Trayectorias laborales y mercados de trabajo locales
Un análisis de caso en el Gran Buenos Aires
p. 537-558
Texte intégral
1Hasta mediados de la década de los setenta, el temprano proceso de urbanización e industrialización, los relativamente bajos niveles de desigualdad y subutilización laboral, el extenso sistema de educación pública, a la par de la consolidación de una extendida clase media y un amplio proletariado urbano colocaron a Argentina en una posición privilegiada a nivel regional.
2Si bien las transformaciones se iniciaron hacia mediados de los setenta, marcando el agotamiento del modelo de desarrollo hasta entonces vigente, los años noventa significaron la construcción de un nuevo modelo socioeconómico. Convertibilidad, desregulación y privatización constituyeron los ejes de la nueva estrategia económica. El “éxito”, en términos de control de la inflación, fue acompañado de niveles de desempleo, inseguridad laboral, pobreza y desigualdad social sin precedentes en la historia del país. La nueva estrategia alteró tanto el rol asignado al Estado en el área social como el funcionamiento del mercado de trabajo, introduciendo una creciente vulnerabilidad en las condiciones de vida y empleo de amplios sectores de la población, trastocando fuertemente la estructura social argentina.1
3Los marcos de referencia para pensar el trabajo, la pertenencia y la movilidad social parecen haberse desvanecido. Las certezas anteriores, basadas en el empleo formal y estable y en una estructura social dinámica, han sido reemplazadas por una amplia y extendida precariedad laboral y por el empobrecimiento de amplios sectores de la población. Estos procesos, junto al desmantelamiento de las protecciones sociales que proveía un incompleto estado de bienestar han resultado en una marcada erosión del tejido social (Bayón, 2003).
4En este capítulo se analizan los impactos y las expresiones concretas adquiridas por estos procesos en Lanús, localidad del Gran Buenos Aires, tradicionalmente parte del cinturón industrial que rodeaba a la ciudad capital e históricamente caracterizada por una estructura social heterogénea y un dinámico mercado de trabajo, proveedor de oportunidades de empleo y movilidad social a los habitantes de la zona. Fue, asimismo, una de las áreas más golpeadas por la reestructuración y la apertura económica, la desindustrialización, la pérdida de puestos de trabajo y el deterioro social experimentados durante los noventa. Se exploran las conexiones y tensiones entre las tendencias y formas que asumió el deterioro del mercado de trabajo y las trayectorias laborales individuales, así como los significados y percepciones de trabajadores provenientes de sectores populares y medios. Estos últimos constituyen no sólo una clara expresión de la profundidad del deterioro de las condiciones de vida sufrido durante los noventa, sino del rol que la memoria de tiempos mejores tiene tanto en las percepciones de “la crisis” como en los modos de enfrentarla.2
DETERIORO LABORAL, POBREZA Y RECONFIGURACIÓN DEL ESPACIO URBANO EN EL GRAN BUENOS AIRES
5Las limitadas oportunidades de empleo en un contexto de extendida inseguridad laboral presentan matices e impactos diferenciados cuando se incorpora en el análisis la variable espacial. El lugar de residencia en la ciudad es tan importante en la determinación de la pobreza y el desempleo como el capital humano individual y las características demográficas.
6Los procesos de desindustrialización y reestructuración económica tuvieron un fuerte impacto en la distribución de la ciudad y en las manifestaciones espaciales de la pobreza urbana. Este paralelismo entre procesos de cambio socioeconómico y espacial fue particularmente evidente en el Gran Buenos Aires, área metropolitana de la ciudad capital del país en la cual reside más de una tercera parte de su población, y en la que se concentra alrededor de 60% de la actividad productiva del país. Constituye además un espacio urbano altamente heterogéneo, donde los sectores más acomodados y ricos del país coexisten con vastos segmentos sociales en situación de pobreza e indigencia. El Gran Buenos Aires es un aglomerado urbano sin límites de continuidad integrado por la ciudad de Buenos Aires (capital del país) y 24 partidos (o municipios) de la provincia de Buenos Aires. Estos municipios conforman el conurbano bonaerense, que concentra un cuarto de la población nacional, y puede, a su vez, subdividirse de acuerdo con dos criterios distintos de clasificación. Una primera clasificación se basa en la ubicación geográfica de los partidos respecto a la ciudad de Buenos Aires. Se distingue así entre la primera corona o cordón –municipios que limitan con la ciudad de Buenos Aires– y el segundo cordón –los que se encuentran más allá de este primer anillo que rodea a la capital. El segundo criterio se basa en un conjunto de indicadores socioeconómicos que permiten agrupar a dichos partidos en cuatro categorías: cba 1, cba 2, cba 3 y cba 4. El cuadro 1 permite observar el profundo deterioro laboral y el dramático incremento en los niveles de pobreza experimentados durante la década de los noventa e inicios de la siguiente. Cabe resaltar que el cba 2 y el cba 3 constituyeron tradicionalmente zonas de alta concentración de actividad industrial, mientras que el cba 4 concentra a las localidades más desfavorecidas en términos de los diversos indicadores sociales.
Cuadro 1. Indicadores seleccionados de participación laboral y pobreza en el conurbano bonaerense (porcentajes). 1991 y 2002
cb1 | cb2 | cb3 | cb4 | |
Desocupación | ||||
1991 | 3.5 | 4.9 | 5.9 | 6.4 |
2002 | 19.5 | 18.7 | 21.9 | 22.4 |
Desocupación en jefes de hogar | ||||
1991 | 3.7 | 2.5 | 3.5 | 3.6 |
2002 | 12.7 | 15.3 | 18.1 | 18.9 |
Subocupación horaria | ||||
1991 | n.d. | n.d. | n.d. | n.d. |
2002 | 14.0 | 16.7 | 26.1 | 26.0 |
Asalariados sin jubilación | ||||
1991 | 22.8 | 33.7 | 34.7 | 41.8 |
2002 | 32.5 | 46.1 | 46.5 | 56.6 |
Hogares en situación de pobreza | ||||
1991 | 9.2 | 13.9 | 24.4 | 26.9 |
2001 | 9.3 | 28.4 | 31.0 | 46.9 |
2002 | 18.8 | 41.9 | 48.4 | 60.9 |
Nota: cb1 (San Isidro y Vicente López), cb2 (Gral. San Martín, Tres de Febrero, Morón, Hurlingham, Ituzaingo, Avellaneda y La Matanza 1), cb3 (Lanús, Quilmes, Lomas de Zamora, Berazategui y Almirante Brown), cb4 (Moreno, José C. Paz, Malvinas Argentinas, Merlo, Tigre, Florencia Varela, Esteban Echeverría, Ezeiza y La Matanza 2).
Fuente: Encuesta Permanente de Hogares, indf.c, ondas de octubre (excepto mayo de 2002).
7Los patrones de urbanización, al igual que las prácticas de distribución territorial de los distintos sectores de la sociedad que comenzaron a desarrollarse en los noventa, se tradujeron no sólo en un profundo quiebre con las pautas precedentes, sino también en la gestación de una nueva configuración urbana. Se trata de un proceso de suburbanización claramente contrastante con el que había conocido la región en décadas pasadas (Torres, 2001). A partir de los años cuarenta del siglo pasado la suburbanización y expansión de la mancha urbana hacia los anillos periféricos habían sido protagonizadas por los sectores populares que, buscando loteos económicos o tierras disponibles para ocupar, y estimulados por un transporte público altamente subsidiado, fueron habitando áreas cada vez más alejadas del centro, de la ciudad de Buenos Aires (Torres, 2001). Este proceso dio una estructura urbana particular al Gran Buenos Aires y fue determinante en gran medida de los patrones residenciales que caracterizaron por largo tiempo a la primera y segunda corona del conurbano. Los contrastes entre la primera y segunda corona, que surgen a partir de múltiples y diversos indicadores, son un reflejo de esta configuración y de una impronta urbana que aún perdura: los partidos del primer anillo presentan mayor densidad pobladonal, un crecimiento demográfico más lento, una población más envejecida, menor proporción de residentes nacidos en otras provincias o países limítrofes, mejores condiciones de las viviendas e indicadores de Necesidades Básicas Insatisfechas, (nbi), mayor cantidad de líneas telefónicas y bancos por habitantes, etcétera.3
8La expansión del conurbano bonaerense, especialmente de la primera corona, donde se ubica la localidad de Lanús, estuvo fuertemente ligada al proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (isi). Hasta mediados de los setenta, el área metropolitana constituyó el centro industrial más importante y dinámico del país. El proceso de desindustrialización y reestructuración económica experimentado en los noventa tuvo impactos diferenciados. En la primera corona, el deterioro de las condiciones y oportunidades de empleo resultó en un proceso de empobrecimiento de sectores obreros y de clase media integrados al mercado de trabajo formal. Si bien en esta área es menor la incidencia de la pobreza, la misma creció de manera acelerada. En el segundo cordón, en contraste, con niveles de industrialización muy bajos y mercados de trabajo locales escasamente dinámicos, se experimentó un marcado deterioro de las áreas más pobres –las que experimentaron mayor crecimiento poblacional– y un creciente proceso de segregación urbana. En la primera corona o cba 1 el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza pasó de 17% a 24.1% entre 1991 y 2001, llegando a 41.2% en octubre de 2002, mientras que en el cba2 los hogares pobres pasaron de 25.2% a 41.7% alcanzando 64.7% durante el mismo periodo. En la primera corona el porcentaje de hogares indigentes pasó de 2% a 14%, mientras que en el cba2 se incrementaron de 3.7 a 29.7% entre octubre de 1991 y octubre de 2002 (eph, indec) (véase el cuadro 1).
9Lanús constituyó, hasta la década de los ochenta, uno de los municipios más industrializados y diversificados del Gran Buenos Aires, con una importante concentración de frigoríficos, curtiembres, industrias metalúrgicas y textiles. Su población, según datos de 2001, ascendía a 453 082 habitantes. Si bien por su tamaño (45 km2) es uno de los partidos más pequeños del Gran Buenos Aires, es el más densamente poblado, con más de 10000 habitantes por km2, lo que explica su bajo nivel de crecimiento poblacional, cuya tasa de incremento anual fue de 0.3 por mil habitantes entre 1980 y 1991 y -3.3 por mil entre 1991 y 2001. Esto contrasta con lo ocurrido en el segundo cordón, donde las localidades más pobres, como Florencio Varela, incrementaron su población en casi 40 por mil y 30 por mil durante el mismo periodo, como consecuencia de la inmigración de países limítrofes y de la disponibilidad de terrenos, loteos económicos y ocupaciones de tierras, protagonizadas tanto por migrantes internos recién llegados como por desplazados de las villas miseria erradicadas de la ciudad de Buenos Aires.
10La composición de la población según lugar de nacimiento muestra la importancia de la inmigración europea, la cual fue particularmente importante durante la primera mitad del siglo xx: según datos censales de 1991, 10% de la población total había nacido en el extranjero, la mayoría (7%) en países no limítrofes, particularmente en el grupo de 50 a 74 años.4 Durante la década de los noventa, Lanús constituyó uno de los partidos del conurbano más golpeados por la reestructuración y las sucesivas crisis económicas: según datos censales, entre 1991 y 2001 el empleo industrial cayó de 24.6% a 16.1%, la población sin cobertura de salud (obra social) aumentó de 34.2 a 45.6, el empleo por cuenta propia se redujo de 22.7% a 18.2%, y los niveles de desempleo superaban el 20% en 2001.
EL MERCADO DE TRABAJO LOCAL: MEMORIA Y REALIDAD
11Los profundos cambios experimentados en el mercado de trabajo, el aumento del desempleo, la pobreza y la desigualdad social han rediseñado la geografía social del Gran Buenos Aires. Como señala Prévót Schapira (2002), al endurecimiento de las viejas oposiciones (centro-periferia, norte-sur, primera-segunda corona), como lo muestran los indicadores de ingreso, salud y mortalidad infantil, se superpusieron nuevas “fronteras” ligadas a la difusión de la pobreza y a la pauperización de amplios segmentos sociales, procesos que evolucionaron paralelamente al retiro del Estado: privatización de los grandes servicios urbanos (agua, gas, luz, metro, trenes suburbanos), deterioro de la escuela pública, de los servicios de salud y de los mecanismos de protección social.
12La proximidad a la ciudad capital y los consecuentes menores costos de transporte adquieren particular relevancia en las posibilidades de acceso a los cada vez más limitados empleos –incluso los de baja calificación en el sector de servicios. Los tradicionales cinturones industriales que rodeaban a la ciudad de Buenos Aires sufrieron las más fuertes pérdidas de puestos de trabajo y ofrecen actualmente muy escasas oportunidades laborales. Los mercados de trabajo locales no sólo difieren en relación con su ubicación geográfica, sino con sus tradiciones laborales. Para los residentes de localidades con tradición industrial como Lanús, el desempleo es sinónimo de desindustrialización, de cierre y desaparición de fábricas, pequeños comercios y talleres.
Esto era todo industrial, había industrias, había chimeneas de las que salía humo constantemente, y vos veías a las 8 de la mañana gente que trabajaba [...] Ahí donde yo nací, donde yo vivía se llama Villa de los Industriales, justamente si vos te remitís a la historia porque eran todas industrias, eran establecimientos de las industrias [...] Industrias textiles, metalúrgicas, de vidrio, acá había cualquier cantidad [...] era un cordón industrial [...] está todo cerrado, no hay nada, absolutamente nada, hay familias enteras sin trabajo (Violeta, 41 años).
Había industrias, pero se fueron cerrando, la zona estaba llena de fábricas, en cualquier lado había una fábrica abierta, o una carpintería que siempre tenían 4 o 5 [...] sin ir más lejos metalúrgicas, o cosas de tornería, talleres mecánicos de barrio donde trabajaba el dueño del taller y tenía uno o dos aprendices que querían aprender de mecánica (José, 38 años).
Incluso había muchos comercios en que se podía trabajar, pedías un trabajo y te lo daban, te lo daban, pero ahora no... Se cerraron todos... la mayoría de los comercios que yo conocía del otro lado de Lanús cerraron casi todos, la mayoría (Anselmo, 43 años).
13La búsqueda de empleo, cuando no hay trabajo, es probablemente una de las más frustrantes, crudas –y muchas veces humillantes– experiencias del mercado, en donde se padece una confrontación cotidiana con las nuevas –y precarias– realidades del mercado de trabajo. En un contexto de alto desempleo los tradicionales mecanismos para obtener un puesto, como avisos en periódicos y el uso de redes sociales, pierden efectividad. La ausencia de instancias públicas capaces de proveer información y orientación para la búsqueda de empleo hacen de ésta una experiencia enteramente individual. La mayor parte de los entrevistados coinciden en el desfase entre la excesiva selectividad de las políticas de reclutamiento de empleo de las empresas y el tipo de trabajos ofrecidos. Uno de los más evidentes –y desalentadores– de estos criterios es la edad. En efecto, la discriminación por edad constituye una experiencia compartida entre los buscadores de empleo (Bayón, 2003). Si bien los mayores niveles educativos de ninguna manera garantizan la obtención de un empleo, la falta de credenciales obstaculiza incluso la obtención de los trabajos menos “enriquecedores” (dead-end jobs). La posesión de credenciales educativas ha desempeñado un rol cada vez más decisivo en las posibilidades de acceder a los –cada vez más escasos–“buenos” empleos. El aumento de los niveles educativos de la población activa –donde destaca el acelerado aumento del grupo con educación terciaria– en un contexto de marcado deterioro del empleo condujo no sólo a la devaluación educativa, sino a la creciente exclusión de los sectores con menor educación, cuyas oportunidades de empleo se vieron fuertemente reducidas.
Sí, sí, sí, yo por la edad me siento fuera del sistema. [...] hoy no ves en ninguna compañía gente mayor, hablo de mayores de 45,50 años, si no está en un cargo muy alto y muy bien pago, que son escasísimos [...] es decir, en el empleo normal son contadísimos los que tienen más de 40 años (Gabriel, 50 años, terciaria completa).
A agencias de trabajo de Capital fui a todas [...] si para un empleo se presentan 500 personas todas con títulos universitarios de 25 años y no consiguen, qué voy a conseguir yo que tengo 41, ya estoy decrépita, yo ya no sirvo (Celina, 41 años, secundaria incompleta).
¿[P]or qué discriminan?, ¿por qué tantas vueltas para conseguir un trabajo?, porque antes no era así, antes no se fijaban en la edad... y si no tenías estudios pero ellos te precisaban te tomaban ahí no más... ahora hay muchos requisitos (Orlando, 44 años, primaria incompleta).
14Los resultados de la búsqueda de empleo se expresan claramente en el tipo de trabajos obtenidos luego de un periodo de desempleo. Las trayectorias laborales de los desempleados que se analizan en la siguiente sección muestran un marcado proceso de movilidad laboral descendente, un profundo deterioro de las condiciones de trabajo y el creciente riesgo entre los menos calificados de quedar permanentemente excluidos del mercado de trabajo. La falta de oportunidades de empleo, la baja calidad de los pocos empleos disponibles y los casi inexistentes mecanismos de protección social colocan a los trabajadores en situaciones de extrema desventaja y vulnerabilidad, por lo que cualquier tipo de trabajo resulta “adecuado”, especialmente para quienes no cuentan con otra fuente de ingreso que la venta de su fuerza de trabajo. El efecto disciplinario se expresa en sentimientos de indefensión frente a las demandas patronales y resulta en conductas adaptativas frente a condiciones de trabajo consideradas injustas, cuya resultante es un mercado de trabajo con niveles de precariedad alarmantes.
LAS TRAYECTORIAS DE LA INESTABILIDAD
15El análisis de trayectorias laborales nos permite entender la situación de empleo actual no como un evento aislado sino ubicado en una historia particular en la cual convergen procesos individuales, históricos y sociales. Los diferentes modos en que el empleo y el desempleo son percibidos y los significados ligados a éstos ciertamente afectan la experiencia de “estar sin trabajo”. La gente tiende a definir su situación de empleo de acuerdo con el tipo de actividad a la que se atribuye un verdadero valor. La percepción sobre el empleo no sólo está afectada por la experiencia laboral del individuo, sino también por una cultura y tradiciones laborales propias de cada contexto social que permean la forma en que el empleo es definido y percibido (Bayón, 2003).
16Entre aquellos trabajadores provenientes de hogares de bajos ingresos, la entrada temprana al mercado de trabajo –a los 14 o 15 años– suele resultar en el abandono del sistema escolar. En el caso de las mujeres, a estos factores se suman las responsabilidades familiares –como el cuidado de hermanos más pequeños o embarazos tempranos. Escuela y trabajo suelen aparecer como actividades mutuamente excluyentes –por las largas jornadas de trabajo, tiempo y costos de transporte o falta de apoyo familiar para seguir estudiando–, adquiriendo el segundo una clara prioridad sobre la educación.5 En efecto, muchos de los entrevistados entraron al mercado de trabajo durante un periodo en el que todavía existía una importante demanda de empleos de baja calificación y era todavía posible aprender un “oficio”, para lo cual las credenciales educativas no resultaban imprescindibles.
Cuando llegué acá a Buenos Aires, entré un año más a la escuela y después mamá me puso a trabajar en una casa de familia... a los 14 porque ya era grande y... era así, mis hermanos trabajaban en fábricas... Pero lo que pasa es que, bueno, no me gustaba (la escuela), bueno, ya empezás a noviar y que sé yo y a hacerte la rata y más la rata que me hacía que lo que iba al colegio... era importante (en mi casa la escuela), o sea, era importante pero el que no quería estudiar trabajaba. Se conseguía mucho trabajo (Estela, 50 años).
Más o menos a los 16 dejé los estudios y comencé a trabajar como lustrador de muebles, ya dejé los estudios y me dediqué de lleno a trabajar, por intermedio de un familiar empecé a trabajar en una fábrica de muebles, me hice lustrador, aprendí el oficio y después me independicé, a los 18 me independicé como lustrador de muebles (Raúl, 48 años).
No seguí la secundaria porque trabajaba, que sé yo, no sé, era como que no sentía o no veía lo que veo ahora y siento ahora, yo no tenía la necesidad de estudiar para sobrevivir, porque creía que con el trabajo que tenía iba a subsistir (Santiago, 29 años).
17En contraste, en los sectores medios la escuela tiende a aparecer como un paso previo y necesario para ingresar al mercado de trabajo y como un canal de movilidad social. El ingreso al mercado laboral aparece más bien como una cuestión de elección que de constreñimiento económico. La mayor parte de los entrevistados de clase media comenzaron a trabajar para “tener su propio dinero”, y sus ingresos eran generalmente destinados a gastos personales o a sus proyectos familiares. Quienes iniciaron tempranamente su vida laboral-antes de los 16 años-, en general comenzaron como ayudantes o aprendices en pequeños negocios de barrio. Sin embargo, en contraste con aquellos provenientes de hogares más desfavorecidos, al finalizar sus estudios secundarios, terciarios o universitarios obtuvieron empleos formales y estables, en general de acuerdo con sus niveles de formación. Las mujeres, en general, iniciaron sus carreras laborales en empleos formales en el comercio o como secretarias administrativas.
18Los cambios en el estatus de empleo suelen ser el resultado de una compleja combinación de factores. Si bien la estructura de oportunidades laborales desempeña un rol decisivo, no es el único elemento a tener en cuenta. Factores como el tipo de trabajo –formal-informal, permanente-temporal, calificado-poco o no calificado, la existencia de mercados internos de trabajo, etc.–, la extensión y calidad de las redes sociales, la etapa del ciclo de vida familiar, rupturas matrimoniales y migración, entre otros factores, contribuyen a entender con mayor profundidad los cambios experimentados en la historia laboral de un individuo.
19Dado que la participación femenina en el mercado de trabajo está fuertemente relacionada con el ciclo familiar y caracterizada por una presencia intermitente en el mercado de trabajo, sus cambios en el estatus de empleo son menos claros y definidos que en las trayectorias masculinas.6 Mientras que los hombres raramente se definen a sí mismos como no empleados (es decir, fuera del mercado de trabajo), en los relatos femeninos la inactividad y el desempleo suelen aparecer como categorías no excluyentes. Las trayectorias laborales de las mujeres casadas, si bien están fuertemente afectadas por sus responsabilidades como madres, son profundamente complejas y heterogéneas. La concepción generalizada de la mujer como “trabajadora secundaria” tiende a ocultar la complejidad de sus historias laborales. A continuación se analizan los impactos de las transformaciones experimentadas durante los años noventa en las trayectorias de trabajadores y trabajadoras de sectores populares y medios.
Los sectores populares
20Los trabajadores de sectores populares desarrollaron la mayor parte de sus historias laborales como trabajador por cuenta propia, o bien, alternando el trabajo por cuenta propia con el empleo asalariado (formal e informal). Sus trayectorias tienden a caracterizarse por mayores niveles de inestabilidad que sus contrapartes de clase media y a concentrarse en trabajos de calificación media o baja.
21Entre los menos calificados, la informalidad no representa un punto de ruptura en sus carreras laborales, sino la única oportunidad de empleo durante su vida laboral. Para algunos, sin embargo, el trabajo por cuenta propia aparece como una opción preferida frente a trabajos formales escasamente remunerados. En estos casos el valor atribuido a la independencia y la autonomía, así como las posibilidades de obtener mejores ingresos trabajando por su cuenta que como asalariados contribuyen a explicar sus cambios de empleo. Sin embargo, la etapa del ciclo familiar por la que se atraviesa tiende a erosionar el valor atribuido al autoempleo. En efecto, las entrevistas muestran que, sobre todo en las primeras etapas del ciclo familiar, la estabilidad en el ingreso y los beneficios sociales provistos por los empleos formales –aun cuando éstos provean muy bajos salarios– son más valorados que la independencia y la autonomía.
22La combinación simultánea de empleos formales e informales constituyó, al menos hasta los años ochenta, una estrategia efectiva para satisfacer las necesidades del hogar. Si bien la mayor parte de los trabajadores con bajos niveles educativos no experimentaron una movilidad ascendente en términos de clase social, sus relatos muestran que la estabilidad laboral (y por tanto de ingresos) o la oportunidad de mejores ingresos en el contexto de mercado de trabajo más dinámico, les permitió mejoras importantes en sus niveles de vida, básicamente en términos de vivienda y consumo.
Unos veinte años atrás había trabajo (en la construcción), el que quería trabajar había trabajo, había mucho trabajo y se ganaba muy bien, lo que sí, es un trabajo matador, como todo, ¿viste? no hay ningún trabajo fácil [...] Sí, sí, me pude hacer mi casa, no te digo que una gran casa pero tengo mi casa, tengo tres habitaciones, una cocina y tengo todas las comodidades que pueda tener, o sea, heladera, televisión, cocina (Agustín, 39 años).
23Entre los trabajadores de escasa calificación su permanencia en el mercado de trabajo fue básicamente el resultado de su “flexibilidad” sobre los tipos de trabajo dispuestos a aceptar. En sus cambios de empleo intervienen una multiplicidad de factores: despidos, renuncias “voluntarias”, mejores ingresos, finalización de empleos temporarios, migración, accidentes de trabajo producto de la ausencia de normas básicas de seguridad e higiene, maltrato patronal, falta de pago, etc. Las redes sociales desarrolladas durante sus trayectorias son dispersas, y, si bien permiten “sobrevivir” a la inestabilidad, no contribuyen a obtener mejores trabajos.
24Los trabajos temporales y los bajos ingresos han sido acompañados de periodos más largos de desempleo. Entre aquellos trabajadores con mayores niveles de participación en empleos asalariados formales (o cuasi formales), los cambios en su situación laboral durante la última década, lejos de ser “voluntarios”, han sido, en general, el resultado de cierres de empresas, despidos masivos, fin de contratos temporales o empleos por agencia. A partir de 1998, la larga recesión económica de la cual el país recién comenzó a recuperarse a partir de 2003, llevó a niveles dramáticos la ya precaria situación de estos trabajadores, quienes ingresaron a una espiral de precariedad en la cual los empleos obtenidos –cuando se obtiene uno– no alcanzan ni siquiera a garantizar los niveles básicos de subsistencia.
Nada, nada, no nos indemnizaron, nada, nada..., ahí terminó... ellos decían que tenían una deuda con el banco y le remataron, todo, todo... Después de que quebró [la fábrica de cerámica] estuve un año sin conseguir nada, totalmente parado... Y después changas, changas, así nomás, changas de construcción... En el’98, me había anotado en una agencia acá en Lanús, ya ahí ya todo por agencia. Me salió un trabajo allá en Ezeiza... En una fábrica de plásticos, se hacía el polvo para hacer el plástico y ahí estuve un año... ahí éramos 12...Y pasó lo mismo que pasó acá [...] Todos quedamos otra vez en la calle... y ahí del’99 para adelante... ahí ya no... [...] yo ahora ando así, de ahí en adelante buscando así trabajo, como no hay nada, no se consigue [...] Y el último trabajo que hice hará veinte días que estuve haciendo así, la construcción acá, en una casa, de albañil…Y ahora no, no tengo... Nada, no, por ahora nada, nada, nada... está muy difícil (Orlando, 44 años).
25Paralelos a la desaparición de empleos formales y al dramático incremento del desempleo, los procesos de reestructuración y ajuste económico han tendido a limitar seriamente las posibilidades y condiciones laborales de los trabajadores por cuenta propia. El sector informal –especialmente el autoempleo– demostró menor capacidad de “amortiguación” que en la década de los ochenta, incrementando la vulnerabilidad a la exclusión del mercado de trabajo de amplios contingentes de trabajadores, básicamente aquellos de mediana edad y bajos niveles educativos. La disminución de pequeños comercios (ante la expansión de grandes cadenas comerciales, sobre todo supermercados), la reducción de las oportunidades de empleo en ciertos servicios (como los de reparación frente al mayor acceso al crédito para adquirir bienes de consumo durables a principios de los noventa) y la masiva entrada de bienes importados (particularmente en el sector textil y del vestido) no sólo disminuyeron las oportunidades para la generación de actividades por cuenta propia, sino que, a diferencia de lo ocurrido en las décadas previas, los autoempleados pasaron a constituir el segmento peor remunerado de la fuerza de trabajo.7
26La apertura económica tuvo efectos devastadores para las actividades en pequeña escala orientadas al mercado interno. La entrada indiscriminada de productos importados resultó en un profundo deterioro o directamente en la desaparición de ciertas ocupaciones, cuyas calificaciones se volvieron obsoletas en el nuevo contexto económico. Aquellos que mantuvieron sus “oficios” descendieron a los niveles más bajos de la cadena de subcontratación, con los consecuentes impactos en la cantidad y calidad de trabajos disponibles.
Santiago (29 años) trabajó durante 9 años en un taller de Lanús que producía partes para juguetes, hasta 1994 cuando “abrieron la importación y me quedé sin trabajo” [...]. Sí cerró. Estas máquinas eran manuales, ya ahora es todo computarizado, no es nada que ver [...] Vino la importación y acá no daban los costos...”. Posteriormente, ha realizado “changas”, primero en la construcción, y luego como repartidor de pizza “[...] Desde que me quedé sin trabajo, en el'94 de tumbo en tumbo [...] Yo nunca había agarrado una pala ni nada, mi vida estaba en... compenetrada ahí, no había un exterior ni nada, otra cosa no sabía hacer. [...] desde que me quedé sin trabajo yo nunca tuve un sueldo, es decir, va a llegar a fin de mes y tengo esta x cantidad, siempre estuve de changa en changa”.
“[...] lo que pasa es que tuve ayuda de un tío mío que me prestó la plata para comprarme una máquina industrial para eso y bueno, yo sola empecé a hacer las carteras, bolsitos, todas esas cosas que yo podía hacer [...] y con eso vivía... yo me movía más por la zona, no capital, más por la zona [...] No, no lo sigo haciendo más... Y no, porque no... se me fue todo abajo, no hay ventas, no hay ventas, esto cada vez va peor, no va mejor, va peor, entonces, como no hay venta vos vas y te traen mercadería de afuera y vos tenés que vender más barato. Entonces no podés, no podés competir con alguien que es más grande que vos y que venga de afuera... Y... estuve, y ponele 3 años habré estado con las carteras, bueno, después ya no (Marta, 41 años).
27El deterioro del ingreso, independientemente de la categoría ocupacional y los empleos previos, es una tendencia común que ha ido profundizándose desde mediados de los noventa. Por un lado, ante la fuerte caída en la demanda de sus servicios –en general provenientes de la empobrecida clase media–, los trabajadores por cuenta propia debieron reducir drásticamente sus expectativas de ingreso para poder obtener potenciales clientes, adquiriendo una actitud altamente “flexible”. Por otro lado, los trabajadores asalariados se vieron obligados a aceptar recortes salariales –por las mismas o más horas de trabajo– a fin de mantener sus empleos, o a aceptar ingresos mucho más bajos que en sus previos trabajos al encontrar un nuevo empleo. Así, cada movimiento o cambio en su situación de empleo supone un escalón más que se desciende, tanto en términos de calidad de empleo como de condiciones de vida.
Si no ganás nada, lo que cambió es que vos no podés poner el precio... vos ponés el precio pero al final te salen pagando lo que la persona quiere, y si vos le decís que no, te quedás sin trabajo y tenés que aceptar [...] Eso es lo que está pasando ahora que la gente en las casas pintan ellos y listo [...] sí, lo tenés que aceptar ahora, pero antes no, antes vos ibas, pasabas un presupuesto te decían sí o no y listo [...] No te regateaban, o sí no te aceptaban esto vos por ahí podías, conseguías en otro lado (Ricardo, 43 años, changas de pintura).
O sea, él (mi marido) laburaba de repartidor de soda con un hombre muy conocido de nosotros, ¿no? el hombre que era el dueño y dos empleados más y mi marido. ¿Qué pasa? Entró a bajar la venta, entonces les empezaron a bajar los sueldos... Vos fíjate, él cobraba...empezó con 150 pesos por semana, tenía un sueldo bárbaro, y se lo bajaron a 100 pesos, después de 100 a 80, después de 80 a 60... llegó a cobrar 40 pesos por semana, entonces era una cosa... (Lidia, 29 años).
28La participación de las mujeres casadas en el mercado de trabajo no necesariamente resulta en hogares con dos perceptores. Son cada vez más frecuentes las situaciones en que ambos esposos desempeñan de manera alternada el rol de perceptor principal. Muchas mujeres ingresan al mercado de trabajo cuando sus maridos pierden el empleo, y salen nuevamente si éstos encuentran un trabajo. En estos casos la remuneración de la mujer no es sólo una manera de “complementar” los ingresos del marido, sino la única forma de garantizar la percepción de al menos un ingreso en el hogar. La inestabilidad de los arreglos familiares es una clara expresión de la precariedad del mercado de trabajo en el presente escenario.
29La reestructuración económica ha reducido fuertemente las oportunidades de empleo para las mujeres de bajos niveles educativos. El marcado proceso de desindustrialización ha eliminado una de las pocas oportunidades de acceder a un empleo formal, por lo que el servicio doméstico, trabajos de limpieza, comercio callejero y la maquila doméstica –desde actividades textiles y del vestido al ensamblaje de bolsas de papel– son la única clase de empleos a los que pueden acceder. En contraste con los hombres, cuyas vidas laborales parecen estar más afectadas por sus características ocupacionales, las trayectorias de las mujeres muestran presiones permanentes y no pocas veces conflictivas entre el trabajo remunerado y sus obligaciones domésticas. Si bien la inestabilidad laboral aparece como una característica compartida de los trabajadores y trabajadoras provenientes de hogares de bajos ingresos, los factores que intervienen en su permanencia o salida del mercado de trabajo adquieren diferentes formas y significados durante sus vida laboral.
Las clases medias
30Ciertamente, las ventajas iniciales en términos de capital social y humano que caracterizan el ingreso al mercado laboral de trabajadores provenientes de hogares de clase media tienden a facilitar su acceso a mejores empleos y a “suavizar” sus trayectorias subsecuentes, en general estables y en el sector formal de la economía.
31Muchos de ellos, particularmente los hombres, experimentaron importantes niveles de movilidad laboral ascendente en términos de ingresos, autonomía, variedad de tareas y niveles de responsabilidad. En contraste con las trayectorias de sus contrapartes masculinas en los sectores populares, que tienden a caracterizarse por múltiples puntos de quiebre o ruptura, en estos casos es posible identificar un punto de quiebre decisivo, un antes y un después que tiende a coincidir con la pérdida de un empleo formal y estable. Esta pérdida es en general consecuencia de despidos masivos resultantes de la privatización de empresas del Estado y de quiebres y cierres de empresas en el sector privado desde comienzos de los años noventa. El reingreso al mercado de trabajo resulta, en general, en un creciente proceso de deterioro de las condiciones de trabajo y empleo, proceso que tiende a agudizarse con cada nuevo cambio de empleo.
32Ante la imposibilidad de obtener un empleo acorde con su nivel de calificación y a la experiencia acumulada durante sus carreras laborales, la mayor parte de los hombres entrevistados debieron cambiar completamente sus ocupaciones previas luego de perder sus empleos. La edad al momento de quedarse desempleados, la disponibilidad de diversos tipos de capital y la situación ocupacional de otros miembros de su familia –fundamentalmente de las esposas– constituyen factores de gran peso a la hora de analizar sus experiencias de reempleo. Estas últimas, lejos de mostrar un panorama optimista, parecen ser más bien imágenes fotográficas del deterioro y caída de la clase media argentina.
33El autoempleo aparece como una de las “opciones” más comunes seguidas por quienes perdieron sus empleos alrededor de los 40 años. Sin embargo, lejos ser exitosas, las experiencias de quienes siguieron este camino, resultaron en su gran mayoría, en una cadena de fracasos.
Marcelo, un inmigrante italiano de 52 años, en 1992 fue despedido de la empresa exportadora de cereales en la que había trabajado durante 32 años, en donde llegó a ser gerente de sistemas, percibiendo un salario de 4 500pesos –en ese momento equivalentes a 4,500 dólares. Luego de sucesivos fracasos como propietario de pequeños comercios, actualmente trabaja como taxista con un auto rentado, y no alcanza a percibir 500 pesos mensuales –hoy aproximadamente 156 dólares. [...] Con el maxikiosco de entrada anduvimos bárbaro, porque no había ninguno, se trabajaba bien... pero después, a medida que fue pasando el tiempo, se fueron poniendo otros locales y llegó un momento que éramos cuatro en la cuadra, entonces [...] No daban los números por los costos, tenía 2000 de alquiler, que la luz, el gas, el teléfono [...] llegó un momento que... empezó a andar mal, me robaron, que sé yo, y bueno, lo vendí [...]. Después abrimos un negocio de pollos [...] ahí aprendí a hacer milanesas, aprendí a hacer, a deshuesar un pollo, aprendí a hacer todo lo relacionado con pollo [...1 no nos fue nada bien, encima nos robaron [...] Bueno y después empecé a buscar de vuelta, digo qué hago que no hago, qué hago, que no hago... y bueno, dentro de todo fui y me saqué el registro profesional y este..., entré a buscar para trabajar de taxi, de chofer de algo, no había nada, todos pedían menos de 35 años y bueno, donde no pedían edad [...] ahora yo alquilo un auto y... pero lo tengo a cargo, o sea, las 24 horas con..., lógicamente no trabajo 24, trabajo 21 [...] Y depende hay días que puedo traer 20 pesos, hay días que traigo 10,30 [...] y no trabajaba el domingo porque más o menos andaba, ahora tengo que salir los domingos, porque en la semana...
34Conscientes de los riesgos de perder todo en un ambiente económico altamente inestable, otros se inclinaron por decisiones más “conservadoras”. Frustrados en su búsqueda de un trabajo “adecuado” a sus calificaciones y experiencia previa, la “opción” fue esta vez el autoempleo desarrollando algún oficio. El reentrenamiento, ante la ausencia de políticas por parte del Estado, fue el resultado de la iniciativa y el esfuerzo individual. El nivel de expectativas iniciales, en un contexto con oportunidades de empleo cada vez más limitadas, rápidamente comienza a descender.
Es el caso de Gabriel, marino mercante de 50 años, quien luego de 20 años de una carrera laboral ascendente, en 1992 debió acogerse al retiro “voluntario” ante la privatización de la compañía naviera propiedad del Estado. Hoy hace “changas” como electricista. [...] Estuve perdido un año porque realmente después de 20 años en el mismo lugar por más que conozco, estuve visitando algunos lugares... para un lado, para otro, tratando de encontrar dentro del mismo ámbito pero en el año’92 yo ya tenía 42 años, 41 años y en ese momento ya empezaban a bajar las edades drásticamente [...] Bueno, me empecé a dedicar a otra cosa con vistas a una empresa constructora. [...] Empecé a trabajar con las arquitectas que habían trabajado acá en casa... haciendo electricidad y después hacía cursos de la cañería de plástico, otros cursos y demás para ir abriendo un poco más las posibilidades y bueno, hice algunos trabajos en obras grandes de cañerías de plástico [...] después se acabó eso también, o sea, en este momento hago electricidad pero... quedan muy pocas que uno pueda hacer.
35Las posibilidades de reinserción en el mercado de trabajo, sin embargo, no parecen haber sido mejores para quienes “ingresaron” al desempleo siendo más jóvenes. Ornar (36 años) perdió su empleo en 1993, luego de casi 14 años como empleado de la hoy privatizada empresa de ferrocarriles. Sus dificultades para encontrar un nuevo empleo, el tipo de trabajos obtenidos, y los crecientes periodos de desempleo entre un periodo y otro ilustran las dimensiones reales del deterioro del empleo asalariado y la contracción de las oportunidades de empleo durante la última década.
Desde 1993 se ha desempeñado en la más diversa variedad de empleos, desde operario en un laboratorio de medicinas, asistente de cocina, cobrador de peajes en carreteras, changas de pintura, seguridad privada y hasta “extra” de cine, durante los dos últimos años no ha podido obtener un empleo. Al momento de la entrevista, era un trabajador “desalentado” [..] Bueno, cuando me salió el retiro voluntario empezó el martirio. ¿Por qué? Porque yo estuve metido dentro del ferrocarril durante 14 años y no veía el mundo exterior, no veía los problemas que había. Quizás recién empezaban los problemas, ahora estamos en el medio de los problemas [...] Entonces ¿qué pasa? al principio yo elegía “esto no, y aquello tampoco”, ya después cuando veía que no conseguía nada empecé a agarrar cualquier cosa [...] Buscaba por el diario... por conocidos, por..., de todas formas, de todas formas, tiré el gancho de todas maneras [...] Y en estos últimos dos años... mirá, más que nada conseguir lo único que conseguí fueron faistaciones y hacerme mala sangre [...] Como vos mirás en el diario y sé que dice hasta los 32 años, para qué voy a ir a gastar plata si sé que cuando voy me van a decir: loco, vos tenés 36, no tenés 32, ¿para qué venís?
36Las trayectorias de mujeres provenientes de sectores medios presentan particularidades que las hacen diferentes tanto de las historias laborales masculinas de clase media como de las de sus contrapartes en los sectores de menores ingresos. Por un lado, dado que sus historias laborales tienden a ser más inestables que las de los hombres, los puntos de quiebre suelen ser menos visibles y afectados por múltiples factores, como la extensión de los periodos fuera y dentro del mercado de trabajo, el tipo de trabajo desempeñado, la etapa del ciclo familiar, rupturas familiares, etc. Al mismo tiempo, aun entre aquellas con trayectorias más estables, sus posibilidades de movilidad laboral ascendente han sido, en general, mucho más limitadas que entre sus contrapartes masculinas. Por otro lado, en contraste con los sectores de menores ingresos, la participación laboral de mujeres de clase media tiende a ser menos intermitente y en mejores trabajos –por el tipo de actividad, nivel de protección y condiciones de empleo en general–, como asalariadas en el sector formal o como trabajadoras por cuenta propia. La mayor parte de las mujeres de clase media entrevistadas tenía entre 40 y 50 años de edad, y educación secundaria o terciaria.
37Entre aquellas que dejaron el mercado laboral en una situación relativamente favorable en términos de estabilidad, salarios y protección social, el reingreso al mismo se torna particularmente difícil: edad, calificaciones “obsoletas”, la erosión de las redes sociales previas y el profundo deterioro de las condiciones de empleo en un contexto de alto desempleo constituyen factores convergentes que contribuyen a explicar sus dificultades para obtener un empleo. Para aquellas que se desempeñaron como empleadas administrativas, la permanencia fuera del mercado de trabajo se tradujo en una rápida obsolescencia de sus calificaciones. Como lo muestran las entrevistas, quienes salieron del mercado laboral en la década de los ochenta e intentaron reingresar durante los noventa, tuvieron que enfrentar un mercado de trabajo radicalmente modificado en términos de oportunidades de empleo, requisitos de edad y calificaciones, y condiciones laborales. En estos casos, el desaliento juega un papel fundamental en la postergación del reingreso al mercado laboral.
En esa época, cuando yo trabajaba con el despachante de aduana todavía no se trabajaba con computadoras [...] en ese interín cuando yo me voy empiezan toda esa innovación de las computadoras... Y entonces qué pasaba, yo ya estaba afuera del sistema, yo no, no... Si yo quería irme a estudiar, me ha sucedido, querer ir a estudiar computación, no tenía, no me alcanzaba el dinero para hacer un curso, no tenía con quién dejar [a] los chicos, tenía encima que pagar alguien que me cuide a los chicos... ¿me entendés? entonces como que estás cercada, quedás como cercada (Graciela, 39 años).
38El pequeño comercio, otrora orgullo de la clase media, no sólo dejó de ser una oportunidad de empleo para muchas mujeres, sino una expresión más de la erosión de los canales tradicionales de movilidad social.
Vendía, ¡pero una barbaridad! [...] yo tenía mucho conocimiento... Fíjate que yo daba clases en la escuela así que conocía maestras, profesoras y todas las madres de los chicos que mandaban a mi casa... y en el barrio, un montón [...] en ese momento se podía vender, te pagaban, y vos podías darla a pagar en dos o tres veces [...] hasta que llegaron los coreanos y ya era muy poco el margen que tenía. Vos comprabas una remera a cinco pesos y a diez ya no la podías vender pero ni en broma [...] los coreanos la vendían [en] 5.50 [...] entonces no valía la pena. [...] Después quise retomar con la ropa pero... de haber tenido una boutique llena de ropa... a tener diez remeras para vender, era como que no me gustaba, ¿viste? Entonces también eso era como que me costaba salir a vender (Marisa, 41 años).
39El sentimiento de indefensión frente a la ausencia de mecanismos de protección social es generalizado. En un contexto en el que el empleo formal y estable constituyó el principal mecanismo de integración social, el desempleo –sobre todo en las clases medias– es percibido como exclusión y degradación, como sinónimo de destitución social, de estar fuera del sistema.
[...] para mí que me hayan quitado la dignidad, porque para mí en este país te quitan la dignidad absolutamente cuando te sacan el trabajo, no sos nada, nada, nada [...] sentís como que ya no pertenecés a la sociedad, que no sos nada, que no servís para nada (Nora, 52 años).
CONCLUSIÓN
40En contraste con la posición privilegiada en el contexto latinoamericano que caracterizó a la sociedad argentina hasta mediados de los años setenta, hacia fines de los noventa el país se constituyó en un caso paradigmático de fracaso económico y en el más crudo experimento de ortodoxia económica neoliberal.
41Los efectos disruptivos del desempleo a nivel individual y social adquieren dimensiones particulares en un contexto en el cual las certezas previas en términos de empleo, pertenencia y movilidad social se han desvanecido, particularmente en aquellos espacios locales donde estaban más consolidadas.
42El análisis de las trayectorias laborales en los sectores de menores ingresos provee una clara evidencia de que las tradicionales “estrategias” para enfrentar la inestabilidad laboral han dejado de ser efectivas. En los sectores medios el desempleo representa un punto de ruptura que marca un proceso de movilidad social descendente que tiende a presentarse como irreversible. Frente a la heterogeneidad de las respuestas ensayadas por los hogares de diversos sectores sociales, emerge un elemento común a todas ellas, el cual se refiere a la dramática presión que experimentan los hogares como consecuencia de la falta de protección por parte del Estado y las escasa oportunidades de empleo que ofrece el mercado de trabajo. Esta presión no sólo resulta en el progresivo agotamiento de recursos y en el deterioro de las condiciones de vida de amplios sectores de la población, sino que además introduce nuevas fuentes de conflicto a medida que las concepciones tradicionales sobre el empleo y los roles domésticos son desafiados por las nuevas y crudas realidades del mercado de trabajo.
43El envío de más miembros del hogar al mercado de trabajo, como estrategia para hacer frente al continuo deterioro de las condiciones de vida, presenta serios obstáculos en un contexto de marcado encogimiento de las oportunidades de empleo. Así, el desempleo o inestabilidad laboral de el (la) jefe (a) de hogar, en lugar de resultar en el incremento del número de perceptores suele aumentar el número de desempleados: más miembros del hogar que buscan y no encuentran empleo. En este contexto, la incertidumbre y la sensación de permanente vulnerabilidad a la pérdida de empleo (y por lo tanto de ingresos) constituyen una percepción generalizada.
44En un contexto de extendida desprotección social, junto al deterioro del bienestar material, la inestabilidad se traduce en una permanente sensación de desamparo y ausencia de futuro, que adquiere formas distintas en términos generacionales. Para las generaciones maduras, el escepticismo y la frustración proviene del derrumbe de sus parámetros de realidad: una sociedad dinámica donde “trabajar duro” y la educación formal representaban oportunidades reales de movilidad social. Para las generaciones más jóvenes, la desesperanza proviene de la incertidumbre acerca de qué es lo que realmente significa “pertenecer” o ser parte de la sociedad.
45A pesar de la creciente volatilidad y discontinuidad laboral, las protecciones sociales siguen ligadas al empleo, particularmente a un tipo de relación laboral –formal y estable– que ciertamente ha dejado de ser la “norma”. Esto plantea nuevos dilemas y desafíos a los tradicionales mecanismos de protección social, y obligan a repensar las provisiones públicas y sus referentes desde una perspectiva integral, capaces de dar cuenta de la marcada inestabilidad e incertidumbre que caracteriza el actual escenario laboral.
Notes de bas de page
1 Entre 1974 y 2000 el coeficiente de Gini pasó de 0.36 a 0.51, las diferencias de ingreso entre el decil más rico y el decil más pobre se triplicaron y los niveles de pobreza se cuadruplicaron: el ingreso medio per cápita del 10% más rico de los hogares en 1974 era 12 veces mayor que el del 10% más pobre, elevándose a 23 veces en 1991, y a 38 veces en 2000. Los niveles de pobreza en el Gran Buenos Aires no superaban 5% de los hogares en 1974, en 1986 crecieron a 9%, en 1990 –luego del proceso hiperinflacionario– llegó a abarcar 25% de los hogares para descender luego por debajo de 15% en 1994 y volver a trepar a 21% en 2000 (Damill et al., 2002; Beccaria et al., 2003). Entre 1980 y 2001 el desempleo en el Gran Buenos Aires creció más de siete veces, al pasar de 2.6% a 19%. Durante el periodo 1990-2000 el desempleo se incrementó en 210%, el subempleo horario 126% y el empleo asalariado sin beneficios sociales 53% (eph, indec).
2 La información cualitativa proviene de entrevistas en profundidad realizadas en la localidad de Lanús entre junio de 2000 y enero de 2001. Se trató de una muestra analítica de 30 casos seleccionados de acuerdo con los siguientes criterios: edad, género, clase social, estatus familiar y estar desempleado en el momento de la entrevista o haber experimentado una pérdida de empleo en el pasado reciente.
3 Información proveniente de los Censos Nacionales de Población, Hogares y Vivienda 1991 y 2001.
4 Información proveniente de los Censos Nacionales de Población 1991 y 2001.
5 Varios estudios muestran que el valor atribuido a la educación varía según la clase social. En el caso de Argentina, Urresti (2000) sostiene que en los sectores populares la escuela nunca fue tan decisiva como el trabajo, y que, cuando se trata de optar por uno u otro, la balanza se inclina a favor del segundo, lo que claramente contrasta con las fuertes presiones que los hogares de clase media ejercen sobre sus hijos para que permanezcan en el sistema educativo. En referencia a la Gran Bretaña de los años cincuenta y sesenta, Furtlong y Cartmel (1997) sostienen que en contraste con la percepción de la educación como irrelevante para su futuro laboral entre jóvenes de dase trabajadora, aquellos provenientes de hogares de clase media tendían a considerar que el mantenimiento de sus ventajas económicas y sociales dependían en gran medida de la obtención de credenciales educativas.
6 Al respecto, véanse Yeandle, 1984; Dex y Shaw, 1986; Gershunny y Marsh, 1994; Cerrutti, 1997.
7 Respecto al comportamiento del sector informal en los años noventa, véase Cimillo (2000).
Auteur
Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM
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