Ramal 5. Entreténgome con otras zarandajas y concluyo
p. 335-341
Texte intégral
83. Todo el libro está salpicado de ejemplares de descripciones, narraciones y ponderaciones de lugares, que no lo reservó todo para la galería. Lo del pie de la soberbia ya lo tocamos, no hay que topar más en tantos dedos malos como tiene1. Antes dél pone una descripción de uno a quien se le atravesó una espina estando a la mesa, con grandes agonías de pecho, boca y ojos bañados en agua y en sangre, el tropel de remedios y susto de todos, hasta que de un golpe arroja la espina ensangrentada2. Digo que estas son cosas que en el pulpito nunca se deben tomar en la boca, porque si se representan con viveza, como el caso quiere, causa asco el verle a un hombre hacer aquellas figuras de vomitar, y es acción indecente para lugar tan grave. Si no se acompaña con las acciones de suerte que se ponga delante de los ojos el aprieto, es cosa muy fría y más vale apuntarlo solamente sin describirlo, cuando para la explicación del lugar o para la claridad del pensamiento es necesario el haberse de tocar semejantes materias.
84. En la parábola de los troncos se quiso meter a donosito, y no tiene de allí más que un tronco3. La imagen del río de la Ciudad de Dios es larguísima4, y él mismo se hace la objeción de que parece demasiadamente pintada, y responde que para las canas de un viejo pareciera mal tanto aseo, pero que para un mozo lícito es y que él lo juzga así, conque no hay que replicar palabra, sino rendirse todos al señor maeso. Pero con su licencia se engaña, que el oficio del pulpito siempre es de viejos, y es justo que lo parezcan cuantos suben a él. En el traje seglar se admite más gala para los mozos; en las cosas de todo punto sagradas no hay esta diferencia. ¿Qué pareciera que andando los Padres capuchinos vestidos de un sayal tosquísimo, un mozo, a título de que lo es, se vistiese de picote de seda?5. Hay cosas adonde no tiene consideración la edad, sino el estado o el oficio, y ninguna más es desta calidad que la predicación, y ahí dijera yo (con emienda del señor Censor) que aunque al viejo se le permitiera una florecilla o un descuido, no se le había de permitir al mozo, porque en aquel no pareciera peligro la licencia y en esotro se atribuyera a verde inclinación de la edad, y juzgaran todos que era menester acudir al riesgo y cercenarla luego. Alegoriza al Santísimo Sacramento todas las propiedades del río, y carga mucho en aquello de que fugitivo nos busca y se retira para llegarse más, juntando así la afición de deseado con la satisfacción de poseído. Con esto tiene nuestro deseo siempre novedad que apetecer en lo mismo que posee y se resguarda el peligro que tienen todos los bienes en nuestra condición antojadiza, despreciadora de cuanto ya ha alcanzado6. Que lo traslado aquí para que se vea cómo es el asunto mismo que aplicó a la Virgen en el sermón de la Asumpción, y aun otra o otras dos veces sin esta, lo repite en este mismo libro, por donde se le conoce el discurrir de estampilla7, y que su idea es como la del escultor de Toro, que cuantas imágenes labraba salían parecidas a su hija8. Decía San Jerónimo Ad Pammachium: Imperiti Medid, ad omnes occulorum dolores uno utuntur colirio9. Colirio son los sermones para dar vista a los mundanos, que por diversos caminos de pasiones se van cegando. Saque el Censurador la consecuencia.
85. Habiendo encarecido mucho el grande ingenio que muestra en las comparaciones, no halló otra para ejemplar de que echar mano, sino de la del barbero que sangra, (debióle de parecer que por lo de lanceta saldría aguda). Tráela para los que reprehenden a otros y dice que halagando la vena la rompen, y hiriendo sanan; entre halagos de buenas razones halaga cuanto más hiere la reprehensión, y no basta saber herir si no se sabe atar, que se irá toda la sangre. No se ha de reñir todo de una vez, ni se contentan con que quede atada, sino que en la misma venda haya su gala y aliño. Las razones hermosamente atadas aprietan, y el lazo que desdeñaran muchos si es de hilo, en siendo de seda y oro hacen gala dél los más aseados10. No niego que tienen aliño estas razones y el estilico está afeitado y agradable, pero para el intento, si se mira el fondo, tiene fatales impropriedades. Y comenzando por lo último, hacer gala de la reprehesión nunca fue bueno ni a eso ha de tirar el que reprehende, que si el otro hace gala, nunca hará emienda. Los galanes suelen hacer gala de los disfavores y reprehensiones de sus damas, como el otro que porque la que festejaba le llamó bobo, se llamó el caballero bobo toda su vida. Pero están tan lejos de emendarse que desde entonces solicitan y galantean con mayor porfía. Las reprehensiones de predicadores y perlados llevarlas bien y estimarlas sí, porque al fin nos advierten lo que nos conviene, y luego confundirnos y emendarnos, pero hacer gala como de un lacito muy jarifo de seda y oro, no me contenta. Decir que lo que se ata hermosamente aprieta, será así, pero lo que sin aliño ata fieramente el verdugo al que tiene en el potro no deja holgar. El decir que la reprehensión bien dicha halaga y causa agrado, tiene dos sentidos: o aquel bien dicha tira a la elegancia y agudeza, o tira a la blandura y cortesía. Si a lo primero, es falso decir que agrada, porque la experiencia muestra que cuando nos reprehenden o satirizan, mientras más ingenioso y más agudo es el dicho, nos pica más, porque halla más aplauso en los que le oyen, con que se abrasa más vivamente el reprehendido. Si tira a la blandura y cortesía, aquello de atar la venda con gala y aliño, apretando buen lacito de seda y oro, no sé qué pueda significar metafóricamente, sino rematar la reprehensión con un abrazo muy aseado y con un beso muy pulido. Tiene otra falta esta comparación, y es que no puede mover a nadie, porque sólo mueven las cosas a quien agradan, y así es fuerza que a quien agradan más, muevan más. Pues siendo así que agrada esta al Censor más que a todos juntos, le mueve tan poco que reprehende a cuantos predicadores hay en el mundo con la fiereza que hemos visto, no como sangrador que halaga, sino como cómitre que aporrea, no atando con lacitos de seda y oro, sino con fieros cordeles de cáñamo ensebado.
Pero porque toca aquí un punto dotrinal y práctico en el cual a mi juicio perjudicialmente se engaña, hago escrúpulo de no desengañarle. Las reprehensiones del pulpito, como siempre son contra los vicios, los cuales por nuestra desdicha reinan hoy en el mundo tan entronizados y insolentes, guardando en ellas las leyes de la prudencia y caridad, esto es, siendo en común, sin notar a ninguna persona en particular ni con modo que pueda entenderlo nadie así, tirando a emendar y no a morder, a edificar y no a destruir, en lo demás, ni han de ser tan de seda y oro como el Censor las quiere, no han de llevar tanta gala y aliño como les pide; antes han de ser vivas, eficaces, y vehementes, que inclinen más al rigor que a la blandura, porque de otra manera no compungen ni emiendan. Quiero predicar acerca de esto un poco al Censor, a ver si le puedo convertir, y para eso pondré aquí un trozo de sermón de un cierto predicador en el día primero de una Cuaresma que había de predicar continuadamente en el primer puesto de España. Tratando, pues, de las obligaciones del predicador y mostrando que deseaba cumplir con ellas, dijo así: –«Es necesario descender en particular a descubrir los vicios y animar contra ellos las reprehensiones con un santo y alentado coraje, para que despertemos y para que el golpe que nos escuece nos obligue a buscar el remedio de nuestro mal. Espada es la palabra de Dios, dice el Apóstol, glaudius est verbum Dei11 y para que se conociere que no es solamente espada de esgrima, añadió luego: penetrabilior omni gladio ancipiti, más penetrante que la hoja de filos más agudos, pertingens usque ad diuisionem animœ, etc., que hace herida con que parte a un hombre por medio hasta dividirle la misma alma. Esta espada fía Dios a los predicadores para que vuelvan por su causa y peleen valerosamente contra el pecado. Habrá quizás algunos, por nuestra desdicha, que se florean con esta espada sacrosanta y no hagan más que apuntar la herida, retirándose al punto, y eso lo tengan por maestría y por destreza, y podrá ser que algunos de los que los oyen y no gustan de que los toquen con brío en sus escándalos los celebren de corteses, prudentes, advertidos y diestros, pero saliéndose del sermón como se entraron. Toma la espada un maestro de esgrima diestro y pónese a jugarla con vos, que no la tenéis tan ejercitada. No hace más que apuntar la herida a los ojos, a la cabeza, al corazón, pero nunca llega a sacudiros, sólo pretende que entendáis que pudiera lastimaros, pero no quiso. Dejáis la espada y salís celebrando su destreza, caminando gustoso hacia vuestro entretenimiento y aunque estéis en el juego o en la merienda, estáis poniendo la eminencia del maestro en las nubes. Volvéis otro día a la esgrima, y tomáis la espada con otro que no tiene tantas atenciones y a las primeras idas y venidas daos una punta que os lastima un ojo, un golpe fiero que os rompe la cabeza, entonces ya se os olvida el ir a la conversación a divertiros, antes allí son los gritos, allí los dolores, allí el apresuraros a solicitar el remedio y a buscar al cirujano para que os cure. En el arte de la esgrima mundana, vengo que sea más diestro el que sólo apunta sin herir, pero en la esgrima divina, que se hace con la espada de la palabra de Dios, no es diestro el que solamente apunta, sino el que apura, el que saca sangre de color al rostro, el que os hace, no heridas nuevas (que eso no es posible), sino que os descubre, sin conoceros, las que tenéis mortales y arraigadas allá dentro del alma. No es destreza enviaros del sermón diciendo: –“Bueno anduvo el Padre, discreto es y cortés, señaló bien la herida y retiróse”, más divina destreza inspirada de Dios, es enviaros compungido y lastimado con golpe que os escueza, para que conociendo las mortales heridas que tienen a vuestra alma en tanto peligro, claméis al cielo con dolor, tratéis de procurar el remedio dellas y buscar al confesor y médico espiritual para que os cure con la gracia divina». Hasta aquí aquel predicador, cuya comparación tengo por mejor que la del Censurante, más ajustada y que contiene más segura y provechosa enseñanza.
86. La pintura del pavón que trae, en el capítulo 22, quiere atribuir a San Gregorio Nacianceno y echársela a la puerta como niño expósito12. Él no vio al santo, pues le cita en la Oración 2 y es en la 34, (si bien 2a de Teología), y no llega a tres renglones cuanto dice el Santo del pavón, y él le esponja tanto que no para hasta ponerle guardainfante, atribuyendo al gran Doctor todas aquellas poesías desatadas, pues comienza diciendo: Qué es, dice el Santo, ver, etc., y el Santo no dice ninguna cosa de aquellas, ni la dijera por todo el mundo. El mismo censor recela [,..]el aliño desta pintura, pero da [por] disculpa que por tener esta ave todos los colores, fue empeño de la elocuencia el que ningún color retórico faltase a su aliño. Nadie negará que esta disculpa tiene color, ¿pero cuál le pusiera él si fuera de otro? Pero dejémoslo así, no le hagamos salir más colores.
87. El ejemplo que pone, capítulo 25, de realzar las figuras antiguas del Viejo Testamento con la zarza aplicada a la Virgen, es sumamente confuso, sin que se divise el pensamiento ni se saque cosa que luzga, ni que agrade, ni que aproveche. Sólo se ven no sé qué, no digo luces, sino humos de contradición, porque dice que hay espinas y llamas y que aunque las espinas dan sustos de pasión, pero ahí está María, que es la zarza y las convertirá en gustos de gloria, que ella sola halló modo para juntarle a Dios las alegrías del arder por nosotros sin las cenizas del morir. Y luego dice que viendo a Dios hoy en las entrañas de María, le podíamos decir que venía a buscar su gusto más que nuestro provecho, pero no porque ella sabe juntarle con los principios de la vida los triunfos de la muerte, y los fines de haber sido con los principios de ser13. ¡Entended por allá y concertadlo! Y él queda muy contento, diciendo: Ves aquí, sin embarazar con alegorías, probado el asunto de que es la Virgen un compendio de las obras de Dios y en quien, sin los afanes de padecer, se hallan las glorias de haber padecido'14. ¿Han visto cosa más bien probada? Y dime, amigo, cuando la probaras más que un hábito detenido de veinte años, ¿cómo se podía saber bien ese embeleco tan insulso y tan infructuoso? ¡Anda, que nunca dices cosa que importe! Desta misma data son los demás ejemplares. Véanlo otros, que no puedo yo quebrar todas las avellanas, que me tienen ya muy cansado sus cascos.
88. –«¿Pues quién ha de acabar de quebrarlas? –me dijo cierto amigo leyendo esto– Ya que os humanastes a tratar con un muchacho, y aunque con color de azotalle (que ningún color del azotado es bueno) os habéis permitido a la disputa y a las preguntas y respuestas con él, sea esto para algo y sin dejar cosa por decir, añadiendo algún tratadillo que sea como instrucción y método para ministerio tan importante como el del pulpito, cuyo primor no sólo en el sentir del Censurador, sino aun en el de algunos juicios muy acertados, se va perdiendo a toda priesa, y por lo menos está hoy en muchos lugares o, por mejor decir, en muchos sujetos, notablemente deslucido». «Amigo –le respondí–, eso no es para mí, porque os aseguro que conozco ser asunto muy superior a mi capacidad. Pero veo que hay tres o cuatro hombres, que vos conocéis bien, eminentes en toda erudición, grandes en el juicio, raros en el talento, admirables en observaciones de circunstancias y conveniencias, y al fin sujetos dignos desta empresa, que es lo más que puedo decir dellos, pues tengo ya dicho (aunque valiéndome algo de la hipérbole) que es asunto de sólo un San Crisóstomo. Estos pudieran dar excelentes noticias destas materias y restaurar con su gran dotrina lo que en la predicación me aseguráis que se ha perdido. Y esta fue la causa que me redujo a hablar con este niño y tratar estas controversias con él, por si pudiese con este brindis atraer a alguno de aquellos grandes varones a que se determinase a descubrirnos tanto tesoro y restaurarnos pérdida tan considerable». –«Paréceme –dijo mi amigo– que eso fue imitar la industria del frailecito de los peces». –«No sé ese cuento –dije yo–. Contadle vos, que los míos ya expiraron». Respondió: –«el cuento es este»15.
89. A unas honras de un personaje grave fue a predicar a un lugar marítimo cierto religioso anciano y docto y perlado entonces de un convento suyo tres leguas distante. Llevó por compañero un frailecito estudiante, muchacho de lindo despejo y mucho ingenio. Acabóse la fiesta eclesiástica y comenzó la del convite, que los dan en semejantes ocasiones opulentísimos en aquel paraje. Habían pescado la noche antes para el regalo de los convidados y sacado de todo género de peces muy frescos y muy lindos, pero muy desiguales en el tamaño, unos muy grandes, otros medianos y otros muy pequeños. El Padre predicador estaba allá con los magnates al principio de la mesa, que iba corriendo por una larguísima sala, porque el número de los güéspedes era muy copioso. El compañero estaba allá muy abajo, entre la gentecilla de poca barba. Sirviéronse muchos platos de carne muy regalados y abundantes y anduvo todo tan cumplido como lo pedía la ocasión. Llegóseles al fin su vez a los peces, y sacaron para los de arriba unos tan grandes que no había platos en que cupiesen, y tan lucidos y hermosos que todos daban gracias a Dios por haberlos criado. Como iban bajando las mesas, iban disminuyendo los peces notablemente, y cuando llegaron al frailecito, que estaba de los últimos, ya eran tan pequeños que apenas se divisaban en el plato. Sintió grandemente aquella desigualdad el pobrecillo, y por ver si podía mejorarse, dio en esta industria. Tomó su pececillo en la mano, y llegando la cabecilla junto a su boca, comenzó a mover los labios haciendo un ruido sordo, como que hablaba en secreto con él y, hecho esto, pasábale junto a la oreja y poníase en ademán de escuchar lo que el pececillo le respondía. Volvía a repetir una y otra vez las mismas acciones, y mostraba mudar afectos, mostrándose ya suspenso, ya enojado, ya triste. Como la acción era tan extraordinaria y tan nueva, a poco rato se fue llevando las atenciones y reparos de cuantos asistían a la mesa. A vueltas de los otros, reparó no menos que los demás su perlado, y como conocía la agudeza del muchacho, prometióse alguna buena chanza y viendo la suspensión de todos, quiso satisfacer a la curiosidad universal. Levantó la voz, diciendo: –«Ah, hermano Fray Fulano, ¿qué es eso que hace?». Él, como si volviera de un gran divertimiento, mostróse turbado y confuso, y levantándose en pie, con los ojos muy bajos, dijo muy vergonzoso: –«No es nada, Padre nuestro, no es nada». Apretóle de nuevo el perlado, y todos los demás le rogaban no desistiese hasta hacerle declarar aquel enigma. Volvió a excusarse diciendo que él se lo diría a su Paternidad a solas, porque no era negocio para delante de tanta gente. Instó el superior, diciendo que pues en presencia de todos había dado causa al reparo, en presencia también de todos era necesario declarar el motivo de aquella novedad. Entonces, con voz clara, dijo: –«Yo, señores, soy natural desta tierra. Mi padre pasaba su vida con una barquilla pescando en estas playas del mar. Volcándose una vez el mal seguro vaso, quedó ahogado, pero nunca hasta hoy pareció su cuerpo. Yo, con el ansia que tengo de dar a sus güesos sepultura, siempre que viene a mis manos algún pescado, le pregunto si acaso sabe hacia qué parte naufragó mi padre, por intentar buscarle si fuera posible, y esto es lo que agora estaba platicando con este pececillo». Fingió quererparar aquí, porque sabía que aún habían de preguntarle más, como de hecho prosiguió el perlado, si había respondido el pez y qué respuesta había dado a su pregunta. –«Padre nuestro, dijo él, habiéndose informado de mí del tiempo que había pasado después de la muerte de mi padre, me dijo que él, como es tan pequeño, no era nacido entonces, y así no podía darme nueva ninguna de lo que pretendía saber, y así que me aconsejaba que lo preguntase a alguno de los peces grandes que andaban por los platos de allá arriba, que ellos me darían seguramente razón de todo y sin duda recobraría el cuerpo perdido de mi padre que yo tanto estimaba». Rieron todos grandemente la chanza y aplaudieron mucho la agudeza de la invención y valióle, porque mandaron se buscase el mayor pez de cuantos se habían pescado y se le llevasen al frailecico con grandísimo gusto suyo y de todos. De suerte que el hablar poniéndose a preguntas y respuestas con un pez niño, fue anzuelo para atraer uno grande, que como anciano, experimentado y noticioso pueda dar enseñanza importante para la restauración del bien perdido. Lo mismo os sucederá a vos, que de las conversaciones que habéis trabado con el pececillo de vuestro Censor, resultará el atraer algún pez valiente y docto, que empleando su caudal en formar un libro grave, discreto y erudito, dé nuevas de los primores delicados y provechosos de la predicación, si es verdad (como el Censurador dice y otros algunos sienten) se han ahogado, con que vos os quedaréis con sólo el pegar azotes a este párvulo, conque estaréis contento.
90. Engañóse en esto último el tal amigo, porque protesto que es contra toda mi inclinación azotar a nadie, y que siempre fui amigo de defender a todos, pero no me parece que falte a este oficio en la ocasión presente. Hable por mí el padre de la elocuencia, Tulio, tratando del acusador que se había de señalar contra Cayo Verres oponiéndose a Quinto Cecilio, Orat. 4: Quo in negotio illa me res consolatur, quod haec quae videtur esse accusatio mea, non potius accusatio quam defensio est existimanda. Defendo enim multos mortales, multas civitates, provinciam Siciliam totam; quam ob rem, si unus accusandus es mihi, prope modum manere in instituto meo videor, et non omnino a defendendis hominibus, sublevandisque discedere. Quod si hanc causam tam idoneam, tam illustrem, tam grauem, non baberem et hoc quod facio, me Rei publicae causa facere profiterer, ut homo singulari cupiditate, audatia, scelere preditus in iudicium vocaretur, quis esset qui meum factum aut consilium posset reprehendere? Quid est in quo ego Rei publicae plus hoc tempore prodesse possim? aut populo, sociis fortunisque omnium magis accomodatum datum sit? Populatae vexatae, funditus eversae provinciae, socii aflicti, et miseri exiti solacium quaerunt, fateor me salutis omnium causa ad eam partem accesisse, Rei publicae sublevandae quae maxime laboraret16. No tengo qué añadir para la plena explicación de todo mi asunto. Confieso que la aplicación de tan graves palabras podrá parecer algo rigurosa, pero quien atentamente considera un desprecio universal de los hombres más graves del mundo, un hacer risa de todos con modo tan ofensivo y tan soberbio, una presunción de sus aciertos tan altiva como mal fundada, un quererse intrépidamente hacer maestro de los que se corrieran de serlo suyos, no podrá negar que las palabras contra Verres le vienen de molde.
Notes de bas de page
1 Censura, cap. XXVIII, p. 138.
2 Ibidem, p. 137.
3 Censura, cap. XXVI, p. 131.
4 Censura, cap. XXV, p. 127.
5 Picote: «Cierta tela de seda muy lustrosa de que se hacían vestidos» (DRAE).
6 Censura, cap. XXV, p. 127.
7 discurrir de estampilla: es decir, que reproduce fiel y constantemente lo mismo, como si fuera une estampilla. Estampilla: «el molde hecho de metal, en que están formadas de relieve las letras y rúbrica que componen la firma de alguno, con tanta puntualidad, que estampando con él en el papel, salga parecida a la propia de la persona cuya es» (Aut.).
8 L añade: «y el pintor de Valladolid, que las que pintaba salían parecidas a su mujer».
9 «Los médicos imperitos, para todos las enfermedades de los ojos usan de un mismo colirio», San Jerónimo, Ad Pammachium, PL 23, col. 397.
10 Censura, cap. XXIII, p. 123.
11 Heb 4, 12. El propio Céspedes traduce conforme va citando a San Pablo.
12 Véase Censura, cap. XXII, p. 119. Ormaza confiesa que imita a San Gregorio Nacianceno, Oratio 34, como lo dice Céspedes, PG 36, col. 59, pero en realidad, como lo denunció con razón Bondía (Triunfo fols. 41v-45r), hace una adaptación o, mejor dicho, un plagio de Paravicino, en su sermón de San José, (Oraciones Evangélicas, Tomo V, pp 205-206, en la edición de Madrid, 1766). Es curioso que la perfecta demostración que hace Bondía haya escapado a la sagacidad de Céspedes.
13 Censura, cap. XXV, p. 129.
14 Ibidem.
15 Es cuento folklórico (tipo 1567c) que aparece en el Portacuentos de Timoneda, en la Floresta de Santa Cruz (Parte VI, cap. viii, n° 12, ed. cit. p. 184 y nota en las pp. 434-435) en Garibay, López Pinciano, Sebastián Mey, etc. Véase Maxime Chevalier, Cuentos folklóricos españoles del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1983, p. 303 y Cuentecillos..., pp. 240-241.
16 «En este asunto hay algo que me consuela: en esta acción en la que parece que acuso, se verá una defensa antes que una acusación. En efecto, presento la defensa de gran número de personas, de gran número de ciudades, de la provincia de Sicilia toda Por eso, ya que he de acusar a sólo un hombre, me parece que no me aparto de la regla de conducta que me he fijado y no dejo, en absoluto, de tomar la defensa de hombres y de proporcionarles alivios. Aun cuando no tuviera esta causa tan justa, tan noble, tan grave, aun así, lo que hago proclamaría que lo hago por el interés de la república, y que por iniciativa mía un hombre de tanta codicia, tanta audacia, tanta perversidad, ha sido llamado a juicio; ¿alguien pudiera, pues, reprobar mi conducta o mis intenciones? En tales circunstancias, ¿puedo hacer algo más útil a la República? ¿Hay algo más acomodado a la salvaguardia del pueblo y de todos? Las provincias, víctimas de devastaciones y de vejaciones, por completo arruinadas, los aliados afligidos y míseros, buscan un consuelo a su desastre. Así pues lo confieso: por salvar a todos he entrado en asunto político, para proporcionar alivio a la república ahí donde más padecía». Cicerón, In Quintum Caecilium... En realidad, Céspedes abrevia o reduce bastante el texto ciceroniano.
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