Capítulo X. La lengua dialogal, elemento caracterizador y arte del estilo
p. 111-120
Texte intégral
1El Diálogo de Lactancio y un arcidiano ha pasado a la historia literaria, con toda justicia, como una de las obras de arte del estilo renacentista. Incluso quien no lo veía con buenos ojos, como Castiglione, y pese a que, como autor, él mismo se había comportado con suma libertad en sus facecias antieclesiásticas, reconocía ese valer cuando arremetía contra el elemento faceto del libro370.
2Pese al estudio que con modestia, en 1957, M. Morreale reclamaba de un maestro, muchos aspectos de la lengua valdesiana, los principales, están muy bien estudiados, precisamente por ella misma, sobre todo los esquemas retóricos, las sentencias y los refranes371. M. Morreale cree que debe enfocarse el análisis de la lengua valdesiana «en la perspectiva de la tradición retórica medieval, y conceder a la actividad cancilleresca y literaria del secretario de cartas latinas una importancia mayor de la que hasta ahora se le ha concedido»; el propósito antitético de la obra alcanza también al estilo y responde, en su opinión, a una «tendencia muy medieval de dividirlo todo en blanco y negro, sin matices intermedios»372.
3Por su parte, G. De Gennaro ha estudiado la amplificación en el Lactancio y en el Mercurio, tanto en las primeras versiones impresas (c. 1528-29) como a través de las traducciones italianas obra de un cripto-protestante (1546), lo que demuestra según el autor, el progresivo deslizamiento del erasmismo hispano-italiano desde las posiciones reformadoras iniciales, llenas de credibilidad y potencial histórico, a las posturas propagandísticas de facciones, aunque se enmascaren en profesiones de fe373. Para este estudioso Valdés «...corta il senso di verità dello stesso lettore sostenendo tesi intellettualmente assurde o chiaramente menzognere» al indicar como causas del saco la providencia o la corrupción de Roma, y al defender a Carlos V, que es «chiaramente e principalmente, colpevole del fatto»374. Esta forma de razonar me parece estéril si se quiere estudiar literariamente el Lactancio y llegar a alguna conclusión que no sea en realidad un punto de partida, como es el caso; es un argumento especialmente desaconsejado si en concreto se va a analizar la lengua dialogal, pues sólo permitirá descubrir mediterráneos. Cualquier obra política y noticiera pretende influir ideológicamente, además de informar y ser actual; su relevancia publicista se fundamenta en la toma de partido del narrador-autor y en ejercer una influencia tendenciosa sobre un círculo determinado; los juicios estéticos que se le apliquen no pueden ser los del arte por el arte375.
4Mi interés consiste en destacar aquí sólo cómo la lengua de los personajes es, además de una norma de estilo, un elemento caracterizador de los interlocutores como personajes dialógicamente verosímiles, decorosos –en función de la teoría de los tres estilos– y literarios; es también un ingrediente armónico con el tema y la estructura polémica de la obra: el juego literario y lingüístico de la antítesis deja la voz al adversario, lo que acerca a Valdés más a los reformistas que a los medievales, aunque use muchos de sus procedimientos. La lengua es uno de los mayores hallazgos del autor, que escribe en un registro castellano endeudado, como veía Montesinos, con la soltura alegre del latín de Erasmo376. No debe olvidarse, además, el hecho sintomático, recordado por Maravall, de que un buen latinista como Alfonso de Valdés escriba en castellano sus diálogos polémicos dirigidos a la opinión pública europea377.
5La lengua valdesiana coincide con la que en variantes y registros diversos recomendaban para el género los preceptistas del diálogo unos años después. Ni Sigonio, ni Espinosa, ni Tasso aspiran exactamente a un estilo que transcriba la oralidad real de un discurso, sino que regidos por la mimesis, ven en el diálogo el resultado de la aplicación de las reglas de las tres artes de la palabra, dialéctica, retórica y poética. Speroni es algo más proclive a considerar los estilemas orales, pero su lengua, como codificada, está igual de lejos de la realidad del habla, es igual de mimética y convencional, de genuinamente literaria. Con Pallavicino ya no se trata de la elocución de los «mejores», sino del sermón familiar, aunque Pallavicino proponga introducir hombres ilustres para honrar su memoria; advierte que el artista debe imitar y no copiar, y que la responsabilidad de la ambientación conversacional reside en el estilo de los interlocutores. La retórica de la oralidad es tan rígida como la de la escritura, y ambas comparten el código de la literaridad. La mimesis, sobre todo en el siglo XVI, es un problema literario, no lingüístico378. Más allá de las diferencias entre los distintos tratadistas, se propone imitar una lengua poco probable en la realidad social, pero sí muy codificada en el universo de la literaridad. Media una estilización del lenguaje de los dialogantes, la elección del léxico y del registro de la palabra. En todos los casos obliga al autor al ejercicio estilístico, a imitar elegante o familiarmente el desorden o la ausencia de plan de la comunicación cotidiana, a crear la supuesta fluidez de tono de un presunto modelo vivo, y en ocasiones hasta a disfrazar su armazón retórica por medio de una «estética de la negligencia», para así alejar la lengua dialógica de la del tratado. Por otra parte, conviene diferenciar figura retórica y figura argumentativa, pero en diálogo, la mayoría de las primeras tienen efecto argumentativo. Ciertas formas expresivas pueden producir un efecto estético (ligado a la armonía, el ritmo, la rima, el humor) con trascendencia argumentativa, aunque ese efecto no sea analizable en función directa de la argumentación. Son métodos de producir admiración, alegría, relajo, excitación, subidas o caídas de la atención, etc. que influyen en la prueba aunque no la determinen. En definitiva, el lenguaje dialógico es una forma de distorsión porque es una forma de mimesis, y desde esta perspectiva hay también que analizar el Diálogo de Lactancio.
6Los interlocutores combinan, principalmente, dos registros y estilos lingüísticos: uno densamente oratorio, amplificado, lento, epidíctico, en los momentos en que cada uno pretende crear emoción, aumentar la intensidad de la adhesión a ciertos valores; el otro estilo es agudo, rápido e idiomático, cercano al «escribo como hablo» de Juan de Valdés y, por supuesto, tan retórico como el otro, sólo que buscador del ideal de «naturalidad» y más próximo al tercer estilo renacentista. El primero tiende a practicarse estratégicamente en el texto cuando se defienden lugares comunes, valores establecidos, incontestables, no nuevos o que susciten controversia (por ejemplo, la superioridad –en general– de la paz sobre la guerra); el interlocutor habla entonces como un educador y emplea argumentos que Aristóteles llamaba didácticos. El segundo es más frecuente que el otro, también con un empleo connotado; se practica cuando hay controversia real, o cuando los intereses de los oradores se ven comprometidos; es el más favorable al razonamiento y el reservado para los momentos álgidos de la disputa, como recomendaría Tasso afíos después379. Indica, pues, que el autor combina lo más artificioso y abstracto con lo más popular y casero: «Así el tono popular del refrán llega a abarcar las más altas jerarquías, y la circunstancia política baja al nivel de la experiencia casera»380. Indica también una selección muy consciente, argumentativa, del registro lingüístico.
7Lo primero digno de mención es que ambos personajes poseen los dos registros, al margen de ciertos predominios de matiz en uno y en otro que tienen función caracterizadora; por ejemplo, el primer estilo, periódico y solemme, más ciceroniano, es más frecuente en los momentos estratégicos de Lactancio que en los del clérigo, pues cuando éste lo emplea va ligado a veces a descripciones de los sucesos que encierran ecos grotescos de la tradición satírica. Por otra parte, los refranes son más del gusto del arcediano que del mozo, aunque éste emplee también una dicción natural y cotidiana. Hay, pues, matices que luego pueden analizarse más por menudo, pero creo importante destacar que la duplicidad de registro es una manera de hacerlos atractivos por igual ante el lector –aunque sus atractivos y condiciones sean distintos y el autor no sea neutral–, equiparándolos, al menos cuantitativamente, también en habilidades y gracias. Es frecuente, en cambio, en los diálogos renacentistas que el interlocutor principal o personaje en el que el autor delega su punto de vista se exprese de manera distinta, y siempre más elevada, que el antagonista, dotándolo así de cierta ventaja con respecto a su contrincante, en la medida en que el lenguaje es un elemento prioritario de la argumentación y de la caracterización dialogal. Este opositor, por el contrario, puede ser tan oratorio como Lactancio y tan familiar y castizo como él; su voz tiene cierta dignidad. El autor ha optado, pues, por un ideal de estilo embellecedor del habla ordinaria, habla que en momentos pretende imitar, pero no reproducir.
8Veamos al arcediano oratorio. Suele, en esos casos, y adaptándose bien al relato de horrores que describe o a las reivindicaciones vehementes de justicia que hace, emplear largas tiradas empedradas de preguntas retóricas, paralelismos, reduplicaciones, paronomasias, anáforas, antítesis, apóstrofes, hipérboles y figuras patéticas, sin olvidar también lo que parecía patrimonio de Lactancio: las verdades apodícticas. Este discurso, por ejemplo, que no transcribo en toda su extensión por su excesiva longitud:
— Pues veamos, señor Latancio: ¿paréceos cosa de fuir quel Emperador aya hecho en Roma lo que nunca infieles hizieron, y que por su passión particular y por vengarse de un no sé qué, aya assí querido destruir la sede apostólica, con la mayor inominia, con el mayor desacato y con la mayor crueldad que jamás fue oída ni vista? Sé que los godos tomaron a Roma, pero no tocaron en la iglesia de Sanct Pedro, no tocaron en las reliquias de los sanctos, no tocaron en cosas sagradas. Y aquellos medios cristianos tovieron este respecto, y agora nuestros cristianos (aunque no sé si son dignos de tal nombre), ni an dexado iglesias, ni an dexado monasterios, ni an dexado sagrarios; todo lo han violado, todo lo han robado, todo lo an profanado que me maravillo cómo la tierra no se hunde con ellos y con quien se lo manda y consiente hazello. ¿Qué os paresce que dirán los turcos, los moros, los judíos e los luteranos viendo assí maltratar la cabeça de la cristiandad? ¡O Dios que tal sufres! ¡O Dios que tan gran maldad consientes! ¿Ésta era la defensa que sperava la Sede apostólica de su defensor? ¿Ésta era la honra que sperava España de su Rey tan poderoso? ¿Ésta era la gloria, éste era el bien, éste era ell acrecentamiento que sperava toda la cristiandad? ¿Para esto adquirieron sus abuelos el título de Cathólicos? ¿Para esto juntaron tantos reinos y señoríos debaxo de un señor? ¿Para esto fue elegido por Emperador?, etc. (pp. 11-12; el fragmento continúa todavía hasta la p. 13),
9El Lactancio oratorio es también proclive a los paralelismos, similicadencias, paronomasias, antítesis, apóstrofes, figuras patéticas y preguntas retóricas, como ocurre por ejemplo en la larga tirada pacifista que ocupa 7 páginas impresas (pp. 21-28). Añade a esas imágenes, las hipérboles, las reduplicaciones, las anáforas (véis aquí..., véis aquí..., véis aquí..., p. 25), esquemas retóricos como el ubi sunt (¡Quién vido aquella Lombardía...!, p. 26)381, etc. Su preferencia se dirige hacia los silogismos, las antítesis y las oposiciones, en especial cuando emplea argumentos de doble jerarquía (a la avaricia llaman industria, etc.)382, o en este otro caso, muy llamativo y en referencia al Papa:
Vos dezís que su officio era poner paz entre los discordes, y él sembrava guerra entre los concordes. Dezís que su officio era enseñar al pueblo con palabras y con obras la doctrina de Jesucristo, y él les enseñaba todas las cosas a ella contrarias. Decís que su officio era rogar a Dios por su pueblo, y él andaba procurando de destruirlo [...] Jesu Cristo fue pobre y humilde, y él, por acrecentar no sé qué señorío temporal, ponía toda la cristiandad en guerra. Jesu Cristo daba bien por mal, y él, mal por bien, haziendo liga contra el Emperador, de quien tantos beneficios había recevido (p. 19).
10Lactancio es, en principio, más sentencioso que el arcediano, pero no debe pasar inadvertido un detalle al hablar del ornamento más «culto» del discurso: sólo aparecen tres dichos latinos en el texto (pp. 91,135 y 145)383; dos de ellos están en boca del arcediano y sólo uno en la de Lactancio, lo que en mi opinión representa una variante con respecto a los portavoces habituales de diálogos renacentistas, y vuelve a unificar en gracias y oportunidades a los interlocutores. Por otra parte, no es novedad que un clérigo introduzca más sentencias latinas que un mozo cortesano, por muy modélico que éste sea; son exigencias conocidas de verosimilitud y decoro dialogales, además de una toma de partido por un canon estilístico384.
11Los párrafos oratorios, con ser muy hermosos, muy de época y bien adaptados al tema y los interlocutores, diferencian menos a este opúsculo de otras obras y diálogos renacentistas. En cambio el otro registro, el familiar e idiomático se encuentra sin duda entre los más difíciles de superar dentro del Renacimiento castellano, pues constituye una verdadera cima de lo que en otros momentos he definido como mímesis conversacional del lenguaje de los diálogos385, es decir, como reproducción retórica, elaborada, de la naturalidad, azar, tono familiar y cómplice que suelen caracterizar a una conversación si es literariamente verosímil.
12El arcediano emplea giros familiares e idiomáticos como éstos:
yo diría perrerías desta boca (p. 10); para que viniesse él [el Emperador] con sus manos lavadas a robarlo... (p. 13), etc.
13Puede también introducir expresiones proverbiales reelaboradas y refundidas en la estructura de la frase:
¡A buen árbol os arrimáis! Aosadas que yo nunca rompa mi cabeça pensando en essas cosas... (p. 67); ¿Nunca havéis oído dezir que allá van las leyes do quieren reyes? (p. 83); ¿qué razón havía que pagassen justos por peccadores? (p. 88); pues, como dizen, aún os queda lo peor por dessollar, porque he querido guardar lo peor para la postre (p. 119); aquello fue de necessidad hazer virtud (p. 144). No, por cierto, que hombre vergonçoso el diablo lo traxo a palacio, y [...] quise más prevenir que ser prevenido (p. 149).
14O emplea giros idiomáticos que comunican sensación de naturalidad automática, de conversación vivaz:
Si por cierto: en eso estavan los otros pensando (p. 81); ¿Pues los italianos? ¡Pajas! Ellos eran los que primero ponían la mano (p. 85); porque [los cardenales] no lo han en gana (p. 94); A esso nos andávamos. ¡Para dexar la pelleja con la hazienda! (p. 148); me tiemblan las carnes (pp. 97, 134).
15Al mismo fin contribuyen los neologismos y voces compuestas a partir de raíces tradicionales («desuellacaras» como calificativo de los soldados, por ejemplo, p. 119).
16O introduce burlas de otras lenguas, tan queridas a los escritores de diálogos satíricos:
[Los clérigos van vestidos de soldados] porque quando los alemanes veían un clérigo o fraile por las calles luego andavan dando vozes: ¡Papa, Papa, ammazza, ammazza! (p. 116-117)
17Es interesante destacar la transformación intencionada y argumentativa que aquí ha hecho Valdés, pues según los documentos diplomáticos los soldados pontificios huyen no de soldados alemanes, sino españoles, que gritaban «¡España, España! ¡amazza, amazza!»386.
18El arcediano, lejos de representar una comicidad plana, no se limita a enhebrar refranes y frases proverbiales, sino que es capaz de componer motes burlescos y exempta paródicos dignos de maestro Pasquino o, en otros momentos, de su compañero Marforio; naturalmente, como personaje diatríbico y polémico, en coherencia con el punto de vista que sostiene, transforma las descripciones en lamentación. Dice, en un juego de palabras, cuando denuncia a su modo la expedición interesada de bulas:
Empeñó el Papa ciertos apóstoles que havía de oro, y después hizo una imposición que se pagasse en la expedición de las Bulas pro redemptione Apostolorum (pp. 61-62)387.
19Una de sus cualidades narrativas reside en el anecdotario blasfemo del saco, que describe con detalle en la parte informativa de la conversación; por ejemplo en estos, entre otros muchos casos de inversión paródica, tan fáciles de hermanar con el Luciano de los siglos XV y XVI, muchos de los cuales se construyen desde la figura retórica de la evidentia:
¡Viérades venir por aquellas calles las manadas de soldados dando voces! Unos llevaban la pobre gente presa; otros ropa, oro, plata. Pues los alaridos, gemidos y gritos de las mujeres y niños era tan grande lástima de oír, que aun aora me tiemblan las carnes en dezirlo (p. 84).
¿Qué dezís de las irrisiones que allí se hazían? Un alemán se vestía como cardenal y andava cabalgando por Roma de pontifical, con un cuero de vino en el arzón de la silla, y un español, de la mesma manera, con una cortesana en las ancas. ¿Podía ser en el mundo mayor irrisión? (p. 92).
... Deziros he lo que vi. Que entre otros muchos hombres honrados que sacavan a vender a la plaça, llevaban los alemanes un obispo de su nación que no estava en dos dedos de ser cardenal. [...] ¿Qué maravilla? Y aun con ramo en la frente, como allá traen a vender las bestias, y quando no hallavan quién se los comprasse los jugavan a los dados. ¿Qué os parece desto? (pp. 93-94).
... Pero si viérades aquellos soldados, cómo llevaban por las calles las pobres monjas, sacadas de los monesterios, y otras donzellas, sacadas de casa de sus padres... (pp. 110-111).
Los alemanes algunos [huesos de santos] echavan en los cimiterios o en campo sancto; otros traían a casa del Príncipe de Orange y de otros capitanes; y los españoles, como gente más religiosa, todos los traían a casa de Johan de Urbina (pp. 119-120).
20Por su parte, el Lactancio familiar puede comunicar la misma vivacidad por mecanismos parecidos. Una simple repetición puede prestar la impresión de conversación veraz y espontánea:
¿Pensáis vos que delante de Dios se escusará un príncipe echando la culpa a los de su consejo? No, no (p. 20);
21porque el valor exhortativo o vocativo de una voz repetida forma parte del lenguaje espontáneo, mientras que la repetición colocada de forma simétrica implica un artificio conceptual. O un simple diminutivo:
... por no perder ellos un poquillo de su reputación, ponen toda la cristiandad en armas (p. 23);
22el diminutivo en este caso crea una connivencia y subraya una jerarquía: lleva implícito el desprecio o la devaluación del concepto «reputación» y se introduce como forma de atraer a todos aquellos que participan de ese mismo desprecio o devaluación.
23La interjección estimulante de la voluntad: «Ea, dezid» (p. 119); «ea, dezíme» (p. 151). Un refrán o una frase proverbial que, igual que antes, puede refundirse en la oración, y como todos los de su género, expresa un hecho particular y sugiere o ilustra una norma:
... que entre ruin ganado no ay que escoger (p. 33); ¿Qué hombre hay en el mundo que no quisiera más uno en paz que dos en guerra... ? (p. 37);... quando veíades las orejas al lobo (p. 83); La obediencia puesta en malos fundamientos no puede durar (p. 93); Agora conozco que con el rigor de la pena recompensa [Dios] la tardança del castigo (p. 152); etc.
24Los giros familiares son abundantes, lexicalizados o no:
¿Para qué se quiere él meter donde no le llaman y en lo que no toca a su officio? (p. 21); Estaban los enemigos a la puerta y él rebolvía nueva guerra en casa (p. 35); Por cierto que se me rompe el coraçón en oír una muerte tan desastrada... (p. 77);... sería para hazeros morir de risa (p. 124).
25Pueden abundar cuando se ve afectado en sus intereses y sobre todo en situaciones argumentativas descalificadoras, igual que los adjetivos «gentil» o «donoso», usados para «depreciar irónicamente lo que condena»388:
No me digáis esas niñerías (p. 49); Éssas son cosas para entre niños (p. 49);... cosa de que los niños se devrían aun burlar (p. 50); ¿Qué niñería es éssa? (p. 55).
26También lo son las comparaciones, hipérboles e hipótesis cómicas degradantes y, por lo general, descalificadoras. Cualquiera de ellas tiene el sello inconfundible de la tradición lucianesca y de pasquínate cuando denuncian a frailes corruptos, a personajes hipócritas, a sofistas y falsos filósofos, etc.:
¿Entendéis vos que los príncipes tienen el mesmo señorío sobre sus súbditos que vos sobre vuestra mula? (p. 39);... si con estrema necessidad cose un çapato para ganar de comer, luego dizen que es herege (p. 69); rezan un montón de salmos o manadas de rosarios (p. 139); etc.
27Lactancio tiene, como rasgos marcados caracterizadores de su persona, dos cualidades: el manejo de la ironía y los juegos de palabras. La ironía es constante, pero siempre incisiva y aplicada a los demás, al objeto de su sátira, no a sí mismo; puede desarrollarse desde la gradación mínima, si se escandaliza (o lo simula) de que el arcediano comiera carne en Viernes Santo:
¡Válame Dios, y cómo tenéis hermoso juizio! (p. 87),
28hasta el humor negro: cuando el arcediano se queja del hedor de los cadáveres que invade las iglesias tras la violación de las tumbas, dice Lactancio:
No era mucho que sufriérades aquel perfume en pago de los dineros que lleváis por enterrarlos (p. 119)389.
29Los juegos de palabras tampoco son nunca un uso neutro de retórica, sino que tienen rendimiento argumentativo múltiple y, casi siempre, fondo satírico; por ejemplo, del tipo siguiente, que otros coetáneos emplearon, incluido maestro Pasquino390: al confesar el arcediano que Clemente VII le concedió los beneficios que solicitaba, replica Lactancio:
Yo os prometo que essa fue demassiada clemencia (p. 151).
30Las páginas inolvidables sobre las reliquias se cuentan entre los chistes, las hipérboles y las facecias burlescas de asunto religioso más logradas de la literatura renacentista, y muchas veces recordadas por los críticos e historiadores de la literatura391, tantas que aquí no va a volverse a insistir. Cualquiera de ellas serviría como ejemplo del aprovechamiento de Luciano que hacen los reformistas desde el 400, sobre todo Erasmo, en connivencia con maese Pasquín. Pero en el personaje de Lactancio es significativo también que la sátira de las reliquias y de la religiosidad popular supersticiosa se asocie al exemplum cómico presentado como vivencia autobiográfica y en esa medida como figura de presencia y argumento de autoridad:
En mi tierra, andando un hombre de bien, theólogo, visitando un obispado de parte del obispo, halló en una iglesia una imagen de Nuestra Señora que diz que hazía milagros en un altar frontero del santíssimo Sacramento, y vio que quantos entravan en la iglesia volvían las espaldas al santísimo Sacramento, a cuya comparación quantas imágines ay en el mundo son menos que nada, y se hincavan de rodillas ante aquella imagen de Nuestra Señora. El buen hombre, como vio la ignominia que allí se hazía a Jesu Cristo, tomó tan grande enojo, que quitó de allí la imagen y la hizo pedaços. El pueblo se comovio tanto de esto que lo quisieron matar, pero Dios lo escapó de sus manos. [...] (pp. 132-133)392.
31Lactancio es seguramente un responsable de excepción de las ironías lingüísticas y argumentativas, pero tal cualidad no se reserva sólo a él. Aparte de lo dicho sobre la lengua, revelan los chistes fabricados entre ambos interlocutores y los apartes (pp. 62, 85, 86,119, y pp. 90, 98-99 respectivamente), de los que se habla en otro lugar, a un arcediano socarrón y bienhumorado, capaz, a diferencia de Lactancio, de autoironizar aún con su persona y con las cosas de la Iglesia. La mayoría de los refranes (no del conjunto de la lengua idiomática) están en boca del arcediano, «heredero es esto del Ribaldo del Caballero Cifar y precursor de Sancho»393. Esa ironía aplicada a sí mismo lo relaciona con los clérigos cómicos de herencia medieval, pero la otra, la exterior y practicada con los asuntos eclesiásticos es tanto más destacable por cuanto empezaban a no saber ni poder practicarla ya los clérigos de su tiempo, como, sin ir más allá, el tercer personaje del texto y portero de San Francisco. También él usa una locución idiomática [«La iglesia no se hizo para parlar, sino para rezar» (p. 155)394] pero, a diferencia del arcediano del Viso, es incapaz de autoirrisión, aunque practique su oficio con idéntico o mayor cinismo que él.
32En conclusión, la lengua y muchos de sus aderezos (chistes, facecias y apartes) caracterizan a los interlocutores y contribuyen de forma muy marcada a crear la distensión, la espontaneidad, la confidencia, el secreto, la improvisación, la familiaridad que se suponen inherentes a cualquier conversación realmente transcurrida, favoreciendo, así, la persuasión y el proceso argumentativo. En este aspecto, pues, el Diálogo de Lactancio es una verdadera obra de arte estilística además de argumentativa, y se acerca a la lengua mimética que Erasmo y otros imitadores de Luciano quisieron para sus diálogos.
Notes de bas de page
370 Los textos en M. Morreale, «Diatriba», pp. 98-102.
371 M. Morreale, «Apostillas...», art. cit. y «Sentencias y refranes en los diálogos de Alfonso de Valdés», RLit, XII (1957), pp. 3-14.
372 M. Morreale, «Apostillas...», pp. 410 y 411. Sin embargo, en p. 414 dice: «paralelismos y antítesis se reparten entre los dos interlocutores [...]. La figura retórica, al repartirse, crea un diálogo sui generis». Esa especificidad es la que en mi opinión hay que relacionar con la estructura polémica del diálogo. V. infra.
373 G. De Gennaro, «L'amplificatio nei Dos Diálogos di Alfonso de Valdés tradotti in italiano nella prima meta’ del secolo xvi» en Doce consideraciones, ob. cit., pp. 79-100.
374 G. De Gennaro, p. 80.
375 V. cómo discute R. W. Brednich (p. 154) ese tipo de argumentos cuando se aplican al estudio de las historische Ereignislieder de la Reforma.
376 V. J. F. Montesinos, introd. a su ed. cit. del Mercurio, p. xv.
377 J. A. Maravall, Antiguos y modernos [1965] (Madrid: Alianza, 19862), p. 500.
378 L. Mulas, «La scrittura del dialogo. Teorie del dialogo tra cinque e seiscento», en G. Gerina, C Lavinio y L. Mulas (eds.), Oralità e scrittura nel sistema letterario. Atti del Convegno Caglian 14-16 Aprile 1980 (Roma: Bulzoni, 1982), pp. 245-263, p. 255; una buena síntesis en pp. 256-57. Las retóricas del diálogo mencionadas son: C. Sigonio, De dialogo liber (Venecia: Ziletum, 1562), S Speroni, «Dalla Apología dei Dialogi» en Trattatisti del Cinquecento, ed. M. Pozzi (Milán-Nápoles: R. Ricciardi, 1978), pp. 683-724; R. Espinosa y Sanctayana, Arte de retórica (Madrid: G. Drouy, 1578), 3a parte; T. Tasso, «Dell'arte del dialogo» en Dialoghi di Torquato Tasso I (Pisa: N. Capurro, 1822), pp i-xiv (ed. crítica y comentada por G. Baldassari en La Rassegna della Letteratura italiana 75 (1971), pp. 93-134; S. Pallavicino, Discorso dell' arte [...] del dialogo, [1644] 3a ed. cor. y aum. (Venecia: s. i., 1698). Se deben añadir a la nómina las consideraciones de Castelvetro (Viena, 1570) en su exposición sobre Aristóteles (Poetica d'Aristotele vulgarizzata e sposta, ed. W. Romani (Bari, 1978), 2 vols.).
379 T. Xasso, «Dell' arte del dialogo», p. xi. M. Morreale («Sentencias...») encuentra predominio de sentencias en la primera parte de la obra, ligado a los razonamientos apodícticos, a las «verdades universales e incontrovertibles», al deseo de «mover y persuadir al lector por medio de recursos retóricos» (p. 4), ausente, por su concisión de los parlamentos ciceronianos (p. 5); tiene una estructura más estable por su carácter predominantemente nominal (p. 7); el refrán existe más en la segunda parte que en la primera, otorga un tono de viveza y espontaneidad a la conversación, acerca la dialéctica y la experiencia común, es más frecuente en boca del arcediano, a quien contribuye a caracterizar (pp. 5-6); [del inventario final que hace Morreale, si se distingue el interlocutor, se observa que 9 refranes son del arcediano frente a 4 de Lactancio y 1 del portero de San Francisco]; la estructura del refrán es más variada porque casi nunca es una cita textual, sino refundida, modificada, parafraseada, es decir, con tratamiento retórico, lo que lo hace análogo en algunas de sus raíces con la sentencia (pp. 7-8). Si las sentencias son sobre todo afirmativas y dogmáticas en contenido, los refranes traducen una visión pesimista de la vida y de las debilidades de la humanidad, expresadas con la brevedad del aforismo, como censura indirecta, como mera presentación punzante de hechos, y son un importante vehículo de ironía (pp. 9-10). Por su parte, los dichos latinos no tienen un origen recóndito, lo que indica que Valdés, siguiendo a Erasmo, se aparta de él en la ausencia voluntaria de erudición (pp. 10-11), aunque sí lo siga en la forma de ataque indirecto, propia de escritores reformistas que quieren revitalizar el estilo seco y doctrinal de los viri obscuri a la vez que inculcan sus propias ideas (p. 12). También «Apostillas...», pp. 407-408 y recuento de figuras retóricas en pp. 416-17.
380 M. Morreale, «Sentencias...», p. 9.
381 La descripción de la Lombardía en paz recuerda, según G. C. Rossi (p. 4), a la del segundo diálogo («Da religião») de la Imagen da vida cristā del místico renacentista portugués Fray Heitor Pinto. Para las repeticiones en el estilo, de palabras, de sílabas, etc., ibid., pp. 5-6.
382 El pasaje procede de una combinación de párrafos del Enchiridión de Erasmo que hizo fortuna en otros autores proclives a la expansión retórica, como Antonio de Guevara (v. Montesinos, introd. a su ed. del Mercurio, p. xvii). Montesinos relaciona ese registro de Valdés con el retórico y dialéctico de Erasmo; otro de los procedimientos, el de las antítesis estilísticas entre ideales y realidades, entre lo visible y lo invisible, es también erasmiano (ibid., p. xviii) y lo encuentro además en toda la tradición lucianesca.
383 M. Morreale, «Sentencias...», pp. 10-11.
384 En opinión de De Gennaro (pp. 81-82), la amplificación sirve para establecer artificialmente un grado de máxima credibilidad de la propia opinión del autor, agrandando el objeto del discurso, de las ideas y de la formulación lingüística. Destaca sobre todo la amplificación horizontal, no la vertical, y se refiere principalmente a la traducción italiana más que al original español, que es más contenido; los mecanismos son los sinónimos, la amplificación per incrementum antitético, sinonímico, interrogativo, enumerativo de circunstancias peyorativas; amplificación comparativa, per ratiocinium, acumulativa, por infinitud del caso, etc. La principal objeción que puede hacerse, considerando que se estudia una lengua dialogal, es no diferenciar qué interlocutor está en el uso de la palabra en cada caso. Por otra parte, la amplificación de mensajes evidentes y prolijos, aunque aumente en la traducción, está ya en el original, en los dos interlocutores, cuando defienden universales, quieren emocionar y practican el estilo epidíctico, como aquí se sostiene.
385 A. Vian Herrero, «La ficción conversacional en el diálogo renacentista» en Edad de Oro VII (Madrid: UAM, 1988), pp. 173-186.
386 V. A. Rodríguez Villa, Memorias..., p. 118.
387 M. Morreale relaciona también este mote con los juegos de palabras de maese Pasquín (v. «Diatriba», p. 101) y algunas de las anécdotas burlescas que reseño a continuación con la visión del saco de Roma como carnaval macabro, p. 99. Insiste en el carnaval, con menos rigor, P. Gil Cánovas, p. 177.
388 M. Morreale, «Sentencias...», p. 10, n. 6. También lo hace el arcediano.
389 M. Morreale recuerda que este tipo de juegos quizás predispusieron a Castiglione «a leer el Diálogo como si en él Valdés hubiese tomado a broma el Saco de Roma, visto cual si fuera un carnaval (macabro, pero carnaval al fin y al cabo).» («Diatriba», p. 99).
390 V. supra, capítulo VII y Padrenuestro paródico transcrito infra, Tercera Parte (no 6).
391 V. sobre todo un trabajo clásico de M. Morreale, «Comentario de una página de Alfonso de Valdés: el tema de las reliquias», RLit, XXI (1962), pp. 67-77. La fuente inmediata es Erasmo (el coloquio Peregrinado religionis ergo) aunque la burla de las reliquias tiene ya tradición medieval (ibid., p. 73).
392 Los clérigos «de su tierra», irritados por la pérdida de ganancias que representa para ellos la ausencia de la imagen, lo denuncian al obispo que, rara avis, es hombre sabio y sólo amonesta al visitador, alabándole el gusto religioso. Sobre el efecto que este tipo de anécdota pudo causar en Castiglione, v. M. Morreale, «Diatriba», pp. 101-102. La investigadora la califica más bien de facecia y de burla que de exemplum cómico. Mi nomenclatura obedece en este caso a la de la teoría de la argumentación moderna más que a la de la retórica renacentista, y ambas me parecen lícitas. Es muy aguda la observación de Morreale: «... la yuxtaposición de las facezie e burle que Castiglione presentaba como lícitas y convenientes en su propio libro, y de las que condenaba en el ajeno, nos permite tocar con la mano el tránsito entre una época en que la Iglesia podía reírse de sus propios fallos, y otra en que tal risa es irrisión vitanda» (p. 102).
393 M. Morreale, «Sentencias...», p. 6. La autora lamenta que Valdés supedite al arcediano a su fin dialéctico porque, en su opinión, hubiera podido ser un carácter inmortal de nuestra literatura. Creo que cabe la interpretación más benévola del personaje en tanto que figura cómica.
394 Aunque aquí parlar se emplea en el sentido de hablar en exceso, Benvenuto Cellini tiene en sus Racconti una sugerente explicación de los términos razonar, parlar, fablar y charlar a cuenta de un pasaje de sus memorias en el que narra cómo se enfrenta a sus acusadores. Lo transcribo de la ed. cit. de su Vida (p. 317, n. 2) porque viene a propósito a varios respectos: «El Dios de la Natura ha concedido al hombre en lo que hace a este modo del sonar de la voz cuatro diferencias, que son aquestas. La primera se llama razonar, lo cual quiere decir tanto como la razón de las cosas; la segunda se acostumbra llamarla parlar, que significa palabrear, como lo hacen quienes recíprocamente se dicen palabras sustanciosas y bellas, que si bien éstas no son la razón misma de las cosas, manifiestan la vía del razonar; la tercera se dice fablar, con la cual voz se expresa decir fábulas y cosas insustanciales, que algunas veces son gratas y nunca injuriosas; la cuarta voz es la de charlar, que acostumbran los hombres que no saben nada y quieren de ese modo saber bastante».
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