Monacato tradicional y canónicas regulares en el obispado de Urgel (siglos X al XII)
p. 379-391
Texte intégral
LAS PRIMERAS COMUNIDADES DE CLERIGOS
1Cuando se inicia la reconquista en la España Oriental y los Carolingios organizan el territorio fronterizo del Sur de los Pirineos creando la Marca Hispánica, repartida en condados, la situación de la Iglesia en las tierras de la futura Cataluña, y en las del obispado de Urgel en particular, era bastante crítica. De ahí que desde Narbona, la nueva metrópolis que sustituía a Tarragona en poder del Islam, se atajara la herejía adopcionista y se planificara la reorganización episcopal.
2Fruto de esta última seria la aparición de parroquias rurales, la designación de clérigos para servirlas y la constitución de pequeños grupos, de cuatro a cinco presbíteros, que iniciaban la vida en común para cuidar mejor de las almas de los fieles, siguiendo de forma rudimentaria unas normas de convivencia y rezo en común, inspiradas en las reglas de Crodegango de Metz (755) y del sínodo de Aquisgrán (816), que consentían la posesión de bienes propios a sus clerici. No sabemos hasta qué punto hay que emparentar a estas comunidades con las posteriores canónicas, o con las plebes o agrupaciones parroquiales que darían origen a los arciprestazgos y decanías, dentro de los obispados, corno distritos intermedios.
3Con el nombre de abad uno de estos sacerdotes dirigía la comunidad, bajo la protección de la autoridad condal y la supervisión epis-copal. Alternándose en dicha función directiva los clérigos de distintas iglesias del valle, según su prestigio personal más que de acuerdo con la importance de la iglesia que hubiesen regido previamente. Desde fines del siglo X algunas de estas comunidades de clerici, bien documentadas a partir del siglo IX, se convertirían en monasterios benedictinos, corno las de Sant Llorenç de Morunys y de Sant Pere de Graudescales, y otras se desmembrarían desapareciendo o pasando sus bienes a poder de terceros, ya fuese la propia catedral de la sede episcopal ya fuesen particulares laicos.
4El obispado de Urgel, situado en la Cataluña norteoccidental, en los albores del siglo X comprendía cuatro condados, unos treinta valles, más de un centenar de monasterios y 289 parroquias. La reorganización efectuada en dicho obispado a lo largo del siglo IX, bajo la dirección Carolingia y la supervisión de la metrópolis de Narbona, ofrece en los aspectos civil y religioso algunas características a señalar, para entrar de lleno en el tema que nos ocupa, tales corno la extensión de la inmunidad y la exención.
DE LA INMUNIDAD A LA EXENCION
5Los primeros documentos de inmunidad fueron otorgados por los condes de Urgel en los años 848 a 859 a los monasterios benedictinos de Santa María de Lavaix, Sant Vicenç de Gerri y Sant Pere de Burgal. Iniciaban la administración monástica inmune en la esfera civil, pero iban a favorecer un intento paralelo de sustración al prelado diocesano del derecho originario — manifiesto en el período visigodo —, de plena intervención de los obispos en los centros cenobíticos situados en el territorio de la diócesis.
6Hasta aquellos momentos, en teoría por lo menos, todos los monasterios se hallaban sujetos a la jurisdicción del ordinario diocesano. Los privilegios que empezaban a otorgar los condes dejaban de hecho a los monasterios bajo la directa dependencia del poder condal, al sustraerlos a la intervención de sus propios delegados u oficiales. Pero, a la vez, la autoridad del obispo quedaría disminuida al fortalecerse la autoridad condal. Esto puede explicar que el obispo de Urgel, Guisad II, al realizar su viaje a Roma en la Navidad del año 951, en compañía del abad Arnulf de Santa María de Ripoll, recabara del papa Agapito II los primeros privilegios pontificios para centros monásticos, en la esperanza de neutralizar el papel del poder civil.
7El papa, entusiasta de la reforma monástica en estrecha relación con Cluny, y el obispo de Urgel no podían prever entonces las consecuencias de querer neutralizar la fuerza de la inmunidad por medio de la exención. Esta última vincularía directamente al Papado los monasterios privilegiados y les sustraería a la jurisdicción episcopal.
8Bastantes siglos más tarde, otro obispo de Urgel, De La Dueña y de Cisneros, en torno de 1770, mandarla reunir en tres gruesos volúmenes la documentación de los monasterios — y antiguas canónicas — que en el siglo XVIII se consideraban exentos (es decir, libres de la jurisdicción del obispo y unidos directamente a Roma, corno si no pertenecieran a diócesis alguna: nullius diœcesis). Eran éstos, entonces, los de Santa María de Ripoll (monasterio que poseía extensos bienes en el territorio del obispado de Urgel, aunque no se hallara situado en él), Sant Vicenç de Gerri, Santa María de Lillet, Sant Pere d'Ager, Santa María d'Alaó, Bellpuig de les Avellanes, el pabordato de Tercui, Santa María de Lavaix, Santa Maria de Meiá y los bienes de la Orden de San Juan de Jerusalén o del Hospital (en especial, la parroquia de Barbens). Nueve centros importantes. Otros muchos habían desaparecido ya en aquellos momentos, y parte del patrimonio de las Ordenes Militares. Al hacer el recuento, este preocupado sucesor de Guisad II, exclamaba: «Dios nos libre de caer en pleitos con esto señores prelados!»1.
9Desde las últimas décadas del siglo IX hasta comienzos del XII se fundaron unos cuarenta monasterios nuevos y se restauraron otros tantos, a medida que progresaba la reconquista de tierras a los musulmanes. La inmunidad y la exención, repetidamente invocadas en este período, permitieron que se consolidaran en los territorios de Urgel patrimonios eclesiásticos que perdurarían hasta las desamortizaciones de los primeros decenios del siglo XIX y la abolición de los señoríos en 1831.
CONCLUSION DE LA RECONQUISTA
10Entre los siglos X y XII el impulso reconquistador hizo que, en sucesivas etapas, se fueran recuperando las zonas meridionales del antiguo territorio diocesano de Urgel, todavía en poder del Islam. En líneas generales cabe senalar que hacia los años 974-976 la frontera sur del obispado de Urgel iba de Tremp (perdido por breve tiempo en 1004) a La Clua, en el Segre, continuando en sentido horizontal hacia el castillo de Madrona, para acoger los valles del río Cardener y sus afluentes hasta Cardona, e ir a buscar el Llobregat al mediodía de Casserres. Desde enfonces se fue avanzando con lentitud puesto que el Califato de Córdoba se hallaba en sus mejores momentos. Antes de 1024, sin embargo, el obispo San Ermengol había ganado Guissona a los musulmanes. Hacia el 1035, debilitado el poder del Islam, se habían incorporado ya a la zona de influencia cristiana los territorios de Ager, Meià, Gualter, Ponts y Torà, hasta Castellfollit, avanzando en el territorio «de nadie» que cabría trazar entre Pilzay o Pilza y Sant Jaume de Calaf.
11Treinta años más tarde, en 1065, la línea fronteriza, que en Ribagorza había avanzado hasta Tamarit, en Urgel abarcaba ya la zona del futuro convento de Bellpuig de les Avellanes, Camarasa, y buena parte de la Ribera del Ció con Agramunt, Barbens, Anglesola y Cervera. Tras la magna liberación, en 1078, de toda la Ribera del Ciò y del Llano de Urgel por Ermengol IV, a la que seguirla la toma de Balaguer — perdida luego y recuperada pronto (1105) —, pocos años más (hasta 1109) bastaron para que todo el territorio del Urgel histórico quedara rebasado, hasta Mollerusa y Tárrega, preparando la restauración del obispado de Lérida, subsiguiente a la reconquista a los musulmanes de esta ciudad y de su territorio en 1149.
12Después de un siglo y medio de estancamiento, unos ciento treinta años habían sido precisos para que el obispado de Urgel lograra, al comenzar el siglo XII, la extensión que conservaría, en sus líneas generales (salvo la creación de las nuevas diócesis de Roda-Barbastro y de Lérida), hasta la desmembración de finales del siglo XVI.
13Mientras tanto, la conquista iba seguida del establecimiento de nuevos centros religiosos, pero la consolidación, o si se prefiere «la colonización», no solía ser inmediata2. La organización civil partía de los castillos y de sus distritos, dentro de los cuales se repartían las parroquias. A veces, se tardó dos generaciones en consolidar la nueva estructura civil y religiosa.
14Los territorios adquiridos no estaban muchas veces despoblados, y los antiguos y los nuevos pobladores debían sufrir un proceso de readaptación, en medio de sucesivos avances y retrocesos. Puede ser incluso que en el territorio del Montsec persistieran algunas comunidades de mozárabes. El monacato tradicional, benedictinizado, experimentaba una crisis de vocaciones y eficacia. Por ello las necesidades de la cura animarum en las nuevas tierras ganadas a los musulmanes debieron asumirlas en buena parte los clérigos regulares, organizados en nuevas canónicas que facilitarían la evangelización por equipos especializados.
EL MONACATO TRADICIONAL
15Los monasterios, benedictinizados desde el siglo IX, fueron elementos importantes en la colonización de las tierras conquistadas al Islam hasta mediados del siglo XI. Los nobles locales solían ser sus fundadores: cedían las tierras para edificar el cenobio, le proporcionaban los medios económicos para subsistir, garantizaban la inmunidad jurisdiccional en su territorio, y buscaban a veces el patrocinio o la afiliación a un gran centro monástico para asegurar los frutos de su obra, regulando las relaciones que la familia del fundador tendría con la comunidad, corno en el resto del Occidente europeo.
16Los vasallos del señor que había hecho la fundación, le cedían tierras también, y solían reclamar a cambio participación en los beneficios espirituales, entrando a formar parte de su familiaritas. Los nuevos monasterios, objetivo preferente de los legados testamentarios pasaron a constituir los primeros núcleos de asistencia social. Para atender a las viudas, los huérfanos y los ancianos, de acuerdo con unas condiciones que se precisaban, pero que los documentos solo nos han conservado muy de tarde en tarde. Excelente muestra de esta labor social puede ser el texto de 15 de noviembre de 1015 según el cual Aludia, viuda y abandonada de todos sus familiares y amigos, recibe asilo vitalicio en el cenobio de Santa María de Serrateix y entrega al abad Reinard y a la communidad, que se compadecieron de ella, los bienes alodiales que había adquirido en el término del castillo de Viver3.
17En el aspecto económico cabe hacer hincapié en dos hechos significativos:
- El desarrollo de la ganadería, en especial el ganado vacuno y equino, fomentado por los condes desde finales del siglo X, corno pone de manifiesto el hecho de que el conde Borrell II, en su testamento de 24 de septiembre de 993, legara 147 vacas y 47 yeguas a repartir entre quince monasterios y canónicas, entre ellos los de Sant Llorenç de Morunys, Sant Pere de Graudescales, Sant Climent de Codinet, Santa María d'Organyá y Sant Andreu de Tresponts. También los lotes de ganado ovino y de cerda solían constar en la documentación, aunque el número de cabezas no fuera muy elevado. El aumento de los rebaños monacales impulsó la organización de la trashumancia y la búsqueda de zonas apropiadas para pastos.
- La extensión de la viticultura. Hasta el siglo XII la comunión se solía dar a los laicos en las dos especies y, en general, el consumo de vino era mayor que en la actualidad. En Urgel, desde el siglo X, tenemos noticias documentales del cultivo de la vid en zonas de altitudes máximas y de temperaturas extremes. El propio obispo y los canónigos de la catedral figuraban entre los primeros viticultores. Los monasterios consta que también poseían excelentes viñedos. Ninguna regla prohibía beber vino, aunque la benedictina lo aceptara con moderación, y la hospitalidad lo requería. Algunos monasterios orcelitanos hicieron esfuerzos inauditos para proceder a la plantación de viñas. Los vestigios que se aprecian en los peñascos que rodean Sant Andreu de Tresponts son un buen testimonio de ello.
EXPANSION DE LAS CANONICAS AGUSTINIANAS
18En el último tercio del siglo XI, coincidiendo con las últimas etapas de la reconquista, se expandió por Urgel el florecer que venían experimentando las canónicas regulares no catedralicias en el Occidente europeo desde la primera mitad del mismo siglo. Las fundaciones de canónicas «agustinianas» fueron ocupando el lugar de los monasterios benedictino-cluniacenses cuando estos últimos empezaron a decaer. La adopción de los preceptos agustinianos por muchas canónicas ya existentes, y por otras de nueva creación, fue, sin embargo, un tanto tardía en Urgel.
19El Ordo clericalis o también Ordo canonicus — bien definido ya en la regia de Aquisgrán del año 816 — se consideraba más adecuado que el Ordo monasticus para la cura de almas que requería la reorganización eclesiástica de las tierras reconquistadas al Islam, y las canónicas, o comunidades de clérigos, recibían ahora el alud de donaciones que antes recogió el monacato, muchos de cuyos miembros no recibían ni siquiera órdenes menores.
20Entre las normas de la regla benedictina y las de las canónicas existían grandes semejanzas: la vida, la comida y el descanso nocturno se hacían en común. De ahí que mucha gente no hiciera distinción entre monasterios y canónicas, y llamara a estas últimas monasterios y abad a su superior, aunque los comunitarios de éstas debieran pertenecer al clero, en tanto que los de los primeras cuando habían recibido órdenes sagradas solían indicarlo al suscribir documentos: monachus et levita, monachile et presbiter..., y pocos podían hacerlo todavía.
21Sometidos a una disciplina regular y a un prepósito o paborde (a veces llamado abad, corno hemos dicho), los preceptos de la vida canonical solían ser menos rigurosos para los comunitarios. Podían vestir ropas de lino, comer carne, tener bienes propios y administrarlos, y fue usual que tuvieran casas individuales, dentro o junto al recinto del claustra. Su actividad se centraba en la organización del culto divino, los rezos en común a las horas prescritas, la enseñanza y el ejercicio de la caridad y la hospitalidad, extremo al cual debían destinar la décima parte de sus rentas.
22Los celadores de la vida apostólica, nombre que con frecuencia utilizaban para aludir a la vida canonical, tendieron a oponer la figura de San Agustín a la de San Benito, constituyendo la «Regia de San Agustín» a base de las normas que el prelado de Hipona diera en sus cartas y sermones, en particular, según es sabido, su carta 211. El aprovechamiento que de unas y otras normas hizo ya San Benito de Aniano (— 821) en su Concordia regularum. La refundición debida a San Norberto, arzobispo de Colonia y creador de la Orden Premonstratense, de canónigos regulares, que según declaraba explícitamente la bula de confirmación del papa Honorio II (1126), se establecía secundum beati Augustini institutionem. Y, pocos años después, los privilegios otorgados por el papa Inocencio II (1130-1143), acabaron generalizando el Ordo clericalis en la «Orden de San Agustín».
23La Orden Premonstratense tuvo un solo convento de canónigos en el obispado de Urgel, el de Nuestra Señora de Bellpuig de les Avellanes, erigido el 5 de febrero de 1167, por el clérigo Joan de Organyà. Y en el documento fundacional se reconocía explícitamente la sumisión del prior y de los canónigos de Bellpuig al obispo de Urgel. En dicho convento, de larga vida, durante el siglo XVIII se formaron los eruditos de mayor nombradía de la diócesis. Pero Urgel contó con otras varias canónicas regulares no catedralicias, anteriores a Bellpuig, corno las de Sant Vicenç de Cardona, Sant Pere d’Ager, Santa María d'Organyà, Santa María de Mur, Sant Pere de Ponts, Sant Jaume de Frontanyà, Santa María de Guissona (1099), Santa María de Lillet (1100), Sant Miquel de Cellers y, de especial importancia, la de Santa María de Solsona4. Todas ellas secularizadas en agosto de 1592 por bulas del papa Clemente VIII, que reducían los canónigos regulares de la Orden de San Agustín existentes en Cataluña, a clérigos seculares, les impedían el uso del roquete blanco que les había distinguido, y les asignaban cincuenta ducados anuales por congrua sustentación fuese cual fuese la renta que hasta entonces habían percibido. Tan solo Bellpuig libróse de la secularización.
24Veamos algunas de las características de estas canónicas urgelitanas. La canónica de Sant Vicenç de Cardona, mencionada desde 1019 corno canónica aquisgranense y dotada por los vizcondes de Cardona en 23 de octubre de 1040, en ocasión de la dedicación de su templo románico, tuvo la dignidad abacial y, desde 1093, contó con el priorato de Sant Jaume de Calai. Los clérigos de San Rufo de Aviñón, que en tomo de 1080 habían hecho notar su presencia en tierras de Urgel, en la primera mitad del siglo XII trataron de someter la canónica cardonense a la reforma agustiniana de la congregación de San Rufo de Aviñón, pero no lograron consolidarse y, a finales del siglo XII o comienzos del XIII, se abandonó la vida en común.
25La canónica de Sant Pere d'Ager, erigida a mediados del siglo XI por Arnau Mir de Tost sobre una basílica mozárabe, llegó a contar con un amplio patrimonio, declarado exento por el papa Nicolás II el 15 abril de 1060 y confirmado por Alejandro II el 17 de abril de 1063, mediante la entrega a Roma, respectivamente, de 5 000 y 3 000 sueldos de oro y diez esclavos negros, por parte del fundador, uno de los grandes reconquistadores del Montsec. La canónica agustiniana de Santa María de Organyà fue reorganizada en el año 1090 y dotada de nuevo, bajo la supervisión del obispo Bernat Guillem de Urgel. La canónica agustiniana de Santa María de Mur, iniciada en 1087, fue impulsada por el conde Pere Ramon de Pallars el 1° de abril de 1100, dotándola espléndidamente. La canónica de Sant Pere de Ponts, existente desde el siglo XII, dotada en 1143, y con solo cuatro canónigos a finales del siglo XIII, es la menos documentada.
REORGANIZACION CANONICAL
26Como hemos indicado ya, existía en las tierras de Urgel una vieja tradición, remontable con seguridad a los siglos IX y X y de posible raíz visigoda, de clérigos que se agrupaban para vivir juntos y realizar en común los rezos y las tareas de apostolado5 y, aunque luego muchas de estas agrupaciones — de cuatro o cinco clérigos — se dispersaran, o acabaran convertidas en monasterios benedictinos o incorporadas a otros centros de algún modo, cuando la reconquista volvió a activarse en el siglo XI, resurgió la vieja organización clerical y no pocos monasterios se reconvirtieron temporalmente en canónicas. Así, por ejemplo, Sant Genís de Bellera.
27Bastaba ahora un clérigo emprendedor y el apoyo de un señor influyente para que estos clérigos y presbíteros dedicados a la actividad parroquial se organizaran, de modo parecido al monacato, en canónicas y se convirtieran en canonici regulares, sometidos a la jurisdicción del ordinario, y alentados en su compleja misión por el ideal de una vida de perfección en comunidad, que acaso algunos habían iniciado ya entrando previamente en comunidades monásticas. A partir de la segunda década del siglo XI este fortalecimiento de la vida canonical empezó a ser evidente en toda Cataluña.
28Desde que, mediado el siglo XI, adquirieron conciencia del carácter específico de su instituto, los canónigos regulares proclamaron su superioridad sobre los monjes (que de hecho no precisaban recibir órdenes sagradas, siendo, en muchos casos, simples laicos ligados por los tres votas de pobreza, castidad y obediencia emitidos al entrar en la comunidad). Muchos monjes, educados desde niños en los cenobios, solo debían santificarse para salvar su alma, y las riquezas atesoradas en algunos monasterios se lo dificultaban, aunque la mayor parte de los monasterios urgelitanos fueron pequeños y pobres. Conciliar la vida activa con la contemplativa, ser predicadores y pastores del pueblo cristiano, constituían los objetivos primordiales de los canónigos. De aquí que un conquistador del relieve de Arnau Mir de Tost, tras vacilar entre los cluniacenses y los canónigos, al ir a fundar el centro comunitario de Sant Pere d'Ager, mediado el siglo XI, acabara decidiéndose por fundar una canónica6.
29Mas la organización de una canónica, en este tiempo, no fue uniforme. Solía presidirla — cuando la canónica no era catedralicia — el archidiaconus o arcediano. En ocasiones éste era preboste, praepositus o prepósito, y existía un segundo archidiaconus que era el decanus o dean. Asumía, a veces, la dirección de los comunitarios un primicerius (corno en el caso de Ager), o un prior, e incluso en ocasiones se le seguía dando el título de abad, padre, para mayor confusión.
30Otros oficios importantes, aunque no siempre se hallaran en los siglos XI y XII eran los del magister scholae o chantre, que debía dirigir el canto, llamado también praecantor o precentor, porque daba el tono o entrada. El scholasticus, que tenía a su cuidado la instrucción de los escolares, recibiendo los nombres de didascalus, caput scholaris, grammaticus, magister y capischolus o capiscol, jefe de la escuela. El scriniarius o cancellarius era el jefe del scrinium, archivero, bibliotecario y jefe de los copistas, notarli y scribae, notarios y escribanos.
31La guarda del tesoro común estaba encomendada al custos, custodio, cellerero o bolsero, apareciendo el oficio dividido entre varios, en algunos casos: thesaurarius o tesorero, sacriscrinius o sacristán y camerarius o camarero. Constan asimismo otros cargos corno el de operarius u obrero, el samaritanus hospitalero o enfermero, el ostiarius o portero, el legislator o juez, etc., atestiguados todos ellos en la Cataluña de los siglos XI y XII.
32Las canónicas urgelitanas de la catedral de la Seu d'Urgell, canónica catedralicia presidida por el obispo, y de Santa María de Solsona, no catedralicia, eran las más importantes, y llegaron a contar hasta treinta y cuarenta canónigos, pero entre las demás costaba incluso cubrir el mínimo de doce individuos o canónigos de que teóricamente debían constar. Muchas canónicas urgelitanas no tendrían más de cinco o seis canónigos y la episcopal de Roda de Ribagorza cuando se instituyó en 1017, a imitación de la de Urgel restaurada en 1010, contaba sólo con un archisacer y seis presbíteros.
33Detrás de esta organización regular, llamada del ordo antiquus o de los «canónigos negros», existían algunos peligros: la falta de solidez en la preparación para predicar; el auge del eremitismo incontrolado, o débilmente controlado por el monacato en los siglos XI y XII; la presencia cada vez más influyente y poderosa de las Ordenes Militares, templarios y hospitalarios; la suspicacia de los prelados diocesanos que veían debilitarse su autoridad en la organización parroquial y disminuir las rentas que obtenían de sus parroquias; y la influencia creciente del Norte pirenaico a través de los clérigos de San Rufo de Aviñón que amenazaba la independencia de las canónicas.
34El espíritu reformista de estos últimos iba a chocar con diversas fuerzas disolventes: con la usurpación de bienes comunitarios por parte de los señores laicos desde comienzos del siglo XI; con la persistencia de patronos laicos sobre iglesias, monasterios y canónicas; con la introducción de la disgregación de las mensae y del reparto de los bienes de canónicas y monasterios en porciones canonicales y en prebendas monacales; con el abandono gradual de la vida en común por parte de los clérigos canonici; con la presencia de familiares laicos, y de clérigos ajenos en los monasterios, y de presbíteros beneficiados en las canónicas; con la infiltración de la doctrina cátara en el obispado de Urgel, a fines del siglo XII, y con las violentas luchas que esta infiltración motivó o para las que sirvió de pretexto, entre el rey, el conde de Urgel, el obispo y el vizconde de Cardona por el lado de la ortodoxia, y el conde de Foix, el vizconde de Castellbó y Ponç de Cabrera por el lado de los albigenses o cátaros (1188-1198). Monjes cistercienses de Fontfreda fueron los encargados por Inocencio III de enfrentarse con la expansión de la doctrina catara (1203-1204), en tanto que Pedro II de Aragon concedía libertad, en 1206, a las canónicas y monasterios para elegir sus prelados sin preceder consulta o permiso7.
35Aunque los premonstratenses — ordo novus — o canónigos blancos, que ocupaban en Urgel desde el siglo XII la estratégica posición de Bellpuig de les Avellanes, vinieron a dar cohesión a las canónicas, tratando de renovar su espíritu, el fervor popular por las canónicas surgidas ο revitalizadas desde el siglo XI por la influencia de San Rufo de Aviñón, no tardó en decaer, después de las tres primeras generaciones. El monacato tradicional reaccionó, ya desde el último tercio del siglo XI y comienzos del XII y, al tiempo que en el seno de Cluny se alzaban voces de reforma, surgía un nuevo fruto del tronco benedictino: el Císter, cuyos centres de Poblet y Santes Creus dejarían sentir su influencia en el Prepirineo y Pirineo urgelitano, en competencia con Templarios y Hospitalarios, para obtener amplias zonas de pastos de verano antes de que concluyera el siglo XII.
EL ESPIRITU DE LOS COMUNITARIOS URGELITANOS
36El espíritu religioso de Urgel busca soluciones distintas, pues, a los problemas que plantea la zona reconquistada en los siglos XI y XII. No faltarían, posiblemente, clérigos seculares que entraran en las comunidades monásticas con objeto de conseguir el abadiato o, por lo menos, la dirección de alguna parroquia monástica, ni abades que dejaran su grey abandonada para hacer fortuna corno consejeros en las cortes reales o señoriales, ni monjes que disfrutaran de beneficios sin el consentimiento de su abad, ni laicos que retuvieran en su poder abadías, prioratos y canónicas para beneficiarse de sus rentas. Eran consecuencias naturales de la feudalización que experimentaba la sociedad y la iglesia con ella. Peores podían ser, sin embargo, las usurpaciones y destrozos de bienes y la falta de nuevas vocaciones. De todo ello hay testimonies fidedignos en Urgel.
37Pero el espíritu de renovación espiritual se hallaba en marcha. Consecuencias del mismo, manifiestas en Urgel, fueron:
- el abandono de la liturgia tradicional a partir de 1068 y su sustitución por la romana, en aras de la uniformidad.
- La creación de cofradías, agrupando a los fieles de ambos sexos, en torno de monasterios, canónicas y parroquias. Tales corno la constituida por el obispo San Ermengol, el 21 de septiembre de 1035 en el monasterio de Sant Pere de la Portella, o la instaurada por el obispo San Odón (Sant Ot), el 9 de febrero de 1100, en la canónica de Santa María de Lillet. Estas cofradias, mediante una módica aportación anual de los cofrades, en dinero o en especies, ofrecían la participación en las indulgences, oraciones y sufragios, la recepción de los subsidios precisos en caso de necesidad, la asistencia a los enfermos, concesión de dote a las doncellas casaderas, redención de la esclavitud o cautividad, pacificación de los conflictos interfamiliares, etc., contribuyendo asimismo al sostenimiento de los centros comunitarios.
- La aparición del espíritu reformista y congregacional con la relación entre los diversos monasterios, acentuada, y entre los comunitarios de distintas procedencias. Benedictinos provenzales, italianos y del Sur de Francia acudían a los monasterios catalanes y se establecían de este relaciones provechosas. Los propios condes las fomentaban. Ermengol IV de Urgel, entre 1070 y 1079, pedía al obispo de Olorón, Amato, que reformara los monasterios de Sant Semí de Tabernoles, Santa Cecilia d'Elins, Sant Andreu de Tresponts y Sant Llorenç de Morunys, en ocasión de hallarse en Urgel en calidad de legado del papa Gregorio VII. Desde estos momentos la solicitud pontificia por la reforma monástica se intensificaría y los monasterios se ayudarían entre sí para hacer trente a situaciones difíciles, no solo espirituales sino también económicas.
- La reforma de las canónicas, favorecida desde 1059 por Gregorio VII y Urbano II (en especial desde 1092-1094), y canalizada por los obispos diocesanos, aprovecha textos diversos y hábitos antiguos para cristalizar en la llamada «Regia de San Agustín», asumida por los comunitarios de San Rufo de Aviñón. Los canónigos regulares agustinianos, a quienes se encarece el carácter apostólico de la vida en común sin propiedad privada, con abstinencia, pobreza y silencio en determinadas horas del día, tuvieron su período de máxima prevalencia en Cataluña entre 1082 y 1152.
- La restauración de la sede metropolitana de Tarragona, preparada en Narbona en 1127 con la fundación de una cofradía o hermandad, destinada a este fin, se vería confirmada en 1154 por el papa Anastasio IV, atribuyéndole los once obispados de Aragón, Navarra y Cataluña, entre ellos el de Urgel. Con dicha restauración se completarla, en la segunda mitad del siglo XII, la reorganización de la vida eclesiástica en el territorio de Cataluña definitivamente liberado del dominio musulmán.
Notes de bas de page
1 Seo de Urgel. Archivo Episcopal de Urgel. Obispado De la Dueña y Cisneros. «Exemptos». 3 vols, manuscritos. La frase citada en el texto, en el folio 1, recto, del vol. primero.
2 M. Riu, «Monacato y colonización rural en la Cataluña altomedieval» Codex Aquilarensis (Aguilar de Campoo), núm. 2 (agosto 1989), p. 85-112.
3 Solsona. Archivo Diocesano, Palacio Episcopal. Pergamino original (37,5 x 10 cms.). Muy estropeado en su extremo izquierdo.
4 Hasta mediados del siglo XIV estas canónicas manifestaron escasa tendencia al espíritu congregacional que alentaba al monacato benedictino, aunque algunas, corno la de Sant Vicenç de Cardona, supieran adecuar sus constituciones a los nuevos tiempos fijândose normas propias. Tales la de la Pretiosa o Consueta cardonense de 1311, estudiada por Montserrat Casas I Nadal: El monestir de Sant Vicenç de Cardona a l'Edat Mitjana. Tesis doctoral inédita. Universidad de Barcelona, 1989. 2 vols.
Benedicto XII, el papa aviñonés de 1335, quiso poner fin a los particularismes de estas canónicas y estableció reglas generales para el «Orden de Canónigos regulare de Saint Agustín»; formó un código de Constituciones y dispuso que las canónicas se agruparan en «provincias» y «congregaciones», se nombrasen visitadores y se celebraran capítulos provinciales (15 de mayo de 1340). Los deseos del papa fueron recogidos muy pronto en varias canónicas urgelitanas que pasaron a formar parte de la Provincia Tarraconense Cesaraugustana. Esta, constituida et propio 1340, tuvo su primer capítulo provincial en la ciudad de érida en aquel mismo año y en él se promulgaron las Constituciones referidas. Véase Domingo Costa Y Bafarull: Memorias de la ciudad de Solsona y su iglesia, Barcelona, 1959, vol. I, p. 286-287. Edición del manuscrito de 1799 conservado en el Archivo Diocesano de Solsona.
5 J.-J. Bauer: «Die vita canonica der Katalanischen Kathedralkapitel vom 9. bis zum 11. Jahrhundert». Homenaje a Johannes Vincke. Madrid, 1962-1963, p. 81-112.
6 F. Fite: Reculls d'história de la Vali d'Ager. Període antic i medieval. Ajuntament de la vila d'Ager, 1985.577 p.
7 Barcelona. Biblioteca de Catalunya. Manuscrito núm. 729, Jaime Pasqual: Sacrar Cathaloniae Antiquitatis Monumenta, vol. II, fol. 306.
Auteur
Universidad de Barcelona-España
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1994
Papauté, monachisme et théories politiques. Volume II
Les Églises locales
Pierre Guichard, Marie-Thérèse Lorcin, Jean-Michel Poisson et al. (dir.)
1994
Le Sol et l'immeuble
Les formes dissociées de propriété immobilière dans les villes de France et d'Italie (xiie-xixe siècle)
Oliver Faron et Étienne Hubert (dir.)
1995