Una vida entre libros y palabras: María Moliner Ruiz (1900-1981)
p. 239-250
Résumé
Esquisse biographique de María Moliner, à qui l’on doit l’un des meilleurs dictionnaires espagnols du XXe siècle, le Diccionario de uso del español. Son labeur de bibliothécaire, particulièrement intense à l’époque de la Seconde République et de la Guerre civile, mérite d’être évoqué, car il est généralement méconnu. Il est également fait mention du projet, frustré, de faire entrer cette grande lexicographe à la Real Academia Española. Pour bien percevoir la réelle importance de María Moliner, il convient d’avoir recours à ses témoignages personnels, et non aux commentaires habituels sur sa personne, commodes lieux communs qui révèlent une condescendance inavouée, due à sa condition de femme
Texte intégral
1Aunque son numerosísimos los usuarios, tanto hispanohablantes nativos como estudiantes o profesores hispanistas, que consultan a menudo en todo el mundo el Diccionario de uso del español, sin duda uno de los más prestigiosos repertorios lexicográficos españoles del siglo XX, es probable que muchos de ellos apenas tengan noticia de la personalidad y la trayectoria vital de su esforzada autora. De ahí que no me pareciera en absoluto inoportuna la sugerencia que me fue hecha, y que agradezco muy sinceramente, de trazar aquí una semblanza de esta singular creadora, por la que siempre he sentido gran admiración1.
2María Moliner Ruiz nació casi con el siglo, en 1900, en la localidad aragonesa de Paniza (provincia de Zaragoza), del matrimonio formado por don Enrique Moliner Sanz, médico de profesión, y doña Matilde Ruiz Lanaja. Siendo María niña, la familia se trasladó a Madrid, y en 1912 atravesó una situación dramática: el abandono del padre, que marchó a la Argentina y nunca regresó.
3Durante los años madrileños, María y sus hermanos estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, lo que se diría que marcó sus vidas. Desde luego, la coincidencia y aun la identificación con el espíritu institucionista será bien perceptible en la trayectoria y la actitud vital de nuestra autora, como tendremos ocasión de comprobar.
4De nuevo en Aragón, María terminó su bachillerato en Zaragoza en 1918. Del clima familiar habla muy elocuentemente el hecho, tan excepcional en la España de entonces, de que tanto ella como su hermana pequeña, Matilde, siguieran estudios universitarios. Las dos estudiaron Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, en la única sección entonces allí existente, que era la de Historia. Si atendemos a los intereses que María habría de manifestar, no es aventurado suponer que hubiera preferido cursar una rama filológica y lingüística. Lo que, en cualquier caso, no impidió que se licenciara en la de Historia con Sobresaliente y Premio Extraordinario, en 1921.
5Al año siguiente ingresó por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Su primer destino fue el Archivo de Simancas, pero pronto fue trasladada al de la Delegación de Hacienda de Murcia. Allí conoce a quien desde 1925 será su marido, Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física en la universidad.
6Trasladados a Valencia, en 1929, y padres ya de dos niños, comienza la etapa más activa de la biografía de María. Su destino es nuevamente el Archivo de Hacienda local (y el de su marido la Universidad de Valencia), pero se implica además en otras actividades, reveladoras de sus inquietudes y muy características de aquellos años de efervescencia republicana. Un grupo de personas próximas al espíritu y los métodos de la Institución Libre de Enseñanza funda en la ciudad la Escuela Cossío, en la que María dará algunas clases de Literatura y de Gramática2.
7Forma parte, asimismo, de la delegación valenciana del Patronato de Misiones Pedagógicas, atraída por la vía de extensión cultural más próxima a sus intereses profesionales: el fomento de la lectura mediante la creación y desarrollo de bibliotecas públicas. Organiza una en la Escuela de Artesanos, concebida como biblioteca central de las pequeñas bibliotecas rurales creadas en la provincia por las Misiones Pedagógicas y con la función añadida de servir de escuela para la formación de bibliotecarios.
8En mis pesquisas he tropezado con un dato que hasta el momento creo que había escapado a la diligencia de los biógrafos de María Moliner y de quienes han estudiado su labor en el ámbito bibliotecario. El 28 y el 29 de mayo de 1934 asiste en Madrid a una importante reunión del «Comité International des Bibliothèques», la séptima en la historia de ese organismo. Entre los veinticinco delegados de diez naciones está «Mme. M. Moliner», en calidad de «Vice-présidente de la Délégation régionale des Missions pédagogiques de Valencia». Y, precisamente, el informe que presenta en una de las sesiones, y cuyo texto en francés puede leerse en el volumen, versa sobre las bibliotecas de las Misiones. Estas, explica ante el selecto auditorio de colegas de diversos países, son «une conception de l’Apôtre espagnol de l’éducation, M. Manuel B. Cossío». «Elles constituent –agrega– une entreprise de justice sociale destinée à combler l’abîme immense qui, en géneral, sépare dans notre pays la ville des centres ruraux, et à favoriser une distribution plus uniforme de la culture»3. Todo el texto rezuma entusiasmo, fe profunda en la acción transformadora de aquella empresa. Los «misioneros» recorrían los pueblos de España dando charlas, proyectando películas, ofreciendo conciertos y representaciones teatrales, mostrando exposiciones; al marcharse, dejaban pequeños lotes de cien libros, como embriones de muy modestas bibliotecas. Por ellas, 3151 al finalizar 1933, habían pasado 269325 niños y 198450 adultos4.

Photographie de la clôture de la 7e session du Comité international des Bibliothécaires (mai 1934)
9España se incorporaba con decisión a un movimiento internacional en favor de la Biblioteconomía. En esa reunión del Comité se iniciaron los preparativos del II Congreso Internacional de Bibliotecas y de Bibliografía, que se celebraría justo un año después (mayo de 1935) en Madrid y Barcelona. Fue un gran congreso que abrió Ortega con su célebre lección inaugural sobre la «Misión del bibliotecario». María Moliner, naturalmente, también asistió, y su ponencia, «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas», puede leerse asimismo en las correspondientes actas5. Ahí expone, entre otras cosas, la interesante iniciativa que está promoviendo y a la que me he referido hace un momento: «la organización de una red de bibliotecas en la región de Valencia a base de las bibliotecas de Misiones ya existentes (unas 115) y las que se instalen en lo sucesivo»; el centro de esa red estaría en una Biblioteca- Escuela de la capital, donde, en colaboración con la Escuela Normal, los futuros maestros (en cuyas manos forzosamente había de estar el cuidado de las bibliotecas rurales) adquirirían la técnica bibliotecaria y, sobre todo, «el gusto de tratar con libros y con lectores».
10La actividad de nuestra biografiada en ese campo se intensifica aún más en los años de la guerra civil, y ello debido, en buena parte, a que Valencia se convierte en la capital de la España republicana. En septiembre de 1936 María Moliner es nombrada directora de la Biblioteca Universitaria y Provincial; ocupa también la jefatura de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, denominada desde 5 de abril de 1937 Oficina de Adquisición de Libros y Cambio Internacional6; es vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico del Ministerio de Instrucción Pública, y responsable, en ella, de las Bibliotecas Escolares.
11Naturalmente, estamos hablando de una actividad muy intensa, pero que tuvo un desarrollo temporal breve, y es de suponer que erizado de dificultades. Lo esencial que nos queda de esta etapa de la vida de María Moliner –los años de la guerra– es el texto de dos folletos redactados por ella7, aunque en uno su nombre figure de manera muy discreta y en el otro falte por completo8.
12Se trata, en primer lugar, del titulado Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Publicado en Valencia en 1937, es un manualito de Biblioteconomía, a cuyo frente hay un bello prólogo dirigido «A los bibliotecarios rurales»9. He aquí su primer párrafo, que retrata el carácter y el fervor de doña María:
Estas Instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia y que tienen a su cargo bibliotecas pequeñas y recientes. En una biblioteca de larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar estímulos para leer, tiene sus exigencias, y el bibliotecario puede limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera casi automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo el alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir y en la eficacia de su propia misión para servir a ese mejoramiento.
13La otra publicación es de mayor calado. Se trata nada menos que de un Proyecto de bases de un Plan de Organización General de Bibliotecas del Estado, y consta que fue presentado por la vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico, «Sra. Moliner de R[amón] y Ferrando». Impreso como folleto en 1939, también en Valencia, es un texto redactado con anterioridad, pues figura ya en un volumen que da cuenta de las actividades de dicha Sección entre marzo de 1937 y abril de 193810. En cualquier caso, su lectura, hoy, sobrecoge. Sobrecoge pensar que en la menguante España republicana, en un país que literalmente se desangraba, alguien pudiera abstraerse de todo aquello en grado de proponer, como si nada estuviera ocurriendo, que las bibliotecas públicas del Estado pertenecerán a alguna de las siguientes clases: generales, escolares, históricas, científicas, administrativas y especiales. Y, sobre todo, de escribir lo que sigue:
La organización coordinada de todas las bibliotecas públicas ha de tender a conseguir que no exista en todo el territorio nacional lugar ni aun casa aislada en el campo que no pueda disponer de libros en cantidad proporcionada a su importancia. Todavía más: como las necesidades espirituales de un individuo no guardan necesariamente relación con el número de habitantes del lugar de su residencia, y el contenido de una biblioteca no es un género uniforme tal que a menos consumidores baste con menos cantidad de género, sino que su parquedad limita las posibilidades de cada lector, hay que aspirar, como ideal, a una organización tal que permita que cualquier lector en cualquier lugar pueda obtener cualquier libro que le interese.
Naturalmente, sería absurdo pretender conseguir esto, ni aun suponiendo un estado lo suficientemente rico para hacer frente a tal dispendio, por la repetición de bibliotecas igualmente ricas en todos los lugares, cualquiera que sea la importancia de estos. Hay que lograrlo, pues, por la coordinación y ramificación de las bibliotecas públicas y la unificación de servicios.
14No hay que decir que el final de la guerra trajo importantes cambios para el matrimonio Ramón-Moliner y sus cuatro hijos. El marido de María fue cesado como catedrático de la Universidad de Valencia, hasta que en 1944 volvió a la de Murcia. Ella descendió varios puestos, durante un cierto tiempo, en el escalafón del Cuerpo Facultativo; se le impuso una «sanción de postergación durante tres años e inhabilitación para el desempeño de puestos de mando o confianza»11. Evidentemente, las cosas podrían haber ido aún peor –habida cuenta de la procedencia de los nombramientos que en María habían recaído–, y los documentos que han exhumado algunos investigadores muestran lo comprometido de la situación. En un informe retrospectivo de la propia Moliner sobre su actuación al frente de la Biblioteca Universitaria, redactado el 23 de abril de 1939, declara que al ser nombrada hizo saber que «la suerte del personal era ya cosa mía, y que yo no podría continuar al frente de la Biblioteca si cualquiera sufría el menor percance». Afortunadamente, el nuevo director, el mismo que había sido destituido en 1936, declaró, a petición del Juez Instructor de Depuración de Funcionarios, que María «defendió el personal facultativo y subalterno derechista ante autoridades y tribunales». «Teniendo en cuenta –proseguía– que no tuve trato personal con ella, opino que se trata de persona que se adaptó sin dificultad al Gobierno Rojo, pero sin actuar sectariamente ni perseguir a quienes no pensaban como ella, ni menos complicarse en las infamias y atropellos contra gentes de derechas...»12.
15En fin, una nueva etapa se abre para la familia en 1946. Se instalan en Madrid, donde María ha obtenido una plaza como bibliotecaria de la Escuela de Ingenieros Industriales. Su marido es ahora catedrático en Salamanca y tendrá que ir y venir constantemente desde la capital. Ambos se jubilarán ya en esos dos destinos: Fernando en 1962, María en 1970.
16Faltaba sin embargo, por llegar lo que iba a depararle a ella el renombre que hoy tiene. Según declaraciones propias, a comienzos de los años 50, con sus cuatro hijos ya crecidos, con un trabajo por las mañanas que no debía de ser entusiasmante, María empieza a sentir que las tardes le resultan vacías. Y no se le ocurre mejor modo de llenarlas que emprender la confección de un diccionario.
17Pensó que tardaría un par de años en hacerlo, pero fueron quince. Los dos tomos del Diccionario de uso del español aparecieron en 1966 y 1967.
18No es este el lugar adecuado para entrar a analizar con detenimiento las características de la gran obra. Sobre el Diccionario de Moliner se ha escrito ya bastante, y, de todo ello, yo recomiendo muy vivamente las exactas y ponderadas palabras que le ha dedicado Manuel Seco13. Ocurre que otras, dichas por voz mucho menos autorizada, han alcanzado, como luego veremos, gran difusión, y han contribuido a que se generalizaran en torno al diccionario unos cuantos elogios, a veces ditirámbicos, tópica o mecánicamente repetidos. Por mi parte, y sin querer, en absoluto, minusvalorarlo, estimo que en conjunto acaso haya sido algo sobrevalorado. Fundamentalmente, porque surgió en medio de un panorama lexicográfico más bien pobre y, desde luego, repetitivo. Presentar el de Moliner como el mejor diccionario general de la lengua española del siglo XX es, según se mire, mucho y no tanto. Lo que en términos absolutos aparece como un mérito indudable baja de punto en términos relativos, es decir, si se atiende al nivel de calidad de sus posibles competidores. Por lo demás, y a título personal, yo habría suscrito esa valoración hasta llegar al penúltimo año del siglo, pero no después.
19Si hubiéramos de condensar en pocas palabras lo que es el diccionario de Moliner, podría decirse que es el fruto de un re-planteamiento del diccionario de la Academia, de una re-lectura de este en que sus componentes han sido sistemáticamente re-considerados. Pero nótese que en la fórmula misma (replanteamiento, sí, pero del diccionario de la Academia) se encierran a un tiempo tanto lo más atractivo como lo más limitado del empeño.
20El aspecto más original del trabajo de nuestra lexicógrafa no está en el caudal léxico inventariado, básicamente el mismo que el del diccionario oficial14. Está, sin duda, en las definiciones. Frente a la tendencia muy generalizada a plagiar las de la Academia, ella las reformula en términos más actuales y transparentes, las refunde si es preciso, las desdobla cuando descubre matices que lo exigen, evita circularidades, somete la lengua y la metalengua a una pensada jerarquización. En cambio, cuando se enfrenta a palabras o acepciones que, en su sentir, no están en uso, se limita a reproducir en cursiva las definiciones académicas. Y ahí asoma una de las limitaciones de la obra: su sentir depende de su competencia idiomática, pero la competencia idiomática que como hablante tenga el lexicógrafo no es el único ni seguramente el más decisivo bagaje con que ha de afrontar su tarea. Los mejores diccionarios de cualquier lengua son los que se construyen sobre una base documental, o, por decirlo en términos actuales, sobre un corpus de textos.
21Como subraya su título feliz, el diccionario de Moliner aspiró a mostrar el uso de las palabras. No todos sus rasgos apuntan a ese objetivo, pero sí algunos; por ejemplo, el ya mencionado intento de distinción tipográfica entre léxico vivo y léxico en desuso, o la información sintáctica, o la presencia de ejemplos (inventados). Otra de sus características más celebradas, la inclusión en determinados artículos de unos catálogos de sinónimos y voces afines, persigue, más que la orientación del uso, la ayuda en la elección léxica; pues, en efecto, la obra aspira a conducir, por decirlo en términos de Casares, no solo de la palabra a la idea, sino también de la idea a la palabra, esto es, quiere servir para codificar mensajes, además de para descodificarlos.
22En fin, se tomaron para el Diccionario de uso del español algunas discutibles decisiones de técnica lexicográfica, o se produjeron algunos olvidos, que eran, unas y otros, fácilmente subsanables, y que en efecto se han subsanado en la segunda edición, proyectada por la propia doña María y llevada a término bastantes años después de su muerte por un equipo editorial (1998). Entre aquellas, mencionemos el problemático intento de combinar el orden alfabético con la agrupación por familias léxicas; entre las carencias, algunas que concernían a las marcas gramaticales.
23En cualquier caso, que aquella admirable autodidacta se sumergiera durante quince años en el pozo sin fondo de las palabras, que lograra no perderse en su laberinto, que tuviera la perseverancia de no cejar en su solitaria aventura hasta coronarla, y que el resultado sea una obra que ocupa dentro de la lexicografía española el dignísimo lugar que ocupa, son hechos que nos fuerzan a considerar su empeño como una verdadera proeza.
24Así debían de creerlo también los tres miembros de la Real Academia Española –don Carlos Martínez de Campos (duque de la Torre), don Rafael Lapesa y don Pedro Laín– que en 1972 presentaron la propuesta de doña María Moliner para cubrir una vacante en la Corporación.
25Aunque había algunos precedentes de una situación similar, nunca una mujer había accedido a una plaza de número en la Española15. Muy tempranamente, en 1784, sí había sido admitida como académica honoraria María Isidra Quintina deGuzmán y la Cerda, una joven prodigio de 17 años que era hija del marqués de Montealegre y conde de Oñate, Mayordomo Mayor de Carlos III, y protegida del monarca16. Todo parece indicar que fue el interés personal del rey en que le fuera concedida a María Isidra tal distinción lo que motivó que la Corporación no pudiera negarse.
26En 1853, doña Gertrudis Gómez de Avellaneda se dirigió a la Academia solicitando ser admitida en su seno. Los Estatutos ni vetaban ni autorizaban explícitamente la admisión de señoras, de modo que, ante la solicitud de la escritora, los académicos optaron por dilucidar previamente aquel punto mediante una votación. Se acordó, por catorce votos frente a seis, que una mujer no podía ocupar plaza de número en la Academia.
27Todavía en 1912, ante una petición similar de doña Emilia Pardo Bazán17, la Academia esgrimió ese veto genérico de 1853. Además, había una irregularidad en el procedimiento, pues, por esas fechas, los Estatutos establecían ya que las candidaturas no debía presentarlas el interesado (la interesada, en este caso), sino tres académicos. En fin, en 1928 hubo una propuesta en regla a favor de doña Blanca de los Ríos. La Academia no desempolvó el viejo acuerdo, sino que procedió sin más a la votación; y no resultó elegida doña Blanca, sino uno de los otros dos candidatos, varones naturalmente.
28Y así llegamos a 1972, cuando la vida apacible de doña María Moliner se ve alterada por el revuelo que en la prensa provoca su candidatura, o, para ser exactos, la candidatura de una mujer. Se discutió el asunto con pasión, se recordaron los precedentes del caso. Hasta que, el 9 de noviembre, resultó elegido un eminente lingüista, don Emilio Alarcos Llorach, que también optaba a la plaza.
29Recordemos, en fin, como epílogo de esta rápida ojeada histórica, que en 1978 fue elegida la primera académica de número de la Española, en competencia, por vez primera, solo con mujeres (otras dos). El honor recayó en la poetisa Carmen Conde18. Dos años después, la Académie française abría sus puertas a Marguerite Yourcenar.
30En cuanto a María Moliner, encajó el resultado con la discreción y la elegancia que la caracterizaban. Transcurridos unos días, el 20 de noviembre de 1972, escribe a su hijo Fernando:
La polvareda ha pasado, y por fin recobro la tranquilidad; la recobro: porque, aunque yo tomaba como un deporte todo el trajín de visitas y escritura de cartas, y estaba satisfecha de ver el buen temple con que lo llevaba, el cansancio se ha hecho sentir por fin.
Después de todo, ha sido una experiencia divertida. Bien sabe Dios que yo no había pensado nunca, mientras escribí el Diccionario, en tal honor. Y, ahora, nunca pensé seriamente que la Academia me elegiría a mí. Y como, por otro lado, me daba miedo que lo hicieran, porque mi salud no me hubiera permitido contribuir con mi trabajo a las tareas de la Academia, como esperaban de mí, el desenlace ha sido el mejor que la cosa podía tener.
No hubiera podido pensar en mi vida tal popularidad para mí... ¡Venga y venga artículos y fotografías en los periódicos de Madrid y de provincias...! Vengan peticiones de entrevistas a las que me he negado... y me sigo negando...
Naturalmente, la explicación está en que en el aburrimiento general de la gente de pluma en esta bendita España, se agarraban como a un clavo ardiendo al bonito tema de la señora recoleta que había hecho un diccionario que es el que usan los Académicos.
En fin..., ya pasó todo y yo he recobrado mi quietud y mi tranquilidad... ¡Y a vivir!19
31Desgraciadamente, no pudo vivir, en el sentido pleno de la palabra, mucho más. En 1974 falleció su esposo, y muy pronto ella empezó a presentar síntomas de una grave arterioesclerosis cerebral. Privada durante varios años de su clara inteligencia, falleció en Madrid el 22 de enero de 1981.
32Aunque el Diccionario de uso fue obra que desde el primer momento tuvo fortuna editorial, esta fue incluso mayor en los años en que ella ya estaba enferma, y el reconocimiento que en vida se regateó a la autora alcanzó cotas muy altas cuando ya solo podía ser fama póstuma. Contribuyeron a que así fuera varios factores, entre ellos un mayor interés por la lexicografía. También, artículos como el que dedicó a doña María, poco después de que falleciera, Gabriel García Márquez, en el que pudo leerse: «María Moliner [...] hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana.» El diccionario de Moliner era, según García Márquez, «más de dos veces más largo» que el de la Academia (lo que exigiría alguna matización) y, a su juicio, «más de dos veces mejor». Y añadía: «María Moliner lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines.»20
33La información de que dispuso el novelista colombiano procedía de unas «Notas» que le había transmitido el hijo menor de la lexicógrafa, Pedro Ramón Moliner. Y en esas «Notas», que se han publicado21, encontramos los detalles domésticos de la elaboración del diccionario que, catapultados por García Márquez, y tras él por otros, han contribuido a desvirtuar la imagen de doña María. El hecho de redactar un diccionario en la soledad de un domicilio no tiene nada de excepcional, y el tono jocoso con que una y otra vez se han mencionado esas fruslerías anecdóticas (los calcetines22, la mesa camilla23, etcétera) denota, en el fondo, cierta subconsciente displicencia (que sus propaladores, sin duda, negarían; por algo es subconsciente). Es seguro que nada de eso se hubiera aireado y manoseado si la proeza lexicográfica la hubiera hecho un hombre, y no una «señora recoleta», como ella diría. Mujer verdaderamente modesta, pero también dignamente consciente del valor de su obra, en una de las pocas entrevistas que concedió con motivo de su candidatura a la Academia declaraba:
Mi biografía es muy escueta, en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. Me han preguntado qué otras cosas tengo. No tengo ninguna, y no rebusco; podría buscar en mi historia, haber publicado algún artículo ocasional en un periódico, alguna cosa así, pero es que no lo considero como un mérito que añadir al diccionario. Mi obra es limpiamente el diccionario24.
34Sabemos ya que «buscando en la historia» de María Moliner se encuentran efectivamente, en los años 30, sus afanes y escritos sobre bibliotecas, a los que, en la tesitura de 1972, no quiso, con buen criterio, dar importancia. Y en relación con esa su actividad externa de los años de la República y la guerra sí que me parece necesario subrayar su condición de mujer, y madre, por añadidura, de cuatro niños que, en 1935, tenían entre 2 y 8 años. Lo que se hace muy difícil de creer es que María Moliner considerara nunca que su «verdadero oficio» fuera «remendar calcetines».
35He tratado de apresar el carácter de esta peculiar creadora a través de palabras que salieran directamente de ella. Creo que pueden contribuir a perfilarlo también las que cerraban la «Presentación» de su diccionario, en las que hace un canto conmovedor al imperativo ético de la obra bien hecha. Con ellas termino:
Por fin, he aquí una confesión: La autora siente la necesidad de declarar que ha trabajado honradamente; que, conscientemente, no ha descuidado nada; que, incluso en detalles nimios en los cuales, sin menoscabo aparente, se podía haber cortado por lo sano, ha dedicado a resolver la dificultad que presentaban un esfuerzo y un tiempo desproporcionados con su interés, por obediencia al imperativo irresistible de la escrupulosidad; y que, en fin, esta obra, a la que, por su ambición, dadas su novedad y su complejidad, le está negada como a la que más la perfección, se aproxima a ella tanto como las fuerzas de su autora lo han permitido25.
Notes de bas de page
1 Los principales trabajos que suministran información biográfica sobre María Moliner son los siguientes: Luis García Ejarque, «María Moliner, gestora de una política bibliotecaria», Boletín de la Anabad, XXXI (1981), núm. 1, pp. 37-42; Pilar Faus Sevilla, La lectura pública en España y el Plan de Bibliotecas de María Moliner, Madrid, Anabad, 1990; Mª Antonia Martín Zorraquino, «Una lexicógrafa aragonesa: Dª María Moliner», en M. Casas Gómez, I. Penadés Martínez y Mª T. Díaz Hormigo (eds.), Estudios sobre el Diccionario de uso del español de María Moliner, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1998, pp. 9-26; ídem, «Claves para el centenario», Trébede. Mensual Aragonés de Análisis, Opinión y Cultura, núm. 36 (marzo de 2000), pp. 16-22; ídem, «Un genio positivo y modesto», El Cultural, 29 de marzo de 2000, pp. 18-19; Luisa Orera Orera, «María Moliner y la política bibliotecaria de la Segunda República», en Mª A. Martín Zorraquino y J. L. Aliaga Jiménez (eds.), La lexicografía hispánica ante el siglo XXI. Balance y perspetivas. (Actas del Encuentro de Lexicógrafos celebrado en Zaragoza, en el marco del Centenario María Moliner, los días 4 y 5 de noviembre de 2002), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2003, pp. 257-267.
2 José Navarro Alcácer, «Notas autobiográficas de un nonagenario», en La Escuela Cossío de Valencia. Historia de una ilusión (1930-1939), Valencia, Generalitat Valenciana, 1984, p. 52; Vicenta Cortés Alonso, «María Moliner, profesora extra», Boletín de la Anabad, XXXI (1981), núm. 1, p. 44.
3 «Les Bibliothèques des Missions pédagogiques», en Actes du Comité International des Bibliothèques, 7me Session. Madrid, 28-29 mai 1934, La Haya, 1934, pp. 80-83; la cita, en p. 80. En este volumen se incluye una desconocida fotografía, que reproducimos aquí, de los asistentes a la sesión de clausura. Dos únicas mujeres aparecen en ella, María Moliner y, a su izquierda, Juana Capdevielle, bibliotecaria de la Facultad de Letras de Madrid y del Ateneo, que presentó un informe sobre «Les bibliothèques d’hôpitaux en Espagne» (pp. 51-56); casada en 1936 con Francisco Pérez Carballo, Gobernador Civil de La Coruña nombrado por el Frente Popular, ambos fueron asesinados en los inicios de la guerra.
4 Los datos que ofrece María Moliner en su informe constan también en el volumen Patronato de Misiones Pedagógicas. Septiembre de 1931-Diciembre de 1933, Madrid, 1934, pp. 63-68.
5 Actas y trabajos del Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, Madrid-Barcelona, 20-30 de mayo de 1935. III, Bibliotecas populares, Madrid, 1936, pp. 98-105.
6 En diciembre de 1937, al trasladarse la Oficina desde la Biblioteca Universitaria, donde estaba instalada, a un nuevo local en el Ministerio de Instrucción Pública, María Moliner dejó de concurrir a la Biblioteca, para ocuparse únicamente de la Oficina (Mª Ascensión Lluch Adelantado y Carolina Sevilla Merino, «Biblioteca Universitaria y Provincial, 1936-1939. Documentación», en Estudios dedicados a Juan Peset Aleixandre, Valencia, Universidad de Valencia, 1982, t. II, p. 606); Faus dice que «ante la imposibilidad de realizar eficazmente su labor en ambos organismos, opta por renunciar a la jefatura de la Biblioteca Universitaria» (p. 104).
7 Ambos se reproducen facsimilarmente en el libro de Faus Sevilla.
8 Además, el titulado Oficina de Adquisición de Libros. Memoria Marzo-Noviembre de 1937 (Valencia, 1937) seguramente también fue redactado por nuestra autora.
9 Se confirma la autoría en una carta de don Tomás Navarro Tomás (Presidente de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico) a Teresa Andrés, de 27 de diciembre de 1937: «Si está ya impreso el librito de María Moliner sobre pequeñas bibliotecas desearía recibir algún ejemplar» (Archivo de la Residencia de Estudiantes, Madrid).
10 «Plan para una organización general de bibliotecas públicas», en Un año de trabajo en la Sección de Bibliotecas. Marzo 1937-Abril 1938, Barcelona, 1938, pp. 20-30. Luis García Ejarque precisa que María Moliner presentó el plan en abril de 1937, y que lo ahí publicado es «una primera redacción, menos elaborada» («La Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico y las Bibliotecas Públicas del Estado», Boletín de la Anabad, XLI (1991), núm. 1, p. 33). También se había dado a conocer, vertido al francés, en los apéndices del libro de Juan Vicens [de la Llave] L’Espagne vivante. Le peuple à la conquête de la culture, París, Editions Sociales Internacionales, 1938: «Projet pour une organisation générale des bibliothèques publiques espagnoles. (Approuvé par le ministère de l’Instruction publique)», pp. 120-132.
11 El dato procede del «Trabajo de Grado» inédito de Mª Jesús Ruiz Muñoz Las bibliotecas en el frente durante la Guerra Civil española: fuentes para su estudio (Universidad de Salamanca, 2004); cit. en Ramón Salaberría, Blanca Calvo y Alicia Girón, «Donde nunca llega el sol. Reconstrucción arqueológica de Teresa Andrés, bibliotecaria comunista», Educación y Biblioteca, núm. 145 (enero-febrero de 2005), p. 86.
12 Mª A. Lluch Adelantado y C. Sevilla Merino, p. 615. El mismo director, don José María Ibarra Y Folgado, escribió en una carta de 20 de septiembre de 1939 que María Moliner había llegado al cargo por «circunstancias anómalas», mas «sin que tuviera parte en la destitución de los anteriores funcionarios» (ibidem, p. 614).
13 «Medio siglo de lexicografía española (1930-1980)», en Estudios de lexicografía española, Madrid, Paraninfo, 1987, pp. 201-203; «María Moliner: una obra, no un nombre», El País, 29 de mayo de 1981, p. 36 (y en Estudios..., pp. 207-211); «Érase una vez un diccionario», El Cultural, 29 de marzo de 2000, pp. 16-17; «Presentación» de la segunda edición del Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1998, pp. XI-XII. Véanse también los trabajos de diversos autores reunidos en el volumen Estudios sobre el Diccionario de uso del español de María Moliner (cit. supra, n. 1), y José Álvaro Porto Dapena, «El Diccionario de María Moliner», en La lexicografía hispánica ante el siglo XXI..., op. cit., pp. 167-192.
14 «La [extensión] de este diccionario es substancialmente la del “Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española”, con ciertas supresiones y adiciones» (p. XXXIX).
15 Véase Alonso Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, pp. 485-499.
16 Véase sobre este episodio, y especialmente sobre otro anterior, similar en parte y frustrado, mi artículo «¿Una niña en la Academia? El caso de María del Rosario Cepeda y su orgulloso padre», Boletín de la Real Academia Española, LXXXII (2002), pp. 39-45.
17 Bastantes años posterior a otro intento de aproximación de la propia doña Emilia a la Academia, que generó sonada polémica; a ella pertenece el folleto de Juan Valera (bajo el seudónimo de Eleuterio Filogyno) Las mujeres y las Academias, Madrid, 1891.
18 Las otras candidatas fueron la novelista Rosa Chacel y la doctora Carmen Guirado.
19 En Educación y Biblioteca, núm. 86, enero de 1998, p. 19. Corrijo el año, pues no puede ser, por la cercanía a los hechos que se comentan, el que ahí consta, 1973; además, se indica que el 20 de noviembre era lunes, y en efecto lo fue el de 1972.
20 «La mujer que escribió un diccionario», El País, 10 de febrero de 1981, p. 9.
21 «Notas sobre mi madre», Heraldo de Aragón, 26 de marzo de 2000, Supl. Hoy, p. 6.
22 Que han traído cola; cf. Hans-Jörg Busch, «La lexicografía. ¿Nada más que remendar calcetines?», en G. Wotjak (ed.), Estudios de lexicografía y metalexicografía del español actual, Tubinga, Max Niemeyer, 1992, pp. 13-37.
23 Convertida caprichosamente en una «mesa de cocina» por José Martínez De Sousa, «Alabanzas y críticas a una gran obra», en C. Martín Vide (ed.), Actas del X Congreso de Lenguajes Naturales y Lenguajes Formales, Barcelona, PPU, 1994, p. 666.
24 Entrevista a María Moliner, por Daniel Sueiro, Heraldo de Aragón, 7 de noviembre de 1972, p. 11.
25 Agradezco la ayuda que me prestaron durante la redacción de estas páginas dos buenos y sabios amigos aragoneses, Mª Antonia Martín Zorraquino, que tan bien conoce la figura y la obra de María Moliner, y José Pérez Gállego; y dos no menos buenas amigas bibliotecarias, Leticia Caballero y Paloma Fernández De Avilés.
Auteur
Universidad Autónoma de Madrid. Spécialiste de l’histoire du lexique et des dictionnaires espagnols. Il est, en particulier, l’auteur d’un ouvrage sur les conceptsclés du XVIIIe siècle, qui a reçu un prix de la Real Academia Española en 1992
Le texte seul est utilisable sous licence Licence OpenEdition Books. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.
Traduire pour l'oreille
Versions espagnoles de la prose et du théâtre poétiques français (1890-1930)
Zoraida Carandell (dir.)
2014
Le multiculturalisme au concret
Un modèle latino-américain ?
Christian Gros et David Dumoulin-Kervran (dir.)
2012
Voir, comparer, comprendre
Regards sur l’Espagne des XVIIIe et XIXe siècles
Jean-René Aymes (dir.) Françoise Etienvre (éd.)
2003
Institutions coloniales et réalités sociales en Amérique espagnole
Marie-Cécile Bénassy et André Saint-Lu (dir.)
1988
Nouveau Monde et renouveau de l’histoire naturelle. Volume II
Marie-Cécile Bénassy et Jean-Pierre Clément (dir.)
1993
Nouveau monde et renouveau de l’histoire naturelle. Volume III
Marie-Cécile Bénassy, Jean-Pierre Clément, Francisco Pelayo et al. (dir.)
1994
Juan Bautista Alberdi et l’indépendance argentine
La force de la pensée et de l’écriture
Diana Quattrochi-Woisson (dir.)
2011