Cap. 13. Violencia y trayectorias migrantes: La nueva literatura quechua
Entrevista a César Itier y Pablo Landeo Muñoz
p. 278-296
Texte intégral
—¿Podrían comentar a grandes rasgos las particularidades de la literatura quechua escrita en el Perú, así como su desarrollo en las últimas décadas, en particular después de los años ochenta?
César ITIER —A lo largo de la mayor parte del siglo xx, hasta los años 1980, el escenario literario quechua estaba dominado por dramaturgos y poetas pertenecientes a las pequeñas o medianas burguesías del sur del Perú, que exaltaban el pasado inca, expresaban su nostalgia por la niñez vivida en la hacienda familiar o denunciaban las injusticias sufridas por los campesinos. Muchas veces, esta literatura estaba escrita en un lenguaje purista e incluso tendiente a lo ampuloso, aunque no siempre desprovisto de belleza. El panorama cambia por completo a partir de la última década del siglo xx, cuando migrantes procedentes de los pueblos y comunidades andinas empiezan a apropiarse de la escritura literaria en su lengua materna, al mismo tiempo que las clases medias de la sierra van abandonando el uso del quechua. Ello significó una ruptura profunda, tanto en cuanto a manejo de la lengua como a representación de la realidad. Por eso no me parece exagerado calificar la producción actual de “nueva literatura quechua”, pues esta abandona la perspectiva indigenista tradicional, que exaltaba al otro –inca o indio–, y convierte el quechua en medio de expresión de la experiencia vital propia.
Esta apropiación ha dado lugar a un pequeño boom literario. Desde la década de 1990, se ha publicado en el Perú alrededor de 30 libros de poesía (sin contar los poemas publicados en revistas de poca circulación), unos 17 libros de cuentos y una novela. A escala de un idioma amerindio es mucho, y solo algunas lenguas de México –que gozan de un mayor apoyo estatal que el quechua– tienen una producción equivalente. Antes de la década de 2010, estas publicaciones eran en su mayoría bilingües. En los últimos años han empezado a aparecer también ediciones sin traducción. Es el caso, por ejemplo, de la primera novela peruana en quechua, Aqupampa [2016], de Pablo Landeo Muñoz, de una antología de cuentos de diferentes autores que preparé para la editorial Pakarina [Meneses et al., 2018] y de los poemarios de Edison Borda Huyhua [2016], Edwin Lucero Rinza [2018] y Nicéforo Saúl Gomes Arone [2019]. También forman parte de ese campo literario emergente dos revistas anuales dedicadas a publicar ensayos y textos literarios en versión monolingüe: Atuqpa Chupan (“La cola del zorro”), publicada desde 2011, y Ñawray (“Diversidad”), cuyo primer número apareció en 2019.
Otra particularidad de este “boom” es que no concierne por igual todas las variedades de la lengua, sino sobre todo una de ellas, el quechua ayacuchano, o “chanca”, hablado en los departamentos de Huancavelica, Ayacucho y el oeste de Apurímac.
Pablo Landeo —Solo deseo añadir algunas apreciaciones, particularmente a la producción narrativa de los últimos años. Para esto debemos dejar establecido que José Oregón Morales [1984, 1994], Porfirio Meneses Lazón [1998] y Sócrates Zuzunaga Huaita [2001] son los precursores de la narrativa en lengua quechua. Sus libros transmiten la idea de una narrativa madura, con una línea argumentativa sólida, donde el manejo del suspenso atrapa al lector, especialmente en el caso de Meneses. Sin embargo, notamos en las publicaciones posteriores una falta de continuidad del camino abierto por los escritores antes mencionados. A partir de 2015 han surgido jóvenes escritores donde es posible apreciar el esfuerzo, el interés por contribuir al desarrollo de esta narrativa. Puedo citar los casos de Junior Núñez Lefoncio [2018], Karina Prado Huyhua [2018] y Juan Espinoza Chinchón [2020]. Ellos y otros, en la medida en que asuman la escritura como una necesidad expresiva y un desafío, pero también amplíen y enriquezcan su experiencia lectora, retomarán el camino ya establecido para la narrativa actual escrita en lengua quechua.
—¿Por qué la mayor producción literaria en quechua se concentra entre Ayacucho y Huancavelica?
C. I. —Encuentro varios factores de explicación. El primero es que, junto con las variedades de Cuzco y del Collao, el quechua chanca goza de cierta tradición escrita, en particular en el ámbito religioso. Desde hace varios siglos, sus hablantes han estado expuestos a escritos en su lengua. No ha sucedido así en otras regiones, como en particular el centro y centro-norte del Perú. El quechua huayla-conchuco (departamento de Áncash y noroeste de Huánuco), por ejemplo, casi nunca se escribió, pues hasta épocas recientes la catequesis católica utilizaba en esa zona textos en quechua sureño. En la actualidad, pese a su medio millón de hablantes y a su gran vitalidad oral, dicha variedad tampoco participa en el “boom” quechua, con la excepción de Macedonio Villafán Broncano [1998].
Pero la tradición no explica todo. No explica, en particular, que Cuzco, durante siglos el gran foco de la literatura en quechua, solo desempeñe un rol secundario en su desarrollo actual. La nueva literatura quechua es, en realidad, el producto de la migración del campo a la ciudad y, particularmente, de la migración a Lima. Gracias a la migración, muchos hijos de campesinos accedieron a la educación superior, lo que permitió la aparición de escritores quechuas y de un pequeño –pequeñísimo– lectorado. Centro de la vida cultural e intelectual del Perú, Lima constituye un espacio mucho más estimulante que las ciudades de provincias, donde es más difícil publicar que en la capital. Como en todas las épocas y todas las partes del mundo, la existencia de un gran centro es esencial en el desarrollo de una literatura.
Finalmente, es interesante observar que, dentro del área dialectal ayacuchana, la región de Huancavelica es de lejos la más creativa en el ámbito literario quechua. Las conversaciones que tuvimos al respecto con Pablo nos llevaron a atribuir esta peculiaridad a la existencia, en Huancavelica, de un bilingüismo muy amplio y estable desde hace varias generaciones, lo que distingue dicho departamento del de Cuzco, o de ciertas zonas de Apurímac y Ayacucho, donde el monolingüismo quechua ha predominado hasta años recientes en las zonas rurales. Esta situación habría favorecido la existencia de quechuahablantes letrados capaces de transferir a la lengua originaria la práctica de la lectura y la escritura adquirida en español.
En el fondo, parecen existir determinaciones geográficas en el desarrollo de una literatura en lengua indígena: esta germina en una capital, entre los migrantes procedentes de regiones lo suficientemente alejadas de ella como para mantener la lengua y lo suficientemente cercanas como para acudir a ella en gran número. A una escala más reducida, sucede lo mismo en Ecuador con los migrantes de la provincia de Imbabura, y, en Bolivia, con la migración a Cochabamba.
P. L. —Esta es una pregunta que también abordamos con César hace un tiempo, para el caso de Huancavelica. En aquella oportunidad argumenté diciendo que la mayor producción literaria de este departamento, aunque pueda parecer extraño, es también la influencia de las carencias materiales y económicas. Me explico. Sabemos que Huancavelica, al igual que Ayacucho, históricamente son regiones donde la pobreza material ha sido el denominador común y la geografía es de pendientes pronunciadas con solo pequeños valles donde es posible sembrar si llueve; y, para el Estado, estas regiones casi no existen sino en tiempos de campaña electoral o cuando ocurren acontecimientos lamentables como la violencia interna de los años ochenta y noventa; en esos tiempos sí estaba presente el Estado, pero para reprimir a la población. Pienso que estas situaciones adversas también han influido para que quien haya accedido a la letra vea en la escritura una forma de realización personal, una manera de reivindicarse, de ser reconocido socialmente desde la escritura en su misma lengua o en español.
Otro factor está asociado a la ubicación estratégica de Huancavelica, que tiene diversas posibilidades de migración principalmente a Huamanga (Ayacucho), Huancayo y Lima; es decir, hacia espacios que irradian cultura y ofrecen posibilidades de mayor aprendizaje, de interacción social.
Finalmente, un factor que también repercute en el acto de la escritura son las confrontaciones, cada vez más evidentes, sobre el número de vocales con el que se debe escribir. Quienes hablamos la variante ayacuchana no participamos de esas discusiones. Para nosotros lo más importante es escribir, escribir con la seguridad y las exigencias que requiere el acto de la creación literaria. Pero, a veces, las discusiones antes mencionadas se desbordan del plano de las discusiones lingüísticas para desarrollar, incluso, argumentos sexistas, pues, según ciertos “académicos”, las vocales “fuertes” transmitirían hombría y fuerza a la pronunciación, mientras que la escritura con las vocales “débiles” sonaría como una voz femenina, “débil y sin fuerza”. Alan Durston, investigador que sigue con interés el desarrollo de la literatura quechua escrita, en las conclusiones de su libro Escritura en quechua y sociedad serrana en transformación: Perú, 1920-1960, aporta ideas importantes para comprender mejor el tema que abordamos [2019].
—¿Cómo es representada la violencia política en la literatura quechua? ¿Desde cuándo y en qué géneros se ha venido plasmando (poesía, cuentos, novelas, etcétera)? ¿Cómo se posiciona esta literatura ante la ideología revolucionaria senderista?
P. L. —Experiencia dura, difícil de asimilar, pero al mismo tiempo enriquecedora, el tema de la violencia política –poco explorado desde la perspectiva del quechua– ha sido muy bien aprovechado por la narrativa en español. Puedo citar novelas como Rosa Cuchillo [Óscar Colchado, 1997], Retablo [Julián Pérez, 2004] y La noche y sus aullidos [Sócrates Zuzunaga, 2011], cuyos autores son de procedencia andina, de modo que el trasfondo quechua y la oralidad se hallan omnipresentes. En quechua circulan por allí algunos cuentos, como los de Sócrates Zuzunaga, Hugo Carrillo u otros. Aqupampa [Landeo, 2016], por el momento la única novela en esta lengua, también se nutre del tema de la violencia política. En poesía, los jóvenes del Programa Beca 18 (Educación Intercultural Bilingüe) que estudian en Lima también escriben sobre la violencia política y otorgan a la lírica quechua una renovación temática. El posicionamiento de esta literatura es de rechazo y cuestionamiento a la violencia, tanto senderista como estatal. Al principio se percibió a Sendero como un movimiento que reivindicaba al campesino, a las clases olvidadas, pero la ficción, como la realidad, tiene un desenlace único: muerte y decepción.
C. I. —Como se ha visto, la mayoría de los escritores quechuas de estos últimos cuarenta años proceden del epicentro de la violencia política de la década del ochenta, y este tema está presente tanto en su poesía como en la narrativa, aunque con características diferentes según las generaciones. Los poetas de las décadas de 1980 y 1990 suelen expresar cierta fe revolucionaria –aunque sin relación manifiesta con el maoísmo– y claman contra la violencia ejercida por el Estado (como se ve por ejemplo en la antología huancavelicana publicada por Isaac Huamán en 2018).
Unos años más tarde, aparecen tres cuentos que abordan directamente ese tema, enfocándose sobre personajes de militares. “Chiqniypacha” (“Tiempo de odio”), de Porfirio Meneses [2000], es la historia de un joven militar ayacuchano que enloquece y muere después de haber tenido que participar en una masacre donde murieron familiares suyos. En 2001, Sócrates Zuzunaga Huaita publica “Yawarchasqa kuchumanta” (“Desde un rincón sangriento”) y “Manam pantaymanchu, taytáy” (“No podría equivocarme, señor”), dos relatos de tonalidad rulfiana. “Yawarchasqa kuchumanta” retoma el tema de la hermandad entre los militares y sus víctimas. En él, un campesino cuenta a una mujer de su pueblo cómo los militares reunieron a un grupo de personas en la plaza y las ejecutaron; el testigo vio a uno de los soldados arrodillarse ante el cadáver de una víctima y abrazarla: era su hermano y ambos son los hijos de la interlocutora. El narrador de “Manam pantaymanchu taytáy”, miembro de una ronda campesina, le informa a un paisano de su comunidad, con respeto y compasión, que su hijo fue ejecutado por los militares y enterrado por los ronderos; se sugiere que el joven pudo ser un militante senderista. No creo que, cuando escribió “Yawarchasqa kuchumanta”, Sócrates Zuzunaga conocía “Chiqniypacha”, de Porfirio Meneses. Es interesante constatar que ambos concibieron independientemente la misma metáfora del conflicto de la década del ochenta como homicidio involuntario entre consanguíneos. Me parece que esta representación se deriva de un concepto metafórico fundamental en la literatura oral quechua: la sociedad como consanguinidad (con su contraparte: la alteridad como afinidad).
En los poetas de la década de los años 2010, que nacieron después del fin de la guerra, las alusiones al conflicto ya no suelen ser directas. Recuerdan, eso sí, los caseríos abandonados por la población huyendo de la guerra y la miseria que se experimentó como consecuencia de ella.
Hasta donde sé, Aqupampa [2016], de Pablo Landeo, es el primer texto literario quechua en visibilizar la acción de Sendero. El género de la novela lo posibilitaba mejor que cualquier otro, pues permite construir la visión de un sistema complejo de interacciones sociales. En su mayor parte, Aqupampa transcurre en la Lima de los años 1970 y 1980, que corresponden a las etapas de niñez y juventud del personaje principal, Margarita, hija de una familia de migrantes huancavelicanos. El conflicto central de la obra surge de la relación amorosa que Margarita tiene con Carlos, de quien ignora que es militante de Sendero. Por una concurrencia de circunstancias, Carlos resultará causando indirecta e involuntariamente el asesinato, por su organización, del padre de Margarita. Responsable de la muerte del padre de su amada y cautivo del Partido, terminará suicidándose. Así como los militares aparecían, en los cuentos de P. Meneses y S. Zuzunaga, como consanguíneos, Sendero aparece en Aqupampa bajo los rasgos de un afín, es decir, la figura de alteridad problemática por excelencia en la literatura oral quechua. En ambos casos, el homicidio es involuntario, aunque en Aqupampa aparece por primera vez alguien detrás de los ejecutantes: una escena escalofriante nos muestra a Carlos presionado por los jefes de su célula para que cometa un asesinato.
—¿Cuáles son sus tópicos principales y el lugar del humor y la sátira?
C. I. —Como era de esperar, la migración es uno de los temas centrales de la literatura quechua actual. Se evoca a menudo sus causas: la sequía, la improductividad de la tierra, la guerra. También es frecuente la evocación de la situación de abandono por parte del Estado, en que se encuentran o encontraban las comunidades andinas. La poesía de los años 1980 y 1990 hace, a veces, una exhortación a movilizarse unidos para superar el sufrimiento actual, con una visión dinámica de la migración, orientada hacia un futuro de renovación (musuq kawsay [“nueva vida”]). “Nosotros” es el sujeto de muchos poemas. Víctimas o actoras, las comunidades son comparadas con entidades de la naturaleza: río de sangre (yawar mayu), piedra que se desprende de una vertiente (kuchpa), águila (anka), etcétera. Dida Aguirre García es sin duda la poeta más destacada de esa generación (Aguirre García, 2000). El tema de la madre también es recurrente, pues el quechua está estrechamente vinculado al mundo de la infancia y a la herencia materna.
La poesía de estos últimos años me parece dominada por tres temas: (1) la relación con las entidades no humanas: lagunas, cerros, animales salvajes, etcétera; (2) la celebración de lo colectivo; (3) la protesta por los atropellos que se realizan contra las culturas y los pueblos originarios.
—P. L. El humor y la sátira en el contexto quechua son componentes indispensables, cotidianos y de larga data. Comienzan con Felipe Huamán Poma y prosiguen con un desentierro actual impulsado por Fredy Roncalla, me refiero a Huambar Poetastro Acacautinaja [Juan José Flores, 2019(1933)]. Sucede que los escritores, los investigadores y la crítica todavía no le hemos puesto el ojo. La tradición oral se halla pletórica de humor, de sátira, de carnavalización y, por cierto, de crítica a la realidad sociocultural. En la narrativa quechua se ha aprovechado de estas fuentes, medio en quechua, medio en español, y han surgido libros como Taita Serapio [Zuzunaga, 2009]; los relatos grabados en disco compacto, de José Oregón Morales; Wankawillka [Landeo, 2013], y Asikunapaq willakuykuna [Santillán, 2013]. También podemos ubicar en este marco algunos cuentos de Porfirio Meneses, por ejemplo “Warmichaykita waylluy”, del libro Achikyay willaykuna. Cuentos del amanecer [Meneses, 1998], relato donde el autor se diferencia de los anteriores por el uso de la ironía; es decir, de un humor más elaborado, más sutil, y que requiere leerse con mayor atención para descubrirlo. Para esto Meneses acude a un paralelismo entre su personaje y otro de la tradición oral quechua, el de la serpiente en “La joven y la serpiente”. Respecto a los tópicos, el más constante es la asociación de la culinaria y el sexo, y las burlas al extranjero como lo evidencia Camille Riverti en su tesis doctoral [Riverti, 2019]. En los Andes, le tomamos el pelo al diablo, al “taita” cura, hasta llegamos a reírnos de nuestros propios fracasos, celebramos, respiramos fuerte y nos enfrentamos a los nuevos desafíos. Así se exorciza la percepción decimonónica y folklorizada del indio triste, con su quena y su llamita en la inmensidad de la puna.
—¿Podrían hablarnos de las trayectorias de los nuevos escritores y escritoras?
P. L. —Me parece que se hallan en constante movimiento; es decir, transitan entre Lima y sus espacios de procedencia con bastante facilidad, de manera que culturalmente buscan nutrirse de ambas fuentes y, lo que es más importante, asumen su identidad quechua. Vinculados al contexto académico (como estudiantes, docentes, etcétera), ellos, ellas, han derribado los prejuicios de ser andinos; la marginalidad que antes era una marca social discriminatoria fuerte ahora parece ser cada vez menos significativa. Además, pertenecen a la época de la posviolencia. En este sentido, sus familiares y su comunidad han sufrido las consecuencias de los veinte años de violencia senderista. Pienso que esta experiencia, en algún momento, debe emerger si es que ya no ha ocurrido, para consolidar las bases de una nueva literatura quechua.
C. I. —Veo que los escritores recientes han tenido en su mayoría dos tipos de trayectoria: algunos llegaron a la escritura en quechua a través de una formación universitaria en literatura peruana y universal, mientras que otros llegaron a ella mediante estudios de educación bilingüe.
Ejemplos de la primera trayectoria son la joven poeta Olivia Reginaldo, una de las más destacadas del momento actual, y Pablo Landeo, autor de varios cuentos, además de la novela Aqupampa. Aunque pertenecen a generaciones diferentes, tienen mucho en común: ambos son del departamento de Huancavelica (Olivia Reginaldo de su capital, y Pablo Landeo de la provincia de Acobamba), ambos migraron a Lima y estudiaron Literatura en la Universidad de San Marcos, y ambos han enseñado Literatura en la secundaria y materias vinculadas con el quechua en universidades. Esta formación sin duda ha sido un factor decisivo para que destaquen en el campo literario.
Ejemplos de la segunda trayectoria son los autores que han seguido carreras de Educación Intercultural Bilingüe, en particular en la Universidad San Ignacio de Loyola. Nacidos en la década del noventa, proceden en general de comunidades campesinas y han podido estudiar gracias a Beca 18, programa de apoyo del Estado a jóvenes con bajos recursos para que accedan a una formación superior. Varios de ellos han logrado publicar sus propios poemarios. Ya mencioné a Edison Borda, Edwin Lucero y Nicéforo Gomes. Otros publicaron poemas, relatos o ensayos en las revistas Atuqpa Chupan y Ñawray, como Yuli Medina Bedriñana o Julia Surquislla Huamanga, entre otros. Todos tienen en común el haber tenido Lima como etapa decisiva en su trayectoria y la práctica de publicar sin traducción a la otra lengua.
—¿Cómo se relacionan con la literatura peruana en general y algunos de sus grandes autores como Arguedas, que era quechuahablante?
P. L. —Me parece que es todavía una relación de aprendizaje y esta puede ir mejorando en la medida en que cada escritor o escritora desarrolle su capacidad de lectura y saber qué y cómo se está escribiendo desde el canon, qué se puede aprender de esta literatura y qué desechar de ella. Asimismo, esta relación tiene que abrirse hacia la literatura de otros espacios, no únicamente la peruana. Para mí este es un factor trascendental. El aprendizaje de la escritura, la construcción del estilo se realiza desde la relación con todas las literaturas; es decir, desde las lecturas más diversas. Por ahora hay una emergencia de jóvenes escritores quechuas, veremos quiénes persisten en el empeño, quiénes realmente construyen una poética o un estilo narrativo propio y sobreviven, y quiénes quedan en el intento.
Arguedas es el taita, el hermano mayor y se le observa con respeto y hasta un poco de temor. No sé si hayan leído todo Arguedas, es difícil, pero existen lecturas claves en él. Reitero, Arguedas es un hito en el desarrollo de toda la historia de la literatura peruana. Aunque no haya escrito un cuento en quechua, desde el concepto propiamente occidental, sus recreaciones de relatos orales son importantes, continúan siendo modelos de aprendizaje para iniciarse en la narrativa. No obstante, ahora es necesario romper con él, temática y estilísticamente.
De lo contrario no sería posible hablar de una narrativa moderna quechua. Esta ruptura a la que me refiero no quiere decir abandonar las fuentes orales que continúan siendo fuentes de inspiración.
C. I. —José María Arguedas escribió un pequeño conjunto de poemas que cuentan entre los mejores que se habían escrito hasta entonces en quechua: Túpac Amaru Kamaq taytanchisman [Arguedas, 1962] y el poemario póstumo Katatay y otros poemas [1972], todos con una traducción al español. En su poesía ya se da la ruptura temática y lingüística que caracterizará dos décadas después la “nueva literatura quechua”. Tengo la impresión de que Arguedas fue una referencia o un modelo para los escritores quechuas hasta la década de 1980, pero que ha ido perdiendo ese estatus después, debido a los cambios ideológicos. En todo caso, no lo he visto mencionado por los escritores jóvenes y la poesía de estos manifiesta preocupaciones diferentes.
—¿Quiénes son los lectores de esta literatura escrita en quechua y en lenguas originarias? ¿Ha llegado la literatura escrita en quechua a la gente que tiene esta lengua como lengua materna?
P. L. —En principio creo que son los académicos, los investigadores en literatura quechua y los estudiantes de educación intercultural bilingüe; luego, un público diverso que tiene por lengua materna al quechua. En algunos casos se trata de lectores en proceso de reconquista de su lengua materna, ya que tuvieron que dejar de utilizarla al instalarse en ciudades como Lima, después de huir de la violencia en el regazo de sus padres. En este marco, estamos refiriéndonos a niños y niñas que estaban comenzando a descubrir el quechua como una lengua natural para comunicarse, pero que de súbito se vieron en un contexto social y cultural distinto donde la lengua era también distinta. Pero esta literatura no es para niños..., no creo que ningún niño lea Aqupampa o Achikyay willaykuna. Respecto a la segunda pregunta, no hay trabajos de investigación sobre la recepción de esta literatura, pero creemos que esta llega a las manos de los lectores quechuas, aunque a destiempo, por las mismas dificultades para la edición y distribución de libros, problema que también se percibe en el caso de las literaturas regionales producidas en español.
C. I. —Casi no existe todavía un campo literario quechua, pues los libros en quechua solo tienen por lectores –aparte de los investigadores como yo– a la reducida vanguardia de activistas de la lengua. Hasta hace pocos años casi todas las ediciones eran bilingües, porque las compraban sobre todo personas que no podían leer el quechua. En los últimos años, los escritores han empezado a militar a favor de ediciones sin traducción, lo que representa todo un reto editorial. En efecto, las instituciones públicas financian poco las publicaciones literarias en lenguas originarias y lo esencial del esfuerzo lo realizan algunas editoriales privadas, como un compromiso personal que no es rentable. La editorial Pakarina es sin duda la principal de ellas. Es difícil evaluar cuantitativamente al lectorado quechua. Las ventas de la novela Aqupampa han sido limitadas y no creo que más de 100 quechuahablantes lo hayan comprado y leído espontáneamente, es decir, fuera de algunos talleres de lectura que se realizaron en universidades de Lima. Aun así, soy tal vez demasiado optimista.
—¿Podría decirse que estamos en una etapa del desarrollo de la literatura quechua en la que la oferta debe preceder a la demanda? ¿Qué papel creen que desempeña o debería desempeñar el Estado, a través del Ministerio de Cultura y la industria editorial, en este desarrollo? ¿Cómo se podrían garantizar canales de publicación y distribución para la literatura peruana en quechua?
P. L. —En todo contexto la oferta precede a la demanda. Si el producto es significativo, sorprendente, genera la necesidad de aproximarse a él. Respecto al Estado, si fuera consecuente con la política de revitalización de las lenguas originarias, una de las mejores medidas desde el Ministerio de Cultura o el de Educación sería una editorial a cargo de ellos que asuma la edición de literatura en lenguas originarias. Para el efecto, la editorial tendría que contar con un comité autónomo y transparente, que a su vez tenga conocimientos de literatura quechua y de la misma lengua; luego, incorporar los textos publicados al Plan Lector tanto en la educación primaria como en la secundaria. Pero, el problema va mucho más allá, la EIB (Educación Intercultural Bilingüe) solo es en primaria y en la escuela se sigue enseñando en español.
La institución del Premio Nacional de Literatura, que incluye a las lenguas originarias desde 2018, es un paso importante que nace ante las evidencias de una producción en estas lenguas. En tal sentido, podemos considerarlo casi como una conquista (el premio se instituye porque existe literatura escrita en lenguas originarias, otro ejemplo para confirmar la primera subpregunta de este ítem). El premio, es un acierto trascendental del Estado, desde el Ministerio de Cultura, y hay que reconocerlo.
Uno de los canales para una difusión más efectiva son los trabajos personales de difusión: el autor visita las escuelas bilingües, interactúa con los estudiantes, lee y comenta sus textos, motiva, genera el interés por la lectura. Por cierto, esto requiere de paciencia y tiempo; no es sencillo recorrer los Andes con tu quipe de libros sobre las espaldas y llegar a las escuelas. El Estado debe patrocinar esta clase de tareas. Creo que sería una verdadera forma de descentralizar la circulación de libros y de difundir cultura.
C. I. —Solo la existencia de una oferta literaria interesante puede crear una demanda y suscitar una práctica de lectura. Pero en eso el voluntarismo de algunas editoriales alcanza pronto sus límites y me parece que el Estado, a través de los ministerios de Educación y de Cultura, debería apoyar la edición en lenguas originarias, más allá de los libros escolares y la literatura infantil. En efecto, la preservación de estas lenguas requiere, entre otras muchas cosas, que existan libros escritos en ellas para los adultos. Y la literatura solo debe ser una parte de esa producción. Un primer tipo de apoyo consistiría en comprar ejemplares a las editoriales comprometidas con la literatura quechua para su repartición en las bibliotecas públicas y las de los colegios públicos. Pero también habría que encontrar la manera de introducir estos libros en los circuitos de difusión comercial existentes en provincias (ferias, pequeñas librerías, etcétera). Pero sé que es más fácil decirlo que hacerlo.
—¿Qué balance se puede hacer de la Educación Intercultural Bilingüe y su impacto sobre la escritura en quechua?
C. I. —Si nos referimos a la formación de un lectorado en quechua, el impacto de la EIB me parece absolutamente nulo. Han pasado más de 25 años desde que empezó a generalizarse en las zonas rurales donde predominan las lenguas originarias y no parece existir hábito de leer en quechua entre los adultos que pasaron por dicho sistema educativo. Hasta donde sé, ninguno de los escritores quechuas actuales ha sido escolarizado en la EIB. Ello no debe sorprender: la práctica de la lectura y la escritura en quechua, en principio adquirida en la primaria, no se ha continuado en la secundaria, de modo que los alumnos procedentes de escuelas EIB no desarrollaron en el colegio las habilidades que empezaron a adquirir en la primaria. Hasta hace muy poco, en efecto, se concibió la educación bilingüe como una transición hacia un sistema secundario donde las lenguas originarias no tenían espacio, y no como un factor de mantenimiento de ellas. De modo que la educación bilingüe se trunca al final de la primaria, justo cuando podría empezar a dar sus primeros frutos. Es un proyecto abortado. Felizmente la política lingüística del Estado peruano ha empezado a cambiar en estos últimos años, pero será necesaria por lo menos una década para que los resultados sean perceptibles.
Sin embargo, si nos colocamos desde el punto de vista de la formación de los profesores, la EIB sí ha tenido un impacto esencial. Como ya lo mencioné, ha surgido en los últimos años una generación de jóvenes escritores formados gracias a las carreras universitarias de Educación Intercultural Bilingüe. Pero, nuevamente, hay que insistir en la importancia de crear también lectores, y eso solo lo puede lograr la enseñanza secundaria.
P. L. —El balance es positivo. Sustentan esta afirmación diversas publicaciones de libros de poesía en esta lengua, cuyos autores han seguido la carrera universitaria de Educación Intercultural Bilingüe. Puedo citar el caso de Nina qallu [Edison Borda Huyhua, 2016] y Qespiriy [Rubén Yucra, 2016], ambos con una mención honrosa en el evento Premio Nacional de Literatura 2018. También tenemos el poema “Qamhina kayta munani” [Bellido Palomino, 2017], ganador del Primer Concurso de Poesía Quechua Katatay 2017, organizado por la Cátedra de Lengua Quechua, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; y junto con ellos se encuentran Dominga Taipe y Edwin Lucero Rinza, entre otros jóvenes que ahora experimentan un proceso de consolidación de su apuesta lírica que reivindica los Andes y asume una posición crítica y contestaría al sistema social vigente. Así, en los dos o tres últimos años hemos presenciado una eclosión de la lírica quechua desde el seno de EIB. Pero también la aparición de la revista Ñawray, que se ha convertido en el vocero de estos jóvenes con un trabajo de difusión importante en espacios claves de los Andes, todo esto desde Lima. En narrativa, esta emergencia es tenue, a pesar de esto hay que destacar la presencia de Nancy Castillo y Reyna Esther Aguilar, ganadoras del segundo y tercer puesto del Primer Concurso de Cuento Quechua, Willakuy 2018, también organizado por la Cátedra Quechua de la Universidad de San Marcos. Creemos que los concursos de poesía y cuento en lengua quechua indicados también responden a la eclosión antes comentada.
—¿Qué papel tiene la migración en la difusión del quechua y/o su progresivo abandono?
P. L. —En el caso de los jóvenes de Beca 18 la migración a Lima, aunque de manera transitoria, ha sido un factor importante para reconocerse andinos, andinas y quechuahablantes. En el caso de las migraciones durante el conflicto armado, de igual manera ahora interactúan en Facebook, porque buscan recuperar su lengua materna, buscan dialogar, darse a conocer. Sin embargo, en otros casos existen rupturas lamentables y definitivas con todo el sistema cultural andino. También es necesario señalar que existen migraciones hacia otros países. Se trata de personas un poco más adultas y se aprecia un vínculo muy fuerte con el quechua y los Andes. Puedo mencionar a Odi González, Américo Mendoza, Carlos Molina, Fredy Roncalla, Irma Álvarez Ccosco, Zenobio Ortiz, Carlos Echegaray, entre otros, que desde la academia, las actividades literarias y culturales, contribuyen a la difusión y al fortalecimiento del quechua. Esta diáspora andina ha sido estudiada en Caminan los apus. Escritura de migración [Noriega, 2012].
C. I. —Aunque hoy cerca del 10 % de la población de Lima Metropolitana es quechuahablante, no se puede decir que la migración haya propagado el quechua en la capital, porque esta lengua se transmite muy poco en ella. Los hijos nacidos en Lima solo aprenden la lengua cuando sus padres los dejan bajo el cuidado de una abuela o un abuelo monolingües. Más bien, la migración, tanto temporal como definitiva, es el principal factor de abandono del quechua. En la actualidad, esta lengua está dejando de transmitirse también en los pueblos rurales o comunidades donde una proporción importante de adultos pasa parte de su tiempo en la ciudad o en una mina. El quechua deja entonces de ser natural en el ámbito de la casa. Los hijos suelen entender el quechua, porque lo escuchan de otras personas del lugar, pero no lo hablan o no lo hablan con fluidez. En cambio, en comunidades que disponen de importantes recursos propios, sean estos agrícolas, artesanales o turísticos, y cuya población por consiguiente migra muy poco, el quechua se transmite bien a las nuevas generaciones, al mismo tiempo o, muchas veces, antes que el castellano.
—¿Cuál es el estado de las investigaciones sobre la literatura quechua actual?
P. L. —Las investigaciones sobre literatura quechua son bastante limitadas, el canon oficial no se atreve por debilidades suyas antes señaladas. Sin embargo, debemos precisar que hay mayor atención a la poesía por el mismo hecho de que la lírica quechua posee una larga trayectoria y generalmente las ediciones son bilingües y el abordaje se realiza desde las traducciones hechas por el mismo autor, pero no hay estudios que puedan hacer una confrontación, un análisis comparativo entre las versiones en quechua y las traducidas. El caso para la narrativa es distinto debido a que la emergencia de este género es casi un fenómeno actual. En este marco debemos señalar estudios recientes como Escritura en quechua y sociedad serrana en transformación: Perú, 1920-1960 [Durston, 2019] y Narrativa quechua contemporánea, corpus y proceso (1974-2017) [Espino Relucé, 2019], que son contribuciones importantes al tema. Por otra parte, son fundamentales los primeros textos críticos surgidos de la lectura y análisis de Aqupampa. Me refiero a César Itier, quien ha escrito el primer texto crítico a esta novela [Itier, 2016]; y el de Niel Palomino, una reseña de la misma novela [Palomino González, 2019]. Pero César Itier, ya lo hemos indicado, tiene además en su haber un estudio temprano, escrito en quechua y en español, de la narrativa quechua con énfasis en los cuentos de José Oregón Morales, Porfirio Meneses y Macedonio Villafán [Itier, 1999]. Los casos antes citados nos demuestran que la crítica a la literatura quechua no nace propiamente del canon literario peruano.
Bibliographie
C. I. —Se ha hecho muy poco en este campo, en primer lugar, porque son escasos los investigadores capaces de leer textos en quechua. Los trabajos de Julio Noriega [1993] y de Gonzalo Espino Relucé [2019] constituyen introducciones muy útiles a la literatura quechua actual, pero falta hacer “trabajo de campo”, es decir, reunir información sobre el contexto sociológico e ideológico de los autores, así como sobre sus intenciones y motivaciones. Hasta donde sé, solo lo ha hecho Camille Riverti para su tesis de maestría en Antropología sobre la literatura quechua actual [Riverti, 2013-2014]. Y sobre todo falta analizar las obras a profundidad, para sacar a luz su intencionalidad y la visión del mundo que proponen. Luego, más allá de la cuestión del sentido de los textos, la literatura, como cualquier otra práctica cultural, es también un fenómeno histórico-social, y debe estudiarse como tal, movilizando algunos instrumentos de la sociología y de la antropología. Desafortunadamente, los estudiosos de la literatura contemporánea no suelen ser familiares de estas disciplinas y los antropólogos no suelen considerar la literatura como un tema de su incumbencia. También sería interesante estudiar el campo literario quechua en formación, entrevistando a lectores y editores. Es un tema totalmente desatendido, pero cuya comprensión ayudaría a dinamizar esta práctica cultural importante para el devenir de la lengua. Finalmente, entender una obra literaria implica también identificar en ella los ecos de otros textos, que son conocidos de sus destinatarios, y a partir de los cuales la obra ha sido elaborada. En el caso de la literatura escrita en quechua, se trata de la literatura oral en esta lengua. No se puede entender a cabalidad la primera sin la segunda, pues forman un mismo sistema. Una literatura escrita siempre se inicia como una extensión de la oralidad. Y este aspecto esencial tampoco se ha considerado.
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Auteurs
Enseña la lengua quechua en el Institut National des Langues et Civilisations Orientales (INALCO, París) y es investigador asociado del Instituto Francés de Estudios Andinos. Sus investigaciones versan sobre la literatura oral y escrita quechua, la historia de esta lengua y su vocabulario sociopolítico. Entre sus libros figuran: El teatro quechua en el Cuzco [2 tomos, Lima: IFEA-CBC, 1995-2000]; Karu ñankunapi. 40 cuentos en quechua y castellano de la comunidad de Usi (Quispicanchi-Cuzco) [Lima: IFEA-CBC, 1999]; El hijo del oso. La literatura oral quechua de la región del Cuzco [Lima: IFEA-IEP-PUCP, 2007]; Juan de Espinosa Medrano, El Robo de Proserpina y sueño de Endimión, edición, traducción y estudio preliminar de C. Itier [Lima: IFEA-IRA, 2010]; Diccionario quechua sureño-castellano [Lima: Commentarios, 2017]; Runasimita yachasun. Método de quechua [con Zenobio Ortiz Cárdenas, Lima: IFEA-Commentarios 2019]. En la editorial Pakarina (Lima), dirige la colección “Willay”, dedicada a la publicación monolingüe de narrativa literaria quechua; en dicha colección editó la novela Aqupampa [2016] de Pablo Landeo Muñoz, y la colección de cuentos literarios Musyarqaniñam wañunaykita [2018] de varios autores.
Magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Obtuvo el primer premio del IV Concurso Nacional de tesis de maestrías y doctorados (2010), organizado por la Asamblea Nacional de Rectores. La tesis fue publicada por la ANR, con el nombre de Categorías Andinas para una Aproximación al Willakuy [2014]. Ha publicado los libros de poesía: Los hijos de Babel [2011] y Nocturnos [2015]. En el contexto de la literatura quechua publicó Wankawillka [2013], su primer libro de relatos y Aqupampa [2016], primera novela peruana en quechua, sin traducción al español. El Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Literatura, en lenguas originarias, 2018. Fue profesor de quechua (2014-2020) en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO-París). Conocedor de la literatura oral quechua, sustentó sobre esta temática su tesis de doctorado en antropología por la Universidad Sorbonne Nouvelle, Paris 3 en el 2021.
Su investigación se centra en la literatura contemporánea acerca de la violencia política en el Perú y en España. Es asimismo magíster en Literatura Comparada por la Escuela Normal Superior de Lyon. Actualmente es profesor de francés en una escuela secundaria.
Profesora de Antropología en el Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine (IHEAL, Université Sorbonne Nouvelle). Es investigadora en el CREDA e investigadora asociada del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA). Sus campos de investigación se encuentran en Perú y en España (principalmente en Apurímac y Navarra) y se centran en la gestión política e íntima del posconflicto en estos dos países. Como becaria posdoctoral de las Acciones Marie Sk-Curie en el Institut de Sciences Politiques Louvain-Europe (ISPOLE) ha trabajado en las políticas de reparación y en el tratamiento de los cuerpos exhumados de las fosas comunes en el mundo hispanoamericano. Fue ganadora del Premio de Tesis del Instituto Varenne en el 2016, la cual fue publicada bajo el título De pierres et de larmes. Mémorialisation et discours victimaire dans le Pérou d’après-guerre [LGDJ, 2016]. Fue miembro científico de la Casa de Velázquez (2016-2017) y ganadora del Fondo Françoise-Marie Peemans de la Real Academia de Bélgica en el 2019.
Especialista del Perú y de las sociedades andinas quechuas donde desarrolla sus investigaciones de campo desde hace más de dos décadas, Valérie Robin Azevedo es doctora en Antropología Social (Universidad París Nanterre, 2002) y licenciada en Lengua y Cultura Quechua (INALCO de París, 2003). Se desempeña actualmente como profesora principal en la Universidad de París y es miembro del laboratorio URMIS. También enseña en el diplomado de quechua del INALCO. Es corresponsable del proyecto de investigación Transfunerario (2020-2023), sobre rituales colectivos de reinhumación en contextos posconflicto. Su último libro en castellano Los silencios de la guerra. Memorias y conflicto armado en Ayacucho-Perú salió con La Siniestra Editores [2020].
Magíster en Estudios Hispánicos por la ENS de Lyon y en Estudios de Género por la Universidad Paris 8, cursa actualmente un doctorado en Estudios Hispánicos (Paris 8) y una licenciatura en Lengua y Cultura Quechua (INALCO). Es miembra del LER, miembra asociada del CERLOM y forma parte del Laboratorio Junior VisaGe. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora (ATER) en estudios hispánicos en la Universidad Gustave Eiffel. Es corresponsable del seminario “Género y feminismos en las Américas Latinas” (EHESS/Paris 8) y responsable del proyecto virtual y museográfico “Warmikuna - Voces, rostros y memorias". Su tesis en curso se titula “Género, violencias y memorias en los relatos del ‘post-conflicto’ armado peruano (2000-2017)” y obtuvo el Premio de la ciudad de París para los estudios de género (2020). Sus investigaciones portan sobre género, violencia política, literatura peruana (español y quechua) y feminismos latinoamericanos.
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