La quinua en el campo, el quinuero en la ciudad
p. 106-107
Texte intégral
1Para cerca de 12 000 familias del Altiplano Sur, el éxito comercial de la quinua evita el éxodo definitivo a las ciudades del interior o a otros países. Muchos migrantes, algunos alejados desde hace varios años, eligen regresar al campo pero en forma muy particular: aunque la quinua se ha convertido en un verdadero éxito, proporcionando un ingreso muy superior al de la ganadería o la artesanía, los llamados quinueros no se arriesgan a permanecer en la comunidad para especializarse exclusivamente en la producción de quinua. Al contrario, la mayoría de ellos continúa practicando simultáneamente varias actividades tanto agrícolas como no agrícolas. Con esta estrategia, dictada por el sentido común y la experiencia, se aseguran los ingresos familiares mediante la diversificación en la medida de lo posible y así hacer frente a la imprevisibilidad de la naturaleza y la inestabilidad de la economía. Es también una manera racional de repartir su fuerza de trabajo a lo largo del año ya que el cultivo de quinua alterna periodos de trabajo intenso con largos intervalos de espera. Para aumentar sus actividades, los quinueros oscilan entre ciudad y campo de acuerdo con las oportunidades de trabajo asalariado y las necesidades del calendario agrícola.
2Estos movimientos “pendulares” entre la comunidad y el exterior no son nuevos. Forman parte de la herencia de los pueblos de las tierras altas donde los riesgos climáticos y la inestabilidad económica siempre han instado a la precaución. Aprovechando de la vecindad excepcional con entornos muy contrastados, los agricultores-ganaderos del pasado iban y venían como transportistas y comerciantes durante varias semanas entre la región del Salar y las vertientes oriental y occidental de los Andes. Siguiendo los pasos de los primeros cazadores nómadas, las caravanas de llamas y mulas salían de las tierras altas cargadas de quinua, chuño, lana, charki, plantas medicinales, sal y minerales para intercambiarlos por maíz, coca, frutos, madera o pescado de las tierras bajas tropicales o de la costa del Pacífico.
3Hoy, los camiones y autobuses han reemplazado a las caravanas, y estos movimientos pendulares, reactivados por el éxito de la quinua, apoyan la reactivación de nuevos pueblos y pequeñas metrópolis regionales, adormecidos después de la finalización del auge minero y ferroviario durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX. En Uyuni, las empresas ferroviarias despidieron a miles de sus empleados hace mucho tiempo; ahora los turistas visitan al atardecer el fantasmal cementerio de trenes. A la entrada de la ciudad de Oruro, se yergue la estatua de un casco minero monumental que glorifica una actividad emblemática de la región, sin poder ocultar las vicisitudes, en un fondo de luchas sindicales siempre renovadas y de especulación internacional sobre el precio de los metales. Por ahora, en Salinas de Garcí Mendoza, municipio y localidad del departamento de Oruro recientemente nombrada capital de la Quinua Real, la población local muestra el orgullo y la confianza en el futuro: sobre un pedestal se alza una pareja de productores de quinua en bronce dorado, que avanza precedida de dos llamas muy cargadas con el producto de la cosecha. Si algunos lo habían puesto en duda, aquí se reafirma claramente la conciencia del destino común de la agricultura y la ganadería. Y para que nadie lo ignore, un panel cercano anuncia en castellano y en inglés todos los beneficios de la quinua, promovida como “alimento del siglo”.
4Alrededor de los sitios y monumentos, hombres y mujeres construyen sus vidas. Gracias a la quinua, muchos de ellos están felices de poder vivir cerca de sus comunidades de origen, a menos de un día de transporte. Con la proximidad la migración se vuelve movilidad. Una vez terminado el trabajo agrícola y las tareas comunitarias, resulta fácil volver a la ciudad durante algunas semanas o meses para cumplir allí con el empleo de chofer, comerciante callejero, o empleado público. También es alentador poder contar, para sí mismo, los hijos y los padres ancianos, con un centro de salud y una farmacia cercanos. Es estimulante para los jóvenes poder aprovechar del colegio, el internet y el entretenimiento de su tiempo. Y cuán apreciable es poder relajarse en el anonimato de la ciudad, al menos un poco, de las presiones de la comunidad rural.
5Este nuevo impulso hacia un desarrollo de proximidad se observa también en muchas otras regiones del mundo. Atraídos por el espejismo de las capitales y megalópolis lejanas, y a menudo reducidos en barrios marginales, muchos migrantes prefieren hoy en día la seguridad relativa y la comodidad de la cercanía ciudad-campo en su región de origen.
6Sólo se necesita una oportunidad para vivir y trabajar en el país. En la coyuntura de los siglos XX y XXI, en el sur del altiplano boliviano, esta oportunidad tomó la forma de un grano de quinua. Y con una ventaja inédita para las poblaciones locales: por primera vez desde hace mucho tiempo, los habitantes de la región son los amos del recurso codiciado en el mercado. Gracias a la quinua producida en sus propias tierras, para ellos ya no es cuestión de vender su fuerza de trabajo por un salario miserable en las minas o en las obras de construcción, en la ciudad o en el extranjero. Esta vez, todos los medios de producción como la tierra, las semillas y la mano de obra les pertenecen y, como controlan la oferta en un mercado donde la demanda es creciente, los pequeños productores del Altiplano Sur son los dueños del juego con todas las ventajas en la mano. Y todas las responsabilidades también.
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