«Por lo que dijiste del leer lo bueno y del no leer lo malo, pues basta saber ser tal para lo huir»: los peligros de la lectura imaginativa y la recepción de Celestina en el siglo XVI
p. 103-115
Texte intégral
1La potencial ejemplaridad de la literatura y, particularmente, de lo que hoy día sería considerado «literatura de ficción», supuso una de las grandes preocupaciones de los moralistas del siglo XVI, tanto laicos como religiosos e, incluso, tanto humanistas como anti-humanistas. De entre las manifestaciones de dicha preocupación más repetidamente citadas como ejemplo, conviene destacar la censura de Juan Luis Vives de los libros de amores y de caballerías en su Instrucción de la mujer cristiana:
[…] que ya no se leen otros libros sino vulgares, do no hallaréis otra materia sino de armas y de amores, de los cuales libros soy cierto que no había de hablar de lo que se debería hacer de ellos, si hablo con cristianos, y que es menester decir cuán gran perdición es añadir alquitrán al fuego ardiendo.
Dirá alguno que se hicieron para los ociosos y jornaleros. Razón tienes, como si no fuese harta yesca para todos los males del mundo el ocio, sin que le pongas mas astillas. […] Así que las leyes y los oficiales reales deberían, no sólo mirar en las causas y pleitos particulares, mas aun en las costumbres públicas, de donde nacen los pleitos y barajas, y que se mandase con pregón general, y determinadamente se ejecutasen las penas que nadie osase imprimir ni tener tales libros. […] Lo mismo debían hacer de estos otros libros vanos como son, en España, Amadís, Florisando, Tirante, Tristán de Leonís, Celestina, madre de las maldades. En Francia, Lanzarote del Lago, París y Viana, Ponto y Sidonia, Pedro Provenzal y Magalona, Melusina. Y en Flandes, Flores y Blanca Flor, Leonela y Cananior, Curias y Floreta, Píramo y Tisbe. Otros hay sacados de latín en romance, como son las infacetísimas facecias y gracias desgraciadas de Pogio Florentín, los cuales libros todos fueron escritos por hombres ociosos y desocupados, sin letras, llenos de vicios y suciedad, en los cuales yo me maravillo cómo puede haber cosa que deleite a nadie, si nuestros vicios no nos trajesen tan al retortero; porque cosa de doctrina ni de virtud ¿cómo la darán los que jamás la vieron de sus ojos?1
2Asimismo, también resultan de particular importancia las censuras de Antonio de Guevara en el Prólogo general al Reloj de príncipes:
[…] maldigo y reniego de muchos vulgares libros que ay en España, los quales como unos reloxes quebrados merescían echarse en el fuego para ser otra vez hundidos. No sin causa digo que muchos libros merescían ser rotos o quemados, porque ya tan sin vergüença y tan sin conciencia se componen oy libros de amores del mundo como si enseñassen a menospreciar el mundo. Compassión es de ver los días y las noches que consumen muchos en leer libros vanos, es a saber: a Amadís, a Primaleón, a Duarte, a Lucenda, a Calixto, con la doctrina de los quales osaré dezir que no passan tiempo, sino que pierden el tiempo, porque allí no deprenden cómo se han de apartar de los vicios, sino qué primores ternán para ser más viciosos2.
3Y en el Argumento al Aviso de privados y doctrina de cortesanos:
[…] porque hay muchos libros asaz dignos de ser quemados y muy indignos de ser leídos. No poco es de maravillar, y aun ocasión de escandalizar, ver a muchos hombres cuán de veras se ponen a escribir cosas de burlas y aun de burlerías, y, lo que es peor de todo, que muchos ocupan mucho tiempo en leerlas como si fuesen doctrinas provechosas; los cuales, por defensa de su error, dicen que no lo hacen por d'ellas se aprovechar, sino por el tiempo embeber; a los cuales respondemos que leer en malos libros no es pasatiempo, sino perder el tiempo. […] pues vemos que ya no se ocupan los hombres sino en leer libros que es afrenta nombrarlos, como son Amadís de Gaula, Tristán de Leonís, Primaleón, Cárcel de amor y La Celestina, a los cuales todos y a otros muchos con ellos se debería mandar por justicia que no se imprimiesen, ni menos se vendiesen, porque su doctrina incita la sensualidad a pecar y relaja el espíritu a bien vivir!3
4Sin olvidar otros pasajes similares extraídos, por ejemplo, del libro segundo del Diálogo de Mercurio y Carón:
Después desto, considerando de cuantos males y errores son causa muchos libros y escripturas compuestas o por hombres simples o por viciosos y maliciosos, teniendo solamente respecto al interese suyo particular, yo mismo pasé y examiné todos los libros vulgares que había en mi obispado, y aun libritos de rezar y oraciones que se vendían apartadas. Y bien visto todo y comunicado con personas sabias y virtuosas, vedé que no se vendiesen libros de cosas profanas e historias fingidas, porque con aquellos se inficionaban los ánimos de los que leían y de los que oían, y con estotros se pierde el tiempo sin poderse dellos sacar fructo4.
5O de la segunda parte del tardío Diálogo de la imagen de la vida cristiana:
De los buenos libros se sacan muchas veces cosas de erudición para saber y muchos ejemplos excelentes, unos para imitarlos y otros para huir dellos. […] Por el contrario, los libros profanos de amores obscenos y de historias fingidas, llenos de mentiras y de delicias, y deshonestidades, y de despertadores para pecar, y todos los libros prohibidos son peligrosos y prejudiciales, y a muchos son ocasión de grandes males y tizones para el infierno. Gastan los hombres el tiempo en leerlos perdiendo en eso mucha parte dél, sin saber de sí, y pluguiese a Dios que con la pérdida del tiempo no se juntase la de la conciencia y del conocimiento de sí mismos. Reprehendidos desto algunos, dan por escusa que si leen los tales libros es por el buen lenguaje que en ellos hallan y por algunas cosas sabrosas que cuentan. Mas ni aun por eso los habían de leer, porque entonces es más de temer la ponzoña cuando viene cubierta con oro y cuando se da con gullorías de mayor gusto5.
6Si bien todos y cada uno de los pasajes vistos más arriba ilustran a la perfección la preocupación de los moralistas quinientistas por la literatura que podríamos denominar «de entretenimiento», para nuestro propósito en el presente trabajo importan muy especialmente las críticas de Vives y Guevara, en tanto señalan a Celestina como prototipo de la clase de lectura a evitar. En concreto, nos interesa destacar cómo dichos autores basan la práctica totalidad de su censura de la Tragicomedia sobre su temática amorosa y su calidad de libro de placer; aspectos ambos –lo romántico y lo ocioso– considerados altamente perniciosos para la moralidad en el siglo XVI.
7Comenzando por la cuestión del pasatiempo, y alejándonos de las posturas que no conceden credibilidad alguna a la finalidad didáctico-moralizante anunciada y reiterada en los paratextos celestinescos6, cabe suponer que, no obstante las críticas al respecto vistas más arriba, Celestina no se concibió originalmente como lectura de ocio. Presumiblemente presente desde el comienzo de la historia editorial de la obra7, el preliminar El autor a un su amigo evidencia una preocupación cívica que impide toda adscripción de la obra a la literatura de entretenimiento, encuadrándola en cambio dentro de las lecturas formativas para la juventud:
[…] me venía a la memoria no sólo la necesidad que nuestra común patria tiene de la presente obra, por la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que posee, pero aun en particular vuestra misma persona, a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, […]8
8Sin embargo, no obstante la explicitud de su intención educativa, el prólogo en prosa a la Tragicomedia demuestra que la reducción de Celestina a libro de entretenimiento había empezado ya con la distribución impresa de su versión en dieciséis actos, la llamada Comedia de Calisto y Melibea. Su denuncia de la coexistencia de una lectura superficial de la Comedia, limitada a la trama y, por lo tanto, relacionada con una percepción de la literatura como fuente de placer, con un método de lectura característicamente escolar, que el prólogo reivindica como el único que da cuenta de todo el valor de la obra, pone de manifiesto que una parte significativa de los primeros lectores de la versión impresa de la Comedia la había recibido exclusivamente como lectura de ocio:
Unos les roen los huesos, que no tienen virtud, que es la historia toda junta, no aprovechándose de las particularidades, haciéndola cuento de camino. […] Pero aquellos para cuyo verdadero placer es todo, desechan el cuento de la historia para contar, coligen la suma para su provecho, ríen lo donoso, las sentencias y dichos de filósofos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles a sus actos y propósitos9.
9La trivialización de la Comedia y, por extensión, de Celestina que implica esta observación sobre la recepción temprana de la obra parece haberse impuesto definitivamente en 1540, año en que Blasco de Garay afirmaba en sus Cartas en refranes castellanos que «[…] el principal provecho que aquí hacer pretendo, no tanto a los muy bien doctrinados, cuanto a los que no suelen leer, sino a Celestina y cosas semejantes»10. Dado que parece probado que el destinatario original de Celestina había sido un público con formación universitaria11, el hecho de que, tras apenas cuarenta años, Blasco de Garay atribuya al lector prototipo de la Tragicomedia un perfil intelectual completamente opuesto apunta a que la apertura de Celestina al gran público está en el origen de su degradación a lectura de entretenimiento. La imprenta permitió que lectores a los que sólo difícilmente el autor –o, mejor dicho, los autores– pudieron haber tenido en mente al componer el manuscrito y que, probablemente, nunca hubieran esperado que se interesaran por su obra, accedieran a Celestina, a saber: mujeres, niños, adolescentes y adultos letrados sin formación universitaria e, incluso, a juzgar por la atestiguada lectura en alto colectiva de Celestina12 –y no me refiero precisamente a la lectura dramatizada típicamente escolar descrita por Alonso de Proaza en sus octavas finales–, analfabetos. Desde nuestro punto de vista, estos nuevos y, en principio, imprevistos lectores serán los que impongan, por mayoría y por desconocimiento de los métodos escolares de lectura, su manera superficial y lúdica de abordar el texto, otorgando una preeminencia absoluta a la acción y ganándole a Celestina la calificación de «libro de pasatiempo».
10Asimismo, reducida a la anécdota amorosa, luego a «libro de amores», el diálogo irónico de Celestina con el amor cortés, la poesía amatoria cancioneril y la novela sentimental se difumina por completo13. Es más, a pesar de la aparentemente demostrada relación paródica que reina entre Celestina y Cárcel de amor14, los moralistas no dudan en equiparar ambas obras en función de su temática amorosa, como vemos ocurrir, por ejemplo, en el fragmento de Aviso de privados y doctrina de cortesanos ya citado –«[…] pues vemos que ya no se ocupan los hombres sino en leer libros que es afrenta nombrarlos, como son Amadís de Gaula, Tristán de Leonís, Primaleón, Cárcel de amor y La Celestina»15– o en la segunda edición latina de Instrucción de la mujer cristiana –«Celestina laena, nequitiarum parens, Carcer amorum»16–, pero también, con mayor claridad, en Ley de amor y quarta parte del abecedario espiritual:
La ley del amor no solamente es ajena de los malos porque no la quieren obrar; más aun no quieren oír hablar del amor de Dios, sino de Celestina o de Cárcel de amor, o de semejables amores, que verdaderamente son aborrecimientos17.
11Este pasaje es tanto más importante cuanto sintetiza a la perfección la preocupación fundamental de los moralistas del siglo XVI: la anteposición de lo mundano a lo divino. Sin embargo, la acusación de que Celestina puede distraer del amor de Dios no puede sino resultar irónica ya que, precisamente, la vuelta a Dios es la solución que propone para combatir los desvíos de los enamorados. Así en las coplas finales del acróstico a la Tragicomedia –«A otro que amores dad vuestros cuidados»18, donde por «otro» debe entenderse Dios– o en la primera estrofa de las octavas Concluye el autor:
Pues aquí vemos cuán mal fenecieron
aquestos amantes, huigamos su danza.
Amemos a Aquel que espinas y lanza,
azotes y clavos su sangre vertieron.
Los falsos judíos su haz escupieron,
vinagre con hiel fue su potación;
por que nos lleve con el buen ladrón
de dos que a sus santos lados pusieron19.
12A este respecto resulta interesante la observación de Guevara en el Reloj de príncipes de que «se componen oy libros de amores del mundo como si enseñassen a menospreciar el mundo. […] con la doctrina de los quales osaré dezir que no passan tiempo, sino que pierden el tiempo, porque allí no deprenden cómo se han de apartar de los vicios, sino qué primores ternán para ser más viciosos»20. Dejando a un lado el hecho de que esta censura parece dirigirse concretamente hacia Celestina, el único de los títulos enumerados por Guevara que se presenta como una invitación al desprecio del mundo, esta desconfianza ante la eficacia de la ejemplaridad ex contrariis, particularmente en casos de amor, es una constante en los escritos de los moralistas del siglo XVI y, muy especialmente, en el pasaje de la segunda parte de la Agricultura cristiana que da título a este trabajo:
Por lo que dijiste del leer lo bueno y del no leer lo malo, pues basta saber ser tal para lo huir, digo que muchas veces he tenido reyertas con otros mancebos que veo cargados de Celestinas y leerlas hasta las saber de coro, y, reprehendidos de mí por ello, se piensan descartar con decir que allí se enseñan a huir de malas mujeres y a conoscer sus embustes, y que, viendo pintadas allí como al natural las carnalidades de los malos hombres y mujeres, darán más en rostro y se apartarán dellas mejor; mas yo con Sant Pablo pregono que la fornicación ha de ser huída y no estudiada, ni aun imaginada, y que el que lee cómo van procediendo en los grados de las carnalidades no puede sino sentirse llamado a ellas, y se halla metido en la pelea con lo que él, por lo menos ignorantemente, dice tomar para preservativo21.
13Desde el punto de vista de la efectividad que se le había atribuido en los siglos anteriores, el cuestionamiento de la ejemplaridad ex contrariis revela un cambio en la mentalidad de los moralistas del siglo XVI respecto a sus predecesores. Mientras que, por ejemplo, Juan Ruiz o Alfonso Martínez de Talavera no sintieron ningún reparo en usar exempla ex contrariis para alertar a sus lectores contra los peligros del amor mundano en sus respectivos Libro de buen amor y Arcipreste de Talavera, sus herederos del siglo XVI viven constantemente preocupados por cierta inclinación natural del hombre hacia el mal, consecuencia del Pecado Original, como pone en evidencia Juan Luis Vives en Los deberes del marido:
El hombre no nace de por sí ni bueno ni malo, no obstante está más inclinado al mal desde aquel momento de la primera caída. Le incita además el ejemplo de otros muchos, que forman una especie de conspiración de pecadores: en efecto, no vuelve los ojos a parte alguna que no vea algo que poder imitar mediante el crimen y la ignominia; le empujan a ello las exhortaciones de aquellos que parecen querer darle buen consejo. […] Hay que excitar la fuerza de la razón, para que tenga algún poder en nuestra alma; hay que introducir gota a gota el amor por la virtud; contra los pensamientos corruptos hay que enseñar los preceptos de la sabiduría; con el ejercicio y la práctica asidua de la virtud hay que contrarrestar la inclinación natural al mal y luchar con ella casi constantemente por la completa posesión del alma y de la mente22.
14Esta inclinación natural hacia el mal influye, igualmente, en la capacidad del hombre de distinguir el bien y el mal:
¿Qué locura es esta de creer que alguien puede llegar a ser mejor ignorando las cosas buenas? Como si en los espíritus humanos no hubiera de por sí grandes y densísimas tinieblas que entorpecen la visión del bien, y los males no se introdujeran en ellos espontáneamente, sin necesidad de maestro alguno23.
15La consiguiente dificultad para distinguir el bien y el mal amenaza constantemente con confundir a los hombres y abocarlos al pecado, de acuerdo con la ya citada Instrucción de la mujer cristiana:
[…] y no se fiar con decir que ella ya sabe de qué se ha de guardar, y que no tomará sino lo bueno y dejará lo malo; ¿y quién le asegura a ella que sabrá conocer o diferenciar uno de otro, como sea que cada uno tiene por mejor aquello que más le place que no lo que más le aprovecha? ¡Oh a cuántos engaña esta seguridad que tienen de sí mismos! No es pequeña la empresa de aprender a vivir; mucho es menester trabajar para saber conocer las cosas y tomarlas por sus cabos; no es tan bajo el oficio de cristiano que no se ha menester aprenderlo24.
16Por esta razón, los moralistas quinientistas adoptan actitudes que podríamos denominar «proteccionistas», comparadas con las de sus antecesores, prefiriendo mantener al hombre alejado, en la medida de lo posible, de toda fuente de mala influencia o, si el enfrentamiento con el vicio es inevitable, no dando lugar a equívocos sobre su naturaleza maligna. Así en el tomo segundo de Las disciplinas:
No tendrá necesidad de exponer los vicios con excesivo cuidado y profundidad. ¡Ojalá ni siquiera conociéramos el mal! Sin embargo, puesto que en la ciudad y en las asambleas de hombres unos son maestros de los otros para actos ignominiosos, y el mal, aunque los preceptores lo oculten, no puede ser ignorado por los hombres, ya que se ve y se oye doquier, por ello desearía que se siguiera este método: que, al ser dos los géneros de vicios, uno el de aquellos que están contenidos en el ánimo, carentes de cualquier utilidad y placer, el otro el de aquellos que en el cuerpo manan con cierto deleite de los sentidos, sean explicados y puestos al descubierto de manera suficiente aquellos que atañen al espíritu. Así, su fealdad con tanta más claridad será puesta ante los ojos, como en la soberbia, la ira, el odio, la envidia que vejan y torturan los ánimos de los hombres y no aportan ninguna ventaja, de modo que no sin razón son llamados «furias». Mas aquellos vicios que producen deleite o ayudan a los juicios de los hombres, aunque carezcan de toda belleza, puesto que presentan ante sí el placer, esto es, una dulce destrucción y cierta apariencia de deseo natural, preferiría que fueran explicados de un modo confuso y más velado, persiguiéndolos con acritud y mostrando cuán repugnante e inmediata vergüenza traen y cuánto arrepentimiento dejan en adelante25.
17O, para no centrarnos en exceso en la percepción de Juan Luis Vives del problema, también en la segunda parte de la Agricultura cristiana: «[…] allende que de lo bueno podemos sacar utilidad de imitación y para huir lo malo bien nos basta saber ser malo sin que sepamos cómo se hace»26.
18No interesa explicar aquí la transición desde el modelo moral agustinianovoluntarista característico de la Baja Edad Media, en el que el conocimiento del bien y del mal y la capacidad de distinguirlos y de equivocarse resultan fundamentales para el correcto ejercicio del libre albedrío27, hacia la interpretación del pensamiento de san Agustín en el Quinientos, en razón de la cual la confianza en la voluntad humana y su capacidad de escoger el bien se ve reducida hasta el punto de preferir no exponer al hombre al mal, por lo que pudiera ocurrir. Sin embargo, sí importa llamar la atención sobre el mecanismo según el cual el siglo XVI considera que un mal ejemplo, una mala lectura o una imagen indecente podían inducir a pecado, así como también sobre su relación con la pérdida de validez de la ejemplaridad ex contrariis como herramienta didáctico-moralizante y, por consiguiente, con la valoración negativa de Celestina. Para ello, es necesario volver a la censura de Celestina en la segunda parte de la Agricultura cristiana:
[…] y que, viendo pintadas allí como al natural las carnalidades de los malos hombres y mujeres, darán más en rostro y se apartarán dellas mejor; mas yo con Sant Pablo pregono que la fornicación ha de ser huída y no estudiada, ni aun imaginada, […] Si la fealdad que lee de tales actos le ha de conservar libre de ellos, más feos le parecerán viéndolos, mas ¿quién osará enviar a los mancebos a que vean tal para que huyan dellos? No hay cosa en el mundo tan atractiva aun con sólo pensarla, y aun sin imaginarla, y ¿decís que la leéis cómo se pone por obra para huirla?28
19Nótese el énfasis de este pasaje sobre los verbos «imaginar», «pensar» y «ver». En concreto, préstese especial atención a la oposición que «No hay cosa en el mundo tan atractiva aun con sólo pensarla, y aun sin imaginarla» impone entre los verbos «pensar» e «imaginar». Ésta deriva del uso especializado y técnico de «imaginar» que, en la terminología platónico-aristotélica de la época y sin adentrarnos en las cuestiones del funcionamiento y de la función de la imaginación en la Edad Media29, podríamos definir como «formar especies e imágenes en la fantasía». En el caso de su aplicación a la literatura en el pasaje que analizamos, «imaginar» adquiere el sentido concreto de recrear mentalmente las escenas que el texto describe por escrito; proceso que aún hoy día, pero sobre todo en la época, relacionamos con la lectura.
20Si aceptamos la hipótesis de Paul Sänger sobre la dependencia de la lectura privada en silencio de las técnicas meditativas asociadas a las prácticas devotas de la Baja Edad Media30, a finales del siglo XV y principios del siglo XVI la lectura imita el grado más bajo de la contemplación, es decir, la llamada «meditación afectiva», consistente en recrear mentalmente la vida de Cristo, en palabras de las Meditationes vitae Christi, «ac si tuis auribus audires et oculis ea uideres»31, para, de esta manera, involucrarse personal y emocionalmente en las experiencias y las enseñanzas del Salvador. Así pues, influido por esta costumbre, el lector de Celestina no sólo recrearía mentalmente cada escena durante la lectura, sino las vería como si hubiera participado y hubiera estado involucrado personalmente en ellas. De ahí que en la segunda parte de la Agricultura cristiana se pueda afirmar que en Celestina se ven «pintadas como al natural las carnalidades de los malos hombres y mujeres»32.
21Lo anterior sólo es posible en tanto existe una estrecha relación entre la fantasía y los sentimientos. Sin profundizar en la misma, baste con señalar que las imágenes generadas por la imaginación eran tenidas por capaces de excitar las pasiones, que a su vez podían influir sobre la razón y, consecuentemente, sobre la percepción del bien y del mal y, por asociación, sobre las decisiones morales33. Este influjo podía derivar en elecciones moralmente positivas como, por ejemplo, el desprecio del mundo y la imitación de Cristo a los que conduce la meditación afectiva:
Dico primo quod iugis meditacio uite Domini Iesu roborat et stabilitat mentem contra uana et caduca, […] Secundo fortificat contra tribulaciones ut in martyribus, […] Tercio dico quod docet circa gerenda, ut nec hostes nec uicia irruere uel fallere possint: hoc ideo quia perfeccio uirtutum reperitur ibidem. Vbi enim caritatis excelse paupertatis, eximie humilitatis, profunde sapiencie, oracionis, mansuetudinis, obediencie, paciencie, ceterarumque uirtutum exempla et doctrinam sic inuenies, sicut in uita Domini uirtutum? […] Qui ergo eum sequitur errare non potest neque falli. Ad cuius uirtutes imitandas et adipiscendas ex frequenti meditacione cor accenditur et animatur. Deinde diuina illuminatur uirtute, ita quod uirtutem induit et a ueris falsa discernit34.
22O negativas, en los casos en que la pasión se impone a la razón y confunde lo malo con lo bueno, de donde se derivan actos pecaminosos. Este desenlace es tanto más probable cuanto más atractiva es la pasión desencadenada por la fantasía, de manera que la promesa de placer se convierte en el peor enemigo de la razón y es donde reside el principal peligro de la imaginación para la moral. O, en palabras de la primera parte de la Agricultura cristiana: «[…] y por se formar el deleite en la fantasía, salen luego atropellándose los deseos, poniendo diligencias diversas para llegar a la obra del deleite»35.
23La efectividad didáctico-moral de la ejemplaridad ex contrariis reside en este mismo poder de la imaginación sobre las pasiones. Su función es ofrecer al individuo situaciones, escenas y anécdotas que, recreadas en su fantasía, le inspiren sentimientos de rechazo y repulsa, de manera que genere una opinión negativa sobre las mismas que le ayude a escoger siempre el bien antes que el mal. Sin embargo, y esto es algo que los moralistas parecieron tener claro desde el principio, este método conlleva el riesgo de que el individuo desarrolle cierto deleite voyeurista durante la recreación mental de las escenas descritas por el exemplum o, lo que es peor, no desarrolle en absoluto sentimientos de rechazo sino de todo lo contrario; de imitación36. Así pues, mientras los moralistas de la Baja Edad Media tenían por más probable la primera posibilidad, a partir del siglo XVI empeora la imagen del hombre, al que pasa a considerarse poco menos que atado a sus pasiones y ya no dueño de una voluntad que, aunque débil, lo inclina naturalmente hacia el amor de Dios, luego hacia el bien, como era la norma en el sistema voluntarista-agustiniano. Consecuentemente, la ejemplaridad ex contrariis se convierte en un riesgo que ningún moralista del Quinientos está dispuesto a asumir, lo que explica la progresiva desvirtuación de una obra como Celestina, cuya finalidad didáctico-moral posiblemente hubiera estado fuera de toda duda de haber aparecido unas cuantas décadas antes.
24Además de la distinta confianza en la inclinación natural del hombre hacia el bien, aún un segundo factor pudo haber influido muy notablemente en el rechazo y el abandono de la ejemplaridad ex contrariis en el siglo XVI: la capacidad de la imprenta para distribuir toda clase de textos a prácticamente todos los segmentos de la sociedad. Si Antonio de Guevara se quejaba en el Argumento a Una década de césares de que «[…] un dessabrido sermón no dessabora más de a un pueblo, mas un libro desgraciado cansa a todo el mundo»37, como si recriminara a la imprenta su capacidad de dispersión geográfica, la capacidad de difusión social de la imprenta no debió de parecer menos contraproducente en una época en que la manera de percibir e interpretar el mundo se considera determinada por factores como la edad y el sexo –«[…] el ingenio, mientras no aprovecha en la virtud; no sólo deja de ganar tierra en el bien, mas aun la pierde tornando en el mal, y mucho más caen en esto los muchachos que los grandes, y más las mujeres que los hombres»38–, la clase social –«Dirá alguno que se hicieron para los ociosos y jornaleros»39– y la formación intelectual:
¿Quién duda sino que ese librillo de Celestina es de los más discretos y sentenciosos que hay escritos? Pero es una flor de la cual saca miel, que si lo lee un hombre docto, nota las sentencias de todos los filósofos, dichas por la boca de aquella vieja y sus consortes, y queda avisado para saberse guardar de alcahuetas y rufianes. Pero si o [sic] lee un ignorante, no entiende lo bueno, y solamente le queda en la memoria la raza que tuvo Calisto para entrar a hablar a Melibea, siendo el intento del libro bien diferente40.
25Con la ampliación del público lector a sectores de la sociedad que no habían participado en la lectura hasta entonces, las variables biológicas, psicológicas y socioeconómicas capaces de influir sobre la recepción de una obra se vuelven inmanejables e incontrolables. Mientras que, antes del establecimiento de la imprenta, los lectores respondían a unos perfiles bastante bien definidos – mayoritariamente hombre, religioso o laico, con algún tipo de formación escolar – y, por lo tanto, los autores podían prever cómo iban a recibir su obra, con el advenimiento de la imprenta deja de ser posible escribir para un único tipo de lector, como tal vez pretendieron los autores de Celestina o Cárcel de amor, y se impone por primera vez la necesidad de considerar la aptitud de las obras para todos los públicos. Desde esta perspectiva, algunos de los factores arriba expuestos impiden a determinados tipos de lectores aprovecharse positivamente de la ejemplaridad ex contrariis, de manera que, por más que pudiera ejercer una influencia positiva sobre lectores de otras clases, se impone la necesidad de prescindir de ella ante la dificultad para controlar quién lee qué y, sobre todo, cómo lo lee. Por consiguiente, desde las posiciones moralistas se fomenta la univocidad y la ejemplaridad positiva, por lo que textos que suscitan múltiples lecturas, tal como Celestina, quedan fuera de lugar y son considerados antes fuentes de problemas que de remedios morales.
26Aún un tercer y un cuarto factor pudieron haber influido en la desvirtuación de los exempla ex contrariis como herramientas didáctico-morales: por un lado, la decadencia del ars memoriae en el siglo XVI, con la consecuente pérdida de valor de las imagines agentes como soporte visual mental de una enseñanza moral, por otro, el bastante evidente cambio de actitud ante la pertinencia de la meditatio humanitatis Christi como devoción y método de acercamiento a Dios. En cuanto al primero, dado que la ejemplaridad ex contrariis sigue el mismo principio que determina el potencial mnemotécnico de las imagines agentes, es decir, la capacidad de impactar, en este caso, negativamente al observador41, una pérdida de interés en la metodología implícita en las imagines agentes necesariamente tiene que reflejarse sobre sus derivados. En concreto, si la mnemotecnia del ars memoriae comenzaba a ser sentida, efectivamente, como una estrategia arcaica y medieval42, no sería de extrañar que los nuevos tiempos quisieran desvincularse de estas prácticas y, por lo tanto, desestimaran el impacto visual y emocional como fuente de cualquier forma de aprendizaje, moral tanto como memorístico-intelectual. Asimismo, algo similar podría afirmarse de la creciente percepción de la meditatio humanitatis Christi como devoción vacía e intrascendente43: en tanto ésta se basa igualmente en los principios de las imagines agentes44, también sufriría su desprestigio.
27Fuera como fuere, lo que conviene retener de lo expuesto hasta aquí es que Celestina no nace como obra de pasatiempo, como obra de amor ni, mucho menos, como obra con multitud de posibles lecturas, sino que éstas son reinterpretaciones que surgen durante la recepción del texto en el siglo XVI. El hecho de que los moralistas le acusen de todo ello no quiere decir nada sobre su propósito original, sino tan sólo señala a que las circunstancias socio-históricas de su recepción no le son favorables, sino ajenas. Así pues, Celestina representa un caso claro de lo que Roger Chartier considera el tercer modelo de las relaciones posibles entre texto, libro y lectura:
A third model of this relationship among text, book, and understanding appears when a text that is fixed in content and fixed in form becomes the object of contrasting readings. «A book is changed by the fact that it does not change even when the world changes», declared Pierre Bourdieu. […] let us add: «even when its mode of reading changes»45.
28En otras palabras, Celestina es una obra del siglo XV que tiene la desgracia de ser leída en el siguiente, cuando los presupuestos desde y para los que se había escrito comenzaban a dejar de ser válidos o a ponerse en duda, muy especialmente los relativos a la ejemplaridad ex contrariis y la lectura con componente de recreación mental visual. Sólo así se explica que la censura total sobrevenga más de siglo y medio después de su publicación.
Notes de bas de page
1 J. L. Vives, Instrucción de la mujer cristiana, Madrid, Espasa-Calpe, 1944, p. 31 y 33-34.
2 A. de Guevara, Relox de príncipes, ed. E. Blanco, Madrid, Biblioteca Castro-Turner, 1994, p. 29-30.
3 A. de Guevara, Le réveille-matin des courtisans ou Moyens légitimes pour parvenir à la faveur et pour s’y maintenir, N. Peyrebonne (ed.), Paris, Honoré Champion, 1999, p. 84 y 86.
4 A. de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón, ed. R. Navarro Durán, Barcelona, Planeta, 1991, p. 160.
5 A falta de edición crítica citamos, modernizando la grafía y la puntuación, a partir de H. Pinto, Segunda parte de los Diálogos de la imagen de la vida cristiana, Salamanca, Gaspar de Portonariis, 1576, fol. 119r-120r. Ed. dig. Google Books <http://books.google.de/books?id=loLgFRHZezsC> (visitado 04/2014). Sin embargo, para saber más sobre la obra y el autor, remitimos a la edición crítica de la primera parte: H. Pinto, Imagen de la vida cristiana, ed. E. Glaser, Barcelona, Juan Flors, 1967.
6 Véase muy especialmente M. da Costa Fontes, The Art of Subversion in Inquisitorial Spain: Rojas and Delicado, West Lafayette, Purdue University Press, 2005. Desde otra perspectiva, no deje de consultarse J. G. Maestro, El personaje nihilista: «La Celestina» y el teatro europeo, Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert, 2001.
7 A este respecto nos alineamos con J. Moll, «Breves consideraciones heterodoxas sobre las primeras ediciones de la Celestina», Voz y letra: Revista de literatura, 11-1 (2000), p. 21-25. Sobre la posibilidad de que El autor a un su amigo precediera ya al supuesto manuscrito original del primer auto, véase O. Di Camillo, «When and Where Was the First Act of La Celestina Composed? A Reconsideration», en D. Paolini (ed.), «De ninguna cosa es alegre posesión sin compañía»: estudios celestinescos y medievales en honor del profesor Joseph Thomas Snow, New York, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 2010, p. 91-157.
8 F. de Rojas y antiguo autor, La Celestina: tragicomedia de Calisto y Melibea, ed. F. Lobera, G. Serés, P. Díaz-Más, C. Mota, Í. Ruiz Arzálluz y F. Rico, Barcelona, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, 2011, p. 5.
9 La Celestina, op. cit., p. 20.
10 B. de Garay, Dos cartas en que se contiene cómo, sabiendo una señora que un su servidor se quería confesar, le escribe por muchos refranes para atraelle a su amor y él, estando en su buen propósito respóndela que se dé al servicio de Dios, [Burgos], [Juan de Junta], 1540; pero citamos a partir de J. T. Snow, «Historia de la recepción de Celestina: 1499-1822. II (1499-1600)», Celestinesca, 25-1/2 (2001), p. 226.
11 Véase al respecto D. S. Severin, «Celestina’s audience, from manuscript to print», en O. Di Camillo y J. O’Neill (ed.), «La Celestina» 1499-1999: Selected Papers from the International Congress in Commemoration of the Quincentennial Anniversary of «La Celestina», New York, November 17-19, 1999, Nueva York, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 2005, p. 197-205.
12 «[…] la cita atestigua la popularidad del libro mediado el XVI, y su lectura, que también puede hacerse en público y en voz alta, incluso en lugares destinados al culto», E. Blanco, «Algunas notas sobre la recepción de Celestina en los siglos XVI y XVII», en G. T. Nebrera (ed.), «Celestina», recepción y herencia de un mito literario, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2001, p. 32.
13 Los trabajos fundamentales sobre la relación de Celestina con la novela sentimental, el amor cortés y la poesía de cancionero son los de E. Lacarra, «La parodia de la ficción sentimental en la Celestina», Celestinesca, 13 (1990), p. 11-30; J. H. Martin, Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto and the Parody of the Courtly Lover, London, Tamesis, 1972 y D. S. Severin, «La parodia del amor cortés en La Celestina», Edad de oro, 3 (1984), p. 275-280. Para el estado de la cuestión, véase en cambio Y. Iglesias, Una nueva mirada a la parodia de la novela sentimental en «La Celestina», Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert, 2009.
14 Véase el artículo de Lacarra, op. cit..
15 Aviso de privados y doctrina de cortesanos, op. cit., p. 86.
16 J. L. Vives, De Institutione Feminae Christianae, Liber Primus, ed. C. Fantazzi y C. Matheeusen, Leiden, Brill, 1996, p. 46. Por supuesto, no nos pasa desapercibido que la referencia al texto de San Pedro depende de cómo se interprete y se capitalice «Carcer amorum», que en las ediciones antiguas aparece en minúscula (véase, por ejemplo, J. L. Vives, Ioannis lodovici vivis valentini de Institutione foeminae Christianae ad Inclytam D. Catharinam Hispanam, Angliae Reginam, libri tres. Ab autore ipso recogniti, aucti, et reconcinnati, Basileae, Roberto Winter, 1538, fol. 23v).
17 F. de Osuna, «Ley de amor santo», en J. B. Gomis, Místicos franciscanos españoles. Tomo I, Madrid, Editorial Católica, 1948, p. 543.
18 La Celestina, op. cit., p. 14, v. 84.
19 La Celestina, op. cit., p. 349, v. 1-8. Recuérdese que esta estrofa está construida sobre lo que fuera la última del acróstico de la Comedia, por lo que el mensaje de vuelta a Dios también aparece en la primera redacción de Celestina, si bien desde una perspectiva más negativa, basada en el temor. Citamos a partir de F. de Rojas, Comedia de Calisto y Melibea, ed. J. L. Canet, Valencia, Universitat de València, 2011, p. 176, v. 81-88:
Olvidemos los vicios que así nos prendieron;
no confiemos en vana esperança;
temamos Aquel que espinas y lança,
açotes y clavos su sangre vertieron,
la su Santa Faz herida escupieron.
Vinagre con hiel fue su potación,
a cada santo lado consintió un ladrón,
nos lleve, le ruego, con los que creyeron.
20 Relox de príncipes, op. cit., p. 29-30.
21 J. de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, ed. J. Meseguer Fernández, Madrid, Atlas, 1964, vol. 4, p. 49.
22 J. L. Vives, Los deberes del marido. De Officio Mariti, trad. C. Bernal, Valencia, Ayuntamiento de Valencia, 1994, p. 135-136.
23 Los deberes del marido, op. cit., p. 136.
24 Instrucción de la mujer cristiana, op. cit., p. 36.
25 J. L. Vives, Las disciplinas. De Disciplinis (II), ed. M. A. Coronel Ramos et al., Valencia, Ayuntamiento de Valencia, 1997, p. 245.
26 Diálogos familiares de la agricultura cristiana, op. cit., vol. 4, p. 49.
27 Una interesante introducción al tema puede encontrarse en J. F. Burke, Desire Against the Law: The Juxtaposition of Contraries in Early Medieval Spanish Literature, Stanford, Stanford University Press, 1998.
28 Diálogos familiares de la agricultura cristiana, op. cit., vol. 4, p. 49.
29 Para nuestro propósito resultan de especial interés las síntesis al respecto de F. A. Yates, The Art of Memory, Londres, Routledge, 1966; y M. J. Carruthers, The Book of Memory: A Study of Memory in Medieval Culture, Cambridge, Cambridge University Press, 1990.
30 P. H. Sänger, «Silent Reading: Its Impact on Medieval Script and Society», Viator, 13 (1982), p. 367-414.
31 Pseudo-Buenaventura, Iohannes de Caulibus Meditaciones Vite Christi, ed. C. M. Stalingst-Taney, Turnhout, Brepols, 1997, p. 10.
32 Diálogos familiares de la agricultura cristiana, op. cit., vol. 4, p. 49.
33 Remitimos a la bibliografía en la nota 29.
34 Meditationes vitae Christi, op. cit., p. 7-9.
35 J. de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, ed. J. Meseguer Fernández, Madrid, Atlas, 1963, vol. 3, p. 98.
36 P. H. Sänger, «Books of Hours and the Reading Habits of the Later Middle Ages», en R. Chartier (ed.), The Culture of Print: Power and Uses of Print in Early Modern Europe, Princeton, Princeton University Press, 1989, p. 156.
37 A. de Guevara, Libro áureo de Marco Aurelio. Década de Césares, ed. E. Blanco, Madrid, Biblioteca Castro-Turner, 1994, p. 353.
38 Instrucción de la mujer cristiana, op. cit., p. 29.
39 Instrucción de la mujer cristiana, op. cit., p. 31.
40 F. Ortiz, La apología en defensa de las comedias que se representan en España, ed. L. C. Pérez, Chapel Hill, Madrid, Dept. of Romance Languages, Castalia, 1977, p. 86; pero citamos a partir de J. T. Snow, «Hacia una historia de la recepción de Celestina: 1499-1822», Celestinesca, 21-1/2 (1997), p. 151.
41 «We ought, then, to set up images of a kind that can adhere longest in memory. And we shall do so if we establish similitudes as striking as possible; if we set up images that are not many or vague but active [imagines agentes]; if we assign to them exceptional beauty or singular ugliness; if we ornament some of them, as with crowns or purple cloaks, so that the similitude may be more distinct to us; or if we somehow disfigure them, as by introducing one stained with blood or soiled with mud or smeared with red paint, so that its form is more striking, or by assigning certain comic effects to our images, for that, too, will ensure our remembering them more readily. The things we easily remember when they are real we likewise remember without difficulty when they are figments», F. A. Yates, The Art of Memory, op. cit., pero cito (aquí y en la nota siguiente) por la reimpresión de 2011, London, Random House, p. 22.
42 «Thus, in the sixteenth century, the art of memory might appear to be on the wane. The printed book is destroying age-old memory habits. The medieval transformation of the art, though still living on and in some demand as the treatises testify, may have lost its ancient force and be dwindling into curious memory games. Modern trends in humanist scholarship and education are luke-warm about the classical art, or increasingly hostile to it. Though little books on How to Improve Your Memory are popular, as they still are, the art of memory may be moving out of the great nerve centres of the European tradition and becoming marginal», The Art of Memory, op. cit., p. 118.
43 «Que esas otras imaginaciones –no sé de qué arte–, que algunos tienen por contemplaciones, yo no sé qué son, ni qué fruto sacan de ellas, sino un seco contentamiento de parecerles que han empleado bien aquel tiempo; y llámole seco porque de estas tales imaginaciones se queda el alma, que es la que ha de gozar de ellas, muy fría y seca», J. de Valdés, Diálogo de doctrina cristiana, J. Ruiz (ed.), Madrid, Editora Nacional, 1979, p. 139. Para la reciente atribución de este diálogo a Juan Luis Vives, véase J. L. Vives, Diálogo de doctrina christiana, ed. F. Calero Calero y M. A. Coronel Ramos, Madrid, UNED – Biblioteca de Autores Cristianos, 2009.
44 S. M. Arvay, Private Passions: The Contemplation of Suffering in Medieval Affective Devotions, The State University of New Jersey, 2008. Tesis doctoral inédita.
45 R. Chartier, «Text, Printing, Readings», en L. Hunt (ed.), The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989, p. 165-166.
Auteur
DAAD – Universität Augsburg
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