Introducción
p. 8-27
Texte intégral
1El año 2021 es un año clave en varios sentidos para el país. Ha sido oficializado por el Estado como “Año del Bicentenario del Perú: 200 años de Independencia”. Pero también coincide con el vigésimo aniversario de creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2001-2003) y casi concuerda con el trigésimo aniversario de la captura de Abimael Guzmán y de la cúpula senderista (1992). Además corresponde a los comicios presidenciales que polarizaron al extremo al país y opusieron en segunda vuelta a la hija del encarcelado expresidente Alberto Fujimori –y quien fuera su primera dama–, Keiko Fujimori, con un personaje poco conocido en la esfera política limeña, y oriundo de la sierra de Cajamarca, el profesor y sindicalista Pedro Castillo. Este tenso contexto electoral no ha sido sino el episodio más reciente en el que la guerra interna de finales del siglo xx hizo su aparición. Este pasado fue una vez más retomado e instrumentalizado para desacreditarse entre contrincantes: los fujimoristas usaron el terruqueo a diestra y siniestra para acusar a Castillo de senderista encubierto, mientras que los partidarios de este último recordaron las ejecuciones extrajudiciales y esterilizaciones forzadas perpetradas bajo el fujimorismo. De forma cíclica vuelven a abrirse con vehemencia heridas e interrogantes en torno al período del conflicto armado interno que proponemos discutir aquí.
2Recordemos que en setiembre del año 2000, el régimen autoritario de Alberto Fujimori (1990-2000) terminó por colapsar. La difusión de los “vladivideos” mostrando el alcance de la corrupción generalizada en la cima del Estado desencadenó una crisis política sin precedentes que terminó con la huida de Fujimori a Japón y su renuncia por fax. Así es como el Gobierno de transición de Valentín Paniagua dio origen a una Comisión de la Verdad, a la que se le agregó finalmente el apelativo de Reconciliación (CVR). Esta tuvo como objetivo investigar el período de conflicto armado interno (1980-2000) que opuso a los movimientos armados del PCP-Sendero Luminoso y del MRTA contra el Estado peruano, dejando un saldo aproximado de 70,000 muertos y más de 20,000 desaparecidos. El informe final de la CVR [2003] rompió entonces con el relato oficial fujimorista y su “memoria salvadora” [Degregori, 2001], que había construido su legitimidad política en torno a la “pacificación” del país. En este sentido, se volvió a su vez un relato fundador, no solo para elucidar responsabilidades y reflexionar sobre los orígenes, consecuencias y alcances del conflicto armado, sino también proponiendo recomendaciones sobre políticas de reparación a las víctimas, inspiradas en mecanismos de justicia transicional, como la implementación de la búsqueda de personas desaparecidas o las reparaciones económicas a los deudos.
3Veinte años después de la creación de la CVR, la sociedad peruana vive una situación paradójica. El país se encuentra viviendo su período democrático ininterrumpido más largo –con la excepción de la semana que duró el Gobierno de Manuel Merino, luego del golpe de Estado parlamentario de noviembre 2020–, generando una aparente impresión de estabilidad política. Sin embargo, uno tras otro, el conjunto de los presidentes de la república de los últimos treinta años han sido acusados de malversación de fondos o corrupción: uno tiene una orden de captura, otros estuvieron o están en la cárcel o con arresto domiciliario, y uno se suicidó ante la inminencia de la prisión preliminar (Alan García). Las acusaciones de corrupción se extienden no solo a los expresidentes sino a buena parte de la clase política peruana. Es el caso de Keiko Fujimori, por quien la fiscalía pide treinta años de cárcel por presunto lavado de activos y por haber liderado una supuesta organización criminal. Esto no hace sino recordar el arraigo de estas prácticas en la clase política peruana [Quiroz, 2013], ya bastante desprestigiada por los casos de corrupción Lava Jato y Odebrecht.
4En 2016, Keiko Fujimori pierde la segunda vuelta de la elección presidencial contra Pedro Pablo Kuczynski, pero logra alcanzar una mayoría parlamentaria de 73 congresistas. Era la primera vez, desde 2001, que el partido fujimorista controlaba uno de los tres poderes del Estado. La confrontación entre el Congreso de mayoría fujimorista y el Ejecutivo creó una serie de crisis políticas que desembocaron, entre otras, en censuras, renuncias de ministros y negaciones de confianza al gabinete. El indulto a Alberto Fujimori, condenado a 25 años de cárcel por asesinato, secuestro agravado y lesiones graves, fue la cúspide de este ciclo, y reveló tanto las grietas dentro de la mayoría parlamentaria fujimorista como el alcance de la inestabilidad política: a los tres meses, Kuczynski renunciaría para evitar un segundo proceso de vacancia y asumiría la presidencia Martín Vizcarra.
5Los últimos cinco años han sido extremadamente turbulentos: el Congreso de la República fue disuelto en 2019 y su reemplazo declaró la vacancia de Martín Vizcarra en noviembre de 2020. Este último hecho suscitó una manifestación ciudadana masiva en contra de lo que se consideró un golpe de Estado, el primer quiebre a una democracia de veinte años. El público en las marchas, que alcanzó hasta tres millones de participantes, estuvo en su mayoría compuesto de jóvenes universitarios y adultos, y fue bautizado “generación del Bicentenario” por la socióloga Noelia Chávez [2020]. Si bien el indulto a Alberto Fujimori fue anulado en octubre de 2018, durante la campaña electoral de 2021 Keiko Fujimori anunció su intención de indultar a su padre de llegar al poder. Nuevamente la memoria del gobierno autocrático de los noventa estructura la vida política del Perú posdictadura.
6En este contexto convulso, marcado tanto por las efemérides, como por la crisis sanitaria de la Covid-19 y los comicios presidenciales, proponemos contribuir con las reflexiones en torno a la continuidad de la violencia, sus memorias y representaciones en el país. Una de las originalidades de este libro se basa en la perspectiva multidisciplinaria que hemos escogido para nuestro enfoque y análisis, que articula ciencias sociales (antropología, filología, historia, sociología), análisis literario, artes visuales y estudio de producciones culturales como obras de cine y teatro. Esta perspectiva se nutre a su vez de dos tipos de textos: artículos propiamente académicos y entrevistas con especialistas, escritores y gestores culturales que permiten entrar en detalles sobre los procesos de concepción, realización y recepción de quienes se encuentran al origen de estas producciones. El conjunto de los textos busca así romper con una serie de binarismos, arquetipos maniqueos y definiciones reduccionistas, reforzados por la polarización de las memorias en disputa y el contexto específico de justicia transicional que otorga reparaciones a un sector específico de víctimas. Detrás de la inocencia despolitizada y pasiva o de los demonios lascivos, de los números sin nombres, nombres sin nicho y de los cuerpos-memoria incómodos, se presentan metodologías que trazan trayectorias, de vida y muerte, que contrastan fuentes orales, escritas y visuales, interrogando los límites disciplinarios y haciéndolos dialogar.
7Se busca abordar desde distintos ángulos complementarios lo que calificamos como “la violencia que no cesa” en el Perú de la posguerra para dar a ver y a entender las huellas y persistencias del conflicto armado en el Perú contemporáneo abordado como un “pasado que no pasa”, para retomar la expresión del historiador Henri Rousso [1987] sobre el regreso endémico del espectro del régimen de Vichy en el espacio público francés. La propuesta de este libro prolonga las reflexiones de Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois [2005] cuando sugieren que los fenómenos de violencia en contextos de guerra y paz no pueden entenderse a cabalidad siguiendo una lógica dicotómica y exclusiva, sino que deben considerarse a la luz de un continuum de violencias, visibles e invisibles, no solo físicas sino simbólicas, estructurales y normalizadas, que pueden incluir ataques a la dignidad y al valor de la persona. Si el concepto mismo de violencia resulta escurridizo, no lineal, a la vez productivo, destructivo y reproductivo, estos autores aseveran que son las dimensiones sociales y culturales de la violencia las que le otorgan su poder y su significado. De hecho, lejos de plantear un enfoque esencialista o que naturalice la violencia, también consideramos que las expresiones de las violencias, con sus rostros multifacéticos, son moldeadas por las estructuras sociales, los modelos culturales y las ideologías. Por lo tanto, la violencia no es un producto sinsentido o un fenómeno irracional. Y su experiencia resulta inseparable de una epistemología de la violencia que busca desentrañar los mecanismos de su funcionamiento [Nordstrom & Robben, 1996; Kalyvas, 2010].
8En la continuidad de esta reflexión, este libro propone poner de realce el proceso de “basurización simbólica” [Silva Santisteban, 2008] que ha venido rigiendo la construcción/deshecho de la otredad, durante y “después” del conflicto armado. Como lo señala Silva Santisteban, este proceso ha permitido no solo construir a un otro abyecto y desechable, sino legitimar, por lo mismo, su humillación y daño, así como la impunidad de este accionar. El “asco” que mueve este proceso permite la construcción de diferencias y jerarquías entre las personas: basuras y limpias. Binarismos que van a regir el uso de la violencia física, política y simbólica, así como la posibilidad misma de redención o reintegración a la comunidad nacional en la actualidad. La basurización simbólica se encuentra por lo tanto presente en una multiplicidad de discursos y prácticas: en la retórica de la guerra sucia, la justificación de los “daños colaterales”, la revictimización, la negación de los cuerpos desaparecidos y violentados, sobrantes, no merecedores de sepultura ni duelo, “desperuanizados” [Robin Azevedo, 2021], cuando no catapultados en primera plana si la pornografía de la violencia responde complacientemente a los lugares comunes asentados. Exacerbada durante el conflicto armado, esta termina siendo uno de los procesos y expresiones de la violencia más vigentes en la actualidad.
9La violencia también ocurre y se reproduce en el lenguaje, incluso mucho tiempo después del fin oficial de la guerra. Uno de los epítetos más ofensivos asociado al conflicto armado y a su posteridad es el neologismo “terruco” que se emplea como sustituto coloquial de “terrorista”. Con un fuerte poder estigmatizador, esta palabra sirvió a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 para designar de manera agresiva e insultante a los integrantes reales o supuestos de grupos armados. Si el accionar terrorista por parte de los grupos alzados en armas es indudable, especialmente por parte de Sendero Luminoso, consideramos que debe recordarse que este no fue en absoluto el único perpetrador de violencia letal contra la población civil durante el conflicto armado interno. Sin embargo, la performatividad de la acusación como terrorista indujo una situación que ha tendido a disminuir o incluso a ocultar la violencia estatal que incluyó masacres no menos atroces y desapariciones forzadas por parte de las fuerzas del orden, ya resaltadas por la CVR. Este uso de la violencia por parte de representantes del Estado, contraria a los derechos fundamentales de las personas, puede ser comparado, en ciertas zonas y ciertas épocas, con formas de terrorismo, aunque la expresión “terrorismo de Estado” casi nunca sea usada en el Perú. El insulto “terruco” también se convirtió en el preámbulo de la violencia física perpetrada por las fuerzas del orden y dirigida especialmente contra las poblaciones andinas. La CVR destacó con claridad este impacto diferenciado de la violencia y mostró que se arraigó en la persistencia de un racismo de origen colonial. La situación de represión ha reforzado el desprecio ordinario por la indianidad, vinculando estrechamente la violencia hacia los campesinos andinos con una estigmatización racializada. El insulto “terruco” se volvió una traducción verbalizada de estas percepciones y mentalidades. El “indio sucio” o “ladrón” se convirtió, durante la guerra, en el “indio terruco de mierda”, revelando así el carácter racista de las interacciones sociales y las estructuras de dominación que prevalecieron en el Perú durante el conflicto armado interno [Aguirre, 2011].
10El insulto “terruco” no solo marca un racismo patente y precede a la violación de los derechos humanos, también es un acto verbal performativo: designa al “Otro”, políticamente indeseable y, si fuera posible, que habría que erradicar, por lo menos descalificando su palabra. En esta perspectiva se puede entender otra práctica que continuó y se desarrolló tras la desmilitarización del país: el terruqueo. Consiste en la construcción imaginaria de la figura de terrorista para desacreditar a un grupo o a un individuo, convirtiéndolo en un blanco claramente identificable. Malintencionadamente representadas como terroristas, estas personas se convierten en enemigos, o al menos son presentadas como tales en los discursos políticos, militares y mediáticos. Según Virginia Zavala [2020], la práctica del terruqueo es parte de las dinámicas de poder que legitiman la discriminación, puesto que el lenguaje reproduce estas dinámicas y por ello debería estar penada judicialmente. Estas acusaciones tienen como objetivo arruinar una reputación y destruir socialmente a cualquier opositor político. Así tildado, su palabra carece de legitimidad. En el peor caso, se ve abocado a una salida prematura de la vida política o asociativa, como ha sucedido con activistas de derechos humanos y candidatos de izquierda. El terruqueo marca así la vida política peruana posconflicto y fue un ingrediente clave de la guerra sucia. Se desplazó de los Andes rurales hacia la costa urbana y sus élites con tremenda eficacidad. Este reciclaje semántico se apoyó en los fantasmas del regreso del terrorismo y el “pánico moral” que suscita como fuente de miedo [Cohen, 2017]. Al respecto, José Carlos Agüero resalta que el estigma del terruqueo debe ser visto además como una técnica del poder que anhela impedir el regreso de un lenguaje y una memoria de izquierda que parecían desterrados para siempre en el Perú. Luchar contra el estigma del terruqueo, nos dice, también vuelve a colocar como acervo disponible el emprendimiento de lucha por recuperar el mundo de derechos sociales perdidos [2021, pp. 69].
11Podemos entonces preguntarnos cuál es la “actualidad” del conflicto armado del siglo pasado en la sociedad peruana de este nuevo milenio. ¿Qué secuelas perduran hoy en día? ¿En qué medida los múltiples conflictos sociales que ocurren en el Perú, así como las violencias ejercidas contra las mujeres, forman parte de un “continuum de violencia”? ¿La retórica de la “reconciliación” reivindicada por la CVR no se habrá vuelto, en el mejor de los casos, sinónimo de statu quo, y en el peor, de impunidad, cuando es usada para justificar el indulto otorgado a Fujimori, pedir amnistía para miembros de las Fuerzas Armadas responsables de ejecuciones extrajudiciales o para el líder de Sendero Luminoso? ¿Cuáles fueron los usos dados al metarrelato del informe final de la CVR en el intento de implementación de políticas de justicia transicional y de reparaciones a las víctimas que se impuso a partir de los años 2000? Finalmente, ¿qué influencia ha ejercido la CVR en el despliegue de investigaciones académicas, pero también de producciones artísticas y literarias peruanas, y cómo estas han contribuido a su vez a enriquecer y problematizar la narrativa de la CVR?
Legados y deudas de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
12La primera parte de este libro aborda los legados y deudas de la CVR. Por un lado, los legados pueden pensarse en términos de contenidos pacientemente acumulados, singulares y valiosos: los miles de testimonios que sirvieron para comprender el funcionamiento de esta guerra, pero también los análisis y las estadísticas formuladas por los investigadores y los amplios equipos de comisionados y asistentes asociados a este arduo trabajo de recopilación de datos y evaluación de la tragedia. Esta suma de datos, lejos de ser desencarnada, ha alimentado tanto la producción literaria como la investigación en ciencias sociales. Mientras que, por otro lado, las deudas han planteado la cuestión de la reabsorción de este abismo de crueldades que arrojaron al país hacia el período más sangriento de su historia desde la Independencia. Atender a las víctimas, tanto como reducir las desigualdades, el racismo y la misoginia que han sido un terreno fértil para la expansión de la violencia, han sido y siguen siendo retos que intentan asumir las políticas públicas de reparaciones. La judicialización de los autores también está entre las deudas pendientes. El megajuicio a Alberto Fujimori constituyó un paso imprescindible en esta dirección y pionero a nivel de América Latina por lograr condenar a un expresidente de la república. Aunque las sucesivas e inconclusas tribulaciones muestran el carácter muy polémico de esta sentencia. Asimismo, si hablamos en términos de deudas, hay que hacer hincapié en la dificultad para afrontar la densidad de las zonas grises de este conflicto [Levi, 2000]. Esta se traduce en un reto aún mayor para la sociedad peruana en su conjunto: entender las complejidades de la guerra, las posiciones ambiguas y fluctuantes de sus actores, sus diversas motivaciones y, quizás, superar así los binarismos que tanto parten a la sociedad peruana.
13Uno de los ejes del proceso de reparación es la recuperación de los restos humanos y el derecho a la verdad de los familiares de los desaparecidos. En “La construcción de la búsqueda: los desaparecidos en el cuartel Los Cabitos”, el historiador Ricardo Caro Cárdenas se adentra en la problemática búsqueda de los desaparecidos en el excuartel militar Los Cabitos (hoy Domingo Ayarza). Mediante un panorama histórico de la gestión sociolegal de la desaparición forzada en el Perú, muestra el déficit burocrático en su tarea de archivar debidamente los casos de violaciones de los derechos humanos, así como las limitaciones de las fuentes utilizadas por el Registro Único de Víctimas para determinar la condición de víctima y buscar de manera eficaz a los desaparecidos y desaparecidas. También señala los efectos perniciosos de la subestimación del número de desaparecidos y las dificultades para recuperar todos los cuerpos. El caso de los desaparecidos en el cuartel de Los Cabitos configura un caso singular a nivel nacional, ya que se trata del mayor número de casos de desaparición asociados a un solo lugar, en un período determinado y con un solo actor perpetrador en los años de la violencia política. El artículo plantea la necesidad de una investigación más amplia que retome antiguas y nuevas fuentes, métodos y técnicas para avanzar hacia una respuesta.
14Por su parte, Ricardo Bedoya Forno estudia la influencia del informe final de la CVR en la literatura peruana contemporánea con el artículo “La literatura peruana y el informe final de la CVR: entre ficcionalización y subordinación”. Detalla que cierta ficción literaria ha sido producida en relación con los hechos descritos en el informe final o siguiendo sus recomendaciones. Se centra en la novela El rincón de los muertos de Alfredo Pita y en el libro de cuentos Al fin de la batalla. Después del conflicto, la violencia y el terror, compilado por Ana María Vidal Carrasco. Estas obras le permiten estudiar los vínculos hipotextuales que unen a la literatura contemporánea con el informe final, así como la relación de subordinación que se construye entre ficción y producción académica. El autor muestra cómo, a casi veinte años de su entrega, el informe final ha sido una referencia mayor para la ficción contemporánea, sirviendo de fuente documental importante para los autores y orientando su visión del conflicto. Como una suerte de legado documental para generaciones de escritores, el informe final es también una deuda en parte asumida por estos mismos en la medida en que, mediante la ficción, las obras producidas retroalimentan a su vez una forma de reparación simbólica.
15El artículo de José Pablo Baraybar y Dorothée Delacroix, “Haciendo y deshaciendo ciudadanos: derechos póstumos y burocratización de la muerte en el Perú pos-CVR”, examina la centralidad adquirida por el cuerpo en las modalidades de aplicación de la justicia transicional y en los mecanismos de reparación a las víctimas, desde las disciplinas respectivas de los autores: la antropología forense y la antropología social. Los autores muestran que la materialidad del cuerpo es un concepto básico del cual es difícil salir pero que resulta, a su vez, limitante. Si bien existe una suposición previa que las exhumaciones permiten brindar una inclusión ciudadana y progresar hacia la paz, se analiza al Estado como una máquina que distribuye –de manera desigual– derechos y, asimismo, ciudadaniza o “des-ciudadaniza” a las personas. Baraybar y Delacroix discuten la construcción de las categorías de víctimas (muertos y desaparecidos) y las estadísticas, así como sus sentidos y alcances, adentrándose en la manera en que los procesos de cálculo tienen un impacto en la forma en que se construye y se cuenta la memoria, así como en la forma como se establecen verdades.
16En “Antígona en Comas: administrar difuntos incómodos o las paradojas de las reparaciones posconflicto”, la antropóloga Valérie Robin Azevedo analiza las políticas de exhumación y de duelo aplicadas a los senderistas y sus familias, que no coinciden con el modelo de las víctimas legítimas. A partir de una etnografía realizada en el “mausoleo senderista” de Comas, la autora muestra los límites y las paradojas de las políticas de reparación, así como sus impactos en la reconciliación anhelada. Este episodio mediático y la posterior destrucción del mausoleo son emblemáticos de la exclusión que se hace de la comunidad nacional de ciertas víctimas de ejecuciones extrajudiciales, como las del penal de El Frontón en 1986. Robin Azevedo analiza la perspectiva normativa del duelo que domina la esfera pública, implicando distinciones radicales entre los muertos indeseables, a quienes la sociedad no quiere dar un lugar, y los que merecen ser llorados y conmemorados. La autora muestra la estrecha relación que tiene esta distinción con un acceso, al fin y al cabo, negado a la ciudadanía misma.
El género en la violencia: cuerpos, estigmatización, agencia
17La segunda parte de este libro aborda el conflicto armado desde una perspectiva de género, a partir de las representaciones y autopercepciones presentes en los relatos de vida, la prensa, el arte y la literatura. El género en la violencia en el marco de los procesos de violencia política ha suscitado numerosos debates en los cuales Perú ha llegado incluso a ser considerado como un caso sui generis. Por un lado, si la violencia hacia las mujeres se exacerbó durante el conflicto armado, llegando a ser, aunque no únicamente, un arma de guerra, este conflicto también permitió subrayar el continuum de violencias de género, en tiempos de guerra y paz [Boesten, 2014] en el que se inscribe, así como las diferentes articulaciones que se trazan en torno a su memoria desde el presente. Por otro lado, si el “final” del conflicto contribuyó a reforzar un cierto arquetipo de mujeres víctimas, inocentes y despolitizadas, puesto de realce por la retórica de la justicia transicional, este también contribuyó a la construcción, por oposición, de una figura demoníaca, sanguinaria y lasciva, como representativa de aquellas mujeres que participaron en Sendero Luminoso y el MRTA. Los cuatro textos de esta sección proponen abordar los intersticios de este binarismo, interrogando los lugares de la agencia y la autopercepción, así como la posibilidad que tienen las representaciones de crear (o anular) espacios y formas de reparación, transformación o incluso justicia de género, mediante la creación de imaginarios alternativos y representaciones más complejas e inclusivas.
18El texto de Jelke Boesten, “Evocando la violencia: trabajo de género y memoria en el Perú contemporáneo posconflicto”, parte del análisis de la obra teatro La Cautiva [De Ferrari, León Bacigalupo, 2013], Memorias de un soldado desconocido [Gavilán, 2012], La hora azul [Cueto, 2005] y una selección de dibujos del proyecto organizado por el colectivo Yuyarisun realizados en Huancavelica y Ayacucho [SER, 2004]. Boesten nos muestra, por un lado, cómo la voluntad de transformación social o de justicia de género no necesariamente forman parte de los objetivos principales de las obras que representan la violencia sexual de la guerra en La Cautiva y La hora azul. El análisis de la perspectiva masculina y en primera persona sobre la violencia sexual en Memorias de un soldado desconocido permite a su vez ofrecer un contrapunto a las narrativas militares hegemónicas, sin dejar de subrayar sus continuidades. Finalmente, el trabajo sobre las artes conmemorativas producidas por las víctimas-sobrevivientes en el proyecto Yuyarisun permiten a Boesten dar luces sobre el lugar de las violencias sexuales en estas artes y el porqué del reducido espacio acordado. Este muestrario y análisis proponen no solo interrogar lo que el arte representa y (re)produce respecto a las desigualdades y a la violencia de género en la guerra, sino también sus alcances y limitaciones en la desestabilización de las estructuras que generan estas violencias, así como su posibilidad de ser agente de transformación social.
19Camille Boutron y Marie J. Manrique abordan en “La histeria fabricada: una mirada interseccional a la excarcelación de las mujeres (ex)subversivas en Perú” la problemática de la estigmatización en su estudio de las representaciones en la prensa peruana de una exmilitante de Sendero Luminoso (Maritza Garrido-Lecca) y una del MRTA (Nancy Madrid), tras sus excarcelaciones. Representaciones que muestran la “histeria fabricada” y sobre todo la condena social que reposa sobre ellas [Hermann & Chomsky, 1998], tras el cumplimiento de su condena penal, por su condición de “traidoras múltiples”, de su clase, género y raza. Este artículo hace además hincapié en la diferencia de trato y representación de ambas exreclusas en función a su pertenencia en la jerarquía racial y social hegemónica por la prensa local. La construcción de estos personajes se encuentra al extremo opuesto de su binomio dicotómico, el de la víctima inocente y despolitizada, para encarnar a los demonios lascivos y desechables. Estos se convierten en entes imposibles de reintegrar a la comunidad nacional, pues su sola existencia se presenta como una amenaza permanente al orden social. Este texto permite así rendir cuenta de dos casos emblemáticos en los que mediante la basurización simbólica y el escarmiento ininterrumpido se busca tanto desechar como redomesticar y devolver al orden de género, raza y clase lo considerado como desviante.
20Lo que tienen en común los arquetipos citados, a pesar de ser opuestos, es la negación de la agencia de estas mujeres en las representaciones moldeadas por un imaginario nutrido de misoginia, racismo y clasismo. El texto “Entre victimización y agencia política: mujeres asháninkas de la selva central del Perú durante y luego del conflicto armado” de Diego Uchuypoma retoma esta problemática para brindar una perspectiva interseccional sobre estas dirigentas, nutrida tanto por etnografías como por sus relatos de vida. En efecto, Uchuypoma muestra los diferentes grados de afectación intracomunitaria que produjo la incursión de ambos grupos subversivos en la selva central, y en particular en las mujeres. La perspectiva interseccional permite así resaltar el desarrollo y las características de la violencia de género y sexual ejercidas, atravesadas por la imbricación de estereotipos raciales, sexistas y clasistas. Por su parte, los relatos de vida permiten brindar testimonios tanto personales como colectivos de esta afectación, rompiendo a su vez con la asumida incapacidad de agencia circunscrita a la condición del sujeto-víctima del conflicto armado. El trabajo a partir de estas historias permite, así, salir de una retórica exclusivamente enmarcada en el conflicto armado peruano, de manera que permite comprender la amplitud de la agencia que fue ejercida antes, durante y después de este.
21El último texto de esta sección, “Poéticas del cuerpo: género, relato y nación en dos poemarios ‘posconflicto’” de Tania Romero Barrios, aborda estas problemáticas a partir de los poemarios Ya nadie incendia el mundo [2005] de Victoria Guerrero y Las hijas del terror [2007] de Rocío Silva Santisteban. Este estudio comparatista parte de una reflexión en torno a la ética en la representación, propia del inmediato posCVR, y analiza cómo las propuestas desde una perspectiva de género (en la poesía y las escrituras híbridas) han constituido un aporte substancial tanto al corpus literario como al debate sobre la representación de la violencia. A través de un análisis literario, Romero Barrios muestra cómo, desde una perspectiva de género, lo ético, lo estético y lo político nutren y problematizan los abordajes planteados por la CVR, y construyen propuestas de contranarrativas. En estas, lo “femenino posconflictual” establece desde el cuerpo femenino/feminizado un puente de diálogo con el conjunto de los seres feminizados y no reconocidos como ciudadanos. Este abordaje permite a su vez ampliar la reflexión a las problemáticas de construcción nacional. Ad portas del bicentenario, esta lectura a través del lenguaje-cuerpo, así como del duelo y del care, interroga las posibilidades de una comunidad potencial: desde lo menor, lo gris, lo inestable y lo que está en construcción.
Herencias y reconfiguraciones de la violencia
22La tercera parte de este libro se centra en las herencias y las reconfiguraciones de este pasado violento en la actualidad. Se sigue aquí la pista de algunos contextos específicos en los que las huellas del conflicto armado interno no solo no desaparecieron del escenario peruano en el año 2000 –fecha aprobada por la CVR como su fin oficial–, sino más bien siguieron marcando e influenciando de manera efectiva diversos ámbitos cruciales de la vida cotidiana del país y de muchos de sus ciudadanos. Por ello, el sentido común asociado al “posconflicto” conlleva ciertas limitaciones respecto de la significación del “pos”, al considerar a menudo que el pasado de violencia habría quedado definitivamente atrás, como si ya no afectara, o muy poco, los procesos sociales posteriores a la finalización de conflictos armados locales. En el marco del modelo transnacional de justicia transicional, el concepto de posconflicto está asociado a un conjunto de procedimientos reconstructivos de las sociedades marcadas por la violencia política, como las políticas de reparaciones evocadas en la primera parte de este libro. Pero como lo recalcan Losonczy y Robin Azevedo [2021], el posconflicto también se refiere a un período intermedio, situado entre la fase aguda de la guerra y la consolidación de la paz. Lejos de describir una situación de fin de conflicto, este concepto remite a una temporalidad inestable, precaria y con efectos a veces paradójicos, como la subsistencia más o menos latente de conflictos enquistados, reflejo de que los difíciles caminos hacia una concordia nacional –para no usar la anhelada aunque utópica idea de reconciliación– todavía están por consolidarse en el Perú. Se abordan en esta parte por tres temas relevantes que imprimen sus rastros en la sociedad peruana de las dos primeras décadas del siglo xxi: la participación política de militares excombatientes de la guerra interna y su postulación a los comicios nacionales; varios de ellos lograron su elección al Congreso y un oficial del Ejército en situación de retiro llegó incluso a la Presidencia de la República (Ollanta Humala, 2011-2016); el incremento de las movilizaciones sociales en el ámbito de las luchas medioambientales contra la gran minería y su criminalización mediante sanciones cada vez más severas y brutales; finalmente, las transformaciones masivas y duraderas del paisaje urbanístico de varias ciudades con invasiones de tierras realizadas a raíz de las migraciones de una población rural desplazada que huía de la violencia del campo.
23En “De la ‘Guerra contraterrorista’ al Congreso: el activismo político de los militares excombatientes”, la historiadora Carla Granados reflexiona sobre el papel creciente que los (ex)militares vienen ocupando en el escenario político peruano, así como el lugar que ocupan en el imaginario social y en la esfera pública. Luego de su regreso a la vida civil y en el contexto de retorno a la democracia, estos actores han alcanzado tener varios logros electorales que, según la autora, significan mucho más que incursiones políticas accidentales. Así es como ocho excombatientes del conflicto armado llegaron a ser electos congresistas en el año 2020. Carla Granados cuestiona en su texto la manera en que la academia ha venido homogeneizando la actuación de “los militares” durante la guerra interna bajo la figura reductora y unívoca del “perpetrador”. Esta autora propone más bien destacar la heterogeneidad de estos actores incluidos bajo esta categoría y penetrar la complejidad de una cultura castrense diversa, lo que permite dar a entender la naturaleza de su activismo político y las disputas que entre ellos mantienen vigentes en el Parlamento.
24Por su parte, en “Las metamorfosis de la criminalización. Disuadir y castigar la disidencia contra la minería”, el antropólogo Bruno Hervé Huamaní se adentra en el otro rostro del “boom” minero, presentado por el Estado y el sector extractivista como fuente imprescindible para el desarrollo del país, para entender cómo los proyectos mineros han (re)activado numerosas formas de protestas y de conflictividad en el país. El autor analiza aquí las modalidades de represión y criminalización de las movilizaciones sociales contra las empresas mineras que afectan en prioridad a las poblaciones campesinas e indígenas más pobres del país. Si la privatización de la fuerza policial contratada por las empresas mineras para resguardar sus intereses representa de por sí un hecho problemático respecto de las regalías del Estado, Bruno Hervé también indaga sobre los dispositivos jurídicos de criminalización implementados mediante la aplicación de una legislación “antiterrorista” que se originó durante el conflicto armado para combatir los grupos subversivos. También muestra que dicha criminalización se materializa en formas de marginalización y abusos de poder arraigadas en la sociedad peruana y que son reactivadas aquí en apoyo al orden minero.
25Finalmente, en “Conflicto armado, migración y urbanización en Ayacucho”, la antropóloga Fanny Chagnollaud analiza el impacto del éxodo rural de miles de campesinos desplazados que buscaban refugio en la ciudad, durante y después del conflicto armado, impactando en el desarrollo veloz y la expansión considerable de Ayacucho. La autora muestra cómo estos desplazados mediante formas de organizaciones específicas pudieron conquistar espacios urbanos periféricos para fundar sus barrios, especialmente gracias a la estrategia de invasión colectiva de tierras cuya ocupación se tornó definitiva a medida que el conflicto se extendía en el tiempo. Si después del año 2000 los flujos migratorios se estabilizaron, Fanny Chagnollaud precisa que las invasiones como modelo de acceso a la tierra se convirtieron en norma. En este sentido se entiende que las habilidades adquiridas durante los años de guerra constituyeron y siguen constituyendo unas ventajas para los invasores (técnicas de fabricación y manejo de armas, competencias estratégicas para llevar a cabo la batalla campal indispensable a la invasión, entre otras). Y como recalca la autora, los barrios que son el resultado de una invasión constituyen hoy más de 80 % del espacio urbano ayacuchano.
Imágenes y representaciones del conflicto armado
26La cuarta parte del libro trata de las imágenes y representaciones del conflicto armado y propone explorar el vínculo entre el período de violencia y diferentes manifestaciones artísticas en años recientes. Estos cuatro textos –un artículo y tres entrevistas– buscan proponer enfoques sobre la creación contemporánea tanto desde el punto de vista académico como de la producción. Podemos ver, al contrastar estos textos, una atención particular a las huellas persistentes del conflicto en el Perú contemporáneo, tesis que sigue cuestionando el concepto mismo de “posconflicto” y la retórica de la reconciliación de los últimos veinte años.
27En “No-ficción y conflicto armado interno: producción documental sobre los años de violencia política en el Perú”, el cineasta e historiador Pablo Malek estudia el cine documental peruano de los últimos diez años y los cambios formales que han ido creándose con respecto a obras anteriores. El cine de ficción sobre el conflicto armado interno ha sido importante en los últimos años, pero Malek muestra que la producción documental también ha sido variada. Tras definir diversos períodos entre los años ochenta y hoy, el autor se centra en el estudio de films más recientes. Su trabajo permite ver una búsqueda formal más acentuada a partir de los años 2010: los documentales se alejan del formato ilustrativo propio del reportaje televisivo e intentan construir un lenguaje cinematográfico propio para rendir cuenta de la complejidad de las memorias entrelazadas del conflicto. La democratización de las técnicas de grabación (formato digital) explican la mayor producción de cine documental y asimismo la mayor originalidad de las voces narrativas. Esta tesis se desarrolla en la segunda parte del artículo, dedicada al análisis de Nada queda sino nuestra ternura de Sébastien Jallade [2017]. Este documental, según el análisis de Malek, alía la reflexión estética a un imperativo ético que busca romper con la espectacularización del dolor de las víctimas del conflicto.
28En “Violencia y trayectorias migrantes: la nueva literatura quechua en el Perú”, César Itier y Pablo Landeo, filólogos investigadores de lengua y literatura quechua, comentan la producción literaria contemporánea escrita en quechua en el Perú. Itier y Landeo precisan las particularidades de las obras publicadas en quechua en años recientes y definen los géneros y los temas tratados en lo que Itier llama “nueva literatura quechua”. La entrevista busca describir así un entorno de producción, pero también analiza esta literatura dentro de la economía del libro y el sistema editorial, así como el papel del Estado como difusor y creador de la Educación Intercultural Bilingüe. Un gran desafío que enfrenta la literatura contemporánea en quechua es la falta de lectores y la escasa visibilidad que esta tiene desde Lima. Asimismo, la reflexión académica de Itier y Landeo se nutre de sus experiencias de autores: Itier como autor de antologías y Landeo como novelista de Aqupampa [2016], la primera novela publicada en quechua en el Perú sin traducción y ganadora del Premio Nacional de Literatura en lengua originaria del Ministerio de Cultura. Esta novela trata del período de violencia política en el Perú. En la entrevista, tanto Itier como Landeo discuten el tratamiento del conflicto armado en diferentes generaciones de escritores en quechua. Distinguen de esta manera una producción política durante los ochenta y noventa, una producción sobre la violencia fratricida después del año 2000, y una producción que analiza las huellas del conflicto a partir de 2010. Notan además la influencia de las migraciones masivas que se dieron durante aquel período en la literatura peruana en quechua.
29En la siguiente entrevista, Diego Trelles Paz, escritor peruano afincado en Francia, repasa algunas de sus obras, entre ellas Bioy [2012] y La procesión infinita [2017], que abordan respectivamente el período del conflicto armado en los ochenta y la dictadura fujimorista. Trelles es parte de la generación nacida a fines de los setenta que vivió su niñez en los regímenes de Belaúnde y García, y su adolescencia durante el fujimorismo. Estas experiencias biográficas nutren una ficción sobre la herencia del período de violencia en el Perú contemporáneo. Trelles se inscribe así en una continuidad de escritores que han hecho de la época de la violencia un material literario para pensar el presente, hecho que remonta a los años ochenta como bien lo señala. Si bien el autor recusa el término “literatura política”, las novelas de Trelles reafirman una postura crítica con el Estado que ha fallado en su objetivo de lograr la “reconciliación”. El autor asume entonces plenamente una literatura que discute con la realidad política pero que busca asimismo la originalidad formal: polifonía, estética del collage narrativo, cronologías alteradas y guiños autorreferenciales se multiplican así en las ficciones de Trelles.
30En 2017, la gestora cultural Karen Bernedo reunió a más de treinta artistas de la imagen para crear la “Carpeta colaborativa de resistencia visual 1992-2017”, un conjunto de serigrafías que tomaban como punto de partida el año 1992. La “Carpeta colaborativa” tuvo un tiraje de 120 fólderes cuyo objetivo era crear exposiciones itinerantes. La primera muestra fue inaugurada en agosto de 2017 en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), pero se soldó con la destitución del director del LUM tras las críticas recibidas de parte de políticos fujimoristas. En esta entrevista, Karen Bernedo explica las consecuencias políticas de tal hecho, inscribiéndolas en una reflexión amplia sobre el discurso paradójico del Estado peruano en torno a temas de memoria y expresión artística. Al escoger el año 1992 como punto de partida de su trabajo de concepción y curaduría, Bernedo busca reflexionar sobre las huellas del conflicto armado y del fujimorismo en general en los años recientes de inestabilidad política y social. El proyecto colaborativo toma así sentido en su dimensión colectiva: la pluralidad de voces artísticas (35 artistas diferentes) intenta dar una imagen caleidoscópica del Perú de la posdictadura, ya sea en su memoria del conflicto o en la herencia que dejó la Constitución producto del autogolpe de 1992. Tal y como lo señala Trelles en su entrevista, Bernedo deja en claro la idea de un duelo irresuelto en el Perú, donde la memoria del conflicto sigue siendo un tema que produce discursos políticos violentos que buscan impedir el debate académico y la libre expresión artística.
31En un año electoral que ha sido particularmente violento en el tratamiento del rival político, el objetivo de estos artículos y entrevistas, inspirados por una serie de encuentros académicos realizados entre 2018 y 2021 por peruanistas en Francia, es proponer una pluralidad de visiones sobre el Perú contemporáneo. Las diferentes disciplinas convocadas muestran la necesidad de un enfoque global para cuestionar el balance de las dos décadas de democracia precaria que siguieron tras la “demodura” de Alberto Fujimori y el período más violento de la historia republicana peruana. Buscan, a su vez, abrir interrogantes sobre el peso del pasado en la afirmación y la forma (a veces caótica) en la que se han venido construyendo sus proyectos y desafíos como nación.
Bibliographie
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Auteurs
Su investigación se centra en la literatura contemporánea acerca de la violencia política en el Perú y en España. Es asimismo magíster en Literatura Comparada por la Escuela Normal Superior de Lyon. Actualmente es profesor de francés en una escuela secundaria.
Profesora de Antropología en el Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine (IHEAL, Université Sorbonne Nouvelle). Es investigadora en el CREDA e investigadora asociada del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA). Sus campos de investigación se encuentran en Perú y en España (principalmente en Apurímac y Navarra) y se centran en la gestión política e íntima del posconflicto en estos dos países. Como becaria posdoctoral de las Acciones Marie Sk-Curie en el Institut de Sciences Politiques Louvain-Europe (ISPOLE) ha trabajado en las políticas de reparación y en el tratamiento de los cuerpos exhumados de las fosas comunes en el mundo hispanoamericano. Fue ganadora del Premio de Tesis del Instituto Varenne en el 2016, la cual fue publicada bajo el título De pierres et de larmes. Mémorialisation et discours victimaire dans le Pérou d’après-guerre [LGDJ, 2016]. Fue miembro científico de la Casa de Velázquez (2016-2017) y ganadora del Fondo Françoise-Marie Peemans de la Real Academia de Bélgica en el 2019.
Especialista del Perú y de las sociedades andinas quechuas donde desarrolla sus investigaciones de campo desde hace más de dos décadas, Valérie Robin Azevedo es doctora en Antropología Social (Universidad París Nanterre, 2002) y licenciada en Lengua y Cultura Quechua (INALCO de París, 2003). Se desempeña actualmente como profesora principal en la Universidad de París y es miembro del laboratorio URMIS. También enseña en el diplomado de quechua del INALCO. Es corresponsable del proyecto de investigación Transfunerario (2020-2023), sobre rituales colectivos de reinhumación en contextos posconflicto. Su último libro en castellano Los silencios de la guerra. Memorias y conflicto armado en Ayacucho-Perú salió con La Siniestra Editores [2020].
Magíster en Estudios Hispánicos por la ENS de Lyon y en Estudios de Género por la Universidad Paris 8, cursa actualmente un doctorado en Estudios Hispánicos (Paris 8) y una licenciatura en Lengua y Cultura Quechua (INALCO). Es miembra del LER, miembra asociada del CERLOM y forma parte del Laboratorio Junior VisaGe. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora (ATER) en estudios hispánicos en la Universidad Gustave Eiffel. Es corresponsable del seminario “Género y feminismos en las Américas Latinas” (EHESS/Paris 8) y responsable del proyecto virtual y museográfico “Warmikuna - Voces, rostros y memorias". Su tesis en curso se titula “Género, violencias y memorias en los relatos del ‘post-conflicto’ armado peruano (2000-2017)” y obtuvo el Premio de la ciudad de París para los estudios de género (2020). Sus investigaciones portan sobre género, violencia política, literatura peruana (español y quechua) y feminismos latinoamericanos.
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