7. Lo "afro" en el discurso turístico de Cartagena: subexposición y sobreexposición
p. 189-213
Texte intégral
1La cuestión “afro” constituye en la actualidad uno de los aspectos que vertebran mi investigación sobre la representación de Cartagena, Colombia, en el discurso turístico.1 Comienzo el presente ensayo con esta declaración con el propósito de señalar que, hace algunos años, cuando esbocé o, tal vez, imaginé este estudio, no advertía con total claridad el lugar central que el “otro” —es decir, la población local afrodescendiente y sus signos culturales—, podía jugar en el análisis de la construcción de Cartagena como destino turístico, tal como aparece en los materiales que la promocionan.2 Mi participación en un taller de etnografía urbana,3 y luego —ya durante la realización del trabajo de investigación en el doctorado en Análisis del Discurso— el contacto de primera mano con una cantidad importante de guías turísticas, folletos, catálogos, libros ilustrados, páginas web, etcétera, lo mismo que con los antecedentes y las fuentes teóricas que respaldan mi indagación, terminaron mostrándome que, al menos en lo que tiene que ver con la construcción de Cartagena como destino turístico —desde el momento en que aparece la vocación turística de la ciudad hasta nuestros días, en un periodo que ya cumple prácticamente cien años—, la segregación espacial, social y racial de las poblaciones de origen africano ha sido una constante. Cuando no, su aparición en escena ha sido instrumentalizada a la luz de los intereses del mercado y de la espectacularización de la diferencia como atractivo para atraer visitantes.
2Sobre tales realidades, en apariencia contradictorias, me ocupo en este escrito.4 En lo que sigue, me referiré a ellas recurriendo, por usar una metáfora, a las nociones de subexposición y sobreexposición. De uso común en la técnica fotográfica, las dos nociones designan, en relación con la exposición de una placa fotográfica a la luz, el exceso o la insuficiencia a la misma: mientras en la sobreexposición la luz abunda, en la subexposición falta. El resultado en ambos casos es una imagen defectuosa en la que, a simple vista, los detalles se pierden. Demasiado clara en el primero y demasiado oscura en el segundo.
3El sentido de usar esa metáfora en mi aproximación a la representación de lo “afro” en el discurso turístico que “vende” a Cartagena responde al hecho inicial de que, si bien la industria turística es por definición una productora de imágenes —antes del viaje, éstas permiten “ver” lo que luego se “volverá a ver” durante la estancia (Marc Augé, 2004: 19)—, en esa ciudad del Caribe colombiano las imágenes tienen un peso especial, al punto de estar por encima, en visibilidad, de otras imágenes y representaciones.5 Elisabeth Cunin (2003: 12) aporta una perspectiva: “ciudad heroica, ciudad turística, ciudad mediática, Cartagena es, más que otras ciudades colombianas, una ciudad de imágenes”.
4Es larga la lista de reconocimientos que ostenta la ciudad y que la convierten, no sólo en “postal idílica” del país y, por lo tanto, su principal destino turístico, sino en sitial de un sinnúmero de actividades diversas: Primer Centro Turístico de la República, 1943; Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad, 1984; Distrito Turístico y Cultural, 1985; Sede Alterna del Gobierno Central; XX Juegos Centroamericanos y del Caribe, 2006; IV Congreso Internacional de la Lengua Española, 2007; XVII Asamblea General de la Organización Mundial del Turismo, 2007; Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, Hay Festival Cartagena, Festival Internacional de Música Clásica. Como si fuera poco, es a menudo punto de encuentro del jet set nacional y sede, desde 1934, del Concurso Nacional de la Belleza, tal vez el espectáculo con mayor fuerza mediática del país. En ese contexto, Cartagena es una ciudad que permanentemente se encuentra expuesta o, para seguir con la metáfora, sobreexpuesta. Sobre ella se proyectan, con intensidad a veces cegadora, las luces de numerosos “reflectores”.
5Pero tales luces no iluminan por igual, en su justa proporción, toda la ciudad. En los discursos académico, periodístico (sobre todo en las columnas de opinión), ciudadano y hasta político, se ha vuelto ya un lugar común decir que Cartagena es una ciudad dual, que en ella coexisten dos ciudades: una opulenta y sofisticada que concentra toda la atención (exceso de luz) —incluso en lo tocante a la asignación de la inversión pública—, y otra pobre y caótica que arrastra y oculta a los ojos de personalidades ilustres, turistas y visitantes una dramática situación social (falta de luz) —más allá de los espacios que ocupa la moderna zona turística y de los muros que abrazan el Centro Histórico—.
6En este sentido, es claro que la representación que se construye de la ciudad deviene defectuosa, incompleta, lo cual explica en buena medida el desfase existente entre el discurso turístico y la ciudad cotidiana. ¿Qué lugar ocupan en ese desfase, en ese juego de luces y de sombras, los signos culturales “afro”? ¿Circulan por la ciudad sobreexpuesta o subexpuesta? ¿Con qué características? ¿Qué lógicas —sociales, políticas, comerciales, institucionales— condicionan su puesta en escena? ¿Qué consecuencias sociales se derivan de ello?
7La respuesta a las anteriores interrogantes debe revelar cuáles elementos culturales de origen africano aparecen sobreexpuestos y subexpuestos, y en qué condiciones. Su análisis en el marco del desfase referido viene validado porque dichos elementos son parte constitutiva, referentes ineludibles de la representación de la ciudad: el turismo es una actividad que implica, necesariamente, “el cruce consciente de fronteras étnicas” que hace de él un “caso particular de relaciones étnicas” (Van den Berghe, 1980, citado por Cunin, 2006). La consulta de cualquier texto turístico mostraría con creces la relevancia que tiene el reclamo de respuestas entre los agentes que manejan la industria turística.
8Más allá de las razones vinculadas a la naturaleza misma del turismo, es importante decir que la reciente emergencia del turismo cultural ha estimulado, en parte gracias a agentes internacionales como la unesco,6 la consideración, en términos de patrimonio, de referentes inmateriales o intangibles en casi todos los rincones del mundo. Ello representa, incluso para el Caribe —tradicionalmente definido por sus atractivos naturales como espacio ideal para la práctica del turismo de sol y playa—, la activación de innumerables expresiones culturales en las que encuentran cabida, ahora como atracción turística, los festivales, los platos típicos, la indumentaria, las prácticas lúdicas, las tradiciones orales y sus lenguas.
9Camila Bernal, Paola Quintero y Héctor López (2005: 74), después de examinar la presentación de los destinos turísticos del Caribe hispano en las versiones de 2005 y 2006 de la Feria Internacional de Turismo (fitur), así como en los catálogos de los mayoristas y las páginas oficiales de promoción de algunos de esos países, llegan a la conclusión de que la intención del slogan “Caribe es más...” se encuentra implícita en la mayor parte de las campañas de la región y respalda la introducción de nuevos productos, de manera especial aquellos relacionados con la historia, la identidad y la cultura de la gente local. Dicha intención deja abierta la puerta para que la alteridad se vea y escuche, como nunca antes había ocurrido, en los diversos materiales utilizados para la promoción turística. Es lo que sucede, justamente, en Cartagena, destino para el que en las últimas décadas se ha ido consolidando, en detrimento de la oferta de sol y playa, una propuesta más sintonizada con el turismo cultural. Esa pretensión encuentra suficiente respaldo en la declaración de la ciudad como “Patrimonio Histórico’y, en el año 2005, con la declaración de Palenque de San Basilio como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”.
10¿Qué lugar ocupan ahora en la representación de la ciudad los que se identifican como descendientes de Palenque y el conjunto de la población de origen africano que habita, como grupo poblacional mayoritario, esa ciudad del Caribe? ¿Acaso se transforman en dicha representación las jerarquías sociorraciales heredadas de la Colonia? La proclama de la Constitución de 1991 y la consagración en ella del multiculturalismo, además de cambiar el estatus de los negros en Colombia, por cuanto pasan a ser definidos en razón de categorías étnicas (Wade, 1997; Cunin, 2003), y de imprimir una nueva dinámica al trabajo de los actores sociales y de las redes “afro” —lo cual ilustra a la perfección el caso de los palenqueros en Cartagena—,7 son elementos que se suman al debate revelando, de múltiples formas, las complejas lógicas que intervienen en la construcción de la representación de la ciudad, y de la diferencia, por parte de la industria turística.
Ajustando el enfoque
11Reconocida como una las pioneras de la investigación sobre poblaciones negras en Colombia, Nina de Friedemann denunció en sus trabajos (1984; 1993) la ausencia de atención que en sus propias indagaciones los investigadores sociales concedían a las mismas. Su denuncia fue hecha a escasos años de que, con la firma de la nueva Carta Constitucional, se diera reconocimiento jurídico a esas poblaciones. Desde entonces, el concepto de “invisibilidad” utilizado por la antropóloga para referir la situación denunciada se convirtió en una de las categorías de análisis y de movilización política más utilizada por quienes comenzaron a incursionar en el estudio de la cuestión “afro”.
12Sin examinar en detalle las observaciones y críticas que en los recientes años se han hecho al concepto (Cunin, 2003; Restrepo y Rojas, 2004), diré que aquí renuncio a utilizarlo y, por lo tanto, me inclino a emplear, en vez del par visibilidad/invisibilidad, el par sobreexposición/subexposición; además de funcionar como metáfora útil para el presente análisis, este último permite una aproximación a la cuestión “afro” no en términos de ausencias o presencias ni de opuestos que se excluyen, como parece haberlo entendido Friedemann, sino en términos de comprender las situaciones y, sobre todo, los matices con los cuales lo “afro” es representado en el discurso turístico local. Considero que sus signos culturales nunca han dejado de existir en absoluto, de “estar” en las guías y en los folletos, sino que en su exposición, por un asunto de manejo o, mejor, de encuadre, se asumen distintos niveles al punto que, como pretendo mostrar más adelante, muchos de los detalles que los identifican suelen perderse.
13Antes de entrar de lleno a la revisión de los materiales seleccionados, es oportuno realizar una breve presentación del lugar de lo “afro” en la construcción de Cartagena como localidad turística, lo cual nos permitirá, primero, contextualizar la lectura de su sobreexposición o subexposición; segundo, identificar algunos procesos, producciones discursivas y actores clave en la definición del perfil turístico de la ciudad; y, tercero, dar cuenta de algunas intertextualidades, continuidades o rupturas presentes en la representación de los elementos “afro”.
La fábrica de Cartagena como localidad turística8 (a contraluz)
14La revisión de los diversos estudios sobre turismo en la ciudad9 arroja como conclusión que tres momentos o hitos resultan clave en la construcción de Cartagena como localidad turística: 1) las dos primeras décadas del siglo xx, cuando, en un contexto de recuperación económica, aparece la vocación turística de la ciudad; 2) el periodo que va desde 1966 hasta finales de los setenta, cuando se pone en marcha, de la mano del presidente Carlos Lleras Restrepo, la política turística nacional — de la cual la Cartagena es punta de lanza— y se desarrolla localmente un intenso proceso de renovación urbana, más que evidente en Bocagrande, para entonces epicentro de las actividades turísticas, especialmente las asociadas al turismo de sol y playa; y 3) el periodo de la “nueva” Cartagena al ser declarada “Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad”, que va desde 1984 hasta nuestros días. Este último momento va a estar marcado, en términos generales, por la restauración de importantes monumentos y edificaciones de las épocas colonial y republicana, algunos de los cuales terminaron convertidos en hoteles de cinco estrellas; por la emergencia y el progresivo posicionamiento de la oferta cultural, resultados del proceso de activación patrimonial generado por el ya mencionado reconocimiento de la unesco; y por el boom inmobiliario que ha convertido a Cartagena no sólo en un destino turístico, sino también en un destino inmobiliario —sobre todo su Centro Histórico y sus diversos espacios en la Zona Norte—.
I
15La aparición de la vocación turística de la ciudad durante las primeras décadas del siglo xx se corresponde con su recuperación económica, la cual pone fin a un largo periodo de estancamiento originado, principalmente, por el proceso de independencia,10 que sumió a la ciudad en una profunda crisis. La recuperación fue materializada con la realización de varias obras: construcción del muelle de La Machina (1893), construcción del ferrocarril Cartagena-Calamar (inaugurado en 1894), reapertura del Canal del Dique (1883), etcétera. Éstas posibilitaron un nuevo dinamismo comercial al conectar nuevamente la ciudad con el resto del país y los mercados internacionales.
16La recuperación de su condición de ciudad-puerto permitió a Cartagena convertirse en una ciudad de tránsito, tanto de carga como de pasajeros, y, con el pasar de los años, acometer las primeras acciones para recibir turistas. Ese propósito encuentra respaldo en la idea de que la ciudad, en términos geográficos, estaba bien ubicada.11
17La regular llegada de visitantes extranjeros a través del Puerto incrementó la preocupación por la imagen de la ciudad. En ese orden de ideas, la expectativa que genera la mirada del “otro”, el potencial visitante o turista, motiva en buena parte las primeras acciones encaminadas a adecuar el territorio, lo cual es un aspecto relevante en la “fábrica” de cualquier localidad turística. Si bien dichas acciones apuntan a preparar a Cartagena para la acogida de embarcaciones y visitantes, propósito que se entiende por su aspiración a convertirse en protagonista del comercio y del turismo internacional, no es menos cierto que también se enmarcaba en la aceptación que el higienismo encontraba en las élites locales, como consecuencia de los debates para entonces adelantados en torno a la “degeneración de las razas”.
IMAGEN 7.1

Estación del tren de Cartagena. Fotografía tomada del libro EL tren y sus gentes, de Belisario Betancur y Conrado Zuluaga. Foto: Archivo Digital de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
18Los debates del higienismo, como bien ha demostrado la nueva historiografía local,12 cobraban fuerza en momentos en que, a propósito de la construcción de la nación y la definición del papel de las regiones en la misma, las zonas tropicales del país y sus habitantes, en su mayoría de origen africano, eran objeto de una valoración claramente negativa que los reducía a la condición de obstáculo. De esta forma, a la vez que se aplicaban en la ciudad medidas encaminadas al saneamiento público, se realizaban otras acciones —en cierto modo semejantes— encaminadas al mejoramiento o “adecuación” de la población.
19La vocación turística de la Cartagena de principios de siglo está articulada, entonces, no sólo con su recuperación económica y el consecuente proceso de modernización, sino también con la emergencia de tesis, aparentemente científicas, que acentuaban los mecanismos de diferenciación al convertir a la población negra de la ciudad en ese “otro” que incomoda, que ensucia y que amenaza el propósito de la élite local de integrarse a la nación que construye desde Bogotá la élite nacional y de hacer de la ciudad un centro de primer nivel del comercio y del turismo internacional.
20Ante el reclamo de adecuación del Puerto realizado por los dirigentes empresariales, el gobierno nacional contrató en 1914 a la firma Pearson & Son para que elaborara un estudio técnico que permitiera dar solución a los problemas de saneamiento. Ese estudio es significativo porque introduce un elemento de planeación en el marco del proceso de modernización y construcción de las condiciones adecuadas para dinamizar las actividades comerciales y turísticas. En torno suyo, además, se intensificó el debate sobre la demolición de las murallas y la función de éstas en el desarrollo urbano y turístico de Cartagena.
21En efecto, el informe de la compañía sugería, entre otras propuestas, una que llamó “El principio de un proyecto de embellecimiento de la ciudad”, en el cual se contemplaba la demolición de algunos tramos de la murallas, consideradas en aquel momento una de las causantes del deterioro medioambiental de la ciudad, tal como lo recoge una nota de prensa publicada en El Porvenir en octubre de 1913: “esas murallas permanecen siempre en el más deplorable desaseo, son lugares de inmundicia, focos de infección, albergue de gentes inmorales” (citado por Vidal, 1998: 29). ¿Alude esta última expresión a los habitantes populares de los barrios de Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo, quienes por entonces sitúan sus viviendas —en realidad, no más que ranchos miserables— al pie de un vasto sector de las murallas durante el pleno proceso de expansión urbana que atraviesa la ciudad? De ser así, la alusión a la suciedad de las murallas no sólo se refiere a la maleza acumulada por la falta de mantenimiento, sino a la presencia de la población negra.
22La demolición de las murallas y la polémica generada evidencian que en la aparición de la vocación turística de la ciudad no existe claridad, o al menos consenso, en torno a su valor patrimonial. Las murallas son consideradas “un obstáculo material y psicológico, como una herencia inútil, que impide la entrada en la modernidad” (Cunin y Rinaudo, 2005). Lo anterior demuestra que, en ese momento, las murallas no habían sido objeto de ningún tipo de proceso de activación patrimonial, tal vez porque no existía la referencia al patrimonio como bien público, herencia del pasado, símbolo de identidad, etcétera, que hay que defender. Ello explica, precisamente, la inexistencia de unidad de criterios en relación con su función. Pero, ¿cuáles son los sectores que se oponen a la demolición de las murallas?, ¿qué relación tienen con el turismo?, ¿qué argumentos sustentan su posición? Vidal (1998: 38), en el seguimiento que realizó a la propuesta de la firma Pearson & Son de derribar un tramo de la muralla, sostiene que, a pesar de que el tramo en disputa finalmente fue derribado, “hubo llamados dramáticos de parte de aquellos amantes de la historia cartagenera que veían en la muralla parte de un patrimonio histórico que enaltecía a la ciudad”. Las palabras de la investigadora sugieren que son los historiadores locales quienes lideran la oposición a la destrucción de las murallas.
23Para la época, el oficio de historiador es ejercido en la ciudad por aficionados, congregados en torno a la Academia de Historia de Cartagena, institución que, desde su fundación, se dedicó a difundir una imagen mítica del pasado inspirada en su “mirada despectiva de lo autóctono concebido como lo bárbaro” (Germán Colmenares, 1987, citado por Solano, 1998). En opinión de Sergio P. Solano (1998), la proclividad de esos historiadores por los temas coloniales e ¡ndependentistas, caracterizada por el culto al héroe europeo del cual se consideran descendientes, los lleva a ocuparse en sus obras de ciertos aspectos referidos a la fundación de las ciudades, la cultura ibérica, etcétera.
24Este breve retrato explica por qué los “amantes de la historia” cartageneros ven en las murallas un “patrimonio histórico que enaltece a la ciudad”, digno de conservarse. Cabría preguntarse hasta qué punto esa defensa obedece en ese momento, más que a una valoración del patrimonio monumental tal como en parte se entiende en la actualidad, a una forma de perpetuar sus vínculos con España. No hay que olvidar que esos historiadores no son sólo “amantes de la historia”, sino, también, miembros de la aristocracia local; ellos legitiman su propio estatus por medio de la defensa del patrimonio, una defensa que, por cierto, pasa por la subexposición de otra dimensión de las murallas: el papel de la mano de obra esclava para construirlas.
25El proceso de demolición de las murallas continuó hasta 1924, justo un año antes de la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas, entidad a la cual se le asignó su conservación. Ello supuso un cambio en la valorización de las mismas, asociado, principalmente, al desarrollo del turismo después de la Primera Guerra Mundial. La expectativa, entonces, fue que con las obras de recuperación realizadas por la Sociedad de Mejoras Públicas aumentara el número de turistas en la ciudad (atraídos al castillo de San Felipe de Barajas, al convento de La Popa, etcétera). Se plantea, pues, la necesidad de desalojar a los habitantes de los barrios de Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo, quienes habían levantado sus casas en las afueras del recinto amurallado, muy cerca del mismo. El desalojo puso al descubierto no sólo los impactos que la “fábrica” de la localidad turística produjo sobre el territorio, sino las prácticas de segregación espacial y racial aplicadas a las poblaciones de origen africano en nombre de la recuperación del patrimonio y la adecuación de la ciudad.
II
26La vocación turística de la ciudad, surgida en las primeras décadas del siglo xx, se consolidó hacia la segunda mitad de éste, particularmente en la década de los sesenta. Ese segundo hito en la construcción de Cartagena como localidad turística estuvo marcado por una nueva recuperación económica de la ciudad, luego de que a partir de los años treinta los indicadores de crecimiento sufrieran una notoria caída; por una intensa transformación urbana y por la participación del gobierno nacional en la planificación de la actividad turística.
27Una de las manifestaciones que mejor ilustran el resentimiento de la actividad económica que precedió el periodo en cuestión es que el ferrocarril, símbolo del progreso y el proceso de modernización económica vivido entre finales del siglo xix y comienzos del xx, dejó de funcionar en 1950. El cese de operaciones de ese importante medio de transporte significó la pérdida de competitividad comercial de la ciudad frente a otros centros urbanos, pérdida que incrementó los bajos indicadores de producción industrial y generación de empleo. Para entonces, el estancamiento de la ciudad era más o menos proporcional al crecimiento de otras ciudades como Bogotá, Medellín y Barranquilla. Según Cunin (2003: 123-124), el estancamiento era más que evidente en la ciudad amurallada: “durante los años 1940-1960, mientras pensaba en su futuro y atrapada en su pasado colonial, la ciudad atravesó una nueva crisis: la decadencia del centro histórico —ni las murallas lograban ocultar su grado de abandono y de ruina material— fue su símbolo principal”.
28Lo interesante del planteamiento de Cunin es que sostiene que, gracias a las murallas, la ciudad volvió a recuperar su esplendor. Lo recuperó, añade, porque el gobierno nacional encabezado por Lleras Restrepo (1966-1970) impulsó el desarrollo de una política turística de la cual Cartagena fue su punta de lanza. Vale la pena recordar que, en aquel momento, ya la ciudad tenía cierto reconocimiento nacional como destino turístico, sustentado en varios hechos que tuvieron lugar durante las décadas anteriores: fundación del Concurso Nacional de Belleza (1934), declaración como Primer Centro Turístico de Colombia (1943), inauguración del hotel Caribe (1946), desarrollo turístico y urbanístico del barrio de Bocagrande (desde mediados de siglo xx), declaración del sector antiguo como Monumento Nacional (1959). La entidad creada por el Ejecutivo en 1968 para orientar la política turística nacional fue la Corporación Nacional de Turismo (cnt), que tenía como una de sus principales funciones las de mercadeo y promoción (Sierra Anaya, Marrugo Torrente y Quejada Pérez, 2004: 34). De esta forma, la cnt apoyó las actividades que tenía a su cargo en Cartagena, en ese mismo campo, la Promotora de Turismo (Proturismo).
29Los datos que existen sobre el aumento de la llegada de pasajeros a la ciudad ilustran los resultados positivos de las acciones de promoción lideradas por dichas entidades: “entre finales de la década de los sesenta y principios de los ochenta, el número de pasajeros llegados anualmente por vía aérea a Cartagena se cuadruplicó, pasando de unos 75 000 a 300 000” (Báez y Calvo Stevenson, 2000: 94). Como era de esperarse, el aumento del número de visitantes trajo consigo un vertiginoso desarrollo del sector turístico, centrado en el barrio de Bocagrande. En él fueron levantados numerosos edificios residenciales y una imponente infraestructura hotelera, con lo cual la ciudad aspiraba a estar al nivel de otros destinos del Caribe.13 Según Leonel Díaz (2005: 31), el paisaje urbano del sector cambió de manera tan significativa durante esos años, que sus residentes, además de asumir el hecho de vivir en él como un inequívoco signo de distinción social, con frecuencia lo comparaban con Miami, haciendo alarde de la altura de los edificios, de las comodidades y del ambiente de sofisticación que se respiraba. En un escenario así, los promotores de la actividad turística dirigieron su mirada hacia Bocagrande y, de paso, hacia la oferta de un turismo de sol y playa. Es claro, entonces, que el Centro Histórico no tenía la valorización de hoy en día y que el nuevo sector turístico que crecía cerca de él, a escasos cinco minutos, reclamaba toda la atención.
30Por los mismos años en que se puso en marcha la política turística impulsada por el presidente Lleras Restrepo y en la ciudad fueron realizadas algunas de las más importantes obras de desarrollo urbano, incluidas las del naciente sector turístico, es reubicado Chambacú, un barrio de negros fincado cerca del recinto amurallado. Su “erradicación” —palabra utilizada en aquel momento para hacer referencia al desalojo— ocurrió entre 1970 y 1971 precedida de años de discusión sobre su (in)conveniencia para la imagen de la ciudad y, en particular, para el desarrollo de la actividad turística: “Chambacú, estando tan cercano a las murallas, no coincidía con esa imagen de ciudad ordenada, desarrollada y moderna. Se tornó intolerable a los ojos de políticos, arquitectos e inversionistas, que ya tenían algunos grandes proyectos en mente” (Cunin, 2003: 135).
31Para Cunin (2003), la reubicación del barrio, cuyos pobladores ya habían sido desalojados de los barrios de Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo por causas parecidas, es buen ejemplo de cómo la afirmación del estatus turístico de la ciudad estuvo acompañada de la profundización de las divisiones sociales y territoriales. Considerado dicho barrio el principal escollo para convertir a Cartagena en un centro turístico internacional, el desalojo de Chambacú no estuvo motivado por el interés de mejorar las deplorables condiciones de vida de sus pobladores, sino por la intención de alejarlos de la vista de los potenciales turistas y aun de aquellos cartageneros a quienes incomodaba su presencia.
IMAGEN 7.2

Panorámicas del barrio Chambacú. Fototeca de Cartagena.
IMAGEN 7.3

El traslado de Chambacú se produjo entre 1970 y 1971. Fototeca de Cartagena.
32Lo que en realidad se puso en marcha fue una acción de segregación. Ésta se hizo evidente en los discursos y en las prácticas de los funcionarios encargados de la reubicación del barrio. Así lo deja ver Orlando de Ávila (2008: 45) en una investigación por la cual reconstruyó el desalojo del barrio: “en la urbanización Nuevo Porvenir, el Instituto de Crédito Territorial decidió reubicar a quienes según su consideración eran poseedores de una baja cultura, educación, salud, alimentación [además de ser] mentirosos, débiles, vagos, de conducta desfigurada, egoístas e incapacitados intelectuales. La solución propuesta para ellos: reubicarlos lo más distante que fuera posible, exactamente a 10 km de distancia del Centro de la ciudad”. El hecho de que la distancia en relación con el centro fuera uno de los criterios tenidos en cuenta para la reubicación de los habitantes de Chambacú, demuestra hasta qué punto el desalojo fue motivado por el sentimiento de vergüenza que producía en los dirigentes de la ciudad el que un barrio extremadamente pobre, habitado por afrodescendientes, de ranchos miserables de madera y cartón, sin vías ni infraestructura urbana, estuviera situado a pocos metros del recinto amurallado.
33De la última cita, llama la atención la cantidad de términos inferiorizantes y despectivos utilizados para hablar de los habitantes del barrio. Todos reflejan la polarización existente entre quienes se asumen mejores —más educados, con principios éticos, dotados de inteligencia, etcétera— y los pobladores del barrio, definidos por los primeros, como ya vimos, de forma negativa. Es difícil no ver en esa polarización y, en particular, en la valoración negativa, cierta continuidad de los prejuicios que el sistema colonial generó sobre la población. El traslado de los habitantes de Chambacú a una distancia de 10 km del centro encaja, entonces, en un modelo de segregación social, racial y espacial que tiene raíces históricas. Lo interesante para el caso que nos ocupa, es verificar cómo esos problemas sociales se patentizan en el proceso de construcción de Cartagena como localidad turística, ahora bajo el argumento del desarrollo.
III
34En 1984, a sólo dos años de la inauguración del Centro Internacional de Convenciones de la ciudad, el puerto, la fortaleza y el grupo de monumentos de Cartagena de Indias fueron incluidos en la lista de Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. Ese reconocimiento constituyó, sin lugar a dudas, el hito más importante dentro del proceso de construcción de Cartagena como localidad turística, en la medida en que valorizó, a los ojos del mundo, su patrimonio material. Ello no sólo demuestra el papel protagónico que ciertos organismos internacionales, como la unesco en este caso, cumplen en relación con la valorización y activación patrimonial de los recursos de un destino, sino las múltiples implicaciones que esas decisiones tienen sobre los espacios y la vida misma de una ciudad. Es lo que pasó, justamente, en Cartagena, donde la ciudad antigua, años atrás mirada con cierto desprecio por quienes veían en la “nueva” zona turística un signo inconfundible de no retorno al pasado, recuperó su importancia en el contexto urbano. Si ya la década de los setenta había marcado el comienzo de la recuperación de algunos inmuebles, a partir de la década de los ochenta el proceso se acelera y cambia el paisaje del llamado “Corralito de Piedra”.
35A propósito de ese nuevo escenario, Alberto Samudio Trallero (2006: 27) informa: “con el correr de los días y a raíz de la declaratoria de la ciudad como Patrimonio Mundial, los ojos de Colombia y del exterior se posaron en Cartagena. Entonces, se inició una intensa demanda por los inmuebles del Centro Histórico [...] la década de los ochenta correspondió, en un alto porcentaje, al acondicionamiento de viejos inmuebles adquiridos por familias del interior del país o extranjeros para utilizarla como casas de vacaciones”. Junto con la restauración de inmuebles para uso residencial, que estuvo acompañada por obras encaminadas a la conservación de los monumentos y demás atractivos histórico-culturales señalados como parte del Patrimonio de la Humanidad, por aquellos años varios hoteles de cinco estrellas abrieron sus puertas en lo que antes fueron conventos o casonas abandonadas. Dos casos representativos son los hoteles Santa Clara y Santa Teresa, los cuales, tras su puesta en funcionamiento, afianzaron el proceso de compra de inmuebles y su respectivo acondicionamiento. Así, a medida que progresaron las remodelaciones, hoteles y casas restauradas pasaron a formar parte de la lista de atractivos para la visita turística.
IMAGEN 7.4

Fachada del Hotel Charleston Santa Teresa. Foto: Freddy Ávila Domínguez.
36Al convertirse paulatinamente el patrimonio material y el propio recinto amurallado en atractivo turístico, también la representación de la ciudad comenzó a transformarse. La mejor prueba es que las fortificaciones levantadas durante la Colonia ocuparon un lugar más destacado en la nueva oferta turística, disputándole así el puesto a la oferta dominante de sol y playa. Con el paso de los años, ese giro se consolidará a tal punto que, ya para principios del presente siglo, la oferta cultural, presentada con frecuencia en los textos turísticos con las modalidades de cultura o cultura/historia, se constituirá como el principal reclamo turístico, aunque reducido casi que de forma exclusiva al patrimonio material. De la mano de esas transformaciones en la representación de la ciudad y el paisaje del Centro Histórico, con sus casas restauradas, sus nuevos hoteles y sus tiendas de moda, vendrá una fuerte presión sobre el suelo que dará lugar, como una de sus manifestaciones más intensas, a una ola de especulación inmobiliaria que aún hoy se mantiene, a veces con detalles escandalosos.14Nuevamente, los habitantes de la ciudad serán los primeros afectados, pues sobre ellos recaerán diversas formas de coacción: ofrecimiento de grandes sumas de dinero, incremento indiscriminado del valor a pagar por concepto de impuestos y servicios públicos, etcétera; todas orientadas a lograr que renuncien a sus vivencias y a otros espacios que forman parte de su cotidianidad.
37Es lo que sucede en barrios como los de San Diego y Getsemaní, este último de interés histórico, pues ahí fue donde se gestó en 1811 la Independencia de Cartagena, liderada por muchos de los negros y mulatos que vivían en el lugar. Tal como lo reseñó en el 2006 el columnista Rubén Darío Álvarez en El Universal, “tanto los vecinos del barrio de San Diego como los de Getsemaní están evitando, a toda costa, que se presente un nuevo desplazamiento, cuya excusa será la misma de siempre: el desarrollo”.
38Si los que están adentro son expulsados, quienes habitan extramuros no correrán mejor suerte. Se vuelven objeto de medidas, algunas más sutiles que otras, con las cuales se pretende cerrarles el uso libre de los espacios del Centro, bien sea porque estudian, trabajan, realizan diligencias o frecuentan sus parques y plazas. Para Cunin (2007), la muralla, construida en su momento para defender a la ciudad de los ataques de piratas, corsarios y filibusteros, es constituida en una especie de frontera que señala un adentro y un afuera y determina, en razón de los intereses turísticos, quiénes pueden estar en uno u otro lugar y bajo qué condiciones. Vistas así las cosas, no es exagerado afirmar que el patrimonio segrega a los habitantes de Cartagena, mucho más si son pobres y negros. La sistematicidad de la práctica hace pensar que ellos sobran en los planes y el decorado de la ciudad turística.
Cartagena de color
39La imagen, y no la palabra, es uno de los primeros aspectos de llamar la atención sobre la representación de lo “afro” en el discurso turístico que promociona a Cartagena. Para comprobar que su exposición no merece el mayor desarrollo, aun siendo núcleo del contexto de la imagen, basta observar “Cartagena de Colores” (véase <www.cartagenadecolores.com>), la campaña de mercadeo lanzada en abril de 2009 por la Corporación Turismo Cartagena de Indias,15 junto con los principales gremios hoteleros que operan en la ciudad. Es sólo un color plasmado en el rostro sonriente de una joven negra que lleva un canasto en la cabeza, sobre lo cual no hay nada qué decir.
40No ocurre así con los otros colores que aparecen vinculados a la imagen (café, naranja, fucsia, rojo, verde, violeta, azul, blanco y amarillo), cada uno de los cuales cuenta en el mencionado portal con un enlace que informa sobre su significado, referido éste a diversos aspectos de la oferta turística de la ciudad. La lógica de la exposición que reduce lo “afro” al mundo exclusivo de la imagen se repite por igual en páginas web, videos, guías turísticas, folletos, catálogos, volantes y afiches —no siempre vinculados a las actividades propias de la promoción turística, pues anuncian, indistintamente, desde congresos de odontología hasta encuentros religiosos—.
41Y predomina en esa exposición, desprovista de anclaje alguno, como diría Roland Barthes (1999), la equivalencia entre lo “afro” y la palenquera:16 la mujer negra que lleva sobre su cabeza una palangana con frutas. Como sucede a menudo con algunos personajes de la literatura, en quienes el objeto/la indumentaria que llevan consigo se vuelve parte constitutiva de su ser, de modo que no se puede pensar uno sin el otro, aquí el par mujer negra-palangana con frutas deviene inseparable.17 Pero la imagen de la palenquera no sólo constituye un elemento dominante en la representación de lo “afro” en el discurso turístico, sino también de la representación global de la ciudad. Hoy es un icono que ha entrado a disputar, cuando no a desplazar, el lugar privilegiado que otros iconos ocupaban. Tal vez el más importante de éstos sea la Torre del Reloj, edificación que desde la Colonia hace las veces de fachada y puerta de entrada al casco antiguo. En tanto imagen, no sólo sirve de logo a la Corporación Turismo Cartagena de Indias, sino que su nombre aparece marcado en mapas y otros materiales turísticos como una de las primeras estaciones en los recorridos diseñados para los visitantes de la ciudad: apenas se atraviesa su puerta principal, aparece a la vista en la Plaza de los Coches una estatua de Pedro de Heredia, fundador de Cartagena, y, más adelante, a medida que el recorrido prosigue, se ven las casonas, los balcones, las iglesias, los baluartes y las murallas que configuran el patrimonio material.
IMAGEN 7.5

Cartagena de Colores”. Tomado de: <www.cartagenadecolores.com>.
IMAGEN 7.6

Palenqueras dan la bienvenida a los pasajeros de un crucero en la Sociedad Portuaria de Cartagena. Foto: Julio Castaño.
42Haciendo las veces de fachada y puerta, sobre la posicionada imagen de la palenquera recae ahora la tarea de aproximar el patrimonio a turistas y visitantes, tal como quedó demostrado en la XVII Asamblea General de la Organización Mundial del Turismo celebrada en la ciudad en noviembre de 2007. Para la ocasión, Proexport18 y la Corporación Turismo Cartagena de Indias produjeron un video en el que una palenquera acompaña a través de su recorrido, a manera de guía, la presentación de los atractivos de la ciudad. Sin derecho a la palabra y sin ser objeto de mayores referencias sobre su persona ni de su pertenencia racial o étnica —la única referencia a ella se hace en términos de mostrarse como “una mujer que lleva sobre su cabeza las frutas del trópico”—, la palenquera es convertida en la anfitriona que da la bienvenida a Cartagena. Y lo hace recibiendo a los pasajeros de los cruceros a su llegada a la Sociedad Portuaria de Cartagena o, en el aeropuerto, a cuanto ilustre personaje arribe —recibir visitantes es derecho reservado a unos cuantos habitantes de la ciudad, sobre todo si son afrodescendientes—; sirviendo frutas o dulces en las actividades propias de la ciudad; haciendo más “vistosos” los escenarios por los cuales desfilan reinas, presidentes, empresarios, estrellas del espectáculo...
43Así las cosas, en realidad más icono que persona, la palenquera desempeña un papel trascendental en la promoción de Cartagena y su propia representación como destino turístico. Lo hace porque constituye ese Otro diferente, exótico, que a los ojos de los profesionales del marketing satisface las expectativas de quienes se desplazan para “conocer” no sólo lugares, digamos el Centro Histórico de Cartagena, sino también otras culturas. Al ser depositaría de “huellas de africanía”, por usar la expresión acuñada hace varios años por Nina de Friedemann (2000) en sus estudios, la palenquera es objeto de una puesta en escena que instrumentaliza su diferencia. En ese contexto, mientras el patrimonio material de Cartagena remite al legado español, al vínculo de la ciudad con España y Europa, la palenquera, encarnación del llamado “patrimonio inmaterial” o “intangible”, remite al legado africano. Un legado del que es depositada de modo privilegiado con motivo de los intereses y cálculos del mercado turístico local. Eso explica su utilización como atractivo turístico y su condición de Otro sobreexpuesto. Al llevar sobre su cabeza el peso de la representación del legado “afro”, la palenquera es reducida a ser sólo una imagen exótica explotable en razón de los signos de alteridad que porta. Si no se dice nada sobre ella, es precisamente porque tiene la capacidad necesaria para funcionar, por sí misma, como un signo de diferencia.
44El caso de “Dónde”, guía turística que circula con el periódico local El Universal, ilustra muy bien lo anterior; en su página electrónica (véase <www.donde.com.co>) aparece un fotomontaje que muestra en el primer plano de la imagen a una palenquera exhibiendo sonriente su palangana de frutas; detrás suyo, tres mujeres rubias, dos ubicadas a su izquierda y una a su derecha, posan, con los respectivos atuendos que las identifican como turistas, para tomarse una foto con ella. Esta lectura la confirma el hecho de que, también en la imagen, dispuesta en un primer plano arriba a la derecha, una cámara fotográfica apunta a la palenquera, lo cual indica el lugar que le corresponde: el del Otro diferente con el que hay que tomarse una fotografía en Cartagena. La in vitación a hacerlo es formulada en el texto que acompaña el fotomontaje: arriba, a manera de título, se lee “Vacaciones en Cartagena. Envía tu foto”, y debajo de la imagen, ya como desarrollo del encabezado, se lee “Si vienes a Cartagena y disfrutas de unas inolvidables vacaciones, comparte tus fotos con nosotros”. El mensaje es que quien visita Cartagena, quien vacaciona en la ciudad, puede/debe tomarse una foto con la palenquera. El que ella, y no los monumentos de la ciudad, sea el atractivo elegido para llevar de recuerdo ratifica su papel protagónico en la representación de lo “afro” y de la ciudad y las lógicas que rigen la puesta en escena de la alteridad. Veamos la imagen:
IMAGEN 7.7

“Si vienes a Cartagena y disfrutas de unas inolvidables vacaciones, comparte tus fotos con nosotros.” Tomado de <www.donde.com.co>.
IMAGEN 7.8

Palenqueras en los bajos de la Alcaldía en temporada de Semana Santa, cuando se desarrolla en Cartagena el Festival del Dulce. Archivo particular.
45Sobreexpuesta, la palenquera no es más que una imagen en el discurso y la práctica turística. Los detalles que revelan su condición de ser humano —mujer, afrodescendiente, etcétera— y aun aquellos referidos a su oficio —comerciante, etcétera— se pierden como resultado de la fijación proyectada sobre su cuerpo negro. Rodeada de mujeres blancas, rubias, es ese Otro: el Otro como espectáculo, en palabras de Stuart Hall (1997). Y el Otro construido sobre la puesta en relieve de los mecanismos de diferenciación termina cosificado. Todo cuanto hay de artificial en ese fotomontaje se proyectará luego en lo real, en el mundo de las relaciones étnicas: si, por un lado, los turistas “cruzan las fronteras étnicas” por lo estimulante que les resulta una fotografía con la palenquera, ésta, como señala Cunin (2003), a su vez acentuará su “otredad” en lo que también es un movimiento artificial, al punto de no pretender pasar por menos negra calculando el provecho derivado de tal condición.
46La reafirmación de la alteridad de la palanquera estará acompañada de una especial atención por sus vestidos, collares, aretes, palangana y aun su propio lucimiento. Acaba, así, encerrada en un estereotipo, en un disfraz que otros pueden vestir calculando, al igual que ella, los beneficios de llevarlo puesto: por un “censo [se] encontró que al menos 25 de las 350 mujeres que son uno de los símbolos de la ciudad, no nacieron en San Basilio. Se trata de mujeres negras de otras regiones que ejercen las tradicionales labores de las originales, con una palangana en la cabeza y ofreciendo frutas y dulces”. El título “Palenqueras falsas aprovechan fama de las originales19 para trabajar en Cartagena”, que encabeza la recién citada nota de prensa publicada en El Tiempo el 22 de septiembre del 2008, a la vez que informa lo caricaturesco de la situación, permite seguir indagando, a propósito de la reflexión sobre la autenticidad, qué es lo falso, qué es lo original y, más allá de todo, qué es lo que permite que las palenqueras reclamen para sí el derecho de ser las únicas con “legitimidad” para vender frutas y dulces.
47Quizá la indagación no fuera importante si muchas de las “usurpadoras” —calificativo usado en la nota por las palenqueras “originales” para referirse a las otras vendedoras— no fueran también descendientes de esclavos, en particular cimarrones, ni procedieran de pueblos situados en el mismo espacio geográfico de Palenque de San Basilio, como es el caso de Mahates, del cual precisamente este último es corregimiento.
48Dado que a lo largo de estas páginas he abordado la cuestión al referirme a la importancia que tienen en la práctica turística las relaciones étnicas y la posibilidad de hacer contacto con el Otro exótico, quiero detenerme, entre el conjunto de factores que entran en juego,20 en uno muy puntual que resulta útil para los objetivos del presente ensayo: la declaración, en el año 2005, de Palenque de San Basilio como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”.
49Ese factor es trascendental porque pone a Palenque de San Basilio21 en la lente de la representación de la ciudad —ahora con la legitimidad que da el hecho de que el reconocimiento proceda de la unesco—, pero más que al propio pueblo, sus habitantes y cultura, a la palenquera, lo cual lleva a concluir que, así como se hace depositaría de lo “afro”, ella también se hace depositaría de lo afropalenquero en dicha representación. De este modo, quedan subexpuestos los elementos culturales afropalenqueros, entre los que se cuenta, por citar sólo los más representativos, la lengua palenquera, la tradición oral, rituales como el lumbalú, la medicina tradicional y la música —con destacados exponentes como Rafael Cassiani, Graciela Salgado y Viviano Torres—. En la representación de lo “afro” en la ciudad, la única que tiene reservado un lugar es la palenquera —evidente en la línea de fotomontaje que he descrito—, lo cual indica que, tanto por exceso como por falta de luz, se pierden los detalles en la exposición de signos culturales “afro”.
50A propósito de la sobreexposición de la palenquera, vale la pena precisar que esa situación no tiene relación con el hecho de que ella no estuviera presente en la ciudad, pues, desde mucho antes de la declaración de Cartagena como Patrimonio de la Humanidad y de la declaración de Palenque como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, ya recorría las calles de Cartagena y se había abierto un espacio en sus playas, plazas y parques, muchas veces discriminada y perseguida precisamente por ser de Palenque. Bien podría decirse que estaba subexpuesta, como hoy lo siguen estando innumerables elementos culturales “afro”. Su nueva condición de sobreexpuesta no hace sino confirmar su instrumentalización y la lógica mercantilista que anima a los diferentes agentes que manejan el sector turístico.
51El peso que tiene el discurso turístico en la definición del imaginario local y en la definición de “el nosotros de los otros” plantea, tanto de cara al presente como al futuro, diversos escenarios de reflexión sobre el lugar de lo “afro” y de la propia cultura en la representación discursiva que el turismo construye. Pero la reflexión debe hacerse sobre principios de participación democrática y de responsabilidad social en el terreno mismo de planificación de las políticas turísticas. El propósito sería examinar con atención —cosa que aún no ha sucedido— qué tipo de turismo cultural se quiere, porque, pensando en términos de sostenibilidad, la situación es insostenible.
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Notes de bas de page
1 La investigación, inscrita con el título “La representación de las ciudades del Caribe colombiano: el caso de Cartagena en el discurso turístico”, la adelanto en el marco del doctorado en Análisis del Discurso y sus aplicaciones que actualmente curso desde 2007 en la Universidad de Salamanca (España).
2 El ejercicio del periodismo en la revista Noventaynueve desde 2003 me había permitido acercarme un poco a dicha realidad, en términos de la reflexión efectuada acerca de la enorme distancia que existe entre el relato turístico y la ciudad real.
3 El taller de formación permanente (años 2005 y 2006) fue coordinado por Elisabeth Cunin, socióloga y antropóloga francesa vinculada al Instituto de Recherche pour le Développement (ird), en colaboración con la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena y la Corporación Cultural Noventaynueve.
4 La versión definitiva debe mucho a las observaciones realizadas por Christian Rinaudo y Elisabeth Cunin. A ellos, mis agradecimientos.
5 Si bien las imágenes y las representaciones provenientes de la crónica roja tienen un espacio importante en la ciudad, su circulación no alcanza aún la visibilidad de las imágenes asociadas al turismo, las cuales tienen presencia, en diversos medios y formatos, no sólo localmente, sino también nacional e internacionalmente.
6 Se suma la implementación, para el caso concreto de las poblaciones de origen africano, de proyectos como “La Ruta del Esclavo” y otras iniciativas de recuperación de memoria histórica y reparación.
7 Una detallada reconstrucción del proceso se encuentra en Cunin, 2003.
8 El título es un desarrollo de la expresión “fábrica de las imágenes que identifican” propuesta por Saskia Cousin (citada por Cunin y Rinaudo, 2005: 13) en el sentido de que “para ser una localidad turística, es necesario construir una imagen susceptible de ser reconocida por el turismo”.
9 Entre esos estudios merece especial mención el de Claudia Vidal Fortich (1998), el cual reconstruye, siguiendo las técnicas propias de la investigación historiográfica, los comienzos de la actividad turística en Cartagena.
10 Cartagena firmó el Acta de Independencia el 11 de noviembre de 1811.
11 El argumento es todavía ampliamente utilizado por quienes planifican y tienen la tarea de posicionar a la ciudad en el mercado turístico y empresarial internacional: está ubicada en la “esquina de Suramérica [que] en tiempos de la América española fue la Llave de las Indias”, según se lee a menudo en folletos y guías turísticas.
12 Véase, por ejemplo, el trabajo de Francisco Flores Bolívar publicado en Cali por el Departamento de Historia de la Universidad del Valle, titulado “Representaciones del Caribe colombiano en el marco de los debates sobre la degeneración de las razas: geografía, raza y nación a comienzos del siglo xx” (2008:1-19).
13 Según Báez y Calvo Stevenson (2000), en el periodo comprendido “entre 1967 y 1981 el número de habitaciones hoteleras de Cartagena aumentó cinco veces, de 500 a 2 500 aproximadamente. Fue ésta la época en que se erigió un buen número de los hoteles más conocidos de la ciudad: Las Velas, Cartagena Real, Capilla del Mar, El Dorado, Decamerón (antiguo Hotel Don Blas) y Cartagena Hilton, entre otros”.
14 De acuerdo con la Cámara Colombiana de la Construcción (Camacol), para octubre del 2008 se estaban proponiendo en Cartagena 101 proyectos de construcción, con el siguiente rango de costos: de 180 a 270 millones de pesos, 19 proyectos; de 270 a 350 millones, 31 proyectos; de 350 a 430 millones, 20 proyectos; de 430 a 577 millones, 17 proyectos; de 577 a 1 000 millones, 12 proyectos; más de 1 000 millones, 4 proyectos.
15 Entidad mixta encargada de coordinar localmente las actividades del sector turístico.
16 Palenquera es el nombre con el cual se designa a la mujer originaria de Palenque de San Basilio, pequeño pueblo localizado a unos setenta kilómetros de Cartagena. La fundación es atribuida a Benkos Biohó y su grupo de esclavos cimarrones.
17 La idea es desarrollada por Burgos y Gastelbondo (2008) en una investigación que constituye un importante antecedente para el presente ensayo.
18 Organización encargada de la promoción comercial de las exportaciones no tradicionales, el turismo internacional y la inversión extranjera en Colombia.
19 El subrayado es mío.
20 La movilización social y política de los actores “afro”, la valorización del cimarronismo dentro de ese proceso, el reconocimiento del multiculturalismo en la Constitución de 1991, la creciente importancia de los temas “afro” en la investigación social actual, la puesta en marcha de programas orientados a reparación y conmemoración por instituciones como la unesco, etcétera.
21 Un año antes, en 2004, el Ministerio de Cultura de Colombia había declarado a Palenque de San Basilio “Bien de Interés Nacional”.
Auteur
Universidad de Cartagena, Colombia
Profesional en lingüística y literatura de la Universidad de Cartagena, y docente investigador de esta misma universidad en la línea de análisis del discurso. En la actualidad adelanta estudios de doctorado en análisis del discurso y sus aplicaciones en la Universidad de Salamanca, donde su trabajo de investigación “La representación de Cartagena en el discurso turístico” recibió la calificación sobresaliente cum Laude. También participa como investigador en el proyecto internacional de investigación Afrodesc: Afrodescendientesy esclavitudes: dominación, identificación y herencias en las Américas (siglos xv-xxi). Incursionó en el periodismo desde 2002 como miembro del equipo de la revista Noventaynueve (Cartagena-Colombia), donde ha publicado crónicas y reportajes. En 2007 fue ganador del premio nacional de periodismo Semana-Petrobrás El País, contado desde las regiones, en la categoría mejor reportaje en prensa escrita o internet.
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