Solidaridad sistémica, solidaridad de proximidad y equidad de género : una lectura desde América Latina
p. 73-94
Texte intégral
Introducción
1El presente documento ofrece una reflexión sobre el tema propuesto por este coloquio : la relación entre la equidad de género y la economía solidaria. Frente a la pregunta que titula el coloquio, sobre si la economía solidaria puede ser feminista, me adelanto a la respuesta y sostengo que no solo puede, sino que no tiene otra alternativa. Más bien la pregunta que guía la presente reflexión es ¿cómo la perspectiva de economía solidaria puede articular la perspectiva feminista ? Para esto es importante iniciar esta reflexión con el contexto político en que se despliega la articulación entre el movimiento feminista y el movimiento de la economía solidaria.
2El paso del siglo XX al siglo XXI está escenificando una nueva versión del doble movimiento formulado por Karl Polanyi en 1957. Tras las conquistas políticas de reconocimiento de los derechos humanos y ciudadanos, y de la democracia como forma superior de organización política a lo largo del siglo XX, las últimas décadas de este siglo se caracterizaron por una arremetida de la ideología neoliberal y retrocesos de las conquistas sociales.
3El contramovimiento no se hizo esperar y el inicio del siglo XXI presenció la emergencia de nuevos movimientos antiglobalización neoliberal, de defensa del medio ambiente, de la economía social y solidaria, a los cuales se sumaron los movimientos feministas, indígenas y de jóvenes que hicieron su debut en décadas anteriores.
4Pese a sus diferentes motivaciones, matrices ideológicas y discursivas, estos movimientos convergieron en la denuncia de la deshumanización e insostenibilidad del orden económico hegemónico. Es en este marco que el manifiesto de la convivialidad, la otra economía, el movimiento de la economía solidaria y el comercio justo, el slow growth, slow food y las economías de proximidad proponen un modelo alternativo de organización política de la sociedad y de la economía.
5En el caso de América Latina, el movimiento feminista emergió en la década de 1960 en el seno de movimientos sociales nucleados en contra de la explotación de clase y a favor de la democracia y los derechos humanos. Su inscripción en el campo popular y su referente político en la izquierda marxista definieron una identidad colectiva con fuertes afinidades con las luchas por la democratización política, social y económica. Gracias al movimiento feminista y a la acumulación histórica de las luchas por los derechos de las mujeres, la equidad de género ha ocupado un lugar privilegiado en la agenda pública en las últimas décadas.
6El encuentro entre el movimiento feminista con otros movimientos y, en específico, con el movimiento solidario ocurre en un contexto sui géneris en América Latina. En el campo político, presenciamos la emergencia de nuevos gobiernos de izquierda y la presencia de mujeres líderes y tomadoras de decisión en los niveles más altos de gobierno. Se trata de gobiernos cuya fuerza política y legitimidad están, precisamente, en la crítica a la ola neoliberal que dominó la década de los noventa en estos países y que tuvo como resultado el incremento de la pobreza y de la desigualdad social. En el campo económico, la bonanza económica y la holgura fiscal en la región impulsadas por el incremento de los precios de la exportación de materias primas, pilar de los patrones de desarrollo de los países de la región, contrasta con la crisis financiera y social que viven los países del norte.
7Las innovaciones discursivas, constitucionales y jurídicas impulsadas por gobiernos progresistas y el reconocimiento de nuevos actores sociales históricamente excluidos del escenario político – como los pueblos indígenas – significaron para el mundo una promesa de transformación hacia un nuevo orden más solidario e inclusivo. Por ejemplo, en Bolivia la Constitución Política del Estado aprobada en 2009 incluye innovaciones políticas, sociales y económicas. La carta magna establece el reconocimiento, protección y promoción de la economía plural constituida por cuatro formas de organización económica : comunitaria, social-cooperativa, pública y privada ; y las cinco generaciones de derechos : civiles, políticos, sociales, colectivos y ambientales. En relación a la equidad de género, la Constitución boliviana contiene alrededor de 30 artículos referentes a los derechos de las mujeres.
8Pese a las brechas entre discurso y práctica de estos gobiernos, podemos afirmar que los países de América Latina se comprometieron a profundizar la democracia. Sin embargo, la historia reciente nos enseñanda que el reconocimiento formal de la igualdad entre hombres y mujeres mediante la equiparación de derechos en el mundo público y del trabajo no es suficiente. Asimismo, se muestra que es difícil sostener luchas por demandas de reconocimiento cuando no se ha alcanzado todavía un umbral material o de bienestar tolerable. De igual manera, el tiempo ha mostrado que el compromiso jurídico con la inclusión y la equidad social no es suficiente para la consolidación de espacios públicos de debate razonado y deliberación participativa, para la democratización de la economía y la política, y menos aún, para el accionar coherente del Estado en relación a estos compromisos.
9La reflexión en el presente texto empieza con una revisión de la reflexión feminista sobre la economía y, en específico, las contribuciones sobre la unidad doméstica como una institución política, económica y social igualmente importante al mercado y al Estado. En seguida, se hace una revisión de la perspectiva de economía solidaria con especial énfasis en la relación entre solidaridad sistémica y de proximidad en América Latina. En el tercer acápite se analiza el caso de las organizaciones de asociaciones de producción en Bolivia a la luz de las siguientes interrogantes : ¿Cuáles son las potencialidades y limitaciones de la solidaridad de proximidad para promover la equidad de género ? Y ¿cuál es el rol de la solidaridad sistémica para la equidad de género especialmente en los países con alta informalidad y precariedad laboral y social ? Finalmente, se presentarán las conclusiones sobre los desafíos teóricos y políticos para la convergencia entre la perspectiva feminista y la perspectiva de la economía solidaria.
La reflexión feminista de la economía
10La reflexión feminista cuestionó la separación entre esfera pública y privada al mostrar su estrecha relación en la estructuración de las relaciones de poder y de dominación masculina que, entre otras dimensiones, definen la división del trabajo remunerado y no remunerado, y su valoración jerarquizada. Varias investigaciones empíricas argumentaron que la desigual distribución de responsabilidades, del trabajo y de los recursos entre hombres y mujeres en la unidad doméstica constituye una de las principales barreras para la participación económica, social y política de las mujeres en igualdad de condiciones. También evidenciaron la resistencia cultural y social a la redefinición de los roles de género tanto al interior de las unidades domésticas, como en el mercado de trabajo y en otras esferas de la sociedad (Anderson 1991 ; Farah 2002 ; Wanderley 2003).
11Estos análisis mostraron que las realidades sociolaborales de hombres y mujeres están constituidas tanto por las actividades orientadas a generar ingreso como por las vinculadas con la reproducción de las familias y las comunidades. Ambas actividades (remuneradas y no remuneradas) son reconceptualizadas como trabajo al requerir esfuerzo físico, emocional y psicológico, y disponibilidad de tiempo en procesos de agregación de valor. Esto condujo a redefinir el concepto de economía como el conjunto de actividades de producción y consumo necesarias para la vida humana, independientemente de su valor de compra e intermediación del precio (su nivel de mercantilización). En otras palabras, el concepto de trabajo desde la perspectiva feminista no se restringe a las actividades generadoras de ingreso pues aunque las actividades en el ámbito de los hogares y comunidades no se intercambien vía mercado, son indispensables para la reproducción de las personas, familias, y la sociedad en general.
12Esta reflexión problematizó la organización social del trabajo de cuidado y del trabajo generador de ingreso, tanto al interior de las unidades domésticas como en la sociedad. Por tanto, una contribución principal del feminismo es la redefinición del concepto de economía no restringida al mercado y visibilizar al hogar y a otras esferas no mercantiles como instituciones económicas de generación, distribución y consumo de bienes y servicios fundamentales para la sociedad ; y al mismo tiempo, como espacios reproductores de relaciones sociales de género.
13Un primer grupo de estudios feministas mostró la salida de las mujeres de la esfera “privada” de los hogares y su creciente incorporación al mercado de trabajo y al mundo “público” (Benería y Roldán 1987 ; Arriagada 1990 ; Borderías, Carrasco Alemany 1994). En contraposición a la perspectiva neoclásica – que define el mercado como un mecanismo abstracto de maximización de recursos que tiende a la eficiencia y que, por tanto, el lugar que ocupan las mujeres y los hombres en el mercado de trabajo responde principalmente al principio de diferencias de productividad. Estos estudios mostraron que el mercado es una institución constituida por prácticas sociales entre agentes imbricados en marcos sociales y culturales, que no se comportan únicamente como agentes atomizados y que buscan maximizar sus utilidades. Amplias evidencias revelaron cómo las decisiones de contratación, las oportunidades de capacitación y movilidad laboral, y la definición salarial de hombres y mujeres, no están exentas de costumbres, prejuicios y estereotipos socialmente estructurados. Las construcciones de género y prácticas de discriminación en el mercado de trabajo explican parte importante de la segregación ocupacional y las brechas de ingreso entre unos y otras.1
14La perspectiva feminista de la economía aportó contribuciones seminales al análisis de las unidades domésticas en tanto institución económica : espacios de producción, distribución y consumo. Desde la crítica a la perspectiva neoclásica y con base en evidencias empíricas sobre las dinámicas al interior de las unidades domésticas y su relación con el mercado de trabajo, los estudios feministas desarrollaron herramientas analíticas para comprender la construcción social de la economía, del trabajo, del mercado y del hogar. Espacios en los que las relaciones de género son uno de los pilares centrales.
15Estos estudios cuestionaron las explicaciones neoclásicas sobre la familia y la división sexual entre hombres y mujeres. Hasta los años 60, la teoría neoclásica sólo se ocupó de la producción mercantil y el trabajo remunerado. Pero, con el estudio de Gary Becker A Treatise on the Family (1991), se introdujo una nueva línea de reflexión : la Nueva Economía de la Familia (NEF), que buscó mostrar cómo la familia distribuye el tiempo de trabajo entre el hogar y el mercado, y cómo luego reparte los recursos y productos eficientemente para maximizar la satisfacción de las necesidades colectivas. A partir del concepto de ventajas comparativas de la teoría de comercio internacional, Becker argumentó que la producción de bienes y servicios, dentro y fuera del hogar, es más eficiente cuando uno de los miembros se especializa en la producción en el mercado y el otro se especializa en la producción en el hogar. Este análisis conduce a considerar que el modelo de familia biparental, en que el hombre se especializa en la producción en el mercado mientras la mujer lo hace en la producción en el hogar, sería el arreglo más eficiente para maximizar las utilidades colectivas de la familia, en tanto cada uno obtenga mayor retorno monetario o beneficios en sus respectivos trabajos.
16La NEF situó el análisis de la producción en el hogar al mismo nivel conceptual que el trabajo remunerado transformando el concepto del hogar : de espacio únicamente de ocio y recreación a espacio de producción de bienes y servicios socialmente necesarios. Así, el hogar pasó a ser definido, por la teoría neoclásica, como un espacio que combina la producción de bienes y servicios para el consumo con el ocio y la recreación. Igualmente importante fue la idea de que el factor tiempo es limitado y que las personas deben distribuirlo entre actividades mercantiles remuneradas, actividades domésticas no mercantiles y actividades de descanso y recreación. Esta proposición significó un avance en relación con la teoría neoclásica tradicional, en sentido de que el tiempo no dedicado al trabajo remunerado dejó de ser identificado como ocio. Además, la idea del tiempo como recurso escaso implica que debe ser distribuido entre distintos trabajos ; por tanto, la teoría ahora enfatiza la interrelación entre las esferas del hogar y del mercado de trabajo.2
17La crítica feminista más radical a la perspectiva neoclásica de la familia se centra en la premisa del actor maximizador de utilidades que sostiene el modelo explicativo de la división sexual del trabajo de la NEF. Este a priori excluye los condicionantes sociales y culturales de los comportamientos diferenciados de hombres y mujeres. En otras palabras, la crítica apunta a que los condicionamientos estructurales de los comportamientos de los actores se mantienen exógenos al modelo neoclásico ; es decir, no son objeto de explicación. Esta operación es efectuada con la construcción de funciones de utilidad diferenciadas para hombres y mujeres en que se naturaliza prioridades ocultando su carácter de constructo social : los hombres buscarían maximizar ocio y remuneración mientras las mujeres buscarían maximizar la crianza y los trabajos del hogar.
18Esta forma de construcción del objeto de investigación fue cuestionada por el pensamiento feminista debido a la naturalización de los roles de género. Las limitaciones del principio explicativo de la eficiencia y del supuesto de racionalidad instrumental de actores atomizados y orientados a maximizar su bienestar individual (diferenciados por el sexo) no permiten comprender las relaciones sociales y de poder dentro de los hogares y los mandatos normativos que estructuran sus comportamientos. Por lo tanto, este enfoque no pregunta ni puede analizar cómo la posición inferior de las mujeres en el hogar, en el mercado y en la sociedad se reproduce a través de estructuras sociales patriarcales. Estos estudios evidenciaron las limitaciones de la visión del hogar como una unidad homogénea donde no caben las diversas dinámicas generacionales y de género ni las diferencias de poder, intereses, expectativas, responsabilidades y bienestar a su interior. La comprensión de los hogares como unidades heterogéneas permitió entender, por un lado, cómo el sexo, la edad y la clase social son ejes estructuradores de la división del trabajo y de las identidades de género dentro y fuera del hogar, y, por el otro, la interacción cotidiana entre cooperación y conflicto. Desde esta perspectiva se argumenta que los hogares son espacios dinámicos que varían en el transcurso del tiempo y a partir de los ciclos de vida marcados por acontecimientos y situaciones diversas (nacimiento de hijos e hijas, la unión de miembros que permanecen en un mismo espacio físico, enfermedades, separaciones, muerte, migración y circunstancias externas como el desempleo, catástrofes naturales y crisis sociales, económicas y políticas).
La reflexión sobre economía solidaria
19En los años noventa, diversas movilizaciones e iniciativas a favor de las prácticas sociales y económicas alternativas a la gran empresa capitalista y al Estado ganaron ímpetu en encuentros internacionales, como los Foros Sociales Mundiales. Es en este contexto que activistas sociales, investigadores, grupos ciudadanos y organizaciones sociales de diversos países compartieron críticas en relación al sistema económico dominante. Fue así como los conceptos de economía solidaria, economía social, economía del trabajo, economía para la vida, economía popular y economía plural alcanzaron un impulso significativo.
20La economía social y solidaria (ESS), como propuesta política, aglutina a actores comprometidos con la transformación de las prioridades, valores y metas de la organización económica a nivel mundial. Por lo tanto, la ESS es un concepto en formación en que se conjugan significados diversos dependiendo tanto de los contextos histórico-geográficos, como de las escuelas teóricas y de los investigadores y activistas que se inscriben en ella.
21Sin embargo, más allá de sus matices y diferenciaciones, se comparte la crítica al desarraigo de la economía en relación a la sociedad y al principio democrático de participación y deliberación. Por lo tanto, las diversas vertientes de la ESS convergen en la crítica al sistema neoliberal, que propicia las condiciones políticas no deliberativas para la búsqueda de ganancia y acumulación ilimitadas, por parte de grupos cada vez más cerrados y selectivos.
22También se inscribe en la perspectiva del pensamiento crítico, entendido como el compromiso de pensar la realidad como un campo de posibilidades que incluyen las prácticas que antes fueron marginalizadas. Una de las principales vertientes de la economía solidaria – con mucha influencia en América Latina – define su horizonte utópico en un nuevo orden social no capitalista. Desde el marco marxista, y situándose en las evidencias de la inviabilidad del sistema socialista centralizado como alternativa sistémica al capitalismo, Santos (2011) propone buscar y visibilizar experiencias que contengan prácticas y formas de sociabilidad no capitalistas.
23José Luis Coraggio (2009), importante teórico y activista de la economía social y solidaria de América Latina, propone el concepto de economía del trabajo como un orden fundado en principios contrarios a la economía del capital : la lógica de la reproducción de la vida versus la lógica de la acumulación del capital. Desde una lógica sistémica alternativa, la economía del trabajo se orientaría a la reproducción ampliada de las capacidades de todas las personas y de la calidad de vida en sociedad. Los principios de integración de este nuevo sistema son, según Coraggio, autarquía de la unidad doméstica, reciprocidad intra e intercomunidades, redistribución en los diversos niveles de la sociedad, intercambio en mercados regulados o libres y planeamiento de la complejidad (particularmente los efectos no-intencionales de las acciones particulares).
24Luis Razeto (1996), pensador latinoamericano y uno de los primeros en formular el concepto de economía solidaria, enfatiza la incorporación de la solidaridad como principio que opere y actúe en las diversas fases del ciclo económico : producción, circulación, consumo y acumulación ; principio que también debería estar inserto en la teoría económica, para pensar nuevos tipos de equilibrios. Desde esta perspectiva la agenda de investigación se orienta a identificar cómo la solidaridad se manifiesta en los procesos económicos.
25Siguiendo a Razeto, la solidaridad es un elemento constitutivo de la vida social y, por lo tanto, está presente en todas sus esferas, inclusive en el mercado y en las empresas capitalistas. Sin embargo, su presencia es escasa y pobre y, por lo mismo, requiere de una orientación crítica y transformadora de las grandes estructuras, de los modos de organización y de acción que caracterizan la economía contemporánea. Su programa de ESS incluye dos componentes : (i) un proceso de solidaridad progresiva y creciente de la economía global y (ii) un proceso de construcción y desarrollo paulatino del sector de la economía solidaria.
26Desde el segundo componente, Razeto propone conocer las experiencias de economía solidaria desde la situación de pobreza y marginalidad. Perspectiva que es particularmente importante para los países del Sur, donde un contingente importante de personas enfrenta serios problemas de subsistencia, se inserta en trabajos precarizados y al margen de los sistemas de seguridad social. En este contexto, surge el concepto de economía popular, en que se despliegan emprendimientos e iniciativas de personas que disponen de escasos recursos como, por ejemplo, las experiencias de organización autónoma del trabajo, trabajo asociativo y comunitario, cooperativas de trabajadores, así como iniciativas que persiguen beneficios comunes o para terceros. Desde sus modos de ser y de actuar se manifiestaría una racionalidad económica solidaria y una energía transformadora.
27Con base en el pensamiento de Karl Polanyi (2003) y Marcel Mauss (1954) y, en específico, el relieve sobre la pluralidad de los principios de organización de la economía en la historia de la humanidad en oposición a la visión neoclásica de la economía como un orden natural fundado en el principio de mercado, Jean-Louis Laville (2009) recupera la perspectiva plural de la economía real como un marco de análisis que respeta los hechos y, por lo tanto, la existencia de una diversidad de principios que organizan concretamente las relaciones sociales en el ciclo económico.
28Desde este enfoque, el mercado no instituye un sistema autónomo, ni la economía se restringe a la economía mercantil. Al contrario, el mercado se comprende como un mecanismo de intercambio que puede adquirir diferentes estructuras y alcances dependiendo de cómo se interconecte con otros principios no mercantiles como, por ejemplo, el mecanismo distributivo y de solidaridad. Por lo tanto, los sistemas económicos están necesariamente imbricados en estructuras institucionales (principios éticos, justificaciones, reglas y regulaciones formales e informales y redes de relaciones) que definen la minimización o maximización del mercado.
29En el marco de esta perspectiva, Laville (2004) plantea un proyecto de transformación de acoplamiento democrático de la economía, esto es, inscribirlo en un conjunto de reglas elaboradas a partir de un proceso de deliberación política. El horizonte utópico se define, entonces, como la construcción de instituciones que aseguren las condiciones para “la pluralización de la economía para inscribirla en un marco democrático, lo que la lógica de la ganancia material compromete cuando llega a ser única y sin límites” (Laville 2004, 9).
30Para esto, sigue Laville, es importante retomar la agenda de investigación de Polanyi y Mauss de “apoyarse sobre las prácticas para informar sobre la existencia (de reacciones que emanan de la sociedad) y analizarlas”. Citando a Mauss, Laville define su concepción de transformación : cambios que “no comandan alternativas revolucionarias y radicales, estas opciones brutales entre dos formas de sociedades contradictorias, pero que se hacen y se harán por procedimientos de construcción de grupos y de instituciones nuevas, al lado y encima de las antiguas” (Laville 2004, 9).
31La solidaridad como principio de democratización de la sociedad y resultante de acciones colectivas supone una igualdad de derechos entre las personas que se comprometen en ella. La solidaridad se manifiesta en la redistribución de la riqueza por la vía del Estado y de la reciprocidad entre los ciudadanos y las ciudadanas libres e iguales en derecho ; y por lazos sociales voluntarios que adquieren diversas formas como las asociaciones, cooperativas, redes sociales y acción colectiva. Son espacios de construcción de intersubjetividades que incluyen nociones compartidas de justicia, bien común, confianza, responsabilidad política y principios de organización económica.
32Esta reflexión se inscribe en el contexto de crisis económica europea. La principal referencia histórica de esta reflexión es el periodo de la postguerra y la instauración del modelo del Estado de bienestar social. Esta experiencia permite una lectura crítica de las insuficiencias del modelo de bienestar social y propuestas de transformación de las mismas. Es en este marco, que surge la recuperación de los principios de reciprocidad, de sociabilidad, de espacios públicos de proximidad y formas alternativas de producción de bienes y servicios más allá del Estado y del mercado. En palabras de Laville : “la protección de la sociedad frente al mercado no puede surgir de la simple solidaridad abstracta del derecho social y de la redistribución, aunque sea indispensable : se precisa la promoción de nuevas solidaridades activas” (2009, 126).
33En esta cita, Laville reconoce que la solidaridad abstracta o sistémica, erigida sobre el derecho social de ciudadanía – que se concreta a través de la redistribución de la riqueza y las vías políticas y sociales – es necesaria aunque no suficiente. Y nos explica :
Una nueva legitimación de la acción pública no puede proceder de reformas internas en el seno del sector público. Las prácticas innovadoras del servicio público, concebidas para responder a las variadas demandas de los usuarios o para generar nuevas dinámicas de lucha contra la exclusión, tropiezan con la definición de la solidaridad que prevalece tras la invención del Estado protector, es decir, una solidaridad expresada bajo la forma única de derechos individuales. (Laville 2009, 123)
34Y sigue :
La socialización del Estado-providencia supone articular esta solidaridad como el derecho a una solidaridad que opere a favor de la creación y el mantenimiento del vínculo social. Para contener el crecimiento de una sociedad de riesgo, en la que el aislamiento refuerza la desigualdad y la inseguridad, el desarrollo de los derechos individuales ya no basta, puesto que no evita los fenómenos de anomia y de marginación. La solidaridad debe ampliarse a la promoción de bienes comunes, y las relaciones sociales han de estar protegidas por ellas mismas, con la sola condición que respeten los principios de libertad y de igualdad, constitutivos de la comunidad política. La preservación de las redes sociales en las políticas públicas, así como en las intervenciones del servicio público, constituye una nueva frontera para las políticas sociales integradas, la cual conduce, entre otras cosas, a ayudar a las actividades económicas que proporcionan a los participantes oportunidades para crear una identidad social. (Laville 2009, 123)
35La discusión se enmarca en las alternativas y complementaciones entre instrumentos de política social. En este sentido, nos dice “Aunque la economía solidaria no pueda ser un remedio a la crisis que sustituya al derecho a la renta o al reparto del empleo, sí que puede tener la misión más específica de contribuir a humanizar la economía” (Laville 2009, 113). Y explica que la renta básica o la liberación del trabajo asalariado no necesariamente generan actividades cooperativas, de donación o reciprocidad. Más bien, pueden convertir el tiempo libre en formas de consumo pasivas, atomización social o perpetuación de dominaciones domésticas. Y completa : “Lo que pone de relieve el enfoque de la economía solidaria es que la socialización, lejos de ser espontánea, plantea un problema teórico y político que muchas formulaciones utópicas ignoran” (Laville 2009, 113).
36Como se puede ver, las diversas interpretaciones de ESS confluyen en la consolidación de un proyecto político de transformación hacía un orden político y económico democrático, justo y solidario. Este proyecto presenta dos niveles de reflexión : (i) un nivel sistémico de principios integradores de un nuevo orden político-económico que sintetizamos en los párrafos anteriores y (ii) un nivel micro de identificación de experiencias, emprendimientos e iniciativas existentes o con potencial para cumplir los principios de la ESS.
37La agenda de investigación en el nivel micro se orienta a conocer las experiencias concretas, sus resultados, obstáculos y las potencialidades de emprendimientos solidarios. La atención sobre organizaciones y experiencias existentes busca comprender las posibilidades institucionales implementadas en diversos contextos en la ordenación de los flujos económicos. En este nivel, un eje de la agenda de investigación es el mapeo de las organizaciones de la ESS. Actualmente, uno de los temas centrales en la discusión académica se refiere a la definición de los criterios centrales del tipo ideal de emprendimientos solidarios.
38La perspectiva de la economía solidaria ofrece cinco aportes principales a la discusión académica y política :
reconocer y visibilizar la pluralidad de principios e instituciones de organización económica ;
incorporar el carácter político y social de la estructuración de las economías ;
reconocer y legitimar el rol de las esferas no mercantiles y las dimensiones no monetarias de la economía como productoras y generadoras de riqueza (por ejemplo, unidades domésticas, unidades económicas de propiedad colectiva y organizaciones sociales) ;
proponer una nueva métrica para valorar las diversas formas de actividades económicas más allá de la rentabilidad por la ganancia obtenida del capital invertido ;
definir valores para la orientación de la acción y el diseño de políticas dirigidas al fortalecimiento y promoción de la solidaridad en la organización de las economías.
Solidaridad sistémica y de proximidad, y la equidad de género : el caso boliviano
39Una primera cuestión que surge del diálogo entre las dos perspectivas – feminista y de economía solidaria – se refiere a los desafíos de la economía solidaria para incorporar teórica y metodológicamente el análisis de género y, en específico, el principio de la equidad de género en el tipo ideal de la economía solidaria. Este desafío presenta diferentes niveles. Entre estos está, en primer lugar, el análisis de las relaciones de poder entre hombres y mujeres en todos los espacios institucionales de organización económica, incluídos los hogares y las asociaciones.
40En segundo lugar, están la relación entre solidaridad de proximidad y solidaridad sistémica y, más específicamente, las potencialidades y limitaciones de la solidaridad de proximidad al interior de la economía popular, es decir, limitaciones para promover la equidad de género y para desencadenar la transformación estructural de las desigualdades étnicas y de clase en las sociedades.3 Esto nos lleva a un desafío teórico-metodológico : ¿cómo incluir en el análisis la inscripción estructural de las unidades económicas de la economía solidaria en relación a la solidaridad sistémica (protección social e inserción laboral) específica en cada país y que está estrechamente asociada a los patrones de crecimiento económico y a las configuraciones políticas ?
41Estas cuestiones son particularmente relevantes para América Latina, con dominancia en contextos de precariedad e informalidad donde los actores económicos populares enfrentan inseguridades básicas para la reproducción de sus vidas en la ausencia de un Estado de bienestar social. Igualmente importante es el alto nivel de violencia contra las mujeres en todos los estratos sociales y, particularmente, en los estratos populares.4
42A partir de estas preguntas, podemos analizar las asociaciones de mujeres productoras en términos de equidad de género y los principios de la economía solidaria. El estudio de los tejidos económicos en Bolivia muestra que efectivamente las mujeres son actores centrales en la economía popular. Alrededor del 70 % de la población empleada femenina y el 56 % de la población empleada masculina en 2011 generaban sus propias fuentes de trabajo en unidades económicas de pequeño porte y familiares.
43Una de las formas de integración al universo laboral y, en específico, al universo del autoempleo es por la vía de asociaciones. El universo de las asociaciones alberga todo tipo de colectivos : los gremios de comerciantes, las asociaciones de productores, los sindicatos de trabajadores asalariados, la asociación de los desempleados, entre una infinidad de organizaciones sectoriales y territoriales. El entramado organizacional que resulta del conjunto de asociaciones es complejo, con vinculaciones diversas entre entes matrices y que continuamente están cambiando en el tiempo y en el espacio socioterritorial nacional.
44Estas asociaciones pueden ser clasificadas en tres grupos según el criterio de composición por sexo : las formadas únicamente por mujeres, las compuestas por hombres y las asociaciones mixtas. El estudio muestra que la composición por sexo estructura dinámicas internas diferenciadas. Optar por organizaciones formadas en su totalidad por mujeres se funda en gran medida en la comprensión de las barreras que enfrentan las mujeres en organizaciones mixtas para participar y transformar las dinámicas patriarcales y, por lo tanto, cambiar las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
45Frente a las profundas dificultades para transformar estas organizaciones desde adentro, las mujeres prefieren fundar asociaciones formadas solo por mujeres a través de la estrategia de salida de organizaciones mixtas. La estrategia de salida les libera de luchar en contra de las enraizadas prácticas patriarcales de sus compañeros para concentrarse en sus necesidades y demandas en organizaciones de mujeres. Estrategia que se ha mostrado exitosa desde la perspectiva de las mujeres involucradas. Sin embargo, se abre un interrogante por los efectos de esta estrategia en los procesos de cambio de las estructuras simbólicas y sociales que reproducen las relaciones de poder y dominación entre hombres y mujeres en sus vidas cotidianas.
46Efectivamente, las razones mencionadas por las mujeres para generar sus propias fuentes de trabajo en organizaciones solo de mujeres están referidas a las relaciones sociales de género que definen problemas diferenciados que enfrentan hombres y mujeres. El primero se refiere a la división del trabajo y la necesidad de las mujeres de conciliar el trabajo de cuidado en sus hogares con el trabajo remunerado. Esta es una condición central mencionada por todas las productoras con hijos e hijas pequeños y adolescentes.
47Ellas asumen como su responsabilidad el cuidado de los hijos e hijas. Para ellas lo primero es garantizar el futuro de los hijos·as y asumen como su responsabilidad velar por su seguridad y su desarrollo. La carencia de servicios públicos o subsidiados de cuidado infantil explica por qué los niños menores de cinco años son en su mayoría cuidados en el seno de las familias. Por esto, las mujeres encuentran que su cercanía al hogar es necesaria para prevenir una serie de riesgos que enfrentan los·as niños·as y jóvenes : las malas influencias, el abandono de la escuela, la inseguridad citadina (robos, asaltos, violaciones), la exposición a enfermedades y accidentes. De esta manera, la entrada al mercado de trabajo está condicionada por las alternativas de cuidado de los miembros familiares que requieren esta atención intensiva.
48Ellas explican que las actividades de comercio o servicio alejadas del hogar tienen la desventaja de obligarlas a llevar a los hijos pequeños y tenerlos a la intemperie por jornadas largas en puestos de venta. En estos espacios de trabajo, los niños y niñas se enferman más y están expuestos a más peligros. Las actividades como trabajadora de hogar remunerada u otros tipos de trabajos de servicio no siempre les posibilitan llevar a los niños al trabajo o tener horarios flexibles.
49En este contexto, la asociación entre mujeres para la producción se convierte en una vía que les permite conciliar vida laboral y familiar a través de los siguientes mecanismos : la combinación entre la producción en el hogar y la producción conjunta fuera del hogar, flexibilidad de los horarios de trabajo en el taller, la posibilidad de llevar a los hijos al lugar de trabajo y, en el caso de una de las asociaciones, la provisión de servicios de guardería, adjunto al taller.5
50La elección de la vía asociativa no se basa exclusivamente en la conciliación vida laboral y familiar. La asociación horizontal, transparente y participativa ofrece beneficios sociales y personales igualmente valorizados por las productoras. La asociación es un espacio de convivencia y apoyo mutuo muy importante. Muchas relatan como el ingreso a la asociación les permitió romper una situación de aislamiento y soledad en el espacio del hogar y contar con un espacio social para hablar, compartir tristezas y alegrías, contar sus problemas y recibir apoyo.
51La producción asociada además les permite la continuidad de relaciones de trabajo y formas de vida que conocen y valoran. El control del proceso de producción, los acuerdos mutuos de respeto, la distribución de responsabilidades y de los ingresos, son parte de una forma de organización del trabajo muy apreciada. Son recurrentes las experiencias en otras “asociaciones” o en micro/pequeña empresa donde su trabajo no era adecuadamente remunerado y donde la relación de autoridad les oprimía y desvalorizaba su trabajo.
52Ellas consideran que la asociación es un espacio de aprendizaje integral y constante a través de apoyos brindados por otras asociaciones e instituciones. Relatan que la asociación les facilitó el acceso a cursos de formación y capacitación en diversas áreas, y abrió la posibilidad de aprender sobre sus derechos y perfeccionar conocimientos técnicos y de mercadeo. La mayoría de las mujeres pasaron cursos de capacitación y formación con el apoyo de ONGs, la alcaldía, prefectura e instancias del gobierno central. Entienden que la asociación les brindó la oportunidad de desarrollar nuevas habilidades, como expresarse mejor, perder el miedo de hablar, conocer nuevas instancias y perfeccionarse técnicamente.
53Para las mujeres migrantes de primera generación, la participación en este tipo de asociación también les permite la integración al nuevo espacio urbano, la generación de una comunidad entre iguales, que les otorga pertenencia y les facilita una red de relaciones con otras asociaciones e instituciones. De este modo, la asociación se convierte en un medio para fortalecer las redes de relaciones personales entre mujeres productoras, a la vez que les permite expandir los contactos externos con instituciones y organizaciones públicas, privadas, no gubernamentales y otras asociaciones de productores. La participación en la asociación significa, por lo tanto, el acceso a nuevos recursos materiales (monetarios) y no materiales (conocimientos, habilidades y destrezas) y la ampliación de los espacios de circulación social y física en las ciudades.
54La red externa de las asociaciones incluye varias instituciones gubernamentales (nacional y subnacionales), no gubernamentales e instituciones privadas. Los principales contactos de las asociaciones estudiadas son con ONGs, parroquias eclesiásticas y otras asociaciones de productoras. Las alcaldías y prefecturas fueron mencionadas principalmente por la promoción de ferias, de cursos de capacitación y formación y, en último lugar, para el acceso a crédito.
55Sobresale la importancia de las parroquias eclesiásticas en la formación de las asociaciones y en la oferta de cursos de capacitación en la ciudad de El Alto. Muchas de las asociaciones se fortalecen con el apoyo de Iglesias que abren cursos de capacitación en los barrios de esta ciudad. Estos cursos permiten la aproximación de vecinas, su familiarización y la generación de confianza mutua. Sin embargo, estos refuerzan la naturalización de las relaciones desiguales entre hombres y mujeres.
56Pese a que la mayoría de las entrevistadas encuentran que sus vidas mejoraron en relación a las vivencias de sus padres, se observa un alto grado de vulnerabilidad para enfrentar situaciones de riesgo como la subida de precios, la pérdida de empleo, accidentes, enfermedades y muerte. En situaciones de enfermedad o accidente estas trabajadoras acuden, principalmente, a la medicina natural y a los servicios de curanderos debido al fácil acceso y costos reducidos. Cuando la situación es grave y la visita a un médico o la internación en el hospital o clínica son ineludibles, estas familias enfrentan momentos de gran angustia y sufrimiento frente a las cuentas de hospitales y la necesidad de comprar medicinas. En general, ellas dependen de la ayuda de familiares y de vecinos/amigas, así como de la colaboración de las clínicas y hospitales para bajar las deudas.
57En situaciones de muerte, las redes de relaciones personales son también importantes, específicamente el apoyo de las familias, vecinos, amigos y compañeras de la asociación para pagar los gastos del entierro. La iglesia surge como una organización accesible para apoyarlas en estas situaciones. La situación de vejez es, una vez más, enfrentada con el apoyo de la familia y con recursos propios dado que muy pocas cuentan con seguridad social de largo plazo (acceden vía el empleo formal del esposo). Por lo que las personas en la tercera edad se ven obligadas a seguir desarrollando actividades de generación de ingreso.
58Como se puede ver, la familia y las redes de relaciones personales son la esfera principal de la provisión de servicios y bienes de primera necesidad en la vida cotidiana y en situaciones de crisis. Es en esta esfera que funcionan la solidaridad de proximidad y el intercambio no monetizado y es, también, el principal espacio de préstamo de dinero para solventar gastos corrientes o excepcionales.
59Sin embargo, esta solidaridad de proximidad más allá del círculo familiar funciona principalmente para emergencias. En los casos de enfermedades crónicas que requieren atención continua y de mediano y largo plazo como, por ejemplo, cáncer, enfermedades pulmonares y otras asociadas a la vejez, estas mujeres no pueden apoyarse sobre la solidaridad de proximidad y al no contar con seguros de salud simplemente no tienen ningún tipo de atención. No es exagerado afirmar que estas mujeres que despliegan iniciativas de ayuda mutua y de cooperación en redes sociales con limitado acceso a recursos no tienen derecho a enfermarse y a envejecer. En ambos casos, ellas se encuentran en una situación de total desprotección.
60Una de las estrategias centrales para garantizar la provisión de alimentos en el hogar de las mujeres que generan sus propias fuentes de ingreso es la manutención de chacras en sus comunidades y la cría de animales tanto en la ciudad como en el campo. Ellas viajan periódicamente para sembrar y cosechar y, con esto, garantizan la provisión de chuño y papa en el hogar que, en los momentos de escasez de ingresos, se convierten en la base alimentaria de la familia.
61Las redes familiares y de vecindad también son importantes para la provisión de alimentos cuando los ingresos no alcanzan. El préstamo de plata o productos de los padres, madres, tíos, sobrinos, suegros, primos, vecinos o de la tienda, es una práctica continua. El ahorro en los periodos de mayor ingreso es otra estrategia para solventar los períodos de escasez. La diversificación de actividades es otra maniobra importante, principalmente para las mujeres que no logran sostener las ventas de sus productos a lo largo del año.
62Esta estrategia de diversificación de actividades requiere un enorme despliegue de energía física, emocional y psicológica debido a la continua incertidumbre cotidiana sobre la reproducción de sus hogares. Además, no les permite superar la situación de precariedad y pobreza en que ellas están y en la mayoría de los casos tampoco de sus hijos e hijas. Lo que queremos enfatizar en este análisis es la importancia de comprender las prácticas de solidaridad de proximidad en el marco más amplio de la reproducción de las desigualdades sociales, económicas y políticas.
63En relación a la reproducción de las desigualdades entre generaciones, es importante mencionar la presión que viven las mujeres para solventar los gastos relacionados a la educación de los hijos·as. Pese a que la mayoría tienen hijos·as en escuelas públicas, su permanencia requiere de recursos propios para la compra de material y vestimenta, el pago de celebraciones o eventos, así como de los recreos y el transporte. Ellas indican que la política de transferencia monetaria a los estudiantes del nivel primario (Bono Juancito Pinto) es un apoyo importante en sus presupuestos.
64La ausencia de medidas de seguridad laboral es común entre las asociaciones estudiadas. En el caso específico de la producción de prendas en lana de alpaca, se advierten problemas de salud ocasionados por la ausencia de mascarilla para prevenir la inhalación de los polvos de la lana. Algunas asociaciones manifestaron la necesidad de implementar medidas de seguridad laboral y que para esto requieren, en primer lugar, infraestructura adecuada, capacitación sobre estas medidas y, finalmente, recursos para implementarlas.
65Como se mencionó anteriormente, la mayoría de las productoras no cuentan con ningún tipo de seguro social propio de salud o de vejez. La posibilidad de contar con el apoyo de las asociadas se convierte en una modalidad parcial de protección social dado que la ayuda de sus compañeras es limitada. Estos testimonios indican la importancia de políticas sociales (solidaridad sistémica) en complementación con la solidaridad de proximidad para una transformación estructural de la situación de precariedad y vulnerabilidad de las mujeres.
66Otro aspecto importante se refiere a la emancipación de las mujeres de las relaciones de subordinación en el ámbito privado y público. Pese a que el trabajo remunerado de la mayoría de las mujeres es vital para la sostenibilidad de las familias, ellas no reconocen su rol de proveedoras de recursos externos al hogar identificando sus ingresos como “ayuda” a los esposos. La participación en actividades remuneradas no cambia su identidad y tampoco es suficiente para promover cambios en la división del trabajo al interior de las familias.
67Se confirma que la división tradicional de roles, donde el varón es el proveedor financiero y la esposa la proveedora de cuidado, está muy arraigada incluso cuando en realidad las mujeres asumen ambas responsabilidades y trabajos. Para la mayoría de las entrevistadas, mujeres aymaras y quechuas, la responsabilidad del cuidado al interior de la familia es parte de la condición natural de ser mujer y su participación en la provisión de recursos monetarios para la familia sólo se justifica como ayuda al esposo o como obligación en caso de su ausencia.
68También es muy frecuente la práctica de violencia física, emocional y psicológica intra y extrafamiliar en la sociedad boliviana. El feminicidio es un problema público de primer orden en la sociedad boliviana al inicio del siglo XXI. Pese a las normativas progresistas a favor de la equidad de género y de los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres promulgadas en las últimas décadas, este es un problema que no se ha podido superar. No menos importante es la dificultad de ampliar la participación de las mujeres en los cargos representativos de las organizaciones mixtas así como la priorización de las demandas de las mujeres en los pliegos petitorios presentados al gobierno. La cultura patriarcal y las prácticas de subordinación y vulneración de derechos son temas centrales en todas las esferas sociales y económicas de las sociedades latinoamericanas y, en específico, en la economía popular.
69Estas evidencias empíricas nos permiten comprender que la naturalización del cuidado y de la solidaridad de proximidad, como inherentes a la condición femenina en el seno de las familias, las comunidades y la economía popular, está en la base de la reproducción de las desigualdades y relaciones de poder entre hombres y mujeres, y entre mujeres de diferentes clases sociales. Además, corrobora las conclusiones de los estudios feministas de que las diferencias socioeconómicas no permiten a todas las familias cuidar a sus dependientes como desearían. Esto constituye un mecanismo fundamental de reproducción de las desigualdades socioeconómicas entre generaciones. Las familias de estratos altos tienen alternativas para conciliar la vida laboral y familiar mediante, por ejemplo, la compra del servicio de cuidado, ya sea el servicio de la trabajadora del hogar o sea servicios institucionalizados de cuidado infantil o de servicios extraescolares. Mientras, la mayoría de familias de estratos de bajos ingresos y que están insertas en la economía popular no pueden comprar esos servicios y tampoco cuentan con servicios públicos accesibles y de calidad para el cuidado de sus hijos e hijas.
70En otras palabras, la ausencia de corresponsabilidad en el cuidado, entre familia, sociedad y Estado a través de políticas sociales (solidaridad sistémica), tiene resultados inequitativos al no apoyar a las familias más pobres para garantizar que sus hijos e hijas estén bien cuidados mientras desarrollan sus actividades extra-familiares como trabajos remunerados, formación y participación pública.
71La tensión entre cuidado y trabajo remunerado deriva, además, en que muchas familias no tengan otra salida que delegar las responsabilidades de cuidado a los propios niños, niñas y adolescentes. Arreglos precarios de cuidado y protección que someten a la mayoría de niños, niñas y adolescentes a una mayor exposición a riesgos de todo tipo, incluidas actividades delictivas, consumo de drogas, ingreso temprano al mercado laboral en detrimento de su educación, inseguridad física y emocional – como la violencia sexual intra y extrafamiliar – además de problemas de salud por su presencia en espacios públicos inadecuados. Otros riesgos son también las deficiencias nutricionales, de estímulos cognitivos, físicos y sociales, embarazo adolescente y abandono familiar, que podrían ser prevenidos con servicios públicos brindados en centros de atención infantil o de actividades extraescolares complementarias a la escuela.6
72Las cuestiones concretas que derivan de esta reflexión académica y política y que plantean las feministas y los estudios de género son : ¿Quiénes deben responsabilizarse de la provisión del cuidado a las personas dependientes – especialmente niños, niñas y adolescentes – frente a los cambios que están viviendo las familias, los mercados de trabajo y la sociedad en conjunto ? ¿Cómo superar la organización mercantilista y familista del cuidado para evitar los vacíos o desigualdades de resguardo y protección entre los y las ciudadanas ? ¿Cómo distribuir las responsabilidades y el trabajo de cuidado y protección social para no generar desigualdades de género y generacionales ? Y, dado que esta problemática se encuentra en el corazón de una conceptualización amplia de la economía y el trabajo ¿qué relación tienen la división del trabajo y las relaciones de dominación entre hombres y mujeres con el movimiento político de la economía solidaria ?
73La respuesta dada por las feministas no admite dudas : la responsabilidad del cuidado debe ser compartida entre Estado, sociedad y familias. Si bien las familias y las comunidades seguirán siendo el núcleo primario del cuidado, este núcleo debe contar con condiciones y apoyos de servicios públicos o públicos-privados accesibles y de calidad para realizar el trabajo de cuidado y protección a los niños, niñas y adolescentes. Solo de este modo se puede garantizar que ciudadanos y ciudadanas ejerzan su derecho al cuidado y protección sin distinciones de condición socioeconómica, étnica o generacional y/o de su capacidad de compra de estos servicios en el mercado. Esto es, el movimiento feminista insiste en la importancia de la solidaridad sistémica en articulación con la solidaridad de proximidad para la emancipación de las mujeres.
74La anterior reflexión fundamenta el concepto de cuidado como un derecho social que debe ser reconocido, nombrado y explicitado para poder transformar las condiciones institucionales y sociales actualmente vigentes, de cara al efectivo ejercicio de los derechos humanos y ciudadanos ya establecidos (a la educación, la salud, nutrición, al trabajo, a la igualdad, a la protección e integridad física, emocional y psicológica). Ello exige ir más allá de políticas sociales segmentadas y avanzar hacia políticas integrales para enfrentar los problemas de discriminación, a la vez que de desigualdad social y pobreza.
75Este concepto de cuidado articula los derechos de la infancia con los de las mujeres para poder replantear las políticas de bienestar social en el siglo XXI bajo principios de solidaridad, justicia, cooperación y equidad. La noción de solidaridad parte del importante papel del Estado como proveedor de bienestar social a todos ciudadanos y ciudadanas, y es una noción que resurge como valor central en la constitución de nuevos ordenes sociales que garanticen una coexistencia horizontal y equitativa entre seres humanos y entre estos y la naturaleza. Además de posibilitar la superación de las injusticias que pesan sobre las mujeres y la infancia, mediante la reconfiguración de un sistema de bienestar que articule los principios señalados en el diseño y gestión de las políticas públicas en las sociedades que todavía no disponen del mismo, el cuidado abre también un nuevo campo al trabajo, a la “otra economía” que tiene en la solidaridad un valor central para su organización.
Consideraciones finales : feminismo y economía solidaria
76El movimiento feminista se articula con el movimiento de economía solidaria estableciendo diferentes niveles de desafíos para unos y para otros. Desde el feminismo está el desafío de articular las luchas por la superación del sistema patriarcal con las luchas de los movimientos sociales indigenistas, clasistas, biopolíticos de la sexualidad y, a la vez, con luchas más amplias, como las ambientalistas, antiglobalización y anticapitalistas ; que incluyen – estas últimas al menos – la búsqueda y/o fortalecimiento de “otra economía” que, hoy por hoy, enrola a una mayoría de mujeres. También está la propuesta de repensar las alternativas de políticas sociales (solidaridad sistémica) que efectivamente incorporen las potencialidades de la solidaridad de proximidad presentes en la sociedad para generar protección y bienestar social.
77Desde la economía solidaria está la problematización de la insuficiencia de las propuestas para desmercantilizar ; es decir, disminuir el rol del mercado en la protección social para promover equidad de género ; si estas no están acompañadas de propuestas de desfamiliarización de las responsabilidades reproductivas y de cuidado. En otras palabras, la inclusión del objetivo de desnaturalización – vía la democratización – de la división sexual del trabajo en la esfera reproductiva y productiva es central para prevenir los efectos negativos, directos e indirectos, sobre las mujeres que pueden tener tanto posiciones conservadoras como posiciones políticas progresistas. Al mismo tiempo, es también central para avanzar en los cimientos de organización de “otra economía”.
78Esto nos lleva al desafío de articular la organización de la solidaridad sistémica y de proximidad desde el prisma de la equidad de género. Esto pasa por la incorporación del análisis de las asimetrías de género y generacional al interior de la economía popular ; postura que demanda considerar las relaciones de poder entre los individuos que componen las familias, las comunidades y las asociaciones que buscan transitar hacia la economía solidaria.
79Para esto, es fundamental abandonar el supuesto de que la economía popular conlleva necesariamente vínculos de reciprocidad a todos los niveles. La construcción de asociación, de complementariedades, de cooperación activa y directa entre personas y actividades económicas en relaciones horizontales, equitativas e inclusivas consiste de problemas teóricos y empíricos complejos. Son muchas las evidencias de la presencia de mecanismos asimétricos de asignación de recursos, responsabilidades y trabajo entre los individuos al interior de las organizaciones económicas y sociales. Estas situaciones generan relaciones desiguales de poder y de dominación de género e intragenéricas no democráticas. Este enfoque nos lleva a la necesidad de comprender el desafío político de transitar de economías populares a economías solidarias en que la equidad de género es un elemento central.
80La crítica feminista alerta sobre los desafíos que enfrentan los movimientos de democratización de la economía y la sociedad para no reproducir el status quo del orden patriarcal de género. En ese propósito, es fundamental incluir la pluralidad de principios económicos inherentes a la producción y distribución de bienes y servicios – mercantil y no mercantil, familista y estatista, individualista y asociacionista, egoísta y solidaria – para visualizar la diversidad de contradicciones y relaciones de poder vigentes en todos los tejidos socioeconómicos.
81Ese alcance involucra también la tensión entre la lucha por el ejercicio pleno de los derechos individuales de las mujeres y la lucha por los derechos colectivos de los pueblos y comunidades indígenas cuyas prácticas y costumbres no están exentas de relaciones de poder, desigualdad y discriminación contra las mujeres. Tensión que se expresa principalmente en Bolivia,
82Ecuador y Guatemala donde la aproximación entre feminismo y movimiento indígena desafía las prácticas patriarcales naturalizadas al interior de este último.
Bibliographie
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Notes de bas de page
1 Para un estudio sobre el mercado de trabajo en Bolivia, ver Wanderley (1995).
2 Para una revisión más detallada de esta literatura y un análisis empírico sobre el caso boliviano, consultar Wanderley (2003).
3 Sobre la relación entre solidaridad, democracia y economía, consultar Wanderley (2014a).
4 Para un estudio comprensivo de la economía solidaria en Bolivia, consultar Hillenkamp (2009).
5 Para más detalle sobre estas asociaciones, consultar Wanderley (2014b).
6 Para más detalle sobre la discusión del cuidado como derecho social en Bolivia, consultar Salazar et al. (2012) y Salazar (2011).
Auteur
Fernanda Wanderley est chercheure et professeure de recherche en sciences du développement à l’Universidad Mayor de San Andrés (CIDES‑UMSA) à La Paz en Bolivie. Elle est titulaire d’un doctorat de sociologie de l’Université de Columbia à New York. Elle est également consultante pour des organisations internationales telles que l’OIT, l’INSTRAW et le PNUD. Son travail se spécialise sur les questions d’emploi et rapports de genre, sur les politiques sociales et économiques, les réseaux sociaux, les associations et la coopération au sein des petites unités économiques. Elle a publié des articles et des ouvrages sur ces questions, qui sont disponibles sur le site www.fernandawanderley.blogspot.com
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