El capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte y la memoria nacional
p. 1025-1036
Texte intégral
1Pérez-Reverte, el novelista español vivo más famoso dentro y fuera de España, se ha ido convirtiendo, a través de sus novelas y de sus columnas en El País Semanal, en un fenómeno tanto literario como social, a lo que ha contribuido el éxito de la serie Alatriste —El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998), El oro del rey (2000), El caballero del jubón amarillo (2003) y un último episodio aún por publicar. El primer objetivo asignado por el autor a Alatriste era recuperar el placer de la literatura de aventuras y de los folletines con sus héroes inolvidables. Así lo han entendido algunos lectores como el escritor y amigo del autor Juan Manuel de Prada, que anunció que Alatriste e Íñigo iban a formar parte, dentro de poco, de la mitología española1. El segundo objetivo era que los jóvenes españoles conocieran mejor la cultura histórica y literaria de su país. Se trataba, pues, de paliar las carencias del sistema educativo a este respecto, reivindicando el Siglo de Oro2. A través del pasado quiere también explicar el presente: «El juego es explicar el presente, por supuesto. Está muy claro que no estoy hablando sólo desde el siglo xvii. […] Yo estoy hablando del ahora, del español de hoy, de lo español… Hablo de cómo somos lo que somos, de por qué fuimos lo que fuimos, y de cómo nos hicieron como nos hicieron»3. En fin, se trata, en palabras de Jaime Siles, de alcanzar la reconstrucción de una «identidad colectiva» por medio de la reinterpretación histórica y el tono épico:
Convertir la memoria en historia, articular la identidad en relato, transmitir, como en una enciclopedia portátil, lo que cada generación debe saber, y salvar del olvido el sistema de representación antropológica que las palabras de la tribu son4.
2En sus artículos, el autor no deja de embestir contra la reforma de la educación llevada a cabo por Javier Solana y el Gobierno socialista. Afirma que la LOGSE «ha desmantelado» la enseñanza de las Humanidades en España: «[…] en este país nuestro donde las humanidades son perseguidas con el mismo celo desplegado antaño en la caza de judíos y liberales, y hogaño de moros, negros y maricones». En opinión de Pérez-Reverte, hoy en día los alumnos sólo estudian la historia de Estados Unidos: «Cualquiera de nuestros hijos puede salir al mundo convertido en un bastardo cultural, en un huérfano analfabeto»5. Las palabras subrayadas aluden claramente a un problema de señas de identidad perdidas. Considerando ese proyecto y sirviéndonos de las declaraciones del autor (a veces retomadas literalmente en las novelas) vamos, pues, a procurar entender e interpretar la imagen del Siglo de Oro tal como aparece, desdibujada, en El capitán Alatriste.
La recepción crítica
3Empecemos por una constatación: los comentarios de los críticos acerca de la ideología vehículada por la serie Alatriste suelen ser contradictorios. Coinciden en que las novelas defienden unos valores, traducen el apego del autor a cierta ética, pero, ¿qué valores y qué ética? Éstos se definen a menudo de manera negativa: las novelas no presentan una visión reaccionaria de la sociedad, la perspectiva no es nacionalista:
En este punto considero absurdo y fuera de sentido, por ejemplo, la idea de que Alatriste pudiera servir de vehículo para una visión centralista y de patriotismo nacional de Pérez-Reverte, ya que, aunque éste la tuviera, es la simple coherencia con la época la que obliga a un personaje como Alatriste a sentirse parte de una nación y de un proyecto común. Ese contexto histórico, en el que un vasco, un andaluz o un catalán se sentían implicados bajo la misma corona, efectivamente obliga a esa perspectiva6.
4Dejando aparte la inexactitud parcial de la aserción de Rafael de Cózar (¿habrá olvidado la revolución catalana de 1640?), se entiende que se trata de una postura defensiva por parte de los admiradores del autor. Contestando así a ciertas lecturas que le parecen falaces, el mismo Pérez-Reverte declaró: «Alatriste no es un canto imperial»7. Asimismo Gonzalo Navajas percibe en la producción novelística de Pérez-Reverte una concepción «políticamente regresiva» que, según precisa, «no se puede calificar de conservadora».
5Cabe notar, por último, que la ambigüedad de la interpretación ideológica de la narrativa de Pérez-Reverte y de su pensamiento no sólo la fomentan unos críticos contrarios al novelista y a su éxito, sino sus más fervorosos admiradores, que, al ensalzar su obra, se sirven de una retórica y unos conceptos que recuerdan los de un poder que glorificaba la España Imperial, como lo hace Pedro Guerrero Ruiz al celebrar en Pérez-Reverte a un escritor «que no miente», a un «hombre de honor», «un escritor de raza, complejo y diverso, que llama al pan, pan; y al vino, vino; y que nos regresa la Historia en aventuras, la historia de las grandezas y la intrahistoria de charanga, de miedo y de burla; una historia tremenda y ejemplar, agridulce, de grandeza bélica y corrupción política»8.
6Con el objetivo de arrojar luz sobre el verdadero compromiso, si lo hay, del Capitán Alatriste y revelar las eventuales estrategias de ocultación desarrolladas por el autor, empezaremos por analizar las técnicas literarias de seducción y de manipulación del lector y procuraremos poner de realce los valores transmitidos por Pérez-Reverte.
Técnicas de seducción y manipulación
El punto de vista
7El narrador, personaje adolescente en el transcurso de la narración, escribe desde una época posterior imprecisa y muy alejada de los acontecimientos referidos, un pasado evocado con nostalgia (p. 17)9. Pero cuando se alude a «nuestro presente», «ahora», el lector entiende que le están hablando de finales del siglo xx: «Ahora es fácil criticar eso; pero en aquellos tiempos la capital de las Españas era un lugar donde la vida había que buscársela a salto de mata, en una esquina, entre el brillo de dos aceros» (p. 11). Según López Guntín, los comentarios de tipo ideológico, histórico y moral, en los que el narrador se sirve de conceptos ligeramente anacrónicos («A ese tiempo infame lo llaman Siglo de Oro», p. 112), en particular los que establecen comparaciones entre la España del siglo xvii y un «hoy» indefinido, dan la impresión de proceder del autor implícito10.
[La escritura de Pérez-Reverte] supone una clara invasión del relato por parte del autor; una transferencia de la voz del propio escritor a la del narrador; una mezcla de vida y literatura ajena a las convenciones narrativas. Al aire lanzo esta conjetura: ¿el verdadero narrador de las hazañas de Alatriste es un personaje de ficción, el joven Balboa, o una persona real, Arturo Pérez-Reverte?11
8El propio autor explica que «Íñigo somos nosotros», «es el lector»:
No puede ser un narrador de entonces, tiene que ser un narrador que cuenta al lector con los ojos de hoy. […] Dejo una cosa difusa en el tiempo para que el lector tenga la sensación de que Íñigo le está hablando desde ahora y así transcurre al que lee el Capitán Alatriste. […] Para mí Íñigo no ha muerto, sigue vivo, está aquí. Es que Íñigo somos nosotros, ¿comprendes? Es el lector12.
9Además se encuentran en la novela ecos de la voz del autor en los artículos en los que critica a la sociedad española actual. El tono oral e irónico de Íñigo, cuya lengua inspirada en el siglo xvii incluye expresiones mucho más contempóraneas, recuerda el del articulista. El joven describe así a Isabel I de Inglaterra: «esa arpía pelirroja que se llamó Isabel de Inglaterra, amparo de protestantes, hideputas y piratas, más conocida por la Reina Virgen, aunque maldito si puede uno imaginarse virgen de qué» (pp. 110-111). Esa lengua carnavalesca, que pretende no dejar títere con cabeza y no acatar lo «políticamente correcto», permite invertir la jerarquía establecida, como cuando dice Quevedo a propósito del memorial que ha mandado al rey: «Creo que Felipe el Grande se limpia el culo con él» (p. 60). Pero el tono crítico, festivo, apasionado y transgresor, si permite cautivar al lector, sirve también para que pasen ciertas ideas difíciles de asumir hoy en día, como lo es el orgullo nacionalista originado en la dominación militar de la España del Siglo de Oro frente a las otras naciones, «España tuvo bien agarrados a Europa y al mundo por las pelotas» (El sol de Breda, p. 206), frase enunciada tal cual por el escritor en uno de sus artículos13.
Un género popular
10Pérez-Reverte echa mano de los géneros populares y se enorgullece de ello, reivindicando la legitimidad de la literatura popular y celebrando en ella los efectos de proyección, de identificación y de consolación14. Le parece que cualquier escritor serio tiene que tomar en cuenta el aspecto lúdico de la literatura, el placer de leer y escribir y procurar llegar al mayor número posible de lectores15. Por eso retrata al poeta Francisco de Quevedo, amigo de Alatriste, tal como lo ha recordado la tradición romántica, como a un personaje popular, todo lo contrario del intelectual elitista: «Era un poeta cojitranco y valentón, putañero, corto de vista, caballero de Santiago, tan rápido de ingenio y lengua como de espada, famoso en la Corte por sus buenos versos y su mala leche» (p. 21).
11En El capitán Alatriste, se imita la novela de capa y espada (una mezcla de novela de aventuras y de novela histórica) y se respetan los códigos de la novela popular, tal como los define Lise Queffélec-Dumasy16. La estructura de los cuentos observada por Vladimir Propp funciona (ausencia de guerra y carencias materiales y morales, obstáculos y pruebas sirven a Alatriste para acanzar en un final feliz su meta, o sea, dinero, honor y reconocimiento gracias al aprecio del Príncipe inglés a través de la adquisición de los objetos simbólicos que son el sello y la carta). El suspense estriba en el misterio que rodea la identidad de varios personajes —los hombres disfrazados, los ingleses, Angélica y su tío— y el velo se levanta en varias etapas: identificación por el lector, y posteriormente por el personaje. Los procedimientos de agnición y revelación funcionan, como en el siglo xix, gracias a la adecuación entre la actitud y la apariencia del personaje y su verdadera calidad. Por ejemplo, todo en el inglés deja traslucir al personaje de alto rango: «[…] Alatriste se permitió considerar los ojos azules del inglés, el rostro fino, pálido, crispado por una angustia que, saltaba a la vista, no era miedo a perder la propia vida. Manos blancas, suaves. Rasgos de aristócrata. Todo olía a gente de calidad» (p. 81). El héroe descifra la manipulación inducida por las falsas señas y permite restablecer la verdad del mundo, «restaurar un mundo de transparencia». Alquézar, ridiculizado, acaba amenazado por Olivares, se salvan los ingleses y se recompensa a Alatriste por su valor. Como en cualquier novela popular, se juega con los mecanismos de identificación y de compensación, que, como explica Quéffelec-Dumasy, se dirigen más a los afectos y al inconsciente que a la razón:
Ce qui est supposé chez l’auditeur/lecteur est toujours de la curiosité, de l’émotion, mais s’y ajoute l’effet moral, thérapeutique du récit, souvent représenté comme celui d’une cure, qui n’est pas sans évoquer la psychanalyse: permettre une résolution de la crise en frayant la voie au retour du refoulé et (parfois) à sa résolution par le biais du transfert. Le roman populaire, dans la praxis sociale qu’il constitue, a toujours affaire à des affects17.
12La explotación de esos mecanismos es de lo más legítima cuando se trata de entretener, consolar, vivir a través de un personaje, pero, ¿lo es cuando se trata de transmitir conocimientos que no consigue inculcar la institución escolar? La diferencia fundamental entre una novela de capa y espada clásica y El capitán Alatriste estriba en la importancia concedida a la Historia en la economía del relato y en el proyecto declarado del autor. No cabe duda de que el placer favorece el aprendizaje, y las novelas de Pérez-Reverte estimularán probablemente más la curiosidad de los lectores adolescentes que una clase o una conferencia austera; sin embargo, ¿no tendrá tal sustitución otras consecuencias?
Los valores
Un escritor popular y la idealización del pueblo
13La legitimidad que se otorga Pérez-Reverte para participar en la «recuperación de la memoria histórica de los españoles» estriba, por una parte, en su amor por la patria, que le confiere, analógicamente, la autoridad moral que el narrador atribuye a Quevedo en la novela: «No entendía aún, por mis pocos años, que es posible hablar con extrema dureza de lo que se ama, precisamente porque se ama, y con la autoridad moral que nos confiere ese mismo amor. A don Francisco de Quevedo, eso pude entenderlo más tarde, le dolía mucho España» (p. 65). Por otra parte, el antiguo reportero de guerra esgrima su experiencia en el campo de batalla y su conocimiento de los sufrimientos que genera, presentándose así como un hombre de acción al igual que todos los amigos de Alatriste, hasta el propio Quevedo. En la novela, por un lado están los hombres «auténticos» que arriesgan la vida, no expresan sus sentimientos, sus miedos y sus sufrimientos y no cuidan las apariencias: «Capitán por un día, de una tropa sentenciada a muerte que se fue al carajo vendiendo cara su piel, uno tras otro, con el río a la espalda y blasfemando en buen castellano» (p. 13). Por otro lado, están los que deciden, hablan sin comedimiento, desconocen la generosidad, la compasión y la solidaridad, e ignoran la vida porque no se han enfrentado nunca con la muerte violenta: «Experiencia que de vez en cuando no está de más vivan algunos miembros de las clases altas, demasiado acostumbrados a cascarla de perfil entre pífanos y tambores» (p. 90).
14No obstante, los personajes tratados con más dureza no son los más encumbrados sino los «burócratas» (Bocanegra, Alquézar…) dispuestos a hambrear a los soldados a pesar de que se hayan merecido el sueldo: «Que unas son las intenciones de los generales y otras las de secretarios, administradores y escribanos…» (p. 215). Esta animosidad en contra de los funcionarios, los ricos y los intelectuales se encuentra del mismo modo en los artículos aparecidos en El País Semanal analizados por Castilla Gallego: «Frente a ese panorama, se alzan los políticos corruptos, los banqueros oportunistas, los especuladores de guante blanco, los periodistas venales y la tribu indigna de los famosos, auténticos funcionarios del papel couché»18. Tanto en los artículos como en el Capitán Alatriste, se idealiza al pueblo: «El nuestro —dice Pérez-Reverte, recurriendo a la conocida aseveración propalada por el Poema de Mío Cid, que tantas veces ha repetido él mismo en otros artículos— es el país de los buenos vasallos, siempre fieles, siempre traicionados, que nunca encuentran buen señor»19. Asimismo en El capitán Alatriste, la referencia al Cid permite expresar el sentimiento de una oposición sistemática y maniquea en la Historia de España entre el pueblo y sus dirigentes:
Otra hubiera sido la historia de nuestra desgraciada España si los impulsos del pueblo, a menudo generoso, hubieran primado con más frecuencia frente a la árida razón de Estado, el egoísmo, la venalidad y la incapacidad de nuestros políticos, nuestros nobles y nuestros monarcas. El cronista anónimo se lo hace decir a ese mismo pueblo en el viejo romance del Cid, y uno recuerda con frecuencia sus palabras cuando considera la triste historia de nuestras gentes, que siempre dieron lo mejor de sí mismas, su inocencia, su dinero, su trabajo y su sangre, viéndose en cambio tan mal pagadas: «Qué buen vasallo que fuera, si tuviese buen señor» (p. 121, véase también p. 172).
El carácter nacional y el Siglo de Oro
15La manera en que insiste Alatriste en las esencias nacionales (la imagen del español orgulloso y pendenciero) recuerda los debates celebrados a comienzos de siglo sobre la esencia de lo español y el mito del carácter nacional tan puesto en entredicho por Julio Caro Baroja (El mito del carácter nacional, 1970) y Francisco Ayala (La imagen de España, 1986). Algunos lugares típicos permiten, por ejemplo, poner de relieve la peculiaridad del pueblo español, es el caso del mentidero, la taberna, y sobre todo el corral, percibidos como realidades características de la España del siglo xvii:
Singular carácter el nuestro. […] Pero meter mano a la blanca y darse cuchilladas por asistir a una representación teatral era algo reservado a aquella España de los Austrias que para lo bueno, que fue algo, y lo malo, que fue más, viví en mi juventud: la de las hazañas quijotescas y estériles, que cifró siempre su razón y su derecho en la orgullosa punta de una espada (p. 194).
16Del mismo modo, la referencia a Marquina situada en epígrafe orienta la lectura hacia una búsqueda de la esencia del carácter nacional. En Flandes se ha puesto el sol, como considera Francisco Ayala, ha ayudado a crear la imagen de la España castiza20.
17Por otro lado, se reivindica el Siglo de Oro en la novela por dos razones fundamentales: porque representa un momento de esplendor cultural y artístico en el que participó el pueblo (toda España amaba el teatro) y, de manera más relativa, porque España era entonces «grande» militar e internacionalmente. Si el legado artístico difícilmente podrá compensar la existencia de tantas penalidades, el patrimonio, el arte o la literatura pueden despertar en los españoles de hoy un cierto orgullo y forman parte para siempre, además, de la identidad nacional. Son la prueba, frente a las representaciones localistas o autonomistas de la Historia, de que «España» no es un invento reciente ni una entidad carente de sentido:
Ni él [Lope de Vega], ni don Francisco de Quevedo, ni Velázquez, ni el capitán Alatriste, ni la época miserable y magnífica que entonces conocí, existen ya. Pero queda, en las bibliotecas, en los libros, en los lienzos, en las iglesias, en los palacios, calles y plazas, la huella indeleble que aquellos hombres dejaron de su paso por la tierra. El recuerdo de la mano de Lope desaparecerá conmigo cuando yo muera, como también el acento andaluz de Diego de Silva, el sonido de las espuelas de oro de don Francisco al cojear, o la mirada glauca y serena del capitán Alatriste. Pero el eco de sus vidas singulares seguirá resonando mientras exista ese lugar impreciso, mezcla de pueblos, lenguas, historias, sangres y sueños traicionados: ese escenario maravilloso y trágico que llamamos España (p. 187).
«Cualquiera tiempo pasado fue mejor»
18La estructura temporal de la serie Alatriste se organiza siguiendo una impresión de decadencia permanente:
Esta idea de la decadencia de las civilizaciones está en el soporte del ciclo Alatriste. La serie tiene un doble alcance, de reivindicación nacional y de añoranza de unos tiempos pretéritos mejores. En éstos hubo luchadores e idealistas. Se movían por un código donde los principios eran básicos y no por intereses mezquinos21.
19En 1623, tiempo de la diégesis del Capitán Alatriste, los personajes expresan su nostalgia («todavía éramos poderosos») y su impresión de estar viviendo una época de decadencia (económica, política) frernte a un momento que nunca queda definido claramente —ciertos apuntes orientan al lector hacia el reinado de Felipe II. Entre la primera mitad del siglo xvii y el tiempo de la escritura (segunda mitad del xvii) o bien el momento actual del lector (ambas temporalidades se confunden a menudo, como nos ha demostrado el estudio de la enunciación) cabe destacar ciertos elementos de permanencia (la corrupción, la bondad del pueblo) pero sobre todo muchos cambios, todos ellos negativos: pérdida del poderío internacional («El tiempo que relato aún estaba lejos de tan funesto futuro, y Madrid era todavía la capital de las Españas y del mundo», p. 173); pérdida de una cultura en la que se fundían la masa y las élites; pérdida de la dignidad. Y esta decadencia no se detiene a finales del siglo xvii. La impresión que deja la novela y toda la serie Alatriste es la de que no ha habido ningún progreso digno de señalar en la novela entre la sociedad del Antiguo Régimen y la democracia española actual.
20Sin embargo, teniendo en cuenta los ataques insistentes a la intolerancia religiosa que reinaba en España tras la Contrarreforma, El capitán Alatriste no puede remitirnos implícitamente a una España imperial idealizada. Si le edad de oro que presupone la idea de decadencia en la novela no puede encontrarse en la Historia de España es porque dicha edad de oro es puramente mítica, y lo es de dos formas. Por un lado, la novela se refiere a una anterioridad ahistórica, imaginaria, la nostalgia de un «antes» que nunca ha existido y que cabe percibir también en algunos artículos del autor, tal y como expone Sanz Villanueva:
Hubo en el sentir de nuestro autor, un ayer más hermoso cuya aureola se extiende incluso a comportamientos no muy recomendables22.
21Por otro lado, en lo que a valores se refiere, la novela remite a un espacio preservado en el que podían expresarse, en medio de la miseria moral que reinaba en el siglo xvii, ciertas virtudes que se veían frecuentemente entre el «pueblo llano» (en particular entre los soldados) y que, si bien no han desaparecido del todo en nuestros días (y cabe creer que el mismo autor sería buena prueba de ello), se han hecho cada vez más escasas:
El pasado se nos presenta como ejemplar, genuino y superior, en contraste con un presente de la narración en el que sólo algunos personajes que se aferran a usos y normas del pasado se salvan de la esencia impura, inferior y degradada que rezuma la contemporaneidad por cada unos de sus poros23.
Ética, moral y valores «masculinos»
22Gonzalo Navajas estima que El capitán Alatriste defiende la posibilidad de una «aserción ética». Como en este fin de siglo esa opción ética no puede ya presentarse como opción «moral» y mucho menos «moralizante», tiene que hacerse de manera indirecta:
No se propone en Pérez-Reverte la resurrección de una filosofía imperial y universalizante, sino la oportunidad de insertar en el medio de la indeterminación finisecular la opción de la aserción ética. Esa aserción sólo puede producirse, claro está, por modo implícito e indirecto, ya que la ruptura ideológica actual es irreversible24.
23Lo que deja en el aire Navajas en su por lo demás apasionante artículo es la naturaleza de dicha opción ética.
24Ya hemos visto, y Lise Quéffelec-Dumasy nos lo confirma, que el valor en la novela popular reside principalmente en el protagonista25. Ahora bien, no todo era brillante en aquel siglo xvii, como recuerda el narrador al lector, y ello diluye una de las paradojas de la idea que el autor se hace de la Historia —el conocimiento realista de la Historia va asociado, paradójicamente, con una cierta idealización del pasado. Eran aquellos tiempos difíciles y lo que pueda parecernos reprobable en el protagonista hay que situarlo en su contexto, relativizarlo. Se trata de un mercenario, pero es la sociedad de su época la que le obliga a serlo: «Ahora es fácil criticar eso; pero en aquellos tiempos la capital de las Españas era un lugar donde la vida había que buscársela a salto de mata, en una esquina, entre el brillo de dos aceros» (p. 11).
25Para ser un hombre digno de admiración, en El capitán Alatriste hay que ser hombre de honor capaz de hazañas. En la novela, el honor es sobre todo el respeto debido a los demás (el valor de la palabra dada, por ejemplo) y en especial a uno mismo, unido al valor y a la adecuación entre los principios y la acción (lo que se denomina también «dignidad»). Ello no impide que la dignidad, como la entiende Pérez-Reverte, vaya acompañada del respeto a las formas, de la belleza del gesto, en una palabra, de la gallardía, con todo lo que ella implica de humano, a veces de generosidad: «que no había gloria en batirse con un hombre ebrio, ni desdoro en retirarse con prudencia por evitar males mayores» (p. 23).
26Junto con la dignidad, el valor y la fuerza son sistemáticamente ensalzados como virtudes que se encuentran frecuentemente entre el pueblo español del Siglo de Oro:
—¿Tanta importancia dais al valor?
—A veces es lo único que queda —respondió con sencillez el capitán. Sobre todo en tiempos como éstos, cuando hasta las banderas y el nombre de Dios sirven para hacer negocio (p. 150).
27Por último, más que amistad, lo que une a los personajes es una ruda solidaridad masculina, como la que se demuestran Alatriste y Martín Salas: «Era la suya una amistad vieja, profesional; ruda como corresponde a hombres de su talante, pero realista y sincera» (p. 26).
28A decir verdad, esos valores «propios de nuestro protagonista» que definen lo que algunos críticos denominan la ética personal de Pérez-Reverte —ética que, según Gonzalo Navajas, remplazaría la pérdida de valores de la época posmoderna y el final de la moral moderna— no tienen nada de original ni de revolucionario, pues no hacen más que tomar prestados, reinscribiéndolos en un contexto más realista, los valores de los protagonistas de las novelas de capa y espada (el valor, el honor, la lealtad, la solidaridad), los de algunos protagonistas de películas del Oeste (el aspecto taciturno) y, por último, los de los héroes cansados, como algunos protagonistas de novela policíaca (el desencanto que llevaría asociada la lucidez).
29Y todos estos valores que defiende nuestra novela, y la manera de hacerlo, son valores tradicionalmente masculinos, vinculados a lo «viril». La idea con que se quedará el lector de la reconstrucción del Siglo de Oro que realiza El capitán Alatriste es la de que, para ser alguien y un verdadero español, hay que «tenerlos bien puestos», como «los tienen» el capitán y sus amigos, siguiendo una metáfora utilizada hasta la saciedad por Pérez-Reverte —recordemos: «los tuvimos bien agarrados por las pelotas»; «los jodimos»; «uno de esos hombres pequeños, duros y bragados en los que pródiga fue siempre España para lo bueno y para lo malo» (p. 134), metáfora que algunos críticos aplican al mismísimo autor: «el escritor con agallas»26.
¿La memoria contra la Historia?
30En la serie de Alatriste, se lleva a cabo un proyecto pedagógico utilizando unos mecanismos de persuasión que han dado sobradas muestras hace tiempo ya de su eficacia: repetición para una mejor fijación en la memoria, palabras llanas y sin tapujos, la historia de los que actúan frente a la de los que se limitan a pensar, utilización de la emoción, de la identificación y de la heroicización. Más que un mejor conocimiento de la Historia propiamente dicha, lo que pretende conseguir el autor es hacer resucitar cierta «memoria colectiva», término al que el autor da primacía en sus artículos: «Aquí, en esta España suicida, ingrata y sin memoria, nos estamos quedando sin referencias culturales»27. Por otro lado, el novelista excluye cualquier dimensión política, que no hace sino complicar la interpretación de la Historia: «Alguna vez he dicho que la memoria de España no es de izquierdas ni de derechas, sino eso, memoria a palo seco, y como tal muy necesaria». Ya va siendo hora, dice, de que Felipe II («glorificado por el franquismo y literalmente arrojado a las tinieblas por los ministros de Educación y de Cultura de los siguientes veinte años») recupere «su lugar histórico natural»28. Pérez-Reverte se enfrenta a los historiadores, a los profesores y a su Historia para intelectuales, escudado en la legitimidad que le confiere ser alguien que siente, que ha vivido, que ha conocido la guerra de primera mano (lo que le lleva a «entender» la Historia bélica), alguien que ama a su país y a sus gentes. Lejos estamos, pues, a este respecto, de las teorías de algunos historiadores actuales que, como el medievalista Patrick Geary, han demostrado que, desde que existe la escritura, la memoria colectiva, oral, y la Historia escrita se alimentan la una a la otra y han sido ambas construidas respondiendo a un objetivo común, a un proyecto político29. El aval de la pasión, de aspirar a lo auténtico, de recurrir a lo que se siente, a lo afectivo, mediante la utilización de ciertas técnicas de construcción del relato (maniqueísmo de los personajes, heroicización del protagonista, etc.), la repulsa del discurso intelectual, no sirven, en nuestra opinión, de gran ayuda al lector de El capitán Alatriste a la hora de reflexionar sobre la Historia y la sociedad.
Conclusión: «la verdadera patria de un hombre es su niñez»30
31No, afirma Gonzalo Navajas: no hay proyecto ideológico en la interpretación de España que da Pérez-Reverte, solo hay un lamento por la pérdida de las virtudes caballerescas. Pero, ¿qué implica ideológicamente la visión idealizada de una sociedad donde triunfan el valor, la fuerza, la dignidad y la lealtad sobre la justicia, la educación, la reflexión, el derecho? La ideología (más bien conservadora, machista y algo populista) que subyace en la producción novelística de Arturo Pérez-Reverte no queda a las claras de manera inmediata, pues las paradojas y contradicciones detectadas en ella no pueden entenderse tan solo como estrategias de ocultamiento novelesco, ya que las encontramos también en los artículos del autor, un autor que parece debatirse entre la nostalgia irracional de un momento mítico y una voluntad de recuperar realísticamente la Historia. Ese apego visceral a las historias de su infancia que «con tanto orgullo nos explicaban nuestros padres y nuestros abuelos»31 y a los valores que éstas transmitían es un elemento fundamental de la identidad del autor. Y el modo en que, a su vez, pretende suministrar una identidad colectiva a los jóvenes españoles no hace sino repetir en cierta manera el mecanismo que conoció en su infancia y le permitió construir su personalidad. Por ello, a pesar de todas las miserias de una época, de las que es consciente, reivindica un Siglo de Oro que siente épico y transido de unos valores caballerescos que atribuye a los que hicieron y defendieron España como nación unida y gloriosa. Por ello también, ha podido convertir a un soldado del tercio de Flandes transformado en mercenario —un hombre cuya vocación es matar— en un héroe español para el joven de hoy. Por ello, finalmente, Sanz Villanueva ha podido decir que es difícil comprender el ideario del autor:
Por una parte, su acerada pluma, casi destemplada y hasta agria, […] llega a los límites de la denuncia explícita. Por otra, sus ficciones añoran un mundo de mayor bondad, belleza y sensibilidad. La lectura global de su obra me produce el efecto de un escritor que asienta un pie en las miserias de nuestro desventurado planeta y el otro en la Arcadia. Y para mí tengo que el fondo último de toda su literatura reposa sobre una quimera, la quimera del sueño de la Arcadia32.
Bibliographie
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Sanz Villanueva, Santos, «El revertismo y sus alrededores», en Sobre héroes y libros. La obra narrativa y periodística de Arturo Pérez-Reverte, eds. José Belmonte Serrrano y José Manuel López de Abiada, Murcia, Nausícaä, 2003, pp. 401-423.
Siles, Jaime, «El sol de Breda: situaciones épicas y contenido moral de la novela histórica», en López de Abiada y López Bernasocchi, 2000, pp. 436-446.
Notes de bas de page
1 Prada, 1996, p. 20.
2 «Pérez-Reverte ha salido airoso del envite, pese al desafío que suponía, mediante un relato de aventuras transido de elementos propios del folletín y de la novela decimonónica, reivindicar, de manera amena y a la vez rigurosa y sin jactancias eruditas, una época histórica de la envergadura del Siglo de Oro» (López de Abiada, 2000, p. 183).
3 Citado por Pérez Melgosa, 2003, p. 333.
4 Siles, 2000, p. 436.
5 Citado por Castillo Gallego, 2000, p. 94.
6 Cózar, 2003, p. 55.
7 Citado por Siles, 2000, p. 439.
8 Guerrero Ruiz, 2000, p. 144 et p. 134.
9 Entre paréntesis en el texto remito a las páginas de Las aventuras del capitán Alatriste. El capitán Alatriste, 1996.
10 López Guntín, 2000, p. 190.
11 Sanz Villanueva, 2003, p. 410.
12 Citado por López Guntín, 2000, p. 192.
13 Pérez-Reverte, Patente de corso, p. 308.
14 Sanz Villanueva, 2003, p. 409.
15 Sanz Villanueva, 2003, p. 417.
16 Queffélec-Dumasy, 1997, p. 238.
17 Queffélec-Dumasy, 1997, p. 248.
18 Castillo Gallego, 2000, p. 96.
19 Castillo Gallego, 2000, p. 98.
20 Ayala, 1973, p. 15.
21 Sanz Villanueva, 2003, p. 420.
22 Sanz Villanueva, 2003, p. 422.
23 Pérez Melgosa, 2003, p. 334.
24 Navajas, 2000, p. 308.
25 Queffélec-Dumasy, 1997, p. 235.
26 Manuel Rivas en La vanguardia citado en la página Web oficial: http://www.capitanalatriste.com.
27 Citado por Castillo Gallego, 2000, p. 93.
28 Pérez-Reverte, Con ánimo de ofender, p. 77.
29 Geary, 1996, p. 31.
30 Declaración de Íñigo (p. 51) y de Pérez-Reverte (Cortanze, 2001, p. 98).
31 Pérez-Reverte, Patente de corso, p. 76.
32 Sanz Villanueva, 2003, p. 422.
Auteur
AMERIBER, Universidad de Bordeaux 3
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