profundamente que, a tenor de la volubilidad de los tiempos, el mismo que había sido prisionero y deshonrado por su armada sólo treinta y dos meses antes, coronara con sus propias manos a su agresor. Qué duda cabe que si éste es el momento en que los monarcas resultan divinizados, como hace Lasso de la Vega, y luego Lope, aquí se ha mermado la divinización a Carlos V.
27Cueva hace desaparecer otros comentarios de Jovio. En el cap. XXXI de la traducción italiana, Domenichi, siguiendo el original (lo que no hace Villafranca) celebra a Clemente VII porque, gracias a él
… gli spagnuoli furono talmente mandati e menati fuora […] Per questo atto […] i popoli quasi di tutta l’Italia, et specialmente di Lombardia, con lodi grandissima celebravano la prudentia del Papa, la giustizia dell’Imperatore, e’l giudizio e l’opera della Signoria di Vinegia, che sendo per loro incomparabil benificio liberati da rapacissimi e crudelissimi soldati, pure allhora cominciassero a sperar bene della libertà, della vita et delle facultà loro55.
28Y en la etopeya incluida a la muerte de Clemente VII en 26 de Septiembre de 1534, vuelve a repetir que «liberò gran parte de l’Italia della dolorosa stranezza de soldati spagnuoli»56.
29Dado el nacionalismo militante de Cueva, podemos suponer también una reacción en ese punto al antiespañolismo de Jovio y la defensa insistente e ideologizada del comportamiento español en los sucesos de Roma, conducta desmentida abundantemente por la documentación histórica57. Es muy significativo que en la Comedia de Cueva el comportamiento de los mandos sea turbio y problemático, diste de ser ejemplar —en especial el de Gonzaga—, en contraste con el de los soldados, y que a la vez ninguno de los dirigentes militares sea español.
30Al reducir y simplificar los hechos históricos, Cueva ha introducido en el público algunos puntos de reflexión nucleares: la impotencia del capitán general es el principal resorte dramático, unido al ardor guerrero de los soldados españoles y alemanes y a la codicia de algunos mandos. A medida que la obra avanza, hay un aumento de la invención dramática frente a la historia: el episodio del espía, el hallazgo y sepultura del cadáver del Condestable, el cautiverio y liberación de las damas romanas, la pelea entre un soldado español, Farias, y un luterano (sintomáticamente un “sin-nombre”, sólo mencionado por su condición de «alemán»), y la muerte del lansquenete raptor de monjas, con su tratamiento ideológico y su intención derivada, son de la musa de Cueva, aunque puedan tomar pie en situaciones reales. Se afianza también la visión nacionalista española (no imperial) del hecho de armas, y muy en especial el comportamiento honorable y caballeroso de los soldados españoles, en contraste con los lansquenetes. Aparecen como modelo de conducta personal y militar, uniendo por tanto honor nacional y honor individual, en lo que ha de considerarse una figura retórica de repetición, destinada a persuadir al lector de un asunto fundamental en el que no quiere que quepan equívocos58. La marcha del campo para Bolonia, enteramente ficticia, supone una elipsis temporal que permite ahorrar a la memoria colectiva y a los espectadores de la huerta de Doña Elvira la reviviscencia de los largos horrores del saco, resumidos sólo por el mensajero de manera piadosa para con los vencedores, sobre todo si son españoles. Las dos escenas principales de la jornada IV, la que reúne a Gonzaga y al capitán Sarmiento, destinada a revisar el problema del enriquecimiento de la milicia —entreverado con lo risueño insólito, el relato de la borrachera del correo de Barcelona que informa del saco—, y la de la coronación del Emperador, persiguen más el efecto dramático e ideológico que el rigor histórico. Se subraya, en fin, el conflicto entre personajes, una de las características de sus dramas nacionales59. Junto a los momentos de alcance lírico —otros cómico y otros épico—, se unen formas de ironía y de reflexión para el espectador. Parece que Cueva ha querido encarnar la Historia grande en las historias pequeñas e individuales; recurso, por cierto, muy eficaz desde el punto de vista dramático y argumento de comunión imbatible hacia sus espectadores, en un momento en que el teatro quiere conectar con un público de corral más abierto, o más amplio60. Para Cueva la moral seguiría siendo superior a la política, lo que cabe esperar de un discípulo de Mal Lara. Y así lo había sentenciado en el célebre pasaje de su Epístola dedicatoria a Momo:
… la comedia es imitación de la vida humana, espejo de las costumbres, retrato de la verdad, en que se nos presentan las cosas que debemos huir o las que nos conviene elegir, con claros y evidentes exemplos…61
31El drama histórico tiene una responsabilidad reformadora de los comportamientos, debe poner en guardia contra algunos modos de gobierno y, en este caso, contra maneras de hacer la guerra.
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Notes de bas de page
1 Ello trae consigo, al analizar la literatura noticiera hispanoitaliana del saco de Roma, el juicio muy desfavorable de Fernández Murga, 1979, pp. 66-67.
2 Es el primero en servirse de la historia internacional (no sólo nacional) para fines dramáticos. Los sucesos de la presa de Roma ofrecían inmensas posibilidades de aprovechamiento dramático. Algunas de las omisiones, invenciones y alteraciones de los hechos pueden obedecer a motivos dramáticos; otras a un deseo expreso de conducir a su público hacia la reflexión sobre hechos de su propio tiempo. Aunque el género no había comenzado con él, sí fue el primero en ofrecer temas históricos para un público y un escenario amplios.
3 Lo pone de relieve admirablemente J. Canavaggio, 1997. Para Sito Alba, 1983, p. 329, la Comedia del saco de Roma sí «representa una valiosa aportación. […] Creo que es una de sus creaciones de mayor interés. He de insistir que en nuestra valoración cuenta ante todo la eficaz contribución del texto escrito a la representación».
4 «Huimos la observancia que forzaba / a tratar tantas cosas diferentes / en término de un día que se daba» (Cueva, Ejemplar poético, vv. 523-525). Aunque en esta comedia deseche la unidad de acción, la ligazón se logra siguiendo los desplazamientos del ejército. En la I jornada plantea el tema conflictivo; en la II lo desarrolla e insiste en la maduración de algunos caracteres; en la III se confirma la mayoría de los supuestos previos y se avanza la solución, que llega definitivamente en la IV jornada.
5 Guerrieri Crocetti, 1936, p. 58; se sirve de la octava real en contextos graves, de la estancia en los solemnes, de las redondillas en los narrativos rápidos y en los risueños, o cuando hablan mujeres (salvo en la II jornada). Alcanzan gran variedad en esta comedia las combinaciones de endecasílabos y heptasílabos, y Morby, 1940, p. 214, destacó cómo es uno de los dos únicos casos en que la estrofa de comienzo de la obra es la redondilla; el resto de los rasgos generales que él distingue en los dramas de Cueva (ibid., pp. 214-216) se cumplen. Véase también Hermenegildo, 1961, p. 290 y 1973, p. 285.
6 Así lo vio, aunque en el análisis de La muerte del rey Don Sancho, Wardropper, 1955, p. 151, como «prueba de que la obra va destinada, más que a la representación, a la lectura en casas particulares» y probablemente con escenario múltiple.
7 Es la tesis de Watson 1971, en especial pp. 200-201: Cueva «used the past as documentation for political theory and for the light which it might throw on contemporary political problems and thus serve as a guide for present political behaviour».
8 Froldi, 1999, pp. 28-29.
9 Hermenegildo, 1961, p. 289; Ly, 1983.
10 «… the eventual emergence of a “comedia” that might be comic or tragic and was frequently both» (Morby, 1937, p. 391); véanse Icaza, 1917, p. xlii; Morby, 1940, p. 217; Hermenegildo, 1961, pp. 292 y 316; 1973, p. 287; 1994, pp. 250,255; 2003, p. 494; Sito Alba 1983, p. 335; Froldi, 1998, p. 22; Scelfo Micci, 1993, p. 113, n. 4 y p. 117, n. 15. Para los posteriores afinamientos y relaciones complejas entre comedia y tragedia en el s. xvii, Vitse, 1988, en especial pp. 333-341.
11 Por eso es obligatorio reconsiderar las conclusiones obtenidas en función de quien le sucede teatralmente (Lope), y no de su valor en sí mismo. Los análisis de un escritor «antes de» otro (por lo general un gran autor, Cervantes, Góngora, Lope, Quevedo, etc.) proliferaron en la crítica sobre los autores del siglo xvi hasta, por lo menos, la década de 1980, como fruto tardío de la noción romántica de originalidad y de genio; pero resulta sorprendente que, en el caso de Cueva, sobreviva como práctica filológica en el siglo xxi, pese a que Wardropper, en 1955 (p. 150) reclamaba ya la necesidad del estudio «intrínseco» de sus dramas, «independiente y más allá de la mera innovación», puesto que «la técnica dramática de Juan de la Cueva no sólo es efizaz por sí, sino que bosqueja una concepción nacional del teatro histórico». Véanse imprescindibles reflexiones de conjunto sobre el teatro de este periodo en Oleza 1981 y Oleza, 1995.
12 Ayudaría a reconsiderar el juicio negativo de Matas Caballero, 1995. Queda para otra ocasión.
13 No dispongo del espacio necesario para ocuparme de esos problemas aquí. Remito a un trabajo extenso en realización, surgido precisamente de la preparación de este homenaje.
14 Cueva, Comedia del Saco de Roma, p. 54. Cito siempre por la edición de Icaza, 1917, poniendo en adelante número de página entre paréntesis.
15 Consta que Cueva los valoraba: «Fueron siempre estas dos composiciones / tenidas en España en gran estima / hasta que entraron nuevas invenciones» (Cueva, Ejemplar poético, vv. 151-153). En la jornada II (pp. 67-68) hay una alusión culta que se refiere probablemente a un romance erudito del s. xvi («Porsena, rey poderoso»), sobre el enfrentamiento durante las guerras púnicas de Porsena, rey de Etruria, con el noble romano Mucio Escévola, al que el rey perdona la vida pese a haber entrado en el campo enemigo y sido descubierto (Porrata, 1973, pp. 160-161). Sobre el tema manifiesta Cueva cierta querencia, y recurre al asunto clásico, dramatizando un episodio de la Historia de Roma de Tito Livio, en su Comedia novena de la libertad de Roma, por Mucio Cévola, donde ilustra lo que ocurre a un rey depuesto que intenta volver a conseguir su trono por la fuerza y con la ayuda de los enemigos de su país.
16 Para los textos citados a continuación y sus vicisitudes, véase Vian Herrero, 1994, pp. 147-176. En la medida en que los ciegos cantaban romances en los intermedios de las representaciones (Sito Alba, 1983, p. 327), no hay que descartar que este romance entretuviera a los espectadores de la Comedia del saco de Roma en la Huerta de Doña Elvira. Una alusión emparentada con la antes aludida de Porsena se encuentra en el romance «Triste estaba el Padre santo», versos 13-14, que las dos glosas heredan (estr. 14 y 12 respectivamente) y, con algunos cambios y contenido ideológico muy diferente, reaparece en uno de los lamenti storici italianos, «La presa di Roma», firmado por «Il Celebrino» (estr. núm. 50) (textos editados en Vian Herrero, 1994, pp. 148, 152, 156 y 184).
17 Entre las crónicas, aparte las oficiales de Pero Mexía (Historia…) y Santa Cruz (Crónica…), es importante contar con las Historiae de Paolo Giovio, en dos ediciones de 1555-1556 y 1558-1560. Morby (1936), en su tesis inédita que me ha sido accesible gracias a la generosidad de Jean Canavaggio, sugería que Cueva conocía el texto de Giovio y lo utilizaba para la IV jornada (véase también Watson, 1971, p. 53, n. 5),.
18 En su crónica latina, el polémico y antiespañol historiador italiano no se extendía sobre la catástrofe del saco, pues esa porción de la obra se perdió, a su decir, por los días del asalto de la ciudad. Su obra fue muy popular, en especial cuando se tradujo en España, en dos ocasiones y con una reedición: Historia general… traducida… por el licenciado Gaspar de Baeça, Salamanca, 1562-1563; esta traducción se reeditó uniendo las dos partes en el título: [Primera] y segunda parte de la historia general…, Granada, 1566. El segundo traslado es coetáneo de la edición salmantina: Libro de las historias… traducido en romance castellano por Antonio Joan de Villafranca…, Valencia, 1562 (manejo, de esta versión, el ejemplar que custodia la Biblioteca Histórica «Marqués de Valdecilla»). Otra traducción de otra crónica italolatina para tener en cuenta es la del libro de Galeazo Capella, Historia de las cosas que han pasado en Italia… traduzióla de latín en castellano el maestro Bernardo Pérez (Valencia, 1536; Madrid, Biblioteca Histórica Municipal, sign. I/85).
19 Estas traducciones, por su popularidad perniciosa a los ojos de muchos, fueron las que decidieron a Jiménez de Quesada a escribir, ca. 1567-1568, su Antijovio (est. prel. Ballesteros, 1991, p. lxxv), que permaneció inédito hasta 1952. Cueva manifiesta esa misma inquietud: tiene, ocasionalmente, los mismos propósitos antijovianos de Jiménez de Quesada, aunque no nos consta que pudiera leer el manuscrito de Don Gonzalo. Es signo de época: la exaltación patriótica llevó también al Padre Mariana a escribir su De Rege et regis Institutione (1599) (Sito Alba, 1983, p. 336).
20 Froldi, 1999, pp. 18-22, se plantea la posibilidad de que conociera al menos la tragedia Orbecche (1545). Crawford, 1920, pp. 330-334, apunta parecidos entre El degollado de Cueva y una novella de Giraldi, que Morby (1937, pp. 390-391, n. 11) discute.
21 Los Hecatommithi o vero cento novelle, del ferrarés Giraldi Cinzio (1504-1573) son «cento avvenimenti, narrati da una nobile brigata di uomini e di donne in un loro viaggio» que circularon manuscritos entre los amigos durante los treinta años que el autor tardó en publicarlos y toman el saqueo de Roma de 1527 como marco renovado del de la peste de 1348 en el Decamerón. Véanse los análisis de Battaglia, 1969, pp. 815-818 y Fernández Murga, 1979, pp. 49-51 y n. 35. Giraldi comienza con una descripción del saco de Roma: un grupo de damas y caballeros nobles se refugian en el palacio de un señor de Colonna pero, al recrudecerse la peste en Roma, el anfitrión propone trasladarse a su posesión en Fondi; tras deliberar, los reunidos deciden abandonar no sólo Roma sino Italia, y dirigirse a Marsella; el Colonna les facilita cortésmente dos barcos que encuentran aparejados en Civitavecchia y, para aliviar la singladura, corrigiendo la solución cómica de Boccaccio en su Decamerón, finge el autor haber escrito la obra (véase Milanesi, 1867, p. xli). «Giraldi Cinzio nos presenta una detallada descripción del asalto y del saco de Roma, recargando las tintas, de acuerdo con sus propias ideas sobre la tragedia, para provocar en el lector, como aconsejaba Séneca, el horror y, mediante el horror, la catarsis o liberación de las malas pasiones. El acontecimiento se prestaba bien a ello, y Giraldi no desperdició la ocasión» (Fernández Murga, 1979, p. 49). Con la obra Giraldi se propone «rivalutare anche la novella nel circolo ufficiale dell’arte, assegnandole un compito moraleggiante ed estendendo anche ad essa il valore catartico riconosciuto alla escena» (Battaglia, 1969, p. 815); es decir, gracias a la parénesis, la ejemplaridad y la codificación aristotélico-tomista, hacer ingresar a la novela en el espíritu y el ideario estético de la Contrarreforma, para que la herencia de Boccaccio a Bandello dejara de ser piedra de escándalo. Para Battaglia (ibid., p. 816) «che si tratti proprio d’una conversione da parte del Giraldi Cinzio è dimostrato dal fatto che lo stesso avvenimento era stato da lui analizzato nel 1556 con un giudizio assolutamente sfavorevole alla Chiesa e al Vaticano, mentre ora se ne dichiara strenuo vindice». Más modernamente véase Piéjus, 1999.
22 Crawford, 1937, p. 169 y Watson, 1971, p. 99.
23 No sugiero que Cueva haya tenido acceso a la correspondencia diplomática, ni a crónicas inéditas. Pero el cotejo con ese tipo de textos (que realizo en otra ocasión) es interesante para mostrar que Cueva estaba bien informado de algunos aspectos de los sucesos de Roma, aunque desconozcamos por qué camino le ha llegado la información. No es difícil que haya leído u oído contar relaciones, o que sus contactos personales, como los de cualquier hombre culto de su momento, le hayan abierto algunos canales de información no oficial ni pública, sin descartar siquiera que sus cuatro años en México, previos a la composición de sus dramas sevillanos, le hubieran permitido el contacto con alguno de los muchos soldados “pláticos” de las campañas de Italia que continuaron su carrera en Indias.
24 Cueva no ha podido conocer las relaciones de Luigi Guicciardini o de Jacopo Buonaparte, ni es verosímil que conociera la Lettera del cardenal de Como. Sin embargo, los textos de éstos, entonces inéditos (Milanesi, 1867, pp. ix, xv y xxv), ayudan a entender el trasfondo de algunas afirmaciones de Cueva, o coinciden en datos más o menos concretos, lo que también invita a pensar en una información oral, acumulada por las generaciones (sobre todo de entendidos), que llega al dramaturgo.
25 Jovio, Libro de las historias…, f. ii.
26 Jovio, Libro de las historias…, f. iii. Le sigue el «Epítome o recopilación de los libros que se perdieron en el saco de Roma», uno de los cuales (lib. VI) es el referido a los sucesos romanos de 1527.
27 Este capitán Morón no es, como cree Watson, 1971, p. 56, «a Spaniard», sino que se corresponde, con cambios, a la figura histórica concreta del italiano Girolamo o Gieronimo Morone, al servicio, por años, de los franceses en Milán e importante en el momento por ser el que instiga en 1525 al Marqués de Pescara a la sedición y a la conjura para la liberación de Italia del poder del Emperador, prometiéndole nada menos que la corona de Nápoles; tras descubrirse la conjura, Morón fue apresado, con gran pesar de Clemente VII (Pastor, 1952, vol. IX, pp. 235-236). Fue canciller del Duque de Milán, Francesco Sforza, lo que quizás explica su doble política. Tras la prisión y libertad por una suma de dinero elevada, se sumó, sin embargo, al ejército de Borbón desde Milán, como capitán de su Consejo de guerra, cuya lista ofrece el bien informado cardenal de Como (Del sacco di Roma, p. 489, en Milanesi, 1867). No se conocen sus dudas sobre el asalto, pero sí un juego turbio en el que, mientras Borbón solicita en Ferrara ayuda de avituallamiento, esperando el descenso del ejército hacia Toscana, «il medesimo confermava Girolamo Morone, il quale già molti giorni teneva segreta pratica col marchese di Saluzzo [el capitán de los franceses de la Liga], benchè a giudizio di molti simultaneamente e con fraude» (F. Guicciardini, Storia d’Italia, vol. IV, p. 96; también p. 106). Continuó, tras Roma, con el ejército imperial en las campañas de Nápoles y Florencia, y fue comisario general del ejército a la muerte del Abad de Nájera. Las conductas equívocas no fueron obstáculo para premiarlo con el ducado de Boviano en reconocimiento por la gestión del terror establecido en Nápoles por el Príncipe de Orange (F. Guicciardini, Storia d’Italia, vol. IV, p. 186). También participó por parte imperial, junto con Alarcón, en las negociaciones con el Papa preso, y éste se lo gana con la promesa de hacer obispo de Módena a su hijo (Pastor 1952, vol. IX, pp. 326 y 372-374, y Römling, 2002, p. 250).
28 «Y Borbón, contra la voluntad y parecer del marqués del Gasto […] fue de contrario voto, y viendo el marqués el malo que se tomaba […] se fue a Ferrara, a donde también se fue Jorge [de Frundsberg], coronel de alemanes, que había a la sazón caído malo. Y el Borbón […] acordó de ir sobre Roma (acuerdo malvado e inicuo), sobre lo cual hubo algún rumor en el campo, pareciendo a muchos, y al erizamiento de sus cabellos, recia determinación. Pero otros muy muchos, o por mejor decir casi todos, así españoles como alemanes (que no saco a ninguna de las dos naciones), viendo que no pagaban su sueldo debido, ni había manera tampoco como pagárselo tan aína, adelante aprobaron, tácita y expresamente con grande aplauso, el acuerdo tomado. Y así Borbón partió con su gente (bien digo, ya no gente del emperador, sino suya del Borbón, que así se puede decir más propiamente que de otra manera) y caminan a la vuelta de Roma…» (Jiménez de Quesada, Antijovio, pp. 136-137). Análogo en los datos positivos F. Guicciardini, Storia d’Italia, vol. IV, p. 96 y, sobre todo, p. 100: «Ma maggiore fu la dimostrazione contro il marchese del Guasto; il quale, essendosi partito dall’esercito per andare nel Reame di Napoli, mosso, o da indisposizione della persona, o per non contravvenire, secondo che scrisse al luogotenente, alla volontà di Cesare come gli altri, o da altra cagione, fu bandito dall’esercito per ribelle». Luego se reincorporó.
29 Elijo sólo los testimonios allegados por Rodríguez Villa, 1885, pp. 105-109, que pueden ampliarse en Vian Herrero, 1994, pp. 21 y ss.
30 El problema era de indiscutible actualidad no sólo porque se estuviera preparando un ejército en condiciones análogas en la frontera de Portugal (Watson, 1971, p. 58), sino porque, de forma general, «el motín, a menudo perfectamente organizado, fue endémico en el ejército español del siglo xvi y en general delataba la imposibilidad en que se encontraba el gobierno de pagar a las tropas» (Lynch, 19732, vol. I, p. 107, y también Parker, 1972, en especial parte II, cap. 8, pp. 185-206).
31 Jiménez de Quesada vuelve a coincidir en punto de vista con Cueva, refutando a Jovio: «Pero bien sabe él [Jovio] cuánto menos fue en este caso […] lo de los españoles, que no lo de los tudescos. Y que muchos romanos andaban buscando españoles a quien rendirse, y que con gran parte no llegó la maldad de los unos a la de los otros; quitado lo de la codicia aparte, en que todos fueron iguales. […] Pero en lo demás de fuerzas y escarnios, y tormentos y muertes, que no fueron con mucha parte tantas como dice, y otras cosas semejantes que este autor y otros de su nación cuentan, todo aquello se quede para los tudescos, y hágales buena pro, que no hará sino muy mala, como la hizo a los unos y a los otros todo lo que allí ganaron. Porque con haber sido el saco riquísimo (si nunca otro en Italia lo hubo), nunca vi por la mayor parte sino que muriesen de mal arte, y sin aquella ganancia, todo cuanto llevaron los unos a España, y los otros a su provincia de Alemania. Dios perdone a los que tuvieron la culpa y a los que dieron la causa de ella» (Antijovio, pp. 137-138). Watson (1971, p. 61) encuentra otro paralelo con la crisis portuguesa, cuando al año siguiente de representarse esta comedia un ejército multinacional invade Portugal sin encontrar apenas resistencia organizada; alega este testimonio de Conestaggio: «La diversità delle nationi che saccheggiavano fece pure haver più rispetto alle donne, e alle cose sacre di quello che altramente non sarebbe seguito, perche gli Spagnuoli in altre parti incontinentissimi quivi furono contra la loro natura continenti, forse perchè con l’essempio loro essendo in Spagna gli Italiani, e gli Alemanni non facessero peggio». Por los años de Cueva el enfrentamiento con los luteranos era ya crónico. Sito Alba (1983, p. 331, n. 614) recuerda, por cita de García Villoslada, una referencia del Cardenal de Lorena en 1562 a los desmanes realizados por los luteranos, similares a los realizados treinta y cinco años antes en Roma: habían «destruido los templos santos, asesinados los sacerdotes y religiosos junto al altar, pisoteadas las especies sacramentales», dejando así lo que para toda Europa fue la firma de su paso. En la guerra de nacionalismos que desataron los comportamientos militares del saco, Jiménez de Quesada ironiza sobre la conducta de los italianos, santificada por Giovio: Antijovio, p. lxxv.
32 Jovio, Libro de las historias…, f. s/n vii vto. b- s/n viii a-b. Es similar la versión de Domenichi, La prima… parte, f. 19-19 vto., probablemente porque Villafranca traduce sobre la versión italiana, si bien resume, suaviza o elimina algunos lugares. A la vez, Jovio, en su epítome apresurado de sucesos historiados en los libros perdidos, se parece mucho a Francesco Guicciardini (Istoria d’Italia), a quien seguramente, por razones políticas, tuvo acceso, aunque su obra no se editara hasta 1875.
33 Borbón había sido un traidor para Francia y para el papado, pero lo salvaba cierta tradición hispánica, que encontró su justificación histórica en su imposibilidad de controlar a un ejército indómito (en el que sobresalen los luteranos y los maleantes). Cueva no altera ese papel básico en una historia que su auditorio conoce muy bien y de lo contrario no hubiera recibido como verdadera e histórica. No está por ello visto con antipatía. Imposiciones del destinatario, como es propio de un periodo de «toma de conciencia de la presencia de un público en gestación, de un espectador en potencia, al que era necesario aprehender y con quien era imperativo pactar» (Hermenegildo, 1994, p. 200).
34 Libro de las historias…, f. Ai a.
35 Libro de las historias…, f. cxxxx vto. b- cxxxi a.
36 Vian Herrero 1994, pp. 15-24.
37 Jiménez de Quesada, Antijovio, pp. 129 y 135.
38 Jiménez de Quesada, Antijovio, p. 136.
39 Libro de las historias…, f. Ai b. Confróntese con la versión italiana de Domenichi (Giovio, La prima… parte, ff. iii-iii vto.).
40 Vian Herrero 1994, pp. 25-48.
41 Libro de las historias…, f. Av vto. a.
42 Libro de las historias…, f. Avii a.
43 Sólo hablan de él en la preparación de la conjura del Marqués de Pescara, antes mencionada.
44 Libro de las historias…, f. Avii b; compárese con la versión de Domenichi, La prima… parte, f. 38 vto., para ver la estrecha dependencia de Villafranca. El Papa se ve obligado a dejar como rehenes a sus colaboradores más queridos (entre ellos a Jacobo Salviati, el padre del Cardenal Juan Salviati). Los alemanes los maltratan verbalmente y llevan a Campo de Flor, donde están las horcas para los condenados y malhechores, y amenazan con matarlos; pero los presos consiguen escapar después, en el transcurso de una borrachera de los lansquenetes, y huyen de la ciudad al campo del Duque de Urbino. «Y así la huida destos que eran fiadores del Papa, sin duda ninguna apresuró la libertad que le querían dar, el cual con sagacidad acordó de dar algunos capellos de cardenales a amigos del Emperador, los cuales […] le sirvieron con alguna cuantidad de moneda» (Libro de las historias…, f. Avii b).
45 Jovio, Libro de las historias…, f. xli b- xli vto. a; Giovio, La prima… parte, f. 138 vto.-139. La visión de un soldado español es distinta: dice Martín García Cerezeda en su Tratado de las campañas… del Emperador Carlos V, viendo, como es habitual, la mano de Dios en ello: «La cabsa de la salida del campo de Roma fue por la gran pestilencia que andaba en Roma, que yendo la gente como iba andando, se caían muertos, y otros muchos que morían por vestirse ropas hechas de capas y ornamentos y cosas sagradas de las iglesias. Era una gran crueldad de ver la gran mortandad que andaba» (en Rodríguez Villa, 1875, p. 443).
46 Jovio, Libro de las historias…, f. xli a, entre otros muchos.
47 Son muy coincidentes, además, la traducción española (Libro de las historias…, cap. XVIII, f. xxxix-xliii vto.) y la italiana.
48 Hay muchas relaciones escritas e innumerables frescos conservados en iglesias y ayuntamientos italianos: Jean Jacquot, 1960 y Chastel, 1960. Se habían construido capillas a imitación de las romanas. Clemente celebró su misa solemne y otorgó e impuso de sus manos el globo imperial, el cetro y la corona del Imperio, con las palabras rituales y la bendición tradicional. Salieron juntos de la Iglesia, y Carlos condujo del estribo la hacanea del Papa, en señal de humildad. Siguió el banquete de coronación: Pastor 1952, vol. X, pp. 53-54. Véase también Pero Mexía, Historia…, pp. 521-563, en contraste con Francesco Guicciardini (Storia d’Italia, vol. IV, p. 221), que resta pompa a la ceremonia.
49 El recibimiento de los boloñeses (Libro de las historias…, f. xxxix); la espera del Papa al Emperador (f. xxxix vto.); la descripción de Carlos V, primero la reticente, propia de una figura temida, y después la física y moral, la etopeya (f. xxxix vto. a-b); la alegría de las dos figuras y sus conversaciones secretas (f. xxxx a); la reconciliación del Emperador y Francesco Sforza (f. xxxx b- xxxx vto. a) y otros detalles, como el cortejo, que ahora no hacen al caso. Tiene interés la descripción detenida de la expectación que suscitan los gestos y expresiones del rostro con ocasión del encuentro de los dos todopoderosos políticos en la versión italiana (Giovio, La prima… parte, f. 136-138).
50 Libro de las historias…, f. xlii a.
51 Libro de las historias…, f. xli vto-xliii vto; cf. con Domenichi en Giovio, La prima… parte, f. 139-142. Las funciones que señalan algunos de los símbolos entregados recuerdan a Cueva los deberes “parapontificios” que en el momento se reservaban al Imperio: «[…] Esta espada, que sea domadora / del enemigo de la fe y su alteza, / este mundo de oro, qu’es el mundo / de que os haze señor, sin ser segundo. / Esta corona a vos justa y debida / sustente la cabeça gloriosa / como cabeça de la fe, elegida / para ampararla de la cisma odiosa» (p. 99). El globo era más bien símbolo del Palatinado y del Sacro Imperio romano-germánico. Carlos V prestó su solemne juramento de ser fiel amparador de la Iglesia de Roma.
52 Jovio, Libro de las historias…, f. xlii a. Es más claro el pasaje de Domenichi: «Il cardinal Salviati allhora gli diede giuramento con le parole tolte da libri del Papa, tal ch’egli di buona voglia giurà ch’egli sarebbe stato perpetuamente difensore della dignità della chiesa. Da questo altare, che si chiamava quel delle due torri, due diaconi cardinali, cioè Salviati e Ridolphi, ambidue nipoti nati di due cugini del Papa, l’accompagnarono alla porta della chiesa» (Giovio, La prima… parte, f. 141).
53 Jovio, Libro de las historias…, f. xlii b; cf. Giovio, La prima… parte, f. 141 vto.-142.
54 «El día 22 recibió Carlos la corona de hierro de Lombardía de manos del Papa, y el 24 de febrero la corona imperial» (Brandi, 1945, p. 244).
55 Giovio, La prima… parte, f. 282 vto. No hay huella del pasaje en la traducción del Villafranca del lib. xxxi. Otro tanto ocurre cuando Domenichi registra, y Villafranca elude, la alegría experimentada por los españoles al abandonar Carlos V España en uno de sus viajes, alegría fundamentada en que las continuas guerras del Imperio empobrecen el país: Giovio, La prima… parte, lib. xlii, f. 282.
56 Giovio, La prima… parte, lib. xxxii, f. 304. Lo que no impide encarecer la alegría de los populares romanos por su desaparición, ya que bajo su pontificado se habían producido las mayores desgracias, saqueo, peste, hambruna y desbordamiento del Tíber: ibid., f. 304-304 vto.
57 Véase, supra, la nota 31.
58 Sobre la figura de la repetición en los dramas nacionales de Cueva véase Scelfo Micci, 1993, p. 123.
59 Scelfo Micci, 1993, p. 121, detecta en otros dramas históricos «il contrasto tra i personnaggi» en general simbolizando abstractos morales opuestos, como en La muerte del rey Don Sancho.
60 Dejo ahora a mi pesar de lado la sugerencia de Watson: una idea que estaba en el ambiente serviría para cautivar el ánimo de los espectadores, que de modo inevitable establecerían relación con la situación política del momento. En algunas cabezas, la conexión entre el estado de cosas del día y el recuerdo de la presa de Roma estaba establecida: «Negavano quella opinione che Iddio dovesse volere con la unione di questi regni fortificar in Castiglia un braccio della sua Chiesa, anzi allegavano diverse ragioni per doversi giudicar il contrario, biasimando il sacco di Roma e alcune altre indegne attioni di Castigliani» (Conestaggio, Dell’unione…, p. 88; lo tomo de Watson, 1971, p. 52). Como a otro propósito dice Watson (1971, p. 51): «… it is not always the story which is important; sometimes just as important is where, when and how the story is told».
61 «Epístola a Momo», pp. 6-7.
Auteur
Universidad Complutense, Instituto Universitario «Seminario Menéndez-Pidal»
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