Capítulo 6. Representaciones del campo intelectual y literario en Las iniciales de la tierra y Las palabras perdidas de Jesús Díaz
p. 145-158
Texte intégral
La Revolución cubana: de la devoción a la denuncia
1Las iniciales de la tierra (editado en 1989) y Las palabras perdidas (1992) narran la vida de distintos jóvenes cubanos y problematizan, a través de ellas, la relación de la literatura con la política y específicamente con la Revolución.1 La vida de Carlos Pérez Cifredo, en Las iniciales, y de los Güijes, en Las palabras, se presentan a través de diversos y múltiples episodios cuya linealidad cronológica se quiebra constantemente al incorporarse recuerdos, sueños, pensamientos y escenas cotidianas de los personajes que se repiten, se alternan y expanden a lo largo de los relatos.2
2Los frecuentes movimientos narrativos (cambios de foco, de tema, de escenario e incluso de registro lingüístico) acompañan las también móviles concepciones políticas y artísticas de los protagonistas. Sus cambios en el plano de las ideas son, en cada novela, particulares. En Las iniciales se problematiza principalmente el rol del intelectual en la política y las reflexiones sobre lo literario ocupan una posición lateral, mientras que en Las palabras, si bien la preocupación por lo político representa una continuación respecto de la novela anterior, la problematización se centra en el campo literario. En este sentido, es válido recordar que mientras todos los Güijes son escritores –dos de ellos, además, «instructores» de literatura y filosofía en la universidad–, Carlos Pérez Cifredo no es un intelectual propiamente dicho aunque reflexione y opere eventualmente como tal, sobre todo durante su permanencia en la universidad como estudiante de arquitectura y activista político.
3Las iniciales, leída frecuentemente como «la biografía del hombre cubano en Revolución» (Vasco, 1990, p. 281), reelabora y ficcionaliza algunas características del relato testimonial. La novela se focaliza en un personaje que protagoniza y testifica los acontecimientos históricos, políticos y económicos fundamentales de los primeros años de la Revolución cubana. Los episodios más significativos de la vida del personaje se van a articular con aquellos sucesos de la vida nacional. A través de su biografía, se narran las manifestaciones en contra de Fulgencio Batista durante el año 1956, el triunfo de la Revolución en 1959, la formación de milicias y las pruebas de iniciación en 1960, la movilización de enero del año siguiente, la ruptura con Estados Unidos, el combate de Playa Girón, la muerte de Ernesto «Che» Guevara, la zafra de los diez millones y la crisis de octubre.
4Las palabras sintetiza, a través de la vida de los Güijes, una etapa de la historia cubana posterior a la narrada en Las iniciales y visibiliza, a través de la biografía del Rojo, el Gordo, Una y el Flaco, distintas respuestas intelectuales a un sistema cultural ya institucionalizado que limita y minimiza la libertad de expresión. Ya no se trata, como en la novela anterior, de retratar la construcción de un Estado revolucionario, sino de exponer algunos de sus excesos y arbitrariedades. Estos hechos provocan el distanciamiento moral de los intelectuales que protagonizan la novela respecto del comunismo, «justo cuando sienten que las demandas del poder imponen la renuncia a la búsqueda de una expresión en la alta literatura» (Rojas, 2002, p. 173).
5Las palabras describe un régimen de vigilancia y control estatal que se expande a todas las esferas de la vida social. La labor creativa se ve particularmente afectada y reducida a los límites del arte oficial, única posibilidad y garantía de circulación. Mientras Las iniciales desplaza al ámbito de lo privado aquellas ideas que se plantean como contradicciones ideológicas, Las palabras las sitúa en el ámbito de lo estatal. En la primera novela los antagonismos se establecen principalmente con Estados Unidos y el capitalismo imperialista; en la segunda, con la verticalización y ortodoxia de la Revolución.
6El origen de clase aparece en Las iniciales como un factor explicativo de las ideas que profesan los personajes y de la dificultad o facilidad con la que acogen el pensamiento revolucionario en el campo cultural e intelectual.3 Los pobres, los negros, los excluidos adhieren con facilidad y felicidad al ideario revolucionario que postula la igualdad social y los reconoce como ciudadanos de derecho. En cambio, los burgueses, como la familia del protagonista, solo ven en él la justificación de un proceso ilegítimo que les arrebata privilegios considerados válidos. A este sistema de valores familiares renuncia gradualmente Carlos Pérez Cifredo, emprendiendo un camino de politización que lo lleva a adoptar progresivamente el sistema ideológico de la Revolución.
7Carlos se aleja de la estructura de sentimientos4 de su clase, la que valida, entre otras cosas, la defensa de la propiedad privada (su padre y su tío son propietarios y arrendadores de una finca; este último, además, es dueño de un matadero), el racismo y la explotación (su tío Manolo practica la usura con los negros del Vedado, donde él pasó su infancia; Chava es un esclavo de su bisabuelo que permanece con esa condición en su familia y Mercedes, la criada de la casa, había ido a trabajar sin sueldo a su hogar para rescatar una medalla de la Virgen de la Caridad y un cadenón empeñados por su marido). Por otro lado, acepta, de un modo conflictivo y fluctuante, algunas premisas básicas de la Revolución: la socialización de la propiedad y del trabajo con vistas al bien común, tendiendo a eliminar las relaciones de sometimiento económico y social y la extensión de los derechos cívicos de los ciudadanos. Lo que implanta la Revolución es una nueva estructura de sentimientos que obliga al protagonista a redefinir los modos en que piensa e interviene tanto en el campo político como en el intelectual.
8En Las palabras, los cuatro protagonistas son jóvenes que viven una ya instituida revolución. Su pertenencia de clase no se plantea como explicativa de sus conductas e ideologías y sus preocupaciones intelectuales no se corresponden, como en el caso de Carlos, con el deseo de ser fiel, de un modo ortodoxo, al ideario revolucionario.5 Las palabras complejiza la representación de la organización social cubana y de las relaciones interpersonales por la mediatización e intervención de la máquina estatal tanto en el plano material como en el simbólico. Los Güijes cuestionan, impugnan y reelaboran algunas características del ideario revolucionario, básicamente la doble moralidad cívica de distintos estratos sociales.
9En muchos momentos los personajes de Las palabras piensan o expresan su desacuerdo con el orden político a la vez que señalan sus falencias. Así sucede, por ejemplo, cuando el Gordo piensa que la nivelación metodológica que las autoridades quieren imponer en sus clases era:
más que un crimen, una estupidez por la que la patria se vería obligada a pagar durante decenios, como pagaría también por el fraude, las falsas promociones y la doble moral que eran el pan de cada día en nuestro sistema de enseñanza. (p. 98)
10Su crítica, que comienza focalizándose en el ámbito de la educación, se expande hacia la realidad social cubana en general, donde «había crecido el índice de divorcios y suicidios, el contrabando de divisas, el robo, el mercado negro, la prostitución clandestina y la admiración bobalicona por todo lo extranjero» (p. 98). Esta posición crítica se repite al evaluar el campo literario nacional en el que ellos pretenden intervenir.
11El Rojo y Una priorizan, por sobre todos los valores de la literatura, los estéticos y desplazan a un segundo plano los del mundo social. El Gordo y el Flaco, por su parte, invierten este orden y jerarquizan la referencia social por sobre la construcción artística. Todos tienen una concepción literaria que involucra una valoración tanto positiva como negativa. En varias oportunidades los personajes discuten y reflexionan sobre estos valores a la vez que contextualizan estos debates en el campo de la literatura nacional. El Rojo, por ejemplo, desea inventar un nuevo idioma para así poder «romper la prisión del realismo, la servidumbre de la anécdota, la miseria del color local» (p. 19), pobrezas que él asocia al conversacionalismo y coloquialismo que «banalizaban hasta el hastío la joven poesía cubana creando la desoladora impresión de que todos los poemas estaban escritos por el mismo pésimo poeta» (p. 20). El Gordo, en cambio, defiende el coloquialismo y critica la búsqueda del Flaco, a la que califica de «epigonal, falsa, vacía y extranjerizante» (p. 114). El Flaco quiere crear una novela total, «que incluya todos los géneros literarios, poesía, cuento, periodismo, ensayo» (p. 38); busca que sus textos aporten «realmente algo nuevo» (p. 107) a la literatura cubana pero, según el Rojo, hay en su búsqueda un populismo soterrado que rechaza las renovaciones formales radicales y tiende a ser repetitivo. Una, por su parte, pretende escribir dos libros complementarios (un ensayo y un poemario) que funcionen como «homenajes personales a ciertas escritoras» (p. 183). Revisa y critica la concepción machista que prima en los ámbitos literarios, pero una vez que los Güijes la aceptan en su grupo le preocupa «obtener su admiración y su respeto y seguir disfrutando de aquel sentido tribal de la existencia» (p. 199).
12Una escena de Las palabras, entre muchas otras, puede ejemplificar la heterogeneidad de gramáticas de escritura y la necesidad del consenso en los debates sobre literatura. Esta escena acontece en la heladería Coppelia, en la primera reunión convocada por el Gordo y el Flaco para estudiar proyectos de colaboraciones para la revista El Güije Ilustrado. Allí acuden «Jabatos, Paronomásicos, Independientes y Desconocidos» (pp. 171-172). Los Jabatos, cuyo cabecilla era el Rubito, eran contenidistas; los Paranomásicos, liderados por Adán Nada, eran formalistas; entre los Independientes se hallaba el Mulo Bebelagua; y entre los desconocidos, Una. El Rubito y Adán Nada leen sus poemas, transcritos en su totalidad, y son rechazados por los Güijes: el primero por banalizar a Vallejo, el segundo por reducir la literatura a la paronomasia. Solo Una va a recibir por su poema «Me confieso culpable ante los hombres» el apoyo y la aceptación general del grupo. Para el Rojo su texto era «bueno, sin dudas, especialmente porque tenía la admirable capacidad de hablar desde las cimas de la cultura y de la historia. Pero lo hacía en contra, con una ironía corrosiva» (p. 180). Para el Flaco «el poema de Una es gran literatura» (p. 181) cuyas reglas internas no van a especificarse de un modo explícito, pero que operan como meta a alcanzar en la escritura, meta que presupone originalidad, superación del realismo más ramplón e irresolución de la tensión entre localismo y cosmopolitismo. Tres características que operan en la selección que realizan los Güijes en esta oportunidad y sobre las que se reflexiona con insistencia a lo largo de la historia.
13La aprobación consensuada es fundamental para participar de la revista. Esta representa una de las pocas formas de dar a conocer y socializar las producciones de estos escritores jóvenes cuyas obras no encuentran canales de difusión pública. En este sentido, es significativo el lugar donde se lleva a cabo el encuentro y los debates en torno a los distintos significados de literatura. La heladería permite situarse en un ámbito distinto al estatal u oficial, lejos de sus normas y prescripciones. Ellos se ubican fuera de los espacios que ofrece el arte oficial para el debate, pero también de los que les brinda la bohemia literaria. Virgilio Piñeira les objeta el espacio físico pero también simbólico en el que se ubican, diciéndoles: «Jamás respetaré a una generación literaria que hace su bohemia en una heladería» (p. 212).
De la expansión a la retracción de los espacios y los discursos
14El uso de los espacios varía notablemente de una novela a otra. En Las iniciales los debates de ideas se llevan a cabo principalmente en espacios estatales y públicos, mientras que en Las palabras se retraen al campo de lo privado, a la heladería Coppelia y a las casas de los Güijes y de Roque Dalton. En Las iniciales, el Instituto y la zona del parque aledaño a este son los lugares de encuentro y debate político a donde el protagonista asiste con más frecuencia, apenas iniciada la Revolución. Años más tarde, serán la Beca y la Universidad, donde Carlos vive y estudia arquitectura respectivamente. En todos estos lugares los jóvenes eligen a sus representantes por votación directa y debaten sus ideas. Los excesos de autoritarismo en las reuniones corresponden a algunos de ellos y no a las autoridades educativas o gubernamentales.
15En Las iniciales se narran, por ejemplo, los debates entre distintos grupos de estudiantes que se realizan en el Instituto al que asiste Carlos. En ellos, como en Coppelia, se manifiesta la heterogeneidad de ideas y perspectivas referidas, en este caso, al campo político. La complejidad de los debates confunde al protagonista que no tiene, como los personajes de Las palabras, un posicionamiento teórico más o menos coherente y fundamentado sobre el campo intelectual o político. Las polémicas que en el Instituto se llevaban a cabo se referían a «temas demasiado abstractos como para permitirle tomar partido» (p. 117) y la diversidad de voces, por su parte, aumentaba su incertidumbre sobre el lugar ideológico en que debía situarse.
16Él observa que todos estaban con la revolución pero que, a la vez, «se dividían en izquierdas y derechas, y se subdividían, como amebas, las izquierdas en Veintiséis, Directorio y psp, las derechas en auténticos y católicos, los católicos en progresistas reaccionarios» (p. 117). Las enunciaciones de cada grupo pujaban por dominar a los otros no solo en el terreno de las ideas, en el de las significaciones que debía adoptar la revolución, sino también por ganar los espacios de poder institucional. Tal como el protagonista nota, «el objetivo real de estos debates era el de medir fuerzas y lograr adeptos para las próximas elecciones a la Asociación de Estudiantes, donde se definiría quién iba a controlar el Instituto» (p. 119). Esta voluntad de control guía, en Las iniciales, a la mayoría de las discusiones y enfrentamientos entre los distintos sectores del estudiantado, tanto del Instituto como de la Universidad y del edificio de la Beca. La horizontalidad de sus relaciones se vuelve una interacción fuertemente limitada en otros espacios verticalistas de la novela, como la milicia y la zafra.
17La unidireccionalidad del poder que predomina en estos últimos sitios de Las iniciales se intensifica en Las palabras, donde ya no es posible para los ciudadanos comunes debatir y polemizar los significados de la cosa pública en las instituciones estatales. Visibilizan con claridad este nuevo estado de cosas las reglas de organización que rigen en la Universidad. Todo un sistema de vigilancia y castigo se despliega en este espacio en el que predomina la jerarquía burocrática. Las autoridades son las que legislan y evalúan las formas y la funciones de los discursos, las que deciden sus circuitos de circulación, las que ejercen un poder punitivo. Tres ejemplos son ilustrativos al respecto. En el primero, el Rojo evoca la tarde de su primer recital de poesía cuando conoció al Flaco. Recuerda que «las autoridades universitarias habían intentado fiscalizar los textos, pero el Gordo y él rechazaron la pretensión y seguidos por un grupo de estudiantes ocuparon el anfiteatro. Allí leyeron sus primeros poemas e invitaron a un debate» (p. 18).
18La victoria de los subalternos (en este caso alumnos universitarios) sobre el poder de la máquina estatal es transitoria. Lo que sucede más frecuentemente aparece en los otros dos ejemplos. Ambos son extensos pasajes que incorporan a la narración descripciones y diálogos atravesados por profusas modalizaciones axiológicas y deónticas. Una de ellas es protagonizada por el Gordo y el Ministro de Educación, la otra por el Flaco y el director de un periódico oficial. Ambos son sancionados por las ideas que predican y por las producciones discursivas donde las expresan: el Gordo, por publicar en La Ladilla Ladina el «Soneto al metodólogo», donde critica a quienes los suspendieron por no llevar en su clase un estricto método didáctico cuyas pautas eran, entre otras, poner la fecha de la clase en el extremo superior derecho de la pizarra, dividir la exposición en tres fases y hacer una pregunta de control cada quince minutos; el Flaco, por incluir en la revista El Guije Ilustrado textos y fotografías consideradas contrarrevolucionarias.
19Estas dos reuniones repiten los discursos monológicos de la autoridad y sus componentes principales. Las dos tienen un inicio similar: los personajes pertenecientes a una intelectualidad subalterna son convocados por la autoridad, ingresan a sus oficinas, comienzan a experimentar sentimientos de miedo y angustia por los resultados del encuentro y se les notifica la censura de sus textos. El gesto de exponer a los subordinados las producciones sancionadas se repite de un modo casi idéntico. El ministro «extrajo de su oscuro portafolio de piel el ejemplar de La Ladilla» (p. 94) donde estaba publicado el soneto. El director, por su parte, «suspiró mientras ponía sobre la mesa una carpeta llena de fotos y textos, en los que [el Flaco] reconoció de inmediato los originales del Güijes» (p. 317). Luego de que ambos Güijes son inducidos a realizar un mea culpa, se les comunica el castigo y se les permite retirarse.
De la apertura a la clausura cultural: logros y límites en la conformación de un público lector
20En Las palabras, los ejemplos que acabamos de ver vienen a representar las conflictivas y asimétricas relaciones entre los intelectuales independientes y el poder político institucionalizado, promotor de un complejo repertorio de prohibiciones y castigos en el campo intelectual y político. La censura afecta tanto a aquellas producciones simbólicas y culturales producidas en la isla como a aquellas producidas fuera de ella. En este punto, aparece una ruptura entre una novela y otra: mientras en Las palabras Cuba aparece como un espacio cultural clausurado, en Las iniciales aparece como un lugar de apertura al mundo. En Las palabras se recuerda explícitamente, y en reiteradas veces, la prohibición de ciertos artistas foráneos –los Beatles, por ejemplo– y la infrecuente importación de libros extranjeros. Rojo, uno de los lectores más ávidos y cosmopolita de los Güijes, se pregunta en la librería «¿quiénes serán, santo dios, Ingemar Bachman, Mario Vargas Llosa, Slawomir Mrozek?» (p. 24). El desconocimiento respecto de otras literaturas nacionales produce, como se ve, el empobrecimiento del capital simbólico específico de los escritores cubanos, quienes desconocen el desarrollo y el estado actual de la literatura en otros países. Pero también afecta a las competencias del público lector cubano que, frecuentemente desconectado de los bienes simbólicos extranjeros, se presenta como el actor compulsivo de un irreflexivo consumismo libresco. Esto se pone de manifiesto en la escena de la librería donde «una suerte de locura se había apoderado de los compradores, que pugnaban por adquirir colecciones completas en las que se mezclaba el oro y el barro» (p. 24).
21En Las iniciales, en cambio, la Revolución no había empobrecido en términos culturales a los ciudadanos ni los había apartado del mundo. Al contrario, lo que narra esta novela es el triunfo de la Revolución, durante sus primeros años, en el plano educativo. La Revolución democratiza las posibilidades y oportunidades de escolarización y amplía la destinación de las políticas de alfabetización. Los maestros voluntarios que aparecen, en varias ocasiones, en la novela, son valorados hasta la idealización, convirtiéndose en verdaderos héroes revolucionarios. Carlos, por ejemplo, al recordar a su amigo Pablo piensa que este «seguramente habría tirado sus angustias a relajo si no estuviera en plena Sierra, de Maestro Voluntario, sirviendo a la Revolución en algo necesario, concreto y cierto» (p. 131). La misma heroicidad es la que tiñe la escena en que Gisela, la novia de Carlos, se marcha de La Habana para ser alfabetizadora en las afueras de la ciudad. Allí, en la estación de tren, la despidió «en medio de la algarabía de miles de alfabetizadores y familiares» (p. 232) que celebran la entrega de quienes van a llamarse «la vanguardia de la Revolución» (p. 233).
22La Revolución promueve la democratización educativa y, a través de acciones concretas, la difusión y lectura de literatura nacional y extranjera. Este es el caso de «la flamante imprenta nacional» (p. 264) que editó «más de cien mil ejemplares» (p. 265) de El Quijote. El libro es rechazado por el protagonista, quien encuentra en él un mensaje individualista y de exaltación de los valores burgueses. Pero circula profusamente, tal como el número de copias muestra, en distintos sectores de la sociedad cubana que puede conocer así un texto clásico de la literatura universal. A los proyectos del Estado para propiciar la publicación y difusión de obras de distintos géneros se suman los proyectos grupales de socialización de obras. Por ejemplo, los que lidera Carlos, preocupado en «crear condiciones para la impresión de libros de textos» (p. 258). Pero a la amplitud de proyectos editoriales públicos y privados se le opone, en esta novela, la estrechez de criterios de lectura, sobredeterminada por las concepciones políticas más ortodoxas e intransigentes.
De los referentes políticos a los referentes literarios
23La lectura en clave política de los textos literarios se plantea como emergente en Las iniciales y como dominante en Las palabras.6 A este respecto, es ilustrativa la lectura que Carlos realiza de El Quijote. Según este, el hidalgo:
Luchaba por la justicia sin conocer las leyes de la historia, ni tomar en cuenta a las masas, ni las condiciones objetivas y subjetivas, ni la correlación de fuerzas entre explotados y explotadores, y confundía las contradicciones antagónicas con las no antagónicas, las principales con las secundarias, las internas con las externas. (p. 265)
24La descripción apela a términos y valores de la teoría política y no alude en ningún momento a conceptos estéticos. La subordinación de lo artístico a las necesidades y creencias políticas se enfatiza al propugnar los valores de utilidad y verdad en el arte. Carlos coloca como autoridades intelectuales supremas a Mao Tse-tung y a otros teóricos comunistas chinos. Cree que «en el librito sobre las conversaciones de Yenán estaba toda la verdad sobre el tema del arte expuesta en treinta páginas» (p. 265). Lo que valora de estos autores es «esa capacidad de síntesis, esa habilidad para liquidar de una manera breve y sencilla los problemas más complicados» (p. 265). En las dos novelas este tipo de textos (normativos, provenientes de la política y situados en la izquierda más ortodoxa) operan, junto con otros discursos pronunciados por las más altas autoridades de la Revolución, como el sustrato teórico sobre el que se edifica un sistema de prescripciones y valores que se desplazan desde el ámbito de la práctica política al de la práctica artística. Los discursos de Fidel y del Che se hallan sacralizados en ambas novelas. Fidel, a través de la mirada de Carlos, y el Che, desde la óptica del Flaco especialmente.
25En Las iniciales se evocan varias alocuciones de Fidel.7 Por ejemplo, se recuerda cuando:
Fundió la furia y la tristeza, los gritos y silencios del pueblo convirtiéndolos en una sola voz al entregar por vez primera la consigna que todos repitieron como guía y bandera de los múltiples combates por venir: ¡Patria o Muerte! (p. 152)
26Se rememora el acto del estadio del Cerro cuando la multitud comienza a repetir el nombre de Castro, «quien se había ganado el derecho de hablar por todos porque representaba la esperanza de todos» (p. 155). En esta ocasión «la patria se hizo de todos para siempre» (p. 155) luego de que Fidel informara la decisión de expropiar y nacionalizar un conjunto de empresas estadounidenses. Se evoca, también, el discurso del dirigente al frente de los estudiantes de arquitectura, cuando lee el testamento de José Antonio, héroe y mártir de la Revolución que había dirigido la escuela de arquitectura. En todos los casos el líder político es considerado el enunciador legítimo de la voluntad popular y sus palabras se definen como aglutinantes, programáticas y representativas.
27En Las palabras, el Flaco le recuerda al director el planteamiento teórico del Che en «El socialismo y el hombre en Cuba» (1965).8 Al intentar convencerlo para que apruebe la publicación del suplemento cultural le desarrolla la tesis de Guevara: «el pecado original de los intelectuales cubanos era el no ser auténticamente revolucionarios. Pues bien, ellos, los jóvenes hijos de la revolución, sí lo eran» (p. 70). La cita de autoridad intenta legitimar un mensaje que pone en su centro el carácter novedoso y auténticamente revolucionario de una nueva generación de escritores surgida con la Revolución, escritores que no tenían «compromiso con el pasado y que podían decir la verdad porque tampoco tenían nada que perder» (p. 70).9 Se trata, según el Flaco, de «un grupo en el que, por primera vez desde el año cincuentinueve [sic], las vanguardias artísticas y políticas se fundían en un todo indisoluble» (p. 70). Pero esta convergencia entre la voluntad política y la artística que el Flaco invoca como meta a seguir funciona solo como un planteo circunstancial, como una maniobra discursiva de persuasión para conseguir la aprobación de la revista, supeditada a los criterios estéticos de los Güijes. Esta subordinación se manifiesta en la definición de poesía del Gordo: «una forma de conocimiento muchísimo más útil y profunda que la ciencia y la política» (p. 99), gracias a la cual «Cuba no se había revelado en la obra de un general, ni en la de un científico, sino en la de un poeta» (p. 99).
28Los problemas y las adhesiones intelectuales de los Güijes provienen del campo del arte y la literatura y no de la política, como en el caso de Carlos Pérez Cifredo. En el ejemplo recién citado José Martí es el referente al que deben sumarse, entre otros nombrados en Las palabras, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Nicolás Guillén y Eliseo Diego, los cuatro grandes escritores que, según los Güijes, protagonizan «el siglo de Oro de la literatura Cubana» (p. 211). La importancia de estos intelectuales es tal que no solo se atiende a sus libros sino a sus opiniones en el campo del arte y la cultura. Se vive, en el período histórico referido en la novela, una nueva visibilidad de los escritores, aquello que Gilman llama una «extensión de la obra literaria sobre el autor» (p. 148). La vida del escritor es inseparable de su obra y se convierte, como la literatura misma, en objeto de lectura. En este marco, los reportajes constituyeron un género altamente cultivado por las publicaciones culturales. Así lo muestran los Güijes, quienes entrevistan para su revista a los «cuatro monstruos» (p. 211) literarios antedichos.
29El Gordo y el Rojo entrevistan a Lezama Lima, a quien llaman el «Poeta Inmenso». Este encuentro provoca mucha expectativa en los Güijes puesto que «entrevistar al Poeta Inmenso podía ser algo tan lleno de sorpresas como explorar Urano» (p. 121). Todo en él es hiperbólico: su cuerpo, su asma, su apodo, incluso los efectos de adhesión poética que provoca en los Güijes, especialmente en el Gordo, la idealización de su figura. Él opera como máxima autoridad intelectual en el contexto narrado; era un rey al que sus discípulos llaman constantemente «maestro» y al que consideran «demasiado grande» (p. 132). Sus aportes al campo literario cubano son sintetizados en la novela. Lezama, el Inmenso, «había reinventado el idioma con el invencible corpus de su poesía» (p. 133) y «había fundado y dirigido una de las revistas literarias más admirables de su época» (p. 133). Pero su importancia no se reducía al ámbito de las letras nacionales: la publicación de Paradiso lo llevaría «a ocupar un lugar entre los grandes de este mundo» (p. 134). La posición esteticista y cosmopolita de Lezama era compartida, a grandes rasgos, por Carpentier, a quien se considera el «Gran Narrador» (p. 202) de Cuba. En la entrevista que los Güijes le realizan, en la heladería Coppelia, aquel despliega toda su erudición, señalando los lugares del mundo que responden al nombre de Cuba. Admirado por los concurrentes, Carpentier expone, como antes lo hiciera Lezama Lima, su arte poética nutrida de revelaciones real maravillosas. «El cómo y el qué son indivisibles» (p. 206), dice el narrador.
30Por su parte, Guillen, otro de los entrevistados por los Güijes, «había descubierto sonoridades inéditas en la lengua española tanto en rítmicos sones como en conmovedoras elegías y escalofriantes poemas sobre la Muerte» (p. 255). Su prestigio como escritor nunca se señala como un logro inmerecido pero se lo liga a las operaciones de «una crítica venal e ignorante» (p. 256) que alababa su poesía «mientras tendía un miserable manto de silencio sobre el trabajo de otros grandes» (p. 256). A Guillen «lo habían erigido Poeta Nacional» (p. 256) y dicha posición en el campo literario e intelectual cubano representa, en cierta medida, el ingreso de su obra al canon literario oficial cuyas reglas y valores son cuestionados, en términos estéticos, a lo largo de la novela. Guillén es un escritor admirado pero problematizado puesto que su obra no resuelve la tensión entre el arte oficial y la vanguardia. Las frecuentes observaciones sobre su lugar de escritor dentro del campo cultural que el Estado controla no se repiten en la referencia a los otros escritores. De Eliseo Diego, por ejemplo, nada se dice explícitamente sobre su posición. Su entrevista, llevada a cabo por el Gordo y Una, es la menos desarrollada de las cuatro. No se recapitulan sus logros literarios ni se resume su arte poética, pero sí se menciona una observación significativa del autor a los jóvenes escritores, a quienes les advierte que «han escogido un oficio difícil» (p. 266). Estas palabras son las últimas que el poeta les dirige y, en la novela, adoptarán una función proléptica que se actualizará y resignificará cada vez que los personajes experimenten las dificultades coyunturales del oficio: las prohibiciones y castigos de la más rígida burocracia estatal.
El camino por el que se pierden las palabras
31La preponderancia legislativa de lo político sobre lo artístico que frecuentemente se expone en Las palabras tiene una fuerza menor en Las iniciales. Si bien Pérez Cifredo llega a representar los excesos del autoritarismo, la verticalidad y el pensamiento único, cuando preside la Federación de Estudiantes, la lógica del consenso en las intervenciones artísticas y el respeto por el carácter específico y autónomo del arte pueden prevalecer por momentos. Así ocurre en la exposición de pinturas que se monta en el Rectorado a pesar de la previa prohibición de Carlos.
32Bastante distinto es el mundo de los Güijes habituados a la censura. Múltiples son las prohibiciones, las persecuciones ideológicas y las sanciones ejemplificadoras que Las palabras refiere. Los Güijes son castigados por el contenido de su revista. El Flaco y el Gordo son separados de su trabajo en la universidad y «como castigo suplementario los mandan a un campamento de recogedores de café» (p. 333). El Rojo y Una se niegan a aceptar culpas pero tampoco pueden retomar sus proyectos de escritura. El Mulo Bebelagua es quizá uno de los personajes que mejor ejemplifica el régimen autoritario y homofóbico que la novela denuncia. Preso en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (umap), «unos campamentos donde meten a los maricones para convertirlos en machos» (p. 228), este personaje enfrenta no solo la persecución sino un orden carcelario que animaliza a los sujetos. Su cuento, «Fiesta Brava», es una alegoría de la umap y de la crueldad de sus prácticas.
33Además de las medidas objetivas que coartan, entre otras libertades, las libertades de expresión, Las palabras describe los efectos simbólicos y subjetivos que la vigilancia ideológica estatal produce en los escritores: el miedo, la autocensura y el silencio son algunos de los más frecuentes. El miedo al castigo subyace en la decisión del Rojo de negarse a publicar el texto «Por una plaza humana» en El Güije Ilustrado. Arguye que «los cavernícolas nunca nos publicarán ese trabajo, que si lo intentamos nos harán polvo y que no vale la pena arriesgarse por algo que no sea gran literatura» (p. 86). También está presente en la reunión del Ministro y el Gordo quien, al ver al primero mostrarle el ejemplar de La ladilla, «sintió un escalofrío […] y no pudo seguir ocultándose que la causa principal de su turbación era el miedo» (p. 95). El mismo miedo es el que lleva al Flaco a preguntarse en Rusia, pasados ya varios años de los incidentes con la revista, si «valdría la pena empeñarse en aquel trabajo de Sísifo por un libro que, [si] llegaba a imprimirse, le ocasionaría sin duda nuevas, mayores, incalculables desgracias» (p. 187). El temor experimentado es, además, rechazado por los jóvenes escritores. El Flaco «odiaba al miedo. Estaba convencido de que ese era el verdadero pecado de los intelectuales y de que la revolución resultaría ahogada por la mediocridad y el oportunismo si ellos, los jóvenes, no lograban superarlo» (p. 85).
34Ahora bien, si las producciones literarias y artísticas se asocian, para los Güijes, a la libertad de experimentación y expresión formal y conceptual, para las autoridades del gobierno este discurso debe supeditarse al político, parámetro privilegiado para evaluar toda manifestación cultural. A este respecto, es ilustrativo el diálogo que el director mantiene con el Flaco cuando le comunica la prohibición de El Güije Ilustrado. Él le recuerda al escritor cómo, durante la charla, había modificado su discurso sobre la contraportada de la revista al ser esta severamente criticada y tachada de contrarrevolucionaria. Lo que el Flaco había hecho era mentir sobre las fotos, negando que hubiesen sido autorizadas por él mismo para ser portada y contraportada de la revista. Sin embargo, el director le dice al respecto: «¿Mentiste? No, actuaste como un político simplemente» (p. 329). De este modo, la razón política se instala en un espacio de oportunismo, arbitrariedad y manipulación que constriñe las posibilidades de los artistas e intelectuales de intervenir libre y sinceramente en el campo de la cultura. La verdad y la justicia, valores revolucionarios que prevalecían en los primeros años narrados por Las iniciales, aparecen corrompidos en Las palabras. Seguramente, no son ajenos al cambio de perspectiva en el tema de la censura las modificaciones que el autor experimenta en su propia vida y en su pensamiento político. Mientras radicaba en Cuba, Díaz afirmaba que «en esta guerra ideológica los enemigos de la Revolución usan todos los poderosos medios a su alcance para mentir sobre nuestra verdadera situación» (Bejel, 1991, p. 56) y, después de exiliarse en Europa, sostenía que «la censura cubana se ejerce brutalmente, sin explicaciones» (El Mundo, 20/06/2006).
Bibliographie
Bejel, E. (1991). Escribir en Cuba. Entrevistas con escritores cubanos: 1979-1989. Río Piedras-Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
Díaz, J. (21 de febrero de 2002). Entrevista. El Mundo. Recuperado el 20 de junio de 2006 de http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2002/02/381/
Díaz, J. (1992). Las palabras perdidas. Barcelona: Ediciones Destino.
Díaz, J. (1989). Las iniciales de la tierra. México: El Juglar Editores.
Gilman, C. (2003). Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Siglo xxi.
Rodríguez Mourelo, B. (2004). Narrativa cubana de la diáspora. El ateje, Año III, (9). Recuperado el 6 de julio de 2006 de http://www.elateje.com/0309/Anteriores0309.htm
Rojas, R. (2002). Jesús Díaz: el intelectual redimido. istor, Año II, (10), 166-177.
Vasco, J. (1990). Las iniciales de todos. Letras cubanas, Editorial Letras Cubanas, 277-281.
Williams, R. (2000). Marxismo y Literatura. Barcelona: Ediciones Península.
Notes de bas de page
1 La revista Las iniciales de la tierra fue prohibida por el gobierno cubano y su edición estuvo vetada durante doce años, de 1973 a 1985, cuando una reivindicación de los intelectuales cercanos al primer Caimán Barbudo y a Pensamiento Crítico permitió su publicación en La Habana y Madrid. Por su parte, Las palabras perdidas fue publicada en 1992 por la editorial Anagrama, estando el autor ya fuera de Cuba (Rojas, 2002, pp. 166-177).
2 Este trabajo fue publicado en Revista Alpha (1.º semestre 2007). Universidad de los Lagos, (24), 110-125.
3 Las iniciales concuerda, en este sentido, con la idea que Jesús Díaz expresa cuando declara tener «una obsesión, la de expresar la conexión de la lucha de clases y los destinos individuales» (Bejel, 1991, p. 53).
4 Utilizamos este concepto de Williams porque, al igual que él, «estamos interesados en los significados y valores tal como son vividos y sentidos activamente; y las relaciones existentes entre ellos y las creencias sistemáticas o formales…» (Cfr. Williams, 2000, pp. 154-155).
5 Creemos que, en Las iniciales, la irreverencia no equivale a la desesperanza, puesto que «incluso en el corazón del enfrentamiento entre el Carlos individuo y los patrones ideológicos del partido sigue presente el afán de preservar la fe en la Revolución y de salvaguardar el aura del proceso revolucionario» (Rodríguez Mourelo).
6 Las nociones de emergente y dominante aluden a la distinción de Raymond Williams basada en la tesis de «ningún modo de producción y por lo tanto ningún orden social dominante y por lo tanto ninguna cultura dominante verdaderamente incluye o agota toda la práctica humana, toda la energía humana y toda la intención humana» (2000, p. 147).
7 Estos discursos aludidos en la novela fueron efectivamente pronunciados por Castro. Las circunstancias de enunciación, además, se corresponden con las consignadas en el texto que, en este punto, tiende a privilegiar la referencia histórica.
8 Este artículo fue enviado a Carlos Quijano y publicado el 12 de marzo de 1965 por el semanario uruguayo Marcha.
9 La idea de ruptura con el pasado prerrevolucionario y la idea de constituir una novedosa ciudadanía a partir de la Revolución se articulan y fundamentan en el mito de la transición que avala Guevara en este texto. El mito describe los reajustes socioculturales necesarios para ir de la toma revolucionaria del poder a la construcción del socialismo. Puede considerarse una ficción que, tal como observa Gilman (2003), «urgía más a las cuestiones relativas a la identidad intelectual que a los programas estéticos, ya que establecía cierta causalidad en la cual experiencia y biografía se situaban en primer grado, y los productos estéticos como resultados de ambas» (p. 156).
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