1 Desarrollaba Quevedo este pequeño opúsculo como tratado primero de su Libro de todas las cosas y otras muchas más (1627) (ed. Astrana Marín 1932: 56). Para la difusión de los libros de secretos de Alejo Piamontés, véase Rey Bueno (2005).
2 Ambos textos recogidos en su Fama y Obras pósthumas (1700: 4 y 37 respectivamente).
3 Para este trabajo me valgo de muchas de las conclusiones extraídas en mi Tesis Doctoral (Sanz Hermida 1997).
4 Para este peculiar género véanse Forster (1928: 163-165); Lawn (1963: 135-140); Lawn (1979); Cuartero Sancho (1990: 211-235); Blair (1999a: 171-204); Blair (1999b: 189-227) y Carré & Cifuentes (2006: 149-196).
5 Un ejemplo lo encontramos al inicio de las Cincuenta bivas preguntas con otras tantas respuestas (1542: 4v), en donde el autor, Hernán López de Yanguas, declara su finalidad: «Obra nuevamente compuesta por el bachiller…, llamada Problemas, que quiere dezir preguntas con respuestas, la qual, por no estar ocioso, compuso a imitación de Aristóteles e de Plutarcho y de Alejandro Aphrodiseo, de cuyas entrañas manó para provecho, utilidad y pasatiempo de los lectores no poca parte de lo que en ellas se trata».
6 La obra aparece recogida en el catálogo de Maggs Bros (1927: 628, nº. 887): «An extraordinary book in French and Spanish containing some very free questions with their answers». Por su parte Palau y Dulcet (1967: 343, nº. 275776) señala que se trata de 198 problemas, e indica: «Libro curioso, en el cual se tratan asuntos muy escabrosos. Al frente del texto castellano lleva la traducción francesa». Asimismo se hace eco de la edición citada por Nicolás Antonio de 1618, de seguro un error tipográfico basado en la fecha de la dedicatoria (1608), y cita la edición solo en francés que se imprimió «en Berna, Lepreux, 1724 (12º)».
7 El del Monasterio de Silos, conservado en mal estado, con corrosión de la tinta ferrogálica, signatura R. 29591 (18253/F1-b57); el de la BNM, R-784.
8 Campos Díez (1988: 175,193, 196,230 y 235). Por su parte Sánchez Granjel (1978: 74) cita un médico apellidado Rojas que recibe 500 ducados por haber salvado de unas calenturas al conde de Oñate.
9 Para el caso de la diáspora veneciana, véase Ravid (1993: 279-290). Asimismo ofrece interesantes noticias a este propósito Andrade (2006: 1-35).
10 Praestanti Viro, Dn. Andrruinellae Ioannis F. Praegallo Rheto, Philosophiae & Medicinae Doctori, ad solenem Actum XIII. Ca. Maij gratulantur Amici, Basel, Leonhard Ostein, 1582.
11 La obra incluso se ilustraba con un grabado en el que se mostraba a la joven desnuda, tumbada sobre su cama. Caso parecido al de Teresa Neumann, que estudiará en pleno siglo XX, Charles Richet, Premio Nobel de Medicina en 1913 por su descripción de la anafilaxia.
12 Lökkös (1998-2016) nos ofrece la siguiente noticia sobre esta familia de impresores parisinos afincados en Ginebra: «Famille parisienne d’imprimeurs et de réfugiés huguenots. Jean, libraire-imprimeur, fuit Paris en 1563 et se réfugie à Genève. Il y travaille chez l’imprimeur Nicolas Barbier (1567), dont il épouse une fille, reprend la patente à son décès et rachète les stocks de Genève, Paris et Francfort-sur-le-Main à la veuve. Son frère François le rejoint en 1565 et s’associe à Jean Petit. À la requête des ministres et du directeur du collège, les deux s’établissent à Lausanne, où ils sont reçus habitants en 1569, tout en poursuivant leurs activités à Genève jusqu’en 1571. Logé à la Cité dès 1572, leur atelier est installé dans le couvent de Saint-François en 1576; il travaille désormais presque exclusivement pour l’académie lausannoise, mais publie aussi des éditions clandestines d’ouvrages huguenots comme Le Réveille-matin des François. Jean s’installe à Morges en 1579. Il y est reçu bourgeois en 1580, de même qu’en 1585 à Genève, où il décède en 1609. De retour à Genève dès 1580, François obtient la bourgeoisie en 1585 et y meurt en 1614. Les fils de Jean sont également imprimeurs: Jean (1574) est l’imprimeur officiel de la Ville de Berne de 1600 à 1614 et Esaïe (1586) imprime à Genève (jusqu’en 1617?)». Jean hijo, el que interesa a nuestro caso, será un notable impresor de obras científicas, especialmente médicas (de hecho estampará otras obras de Lentulo como su citada Historia admiranda de prodigiosa Apolloniae Schereierae. Son destacables sus problemas con la censura por haber dado a luz cánticos y otras obras que podían corromper a las Iglesias de Francia, que obligó a que interviniera su padre aconsejándole que evitase cualquier conflicto religioso. A este respecto véase Jostok (2007: 259).
13 Collet Sedola (1991: 40) considera que tanto este enlace como el de Luis XIV con María Teresa de Austria en 1660, favorecieron el interés de los franceses por el castellano: «Ces événements, qui eurent comme théâtre la cour, suscitèrent tout naturellement chez les aristocrates le désir d’apprendre l’espagnol. Les reines avaient amené dans leur suite des dames et des gentilshommes espagnols, ce que ne tarda pas à imposer des modes des goûts nouveaux».
14 Para la difusión de la obra de Oudin, véanse Zuili (2006: 278-289), y Núñez (2012: 19-29).
15 Gracián, por su parte, aludía a cómo producía mayor deleite el plantear varias opciones en liza para resolver una duda: «Cuando el problema tiene tres o cuatro términos que compiten la verdad es más ingenioso y más gustoso, porque aquella competencia aumenta la suspensión y hace más reñida la dificultad. De esta suerte comenzó el padre Felipe Gracián un sermón el día de la Concepción Purísima de la Virgen Madre: ¿A quién toque más la fealdad moral de una mujer: a su padre o a su esposo o a su hijo?» (Agudeza y arte de ingenio, ed. Blanco 1993, I: 619).
16 La obra de Campos presentaba una estructura bipartita, cuestiones naturales y morales en prosa, cada una con 7 centurias, en las que se proponen 100 cuestiones en cada, excepto la última, que se amplía a 102. En total la cifra nada desdeñable de 1404 problemas de variada temática. Para un análisis más detallado de esta obra véase Sanz Hermida (1997).
17 El autor traduce el problema e incluye la siguiente explicación: «semblables au valet du vent [Gallego, est le vent, qui soufle d’occident vers septentr. Lat. Caurus]» (1612: 145). El diccionario de la Real Academia (1783: 651), señala al respecto de esta aclaración: «“El mozo del gallego que andara todo el año descalzo, y en un día quería matar al zapatero”. Aplícase a los que habiendo tenido tiempo para encargar que les hagan alguna cosa por floxedad lo van dexando hasta la forzosa, y entonces matan con la priesa que meten, sin dar tiempo suficiente a los que la han de hacer».
18 A pregunta tan anodina, responde con soluciones no menos extravagantes: «Por ventura tomaron tal usança antiguamente de los Romanos. O porque son amigas de mostrar amor y hazer caricias a los forasteros. O porque conocen que se tiene opinión dellas entre quien no las comunica, que son amigas de bever vino, y por quitar desta sospecha a los que vienen a su casa y mostrar que stán limpias desta tacha, usaron de besar a sus huéspedes» (1612: 186).
19 Traduce «al mal francés» por «a la verolle» (101), ‘viruelas’, eliminando cualquier elemento de conflicto.
20 Cabe recordar cómo ya Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, escrito hacia 1535-1536, consideraba que no existía ningún libro castellano como la Celestina, «donde la lengua sté más natural, más propia ni más elegante» (Valdés, ed. Montesinos 1969: 183). En este caso, parece evidente que Lentulo sigue muy de cerca las palabras preliminares que dedicaba Juan López de Velasco «Al Letor» en su edición castigada de la Propaladia de Bartolomé de Torres Naharro y Lazarillo de Tormes (1573: 4v): «Guardaron tanto la propiedad y pureza de la lengua castellana Bartolomé de Torres Naharro y Christóval de Castillejo, Secretario del Emperador don Fernando en las obras que compusieron, con aquella facilidad y llaneza tan pura y propia de los buenos autores, que justamente sus obras merecen ser leídas y tenidas en tanto como lo son de muchos hombres doctos y estudiosos de la lengua Castellana [...]». Por su parte, pocos años antes de la impresión de los Problemas, Quevedo en su España defendida, y los tiempos de ahora, compuesta en 1609, preguntaba a Gerardo Mercator, ante los agravios sufridos por nuestra lengua: «Pues dime, dejando las cosas grandes, ¿quién tienes tú en ninguna lengua, entre griega, hebrea y latina y las vuestras todas ocupadas en servir a la blasfemia, ¿qué tenéis que comparar con la tragedia ejemplar de Celestina y con Lazarillo? ¿Dónde hay aquella propiedad, gracia y dulzura? ¿Qué nación no los ha hecho tratables a su idioma, como ha podido, hasta los turcos y moros? ¿Qué Horacio, ni Propercio, ni Tibulo, ni Cornelio Galo excedió a Garcilaso y Boscán? ¿Qué Terencio a Torres Naharro? [...] ¿Qué tenéis que poner en comparación con el divino Castillejo?» (Quevedo, ed. Astrana Marín 1932: 294).