Origén y desarrollo de la aristocracia en época ibérica, en el alto Valle del Guadalquivir
p. 97-106
Texte intégral
1. El nuevo núcleo familiar y la conquista de la aldea en el Valle del Guadalquivir
1Desde mediados del segundo milenio se configuré en el Sudeste de la Peninsula Ibérica, extendien-dose hacia el curso alto del río Guadalquivir, la sociedad argârica del Bronce Antiguo y Pleno. La investigación arqueológica ha demostrado la exis-tenciatencia de una serie de rasgos contradictorios con las características de los clâsicos modelos aldeanos; así el control del metal y de las mejores tierras agrícolas hicieron proponer a Thornes y Gilman que en el Sudeste de la Peninsula Ibérica existía un modelo de sociedad hidráulica (Gilman/Thornes 1985) del mismo modo el análisis de los ajuares de las tumbas ha llevado a otros investigadores a hablar de la exis-tencia de diferentes grupos sociales, el mas rico de los cuales fue definido como aristocrâtico (Lull/ Esteve 1986). La base de estas conclusiones dérivé de la constatación cuantificada de grandes diferen-cias entre los ajuares de enterramiento pero a este factor se anadia la existencia de casas cuadradas con divisiones internas, que habian sustituido las viejas cabanas de planta circular de la Edad del Co-bre y que en su suelo contenían los enterramientos de sus ocupantes y en segundo lugar la existencia de distintos barrios en los poblados según la disposición del conjunto tipo de casa-riqueza de ajuar de enterramiento (Chapman 1991). El debate posterior no ha llegado a aceptar unas condiciones ecológicas capaces de producir un modelo politico y económi-co de tipo hidráulico, que pudiera justificar la gene-alogía del estado clâsico oriental, ni a reconocer las pruebas de la existencia de la aristocracia a pesar de las diferencias de riqueza internas y de la posibi-lidad de hacer una lectura del poblado en áreas de riqueza. Sin embargo no ha cuestionado que en el seno de la sociedad argârica se habia producido un proceso temprano de diferenciación interna entre nucleos familiares, con pruebas de existencia de prâcticas como la herencia (Chapman 1991).
2Tras la experiencia argârica y su crisis, en el Bronce Final, se produjo en todo el Sur de la Peninsula Ibérica una recuperación del pobla-miento concentrado. Este hecho fue évidente tanto en las proximidades de la costa, en Acinipo (Aguayo et al. 1986), como en el interior del Valle del Guadalquivir, en el Cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas con una cronología C14 del 820 a. C. para este último caso (Ruiz/Molinos 1986). En una primera etapa esta situación, clasificable de sinecismo aldeano, se caracterizó por la existencia de cabanas circulares ο subrectangulares, pero, inmediatamente después, adquirió el nivel de las casas de planta angular y los poblados se fortifica-ron. El nuevo modelo llegó a superar los limites del territorio andaluz tal y como se observa en la zona oriental de la Peninsula, en puntos como Pena Negra en el curso del rio Vinalopó con cronologia C14 del 740 a. C. primera fase (Gonzalez Prats 1985).
3A fines del siglo VII a. C. en torno a Torrepare-dones, uno de los poblados citados, se produjó un cambio significativo en la ocupación del territorio: una serie de nucleos de claro caracter agrícola se extendieron desde este foco, como seguramente desde otros de la zona, hacia la vega del Guadalquivir. El asentamiento de Torreparedones era ya en ese momento una grân meseta de diez has. y media, que habia cambiado su vieja planimetría. Su fortificación se realizó en un momento fęchable en el siglo VII a. C. aunque su obra se prolongé hasta entrado el siglo VI a. C. (Cunliffe et al. 1992). La expansion de los pequefios asentamientos que ocu-paron el ârea colonizada terminé al alcanzar el Guadalquivir, si bién el modelo se hizo más disper-so al alejarse de Torreparedones, ya que aumentaba la distancia media al vecino mâs proximo. La exca-vación de las Calanas de Marmolejo (Molinos et al. 1988) ha demostrado que el tipo agrario coloniza-dor característico era un asentamiento no fortifica-do, pequeño, pero con una compleja distribución interior en la que se definían zonas domésticas ο de producción artesanal de cerámica.
4Al este y sur del area de expansion de los pequeños asentamientos agrarios se estableció un sistema de torres, desde inicios del siglo VI a.C. que conocemos por la excavación del asentamiento del Cerro de la Coronilla de Cazalilla (Ruiz et al. 1983). Se trata de una frontera creada por los “oppida” que se situan al Sur del Guadalquivir, en la Campina de Jaén (Ruiz/Molinos 1989). El cerro de la Coronilla, paradigma de las torres, es un pequeno centro fortificado con el mismo sistema constructive reconocido en Torreparedones ο Puente Tablas y caracterizado por un recinto interior y un potente bastion en su lado oeste, que es el más debil en una estrategia defensiva. El sitio fué construido en los inicios del siglo VI a.C. y perduró hasta entrado el siglo V a.C.
5Si bien los “oppida” de la Campina de Jaén no se diferenciaban en sus aspectos constructivos del mismo modelo del area cordobesa, es decir aunque los grandes asentamientos eran semejantes a uno y otro lado de la frontera, sin embargo los dos modelos de poblamiento mostraban diferencias significativas. El occidental ο cordobés desarrolló el pequeno asentamiento agrario hasta que, coincidiendo con la construcción de la linea de torres, la población dispersa volvió a concentrarse en los “oppida”; por otra parte el modelo de poblamiento ibérico de la Campina de Jaén, aunque no estuvo absolutamente concentrado en los “oppida”, nunca llegó a mostrar el abundante habitat disperso del área occidental, sus escasos asentamientos dispersos ο fueron torres ο pequenas aldeas dispuestas en altozanos y colinas, muy distintas del tipo agrario de las Calañas de Marmolejo.
6La localización étnico-política de la frontera es realmente compleja. Avieno en la Ora maritima al reflejar la disposición de los pueblos del Valle del Guadalquivir en el siglo VI a.C. escribió sobre la existencia de dos grandes núcleos étnicos el primero localizado an el Bajo Guadalquivir y definido como tartéssico y el segundo, el mastieno, en el ámbito oriental del Sur de la Peninsula Ibérica (Avieno Or. Mar. 422,450,452). Ambas unidades gozaban de un conjunto de elementos culturales comunes, lo que provocó que en el tratado del 348 a.C. la capital de los mastienos se citara como Mastia de Tarsis. Precisamente el espacio definido por la frontera y los dos modelos de poblamiento corresponderían al limite teórico entre mastienos y tartéssicos, sin embargo la existencia entre los dos grandes núcleos étnicos de una serie de pueblos pequenos, de dificil localización, como los etmaneos, cilbicenos ο ileates, (Avieno Or. Mar. 300-303) dificulta tener una lectura exacta de la disposiciôn de este eje arqueológico respecto al mapa étnico de la zona entre los siglos VII y IV a.C. Para la etapa tardía ibérica, posterior a la conquista de Roma, los túrdulos (Plinio,III,13), localizados al este de los turdetanos (herederos de Tartessos), coincidirían con el area expansiva de nuestro caso, frente a la Campina, que en referencia directa de Plinio, estaria poblada por los bastetanos (herederos de los mastienos) (Plinio III, 10).
7Todas estas noticias, además de constatai· la difi-cultad de construir un mapa étnico, pretenden demostrar, en primer lugar que respuestas como la dada por las poblaciones de la Campina de Jaén no parecen ser decisiones tomadas en el marco de una unidad étnico-tribal, sino en todo caso por un segmenta de esta, (quizas un “pagus”, que compartiría una comun fuente hidrica, ya que el grupo interior al territorio fortificado se ordenaba en torno a un afluente del río Guadalquivir: El río Salado de Los Villares); en segundo lugar que este tipo de situa-ciones sostienen que el eje de la ruptura del modelo aldeano se produjó en la relación familia-res,pobla-do y no en la unidad étnica superior. En realidad el proceso histórico de emergencia de la aristocracia en el Valle del Guadalquivir, sugiere que una vez producida la diferenciación entre unidades familia-res, (que debió ser un proyecto muy antiguo, del Bronce Pleno argárico, aunque el modelo se frus-trara posteriormente), la sociedad del primer mile-nio lo desarrollo apoyandose en la relación coloni-zador fenicio-elit indígena, muy asentada desde el siglo VIII en todo el Sur peninsular. Ahora bién la recuperación de este proyecto tomó también como objetivo un segundo programa de conquista y control de las aldeas por las familias mas poderosas, que pudo haber sido ya ensayado tambien en la etapa argárica por la estructura de barrios. En el siglo VII a. C. la profusion de fortificaciones y la amplia capacidad de respuesta de cada centra, como se muestra en el caso de Torreparedones,con su programa colonizador, son signos del grado de autonomía alcanzado por los “oppida” en la toma de decisiones políticas.
8Por otra parte la respuesta de la frontera en reacción a la expansion agraria de Torreparedones, por parte de los poblados de la Campina de Jaén, es muy sugerente en dos aspectos: de un lado porque es una de las las pocas acciones suprapoblado que reconocemos en estos siglos desde la información arqueológica y de otro porque constituye una rea-firmación de la propiedad territorial de un bloque de poblados, no de una etnia, frente a la actuación expansiva de otro. En el primer caso hay aún un dato mas que ofrece una información significativa: las torres se mantuvieron a lo largo del siglo VI a. C., incluso después de la vuelta de la población colonizadora a sus focos de origen, pero no superó los primeras decenios del siglo V a. C. Su desapari-ción no se produjô solo porque hubiera desapareci-do la acción que justificaba su función, sino porque seguramente se renunció a los modelos de repre-sentación política supra-poblado ο no se tuvo capacidad para construirlos en el nuevo marco de rela-ciones sociales. En esta dirección la definición del territorio controlado por el segmento étnico con la construcción de la frontera se mostró contradicto-ria con el desarrollo posterior del poder autonomo de los “oppida”. Ello condujo primera a la consta-tación de su existencia anacrónica tras la desapara-ción de los asentamientos agrarios y después a su desaparición en favor de la definición del territorio controlado por cada “oppidum”.
9A partir del siglo V a. C. el modelo que se impu-so a uno y otro lado de la frontera se caracterizó. por un habitat concentrado en torno a los “oppida”. La situación fue tan firme que las aldeas no fortifi-cadas de la Campina de Jaén en el trascurso de la segunda mitad del siglo VI y en la primera mitad del siglo V a. C, terminaron siendo abandonadas y hemos de suponer que su población integrada en los asentamientos fortificados, en esta ocasión sin presión alguna de nadie. En definitiva el modelo de poblamiento a fines del siglo V a. C. se definió por un sistema de habitat polinuclear de “oppida”, sin ningun tipo de asentamiento disperso de exclusiva funcionalidad agraria.
2. La historia de la aristocracia ibérica: Del dios deseado al héroe patrono
10Gracias al caso tartéssico conocemos la impronta tan fuerte que debiô dejar la llegada de imâgenes orientalizantes, que sin duda se ajustaban al interés de las familias mas poderosas del Valle del Guadalquivir. Cuando observamos las escenas de lucha hombre-animal en los marfiles de Bencarrón en Sevilla (Blanco 1960) el lenguaje iconográfico se muestra muy diferente al que conocemos en la ico-nografíanografía heraklea clâsica. En uno de estos marfiles un personaje, con una rodilla en tierra y perfecta-mente vestido al modo orientalizante se rodeaba a uno y a otro lado de un gripho y un león. Su posición en el centra de la escena nos recuerda la iconografía de una divinidad dominadora de la naturaleza. El héroe es aquí un dios ο pretende serlo. A fines del siglo VI a. C. un aristócrata periférico de Chinchilla (Albacete) ofrecía la version mas sugerente del paradigma orientalizante de Bencarrón.
11Los relieves del monumento funerario de Pozo Moro relataban el paseo infernal de un personaje que tras superar diversas pruebas ante monstruos y genios, alcanzaba hierogamia en el encuentro con una diosa entronizada. Es la última propuesta conocida de un programa iconografico de tipo oriental (Almagro Gorbea 1983), porque en la primera mitad del siglo V, en los conjuntos escultóricos de Porcuna (Negueruela 1990), el estilo griego no solo muestra un lenguaje formal diferente, sino una concepción del mundo distinta.
12La escena de iniciación observada en el marfil de Bencarrón se vuelve a reconocer en la gripho-maquía de Porcuna. La memoria histórica esta présente en esta excepcional obra ibérica en la conti-nuidad en el uso del gripho, pero el animal ahora se articula de tal modo con el héroe en una unidad, que el espectador solo capta la totalidad de la obra al girar en torno a ella. La asociación de imâgenes es aquí exponente de un modelo de héroe humani-malisticazado muy diferente al pretendido dios de Bencarrón. De todos modos conviene destacar las caracteristicas propias de la iconografía ibérica, porque, aunque siempre se enmarcan en el cuadro general de imâgenes mediterrâneas, conservan una particular expresión tanto por el tipo de escenas representadas (griphomaquia, lucha hombre-lobo), como por la pervivencia sobre todo en cierta ani-malistica (leones, toros, griphos etc.) de la tradición estilística orientalizante anterior.
13El cambio de programa ideológico de la aristo-cracia ibérica del siglo VI a. C. al siglo V a. C. no res-ponde al abandono del modelo oriental asiático, porque no existen en el periodo orientalizante sig-nos de poder centralizado. Las apariencias que han podido producir la idea de un poder teócratico en la fase tartéssica expresan, hasta este momento, mas una ambición aristocrâtica que una práctica concreta de poder. Toda la historia de los iberos del sur de la Peninsula ibérica remite a un proceso sin fisuras de afirmación de la aristocracia. El caso no es único en el Mediterraneo, porque en Etruria la suplantación de la iconografia del palacio de Murlo, expresión característica del rito orientalizante, por las representaciones míticas del palacio de Acquarosa a mediados del siglo VI a. C., y la segregación del poder politico y religioso en el espacio de este ultimo frente a la unidad espacial de primero, como ha senalado acertadamente Torelli (Torelli 1990), reproducen una situación semejante. Sin embargo mientras en Etruria caracterizan la crisis del modelo por la emergencia de los esta-mentos ciudadanos, en el ámbito ibérico estos cam- bios tienen una conclusion necesariamente diferente ante la ausencia de aquellos elementos.
14Cuando Homero en la Iliada tomó el prototipo de héroe-guerrero en Aquiles, aun reproduciendo los elementos básicos y estructurales del mito de Herakles, los articulé de una forma diferente. En la narración se minimizan las labores cazadoras y civilizadoras para destacar el combate cuerpo a cuerpo y el despojo del vencido, en suma la función guerrera propiamente dicha. La contextualización homérica del héroe en la figura de Aquiles, al potenciar sus valores guerreros en el combate, coincide, como dice Lévy (Lévy 1987), con el proceso histórico que en el siglo IX a. de C. opone en Grecia la figura del “anax” (Agamenón), representación de la subordinación característica del sistema palacial, no necesariamente oriental-asiatico, al “basileos” (Aquiles) que define un sistema aristocrático de iguales fundado sobre el título y la función. En Porcuna la elección de imágenes en el programa iconográfico elaborado también remite a la figura del guerrero en combate, tal y como muestra el personaje armado, cuyo caballo pisa un guerrero vencido, pero sobre todo el programa iconografico del conjunto igual que en la narración homérica de Aquiles deja atras el paradigma orientalizante del anax expresado en Bencarrón ο Pozo Moro.
15Volvamos al principio del proceso para valorar el caracter de este cambio. El punto de ruptura con el modelo aldeano se sigue a partir de un conjunto de materiales procedentes de la zona suroccidental de la Peninsula Ibérica, se trata de la llamadas este-las del SW. El material tuvo vigencia durante un largo periodo de tiempo que se inició en el Bronce Final y perduró durante el Hierro Antiguo.
16Las estelas del SW. sostuvieron un programa iconogrâfico de corte aristocrâtico, porque en ellas se asocian las armas, el simbolo del aristocrata-gue-rrero, y los elementos importados, representación del aristocrata-ostentador de riqueza. La evolución tipológica propuesta se ha definido por el aumento del numéro de los objetos representados; de este modo las estelas más antiguas se caracterizarían por la exclusiva presencia de las armas (espada-lanza-escudo) y las mas tardias sumarían al armamento, el personaje principal, el carro y los elementos orientalizantes va citadose incluso para zonas como el valle del Guadalquivir la presencia de personajes secundarios siempre representados en un tamaño menor al del personaje principal (Almagro Gorbea 1977).
17Barceló ha propuesto que tal evolución responde al paso de una elite no competitiva a otra que si lo es (Barceló 1992), planteando que durante el Bronce Final-Hierro Antiguo se habían sucedido cambios importantes en la valoración de los pro-ductos manufacturados, (conjunto material repre-sentativo del sistema de intercambios recíprocos), por el desarrollo de los sistemas de competencia; de tal modo que primero los instrumentes de bronce en general perdieron su valor sociale ideológico por su valor de uso, para dejar paso a las armas, todavia de bronce, y después estas dieron paso a los productos orientalizantes, expresión final y efectiva de los sistemas de ostentación y manifestación de riqueza que actuaron como correctores y balsamos de los conflictos que los sistemas de competencia favorecían. Los mecanismos sistémicos que Barceló emplea para la lectura de los modelos sociales del Bronce Final, con ser sugerentes no explican sin embargo todo el transfondo del programa iconogrâfico. Las estelas pudieron establecer los limites de un proceso de mercantilización inicial en la eco-nomía tribal con el aumento de la competencia entre las distintas elites del territorio; es decir pudieron ser la respuesta a la compensación con-tradictoria entre las grupos enriquecidos tras la nueva situación, pero tambien atendieron a un programa de ruptura con el, viejo ya, modelo aldeano. En consecuencia los mecanismos de cohesion que sin duda debierón existir entre elites, como senala Barceló, solo reflejarían una parte de la nueva situación porque del otro lado el sistema trataba de segregar primeroe imponer después y con los mis-mos mecanismos (significación del papel del guerrero y del ostentador de riqueza), un segmento del sistema parental, una familia, al resto de la comunidad.
18El programa iconogrâfico que se organizó en torno al personaje central de las estelas era la expresión del nuevo modelo de relaciones sociales, sin embargo la realidad arqueológica que se lee en los poblados periféricos al ârea tartéssica propiamente dicha, no respondía durante el siglo IX y VIII a. C., al menos, a la prâctica guerrera asociada a la ostentación de riqueza y mucho menos al modelo de aristócrata patrono, que se podia leer en las estelas. En suma cabe la posibilidad que las estelas fuesen la expresión de una prâctica deseada pero no construida en el marco de las relaciones de producción. Es más cuando las estelas complejas se fabricaron en el siglo VII a. C. en momentos inme-diatamente anteriores ο coïncidentes con las primeras estructuras tumulares de enterramiento (Setefilla en Sevilla [Aubet 1980] ο la Joya en Huelva [Garrido/Orta 1978]), lo que se constataba estrictamente era que el nuevo sistema de prâcticas ideológicas estaba alcanzando el ámbito funerario.
19El nuevo modelo de relaciones sociales se fun-damentó en el rechazo de las relaciones de paren-tesco como sistema que gobernara la reproducción de la sociedad. Pero este rechazo en ningun caso supuso la anulación de las prâcticas parentales. En realidad se trataba de hacer que la “gens”, que anteriormente constituía una institución del sistema de parentesco, encubriera un marco de relaciones de servidumbre reconocidas en la institución de la clientela. El grupo gentiliceo que en las estelas se mostraba a traves de un programa ideológico aris-tocrâtico pretendía atraer a su ámbito de relaciones de clientela al resto de las unidades familiares de la aldea sobre la base de rendir culto al antepa-sado propio (Torelli 1988). Este nuevo marco de relaciones tiene una naturaleza muy diferente al que se define en los modelos de caudillaje ο jefatu-ra, al menos en su formulación mâs clasica, porque alli la justification de la existencia de la institución no supuso una modification de la naturaleza de las relaciones sociales que siguieron condicionadas al desarrollo de las relaciones de parentesco (Service 1978). En todo caso si las jefaturas reproducen un sistema de relaciones sociales en las que el parentesco no ha desaparecido pero si ha perdido su capacidad para ser la forma general de las relaciones sociales, entonces la institution responde a un modo de production diferente al aldeano (Godelier 1974).
20El proceso que caracterizó el periodo que en el Alto Guadalquivir cubrió desde mediados del siglo VII a fines del siglo VI, y que se definíó como orien-talizante mostró una doble estrategia: En primer lugar el grupo gentiliceo patrono atrajo hacia su gens a parte de las unidades familiares del asenta-miento como se observa en el túmulo de Cerrillo Blanco en Porcuna y la definition con lajas del espacio funerario gentiliceo (Torrecillas 1985), des-pués initio un proceso de distanciamiento del resto de la comunidad para imponer la institución clien-telar, sobre la base del culto a sus propios antepa-sados, tal y como se expresa en el gusto principes-co por la ostentation de productos manufacturados de gran valor cuya constancia esta registrada en casos como la tumba de Castulo del siglo VI a. C. (Blanco 1965). Sin embargo este proceso se vió afectado a partir del último tercio del siglo VI a. C. por una serie de efectos político-económicos exter-nos al propio curso de la historia de las comunida-des del valle del Guadalquivir. Citaré la presion griega sobre las poblaciones del Sudeste y el Alto Guadalquivir, el replanteamiento de las estrategias colonizadoras punicas, la crisis de Alalia y el corte brusco de la llegada de productos de gusto orienta-lizante. Desde el punto de vista geopolítico el Alto Guadalquivir se viô situado en un área más próxi-ma que en la fase anterior a las rutas de entrada de productos exógenos y además se constituyó en un centra básico de materias primas mineras en torno a Cástulo, agrícolas en la Campina de Jaén y Cordoba y ganaderas en todo la zona. Este cambio propició la entrada de una iconografía nueva que al otro lado del Mediterráneo anunciaba la emer-gencia de la polis, pero que en el ambito del Alto Guadalquivir se encontraba ante una aristocracia en crecimiento y sin grupos consolidados contra-rios estructuralmente al sistema clientelar.
21Los efectos de la nueva situation se dejaron sentir sobre el conjunto de una sociedad en un mo-mento de enriquecimiento económico, tal y como prueban a partir de fines del siglo V a. C. el aumen-to de la presencia de productos importados griegos (con series especialmente diseñadas para la zona como el kylix Pintor de Viena 116) ο el crecimiento de la production cerealista (tal y como se constata en las series polínicas obtenidas en el “oppidum” de Puente Tablas). La nueva iconografia (combates de guerreros en Porcuna y luchas hombre-animal en Porcuna ο Huelma en la escultura y en el marco de los propios productos griegos escenas dionisíacas ο de heroización) contribuyó a legitimizar un mode-lo aristocrático nuevo, con una base numerica mayore identificada a las nuevas formas de expre-sión, que presentaban al principe como un heroe, como el mejor de los hombres y no como una divi-nidad.
22En realidad no puede decirse que se abriera un proceso de isonomía, salvo para el grupo aristocrâtico. Los signos de igualdad del conjunto de la comunidad se desmontan cuando se observa en detalle la organization de uno de estos grupos aris-tocrâticos gentiliceos. En la necropolis de Baza (Ruiz et al. 1992) la localization del enterramiento principal como en la etapa de los tumulos orienta-lizantes definió el punto de arranque del espacio funerario del grupo, si bien ahora se dispuso en una position excéntrica y no central como en la etapa anterior. Desde allí se organizó el espacio funerario con la ubicación del resto de las tumbas. Frente a la tumba principal de pozo se dispuso a una distancia de quince mts. un semicirculo en el que colocaron très nuevas tumbas de pozo de menor tamaño que la principal y en torno a ellas se distribuyó el resto con un tercer nivel tipológico de tumbas (cista y simples hoyos en la tierra). Los dos primeras nivelés asumieron los ajuares mâs ricos donde destaca-ban las crâteras ο el brasero de bronce, pero algu-nos objetos como el carro solo se encontró en la tumba pricipal. Estos elementos definieron al grupo aristocrâtico y su estructura jerarquica interna. Por lo demás el conjunto de enterramientos de los dos primeras niveles compartió con el resto de las tumbas la panoplia guerrera y las copas âticas. El mismo esquema parece leerse en el urbanismo del “oppidum” de Puente Tablas con un área excéntrica palacial y una serie de manzanas con diferen-cias entre las casas que la componen.
23En los grandes poblados la existencia de varios grupos aristocrático-gentiliceos puede ser contras-tada en Cástulo en Jaén ο Galera en Granada a tra-ves del anâlisis de sus necropolis coetáneas. En Câstulo, ademas, sabemos que, mucho tiempo des-pués, los grupos gentilíceos allí existentes se volca-ron en favor de Roma ο Cartago durante la Segunda Guerra Púnica. En suma la posibilidad de construir experiencias políticas territoriales superiores a los grupos aristocrâticos existentes se limite) durante los siglos V y IV a. C. a situaciones muy concretas y solo tuvo ciertas perspectivas de exito a partir de la crisis del modelo en la segunda mitad del siglo IV a. C.
24En terminos générales el periodo se caracterizó por una estructura politica atomizada en grupos gentiliceos relativamente pequenos si se comparan con otras unidades del mismo tipo documentadas en el Mediterraneo como la gens Claudia. Ahora bien en ningun caso ha de pensarse que este modelo social supusiera una renuncia a los principios aristocrâticos que habian caracterizado el periodo anterior, la base de las relaciones sociales funda-mentada en principios clientelares no sufrió ningu-na transformación esencial y la falsa isonomía dejo bien definido el papel asignado a cada individuo en el proceso poductivo y a los productos a los que tenia acceso, en suma a su posición en el marco de las relaciones sociales.
25Es interesante recordar aquí que la situación es coïncidente con la concentración en el “oppidum” que se apuntaba en el primer apartado, este hecho constituye uno de los componentes claves de la coyuntura que analizamos porque paralelamente a la apertura aristocrática que pudiera traducirse de su reconocimiento como heroes mortales y de su programa para permitir un mayor acceso de sus clientes a las riquezas importadas, se produjo un cierre drâstico en la ubicación del cliente en el espacio territorial controlado por el “oppidum”. Este hecho hace pensar en una forma de propiedad de la tierra individual ο particular (no privada ya que es una forma secundaria de propiedad comunal, tal y como apuntara Marx), con el objetivo de legitimar la propia reproduction del sistema, pero si las condiciones subjetivas y objetivas del modelo permitieron que los clientes se sintieran libres y participes del proyecto aristocrâtico, seguramente no ocurrio asi con el control de los medios de production que quedaron en manos de la aristocracia. En ninguna casa iberica de Puente Tablas se ha registrado instrumental agrario de metal.
3. La creation de estructuras suprapoblado: las etnias estamentales
26En el estudio de Badér (Bader 1985) sobre el mito herakleo se hace destacar la diferencia entre las acciones cazadoras recolectoras que se desarro-llan en los primeros trabajos cuyo escenario tiene lugar en el ambito de influencia cultural de la Helade y las que se producen a partir de la lucha con las amazonas que se desarrollan siempre en territorios lejanos y con el objetivo de obtener el botín. La primera etapa, que parte del ritual de initiation de la lucha contra la fiera (león ο grifo en nuestro caso) hace referencia al acceso del héroe a su propio territorio, es decir a la parte de la natu-raleza que el héroe controlarâ. Las escenas de caza y de servicio a la comunidad son siempre expresiones de trabajos internos en los que el personaje, siendo de naturaleza semejante a la de los demás hombres de la comunidad, sin embargo ha demos-trado su superioridad. Por el contrario a partir la segunda fase el espacio de intervention del héroe ya no es el propio y el objetivo implica en todos los casos la rapina y no el don. Por otra parte el acceso a ese territorio no controlado se produce tras veneer a un cânido ο un monstruo, es decir, tras un rito de paso que se expresa en el combate (lucha con la amazona Hipólita ο con Gerión). En definitiva la lucha con el canido, el duelo guerrero y la rapina son la forma de representar el marco de relaciones de la sociedad con aquella parte de la naturaleza, extrana al héroe y ajena a la comunidad que se identifica en el mito. Todo el marco de relaciones supracomunales se expresa en esta fase del mito.
27El proceso que condujo al modelo polinuclear de “oppida” no supuso la desaparición de las institu-ciones supra-poblado ο de las viejas etnias, aunque al menos en terminos politicos su papel se minimize” por el desarrollo de los “oppida” que asumieron el poder en sus propios territorios. Este hecho hizo que con el paso del tiempo las viejas estructuras supra-poblado se constituyeran en una suerte de instituciones anacrónicas, que en unos casos conti-nuaron existiendo al margen del poder politico real como referente histórico a unos hechos pasados y en otros terminaron por desaparecer por la construction de otras etnias alternativas. El primer caso se puede seguir entre los turdetanos, herederos en los ultimos siglos del milenio de los tartessios, que en ningun momento se configuraron como unidad política, tal y como muestra la cita de Luxinius que en los anos finales del siglo III era regulo de Carmo y Bardo (Livio XXXIII,21,6), dos “oppida”, de los que el primero era uno de los mayores centros del Valle del Guadalquivir. La otra respuesta se constata en la parte mas oriental del valle del Guadalquivir. Allí, desde la segunda mitad del siglo IV a. C. ο quizas algo antes se configuraron un conjunto de nuevas etnias de las que conocemos con cierta pro-fundidad a los oretanos, distribuidos en la parte mas alta del valle del Guadalquivir y en el sur de la Mancha. El modelo oretano se caracterizó por la articulación de un topónimo: Oretum asociado a un rey, Orisson, y a un pueblo, los oretanos. El grupo cuyo origen pudo estar al norte de Sierra Morena y por ende de Andalucia, se extendio hacia el Valle del Guadalquivir creando un segundo centro politico en el “oppidum” de Cástulo muy proximo a un área minera excepcional (Strabon III, 1,6). Hacia el sur la citada expansion contrôlé los accesos al centro minero, tal y como se muestra en lo que fueron los asentamientos mastienos de Toya y Ubeda la Vieja que Ptolomeo citó como oretanos (Ptolomeo II, 6,8).
28La estructura oretana se conformé por la disposición de dos santuarios extraurbanos y étnicos, dispuestos en un “saltus”, es decir en un area hasta entonces no antropizada. Recientemente Prados (Prados 1994) ha senalado que de ellos el Santuario del Collado de los Jardines podria tener una mayor antigüedad (S. V a. C.) y caracterizar un centro religioso-político vinculado a la aristocracia (¿un heroe?) por la existencia de exvotos de bronce representando a jinetes armados que después de la segunda mitad del siglo IV a. C. no vuelven a apare-cer por la conversion del santuario en un centro dedicado a una divinidad étnica. Este segundo momento coincidiria con la aparición del santuario de Castellar, que parece responder a un provecto colonizador del “saltus” (Nicolini et al. 1987). El modelo contaria tambien con dos capitalidades, una vieja y sede del grupo original y otra centro económico y politico de la nueva formulación etnica, tal y como se demostrara después durante la Segunda Guerra Púnica. Además la nueva organización étnico-política conté con un conjunto de “oppida” cuya articulación exacta desconocemos pero que llegaron a ser doce en el momento de la conquista cartaginesa (Diodoro XXV, 10,3). Con-viene recordar que tanto Anibal como Asdrubal casaron con princesas de Castulo (Diodoro XXV, 11), después de la toma de la zona, lo que demuestra el interes del conquistador por situarse en la cuspide de un poder politico territorial mas amplio (Ruiz 1978). En todo caso el nuevo modelo politico oretano, como seguramente el contestano en la zona del río Segura ο el edetano en el valle del río Turia en Valencia, es periférico a lo que fue el eje econémico fundamental de los periodos anteriores, pero pudo ser esta situación la que le permitió romper mas facilmente el modelo de poblamiento polinuclear, por otro sistema de poblamiento disperso muy semejante al expresado a fines del siglo VII a. C. en torno a Torreparedones. En cambio el modelo de poblamiento turdetano del valle medio del rio Guadalquivir continué hasta la etapa Flavia mante-niendo salvo excepciones el sistema de poblamiento polinuclear.
29La conquista de estructuras suprapoblado, tal y como se informa en el modelo oretano, es en reali-dad la construcción de una etnia gentilicea-esta-mental fundamentada en principios de pactos polí-ticos y no por la recuperación de las viejas institu-ciones étnicas de la etapa anterior, que cuando se mantuvieron lo hicieron en posición antagonica al poder de los “oppida” (aun cuando estos en algun momento llegaran a asociar bajo un mismo poder a algunos centros, tal y como se ha referido en el caso de Luxinius). Uno de los escasos ejemplos de estos pactos políticos de dependencia, precisamente en el area turdetana, se sigue cuando el consul Emilio Paulo, con un decreto, libéré a los habitantes de la Torre Lascutana de su servidumbre colectiva de Hasta Regia (Vigil 1973, Mangas 1977), en esa rela-ción sabemos que los primeras mantenian sus dere-chos de propiedad sobre su territorio. En general el sistema de aglutinación de grupos mas amplios, como en el caso de los oretanos, tampoco debio de excluir los matrimonios ο la conquista militar. Un buen caso de aglutinacién de poder lo représenta Culchas, un regulo que se asocia a los oretanos ο a una zona próxima (Caro Baroja 1971), que en el año 206 a. C. tenia un control sobre veintiocho “oppida” (Livio XXVIII 13,3) y una fuerza de 3000 infantes y 500 jinetes cuando era aliado de los romanos (Polivio XI 20,3).
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Auteur
Universidad de Jaén
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