Cap. 6. La histeria fabricada: Una mirada interseccional a la excarcelación de las mujeres (ex)subversivas en Perú1
p. 134-151
Texte intégral
“Sabemos que no ha cambiado su pensamiento, sigue siendo el mismo, y que venga al distrito que mayor daño ha recibido del terrorismo [...]. Puso en peligro la integridad física de todos los parlamentarios, así como la infraestructura del Parlamento”. [sic]
—Declaraciones en prensa sobre los casos de Maritza Garrido-Lecca y Nancy Madrid respectivamente. [Correo, 2017; Expreso, 2018a]
Introducción
1La excarcelación de mujeres que han cumplido sentencias de pena privativa de libertad por el delito de terrorismo en Perú, como Maritza Garrido-Lecca Risco (en adelante Garrido-Lecca) y Nancy Madrid Bonilla (en adelante Madrid), conlleva controversias. En ambos casos resalta cómo la estigmatización y la marginación que enfrentan las mujeres exsubversivas están atravesadas por problemáticas de género, “raza” (entendida como aspecto físico o fenotipo) y clase, que determinan a su vez los modos usados para edificar barreras y definir los espacios y lugares que les son vetados. A través de un análisis interseccional de estas dos mujeres, este ensayo quiere contribuir a la deconstrucción de las representaciones trilladas del conflicto (1980-2000) –y ampliamente difundidas en la prensa de la época– en torno a las mujeres del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso (PCP-SL) y, en menor medida, a las pertenecientes al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) [Boutron, 2019, pp. 14].
2No obstante las diferencias existentes entre las organizaciones subversivas en las que participaron, Garrido-Lecca en el PCP-SL y Madrid en el MRTA, hay ciertas similitudes entre estas dos mujeres. Ambas pertenecen a la clase media, son “blancas” (tal como se percibe en Perú) y eran jóvenes cuando fueron detenidas: Garrido-Lecca tenía 28 años y Madrid, 24. Además, las dos fueron sentenciadas por haber alquilado casas para usos de las organizaciones subversivas.
3La histeria respecto a sus figuras nace de la idea implícita según la cual estas mujeres desobedecieron al mandato de los privilegios otorgados por su clase, “raza” y edad, y se desviaron del rol de mujer impuesto por el sistema patriarcal capitalista y poscolonial. El discurso sobre las mujeres en Perú sigue girando alrededor de la mujer-madre sacrificada, capaz de sufrir mil males sin perder nunca la integridad ni la humildad [Stevens, 1974, pp. 20]. Además, son consideradas como receptoras y transmisoras de la cultura, garantes del orden moral que organiza y articula las esferas públicas y privadas, y responsables del trabajo de cuidados. A través de su participación en organizaciones subversivas y al desplegar estratégicamente una parte de sus identidades, Garrido-Lecca y Madrid se convirtieron en traidoras por rechazar la tarea de mantener el statu quo de su género, “raza” y clase. Aquel atrevimiento les suscitó un castigo simbólico más allá de la pena legal correspondiente a sus actos.
4Este ensayo comienza con un breve repaso de la literatura académica sobre las mujeres en el conflicto armado peruano, haciendo particular hincapié en la imbricación de las categorías de género, “raza” y clase. La segunda sección presenta los casos de Garrido-Lecca y Madrid, identificando ciertas similitudes y analizando la “histeria fabricada” tras sus excarcelaciones. Por los términos de “histeria fabricada” nos referimos al concepto desarrollado por Herman y Chomsky en su análisis de la prensa estadounidense al analizar la manera con la cual los medios participan de la construcción de la opinión pública [Hermann & Chomsky, 1998].
5La conclusión ofrece algunas ideas sobre el impacto de las controversias generadas alrededor de estas dos exsubversivas y, por extensión, de todas las mujeres que han participado en el PCP-SL o el MRTA –hayan o no pasado por la cárcel.
Mujeres en el conflicto armado peruano: género, “raza” y clase
6Los estudios desde una perspectiva de género sobre el conflicto armado peruano han fomentado el debate sobre justicia y reconciliación, enfatizando los impactos diferenciados, identificando muchas veces los silencios, y subrayando los roles y casos de mujeres que han sido olvidadas por la historia oficial [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003; Narda Henríquez, 2006; Mantilla Falcón, 2010; Crisóstomo, 2015]. Algunos cuestionan el discurso unidimensional del sufrimiento de las mujeres a expensas de otras narrativas donde estas no son solo víctimas [Theidon, 2007, pp. 27]. Los estudios de género han ofrecido herramientas conceptuales que permiten abordar las violaciones de derechos humanos desde una perspectiva intersecccional, tomando en cuenta la imbricación de las relaciones de género, “raza” y clase, particularmente cuando se aborda la violencia sexual [Boesten, 2008; Bueno Hansen, 2016]. Aun si las mujeres dieron el 56% de los testimonios compilados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, sigue siendo necesario continuar las investigaciones que otorguen una atención particular a la construcción de una memoria más representativa de las diversas experiencias vividas durante la violencia política [Crisóstomo, 2018].
7La mayoría de los estudios sobre mujeres en el PCP-SL datan de inicios de los noventa [Andreas, 1986; Vega Centeno, 1992; Balbi & Callirgos, 1992; Barrig, 1993; Caplansky, 1994]. Salvo algunas excepciones, suelen estar enfocados en la violencia de las mujeres senderistas. Lejos de ser considerada como una muestra de emancipación de su género, generalmente esta participación era entendida como la subordinación al dogma de su líder Abimael Guzmán [Coral Cordero, 2001]. Más recientemente, algunos estudios han trabajado sobre la presencia activa de mujeres en el PCP-SL como posible ventaja táctica [Balbuena, 2007], como también la resignificación parcial de los roles tradicionales de género [López, 2017].
8Las publicaciones sobre las mujeres en el MRTA son escasas [Felices, 2008; Romero & Fernández, 2011; Boutron, 2014]. Estas tienden a enfocarse en las experiencias de las mujeres que fueron encarceladas o en sus historias de vida, pero muy poco en su participación política. En las raras representaciones generalizadas de mujeres militantes del MRTA, estas suelen ser vistas como mujeres formalmente educadas, urbanas y hasta “blancas”. Las militantes del MRTA realizaron funciones claves para su organización; muchas de ellas se enfocaron en tareas de cuidados, así como en el apoyo y vigilancia en las ciudades y en el campo, incluyéndolas en columnas militares y milicias urbanas [Boutron, 2014].
9La poca atención brindada a las historias de aquellas mujeres que no caben en las lógicas de lo que se espera de una senderista o una emerretista, no es casual. Esta narrativa demuestra la división menos categórica entre víctimas y victimarios, y contribuye a borrar la agencia de las mujeres. La invisibilización de la diversidad de las experiencias de participación de las mujeres en el conflicto armado interno en Perú reproduce elementos de las experiencias de “excombatientes” –término frecuentemente utilizado para las mujeres de los grupos alzados en armas, sin distinguir su rol específico en estos–. Los estudios sobre la participación de las mujeres en las luchas armadas y los proyectos revolucionarios [Kampwirth, 2002; Dietrich, 2014; Eager, 2016], y sobre las representaciones mediáticas de la violencia política de las mujeres en otros contextos [Sjoberg & Gentry, 2007; Cardi & Pruvot, 2012; Snow, 2018], son útiles para entender si el Perú es un caso sui generis como algunos políticos y académicos suelen argüir.
10La construcción de la opinión pública a través de la prensa en tiempos de paz aumenta en tiempos de guerra. En Perú, tras la transición a la democracia y el regreso del poder a manos de los civiles a finales de los setenta, el control de los medios informativos volvió a ser de sus antiguos propietarios. En medio de la reconstrucción de los medios de comunicación y la búsqueda de audiencia, el conflicto armado interno iniciado en 1980 representó una oportunidad para que estos afirmaran su posición como principales narradores de la violencia política, ampliando de esa manera la demanda de sus lectores [Peralta Ruiz, 2000]. A través de sus artículos y programas de noticias, los grandes medios de prensa peruana establecieron un discurso similar sobre los grupos alzados en armas, y en particular sobre el PCP-SL, que fue absorbido por el público.
11Las primeras figuras senderistas que atrajeron la atención de los medios fueron Edith Lagos y Carlota Tello Cutti, dos jóvenes militantes del PCP-SL que participaron en acciones armadas antes de ser ejecutadas a inicios de los años ochenta. Tal como lo ha analizado Ricardo Caro, ambas mujeres recibieron una atención diferenciada por la prensa de aquella época en función a sus orígenes sociales de clase y supuesta diferencia de “raza” [Caro Cárdenas, 2006]. Aunque ambas eran andinas, Lagos, hija de una “buena familia” de comerciantes de Ayacucho, fue presentada con cierta indulgencia: una muchacha romántica que se equivocó de camino por una ideología engañosa. Tello, criada por una madre soltera de “poca moralidad”, fue presentada como una chica con poca educación y con frustración social. Los rasgos mestizos de Tello fueron puestos de relieve a diferencia de los de Lagos. Su clase y etnia fueron movilizadas en los relatos mediáticos sobre ellas.
12Con la militarización del conflicto en el último lustro de los ochenta y su expansión desde el sur andino hasta las áreas urbanas de la costa y, posteriormente, a la selva, los discursos mediáticos sobre la subversión fueron modificándose para incorporar otras identidades (por ejemplo, a los estudiantes universitarios y a la población andina que se había reasentado en Lima). No obstante, las identidades de clase, “raza” y género continuaban siendo utilizadas para etiquetar a “los enemigos de adentro”. La multiplicación de los atentados en Lima en el transcurso de las décadas de los ochenta y noventa será capitalizada por el autoritarismo del régimen fujimorista no solo para construir una condena tajante al terrorismo (que no incluía las acciones de los actores estatales), sino para dominar el sistema judicial y, eventualmente, los medios de comunicación. El Gobierno empleó la imagen heredada de la década anterior por las autoridades estatales y los medios de comunicación, en la cual los “terroristas” eran enemigos internos responsables no solo de la violencia política sino también de varios otros males que enfrentaba el país. La multiplicación de detenciones masivas, frecuentemente arbitrarias y juicios expeditivos de presuntos “terroristas” con penas altas, contribuyeron a disminuir la organización y protesta social.
13Como otros estudios han señalado, el Gobierno de Fujimori utilizó y aprovechó los medios para instalar su propia perspectiva sobre el país [Lynch, 2002; Degregori, 2016]. Los medios, con y sin intervención subrepticia, engrandecieron el perfil del “terruco” con identidades casi estáticas de “raza”, clase y género. Durante la década de los noventa, la prensa describía a las mujeres subversivas como frías, cínicas, crueles, fanáticas, locas y esclavas sexuales [Boutron, 2019]. Las militantes senderistas eran presentadas como fanáticas seguidoras de Abimael Guzmán. Se consideraba que era el amor enfermizo que sentían por él, lo que las llevó a convertirse en verdaderos monstruos. Esas representaciones corresponden con los cuadros discursivos identificados por Laura Sjoberg y Caron Gentry al estudiar los discursos mediáticos sobre las mujeres violentas en la prensa anglófona en el marco de la “guerra contra el terrorismo” [Sjoberg & Gentry, 2007]. Ambas investigadoras mostraron, en efecto, la predominancia de los estereotipos de género para calificar la violencia femenina. Así, las mujeres que participaban en actos de violencia política lo harían para vengar o proteger a su familia (como “madres”), porque eran locas e inhumanas (y, por lo tanto, monstruosas), o porque tendrían una sexualidad fallida, sea porque estaban frustradas o, por el contrario, sedientas de sexo (en ambos casos, “putas”).
14Esta puesta en escena algo grotesca de la “mujer subversiva” funciona como una lupa deformante de la participación de las mujeres. Estas se convierten en verdaderos fetiches que incitan emociones intensas como el odio, el miedo o el asco. El objetivo es no solo contribuir al rechazo de los grupos subversivos sino a su “basurización simbólica”. En su estudio sobre la basurización simbólica en el Perú contemporáneo, Rocío Silva Santisteban [2008, pp. 18] la define como “una forma de organizar al otro como elemento sobrante de un sistema simbólico [...] a partir de conferirle una representación que produce asco”. Usa el concepto para describir los discursos autoritarios que durante el conflicto armado justificaron prácticas de violencia extrema, torturas y violaciones, como respuesta frente a la violencia política. Esas prácticas se apoyan en un sistema de valor colonial (léase racista y clasista) y patriarcal y, por lo tanto, contribuyen a la reproducción de las lógicas de discriminación según el género, la “raza” o el origen social, manteniendo relaciones de subordinación que desde ese momento aparecen como “naturales”.
15La basurización simbólica de las mujeres integrantes del PCP-SL fue desplegada en los discursos mediáticos sobre las militantes senderistas detenidas con Abimael Guzmán en setiembre de 1992. Tres de las cuatro mujeres detenidas (Elena Iparraguirre, Laura Zambrano y María Pantoja) fueron descritas como mujeres frías y sanguinarias, un verdadero “trío de la muerte” [Ojo, 1992c], disputándose un lugar al lado de su líder para poder “acompañarlo a su celda” [Ojo, 1992ª]. En la prensa de aquella época estas son descritas como mujeres “asexuadas, feas y gruesas”, mientras que Garrido-Lecca es presentada como una persona atractiva que perdió su poder de seducción a causa de Abimael Guzmán [Caretas, 1992], o también como la “bella bailarina ama de llaves del cabecilla terrorista” [Ojo, 1992b].
16A pesar de tener una evidente posición política, las mujeres senderistas fueron reducidas a una supuesta hipersexualidad o a una feminidad fallida y, a veces, a ambas al mismo tiempo. Si bien Guzmán aparece como prolífico y activo, su sexualidad es representada como degradante y desviante: un verdadero Barba Azul orgiástico con esclavas sexuales [La República, 1992]. Como lo revela un estudio sobre mujeres combatientes en el Medio Oriente, la sexualidad femenina “anormal” se despliega como “explicación” de la violencia femenina [Sjobger & Gentry, 2008]. En su estudio sobre las representaciones mediáticas de las militantes de Acción Directa, un grupo de extrema izquierda en Francia, Fanny Bugnon señala cómo estas representaciones terminan despolitizándolas mediante un enfoque que se centra en sus supuestos cuerpos erotizados, sean ellas descritas como frustradas y/o sedientas de sexo, y no en sus ideas [Bugnon, 2014].
17La prisión no solo es un espacio de basurización, sino también un instrumento de redomesticación de esos cuerpos rebeldes. El encierro en penales de máxima seguridad de las mujeres sentenciadas por delitos de terrorismo en relación con el PCP-SL y el MRTA hizo más eficaz estas representaciones estratégicamente creadas para marginalizarlas. La cárcel no solo garantizó que no pudieran seguir amenazando al orden público, sino que también las silenció y permitió reafirmar conceptos del patriarcado capitalista y racista. Además de las reglas, normas y figuras de poder del espacio carcelario, las mujeres privadas de libertad fueron vistas como apéndices de los hombres, por lo que resultó necesario asegurar la separación de ambos. Al igual que los hombres de las mismas organizaciones alzadas en armas, eran consideradas desechables. Un ejemplo de esto ocurrió durante el traslado violento de mujeres del PCP-SL y del MRTA del penal de máxima seguridad Miguel Castro Castro en 1992 donde 42 mujeres y hombres privados de libertad fueron extrajudicialmente asesinados [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003].
Dos mujeres excarceladas, una histeria
18A pesar de su relativo silencio, impuesto durante los largos años de encarcelamiento, la excarcelación de personas que fueron sentenciadas por delitos de terrorismo generó una nueva ola de atención en este sector de la población ya basureado. Los medios de comunicación, con la participación de figuras políticas y personas influyentes, fomentaron y contribuyeron a instaurar un pánico que por períodos devino en histeria colectiva,2 además de contribuir con la creación de una comunidad emocional basada en el rechazo teatralizado al “terrorismo”. Sin negar los casos de excarcelaciones de hombres que suscitaron la atención pública, la histeria colectiva alrededor de algunas mujeres excarceladas y sus acciones posteriores es particularmente llamativa por el visible intento de mantención de un dispositivo de control social particular para ellas.
19A través del análisis de los casos relacionados a la histeria colectiva generada alrededor de Maritza Garrido-Lecca y Nancy Madrid, se identifica cómo sus acciones fueron criticadas al no permanecer circunscritas dentro de los espacios y lugares que mujeres como ellas deberían ocupar. Es decir, por haber “traicionado” sus privilegios de “raza”, clase y género, ya no pueden ser aceptadas en espacios donde sus otras congéneres sí. Al señalar la catarsis mediática, argüimos que mientras se está vetando a estas dos mujeres en particular, los brotes de histeria colectiva logran la marginación de las mujeres exsubversivas no solamente de la esfera pública sino también de los lugares representativos del poder político.
Maritza Garrido-Lecca: ojos que no ven y sinrazón que lo siente
20El caso de Maritza Garrido-Lecca es uno de los temas más constantes en los estudios académicos y de prensa popular de las mujeres que participaron en los grupos subversivos. En la narrativa hegemónica poco modificada a través de los años, se menciona a la bailarina atractiva (léase “blanca”) de la clase media alta limeña que escondió al líder del PCP-SL Guzmán y, posteriormente, fue capturada con él y otras personas en setiembre de 1992.
21En efecto, Garrido-Lecca y su pareja alquilaron una casa en un distrito de clase media de Lima donde vivían varios líderes del PCP-SL. Un presunto “informe” del periódico de derecha Expreso en 2018 señala que alquiló dicha casa “sin que los propietarios tuvieran la menor sospecha por tratarse de una persona de buena presencia, buen hablar”. Es indudable que las prerrogativas de su “raza” y género fueron útiles para arrendar la casa en dicho barrio. El mismo “informe” indica que:
“Es sorprendente cómo la demagogia marxista, leninista, maoísta de Abimael Guzmán cambió los valores y conceptos, consiguió engatusar no solo a campesinos, obreros, dirigentes barriales e incautos estudiantes sino también a personas de clase media alta profesionales como fueron los casos de [...] y Maritza Garrido-Lecca” [Expreso, 2018b].
22Este mismo artículo presenta a Garrido-Lecca como cocinera de la dieta especial de Guzmán y responsable de las compras para la casa y de sus medicamentos. Su acción subversiva fue enmarcada en el trabajo de cuidados asignado a las mujeres. Según el concepto de Jules Falquet, en la división sexual del trabajo revolucionario, la labor de este perfil de mujeres suele ser la de brindar casas de fachadas al tener ellas una apariencia “respetable” [Falquet, 2002]. Desde esa perspectiva, Garrido-Lecca cumplió con las labores asignadas a su género, pero al mismo tiempo traicionó los privilegios determinados por su “raza” y clase.
23Tras 25 años de pena privativa de libertad, Garrido-Lecca fue excarcelada, desatando “una amplia expectativa entre los medios de comunicación”, con equipos de prensa tanto fuera del penal para “obtener imágenes de la terrorista en libertad”, como en la vivienda de su madre, en un distrito burgués en Lima [Andina, 2017]. Según lo que se pudo percibir de la transmisión televisiva de cuatro horas, la noche del 11 de setiembre de 2017, ella salió del Establecimiento Penitenciario Modelo Ancón II, subió a un vehículo y, perseguida por la prensa, se dirigió al norte del país, en sentido opuesto a Lima. Se hospedó en un hotel en Casma, departamento de Ancash, ubicado a 325 kilómetros de distancia de Ancón, por dos noches. Los medios especularon sobre su destino asumiendo que estaría saliendo del país: “Al parecer su destino sería el norte del país y su salida hacia Ecuador” [El Popular, 2017].
24La venganza mediática contra la traidora de su “raza” y clase no terminó con su excarcelación. Al contrario, Garrido-Lecca, tras desaparecer de la mirada pública durante meses, reapareció en Lima casi cuatro meses después en una de las clínicas privadas más caras del país. A pesar de que fue vista con su tía mayor, Nelly Evans, ningún medio se detuvo en el hecho de que ésta también había purgado prisión por el delito de terrorismo [Correo, 2018]. En los reportajes y comentarios en redes sociales, Garrido-Lecca fue criticada por entrar en esta clínica exclusiva, un espacio donde hubiera sido aceptada si no fuera por la traición anteriormente expuesta. Algunos comentarios mostraban indignación porque a pesar de deber una reparación civil al Estado, estuvo en una clínica privada. Es menester mencionar que ninguna fuente confirmó que ella fuera atendida en dicho centro médico.
25A pesar de haber escapado de la luz pública, Garrido-Lecca siguió ocupando interés mediático. Con la salida de un alto líder del PCP-SL en abril de 2018, un periódico de consumo popular, como su nombre lo indica, El Popular, publicó el titular siguiente: “¿Cuál es el paradero de la excarcelada senderista Maritza Garrido-Lecca quien purgó 25 años de prisión por esconder a Abimael Guzmán?”. Más allá de la incertidumbre sobre su paradero, el subtítulo del artículo tenía un nuevo tufo de crítica por la traición a su clase: “Hasta hace poco se le vio en Piura haciendo compras en exclusivos centros comerciales” [El Popular, 2018]. En agosto de 2018, El Comercio cita a un oficial de la Dirección contra el Terrorismo (DIRCOTE), un grupo especializado de la Policía, quien afirma saber que Garrido-Lecca está en la ciudad norteña de Chiclayo. A pesar de que el artículo habla de un grupo de exsubversivos/as que habían sido excarcelados/as, solo parece mostrar interés en señalar dónde se encontraban Garrido-Lecca y otras dos mujeres. Es llamativo que la liberación de las otras mujeres —que tuvieron una mayor responsabilidad en el PCP-SL que Garrido-Lecca— aparecieran tan solo fugazmente en la pantalla de noticias. Al parecer, la histeria mediática solo puede darse cuando se trata de personas como ella, que no solo distan de las identidades imaginadas del “terruco”: hombres, andinos, de bajos recursos, de poca educación formal, entre otras; sino que también son traidoras a lo que el patriarcado capitalista y racista les otorga.
Nancy Madrid: la intrusa de la nación
26En marzo de 1992, Nancy Madrid Bonilla fue capturada y detenida por su vínculo con el MRTA. Fue sentenciada por alquilar una casa en un distrito de clase media de Lima. Según la Dirección Nacional contra el Terrorismo (DINCOTE), esta casa era una “cárcel del pueblo”, o un centro de detención clandestino donde las personas secuestradas por el MRTA fueron encerradas en condiciones infrahumanas. Al igual que Garrido-Lecca, y cumpliendo con su rol en “la división sexual del trabajo revolucionario”, Madrid alquiló y vivió en una vivienda que sirvió como fachada para las actividades del MRTA, para lo que hizo un uso estratégico de su identidad como mujer “blanca” y educada. Aunque posteriormente a su excarcelación el perfil de Madrid pudo resultar “aceptable” entre ciertos sectores pudientes (por razones políticas o económicas), también representa una supuesta traición a los privilegios que su mismo perfil le otorgaba.
27Capturada con anterioridad al primer decreto ejecutivo de la legislación antiterrorista de 1992, Madrid fue sentenciada a una pena mayor a lo que le correspondía al momento de su detención. Tras la vuelta a la democracia y los cambios en la legislación, Madrid, así como aproximadamente otras dos mil personas sentenciadas por delitos de terrorismo y traición a la patria, fueron sometidas a nuevos procesos judiciales. En su segundo juicio, fue sentenciada a 18 años de pena privativa de libertad y, a través de la liberación condicional, fue excarcelada en 2008. Como otras excarceladas, antes y después de ella, salió de la cárcel sin atención mediática y no hubo mayor interés en su paradero, salvo el de las autoridades judiciales.
28En julio de 2016, María Elena Foronda, una congresista nacional recién electa del partido político de izquierda Frente Amplio, contrató a Madrid para formar parte de su equipo de asesores. Dos años después y, tras la histeria desatada por la “denuncia de que trabajaba en el Congreso de la República”, la congresista Foronda explicó que había conocido a Madrid cuando ambas estuvieron recluidas en el mismo penal (Foronda había sido liberada por el Poder Judicial en 1995 tras trece meses de injusta detención). Entre 2016 y mayo de 2018, Madrid realizó su trabajo de asesora para la congresista Foronda en el Congreso de la República del Perú hasta que un noticiero dominical, Panorama, reveló su pasado subversivo.
29Inicialmente, la congresista Foronda se negó a dar declaraciones. Al ofrecerlas al día siguiente, indicó que Madrid ya no formaba parte de su equipo de asesores. Agregó, “yo reconozco que ha sido un error político de mi parte. Considero que hay personas que pueden reinsertarse, no en una institución como el Congreso, ese ha sido mi error” [El Comercio, 2018a].3 No es de extrañar que unos 10 días antes, el 3 de mayo, el Congreso hubiese aprobado el primer dictamen de una modificación legal, eventualmente convertida en ley en junio de 2018, prohibiendo a las personas que habían sido sentenciadas por delitos de terrorismo, entre otros delitos, a trabajar en el sector público.
30Madrid, a pesar de haber cumplido su sentencia, fue vilipendiada por la prensa, señalada como la responsable de alquilar y cuidar las casas utilizadas como “cárceles del pueblo”, en plural [Correo, 2018c]. Al igual que Garrido-Lecca, su responsabilidad penal no solamente era por sus acciones sino también por las de las personas con quienes había sido detenida, un alto líder del MRTA, y hasta con quienes había sido juzgada en el segundo proceso judicial [El Comercio, 2018b].
31Indudablemente, Madrid se encontraba en el fuego cruzado de partidos políticos dentro de un Congreso fuertemente polarizado entre la derecha (representada por seguidores del exdictador Fujimori) y las fuerzas de izquierda. Sin embargo, la histeria colectiva se dio porque Madrid mantuvo una presencia física en una de las instituciones más representativas del Estado, el Congreso de la República del Perú.4 Madrid simbólicamente había entrado en la nación, algo inadmisible para una exsubversiva. Una parlamentaria, exhortando una investigación, dijo: “hemos tenido al costado a una terrorista.” [Expreso, 2018a]. No solo su presencia fue motivo de indignación, el sueldo por sus labores fue un segundo elemento. Un titular exclamó: “Exterrorista Nancy Madrid cobró más de 134 mil soles del Congreso” [Correo, 2018b].
32A pesar de las diferencias en su manera de actuar tras la excarcelación, las dos mujeres fueron objeto de una reactivación de la narrativa dominante del conflicto en la cual los exintegrantes de los grupos subversivos, mujeres y hombres, son los enemigos eternos de la nación. En el caso de Garrido-Lecca y Madrid, la narrativa fue complementada por una histeria debido a su capacidad de mimetismo, una vez más facilitada por su género, “raza” y clase social o educación formal. Ambas representaban la posibilidad de que nuevamente una mujer “blanca”, de cierta clase social, pudiera entrar subrepticiamente, o infiltrarse, en espacios físicos como barrios de clase media, clínicas privadas, centros comerciales exclusivos y hasta el Congreso de la República, sin ser percibidas.
33Frente a esta supuesta amenaza, el discurso mediático de figuras políticas y personas influentes, fomentando y exacerbando temores, contribuyó con los esfuerzos por anular a estas dos mujeres no solo simbólicamente sino también en sus posibilidades de ocupar espacios sociopolíticos en el país. Mientras que el género es una dimensión central para poder entender los procesos que marginan a las personas que fueron militantes del PCP-SL y del MRTA, no se puede entender la lógica de su uso sin una perspectiva interseccional que engloba otros elementos (clase, “raza”, nivel de educación formal, edad, entre otros).
Conclusión: lecciones ejemplares para la redomesticación
34La histeria “fabricada” alrededor de la excarcelación de Garrido-Lecca y Madrid no solamente se debe a la renuncia a sus privilegios de clase, “raza”, entre otros. También remite a la manera en que estratégicamente pudieron desplegarlos inicialmente para usos subversivos, posteriormente para seguir mimetizándose en espacios que supuestamente habían traicionado, y potencialmente usarlos para ocupar espacios sociopolíticos.
35Sus casos son emblemáticos de las distintas formas de estigmatización vividas por las mujeres exintegrantes del PCP-SL y del MRTA luego de haber cumplido su condena. La prisión no solo representa una pena punitiva en lo judicial, sino que cumple un papel trascendental en la construcción de la imagen de las mujeres subversivas como desviadas. Es decir, representa un elemento discursivo y simbólico para asegurar su identificación perenne como “terroristas”. Se puede observar similitudes entre las experiencias de excarcelación y reinserción en la sociedad como una manifestación tangible del continuum del discurso elaborado en la prensa en los noventa acerca de quiénes son estas personas, y que sigue siendo utilizado por los medios de comunicación, figuras políticas y personas influyentes, para mantener la idea de que hay “terrucos” que aún amenazan el orden social [Aguirre, 2011].
36Este discurso forma parte de un dispositivo más amplio de invisibilización de las distintas subjetividades que motivaron la participación de las mujeres en los grupos alzados en armas, así como su marginalización y exclusión de espacios públicos, y más aún de la esfera política luego de cumplir sus condenas de encarcelamiento. Con un simple análisis de las categorías de clase, “raza” y edad, la heterogeneidad de mujeres que participaron de una manera u otra en los grupos subversivos es innegable. Aun así, su basurización es similar. No solo se les exige renunciar a su pasado, se intenta seguir castigándolas por “traidoras” y redomesticar sus cuerpos, los mismos que pusieron a favor de la “revolución”, para que regresen al servicio del orden patriarcal capitalista y racista. Las controversias creadas alrededor de Garrido-Lecca y Madrid buscan desechar simbólicamente a todas las mujeres que integraron los grupos alzados en armas durante el conflicto armado interno entre 1980 y 2000.
37Los brotes de histeria ¿mediática? alrededor del “terrorismo” terminan restringiendo los espacios permitidos a las personas que en un momento de sus vidas integraron una organización subversiva, y contribuyen a la reafirmación de relaciones de subordinación cruzadas que continúan estructurando la sociedad peruana.
Bibliographie
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Notes de bas de page
1 Las autoras agradecen los comentarios de los y las comentaristas de una primera versión de este ensayo, así como el trabajo de edición de Alberto Gálvez Olaechea.
2 En este ensayo, el uso de la palabra “histeria” es intencional, reconociendo su despliegue para designar a mujeres categorizadas como disfuncionales, neuróticas y sexualmente insatisfechas.
3 Aun con la renuncia de Madrid, Foronda recibió una sanción de suspensión por 120 días del Congreso por esta contratación [Canal N, 2019].
4 Es importante recordar que otra mujer sentenciada por sus acciones con el MRTA, la ciudadana estadounidense Lori Berenson, fue acusada de haber planeado la toma del Congreso en 1995.
Auteurs
Historiadora independiente estadounidense-peruana (B.A.University of Wisconsin – Madison, M.A. University of Pennsylvania). Ha investigado, presentado y publicado sobre temas ligados a la “inocencia” y a las personas «arrepentidas» en el marco del conflicto armado interno peruano.
Socióloga, doctora del Instituto de Altos Estudios sobre América Latina de la Universidad Paris III Sorbonne Nouvelle. Es especialista en cuestiones de género en contexto de conflicto armado y seguridad internacional. Camille ha trabajado como investigadora en diversos centros de investigación como el Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales de la Universidad de Montréal (CERIUM) o el Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo (IRD). Entre el 2015 y el 2018, ocupó el cargo de Profesora Asistente en el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIDER) de la Universidad de los Andes en Colombia. Es actualmente investigadora del Instituto de investigación estratégica de la Escuela Militar en París (IRSEM). Ha publicado artículos en varias revistas francesas e internacionales. En el 2019 publicó el libro Femmes en armes: itinéraires de combattantes au Pérou 1980-2010 bajo el sello de Presses Universitaires de Rennes.
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