Cap. 2. La literatura peruana y el informe final de la CVR: Entre ficcionalización y subordinación
p. 48-64
Texte intégral
Introducción
1La producción literaria peruana sobre el conflicto armado interno no es un fenómeno nuevo. Desde el principio de la década de 1980, mientras la violencia se extendía desde el sur de los Andes centrales, los autores peruanos trataron el tema, ya sea en novelas, cuentos o poemas. Así, Mark R. Cox [2008] señala una importante cantidad de obras que se han enfocado en el conflicto y sus diferentes manifestaciones desde principios de los ochenta:
“Desde el 2000, que inicia el tercer período, aparecen el 51 % de los cuentos y el 44% de las novelas, y hay una lucha más intensa por parte de individuos y grupos por definir la narrativa de la violencia política y quiénes son sus escritores principales. Se publican antologías que privilegian a escritores andinos o criollos, y otras de grupos literarios en los penales que proponen distintas perspectivas e interpretaciones. A mediados de la década también se dan debates acerca de las novelas premiadas de escritores criollos. Es así que este período se caracteriza por un mayor número de obras y una lucha más intensa por definir esta narrativa”.1 [pp. 229]
2La literatura peruana ha sido entonces constante en su producción en los últimos cuarenta años en lo que concierne a la guerra interna. No obstante, la década de los 2000 supone un cambio de paradigma, como lo apunta Cox. Con la entrega del Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (en adelante CVR) el 28 de agosto de 2003, la memoria del conflicto armado y sus repercusiones cobraron mayor importancia tanto en el debate público como en la producción artística. En el ámbito literario, dos novelas recibieron importantes premios internacionales, mencionados en el fragmento citado: el premio Herralde de novela otorgado a La hora azul de Alonso Cueto en 2005, y el premio Alfaguara de novela que recompensó a Abril rojo de Santiago Roncagliolo en 2006. Este reconocimiento revela una atención mayor a la literatura peruana contemporánea sobre el conflicto armado en espacios críticos europeos, y una difusión de las obras en toda Latinoamérica y España. En los últimos diez años, otras novelas sobre la violencia política han ganado premios internacionales, como el Francisco Casavella de 2012 para Bioy de Diego Trelles Paz (2012) o el Premio de las Américas de 2014 para La sangre de la aurora de Claudia Salazar Jiménez (2013). Más allá de las cualidades de cada libro, lo que nos interesa en este breve muestrario es ver cómo la crítica literaria ha ido acordando una importancia institucional creciente a la literatura peruana del conflicto armado, y cómo esta circulación ha modificado la recepción de textos más recientes.
3En este capítulo nos proponemos estudiar la influencia del Informe final de la CVR en la literatura peruana contemporánea. En particular, nos interesa ver cómo el Informe final de la CVR influye en una producción de ficción literaria, a la vez como hipotexto fundamental para la prosa de ficción y como horizonte programático.2 Para explicar nuestra hipótesis, estudiaremos en detalle la novela El rincón de los muertos de Alfredo Pita [2014] y analizaremos algunos aspectos del libro de cuentos Al fin de la batalla. Después del conflicto, la violencia y el terror, compilado por Ana María Vidal Carrasco [2015].
La ficcionalización del informe final de la CVR
4Publicada en 2014 por Textual Pueblo Mágico, la novela El rincón de los muertos narra la historia del periodista español Vicente Blanco en su viaje al Perú en 1991. Luego de cubrir la primera Intifada en Cisjordania y la caída del muro de Berlín, Blanco decide ir a Ayacucho, epicentro del conflicto armado peruano, incitado por su amigo Rafael Pereyra. Una vez en Huamanga, junto con los periodistas ayacuchanos Luis Morelos y Max Souza, decide investigar las desapariciones forzadas que ocurren en la región.
5La novela consta de tres partes de nueve capítulos cada una, más un epílogo, y está narrada en primera persona. El lector descubre con Blanco, bajo el modelo de la literatura policial o detectivesca, el avance de las pesquisas y la realidad de las violaciones a los derechos humanos cometidas por Sendero Luminoso y el Ejército peruano.
Paratextos y horizontes de lectura
6Tanto la edición peruana como su traducción al francés contienen paratextos que comentaremos.3 Primero, la contracubierta de la edición peruana presenta un texto de Luis Dapelo que citamos íntegramente:
“Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que El rincón de los muertos, de Alfredo Pita, es ‘la’ novela de la violencia peruana de los años 80 y 90. Es una suerte de ‘J’accuse’, sin ninguna complacencia ni concesión a la versión preconfeccionada del relato oficial y del ‘mainstream’ casi hegemónico en el Perú. El autor, no solo nos cuenta una historia que sacude la imaginación y la conciencia, sino que lleva a cabo un proceso a los excesos de la Historia y a sus responsables, denuncia la impunidad, revela lo escamoteado y restituye la voz a aquellos a los que no se permite expresarse. Este libro tampoco cierra un ciclo, como pretendían con gran soberbia y miopía los novelistas obedientes ante el pensamiento único; todo lo contrario, abre nuevas vías para seguir explorando con la palabra y la imaginación la violencia secular y estructural de la sociedad peruana. La novela de Alfredo Pita aspira a hermanarse con las grandes novelas latinoamericanas que han trabajado armoniosamente y con arte los materiales históricos y sociales”. [Pita, 2014]
7Así, El rincón de los muertos se presenta al lector, antes siquiera de abrir el libro, como un texto dispuesto a enfrentar a una historia “preconfeccionada”. La referencia a Émile Zola insiste en una filiación intelectual: la del escritor comprometido con las grandes causas políticas de su tiempo, el caso Dreyfus siendo el inicio de lo que Michel Winock llama “el siglo de los intelectuales” [Winock, 1997]. Este “paratexto alógrafo”, según Genette, plantea sin embargo algunas preguntas. ¿A qué “relato oficial” se refiere Dapelo? ¿Cuál es el “pensamiento único” al que se someten “los novelistas obedientes”? El crítico no lo precisa. No fingimos ignorar que se trata de un estilo polémico y no académico, y que su sitio en la economía del libro (la contracubierta está dirigida al lector potencial) se sitúa más cerca del gesto editorial que del análisis crítico.
8En lo que concierne al “relato oficial”, no podemos dejar de mencionar los ataques que recibió el Informe final de la CVR desde su publicación desde varios sectores de la clase política. Acusaciones de parcialidad y hasta de complacencia con Sendero Luminoso son frecuentes en el discurso público y de autoridades oficiales.4 Sin embargo, es difícil sugerir la posición marginal del Informe en la política peruana: siguiendo sus recomendaciones, el Estado creó el Plan Integral de Reparaciones para las Víctimas de la Violencia [Gobierno de la República del Perú, 2005], y el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), bajo la tutela del Ministerio de Cultura, basa su curaduría en los trabajos de la CVR.
9De la misma manera, la traducción al francés de la novela [publicada por Métailié en 2018 con el título Ayacucho] fue vendida con una faja roja que consignaba “Le grand roman de la violence péruvienne” (“la gran novela de la violencia peruana”). El sintagma “la violencia peruana” hace referencia al conflicto armado interno narrado en la novela, pero la ausencia de precisiones históricas o culturales crea un efecto totalizador en el lector potencial, francés este. “La violencia peruana” bien podría ser la violencia fundamental, “esencial”, que imaginaría un lector europeo no especialista cuando lee literatura contemporánea latinoamericana, ya sea peruana, colombiana o mexicana.
10La función de estos dos paratextos alógrafos es la creación de un horizonte de lectura para el lector, ya sea peruano o francés: para el primero, el texto de Dapelo anuncia una novela diferente, a contracorriente de lo que ha podido leer antes (entiéndase, en otras novelas contemporáneas sobre el conflicto, posiblemente premiadas y reconocidas por la crítica); para el segundo, la faja del editor promete una novela total que sintetiza décadas de violencia peruana (idea que Dapelo formula a su vez cuando menciona “la violencia secular y estructural de la sociedad peruana”).
11La segunda dedicatoria de la novela (“paratexto autógrafo”) presenta también una indicación valiosa para la construcción de un horizonte de lectura: “Para mis amigos Eduardo de la Piniella y Pedro Sánchez, para sus compañeros de martirio en Uchuraccay; para Luis Morales Ortega y todos los que murieron en Ayacucho buscando la verdad y la justicia” [Pita, 2014]. Eduardo de la Piniella y Pedro Sánchez eran dos de los ocho periodistas que fueron asesinados junto con otras dos personas en 1983 en Uchuraccay, Ayacucho [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, t. V.]. La masacre de Uchuraccay será recordada por Vicente Blanco a lo largo de la novela, y de la Piniella y Sánchez serán figuras tutelares para el periodista español recién llegado al Perú:
“De pronto escuché voces y vi que, abajo, en la primera habitación a la derecha, había luz. Me pregunté qué hora sería pero no miré el reloj. Me estaba diciendo que había gente que se levantaba temprano, cuando la puerta de la habitación se abrió y por ella salieron dos hombres, uno alto y otro pequeño. El alto llevaba un chaquetón de color claro, tal vez amarillo, el pequeño una chamarra más ceñida. Ambos llevaban gruesas bufandas en torno al cuello. El pequeño llevaba un bolso en bandolera. Cuando se tornaron hacia mí, vi que los conocía y que me conocían. Me miraron y el hombre alto, con el pelo rizado escapándosele de un gorro de lana, levantó la mano y me sonrió sin sorpresa alguna, como si nos conociéramos de toda la vida. Hola, Vicente, dijo, ¿también has madrugado? ¿Tú también vienes a Uchuraccay? El pequeño también me sonreía. Su bolso era uno de esos que llevan los fotógrafos. Mi respiración se detuvo. Eran los periodistas muertos, los amigos de Rafael. Intenté dar un paso hacia atrás, hacia la puerta, pero estaba paralizado. Ellos avanzaron hacia la salida sin prestarme más atención. Yo seguí esforzándome por retirarme de allí, en vano. Me desperté temblando, llorando, cubierto de sudor”. [Pita, 2014, pp. 36]
12La tercera dedicatoria, a Luis Morales Ortega, es un homenaje a un periodista asesinado en 1991, del que hablaremos más adelante. Cabe precisar aquí que la dedicatoria contiene la alusión para decodificar lo que se presenta como una novela en clave:5 el personaje de Luis Morelos Ortiz en la novela es un doble ficticio del personaje real. Otro paratexto, el tercer epígrafe, es una cita de una entrevista de Juan Luis Cipriani, arzobispo de Ayacucho, a la revista Caretas: “... la Coordinadora de Derechos Humanos, esa cojudez” [Pita, 2014]. Hacia el final de la novela, el obispo de Ayacucho, monseñor Crispín, dice: “¿Qué mierda es eso? ¡Los derechos humanos son una cojudez!” [Pita, 2014, pp. 395]. El rincón de los muertos es una novela en clave ya que presenta personas reales bajo nombres ficticios, y da los elementos al lector para identificar a las primeras (la clave es siempre la asonancia, el anagrama o la resemantización, como en el caso de Natividad Sifuentes Moral, jefe de la zona político-militar en la novela y trasunto ficticio del general Clemente Noel Moral).
13Así, el conjunto de paratextos, ya sean del autor o de los editores, cumple con la doble función canónica de este tipo de texto: crear un horizonte de lectura –la promesa de una novela “heterodoxa”– y brindar los indicios para la plena comprensión de la novela en clave.
El Informe final como hipotexto y la subordinación de la ficción
14Los dispositivos narrativos empleados por Pita (un narrador español que descubre poco a poco la realidad de la violencia en Ayacucho y la realidad peruana, una narración que progresa siguiendo el ritmo de los eventos) permiten no solo el avance de la intriga, sino también hacer precisiones para el lector poco informado sobre el conflicto. Durante una conversación con Luis Morelos, este explica a Vicente Blanco la condición de los periodistas que cubren el conflicto:
“—¿Han muerto periodistas últimamente?
—¿Aquí, en Ayacucho?
—Sí.
—En Ayacucho y en el resto del país, tres o cuatro por año. Hace dos años, en Huanta, a un colega, a Humberto Bustos, los milicos lo ametrallaron cuando iba en moto. Para asegurarse de que estaba bien muerto, el jefe de la patrulla lo hizo volar con dinamita.
—¿Por qué hicieron eso?
—El jefe de la patrulla pensaba que Bustos lo estaba investigando”. [Pita, 2014, pp. 92]
15De la misma manera, en el capítulo ocho de la primera parte, el mismo Morelos habla de otro caso emblemático:
“En el cuartel de la Marina, en Huanta, por ejemplo, un colega nuestro, Jaime Agüero, fue desaparecido por el famoso ‘comandante Trucker’. Lo ejecutaron, como a otros desgraciados, y sus restos no han sido hallados, pero el rumor se ha filtrado y se sabe que está muerto, sepultado en una fosa común. Sus familiares saben al menos lo que están buscando”. [Pita, 2014, pp. 147]
16En la segunda parte, Morales precisa que “en el caso de Jaime Agüero, sus parientes saben lo que ocurrió, que entró al cuartel a pro testar por el hostigamiento que sufría su familia, y nunca volvió a salir” [Pita, 2014, pp. 230].
17Siguiendo los códigos de la novela en clave, podemos suponer que Humberto Bustos y Jaime Agüero son los dobles ficticios de Hugo Bustíos y Jaime Ayala, dos periodistas asesinados en Ayacucho. Sobre el caso Ayala, el Informe final dice lo siguiente:
“Un exinfante de Marina confirmó ante la CVR, en forma reservada, que Jaime Ayala fue detenido en la base militar porque el Comandante ‘Camión’ lo consideraba como un enemigo para su institución, debido a las denuncias sobre violación a derechos humanos que había publicado”. [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, t. VII, pp. 123.]
18Asimismo, Margarita Patiño, viuda de Bustíos, dio su testimonio ante la CVR en una audiencia pública:
“Había un... un cordón humano, en la cual no quisieron por nada del mundo, que yo pasara; pasaron las autoridades correspondientes, para ver el levantamiento del cadáver, yo lo veía, impotente, desde lejos, porque él estaba tirado (llora) con un pie en el pedal de la motocicleta y estaba de cúbito ventral; entonces ahí, cuando levanté la mirada, habían dos soldaditos que lloraban, pero así a mares lloraban los soldaditos, cosa que me causó extrañeza. Cuando lo levantaron para ponerlo a la sábana (llora) blanca que yo había llevado, vi que solamente una mano, solamente ésta le encontraron, le habían destrozado todito lo que es la parte superior de su cuerpo, tenía este pedazo y nada de rostro, ya no tenía rostro, solamente esto de acá que era la oreja, (llora) todo el resto estaba hecho pedazos, era jirones su cuerpo”. [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2002]
19Estos casos emblemáticos de la violencia ejercida contra periodistas en el departamento de Ayacucho muestran la impunidad de la que gozaba el Ejército peruano y la Marina, presentes en toda la región. Tal y como lo anuncia Pita en su dedicatoria, la ficcionalización de los dos periodistas (Ayala/Agüero y Bustíos/Bustos) se inscribe en una lógica de reconocimiento y homenaje a los periodistas muertos en cumplimiento de sus funciones. Por la importancia de los casos, no es de extrañar que Pita haya decidido incluir dos casos mencionados e investigados por la CVR. Se trataría de una transposición a la ficción novelesca de hechos reales ocurridos durante el conflicto.
20Sin embargo, la ficcionalización del Informe final va más allá en la novela, y vemos un verdadero trabajo de intertextualidad entre el trabajo de la CVR y la novela de Alfredo Pita. El capítulo cuatro de la tercera parte, que narra la muerte de Luis Morelos, es sin duda el momento que cristaliza los fuertes vínculos de la novela con su hipotexto.
“Max monologaba como tanteando lo que no había visto. Con seguridad, como cada vez que salía de su casa, Luis salió hoy tomando sus precauciones. Mirando a todos lados, para cerciorarse de que todo estaba bien, mientras cerraba la puerta con doble llave. Enhebró luego su relato con lo que había pescado, aquí y allá, con la gente que luego de la tragedia quiso decirle algo, como la mujer esa, la profesora. Luis se puso a caminar por Tres Máscaras, y al pasar por la esquina con Lima advirtió un automóvil blanco, cubierto de polvo y lodo, detenido, del que bajaba un hombre que lo miraba. La mujer, que venía por el jirón Lima, vio la escena y vio cómo Luis aceleraba el paso y casi se ponía a correr, intentando alejarse. Vio también que el hombre apretaba el paso detrás de él al tiempo que sacaba una pistola de su bolsillo. Casi al llegar al final de la calle, a Luis se le apareció un segundo hombre, que venía a pie. Luis se detuvo. Dudó. Tocó desesperadamente una puerta pidiendo ayuda. Todo esto lo vieron también un adolescente que vendía caramelos frente al lugar, y un hombre que se afeitaba junto a la ventana de su dormitorio, en el segundo piso. Las cosas fueron muy rápidas. Luis tocaba con fuerza la puerta, y se puso a dar gritos, llamando a alguien, mirando al balcón, mirando las ventanas, cuando el primer hombre llegó a su altura, levantando el arma. Luis no lo miró, tal vez no quiso mirarlo. Con frío gesto, el hombre apuntó a la cabeza. El balazo le dio en la nuca. Luis cayó de rodillas y luego rodó al piso, y quedó de costado. Murió instantáneamente, al parecer”. [Pita, 2014, pp. 373-374]
21Citamos a continuación el relato de los hechos tal y como aparece en el Informe final de la CVR.
“El 13 de julio de 1991, aproximadamente a las 8 y 45 de la mañana, Luis Morales Ortega salió de su domicilio ubicado en el Jr. Tres Máscaras No 152, de la ciudad de Huamanga, Ayacucho, con dirección al local del Proyecto Especial Sierra Centro Sur, donde laboraba como relacionista público.
Cuando transitaba por la quinta cuadra del Jr. San Martín –a una cuadra y media de la Plaza de Armas de Huamanga– fue interceptado por dos sujetos. El periodista se había percatado que era vigilado por dichos sujetos, por lo que intentó pedir auxilio tocando la puerta de una casa, pero nadie le abrió. Al ver que nadie salía en su ayuda comenzó a llamar a gritos a su sobrina, que vivía en esa misma calle. De inmediato, los atacantes le dieron alcance y lo asesinaron.
En total, fueron cinco los disparos que recibió Luis Morales Ortega esa mañana. Según las posteriores investigaciones policiales, se pudo determinar que además de los dos individuos que lo interceptaron, otras dos personas completaban el grupo de ataque como agentes de “contención” ubicados en las esquinas de los Jirones San Martín y Dos de Mayo. Una vez culminado el crimen, los agresores huyeron hacia el Jr. Tres Máscaras, donde abordaron un vehículo marca Toyota, modelo Corona, de color blanco”. [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, t. VII, pp. 849.]
22La novela de Pita retoma el relato de la CVR aplicándole los códigos de la narración literaria, insistiendo en la focalización interna y las marcas de modalización (“Dudó”, “desesperadamente”, “tal vez no quiso mirarlo”, “Con frío gesto”). Los elementos materiales verificables (el color del automóvil, el nombre de la calle) son los mismos en los dos textos: lo que Barthes llamaba “efecto de realidad” –elementos textuales que indican que la ficción se inscribe en el mundo real– remite a la vez a la realidad concreta del hecho narrado y a la veracidad del Informe final.
23Notamos así un trabajo de ficcionalización del Informe en el que la verosimilitud de la narración sirve para transmitir la veracidad del relato de la CVR. Dicho de otro modo, las armas propias de la ficción (modalización, puntos de vista) se someten a un imperativo ético mayor: la difusión de una verdad exterior, contenida en el Informe. De la misma manera, la visión de Vicente Blanco del conflicto corresponde a las conclusiones del Informe final:
“En ese rincón de los Andes la contienda era supuestamente entre dos bandos. Por un lado estaban las huestes fantasmagóricas de un partido maoísta, que era tan primario, tan caricaturesco y tan delicuescente como podía serlo un epifenómeno asiático implantado en América; por otro, un ejército adoctrinado y, sobre todo, armado por los poderes que realmente mandaban en este mundo, los de siempre. Pero entre ambos bandos estaba la gran masa de víctimas que el conflicto estaba dejando a su paso, la inmensa cohorte de infelices que tuvieron la mala suerte de nacer y hallarse en esos parajes donde los perros de la guerra se cebaban con ellos para impedir que se plegaran al campo enemigo. Una guerra civil era un juego de niños en comparación con eso, me dije. Escoger un campo y ponerse bajo sus banderas protectoras era más simple que sufrir los embates de perversos verdugos que lo único que quieren es que no te alíes con su enemigo. ¿Pero qué pasaba si los verdugos no quieren que te unas a sus adversarios, pero tampoco te quieren a su lado y te matan? Esa era la cúspide del drama, me dije, casi anonadado con mi revelación”. [Pita, 2014, pp. 368-369]
24La retórica de la equidistancia empleada por el narrador (“entre ambos”) pone de realce la inocencia de las víctimas, “inmensa cohorte de infelices”. Podemos así poner en relación este fragmento con uno de los argumentos de la CVR:
“La violencia armada no afectó uniformemente todos los ámbitos geográficos ni los diferentes estratos sociales del país. Estuvo concentrada en lo que podríamos denominar los márgenes de la sociedad, es decir, aquellas zonas y grupos menos integrados a los centros de poder económico y político de la sociedad peruana”. [Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, t. I, pp. 155.]
25La ficcionalización operada por Pita en El rincón de los muertos supone una relación jerárquica entre la novela y el Informe final. Verdad literaria y verdad científica no aparecen reñidas o siquiera complementarias, sino la primera subordinada a la segunda. Resulta así curioso retomar el paratexto de la contracubierta, que refería a una oposición entre el libro y un “relato oficial”. En vez de ser un libro heterodoxo, El rincón de los muertos se ciñe a los hechos y conclusiones formulados por la CVR, empleando los recursos del lenguaje literario.
La dimensión programática del informe final
26Sería reductor limitar nuestro análisis de El rincón de los muertos a la relación hipotexto-hipertexto que la novela mantiene con el trabajo de la CVR, puesto que el trabajo de ficcionalización se inscribe en un objetivo más amplio de reparación y memorialización. Puesto que la CVR propone un programa de reparaciones materiales a las víctimas del conflicto,6 la literatura propone una reparación simbólica. La novela de Alfredo Pita no es así una simple ilustración de los casos y conclusiones del Informe final, sino que responde también a la dimensión programática de este. Puesto que el discurso literario es incapaz de proponer una reparación material a las víctimas, la literatura apuesta por una reparación que pasa por la memorialización del conflicto. La dedicatoria a Luis Morales y su ficcionalización hacen de la novela un homenaje cercano al epitafio clásico o al planto medieval,7 no en su codificación formal sino en su propósito. El rincón de los muertos, título que remite a la traducción al español del topónimo quechua Ayacucho, no hace entonces referencia únicamente al departamento peruano sino al gesto de escritura mismo de Pita. La novela se transforma en “rincón de los muertos”, espacio donde la ficción los puede convocar y hacer vivir.
27De esta manera, la ficcionalización del Informe final se asemeja a la monumentalización de la memoria de las víctimas. Si bien la novela asume su dimensión de texto de denuncia, esta se ve limitada por el contexto de producción: los responsables y sus crímenes ya fueron designados por la CVR once años antes de la publicación del libro. En cambio, la dimensión elegiaca del texto cobra fuerza con la comparación, ya que se inscribe plenamente en el posconflicto. El rincón de los muertos puede leerse como un mausoleo textual, un espacio de conmemoración y reparación heredadas de las preconizaciones del Informe final.
28Esta dimensión programática del Informe final en la literatura peruana contemporánea puede encontrarse en otros textos recientes. En Al fin de la batalla. Después del conflicto, la violencia y el terror [Vidal Carrasco, 2015], Ana María Vidal Carrasco compila siete cuentos de escritoras peruanas sobre el posconflicto. En su introducción, cita la importancia del trabajo de la CVR en el origen del proyecto:
“Existe una necesidad de narrar lo vivido. Tuve la oportunidad de verlo de cerca en las audiencias públicas de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el anhelo de muchas personas de sentirse escuchadas, de contar las violaciones de las que fueron víctimas, de que se oiga su voz, la de sus hijas, hijos, hermanas, hermanos y tantos familiares. Hoy, 35 años después de iniciada la violencia y ya en una etapa de supuesto posconflicto, aún no nos hemos curado del todo las heridas y persiste la urgencia por contar nuestras historias”. [Vidal Carrasco, 2015, pp. 9]
29Y en el prólogo al libro, María Eugenia Ulfe escribe:
“La propuesta del Informe final de la CVR de pensar nuestro presente desde la historia es importante porque en el contexto peruano nos obliga, de un lado, a abrir el debate hacia la textura racializada y de género de nuestras relaciones sociales. Y, de otro lado, a repensar que el tema del acceso a derechos aún se asume en términos de “privilegios” y es percibido como “logros” y “reconocimiento”. Ahí es cuándo la memoria de la violencia se convierte en acción política –en aquello que nos recuerda que es importante zanjar con el pasado para avanzar como sociedad y crecer democráticamente–. Y eso es lo que nos entregan estos cuentos.” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 14]
30Cada uno de los textos –“un cuento sobre el postconflicto” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 10] fue el pedido de la compiladora a las autoras– se centra así en casos emblemáticos de la violencia y las reparaciones inconclusas: el caso de las esterilizaciones forzadas cometidas durante el Gobierno de Alberto Fujimori en “La muerte tenía nuestros dedos” de Jennifer Thorndike, el reclutamiento forzoso de poblaciones asháninkas en “Cuando el río suena” de Christiane Félip Vidal, las secuelas psicológicas de la violencia en excombatientes de la Policía en “El grito” de Claudia Salazar Jiménez, o el recuerdo de masacres en Chungui en “Voy a cantarte” de Karina Pacheco Medrano.
31Este último cuento está dedicado a Edilberto Jiménez Quispe, maestro retablista y antropólogo reconocido por su trabajo plástico sobre el conflicto, así como por su obra de recopilación e ilustración de testimonios. El cuento narra la historia de Arún, un retablista ayacuchano –“Arún teje historias de arcilla y yeso a toda hora” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 66], que despierta luego de una pesadilla. La narración alterna entre el presente y los recuerdos de Arún, y vemos cómo la violencia modificó el ejercicio de su arte:
“Hasta los veinte años había aprendido la forja a mano de cuerpos sólidos, íntegros. A los veinticuatro, debió desaprender. Los ríos de sus quebradas fueron recorridos por caudales de sangre y tuvo que concentrarse en esculpir brazos rotos, cuerpos desmembrados, paisajes de lágrimas”. [Vidal Carrasco, 2015, pp. 67]
32La violencia extrema obliga a modificar la técnica y a replantear el oficio de Arún. Empieza entonces otro oficio, el de recopilador de memorias:
“Doce años antes, creyendo también que la violencia había terminado, Arún había viajado a Chungui para recopilar cantos y cuentos ancestrales. Se temía que por el arrasamiento sufrido, se esparciera y desapareciera la memoria de la alegría que alguna vez guardaron sus habitantes. Arún asumió el encargo y viajó, viajó, y viajó, ascendiendo por quebradas envueltas en bruma y nubes, preguntándose a ratos si no estaría caminando sonámbulo en sueños del pasado. Buscaba cantos y cuentos sobre los ancestros, sobre las siembras y los carnavales, sobre el amor y el origen de la vida. Halló cantos y relatos de muerte y masacres. Historias de un pasado reciente”. [Vidal Carrasco, 2015, pp. 69]
33Arún, doble ficticio de Edilberto Jiménez Quispe, plasma en sus retablos la historia reciente de violencia, como lo hacen también las escritoras de la compilación de cuentos. Hacia el final del cuento, entendemos la pesadilla de Arún: es el recuerdo de un relato oído, el de la masacre de Chuschihuaycco: “¿Podré sanar yo tejiendo tu historia, niño?” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 70], se pregunta Arún, y esa pregunta parece motivar la escritura de Karina Pacheco Medrano. ¿Puede una historia sanar una herida, para retomar el campo léxico del cuerpo violentado que emplea también la compiladora en su introducción? El título del cuento se explica por el final del relato:
“Al pie del hoyo, la madre rogó al verdugo que no los matara. Un balazo y cayó derribada. Su hijo de seis años ofreció entonces un tesoro. Se agarró al pantalón del verdugo y suplicó: ‘No me mates, papito, voy a cantarte un cantito’. Bala. Abismo. [...]” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 71]
34Lo interesante en este fragmento es el uso inhabitual de un paratexto: una nota a pie de página con una referencia bibliográfica que reza: “Caso recopilado por Edilberto Jiménez entre familiares de desaparecidos en Chuschihuaycco. En Chungui: violencia y memoria, Comisedh, Lima, 2005” [Vidal Carrasco, 2015, pp. 71]. El efecto que produce la nota es doble y contradictorio. Por un lado, certifica al lector la veracidad del hecho narrado por la garantía de la cita científica; por otro lado, abole la verosimilitud de la ficción, ya que pone de realce la dimensión ficticia (en el sentido de “irreal”, incluso “engañosa”) de Arún, doble de papel de Edilberto Jiménez. Al querer certificar al lector la realidad del horror –la ejecución de un niño–, esta irrupción de la autora en el texto debilita la hipótesis misma de la intriga: el poder de la ficción para recrear y “sanar” las heridas de la guerra. El trabajo de memoria preconizado por la CVR es el origen del proyecto de compilación, pero aquí la jerarquía entre relato de ficción y testimonio es clara, y el primero se subordina totalmente al segundo. La nota a pie de página implica que la fuerza del relato radica en su carácter extraliterario. Es un gesto paradójico que reconoce, en el marco de un texto de ficción, los límites de esta.
Conclusión
35Como hemos visto, el Informe final de la CVR es, dieciocho años después de su entrega, una referencia mayor para la ficción contemporánea. Por su ambición, por los miles de testimonios que recopiló, por su análisis del conflicto y por sus recomendaciones para consolidar la democracia en el Perú, el texto de la Comisión ha servido de fuente documental para la literatura contemporánea, y como base para la reflexión sobre el posconflicto. A diferencia de la producción anterior a la década del 2000, la literatura de los últimos veinte años se articula alrededor de este hipotexto mayor. El rincón de los muertos y Al fin de la batalla son solo dos ejemplos de un fenómeno extendido. Así, el texto literario tiende a ceñirse a la visión del conflicto del Informe, y la transmisión de la verdad de este último pasa por un gesto de ficcionalización. Estos dos ejemplos parecen asumir una función clara en su relación con el Informe final de la CVR: construir un espacio textual de memoria que permita una forma de reparación simbólica por la ficción.
Bibliographie
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Notes de bas de page
1 Si bien el artículo de Cox fue publicado hace doce años, el gran tamaño del corpus muestra la vitalidad de la producción en prosa contemporánea del conflicto (1980-2000): 49 % de los cuentos y 56 % de las novelas contabilizadas en su estudio.
2 Retomamos el término de Gérard Genette: “Entiendo por ello toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (al que llamaré hipotexto) en el que se injerta de una manera que no es la del comentario” [1982, pp. 13].
3 Citamos nuevamente a Genette: “El segundo tipo está constituido por la relación, generalmente menos explícita y más distante, que, en el todo formado por una obra literaria, el texto propiamente dicho mantiene con lo que solo podemos nombrar como su paratexto: título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etcétera; notas al margen, a pie de página, finales; epígrafes; ilustraciones; fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafa o alógrafas, que procuran un entorno (variable) al texto y a veces un comentario oficial u oficioso del que el lector más purista y menos tendente a la erudición externa no puede siempre disponer tan fácilmente como lo desearía y lo pretende”. [1982, pp. 10]
4 Luis Giampietri, primer vicepresidente de Alan García (2006-2011), dijo lo siguiente en 2008, cinco años después de la publicación del Informe: “Si hubieran realizado una labor más imparcial, la CVR pudo aportar de manera más significativa a la pacificación del Perú” [Andina, 2008].
5 Traducción del tecnicismo francés “roman à clef/clé”, que el Dictionnaire des termes littéraires define así: “Novela que describe personajes y sucesos reales bajo nombres ficticios y circunstancias modificadas. Son sin embargo reconocibles por un público iniciado, gracias a ciertos indicios. A veces, la decodificación es explícita” (traducción propia) [Van Gorp et al., 2005, pp. 423].
6 Este tema es abordado en otros artículos de este volumen.
7 El epitafio y el planto son géneros poéticos codificados de registro elegiaco. Desde la antigüedad clásica, la lamentación por la muerte de un prójimo o de una persona ilustre ha sido un tema fecundo de la literatura occidental (Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, del siglo xv, por ejemplo). Con el tiempo, el género poético de la elegía pierde su rigidez formal: ya no se rige por criterios métricos sino temáticos: podemos citar Pour un tombeau d’Anatole de Stéphane Mallarmé, obra póstuma sobre la muerte de su hijo, o “Le tombeau d’Edgar Poe” del mismo autor [Garrido Gallardo, 2009, pp. 222].
Auteur
Su investigación se centra en la literatura contemporánea acerca de la violencia política en el Perú y en España. Es asimismo magíster en Literatura Comparada por la Escuela Normal Superior de Lyon. Actualmente es profesor de francés en una escuela secundaria.
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