Jesús Martín-Barbero
Tiempo y espacio, nación y globalización en América Latina entre dos siglos
p. 15-25
Texte intégral
1En una conferencia que dictó en Guadalajara, en 2000, y que luego colgó en su blog bajo el título de “Cultura/tecnicidades/comunicación”, Jesús Martín-Barbero (Ávila, 1937) afirmaba que las transformaciones tecnológicas y culturales que se produjeron en el ámbito de la comunicación durante las últimas décadas nos sitúan hoy no ya en “una época de cambios” sino más bien ante “un cambio de época” (7). Al igual que otros investigadores e intelectuales latinoamericanos abocados a estudiar el presente y la rápida evolución de nuestras sociedades, el conocido comunicólogo colombiano da cuenta en esta conferencia, como en otras de sus intervenciones y publicaciones, de la necesidad de analizar las mutaciones recientes desde una perspectiva crítica que permita deslindar el momento que estamos viviendo y haga patente su singularidad, su espesor histórico. No es otro, para él, uno de los objetivos principales y más urgentes que deben perseguir los investigadores en el campo de las ciencias sociales y humanas tras la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría: “La incertidumbre que conlleva el cambio de época –escribe así en Oficio de cartógrafo (2002)– añade a la crisis de los mapas ideológicos, una fuerte erosión de los mapas cognitivos que nos deja sin categorías de interpretación capaces de captar el rumbo de las vertiginosas transformaciones que vivimos” (346-347).
2Consecuente con estas ideas, y como ya lo indica el título del libro citado, Martín-Barbero concibe su trabajo como una vasta empresa de renovación cartográfica con la que busca reconstruir y actualizar los mapas cognitivos en América Latina, a objeto de facilitar un aggiornamento que haga posible acercarse al tiempo presente no desde el pasado sino desde el presente, es decir, desde el punto de ruptura entre ayer y hoy donde se produce el surgimiento de una mirada estrictamente contemporánea. Se trata de un imperativo no sólo intelectual sino ético y político, según señala en un artículo de 2005: “Estamos necesitados de capacidad analítica para trabajar la complejidad de lo que irrumpe en el presente, abriéndonos hacia futuros que, por estar llenos de opacidad e incertidumbre, no nos eximen de asumirnos como actores, o de resignarnos a ser sus víctimas” (“Razón técnica” 3).
3Dada la importancia del debate latinoamericano sobre la globalización y sus efectos a lo largo de los veinte años que han pasado, mal puede extrañar que haya sido uno de los objetos privilegiados de la labor cartográfica de Martín-Barbero. Al igual que David Harvey (1989) y Arjun Appadurai (1996), el colombiano ha sabido asociarla en sus inquisiciones a los cambios de nuestras nociones de espacio y tiempo, y ha estudiado sus repercusiones en algunos aspectos fundamentales de nuestra cultura, como los conceptos de nación e identidad. Lo que me propongo realizar, es un breve recorrido precisamente por ese mapa específico donde se reúnen tiempo y espacio, nación y globalización, en la obra de Jesús Martín-Barbero. Pero no quisiera iniciar este ejercicio sin antes advertir de los riesgos que conlleva cualquier intento por sistematizar el trabajo de nuestro autor. No estoy aludiendo solo al intenso trasiego interdisciplinario que caracteriza sus análisis y que Hermann Herlinghaus describe como el de un pensamiento inquieto que desplaza a la vez el campo del conocimiento y las expectativas clasificatorias (Contemporaneidad latinoamericana 4). Tampoco aludo a su costumbre de publicar sus textos diseminándolos en los soportes y formatos más variados. A lo que me refiero es a ese carácter de obra abierta que la práctica constante de la reescritura le imprime al conjunto de su obra, pues, de una conferencia a otra, de un artículo a otro, y hasta de un libro a otro, Martín-Barbero suele retocar, reescribir, cambiar y permutar párrafos enteros y así va construyendo y reconstruyendo su argumentación en función de la evolución de su pensamiento en los distintos contextos en los que se inserta. El resultado es un corpus modular y progresivo, nunca enteramente estable ni cerrado, que se proyecta como una cámara de eco o una red de correspondencias muy difíciles de circunscribir y de fijar. Por eso, mi recorrido, lejos de ser exhaustivo o definitivo, representa tan solo, y modestamente, una de las travesías posibles por los mapas plurales y proteicos de Jesús Martín-Barbero.
4Mi punto de partida será su interpretación de la crisis de las formas de la temporalidad moderna, que constituye uno de los signos más visibles del cambio de época al que asistimos. En la ponencia intitulada “Dislocaciones del tiempo y nuevas topografías de la memoria”, que lee en Río de Janeiro en 2000, el colombiano avanza la tesis de una mutación y una rearticulación en las relaciones entre pasado, presente y futuro, cuyas consecuencias se dejarían sentir en la trama de discursos, emociones y prácticas que definen hoy la cultura y le dan un cierto perfil a la condición contemporánea (“Dislocaciones del tiempo” 3-4). Habríamos abandonado, según él, el régimen de historicidad moderno, aquel en que la historia se halla volcada hacia el futuro dando la espalda al pasado, y estaríamos entrando en un régimen inédito dominado por un presente continuo que nos ha dejado sin futuro, o, si se quiere, por un presente absoluto y presentista, para utilizar los términos de François Hartog. Valga señalar de paso que incurro en un anacronismo, pues el celebrado libro del historiador francés, Régimes d’historicité, présentisme et expérience du temps (2003), se publica varios años después que esta ponencia de Martín-Barbero donde se aborda una problemática análoga. Hartog no la cita porque aparentemente no la ha leído, como tampoco cita al Octavio Paz que, ya a fines de los ochenta y comienzos de los noventa del siglo pasado, planteaba el problema del cambio en nuestro concepto de tiempo y discutía la transformación de las relaciones entre pasado, presente y futuro que acarrea. No subrayo dichas lagunas en la bibliografía de Régimes d’historicité, présentisme et expérience du temps por un mero prurito de reivindicar primacías latinoamericanas sobre esta problemática, sino como una prueba fehaciente de que, en la era de globalización, la circulación de los saberes sigue lastrada en muchos lugares por las mismas asimetrías que en los siglos anteriores y aun responde a un patrón postcolonial que difunde y valoriza el conocimiento en función de ciertas lenguas y culturas, y en detrimento de otras.
5Volviendo a nuestro recorrido, señalemos que Martín-Barbero parte esencialmente de una relectura de Walter Benjamin para analizar la crisis de la temporalidad moderna que resultaría a la par de la quiebra de la idea de progreso y de la aceleración de los intercambios de información, bienes y personas suscitados por la globalización. Por un lado, el comunicólogo apela así al Benjamin que enseña que el progreso no es representable sin la proyección de la historia sobre un tiempo homogéneo y vacío que es como el agujero negro que la absorbe indefinidamente; por otro lado, subraya el impacto de la revolución tecnológica y comunicacional que viene a acompañar y a ampliar los efectos de la pérdida de fe en el futuro y altera nuestra noción del tiempo. Ambos factores inciden en la entronización de un presente extendido, permanente y obsesivo que modifica nuestro régimen de historicidad. Pues, según Martín-Barbero, la vieja temporalidad moderna, volcada hacia el futuro y desprendida del pasado, le ha dejado su lugar a un interminable ahora donde el cambio, despojado de la ilusión de progreso, se convierte en rutina, y donde la novedad, que envejece cada vez más rápido, ya no trasforma nada, pues no es revolucionaria ni impugnadora ni creadora. “Estamos ante un progreso vacío –escribe– cuya realidad se confunde con la apariencia del cambio que producen sus imágenes” (“Dislocaciones del tiempo” 7). No así sus efectos que alimentan en el sujeto contemporáneo la sensación de impotencia y desazón.
Absorbido por la entropía informacional y desestabilizado por la velocidad creciente de las innovaciones tecnológicas, nuestro tiempo, o mejor, nuestra experiencia del tiempo resulta radicalmente trastornada: a mayor expansión del presente, más débil es nuestro dominio sobre él, mayores las tensiones que desgarran nuestras estructuras de sentimiento y menor la estabilidad e identidad de los sujetos contemporáneos. (“Dislocaciones del tiempo” 6)
6Según el comunicólogo colombiano, esta situación supuestamente dinámica pero en realidad estacionaria (ya que la imagen del cambio solo enmascara la necesidad del sistema de recrearse a sí mismo produciendo la ilusión de un avance constante y un crecimiento indefinido) tiene dos corolarios mayores en la configuración de la cultura contemporánea: por una parte, el boom de la memoria, por otra, la diversificación de las formas de amnesia. El primero se hace patente, como lo ha mostrado Andreas Huyssen (1995), en el desarrollo de los museos, el auge de la novela histórica y el testimonio, las estéticas de la nostalgia, el crecimiento de las ciencias del patrimonio y tantas otras manifestaciones que van desde la creación de archivos digitales hasta la vindicación de nuevas historias locales y regionales que cuestionan la unidad de las narrativas nacionales. Por su parte, las formas de amnesia son caracterizadas por Martín-Barbero como un producto de la continua fábrica de presente al que el mercado y los medios se han entregado:
Vivimos en una sociedad cuyos objetos duran cada vez menos, pues su acelerada obsolescencia es planificada por un sistema cuyo funcionamiento depende de que ella se cumpla. Frente a la memoria que en otros tiempos acumulaban los objetos y las viviendas, y a través de la cual conversaban diversas generaciones, hoy buena parte de los objetos con que vivimos a diario son desechables y las casas que habitamos ostentan como valor la más completa asepsia temporal. Es esa misma amnesia la que se ve reforzada por las “máquinas de producir presente” en que se han convertido los medios de comunicación: un presente cada vez más delgado o, como dirían los tecnólogos, más comprimido. (“Dislocaciones del tiempo” 4)
7Lo esencial, sin embargo, es que, para Martín-Barbero, memoria y amnesia tienen que ser pensadas juntas, pues son como la respiración o el ritmo, la sístole y diástole de nuestra experiencia del tiempo hoy. En este sentido, si es cierto que el boom de la memoria expresa un incontenible deseo de pasado, no lo es menos que ello obedece, en muy buena medida, a la velocidad de la obsolescencia de objetos, prácticas y valores en nuestras sociedades, una obsolescencia que nos deja a menudo sin asideros y en una indigencia simbólica y afectiva que desdibuja nuestra condición. En efecto, atrapados en un presente indefinido y despojados de una agenda de futuros alternativos, necesitamos reposicionarnos constantemente frente a nuestra historia individual y colectiva, tal y como lo han entendido con buen tino los gestores de redes sociales que satisfacen las inclinaciones autobiográficas y memorísticas de sus afiliados. Pero esta necesidad, que ha vuelto al pasado algo tan dúctil como lo fuera antes el porvenir, en lugar de hacer más compleja nuestra relación con el ayer, la ha convertido en una relación más ligera, cómoda y hasta trivial, según señala el colombiano en un prólogo reciente:
Estamos, pues, ante una contemporaneidad que con su culto al presente, un presente concebido bajo forma de “golpes” sucesivos sin relación histórica entre ellos, y autista, “que cree poder bastarse a sí mismo” (N. Lechner), confunde los tiempos y los aplasta sobre la simultaneidad de lo actual. Contemporaneidad que se alimenta especialmente del debilitamiento del pasado y del bricolaje de los tiempos, que nos familiariza con cualquier otro tiempo sin esfuerzo, arrancándolo a la complejidad y las ambigüedades de su época. (De los medios a las mediaciones XVI)
8También el espacio contemporáneo aparece marcado por las tensiones que suscita el nuevo régimen de historicidad. Martín-Barbero se refiere en particular a las mutaciones que sufre esa forma de espacialidad específica que es el territorio del Estado-Nación moderno. Se trata, como todos sabemos, de una de las nociones clave de la modernidad política y además de una noción que cumple un rol histórico capital en el proceso de articulación de la idea de comunidad con un pasado compartido y con un patrimonio cultural que se posee colectivamente. El régimen de historicidad en el que hemos entrado con la hegemonía del presente supone, para el comunicólogo, no solo el debilitamiento del papel del territorio como espacio de una historia común sino la relativización de sus fronteras en tanto garantes de la unidad de la nación. La razón de ello reside en la naturaleza de los procesos globalizadores que supone la aparición de una nueva escala o, si se quiere, de un nuevo ámbito social cuya definición puede enunciarse básicamente como la de un espacio global, pero que implica a la vez el ingreso en un tiempo global que vendría a absorber las distintas temporalidades locales y a unificarlas en un tiempo único. Uso el condicional porque se trata de una aspiración o una ideología más que de un hecho y de una aspiración o ideología además bastante discutible y hasta controversial. Pero lo importante es que apunta hacia esa colonización del espacio por el tiempo que nos recuerda que la globalización no es solo un aquí sino también un ahora con el que se convive en relaciones de conflicto, intercambio o armonía. No en vano una de las formas de resistencia más corriente de muchos nacionalismos ha sido el regreso simbólico a los tiempos de la fundación de la nación y la puesta en escena de las refundaciones nacionales. Martín-Barbero escribe:
El espacio nacional […] se halla en el centro no solamente de los debates sino de varios procesos, tanto de los que nos devuelven a los nacionalismos fundamentalistas, como los que des-ubican y re-significan el sentido de ese espacio en la globalidad del mundo. (De los medios a las mediaciones XVII)
9Así como el perpetuo tiempo presente de nuestras sociedades aparece desgarrado por el forcejeo entre memoria y amnesia, así el espacio nacional parece dividido entre el retorno al tiempo fundacional de los nacionalismos y el avance de la globalización. La revolución tecnológica y comunicacional, ya lo hemos avanzado, tiene un papel de primer orden en este nuevo mapa, ya que incide decisivamente en el campo de las representaciones. En Al sur de la modernidad (2001), Martín-Barbero insiste en que los medios de comunicación impulsan desde los años ochenta el culto del presente y lo fabrican continuamente. Pero esa fabricación de un presente perpetuo, a través de unos medios que se abren a los flujos globales, no hace de la revolución tecnológica aquello que trae consigo una ecualización real de tiempos entre los países productores de la tecnología y los países que la consumen. No hay un reajuste que nos situaría a todos de verdad en las mismas coordenadas espacio-temporales aunque virtualmente pueda parecerlo. Martín-Barbero se opone en Oficio de cartógrafo, como antes en De los medios a las mediaciones (1987), a dicho espejismo: muy por el contrario, para él, en América Latina, las nuevas tecnologías ahondan la esquizofrenia entre las máscaras de la modernización y las posibilidades reales de identificarse con ese supuesto tiempo único que nos haría a todos contemporáneos. Aún más, la introducción de las nuevas tecnologías sería uno de los factores que influyen a nivel local en las crisis de las identidades nacionales, pues, tal y como señala en Oficio de Cartógrafo:
Tanto en la racionalidad que las materializa, como en su modo de operación, estas tecnologías ponen en crisis la ficción de identidad que en la mayoría de nuestros países es la cultura nacional. (179)
10Dos razones explican este fenómeno: por un lado, la ciencia y la tecnología tienden a neutralizar el debate político y a imponer soluciones “técnico-científicas” que escapan frecuentemente al control del ciudadano; por otro, y en un sentido contrario, las tecnologías, al multiplicar los soportes y vectores de representación, hacen visible el fondo no digerible ni homogéneo de las alteridades latinoamericanas y permiten replantear, con más fuerza que nunca, el problema de la construcción de las culturas nacionales desde el siglo XIX como instancias excluyentes o escamoteadoras de una diversidad profusa y real.
11El viejo tema de la crisis de los proyectos nacionales y de los desajustes entre la nación representada y la nación real, adquiere así, según el comunicólogo colombiano, una actualidad inesperada en la América Latina de los años noventa, y esto le da un perfil propio, específico, al caso latinoamericano:
La crisis de lo nacional, que la trasnacionalización tecnológica acelera –tanto como el revival del nacionalismo– no es únicamente latinoamericana, pero sí tiene en América Latina algunos rasgos propios, que arrancan del proceso dependiente y reflejo de formación de los Estados nacionales y se expresa en la imposible articulación de la pluralidad cultural de los países en los proyectos nacionales de desarrollo. Las naciones se hicieron a costa de esa pluralidad que hoy vuelve a estallar con el resurgimiento de las identidades culturales negadas. (Oficio de cartógrafo 181)
12En Al sur de la modernidad, Jesús Martín-Barbero llama este resurgimiento de las identidades negadas, omitidas o perseguidas por los proyectos nacionales latinoamericanos a lo largo de los siglos XIX y XX, “la liberación de las diferencias” (196). Para él, los medios y la revolución tecnológica han redefinido lo cultural de tal manera que ya no sólo las oposiciones entre alta y baja cultura, entre cultura letrada y cultura popular, o entre cultura tradicional o moderna, han dejado de ser pertinentes: también la pareja cultura nacional o no nacional ha perdido buena parte de su significación. Porque lo nacional, por un lado, se descompone en los tiempos plurales del multiculturalismo: cada grupo étnico o sexual, cada región, cada localidad, reivindican ahora una memoria, un patrimonio y un pasado propios, cuando no un territorio; mientras que, por otro lado, los medias y el mercado diversifican su oferta generando nuevas categorías de consumidores en función de otros criterios identitarios.
Hoy en día tanto la prensa como la radio y la televisión son los más interesados en diferenciar las culturas ya sea por regiones o por edades, y al mismo tiempo poder conectarlas a los ritmos e imágenes de lo global. De manera que la devaluación de lo nacional no proviene únicamente de la desterritorialización que efectúan los circuitos de la interconexión global de la economía y la culturamundo sino de la erosión interna que produce la liberación de las diferencias, especialmente de las regionales y las generacionales. Mirada desde la planetaria, la cultura nacional aparece provinciana y cargada de lastres estatistas. Mirada desde la diversidad de las culturas locales, la nacional es identificada con la homogenización centralista y el acartonamiento oficialista. Lo nacional en la cultura resulta ser un ámbito rebasado en ambas direcciones, lo que replantea así el sentido de las fronteras. (Al sur de la modernidad 154)
13La nación constituye, en la América Latina de entre dos siglos, ese espacio tensionado, esa mesa de negociaciones y conflictos donde se dirime la querella contra la representación de la unidad sobre la que se erigió históricamente el Estado y la noción de comunidad. En ella la cuestión de la identidad ya no se plantea en los términos tradicionales de pertenencia sino que se vuelve bastante más móvil y plástica, pues se convierte en algo que no es simple expresión de una verdad más auténtica u original, sino en un instrumento activo, una herramienta perfomartiva, mediante la cual los individuos y los grupos entran y salen de distintos proyectos políticos, artísticos, sexuales, religiosos o regionales que quieren obtener un lugar de visibilidad y un reconocimiento de sus derechos en las formaciones sociales de tal o cual Estado, sin referencia necesaria a una unidad común. “Hoy nuestros países son el ambiguo y opaco escenario de algo no representable ni desde la diferencia excluida y excluyente de lo étnico-autóctono, ni desde la inclusión uniformante y disolvente de lo moderno” (186), afirma Martín-Barbero en Al sur de la modernidad.
14En este sentido, la crisis de la idea de nación, o eso que el colombiano llama en otro texto “el descentramiento de lo nacional” (“Las transformaciones del mapa cultural” 3), se traduce en una crisis de las representaciones colectivas y de los modos de representar la comunidad que se manifiesta de distintas maneras en la creación literaria y artística de los noventa y dos mil. Martín-Barbero nos recuerda que Anderson atribuía a la prensa y a la novela el poder de generar las matrices necesarias para el tipo de comunidad imaginada que fue, en su surgimiento, la nación. Pero añade en Oficio de Cartógrafo: “Esa representación y sus medios son hoy completamente incapaces de dar cuenta del doble desanclaje que experimenta la nación, tanto en su espacio como en su tiempo” (267). La crisis de las narrativas nacionales construidas alrededor de ideas como progreso, continuidad y unidad plantea la necesidad de nuevas formas de relato que hagan posible relacionarse de otra manera con el pasado o con los muchos pasados que nos componen individual y colectivamente. No en vano la fragmentación, el anacronismo, la multiplicidad, las composiciones modulares o fractales proliferan como alternativas experimentales entre las formas narrativa que sirven de la nuevas tecnologías o los viejos formatos industriales. En cualquier caso, lo cierto es que, para el colombiano, un hombre que procede del universo de los medios audiovisuales, el arte de la escritura, que antaño permitió cohesionar la nación, hoy está atravesada por las mismas tensiones que ella, como si compartieran el mismo destino:
La escritura atraviesa hoy una situación en cierto sentido análoga a la que vive la nación. Esta se halla atrapada entre el redescubrimiento de lo local/regional como espacio de identidad y toma de decisiones, y las dinámicas globalizantes de la economía mundo y la interconexión universal de los circuitos comunicativos vía satélite e informática. Tensionada en el doble movimiento de lo local y lo global, la nación se ve exigida de redefinir su propia función y sus modos de relación con un adentro fragmentado y un afuera que deja de serlo pues la atraviesa replantando radicalmente el sentido de las fronteras. También la escritura se ve atrapada en nuestros países entre la fuerza local de una oralidad que es modo de comunicación cotidiano, organizador y expresivo de unas particulares maneras de relación con el mundo y de unas modalidades de relación social, y el poderoso movimiento de desterritorialización de las sensibilidades y los comportamientos impulsados por los medios audiovisuales y los dispositivos de información desde el ámbito de los modelos de narración y desde el más general de los modos de producción y difusión de textos. (Al sur de la modernidad 31-32)
15Para resumir la visión del mapa cultural de entre siglos que nos propone el comunicólogo colombiano, se puede arriesgar que él lo ve como un campo de fuerzas encontradas donde las mutaciones en nuestras nociones de espacio y tiempo, fruto de la quiebra del régimen de historicidad moderno, interactúan con los procesos globalizadores de orden tecnológico, económico y comunicacional, y con las evoluciones propias de las sociedades latinoamericanas que resultan de la crisis de nuestros proyectos nacionales, tal y como fueron concebidos en los siglos XIX y XX. Estamos así ante un mapa que signa un cambio de época al marcar el punto final de ciertos paradigmas históricos y al abrir las puertas a una redefinición de las dinámicas sociales y la idea de comunidad. Categorías como las de nación, identidad y cultura sufren, en este tránsito, una severa metamorfosis que nos obliga a entenderlas de otra manera en sus nuevos contextos, a menos de que se quiera seguir arrastrando la inercia de un pasado que ya no nos permite comprender el momento que vivimos.
16Por lo que toca a la primera, identidad, tan importante en el discurso del latinoamericanismo a todo lo largo del siglo XX, la descripción de sus transformaciones se halla en muchos de los pasajes que citamos de la obra de Martín-Barbero, pero acaso el mejor resumen se puede leer en un artículo de 2001, intitulado “Colombia ausencias de relato y desubicaciones de lo nacional”:
Hasta hace muy poco decir identidad era hablar de raíces, raigambre, territorio, tiempo largo, memoria simbólicamente densa. De eso y solamente de eso estaba hecha la identidad. Pero hoy decir identidad implica también –si no queremos condenarla al limbo de una tradición desconectada de las mutaciones perceptivas y expresivas del presente– hablar de redes, flujos, movilidades, instantaneidad, desanclaje. Antropólogos ingleses llaman a eso hoy moving roots, raíces móviles, o mejor, raíces en movimiento. Para mucho del imaginario substancialista y dualista que todavía permea nuestra antropología, nuestra sociología y nuestra historia, esta metáfora resultará inaceptable, y sin embargo en ella se vislumbran algunas de las dimensiones más fecundamente desconcertantes del mundo que habitamos. Otro antropólogo, Eduardo Delgado, apunta en esa dirección cuando afirma que “sin raíces no se puede vivir pero muchas raíces impiden caminar”. El nuevo imaginario relaciona identidad mucho menos con mismidades y esencias y mucho más con narraciones, con relatos; para lo cual la polisemia en castellano del verbo contar es largamente significativa. “Contar” es tanto narrar historias como ser tenidos en cuenta por los otros. Lo que significa que para ser reconocidos necesitamos contar nuestro relato, pues no existe identidad sin narración, ya que ésta no es sólo expresiva sino constitutiva de lo que somos. Tanto individual como colectivamente –pero especialmente en lo colectivo– muchas de las posibilidades de ser reconocidos, tenidos en cuenta, contar en las decisiones que nos afectan, dependen de la veracidad y legitimidad de los relatos en que contamos la tensión entre lo que somos y lo que queremos ser… (12)
17Por lo que respecta a la nación, tal vez lo primero que haya que decir es que ésta no ha desaparecido, evidentemente, ya que sigue siendo una referencia identitaria y un vínculo afectivo que une a millones de latinoamericanos; pero no es menos cierto que su estatuto no es el mismo que antaño, porque en las últimas décadas ha tenido que aprender a cohabitar con la nueva heterogeneidad que ha hecho añicos el modelo moderno de un espacio y un tiempo únicos, protegidos por unas fronteras y depositarios de una cultura homogénea y coherente que condenaba las diferencias al oprobio o a la invisibilidad. Para Martín-Barbero, la nación es hoy, ante todo, un ámbito tensionado de negociaciones, intercambios y conflictos entre diversos grupos que luchan por adquirir visibilidad y reconocimiento. También es el laboratorio de las formas de convivencia democrática que vendrán y la fábrica de las identidades de nuevo cuño que tienen a las industrias culturales como uno de sus vectores primordiales.
Es una compleja reorganización de la hegemonía la que materializan hoy las industrias culturales, lo que nos está exigiendo concebirlas como dispositivos claves en la construcción de las identidades colectivas, esto es, de los procesos de diferenciación y reconocimiento de los sujetos que conforman las diversas agrupaciones sociales. Rompiendo con el círculo que conduce de la identidad concebida como separación o repliegue excluyente, a su negación por integración en la fatalidad de la homogeneización, la reflexión actual plantea la identidad como una construcción que se relata. De lo que ese nuevo modo de pensar la identidad está hablando es de la crisis de las monoidentidades, y la emergencia de multiculturalidades que desbordan, por arriba y por abajo, tanto lo étnico como lo nacional. La globalización económica y tecnológica disminuyen la importancia de lo territorial devaluando los referentes tradicionales de la identidad. Contradictoria y complementariamente, las culturas locales y regionales se revalorizan exigiendo cada día una mayor autodeterminación, que es derecho a contar en las decisiones económicas y políticas y a crear sus propias imágenes. El actual “malestar en lo nacional” responde a unas dinámicas de la economía y la cultura-mundo que movilizan no sólo la heterogeneidad de los grupos y su readecuación a las presiones de lo global, sino la coexistencia de códigos muy diversos al interior de un mismo grupo, conmocionando la experiencia que hasta ahora teníamos de identidad. (“Las transformaciones del mapa cultural” 5)
18Finalmente, la noción de cultura es sinónimo de heterogeneidad, pluralidad, diferencia y también de creatividad y construcción de nuevos sujetos, para Martín-Barbero. Sistematizando un poco sus ideas, digamos que si la nación es el lugar de la negociación, el intercambio y el conflicto entre los distintos grupos que componen nuestras sociedades, la cultura es el repertorio de lenguajes con los que cada uno se representa y trata de componer su propio relato, su narrativa, su identidad, al margen tanto de la idea de pureza autóctona como de las ilusiones del universalismo moderno.
19Pero creo que el mapa no estaría completo ni tampoco nuestro breve recorrido si no se agrega que el espacio-tiempo privilegiado de estas dinámicas no es ya, según nuestro autor, el del Estado-Nación moderno sino el de la ciudad colapsada, violenta y global del fin de siglo pasado y de los comienzos del actual. En ella se despliega el nuevo régimen temporal de nuestro presente continuo, y se cruzan y se tensionan los distintos pasados y las diferentes escalas que estructuran nuestra vidas individuales y colectivas. Martín-Barbero, que ha conocido de cerca la evolución de varias urbes latinoamericanas, no piensa que haya que ser ingenuamente optimista ni gravemente catastrofista ante el cambio de época al que estamos asistiendo en muchas de ellas, como en todo el continente. Pero sí cree que hay que dar cuenta de su radicalidad y de su complejidad para adquirir las luces que nos devuelvan la condición de contemporáneos. Y es que apropiarse plena y conscientemente del presente perpetuo en que hemos caído, constituye la condición sine qua non para empezar a salir de él y acaso para volver a descubrir ese pasado, esa memoria inacabada que, como quería Benjamin, sea capaz de desestabilizar el imperio del ahora y aliente en nosotros una idea de futuro.
20A manera de conclusión, creo que podemos dejarle la última palabra a Martín-Barbero y acabar nuestro recorrido con la nota esperanzada que va infusa en su llamado a la lucidez:
Es en ella (en la ciudad) mucho más que en el Estado donde se incordian las nuevas identidades, hechas de imaginerías nacionales, tradiciones locales y flujos de información transnacionales, donde se configuran nuevos modos de representación y participación política, es decir, nuevas modalidades de ciudadanía. Pues las fronteras entre posiciones hoy no son sólo borrosas sino móviles, trasladándose de uno a otro campo, desplazando el sentido de las identidades culturales – etnias, razas, géneros– tanto como el de las posiciones ideológicas y políticas, confundiéndolas y encabalgándolas. Lo cual no debe ser leído ni en la clave optimista de la desaparición de las fronteras y el surgimiento (al fin) de una comunidad universal, ni en la catastrofista de una sociedad en la que la “liberación de las diferencias” acarrearía la muerte del tejido societario, de las formas elementales de la convivencia social. (“Dislocaciones del tiempo” 6)
Bibliographie
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Auteur
Es profesor de Cultura y Literatura latinoamericanas contemporáneas en la Universidad de Cergy-Pontoise, dirige el seminario ALLICCO (América Latina Literatura y Culturas Contemporánea) en la Escuela Normal Superior de París y es consejero literario de la editorial Gallimard. Hizo sus estudios en Venezuela, Inglaterra y Francia, y se doctoró en la EHESS de París. Es autor de ensayos y monografías como La estrategia neobarroca (Barcelona, 1987), Itinerarios (Caracas, 1996), Poétique et poésie lyrique (París, 2000), La religión del vacío (México, 2002) e Historia de un encargo: La catira de Camilo José Cela (Barcelona, 2008), con el que obtuvo el Premio Internacional Anagrama de Ensayo en España. También ha sido el editor de las Obras completas (Madrid, 2000) de Severo Sarduy, de los Cuentos completos (Madrid, 2006) de Arturo Uslar Pietri, de la antología de poesía contemporánea Cuerpo plural (Madrid/Valencia/Buenos Aires, 2010) y de Les Bonnes nouvelles de l’Amérique Latine, anthologie de la novelle latino-américaine contemporaine (París, 2010). Fue profesor invitado del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Princeton en 2009 y 2010 y, en 2014, profesor invitado en la Universidad de Cornell
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