Dos episodios del Libro del caballero Cifar a la luz de sus fuentes: el emperador que no se reía y la buena dueña espulgando la cabeza del caballero
p. 613-626
Texte intégral
1Descubrir nuevas fuentes de los textos permite ir construyendo la atmósfera cultural del escritor, ver los libros que tenía a su alcance y que le interesaron; pero al mismo tiempo esas obras leídas pueden convertirse en testimonios del tiempo en que ese creador escribió, en pruebas para fechar textos cuya escritura aún fluctúa en un vago y amplio espacio temporal. Eso es lo que sucede con el Libro del caballero Cifar, al que todavía se puede ver fechado en historias de la literatura a comienzos del siglo xiv, aunque documentados estudios han probado ya cómo se debe llevar su escritura por lo menos a la tercera década del siglo.
2La historia del emperador que no se reía abre uno de los mundos más atractivos que encierra esa obra, que es «un regimiento de príncipes, es un relato caballeresco y es un libro de caballerías», como demuestra José Manuel Lucía1, en metamorfosis unida a su transmisión textual. Su lectura debe hacerse con los datos que nos proporciona su fuente: un relato oriental que nos ha llegado a nosotros formando parte de Las mil y una noches.
3Como contraste con ese otro mundo del más allá, al que se accede después de recorrer un largo pasadizo, hay en el Libro del caballero Cifar una escena que tal vez pudiéramos calificar de realista, pero que no conviene al decoro de los personajes: vemos cómo Grima, la fiel e inteligente esposa del caballero Cifar, hace que recline la cabeza en su regazo y lo espulga mientras él se duerme placenteramente. Su modelo está en otra obra que dejó una honda huella en el autor del Cifar: El conde Lucanor; y tal afirmación conlleva adelantar todavía más la fecha en que compuso su obra porque sabemos muy bien que don Juan Manuel acabó en 1335 los ejemplos que Patronio le contó a su señor.
El emperador que nunca se reía y la aventura del infante Roboán
4El episodio de las ínsulas Dotadas del Libro del caballero Cifar es uno de los más sugerentes de la obra y ha dado lugar a diversas interpretaciones sobre su sentido alegórico. María Jesús Lacarra lo ha leído como «la nostalgia del Paraíso»2 y, en efecto, el sentimiento de pérdida de ese reino maravilloso, que lleva al que no ha sido digno de él3 a no reírse más —y la risa es un privilegio del ser humano—, se podría asimilar, por las coincidencias que señala la estudiosa, al de la privación de ese lugar utópico. Pero literariamente el pasaje tiene como fuente una narración oriental que explica alguno de sus rasgos más sobresalientes.
5Un relato de Las mil y una noches nos ofrece una historia paralela; lo empieza a contar Sahrazad en la noche quinientas ochenta y ocho4, y es un episodio de la historia de un rey, su joven hijo y el sabio Sindibad. Lo narra el quinto visir del rey para rogarle que no tome una decisión apresurada y mate a su hijo, como está dispuesto a hacer, y luego se arrepienta; le dice al monarca: «Temo que debas arrepentirte como aquel hombre que no volvió a reír nunca más en su vida». El protagonista del relato es un joven que dilapida la fortuna que le deja su padre al morir y queda pobre. Trabaja un año con los obreros, hasta que un día se le acerca un hombre bien vestido que le contrata para que cuide de él y de otros diez viejos, que van vestidos de luto y se pasan el día llorando en una casa espaciosa, bella, confortable. La condición es que nunca pregunte por qué lloran. Pasa el tiempo, se van muriendo los viejos uno a uno, hasta que sólo queda el que le había contratado. Cuando ve que está también éste a punto de morir, el joven —que le ha servido doce años— le dice: «Mi señor, tú estás en peligro, y yo quiero que me informes de la causa de vuestros llantos, de vuestros continuos sollozos, de vuestra tristeza y de vuestra inquietud»5. El viejo le dice que, si quiere que no le pase lo que a ellos, no tiene que abrir nunca la puerta que le señala. Muerto el viejo, la abrirá. Andará tres horas por un estrecho pasillo, llegará a la orilla de un río; una enorme águila lo agarrará con sus patas y, volando, lo dejará en una isla en medio del mar. Después de cierto tiempo, aparecerá un barco de marfil y ébano, recubierto de oro, con diez doncellas bellísimas, que bajarán a tierra y se le acercarán; una de ellas lo coronará y lo llevará a la nave. En ella lo conducirán a un lugar maravilloso, en donde las mujeres gobiernan y los hombres trabajan la tierra. La reina, una joven bellísima, se casará con él. Le dirá que todo su reino es suyo, pero le señalará una puerta cerrada diciéndole: «De todo puedes disponer según tu voluntad, excepto de esta puerta: no la abras, pues si la abres, te arrepentirás cuando ya el arrepentimiento no pueda servirte de nada»6.
6Vive con ella siete años felicísimos; pero un día se acuerda de la puerta, la abre y allí está el águila que lo había llevado a la isla. El ave lo agarra de nuevo y lo lleva otra vez a la isla. Dos meses estuvo el joven esperando allí que alguien lo devolviera al lado de su esposa, hasta que una noche oyó una voz que le dijo: «¡Cuán grandes son las delicias!¡Nunca, nunca se te devolverá lo que perdiste! ¡Entristécete más aún!». Al oírlo, perdió definitivamente la esperanza de recobrar la felicidad perdida. Regresó a la casa de los viejos y supo entonces que ellos lloraban por la misma razón que lo hacía él. Ya no pudo hacer nada más que llorar hasta que la muerte acabó con su llanto y con él.
7El relato tiene como motivo central la imposibilidad de reírse, lo mismo que caracteriza al emperador al que sirve el infante Roboán y luego al propio joven. Y comparten la sucesión de prohibiciones y la transgresión de cada una de ellas, en la secuencia que analizó Propp como una de las funciones del relato maravilloso. Incluso coinciden en detalles. Ambos héroes caminan por un estrecho pasadizo durante horas; Roboán lo hace al llegar a la isla, después de entrar por el postigo, cuyas puertas se abren cuando se acerca él: «E en la peña avíe un caño fecho a mano por do pudiese entrar un cavallero armado en su cavallo, e estavan lámparas colgadas de la peña, que ardíen e alumbravan todo el caño. [...] E fuese por el caño adelante lo más que pudo, así que bien fue ora de terçia ante que al otro cabo llegase, ca bien avíe seis migeros en aquel caño de la una parte fasta la otra»7. El joven del relato árabe abre la puerta tras romper los cuatro candados de acero y «una vez abierta, vio un estrecho pasillo por el que echó a andar y por el que anduvo durante tres horas, al cabo de las cuales salió a la orilla de un gran río»8.
8Coinciden asimismo en el vano rechazo de la reverencia, aunque en distinta situación. En el relato de Sahrazad, cuando el joven besa el suelo ante la reina, ésta se lo impide y lo convierte en señor y rey de todo. En el episodio del Cifar, Roboán se niega a que los reyes, vasallos de la emperatriz, le besen los pies; pero el narrador señala que es costumbre de la tierra, y las doncellas le obligan a aceptar la cortesía.
9Es indudable que el relato del Cifar es mucho más complejo y tiene elementos propios o de otras fuentes9; tampoco es posible saber en qué versión oiría contar el autor del Cifar el relato árabe ni de dónde procedería éste. Sin embargo, a partir de las coincidencias que tienen, se puede entender mejor el sentido que comparten. En los dos relatos, la transgresión lleva al joven a la pérdida de ese lugar maravilloso; en ambos casos se podría leer, en efecto, como la pérdida del paraíso al caer el joven que lo goza —en vida— en la tentación10. La mujer tiene un papel destacado en uno y otro lugar maravilloso; en el árabe, se pinta un mundo al revés con inversión de los papeles de la organización social; en el cristiano, la emperatriz —que se llama significativamente «Nobleza»— es la que recibe el vasallaje de los sesenta reyes; y también el propio demonio adquiere apariencia femenina. Los nombres son indicio del valor alegórico del episodio; junto a Nobleza, está su madre, «la Señora del Paresçer», y el nombre que escoge Roboán para su hijo es «Fortunado»; es lo último que decidirá antes de perder definitivamente ese lugar de felicidad11. El que tendrá con la infanta Seringa se llamará «Fijo de Bendición».
10El relato del Cifar contiene además elementos tomados de otras fuentes. Wagner, en su fundamental ensayo «The Sources of El cavallero Cifar», le dedicó un amplio espacio al episodio; lo relacionaba con la materia de Bretaña: «... the episode of the Enchanted Island, which undoubtedly has its origin in one or more of the legends known as the matière de Bretagne»12. Dentro del relato se habla del libro de Yvan; y a la fuente del lai Lanval, ya señalada por Baist, él le añade el anónimo Graelent; luego menciona el papel destacado que tiene el lai de María de Francia Guigemer. Incluso señala otro relato de Las mil y una noches como origen del caballo volador13. Añadirá cómo «Baist identifies our tale with the lost French lai of Tristan qui onques ne risi»14. No es posible saber si ese lai perdido fue un eslabón intermedio, pero lo que resulta innegable es la clara vinculación a la fuente árabe que nos ha llegado. Los trazos que construyen la historia son los mismos, aunque el autor del Cifar le diera luego un final diferente.
11Roboán y el emperador verán a una bellísima mujer bañándose «en una fuente muy fermosa e muy clara en medio del vergel»; el joven la reconocerá como aquella que le «sacó de seso» y le llevó a perder su honra y placer. Y entonces el lector asiste a una escena sorprendente, porque el demonio, en figura de esa bella dama, empieza a hacer cabriolas: «E ella començó a reír e a fazer escarnio dellos, e fincó la cabeça en el suelo de la fuente e començó a tunbar en el agua, de guisa que non podieron estar que non reyesen, pero el infante non podía reír de coraçón; mas de allí adelante reyeron e ovieron grant plazer e grant solas en uno»15. El emperador sacará de todo ello la enseñanza, el aviso: «Bien aya mal —dixo el enperador— que trae tan grant virtud consigo, que de los tristes faze alegres e da entendimiento a ome para se saber guardar mejor en las cosas quel acaesçieren». Acabará felicitándose porque son dos los engañados y pueden hacerse compañía; y lo corona todo con un refrán: «e por ende dizen que «mal de muchos, gozo es»16.
12Ese final tan alejado de la desesperación a la que llega el héroe del relato árabe tiene una indudable fuerza cómica. Se ríen los personajes y el lector. Y debió hacerlo también Cervantes, que fue uno de ellos17, porque lo recreó en una escena de su Don Quijote: son deudoras de ese tumbar en el agua de la mujer-diablo las «zapatetas en el aire» y las «tumbas» que da don Quijote, «la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, vovió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco»18.
La relación entre El Conde Lucanor y el Libro del caballero Cifar
13El autor del prólogo al Cifar menciona a don Juan Manuel entre los que, en Toledo, salieron a recibir el cuerpo del cardenal Gonzalo García Gudiel: «E fue y don Gonçalo, arçobispo de Toledo, su sobrino; e don Iohán, fijo del infante don Manuel, con él. Ca el arçobispo lo salió a resçebir a Peñafiel e non se partió de él fasta en Toledo, do le fezieron atan grant onra como ya oyestes»19. Y la relación que existe entre el Libro de los enxiemplos del conde Lucanor et de Patronio y el Libro del caballero Cifar es innegable, aunque nunca los estudiosos, que han señalado concordancias entre ambos, le han dado ninguna importancia a tal hecho. Juan Manuel Cacho Blecua afirma al hablar de la fortuna literaria del Cifar: «Pueden señalarse unas mínimas coincidencias entre el Zifar y don Juan Manuel, mientras que los paralelismos con el Libro de buen amor son mucho más numerosos y significativos, sin que en ninguno de los dos casos podamos necesariamente concluir que se trata de una relación de dependencia»20. Tiene también, en efecto, la obra elementos comunes con el Libro de buen amor, y son asimismo muy significativos; y me atrevo a apuntar que, en ambos casos, existen lazos entre los textos. Voy a analizar la relación —esencial para la datación del Cifar— que hay entre la obra de don Juan Manuel y el Cifar.
La prueba de los amigos, y la mujer que comparte el lecho con sus hijos
14Tres son los relatos que tienen en común las dos obras, como ya señaló Wagner. El más universal es la prueba de los amigos, que forma el ejemplo XLVIII del Conde Lucanor, «De lo que contesçió a uno que provava sus amigos», que en el Cifar se anuncia: «E çertas los omes non lo pueden conosçer bien fasta que los proevan, ca bien así como por el fuego se proeva el oro, así por la proeva se conosçe el amigo. Así contesçió en esta proeva de los amigos a un fijo de un ome bueno en tierras de Sarapia, como agora oiredes»21. Wagner lo analizó e indicó su presencia en obras tan populares como la Disciplina clericalis o en Castigos e documentos del rey don Sancho IV, de donde parece que parten los dos textos; el Cifar enlaza luego con otra fuente22 al incluir una segunda historia como demostración de la verdadera amistad. Ese ejemplo es, por tanto, el menos significativo y poco dice del enlace entre las dos obras por su tan amplia divulgación.
15El segundo relato que comparten es el de la falsa apariencia que ofrece la mujer durmiendo con su hijo (o hijos, en el Cifar), o como dice el ejemplo XXXVI del Conde Lucanor: «De lo que contesçió a un mercadero quando falló su muger et su fijo durmiendo en uno»23. En el ejemplo de don Juan Manuel, la falsa apariencia está mejor justificada porque el mercader no sabe de la existencia de su hijo —pero sí se acordará luego de que había dejado a su mujer embarazada—, que es uno solo, y la madre le llama marido «por el grand amor que avía a su padre»; además quien contempla con sus propios ojos las escenas de la supuesta relación adúltera es el marido, que se ha escondido en su casa.
16En la historia del Caballero Cifar, el relato está acomodado con cierta violencia al curso de los hechos. Son dos los hijos —el padre los conoció, aunque luego creyó que habían muerto—; por tanto, la apariencia de la mujer durmiendo entre los dos fluctúa entre lo monstruoso o lo inocente. No será el marido quien vea la escena de la cama (no existe la convivencia de todo el día, como en el ejemplo del Conde Lucanor), sino primero un portero y luego un alguacil (el segundo testigo es todavía más inverosímil, pero es absolutamente necesario para que se le dé fe al primero).
17El escritor se ve obligado a justificar la razón de que descubra el portero de la reina a los tres en la misma cama: «E quando ovieron comido, fuéronse a dormir, e ella echose entre ellos, como entre sus fijos que avía perdidos e cobrado nuevamente, ca non se fartava de fablar con ellos nin se podía de ellos partir. E tanto fabló con ellos e ellos con ella, que fincaron muy cansados e dormieron fasta otro día a ora de terçia»24. Lo que no justifica es por qué el portero encuentra las puertas abiertas de la posada de la dueña, de tal forma que «entró fasta la cama do yazía la buena dueña con sus fijos»; le contará a la reina cómo la encuentra así e incluso añade el detalle de que tenían «un cobertor de veros sobre ellos». El alguacil que los irá a prender los encontrará de la misma forma; sólo se despertarán a sus voces. Se precisa cómo la dueña estaba «en saya e en pellote, así como se avía echado entre ellos». Antes de que el rey, furioso por lo que cree perversión de su mujer, ordene que la quemen, pregunta a los jóvenes de dónde son y por qué deshonraron a la dueña. Garfín le contará su historia, cuyo comienzo el rey conoce muy bien. Así reconocerá a sus hijos, aunque calle todavía el vínculo que los une, y suspenderá el terrible castigo, que había aplazado sensatamente.
18Es evidente que, si el relato sólo estuviera en los dos textos, el autor del Cifar lo habría tomado del ejemplo del Conde Lucanor para convertirlo en materia de la historia de sus personajes. Lo utiliza para reunir a la familia separada, aunque no venga el reconocimiento del rey Mentón como padre y marido hasta que su esposa oficial, la reina, muera, justo antes de que finalicen los dos años de castidad que el rey finge haber prometido a Dios. No hay duda de que la apariencia de la dueña entre los dos jóvenes no tenía la misma fuerza equívoca que la de la mujer del mercader con su hijo, al que además llamaba «marido». Si se pudiera establecer un vínculo directo entre los dos textos, es obvio que el autor del Caballero Cifar adapta el ejemplo del Conde Lucanor. Se ve también esa dirección en la enseñanza moral que se extrae de la historia.
19El consejo que le vende por una dobla un maestro al mercader en El conde Lucanor es que «quando fuesse muy sañudo et quisiese fazer alguna cosa arrebatadamente, que se non quexasse nin se arrebatasse fasta que sopiesse toda la verdad». Y tres veces está a punto de matar a su mujer y al joven, pero le frena el consejo comprado: «Et yendo assí muy sañudo, acordándose del seso que conprara, estido quedo»25. Y en seguida oirá las palabras de su mujer que le hacen comprender la verdadera situación:
Quando el mercadero aquello oyó, et se acordó cómmo dexara en çinta a su muger, entendió que aquél era su fijo. Et si ovo grand plazer, non vos marabilledes. Et otrosí, gradesçió mucho a Dios porque quiso guardar que los non mató commo lo quisiera fazer, donde fincara muy mal andante por tal ocasión, et tovo por bien enpleada la dobla que dio por aquel seso, de que se guardó et que se non arrebató por saña.
20En cambio, en el Cifar, queda reducida la conclusión a agradecer mucho a Dios por haber cobrado sus hijos y «porque se non conplió lo quel mandava fazer con saña a aquella dueña su muger. E enbió mandar que la non matasen. E por ende dizen que aquel es guardado el que Dios quiere guardar»26. Antes había precisado cómo «ante que la dueña levasen, preguntó el rey a los donzeles». Precisamente el término «con saña» apunta a un modelo en el que tuviera papel el arrebato por la cólera. Pero, como es obvio, el autor del Cifar pudo tomar el relato de otra fuente.
El rey y el alquimista
21El tercer ejemplo del Conde Lucanor que está también en el Libro del caballero Cifar es todavía más significativo. Es el ejemplo XX, «De lo que contesció a un rey con un omne quel dixo quel faría alquimia»27. Y la razón del relato de Patronio es que el conde Lucanor le dice:
Patronio, un omne vino a mí et dixo que me faría cobrar muy grand pro et grand onra, et para esto, que avía mester que catasse alguna cosa de lo mío con que se començasse aquel fecho, ca desque fuesse acabado, por un dinero avría diez.
22En el Cifar aparece también en forma de ejemplo que le cuenta el infante Roboán al emperador e ilustra cómo era el joven quien le aconsejaba mejor, y así queda plenamente justificada la confianza que le tiene y que le llevará a nombrarle su sucesor una vez cerrado el episodio ya comentado de las ínsulas Dotadas. La situación que lleva al relato arranca de la presencia de un «físico» que le enseña al emperador «sus cartas de cómo era liçençiado» y le dice que cura todas las enfermedades con tres hierbas de nombres extraños, que sólo él conoce y que sólo él puede ir a buscar; para hacerlo quiere treinta o cincuenta camellos y lo que necesitara, que resultaba ser diez mil marcos de plata. El emperador pide consejo a Roboán, «e él díxole que se non se atrevía a lo consejar en esta razón, ca non quería que por su consejo le contesçiese lo que le contesçió a un rey moro sobre tal fecho como éste»28. Ante la curiosidad del emperador, le cuenta la historia.
23El autor del Cifar aprovecha el ejemplo para demostrar cómo el hijo de un alfajeme no puede aspirar a ser caballero; siempre será hijo de alfajeme. Cuando el rey le pregunta cuál es su oficio, se le ocurre decir que su «mester es fazer oro», y así se convierte en el timador o «golfín» del relato de don Juan Manuel. Este coge cien doblas, las lima y hace con las limaduras y otras cosas que mezcla con ellas cien «pellas» o pelotas y las llama «tabardíe». El hijo del alfajeme calcina veinte doblas y las convierte en polvos a los que da el nombre de «alexandrique». Ambos tratan el asunto con un especiero; el esquema de la estafa es el mismo: si falta un solo ingrediente, no puede lograrse el oro; y ese misterioso tabardíe o alexandrique tiene que irlo a buscar el timador, y para ello el rey del Conde Lucanor le da «muy grand aver» al golfín, y el del Cifar «diez camellos cargados de plata»29 al hijo del alfajeme. La demostración que hace el primero transforma lo que costaba dos o tres dineros en una dobla; el segundo consigue de diez doblas veinte.
24En el relato de don Juan Manuel, el rey encontrará en casa del golfín un arca cerrada que contiene un escrito que dice: «Bien creed que non a en el mundo tabardíe; mas sabet que vos he engañado, et quando yo vos dizía que vos faría rico, deviérades me dezir que lo feziesse primero a mí et que me creeríedes». En la historia que cuenta Roboán falta este elemento, que cerraba ya el relato; de tal forma que la parte final, donde de nuevo coinciden ambos textos, y que es la más jugosa, queda luego como añadida en el texto del Conde Lucanor. En ella se cuenta cómo unos hombres se divertían escribiendo los nombres de los que conocían con el adjetivo que correspondía a su forma de ser: «Et quando ovieron a escrivir los omnes de mal recado, escrivieron y el rey». El rey se entera y, asegurándoles que nada les iba a hacer, les pregunta el porqué le consideraban así:
E ellos dixiéronlo: que por razón que diera tan grand aver a omne estraño et de quien non tenía ningún recabdo. Et el rey les dixo que avían errado, et que si viniesse aquel que[l] avía levado el aver, que non fincaría él por omne de mal recabdo. Et ellos le dixieron que ellos non perdían nada de su cuenta, ca si el otro viniesse, que sacarían al rey del escripto et que pornían a él30.
25El autor del Caballero Cifar tiene un dominio muy superior del arte narrativo y recrea con gran ingenio esa parte de la historia. Hace que sea el propio rey, moro —que era tan justiciero que todas las noches «andava con dies o con veinte por la villa a oír qué dezían e que fazía cada uno»—, quien oiga lo que dicen unos «moros mançebos» que en una casa comen, beben y se divierten. Lo que oirá el rey desde fuera es que un moro dice: «Diga agora cada uno quál es el más nesçio de esta villa». «Que yo sé, es el rey». El rey se enfada mucho y manda prenderlos; añade el narrador: «E por ende dize que quien mucho escucha su daño oye». Al día siguiente, uno de los jóvenes, que había dicho a los demás que le dejaran hablar, asume la culpa y justifica el calificativo que le ha dado por la credulidad del rey ante el estafador que le hizo creer lo imposible: que haría del plomo oro. Lo mejor de la escena es el diálogo final entre el joven y el rey:
«E crey çiertamente que nunca le verás más ante ti, e sí as perdido quanto le diste, e fue grant mengua de entendimiento». «¿E si veniere?» —dixo el rey. «Çierto só, señor —dixo el moro—, que non verná por ninguna manera». «¿Pero si veniere?» —dixo el rey. «Señor —dixo el moro—, si él veniere, raeremos el nombre del libro de la nesçedat e pornemos y el suyo; ca él verná a sabiendas a grant daño de sí, e por aventura a la muerte, porque él non podrá fazer aquello que te prometió, e así será él más nesçio que tú»31.
26En el relato del Conde Lucanor, los hombres escriben los nombres, de ahí que puedan decir que quitarían al rey «del escrito». En el del Cifar, los jóvenes —el rasgo ayuda a conformar la escena de risas y burlas— dicen los nombres; de ahí que con suma inteligencia se hable de borrar «el nombre del libro de la nesçedad». La comparación entre los dos textos permite ver no sólo los paralelismos que subrayo en la materia contada, sino —insisto— el muy superior arte narrativo del autor del Cifar.
27Queda la moraleja, el consejo. La idea es la misma, incluso coinciden en términos, pero de nuevo el desarrollo es mayor en el Cifar. Dice Patronio:
Et vós, señor conde Lucanor, si queredes que non vos tengan por omne de mal recabdo, non aventuredes por cosa que non sea çierta tanto de lo vuestro, que vos arrepintades si lo perdierdes por fuza de aver grand pro, seyendo en dubda.
28Mientras Roboán se explaya más diciéndole al emperador:
E por ende, señor —dixo el infante Roboán al enperador—, comoquier que seades muy rico e podiésedes enplear muy grant aver en tan noble cosa como aquesta que vos dize este físico, si verdat puede ser, non me atrevo a vos consejar que aventuredes tan grant aver. Ca si vos fallesçiese, dezirvos ían que non abiedes fecho con buen consejo nin con buen entendimiento; ca grand mengua de entendimiento es aventurar ome grant aver en cosa dudosa, ca finca engañado si lo non acaba e con pérdida32.
La buena dueña espulgando la cabeza del caballero Cifar
29Admitamos que también existiera una fuente común a los dos relatos —aunque sean ya tres las coincidencias en la elección de historias en diversas fuentes—, pero hay además un detalle muy significativo que permite establecer la relación de dependencia entre ambos, que luego queda reforzada por estos tres relatos analizados: está en una escena aparentemente sin importancia en el Cifar y que, en cambio, es fundamental en el ejemplo del Conde Lucanor.
30Diez días después de salir de Galapia, se le muere el caballo al caballero Cifar por la maldición que le persigue; tiene así que andar él a pie tres días, con su mujer y los dos niños pequeños. Llegan «a ora de terçia» junto a un montecillo, donde hay una fuente de agua clara y un buen prado. Allí descansan y comen. «E después que ovieron comido, acostose el cavallero un poco en el regaço de su muger, e ella espulgándole, adormiose. E sus fijuelos andavan trebejando por aquel prado e fueronse llegando contra el montezillo»33. En ese momento saldrá una leona del monte y se llevará en su boca al mayor; cuando Cifar se despierte y se adentre en el bosquecillo, ya no encontrará rastro de ellos. En seguida vendrá la pérdida del segundo niño. Cuando Garfín cuente al rey Mentón —que no es otro que el caballero Cifar— quiénes son (en el episodio en que los descubren durmiendo en la cama con su madre, la buena dueña), le narrará la escena y repetirá el detalle: «Nuestro padre e ella, andando su camino, como omes cansados, asentáronse a comer çerca de una fuente clara que estava en unos prados muy fermosos. E después que ovieron comido, nuestro padre puso la cabeça en el regazo de nuestra madre, e ella espulgándole, él dormiose»34. El detalle realista de cómo ella le espulga lleva al sueño del cansado caballero; así puede tener lugar el rapto del niño por la leona. Sin embargo, no deja de faltar al decoro de personaje tan principal: no es un siervo, es un caballero de noble origen que llegará a ser el rey Mentón. Curiosamente, desaparece tal precisión (“e ella espulgándole”) en el manuscrito P (ms. Esp. 36 de la Biblioteca Nacional de Francia, bellísimamente ilustrado), como señala J. M. Lucía35, por ser «detalle demasiado realista y poco cortesano».
31Vayamos ahora a otro caso semejante en El conde Lucanor: es el ejemplo XLII, «De lo que contesció a una falsa beguina». Cuenta las maldades de «una muger destas que se fazen beguinas», que hablará con el diablo que está triste por la vida feliz y avenida de un matrimonio. La beguina no es una simple hipócrita, como a veces se anota, sino que es una religiosa de la comunidad fundada en el siglo xii por Lambert le Bègue (sólo así se explica esa convivencia y familiaridad con el diablo, que supone el ataque directo de don Juan Manuel a la comunidad). Ella creará tal desconfianza entre los cónyuges que les llevará a la muerte. Le cuenta a la esposa cómo él quiere a otra mujer y que, si consiguiera «unos pocos cabellos de la barba de su marido, de los que están en la garganta», un sabio conseguiría que volviera a quererla como antes. Al marido le había contado cómo su mujer intentaría matarle para irse con su amigo; que haría que se durmiese en su regazo y lo degollaría luego con una navaja. La preparación de la escena que desencadena la tragedia se cuenta así:
Et luego que su muger lo vio, reçibiolo mijor que los otros días de ante et díxol que sienpre andava trabajando et que non quería folgar sin descansar, mas que se echasse allí cerca della et que pusiesse la cabeça en su regaço, et ella quel espulgaría36.
32Don Juan Manuel no precisa la condición social del matrimonio, sólo dice que «en una villa avía un muy buen mancebo et era casado con una muger», pero es evidente que no es un noble. El que la mujer le espulgue no sólo no atenta contra el decoro del personaje, sino que es esencial para que pueda suceder la escena que desencadena la tragedia y lleva al final del relato.
33El autor del Cifar tomó la escena de un ejemplo del Conde Lucanor que le preocupaba mucho, porque él era partidario de las beguinas. En medio de los consejos que da Mentón a sus hijos —y sin que venga a cuento—, hay una alabanza de los beguinos:
Onde, mios fijos, seredes justiçieros con piedat allí do pecaron los omes por ocasión; e así vos daredes por beguinos, e beguino es el ome que es religioso a Dios e piadoso a sus parientes que lo meresçen e que non fagan mal a los menores, e que sea amigo a sus iguales e aya reverençia a sus mayores, e que aya concordia con sus vezinos e que aya misericordia a los menguados e dé buen consejo e sano a do gelo demandaren37.
34Si se une la alabanza a la escena, puede verse la lectura del ejemplo del Conde Lucanor. Todavía se podrían añadir otras mínimas concordancias38; por ejemplo, dentro también de los consejos que da a sus hijos el rey de Mentón, ejemplifica uno de ellos hablando de «como contesçió a un rey mançebo de Armenia» y cuenta su encuentro con un «físico»; cuando el rey no quiere aceptar la amarga medicina alegórica que le ofrece, el médico le dice: «Onde, pues buen consejo non quieres tomar, miedo he que abrás a tomar mal consejo, de que te fallarás mal. E conteçerte ha como contesçió a un caçador que tomava aves con sus redes»39. Ante la pregunta del rey «¿E cómo fue eso?», narra uno de los relatos más universales —que es una maravilla— recopilado en Disciplina clericalis, en Gesta romanorum y en Barlaam e Josafat, entre otros40, que, sin embargo, no utiliza don Juan Manuel. No es difícil, en cambio, asociar este enlace al ejemplo XIII, «De lo que contesçió a un omne que tomava perdizes». Así le dice Patronio al conde Lucanor: «esto que vós dezides que a vos contesçe, sobre que me demandades consejo, paresçe mucho a los que contesçió a un omne que tomava perdizes. [...] Señor conde —dixo Patronio—, un omne paró sus redes a las perdizes...»41, p. 103. Podría también enlazarse la enseñanza del ejemplo VI, «si queredes ser guardado deste danpno que dezides que vos puede venir, aperçebit vos et ponet y recabdo ante que el daño vos pueda acaesçer»42, con «la palabra del sabio» que tiene en cuenta Roboán: «A los comienços del mal te da a cuita a poner consejo, ca si tarde viene, non aprovecha la melezina, quando el mal por la grand tardança e luenga creçió e tomó grand poder»43, que es lo que les sucede a los pájaros con el lino ya crecido en el relato de don Juan Manuel (la golondrina les advirtió de que lo arrancaran antes de que ya no pudieran hacerlo).
35Incluso pueden relacionarse los problemas que tienen un labrador y su hijo con su única montura (ejemplo ii del Conde Lucanor) y los que se le presentan al caballero Cifar y a su mujer, que lleva a sus dos hijos, al quedarse con un solo caballo. Grima le ofrece la montura a su esposo cuando se le muere el caballo, y él se niega diciéndole que «sería cosa desaguisada e muy sin razón ir yo de caballo e vos de pie»; luego se encontrarán a un caballero que les amenaza y que le niega a Cifar la condición de caballero diciéndole: «¿Cuidades escapar por cavallero seyendo rapas de esta dueña? Si cavallero sodes, sobit en ese cavallo de esa dueña e defendetla»44. En ambos casos, no hay solución alguna: hicieran lo que hicieran, serían juzgados mal.
Final
36No es verosímil que dos autores coincidan en incluir en su obra nada menos que tres relatos, cuando además éstos provienen de diversas fuentes (y se ignora además la procedencia de uno de ellos), y en ese detalle tan significativo, que se ha considerado «realista» en el Cifar, y que, en cambio, es esencial para el ejemplo en El conde Lucanor. Es evidente que existe entre ambas obras una relación de dependencia, y, después de analizar los relatos, también está clara la dirección que tiene: el autor del Libro del caballero Cifar leyó El conde Lucanor (no olvidemos que menciona a don Juan Manuel en el prólogo). Incluso me atrevería a decir que el nombre de «Caballero de Dios» que el rey de Mentón le pone a Cifar y con el que se le llama a partir de entonces45 tiene que verse a la luz del ejemplo tercero de la obra de don Juan Manuel, «Del salto que fizo el rey Richalte de Inglaterra en la mar contra los moros», en que Patronio le habla al conde Lucanor sobre cómo salvar el alma «segund el estado que tenedes»: «queredes seer cavallero de Dios et dexades de ser cavallero del diablo et de la ufana del mundo, que es falleçedera»46. Patronio le dice que debe ser buen caballero y no abandonar el mundo encerrándose en un monasterio, porque tanto se salva el buen ermitaño como el rey Richalte con sus hazañas como caballero.
37Como es bien sabido, el noble castellano dice al final de su obra el día en que la acaba: el 12 de junio de 1335. Juan Manuel Cacho ya había apuntado a los años 1332-1333 como probable fecha post quem para el Libro del caballero Cifar, y lo apoyaba en razones históricas que sintetizaba así:
La exaltación de la monarquía y del rey justo y de la caballería hidalga, las críticas a la alta nobleza, cierta movilidad social, la insistencia en la nobleza de las buenas costumbres, el rechazo a que los judíos ocupen puestos rectores en la corte, la importancia del consejo y de los consejeros tienen plena coherencia histórica y propagandística en el reinado de Alfonso XI, y algunos de ellos, especialmente la importancia concedida a la investidura, se explican mejor después de 1332-133347.
38También José Manuel Lucía, en su «Aproximación al mundo caballeresco del Libro del cavallero Zifar», afirma que «quien escribió las aventuras de Zifar y las de su hijo Roboán conocía perfectamente el mundo caballeresco y las estructuras estamentales de principios del siglo xiv, así como el arte de la guerra de su época»; e incluso precisa cómo «las palabras de Don Juan Manuel en el cap. XCI de la Primera Parte del Libro de los Estados bien pueden estar en la mente de todos los que con Roboán se encuentran después de salir del reino de su padre»48.
39La materia literaria apoya totalmente estos datos. No se puede pensar ya en modo alguno en una composición de la obra a comienzos del siglo xiv, sino en una fecha de escritura de la obra muy cercana a ese primer testimonio de la existencia del «Cavallero Syfar», junto a Amadís y Tristán, en la Glosa castellana de Juan García de Castrojeriz al Regimiento de príncipes, anterior a 1350. La carta en latín de Pedro de Aragón, del 27 de octubre de 1361, impaciente porque su capellán y escriba Eximeno de Monreal no le ha entregado aún la copia que le pidió del librum militti Siffar es el testimonio definitivo de su existencia. El autor del Cifar leyó El conde Lucanor; y no es verosímil pensar tampoco en que lo hiciera inmediatamente; en cualquier caso, tenemos ya esa fecha de 1335 como término post quem.
40No hay que leer tampoco, como se ha hecho, las coincidencias entre el Cifar y el Libro de buen amor (¿1343?) ni como casuales49 ni como influjo del Cifar en la obra del arcipreste de Hita, sino a la inversa. Tres son los trabajos que han indicado los paralelismos entre las dos obras; Deyermond y Walker50 concluyeron, a partir de las concordancias encontradas, que Juan Ruiz había leído el Cifar; el propio Walker51 añadió en seguida tres pasajes más, donde decía que el arcipreste de Hita parodiaba el Cifar. Joset, que añadió ocho coincidencias textuales más, negó, sin embargo, que con ellos se pudiera establecer una sólida relación de dependencia, y concluyó que lo que sí le parecía «relativamente seguro» era «la existencia de una formación intelectual idéntica» de los dos autores52. Tal acumulación de elementos comunes en ambas obras (que van desde el uso de refranes y expresiones a facecias) no pueden ser ni casuales ni fruto de una formación intelectual «idéntica» —con la coincidencia extrema que supone tal adjetivo, que además no justifica la sucesión de elecciones comunes—53, sino fruto de la lectura que hizo el autor del Libro del caballero Cifar del Libro de buen amor, de la misma forma que asimiló los ejemplos que he indicado del Conde Lucanor.
41El autor del Cifar tomó elementos de ambas obras, y ellas atestiguan su escritura muy cercana a la mitad del siglo. La literatura es historia de la literatura; las obras literarias se transparentan, como palimpsestos, en el fondo de las creaciones de aquellos que las leyeron. Y ese fondo de espejo literario ayuda a fijar en el tiempo la escritura de libros que nos han llegado sin un anclaje temporal preciso.
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Referencias bibliográficas
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Notes de bas de page
1 Lucía Megías, 2005, p. 250.
2 M ª. J. Lacarra, 1993, pp. 75-76.
3 Roboán no podrá ser emperador como esposo de Nobleza; sólo llegará a serlo como heredero de quien, como él, fracasó en la empresa de resistir las tentaciones de ansiar las pequeñas cosas que no se poseen aun en medio de una vida llena de felicidad, de riqueza y de poder.
4 Las mil y una noches, vol. II, p. 880. Seguirá contando el relato a lo largo de las dos noches siguientes.
5 Las mil y una noches, vol. II, p. 882.
6 Las mil y una noches, vol. II, p. 885.
7 Libro del caballero Zifar, ed. 1982, p. 385.
8 Las mil y una noches, vol. II, p. 883.
9 Cátedra señala cómo «en el episodio de la Dama Nobleza, última parte de los “Hechos de Roboán”, se incorporan dos poemas de lamento, en los que la Dama Nobleza primero y luego su partenaire “infiel” Roboán lloran cíclicamente la pérdida recíproca» (1993-1994, p. 332).
10 Lo que diferencia a ese espacio maravilloso del paraíso bíblico es que el héroe consigue acceder a él, no nace en este lugar ideal; bien es cierto que accede a él sin esfuerzo y se le ofrece siempre como prueba. Y es imposible que lo conserve porque a la prohibición le sigue siempre la transgresión.
11 Las mismas palabras abren y cierran ese espacio de aventura maravillosa; todo sucede tan rápidamente al entrar en él como al salir. Roboán, al subir al batel sin remos, se ve en seguida en alta mar, de forma que «non pudo dezir al enperador: “Señor, con vuestra graçia”»; y, al final, toca «un poco del espuela al cavallo e luego fue como si fuera viento, de guisa que el enperador non pudo dezir: “Con vuestra graçia, señora”» (Zifar, ed. 1982, pp. 384 y 403).
12 Wagner, 1903, p. 49. Véase la comparación con el Lanval de María de Francia y con los rasgos de las descripciones del Otro Mundo en Lucía Megías, 1994, pp. 126-129.
13 Wagner, 1903, p. 54.
14 Wagner, 1903, pp. 56-57.
15 Libro del caballero Zifar, ed. 1982, pp. 407-408.
16 Libro del caballero Zifar, ed. 1983, pp. 431-432. Sigo la edición de Wagner en el texto de C. González, porque el pasaje no tiene sentido tal como lo edita J. González Muela.
17 Véase Navarro Durán, 2005, pp. 93-103.
18 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, pp. 289-290.
19 Libro del caballero Zifar, ed. 1982, p. 55.
20 Cacho Blecua, 1996, p. 94.
21 Libro del caballero Zifar, ed. 1982, p. 64.
22 Wagner, 1903, pp. 79-82.
23 Mientras los editores señalan cómo el consejo comprado, que es el primer motivo del relato, figura en Gesta romanorum, no precisan los textos en donde aparece el que comentamos. Dice a este propósito Guillermo Serés: «el supuesto incesto (aquí, no consumado) también figura en multitud de ejemplarios» (El conde Lucanor, ed. 1994, p. 153). Pero lo que caracteriza al relato no es el incesto sino la apariencia de adulterio.
24 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 182.
25 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, ed. 1983, pp. 298-299.
26 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 185.
27 Serés anota: «De procedencia oriental (seguramente de la colección de Al Jawbari), este cuento figura también en el Félix o Llibre de Meravelles (cap. 36) de Ramón Llull y en el Libro del caballero Zifar. [...] El segundo de los asuntos, la avaricia del rey, que es un motivo tradicional, no aparece en Ramón Llull, sí en el Caballero Zifar» (El conde Lucanor, ed. 1994, p. 81). Wagner había ya indicado: «In the Lucanor, the story is similar to ours, and the necessary powder is called “tabardie”. Lull’s version is simpler» (1903, p. 89).
28 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 376.
29 Libro del Caballero Zifar, ed. 1983, p. 405; el ms. M dice «dies azéymilas cargadas de plata» (ed. 1982, p. 379).
30 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, ed. 1983, p. 154.
31 De nuevo sigo la edición de Wagner (en la que figura «sea él más nesçio»), 1983, p. 406. En el texto editado por González Muela, se omite una frase, y queda así incomprensible.
32 Libro del Caballero Zifar, ed. 1983, p. 406. Nueva omisión en el texto editado por González Muela, por haplología.
33 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 114.
34 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 184.
35 Lucía Megías, 1996, pp. 93-94; y 2005, p. 244, nota 33.
36 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, ed. 1983, p. 334.
37 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, pp. 278-279. González Muela, en el prólogo a su edición comenta esta apología a la secta y lo relaciona ya con el ataque de don Juan Manuel en el ejemplo citado «o el posterior Arcipreste de Talavera, donde hay una violenta diatriba contra esas gentes corruptas, que tienen la apariencia de las más santas personas» (1982, p. 19). Wagner edita benigno en vez de beguino y quita el sentido al texto.
38 Wagner, 1903, p. 63, indicó la presencia en ambas obras del refrán «Quien bien se siede non se lieve», Conde Lucanor, ejemplo iv; «quien bien sea non lieve» (Zifar, 1982, p. 78).
39 Libro del Caballero Zifar, ed. 1982, p. 236.
40 Wagner las señala; indica además cómo en ninguna de ellas aparece el vuelo de Ícaro con que el autor del Cifar pone fin al personaje (1903, p. 76).
41 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, ed. 1983, pp. 115-116.
42 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, 1983, p. 78.
43 Libro del Caballero Zifar, 1982, p. 411.
44 Libro del Caballero Zifar, 1982, pp. 82-83.
45 Libro del Caballero Zifar, 1982, p. 161 y ss.
46 Don Juan Manuel, El conde Lucanor, 1983, p. 59. Vuelve a referirse a ello en el ejemplo XXXIII.
47 Cacho Blecua, 1996, p. 68. Antes ha relacionado la «exaltación de la caballería, de la institución y de sus ritos» y las dos investiduras de Roboán como caballero con la dignificación de la caballería por el rey Alfonso X: «En su interesado afán por dignificar la caballería el monarca fundó la Orden de la Banda (1332), y fue coronado y después investido como caballero en singular ceremonia (1333)». Subraya el estudioso: «El dato resulta significativo, y me parece sumamente improbable que el libro hubiera sido redactado en una época anterior» (p. 63).
48 Lucía, 1997, pp. 117 y 121.
49 No hay más que ver los refranes comunes que ya señala Wagner, 1903, pp. 61, 63, 64,66 y 68.
50 Deyermond y Walker, 1969, pp. 193-200.
51 Walker, 1969, pp. 292-297.
52 Joset, 1993, p. 23.
53 Joset afirma que «a veces se diría que fueron compañeros de aula» (1993, p. 23).
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Universidad de Barcelona
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