IV. Discurso turístico e historiografía local
p. 83-105
Texte intégral
1En la obra titulada Describir a la ciudad. La construcción de los saberes urbanos en la interacción y el texto, Lorenza Mondada dirigió su atención a los discursos que construyen la ciudad:
Describir la ciudad no constituye una actividad neutra, transparente o disyuntiva de la realidad a la cual se hace referencia. Es una actividad estructurante que construye sus objetos de discurso a través del modo en el que los organiza, los ubica en relación con los otros y les atribuye voces autorizadas o marginadas (Mondada, 2000).
2En este sentido, el objetivo no consiste en analizar las descripciones en sí mismas, sino en atender los procesos descriptivos de los diferentes actores sociales, así como su manera de concretarse discursivamente en formas específicas (orales, interactivas y escritas). Si bien los lugares de enunciación de la ciudad son varios, no son equivalentes: algunas voces se sedimentan en la repetición, mientras otras callan apenas se enuncian; algunas son hegemónicas y otras coexisten de manera heterogénea, competitiva o complementaria. Esta polifonía permite apreciar la ciudad desde un enfoque que
...consiste en reconocer y explicar las perspectivas particulares de los locutores sobre la ciudad, así como en elaborar temas a partir del punto de vista de ciertas categorías de actores; estos temas no son simplemente reconstruidos como tales, sino que tienen un carácter estructurante para las prácticas urbanas (ibid., p. 3).
3De esta forma, se vuelve objeto de análisis la descripción que hacen tanto los actores que construyen la ciudad como destino turístico como aquellos que elaboran un discurso erudito para contar su historia.
Descripciones turísticas de la ciudad y sus habitantes
4El tránsito por América Latina que hacían viajeros y cronistas extranjeros, característico del siglo xix, también sucedió en Veracruz, uno de los principales puertos por los que se entraba al continente o se salía hacia otros destinos. Existen muchas huellas escritas de las descripciones de la región y sus habitantes; las principales se recopilaron en una colección de once libros, coordinada por Martha Poblett Miranda, titulada Cien viajeros en Veracruz. Crónicas y relatos (1992).
5Algunos relatos de viaje han sido ya ampliamente comentados y analizados,1 y presentan una imagen de Veracruz como ciudad peligrosa, inhospitalaria e insalubre. De hecho, era considerada como un lugar lúgubre y de acceso difícil. A su vez, a la población se la describía como indolente y “durmiendo todo el día bajo los rayos de un sol atroz”, y perteneciente “a todas las razas mexicanas cuyo color varía desde el ocre hasta el ébano” (García Díaz, 2002c, pp. 215-238).
6El desarrollo del turismo como tal no empezó antes de los años 1920-1930, cuando las amenazas de fiebre amarilla parecían alejarse definitivamente y llegaba de Europa y Estados Unidos un movimiento a favor de la higiene y el deporte, el cual reconocía los méritos del sol y los baños marinos. Como lo explica Bernardo García Díaz, en esta época, Veracruz perdía su maligna y secular reputación de ciudad mortal para el visitante, y llegaba incluso a adquirir el carácter de saludable lugar de descanso” (García Díaz, 1998, p. 48). En esta misma época, llegan a Veracruz varias líneas de ferrocarril junto con la modernización de los transportes urbanos, el uso siempre más común de la energía eléctrica y la voluntad de hacer de la ciudad un destino turístico. Para este propósito fue revitalizado el carnaval, cuyas huellas históricas remiten a principios del siglo xvii. Así, la organización del carnaval corrió a cargo de clubes sociales y asociaciones de comerciantes y hoteleros, y su financiación por parte del municipio y el Gobierno del Estado de Veracruz, con el objetivo de atraer más visitantes a la ciudad y de transformar el acontecimiento en un fenómeno mediático y popular de renombre nacional e internacional (Guadarrama Olivera, 2002; Del Río Cañedo, 1948; Münch Galindo, 2005).
7A finales de la década de los 30 y principios de los 40, Miguel Alemán Valdés, en aquel entonces gobernador del estado de Veracruz (antes de acceder a la presidencia de la república en 1946), impulsó el desarrollo turístico promoviendo la adquisición de terrenos y la construcción de infraestructura turística como el Hotel Mocambo, considerado como el lugar idóneo “para las celebridades y los ricos que gustaban alojarse en lugares llenos de romance y tranquilidad”.2 Es precisamente a este tipo de clientes al que se dirige una de las primeras guías turísticas del estado de Veracruz, publicada en 1940 por la Asociación Mexicana de Turismo y la Secretaría de Gobernación. Proponía un itinerario titulado Viaje al país de las flores, que iba de México a Veracruz.
8En cuanto a la costa, el capítulo titulado “Alegría de Veracruz” insiste en las diversiones propias del turismo balneario y describe el ambiente de la ciudad como resultado de la mezcla entre el encanto colonial y las infraestructuras modernas:
En otras ciudades estarán las flores y los frutos, pero la alegría está aquí, en esta Veracruz marinera que tiende sus brazos por mar y tierra para la buena acogida del viajero [...] Comienza a ser alegre desde que se siente su sabor marino por las verdes llanuras que preceden al mar. Luego, cuando se la encuentra tan familiar, con las mesas en que se toma cerveza bajo los soportales de su Plaza de la Constitución, entre el Palacio Municipal y la Parroquia, o todas sus rejas y balcones abiertos a la noche, o sus pregones y sus trajes ligeros, se halla una tranquilidad de espíritu y corazón de las que recomiendan médicos y poetas. Desde el primer paseo por las calles [...] nos familiarizamos con el ambiente. El muelle con su mercado de caracoles y caprichos marinos; los viejos mesones [...] los itinerarios coloniales que se nos ofrecen por cualquier callejón con soportales o plaza evocadora; los tranvías que salen a cada rato hacia Villa del Mar, la playa que mañana y tarde se aprovecha como balneario y por la noche para bailar; las carreteras que van a Boca del Río, cercano lugar de recreo y de guisos típicos hechos con el pescado recién sacado del agua, y Mocambo, donde está instalado sobre un cerro, frente al mar, un gran hotel de tipo moderno... (Anónimo, 1940, pp. 24-26)
9Las numerosas fotografías que acompañan al texto enseñan, por un lado, representaciones estereotipadas de una población local alegre-los jarochos-cantando, tocando música o bailando. Con el nacionalismo posrevolucionario, los jarochos se deshicieron tanto de la connotación de pobres y campesinos como de la herencia africana. Presentan, entonces, una imagen blanqueada que evoca un linaje aristocrático, tanto en el color de la piel como en las posturas y el vestuario (Pérez Montfort, 2007a, p. 200).
10Por otra parte, esta guía incluye fotografías de turistas en trajes de baño y vestuarios de moda para las clases medias y altas de la metrópolis, que acuden a la costa para aprovechar este ambiente festivo y alegre, el clima tropical y los baños de mar en un paisaje idílico de arena fina, palmas y terrazas animadas a la orilla del mar.
11En esta guía, se construye una visión de las costas tropicales a partir de la mirada capitalina, libre de la evocación de la presencia africana y las raíces indígenas. Esta representación no se relacionaba todavía con el espacio cultural caribeño y atendía únicamente los placeres estivales de visitantes adinerados, refinados y “modernos” de la capital.
12Más recientemente, la política turística del estado de Veracruz se concentra de manera principal en las diferentes zonas arqueológicas del territorio, en particular en el sitio prehispánico de El Tajín, ubicado en la zona norte, y cuya Pirámide de los Nichos fue catalogada por la unesco en 1992 así como el ritual de los voladores de Papantla fue declarado patrimonio intangible de la Humanidad en 2009 (Pérez Espino, 2000). Siguiendo esta lógica, desde 2008 la campaña oficial de la Secretaría de Turismo y Cultura y de los Congresos del Estado de Veracruz usa un eslogan que gira en torno a la “sonrisa ancestral” de los habitantes de la entidad: “Veracruz, el estado que sonríe”.
13El texto de la campaña insiste en la dimensión idiosincrática de la población local, y se concentra en la raíz prehispánica de la cultura totonaca:
Los veracruzanos son alegres por naturaleza desde tiempos ancestrales. Su sonrisa eterna la llevan plasmada en el rostro, en el corazón y en su historia. Desde tiempos prehispánicos, la cultura totonaca brinda una sonrisa a propios y extraños.3
14De esta forma, el discurso dirigido hacia los turistas potenciales del estado de Veracruz hace énfasis en la alegría legendaria y ancestral de los habitantes de la entidad. Esta calidad turística se atribuye indistintamente a tres cualidades idiosincrásicas locales: primero, la herencia de la naturaleza y la cultura totonaca simbolizada en el rostro sonriente de una figurita prehispánica que fue descubierta en la región; luego, la tercera raíz dentro del marco de las campañas que se concentran en el Festival Afrocaribeño y, finalmente, en el mestizaje entre tres razas, promovido por la cultura popular urbana y, en particular, por el carnaval “más alegre del mundo”.
15En este contexto, se describe la ciudad de Veracruz como un destino turístico que invita a “festejar”, a “divertirse”, a “pasarla bien”. Esta especificidad del puerto como lugar visitado por su “característica alegría”, asociada a las raíces ancestrales de sus habitantes, alimenta el estereotipo atribuido a la población local. A su vez, los mismos habitantes y los profesionales del mito que viven del folclore urbano sobreactúan ampliamente este estereotipo frente a los extranjeros, y en particular alrededor de la plaza principal de la ciudad, como lo podemos ver en la etnografía del Puerto de Veracruz escrita por Flores Martos:
Dentro del estereotipo del jarocho, del habitante de Veracruz, elaborado desde la cultura nacional mexicana, se encuentra el rasgo de ser gritón, de hablar a voces. Como otros rasgos del ‘jarocho imaginario’, este también ha sido internalizado por la gente de la ciudad del presente, e incorporado a su reflexión o comentario sobre las particularidades del Puerto y del ‘carácter’ de su gente [...] Estos rasgos del ‘carácter’ jarocho son así convertidos en ‘mercancía’ de lo propio, de una identidad jarocha, bajo las retóricas del tropicalismo, atractiva para pensarse a sí mismo y proyectada ante extranjeros y visitantes (Flores Martos, 2004b, pp. 72 y 78).
16En las guías de viaje contemporáneas, folletos de agencias, presentaciones en línea y otros escritos publicitarios que elogian los méritos de la localidad, se hace énfasis en la asociación explícita o implícita entre la definición –festiva, alegre, convival, alborotadora-de Veracruz y sus habitantes, su ubicación dentro del espacio caribeño y los aportes de rasgos culturales, físicos y psicológicos heredados de la presencia africana. Por ejemplo, el Guide Bleu, referencia francesa en cuanto al turismo cultural de alta calidad, insiste en la importancia comercial del puerto colonial y en el carácter de sus habitantes:
Primera villa fundada por los conquistadores en la Nueva España, Veracruz fue, durante la época colonial, la única ventana abierta a Europa y su aduana fue, hasta el siglo xix, la única fuente de ingreso para la Tesorería mexicana. Sus habitantes, los jarochos, mestizos de españoles con indígenas y africanos muestran una alegría en particular en el carnaval, uno de los más brillantes después de los de Río y de Trinidad (Guide Bleu, 2005).
17De la misma forma, el Guide du Routard, que pertenece al mismo grupo de prensa Hachette, proporciona una concepción más bohemia del turismo cultural (turismo mochilero, alojamiento en casa de particulares, etc.). Sobre todo, hace énfasis en el encanto, la animación nocturna y el hedonismo tropical del lugar y de la población local:
En Veracruz, no hay muchas cosas para ver, pero la ciudad tiene su encanto con sus plazas bordeadas de palmas y su paseo por el Malecón. Reina sobre todo un ambiente muy cálido en los alrededores del zócalo hasta tarde en la noche. Es la ciudad de la música y la danza (influencia afro-cubana). Y si llegan a ir en febrero para el carnaval, es pura locura. No se visita a Veracruz por sus playas de arena gris, sino por sus encantos propios como los músicos callejeros de marimba, las danzas folklóricas, los vendedores de mariscos, la indolencia, la humedad y la sensualidad. También por la amabilidad de sus habitantes, los jarochos, alegres y abiertos (Guide du Routard, 2006).
18Paradójicamente, a pesar de que el turismo en México, y en particular en Veracruz, sea sobre todo un fenómeno nacional, como lo es en muchos países de América Latina (Raymond, 2004), existen pocas guías turísticas nacionales. En una edición en línea, el capítulo introductorio de TravelByMéxico, Guía tourística de México, describe a Veracruz como la cuna de la nación mexicana, insistiendo en la naturaleza jovial de los jarochos y “el encuentro entre dos mundos” (español e indígena) que, en México, remite principalmente a la diversidad de las culturas del mundo indígena.
En 1518, el capitán español Juan de Grijalva arriba al islote que llamó San Juan de Ulúa. Después, en las playas que se encontraban frente a dicho islote, es fundada por el conquistador español Hernán Cortés La Villa Rica de la Vera Cruz el 22 de abril de 1519. Podríamos decir que la ciudad y puerto de Veracruz fueron los primeros en dar luz a esta floreciente nación, por haberse convertido en punto de partida para la mezcla de dos mundos. Actualmente Veracruz brilla como uno de los más atractivos destinos turísticos gracias a su notable diversidad cultural, suntuosas construcciones, la música, el folklore y el sentir jovial de los ‘jarochos’, como también se les conoce a los veracruzanos.4
19Si las descripciones nacionales insisten en describir a Veracruz como lugar histórico del encuentro entre “dos mundos”, una guía temática local dedicada a la cultura del son presenta a su vez un paisaje más complejo, donde las diferentes influencias se relacionan con las raíces del mestizaje y los aportes culturales procedentes del Caribe:
La cultura del son se extiende por casi todo el litoral veracruzano, aunque con diferencias según la región de que se trata; rumbo al norte, el son huasteco marca con el violín un ritmo pausado y un tanto melancólico; mientras que en la región de Los Tuxtlas, el sur del Estado, el son campesino o abajeño es mucho más alegre, por la influencia de la cultura africana y antillana introducida en la región (Jiménez Illescas, 2002, p. 6).
20En cuanto a la ciudad de Veracruz, se destaca un párrafo histórico que pinta el contexto de llegada de las poblaciones de origen africano y su importancia en la formación de la cultura local nacida del mestizaje entre “tres mundos”: el español, el indígena y el africano. El autor de La ruta del son hace énfasis en la influencia de la zona costeña rural en la constitución de un “ser porteño” y su relación con la ciudad:
Otra migración substancial la integran los secuestrados de Africa, que constituyen la tercera raíz étnica de la costa veracruzana. Por el debilitamiento de la población nativa, arriba mano de obra en calidad de esclava. Desde el puerto se distribuían para el durísimo trabajo en las minas o para los ingenios de azúcar. Un siglo más tarde, en 1681, la mitad de los mil habitantes del puerto eran negros. Del intercambio erótico entre negros e indígenas nació el ‘jarocho’, vocablo que describe a la población rural de las llanuras costeras del sotavento. Será en la música jarocha, género que surge de este mestizaje [...] donde se funden los tres mundos que confluyeron en los campos veracruzanos desde la época de la conquista. Su cultura, de claros tintes vaqueros y campesinos, fue un ingrediente central en el ser porteño. (Jiménez Illescas, 2002, p. 58).
21Se pueden destacar varios elementos de análisis en estos ejemplos. En primer lugar, podemos observar el cambio que se opera entre la descripción de los años cuarenta y la del periodo contemporáneo. Desde entonces, se hacía ya énfasis en el ambiente alegre y hospitalario de la costa y la ciudad, contrastando con la mayoría de los relatos de viajes del siglo xix. El del comerciante inglés William Bullock, por ejemplo, describía a Veracruz como “el lugar más desagradable de la tierra” y “menos saludable del mundo”, que hacía “temblar de horror” a los extranjeros “cada hora que permanecían intramuros” (Bullock, 1992, p. 42).
22El discurso turístico siempre trata de destacar y valorar los encantos de los destinos por visitar. Pero desde la emergencia del discurso turístico en torno a Veracruz, son tanto el ambiente festivo y amistoso como la alegría de los habitantes los que constituyen los elementos centrales del atractivo del destino jarocho. Sin embargo, el enfoque en el mestizaje de la población para enfatizar esta característica local de la ciudad y de la región costeña es reciente. Se hace énfasis en los diferentes orígenes, las influencias africanas y afrocubanas relacionadas con la historia de la esclavitud y las circulaciones culturales en el espacio caribeño, así como en la riqueza de sus expresiones. Desde este punto de vista, el discurso turístico enfocado en Veracruz y sus habitantes sigue las representaciones de la identidad local tal como se manejó en el capítulo anterior. Quedan por estudiar, entonces, las formas en las cuales estos elementos de descripción que conforman una visión “desde afuera” están presentes en la narración historiográfica.
Veracruz en los relatos historiográficos
23Existe en Veracruz un corpus importante de libros sobre la ciudad, que relatan anécdotas, leyendas, escenas de la vida cotidiana, y presentan personajes pintorescos, eventos específicos, impresiones personales o comentarios. Por lo general, estas obras no pretenden proporcionar un análisis académico, distanciado de la historia local, y la mayor parte de las veces están escritos en un tono de complicidad entre autores y lectores que comparten una “identidad” común. Estos relatos se inscriben dentro de una tradición inspirada en la obra de José María Esteva, Tipos veracruzanos y composiciones varias, publicada en 1894 y retomada en los años 1940-1950 por grupos literarios como el Ateneo Veracruzano o Generación.5 Estos textos tienen en común un modo muchas veces romántico y nostálgico de pintar el mundo popular de Veracruz (la música, la danza, el carnaval, el deporte, etc.). Por lo tanto, contribuyen también a forjar una visión autorreferenciada de la “identidad jarocha”, que descansa ampliamente en la inversión del estigma atribuido a los habitantes de la costa y al énfasis en la “mezcla de razas”. Desde afuera, esta mezcla se narró en los relatos de viajes del siglo xix y, posteriormente, se ignoró durante el periodo de blanqueamiento del estereotipo jarocho. Un ejemplo de esto se encuentra en una de las obras del escritor y político Anselmo Mancisidor Ortiz, titulada Jarochilandia y publicada en 1971. En el prólogo, este autor, conocido por su participación activa en la Revolución Mexicana (Guadarrama Olivera, 2008), justifica de la siguiente manera el título de Jarochilandia, palabra compuesta del vocablo “jarocho” con el anglicismo “landia” (tierra jarocha):
Jarochilandia representa la expresión del verdadero carácter veracruzano. Lo he escrito con todo cariño y dedicación a esos que dejaron en este amado jirón de suelo mexicano algo de su yo, algo de su alegre carácter; a esos cuya existencia ha contribuido para que se nos considere como un pueblo amante de la alegría, la jocosidad, la algazara, la hospitalidad y sincera amistad que brindamos a todos aquellos que nos visitan y nos tratan [...] Jarochilandia habla de los jarochos, de su modo de ser, de los avecindados que unieron su buen humor al de los hijos de estas tierras costeñas, que han contribuido a ganarnos la fama de humanos, nobles, sinceros, francos y leales [...] Estas tierras costeñas, de sofocante clima cálido, con sus rayos de sol abrasadores, fueron inhospitalarias, habitadas tan sólo por gente bravia y peleadora, pobladas además por toda clase de animales y fieras salvajes, reptiles repugnantes y venenosos, y solamente hombres que tuvieran el atributo de jaquetones, bravucones y malhablados pudieron sentar sus plantas en estas tierras. De la mezcla de dos razas bravias nacimos los costeños; lo dicharachero lo debemos a los hijos de Andalucía (Mancisidor Ortiz, 2007, pp. 23-24).
24Con este libro, Mancisidor contribuyó ampliamente a la impresión de un estilo esencialista, asumido como tal dentro del universo semántico y narrativo de la reapropiación local del tropicalismo,6 que consiste en afirmar con orgullo la propia identidad exótica. De esta manera, describe una galería de personajes pintorescos de varios orígenes, entre los cuales se encuentran tipos populares tales como los que describe Benítez Rojo: “el bohemio cubano Pepe Frade”, el “violinista ruso”, “Tanis [...] de lustrosa piel de ébano [...] llevando atravesado sobre uno de sus hombros un largo tubo galvanizado con el que interpreta diversas melodías, reminiscencias de cantos manigüeros, importados del África” (Mancisidor Ortiz, 2007, p. 269), o la “bella negra Belem”:
Entre la festiva y galante tropa de hermosas sirenas que desbordaban alegría por algunos rumbos de la ciudad, militaba la guapa Negra Belem, real hembra, dicharachera como ninguna, cuyo lenguaje, muy peculiar, iba adornado invariablemente con la flor y nata de la picardía veracruzana [...] La hermosa Negra Belem, toda esbeltez y majestad al caminar, de almendrados ojos negros, muy expresivos bajo la suave y oscura seda de sus espesas pestañas, con aquella su boca de labios sensuales, tan húmedos y rojos como un clavel, soltaba sus gracejos sin la más mínima intención de ofender. Siempre risueña y alegre, toda ella desbordaba simpatía y amistad, ya entre hembras, ya entre machos. Hija auténtica de este solar veracruzano, era muy popular y muy querida por todos cuantos la conocían (Mancisidor Ortiz, 2007, pp. 61).
25Nuestra intención no es realizar un inventario de estos tipos populares y este modo de narración, que se encuentran en muchas otras producciones de este tipo.7 Se trata más bien de hacer énfasis en este discurso en torno a la identidad, que contribuye a perpetuar la representación de una identidad local con el estereotipo positivo. Esta identidad usa tanto la reivindicación de un mestizaje local y popular como la valorización de la raíz africana descrita como su aporte principal. Por ejemplo, Tanis, “el negrito de mi relato que anda por las calles Veracruz siempre acompañado de su ‘tubófono’” dice Mancisidor, se presenta como “el último de los plañideros que quedaron en estas tierras como herencia de aquellos negros traídos del continente africano, y que al romper sus cadenas de opresión en tierra jarocha, nos legaron sus costumbres tribales” (Mancisidor Ortiz, 2007, p. 270). Con este tipo de retratos, Mancisidor usa un resorte retórico que le permite hacer énfasis en la coexistencia de conceptos extremadamente opuestos en términos analíticos: el “mestizaje” y la “negritud”. Tanis representa tanto al “negrito”, descendiente de esclavos, como a esta raíz africana, fuente del carácter particular del “nosotros”, “mestizo”, “jarocho”, tan autoproclamado y valorado.
26Esta postura y compromiso personales acerca del énfasis en el afromestizaje y la cultura popular regional se encuentran también, aunque de otra forma, en los relatos históricos más académicos. En este periodo, se puede observar un movimiento de renovación de la historiografía local por parte de una nueva generación de historiadores universitarios. De manera general, este movimiento se ubica dentro de una tendencia nacional que pretende, a partir de los aportes de la Escuela de los Anales y las metodologías desarrolladas por las ciencias sociales, “trasladar al pasado las perplejidades del presente” para producir “una lectura inteligible de la estructura económica y social, de los ciclos económicos, de las disparidades entre el sistema productivo y la población, de las desigualdades entre las clases sociales y de las diferencias entre diversos espacios y tiempos” (Florescano, 1997, p. 29).
27En el ámbito local, este movimiento consistió, en primer lugar, en distanciarse de la visión del pasado, elaborada a partir de la nostalgia de un tiempo ido, como se leía en las obras de los cronistas locales. Pero, fundamentalmente, a partir de la renovación historiográfica, ya que este movimiento tenía como objetivo no limitar el relato histórico a los únicos aspectos políticos, militares o diplomáticos de una historia contada desde el centro de la nación, sino abarcar un campo todavía poco trabajado por los estudios universitarios. La intención era hacer énfasis en las especificidades regionales, las prácticas culturales, las luchas sociales y las acciones colectivas, desarrollando a la vez investigaciones con problemáticas más amplias. Historiadores como Antonio García de León, Alfredo Delgado, Bernardo García Díaz, Ricardo Pérez Montfort, Alvaro Alcántara y Horacio Guadarrama participaron en este movimiento de renovación de la historiografía desde finales de los años ochenta:
En esa época apenas estaba despuntando la historia regional, ya había algunos productos por ahí pero ya se estaba cambiando esa visión centralista de la historia y ver que en realidad la historia de Veracruz era más que eso, más que esos grandes momentos de la invasión americana y de la invasión del’47, cuando Juárez había estado, cuando Carranza, digamos los momentos cumbres, que eran momentos pues cumbres pero escondían una serie de cosas (entrevista con Horacio Guadarrama, octubre de 2009).
28Es precisamente en este contexto que nació un proyecto de renovación del Museo de la Ciudad de Veracruz, inaugurado en noviembre de 1970 en un antiguo edificio colonial. Pero después de un periodo de auge, la administración municipal lo dejó en el abandono. La renovación la inició Luz María Montiel-a cargo de la Dirección del Patrimonio del ivec— cuando el museo estuvo temporalmente bajo la tutela del Gobierno del Estado de Veracruz. Aunque modestamente, los historiadores empezaron en esta época a introducir nuevos elementos historiográficos, junto con lo que había forjado la visión de Veracruz en México: su descripción como ciudad “cuatro veces heroica”, por su resistencia ante las diversas invasiones extranjeras a lo largo del siglo xix y principios del xx. Además, se reunieron materiales museográficos acerca de la historia del carnaval, el movimiento inquilinario, las diferentes olas migratorias, las circulaciones culturales en el espacio caribeño, etc. Sin embar go, el elemento más emblemático de esta primera renovación del museo fue la inauguración de lo que se presentó como la primera sala dedicada a la esclavitud en un museo mexicano. En aquel entonces suscitó una importante polémica y una fuerte resistencia por parte de las autoridades municipales, en particular del presidente municipal:
Una cosa interesante que cabe destacar es la sala de los Africanos, porque esa era la mano digamos de Luz María, que ese fue un punto donde fue muy álgida la discusión sobre todo con la oligarquía del Puerto, porque, yo platicaba mucho con Luz María y ellos le decían, pues bueno por qué quieren imponer esa sala de negros si aquí nunca hubo negros, decían ellos, y yo le decía, pues que [el presidente municipal] nunca se ha visto en el espejo, es un tipo moreno, chino, labios gruesos, o sea aunque es de la oligarquía obviamente había ahí resabios de esa cultura [...] Y entonces bueno, finalmente a punta de fregadazos se inauguró eso y se quedó la sala de la negritud en donde se veía el famoso triángulo entre África y América, el tráfico con la ruta triangular y bueno esa fue una aportación que a mí me pareció muy importante [...] que sí le abrió los ojos a mucha gente que decía, ¿Qué aquí hay negros en Veracruz? Y como que era algo inconcebible... (entrevista con Horacio Guadarrama, octubre de 2009).
29Después de esto, el Museo de la Ciudad volvió a ser administrado por el municipio, que ya no se interesaba por él y lo dejó casi abandonado; la sala dedicada a la historia de la esclavitud y las poblaciones negras terminó desmantelada. Al final de los años noventa, el municipio de Veracruz inició una nueva renovación del museo con el apoyo de varios historiadores de esta nueva generación, entre otros Horacio Guadarrama, Bernardo García Díaz y Ricardo Pérez Montfort. Con el uso de herramientas museográficas que hacían énfasis en la imagen (videos, fotografías, cuadros, presentaciones multimedia), estos historiadores buscaron introducir nuevos conocimientos históricos respecto a la ciudad, que se habían producido en los últimos quince años. Hicieron énfasis en el mundo obrero, la cultura y los barrios populares, la expansión urbana y sus consecuencias, el desarrollo industrial y las transformaciones del sindicalismo, la ubicación de Veracruz en el Caribe, etcétera.
30En la primera renovación del museo, todos estos elementos, con excepción de la sala dedicada a la esclavitud, eran todavía marginales frente a la tendencia historiográfica de la narración de los “hechos y hombres relevantes”.
31Con la nueva inauguración, en diciembre del año 2000, el museo empezó a dedicar un espacio importante a la cultura popular jarocha y específicamente urbana, como podemos verlo en la elección de los instrumentos de música que pertenecen al mundo del son jarocho (jarana, harpa, requinto), a la música afroantillana (congas, bongos, marimbol, maracas), al universo cultural africano e indígena (marimba) y al europeo (instrumentos de cuerdas). Pero ahora, en vez de insistir en la frontera socioracial entre los personajes ilustres de la historia política, militar y diplomática de Veracruz de un lado y los “olvidados” de esta historia (los esclavos y sus descendientes en la ciudad y la región) del otro, se hizo énfasis en una cultura local marcada por el mestizaje y las influencias diversas del mundo popular. Esta perspectiva se inspiró ampliamente en los análisis y las huellas que dejó el historiador Antonio García de León en su obra de renovación de la historiografía local. Lo anterior puede observarse en el texto del cartel titulado Nuestra Cultura Popular:
Durante los siglos xvii y xviii el litoral veracruzano formaba parte del llamado Caribe afro-andaluz, conjunto de rutas de mar que comprendía las Islas Canarias, el arco de las Antillas y la costa continental de la cuenca del Caribe y del Golfo de México. Se creó así una comunidad cultural que compartía y recreaba un cancionero lírico-musical, indumentaria, gastronomía y fiestas populares con rasgos semejantes. Algunas de estas influencias se reflejan en una de las fiestas que identificarían al jarocho: el fandango. Ya desde el siglo xvii se llevaban a cabo celebraciones que constituyen antecedentes remotos del carnaval en Veracruz. De raíz africana, se cantaba y bailaba El Chuchumbé-censurado por sus burlas de los asuntos de la fe cristiana. De origen español, se realizaba la fiesta Corpus Christi, con su desfile de mojigangas por las calles de la ciudad. Por su parte, la gastronomía porteña recibe y combina elementos de las tradiciones alimentarias prehispánicas, españolas y caribeñas.
32Como se puede ver, el discurso historiográfico propuesto en esta última versión de la museografía insiste particularmente en el mestizaje de la cultura popular de la costa veracruzana y sus diferentes “raíces”. Al mismo tiempo, hace énfasis en la formación de una cultura popular en las primeras décadas del siglo xx. Esta cultura se describe como específicamente urbana (música de influencia antillana, carnaval, beisbol) y propia de los barrios populares de Veracruz, como él de La Huaca. La cultura popular así erigida en emblema se presenta como un “Barrio de aguardiente y faca, de negros y pescadores”:
Una de las particularidades que definen a la ciudad de Veracruz es la gran fuerza y energía de su cultura popular. Ésta, que es añeja, tendría durante la primera mitad del siglo xx un florecimiento particular, como se advierte en el desarrollo de la música popular, el carnaval, la sociabilidad de los barrios, y aún en una práctica no comercial y masiva del deporte, en especial el béisbol. La cultura musical porteña de carácter popular, de evidente corte antillano, vivirá uno de sus mejores y más prolíficos periodos a partir de la tercera década del siglo xx. No sólo surgieron un sinnúmero de grupos musicales e intérpretes solistas fenomenales –como Toña la Negra–, sino también de compositores, arreglistas y letristas de danzón, son y bolero, entre otros géneros. A ello se agregaría la inspiración que el puerto provocó en diversos compositores nacionales, como el caso del extraordinario Agustín Lara. El carnaval que –por iniciativa de las clases acomodadas– se comenzó a celebrar en forma ininterrumpida desde 1925, el pueblo lo viviría rápidamente no como una celebración que se le organizaba, sino como una fiesta que se otorgaba a sí mismo. Privilegiadas sedes de la cultura popular serían los barrios, que fueron lo mismo la incubadora de la efervescencia social que el vivero de donde saldrían intérpretes y músicos inolvidables, peloteros de fama mundial y las comparsas más rumbosas del carnaval. Dentro de ellos destacaría el de La Huaca, barrio bravo: “Barrio de aguardiente y faca, de negros y pescadores” como escribiera Paco Píldora.
33En el próximo capítulo veremos lo que está en juego en cuanto al reconocimiento y la patrimonialización del Barrio de La Huaca, así como su definición como “negro” y/o “mestizo”. Pero para terminar este análisis de las descripciones de la ciudad, podemos decir que no dejaron de hacer énfasis en las fronteras étnicas, el mestizaje y las diferencias que lo caracterizan como específico, refiriéndose permanentemente a sus diferentes “raíces”. En este caso, las descripciones de los viajeros y cronistas extranjeros en el siglo xix, observadores de la vida local, la preocupación por pintar una sociedad de castas, la curiosidad por “la mezcla de razas”, el interés por la descripción de rasgos físicos asociados a disposiciones psicológicas operan como elementos de un relato a través del cual se cuenta la aventura del viajero en tierra tropical, tanto exótica como inhospitalaria. Más recientemente, la influencia africana de los jarochos en las descripciones turísticas de la ciudad constituye ahora una atracción para los visitantes. Como dicen las guías, no vale la pena ir a Veracruz por sus playas o su patrimonio histórico, sino más bien para aprovechar el hedonismo tropical y la alegría de sus habitantes, que se asocia a estas raíces negras e indígenas y a este mestizaje específico.
34En el caso de la historiografía académica, la problemática de la influencia africana se ubica en otro contexto, pues a partir de una manera de escribir la historia de Veracruz que se limitaba al relato de los asaltos piratas o a la defensa de esta ciudad “cuatro veces heroica” frente a las invasiones extranjeras, propone una nueva mirada, desde la cultura urbana, a una historia olvidada por la historiografía tradicional. Este fue uno de los retos principales de las renovaciones del Museo de la Ciudad y el compromiso de varios historiadores en los años 1980-2000, deseosos de presentar una historia cultural y social de Veracruz, sus barrios populares, su carnaval, su música y su ubicación en este espacio caribeño llamado afromestizo o afroandaluz.
35Así, el análisis de estas diferentes formas de describir la ciudad permite confirmar la evolución de la representación de la identidad local, cuya dinámica parcialmente impulsada por la creación de una política cultural en los años ochenta fue el motor principal. Sea en las presentaciones turísticas de la ciudad o en los relatos historiográficos, se realiza una transición desde una ausencia de referencia al afromestizaje –e incluso una ignorancia, indiferencia, y a veces hostilidad respecto a los aportes de las poblaciones negras a la cultura local– hasta la constitución de marcos narrativos donde la “raíz africana del mestizaje” constituye ya uno de los elementos centrales de la definición de la ciudad, su cultura popular y su ubicación en el espacio caribeño. Veremos en los siguientes capítulos cómo estos marcos, culturales y turísticos –con énfasis a veces de la dimensión africana de la cultura “jarocha”–, no impiden para nada la reproducción de discursos racistas en la vida cotidiana donde los “morenos” pertenecen a las clases marginales de la ciudad. Además, crean una discrepancia cada vez más aguda entre la valoración del afromestizaje propia de los discursos académico-culturales y el rechazo expresado en términos racistas.
Notes de bas de page
1 Ver, por ejemplo, De los Arcos, 1992; Pasquel, 1979; García Díaz, 2001, 2002c; Pérez Montfort, 2001; Dugast, 2008.
2 Véase Historia del Hotel Mocambo, folleto informativo distribuido por el Hotel Mocambo, Veracruz.
3 Presentan nacionalmente la campaña promocional “Ven a Veracruz, el estado que sonríe”, Conferencia de prensa, México DF, 30 de julio de 2008.
4 http://www.travelbymexico.com/veracruz (consultado el 26 de noviembre de 2009).
5 Podemos señalar el libro de Rafael Domínguez titulado Veracruz en el ensueño y el recuerdo (Apuntes de la vida jarocha), publicado en 1946; el de Eduardo Turrent Rozas, Veracruz de mis recuerdos publicado en 1953; o el de Edmundo Fentanes Beauregard, Sensaciones y estampas veracruzanas, publicado en 1954.
6 Sobre el análisis crítico de la ideología tropicalista –en la línea del orientalismo de Edward Said (1980)– y su forma de pintar la cultura caribeña desde las capitales del mundo occidental, véase Benítez Rojo, 1983, con las figuras de la “nativa”, la “indígena pintoresca”, la “negra contenta”, la “mulata sensual” o la “criolla barroca”.
7 Dentro de esta abundante literatura, podemos señalar a González, 2007; Beltrán y Rivas Paniagua, 1991; Cazares Vergara, 1989; Lorenzo Camacho, 1991; Rivera Azamar, 1998; Cordero Medina, 2004, 2006, 2008; LLarena y del Rosario, 2008.
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