Capítulo 1. La apariencia y la simulación como verdad social en dos textos machadianos
p. 17-31
Texte intégral
Machado de Assis: una escritura plural para un Brasil plural
1Joaquín María Machado de Assis fue cronista, cuentista, dramaturgo, poeta, novelista, crítico, ensayista, tipógrafo y reporter. Nació en 1839 en Río de Janeiro y murió en 1908 en esa misma ciudad. Este polifacético escritor llegó a ser el primer presidente de la Academia de Letras Brasilera y a contar con el apoyo temprano de sus compatriotas, que lo consideraban el mayor escritor del país, objeto de un respeto y admiración tal que, según Antonio Candido (1995), «ningún otro novelista o poeta brasileño conoció en vida, antes o después de él» (p. 18).1
2Su color oscuro, su origen humilde, su carrera difícil y su enfermedad nerviosa son rasgos que permiten (re)conocer el mundo íntimo del autor, pero que no sobredeterminan su escritura o lugar social. Tal como señala Candido, en el análisis de Machado de Assis no debería exagerarse «el tema del genio versus el destino» (p. 18) puesto que el escritor nunca estuvo instalado en los márgenes de la cultura; al contrario, debería recordarse su «normalidad exterior y la relativa facilidad de su vida pública» (p. 18).
3Cuentos Fluminenses (1869), Papeles Sueltos (1882), Varias Historias (1896), Páginas recogidas (1899) y Reliquias de Casa Vieja (1906) son algunas de las obras más importantes de Machado de Assis. De modo directo e indirecto, en ellas se problematiza la sociedad del Brasil «patriarcal de los Ochocientos» (Flores da Cunha, 1998, p. 91), un espacio en el que convivían, de un modo convulsionado y en ocasiones contradictorio, las conductas y creencias tradicionales junto a las modernas. La lengua, el ambiente de las historias y los caracteres de los personajes machadianos representan la realidad nacional y, particularmente, el contexto del Imperio y de los primeros años de la República (cfr. Miguel-Pereira, 1988, pp. 59-60).
4 Puntualmente, el espacio social que el escritor desnaturaliza es Río de Janeiro, capital del Imperio y por mucho tiempo de la República, «la ciudad brasileña más grande de la época, la más trepidante, la más sofisticada» (Flores da Cunha, 1998, p. 99). También, la ciudad donde la concentración y masificación de la población intensificaba y dejaba al desnudo las crisis de los contradictorios estatutos morales que regían los vínculos de sus ciudadanos. Las contradicciones y fisuras de la moralidad nacional emergen como problemáticas acuciantes en un país que sostenía como lógica social, además de la esclavitud, el favor: mecanismo rector de la vida material e ideológica brasileña y dispositivo reproductor de las relaciones productivas de base y sus asimetrías (cfr. Schwarz, 1992, pp. 9-32).
5Suelen reconocerse en la escritura de Machado de Assis dos fases: una de tendencia romántica y otra de predominio realista, dos gramáticas de producción cuyo marco divisorio se encuentra en las Memorias póstumas de Brás Cubas (1881).2 Esta novela, que le permitió a la crítica hablar del autor como uno de esos extraños escritores «nacido dos veces», constituye, según Alfredo Bosi (1990), «una revolución ideológica y formal» (p. 197) que acentuó el desprecio por las idealizaciones románticas e hirió en su base el mito del narrador omnisciente, dejando surgir la conciencia del individuo débil y confundido.
6Un año después de publicada esta novela bisagra, Machado de Assis da a conocer Papeles sueltos, una colección de doce cuentos donde busca captar «la contradicción entre parecer y ser, entre la máscara y el deseo, entre el rito, claro y público, y la corriente oculta de la vida psicológica» (Bosi, 1978, p. xiv); contradicciones todas propiciadas por un contexto que ponderaba el valor de la apariencia y la opinión pública. A esta colección pertenecen los dos cuentos que aquí se analizan:3 «El secreto del bonzo» y «La serenísima república».4 En las siguientes páginas pretendemos caracterizar con mayor detalle el entramado de imágenes, temas y actores que se configuran alrededor de la articulación entre verdad social y conveniencia personal. Ambos textos tematizan y muestran la tensión entre el mundo interior y el mundo exterior de los personajes, así como el predominio de las opiniones irreflexivas, superficiales y tendenciosas «que son nada, pero una nada garantizada, exenta de los reveses de la contradicción» (Bosi, 1978, p. xix).
«El secreto del bonzo» y «La serenísima república»: dos máscaras para un rostro
7«El secreto del bonzo» puede entenderse como «una variante del cuento filosófico del siglo xviii» (Bosi, 1978, p. xxi). Las acciones de sus personajes revelan cómo la verdad y la mentira no son, natural y evidentemente, esferas antitéticas; por el contrario, son hechos del discurso que construyen de un modo estratégico los sujetos en sus relaciones con los otros. El cuento se presenta como un «capítulo inédito de Hernán Mendes Pinto», el cronista portugués que en las primeras décadas del siglo xvi viaja a la India y permanece en Oriente cerca de diecisiete años, escribiendo sus curiosas Peregrinaciones, testimonios de sus viajes publicados póstumamente en la primera década del siglo xvii.
8El enfoque narrativo es el de un observador asombrado ante un mundo, el reino de Bungo, insólito por las ideas pregonadas por los bonzos en la plaza pública y también por la aprobación general y masiva de dichos disparates. Inicialmente, el narrador escucha, junto con su amigo Diego Meireles, cómo el bonzo llamado Patimau sostiene que los grillos «procedían del aire y de las hojas de coquero, en la conjunción de la luna nueva» (p. 118). Luego, presencia la alocución de otro bonzo, llamado Languru, que afirma haber descubierto el principio de la vida futura, «que era nada menos que cierta gota de sangre de vaca» (p. 119).
9Ambos actos discursivos comparten características concernientes a su enunciación y recepción. En primer lugar, son actos públicos y masivos. Alrededor de Patimau estaba aglomerado un auditorio que «según el cálculo más modesto, debía superar las cien personas, varones únicamente, y todos atónitos» (p. 118) y las palabras de Languru habían convocado a «una multitud de gente» (p. 119). En segundo lugar, el perfil de los oradores es similar: histriónicos e hiperbólicos en sus palabras y movimientos, ambos bonzos se arrogan la facultad de dar gloria al reino de Bungo y a su población con sus descubrimientos. Ambos localizan sus descubrimientos en el campo de la ciencia, definiéndose como eruditos y a sus enunciados como verdades a divulgar: Patimau legitimándose como «matemático, físico y filósofo» (p. 118) y Languru sosteniendo que su descubrimiento podía afirmase «con fe y verdad, por ser obra de experiencias reiteradas y profunda meditación» (p. 119). En tercer lugar, los bonzos obtienen la aprobación popular y un beneficio material por los discursos pronunciados. Ambos fueron aclamados, venerados y conducidos en andas hasta el puesto de mercader donde le dieron refrescos, obsequios y los colmaron de salutaciones y reverencias.
10La similitud que ambos actos discursivos revelan en su forma locutiva y en sus efectos perlocutivos es advertida por el narrador y su amigo Meireles, quienes se sorprenden «con la semejanza del caso» (p. 119), que no les parecía casual. El narrador evalúa en términos epistemológicos los dos casos y sostiene que no encontraba «ni racional o creíble el origen de los grillos, propuesto por Patimau, o el principio de la vida futura, descubierto por Languru» (p. 119). Este estado de incredulidad y desconfianza a partir del discurso de los bonzos, que al inicio caracteriza la mirada del narrador y de su amigo, muta a lo largo del relato, atravesando sucesivamente tres etapas: la del conocimiento de la doctrina pomadista, la de su aprobación y la de su ejecución.
11Lo sucedido con Patimau y Languru funciona como preámbulo y motivación para el discurso del tercero y más sabio de los bonzos, Pomada, quien se encarga de explicar la doctrina pomadista:
Si una cosa puede existir en la opinión, sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en la opinión, la conclusión es que de las dos existencias paralelas la única necesaria es la de la opinión, no la de la realidad, que tan sólo es conveniente. (1978, p. 120)
12La distinción entre lo real conveniente y lo aparente necesario que el bonzo postula –y que los personajes aceptan y adoptan para su conveniencia– representa, tal como sostiene Bosi (1990), una «apología de la ilusión como único bien al que aspiran las gentes» (p. 203) y también muestra cómo las «criaturas de Machado de Assis, en su inmensa mayoría, sólo poseían de hecho el apoyo de la opinión» (Miguel-Pereira, 1988, p. 94).
13En este cuento la oposición entre la verdad y la mentira surge de la interacción entre quienes producen los discursos y quienes los reciben y les dan crédito. Al respecto, el bonzo que da título al texto sostiene que «no hay espectáculo sin espectador» (p. 120). Así, las artificiales y excéntricas ideas de los seguidores de la doctrina solo se reproducen como verdades o certezas por un auditorio que las avala como tales. De este modo, no solo los oradores operan como pomadistas, también llegan a serlo los ciudadanos del reino de Bungo. Estos, persuadidos y manipulados por la propaganda, le compran a Titané los peores calzados, valoran como extraordinaria la ejecución musical apenas mediocre del narrador y se dejan desnarigar por Diego Meireles convencidos de que este les sustituirá la nariz achacosa por otra sana, «pero de pura naturaleza metafísica» (p. 123).
14La opinión es omnipotente en este cuento: ella es demiúrgica, es el principio creador que no solo construye la apariencia de las cosas sino también su valor esencial. La práctica médica de Meireles no es exitosa porque transmuta lo enfermo en saludable, sino porque defiende la tranquilizadora normalidad de la comunidad de las anomalías individuales, imponiendo discursiva e imaginariamente los deseos de una opinión pública habituada a convivir con la palabra artificial que naturaliza, según las conveniencias, la mentira.
15En el acto de seguir sonándose la nariz, los enfermos mutilados le otorgan estatuto ontológico a sus narices metafísicas y le dan existencia social pero sobre todo muestran, tal como advierte Bosi (1978), cómo la vida social se asume como segunda naturaleza del cuerpo y cómo triunfa el signo público que silencia las vibraciones interiores extinguiendo su fuerza para hacerlas «entrar en consonancia con la conveniencia pública y soberana» (p. xi). A la necesidad de un aspecto uniforme y oportuno para el juego social responden las exigencias de las máscaras, de los disfraces que no pueden reafirmar la verdad individual y se limitan solo a generalizar los gestos sociales para asegurar la continuidad en el orden de la apariencia dominante.
16Las máscaras de este cuento son, como las narices metafísicas, invisibles a los ojos, pero muy eficaces para imponer significados y valores de verdad en la opinión. Forman parte de los modos socializados del mentir y representan verdaderos desplazamientos metonímicos del personaje típico machadiano, el que «no se ata a principios morales sino en la medida en que estos le traen la consideración ajena, la única soldadura de su personalidad inconsistente» (Miguel-Pereira, 1988, p. 104).5 La naturaleza primera de los personajes, con sus subjetividades singulares, está vedada por una segunda naturaleza constituida por convenciones y hábitos impuestos por lo social: el alma externa (cfr. Bosi, 1999)6.
17«El secreto del bonzo» problematiza la hipocresía de las versiones públicas de la verdad a través de la ironía no condenatoria.7 Bosi (1999), en «A máscara e a fenda», afirma que es «preciso mirar hacia la máscara y hacia el fondo de los ojos que el corte de la máscara permite entrever. Ese juego tiene un nombre bien conocido: se llama humor» (p. 73). El humor, en este cuento, muestra las fisuras que se producen entre «la normalidad social de los hechos y su anormalidad esencial» (Candido, 1995, p. 27) y revela «un mundo bifronte y enigmático, debajo la aparente neutralidad de las historias convencionales que todos podían leer» (Flores da Cunha, 1998, p. 44). Su humor, entonces, no es evasivo ni aplacador; por el contrario, es inquietante y turbador, tanto por la relevancia social de la temática que desde él se aborda como por la plural significación con que tiñe el texto.
18Un ejemplo de esta pluralidad de sentidos o ambigüedad la encontramos en la palabra bonzo, vocablo seleccionado por Machado de Assis para dar título al cuento. En el portugués tradicional bonzo significa ʻmonje budistaʼ, pero en un registro peyorativo significa ʻdisimuladoʼ, ʻsonsoʼ. Hacia este segundo significado se orienta el cuento cuyo protagonista, el bonzo Pomada, nos tienta a «apuntar el isomorfismo que une el nombre del bonzo con la doctrina que él pregona: pomada es lo que se unta sobre la piel, tal como la apariencia que recubre lo real» (Bosi, 1978, p. xxii). La idea de una segunda naturaleza es trabajada no solo en el plano actancial sino también, como aquí vemos, en el lexical. Este trabajo sobre las pequeñas unidades del texto es elaborado reflexiva e intencionalmente, tal como se desprende de la nota en que Machado recuerda que el bonzo de su escrito «se llama Pomada, y pomadistas, sus sectarios. Pomada y pomadistas son locuciones familiares de nuestra tierra: es el nombre local del charlatán y del charlatanismo» (citado por Bosi, 1978, p. xxii).
19El personaje Pomada se encuentra connotado desde su propio nombre y ese carácter de artificialidad se traslada a su discurso y al de sus seguidores, de modo implícito e indirecto. El mensaje de que solo vale lo que puede ser apreciado, y solo en la medida en que lo es, repercute en el universo narrativo del cuento, en un Bungo ficticio que condensa muchas de las reglas sociales del mundo extraliterario que el propio Machado experimentó y describió. Dicha repercusión atestigua el espíritu hegemónico de la época que propicia la adaptación pasiva al medio de «seres que, si alguna vez osan mofarse de lo eterno –y es esta toda la comunicación que con él tienen–, generalmente viven enfrascados en lo cotidiano, la única forma por la cual su mezquindad concibe la vida» (Miguel-Pereira, 1988, p. 96).
20La apariencia dominante es expansiva en esta narración: afecta las relaciones entre los personajes, sus acciones, sus motivaciones, sus discursos y hasta sus propios nombres. El egoísmo y la manipulación guía a los ciudadanos de Bungo, sean ellos los hacedores de las simulaciones o sus receptores. Con sentido práctico pero con poco o ningún sentido moral, los personajes de Machado de Assis se guían «mucho más por el recelo de la opinión que por imperativos de conciencia» (Miguel-Pereira, 1988, p. 134). Las ideas del bonzo sobre la primacía de la opinión por sobre el valor de la realidad y la autenticidad no representan tanto un descubrimiento personal como el emergente de un paradigma social cuya meta es triunfar en la convicción de las apariencias y no en la verdad, paradigma que opera como matriz del sentir social que preexiste a Pomada y encuentra en su doctrina un lugar para reproducirse y legitimarse.
21«La Serenísima República», otro de los cuentos machadianos regidos por la apariencia dominante, describe, al igual que «El secreto del Bonzo», cómo las relaciones entre los sujetos se hallan regidas por el engaño y el egoísmo. El texto, atravesado por «el espíritu de lo fantástico» (Flores da Cunha, 1998, p. 70), adopta la superestructura narrativa de una conferencia, dada por el canónigo Vargas. Este narrador repite no pocos procedimientos discursivos de los utilizados por los pomadistas, por ejemplo, el de arrogarse una autoridad epistemológica superior devenida de sus autoadjudicados atributos científicos, el de invocar la gloria nacional como motivación de su accionar, el de describir y dar a conocer a la opinión pública un descubrimiento asombroso que la persuasión intenta tornar verosímil, entre otros.
22El canónigo Vargas sabe que su enunciación es digna de sorpresa: «voy a asombraros, como habría asombrado a Aristóteles, si le preguntase: ¿crees que es posible dar régimen social a las arañas?» (p. 131). Con esta advertencia, adelanta el probable efecto perlocutivo de sus palabras. Además de esta extrañeza inicial, añade el carácter de increíble, en el sentido de irrealizable, a la historia que narrará. Sostiene que Aristóteles respondería de modo negativo a la pregunta anterior puesto que «es imposible creer que jamás se llegaría a organizar socialmente ese articulado arisco, solitario, apenas dispuesto al trabajo, y difícilmente al amor» (p. 131).
23Lo inverosímil, extraño e improbable de la organización de las arañas que el propio canónigo señala al inicio de su alocución son observaciones del sentido común que este altera al declarar que él había realizado «ese imposible» (p. 131). Ya en estos primeros párrafos observamos la utilización por parte de Machado del recurso filosófico, al modo de los fabuladores de la literatura clásica. Su narrador habla de los animales desde un enfoque narrativo que lo aproxima e involucra a su mundo, con lo que el texto consigue producir un efecto de sorpresa tanto en el auditorio ficticio de la fábula como en los receptores históricos del texto.8
24Luego de describirle al auditorio las virtudes de la araña en comparación con otros animales, el narrador intenta legitimar sus apreciaciones sobre este animal acudiendo a las autoridades científicas más relevantes. El canónigo sostiene que el talento de las arañas es unánimemente reconocido. Según él, «desde Plinio hasta Darwin, los naturalistas del mundo entero forman un solo coro de admiración en torno a este bichito» (p. 132). El procedimiento, que este texto repite, de citar a prestigiosos pensadores, adjudicándoles falsamente la autoría de ciertos dichos que son útiles para el desarrollo argumentativo, supone la simulación en la enunciación. Aquí la simulación se sostiene a través de diversos mecanismos lingüísticos que evidencian una fuerte conciencia metadiscursiva del narrador. Esta se pone en juego, por ejemplo, en las aclaraciones referidas al recorte verbal realizado9 y en la frecuente apelación a los destinatarios, tendiente a que estos mantengan la expectativa en el relato convenciéndose de su veracidad.10
25Pero en «La Serenísima República» no solo se narra la simulación o el artificio verbal del orador sino, y más importante aún, la ejercida por los actores de una sociedad de arañas que, poseedoras del uso del habla, son organizadas socialmente por el narrador que les hace creer que es su dios y que implementa para ellas, a partir de la moral del terror, un modo de organización política que desestima sus necesidades internas o espontáneas. De este modo, y como se observa ya a principios del relato, «el régimen público, pues, se impone desde afuera, a partir del contexto de coacción tramado por la ciencia manipuladora de este canónigo pre-behaviorista» (Bosi, 1978, pp. xx-xxi).
26La asunción de la farsa como mecanismo hegemónico que organiza los vínculos en la sociedad de arañas comienza a desarrollarse, entonces, en el mismo momento en que surge la necesidad externa de dotar a los arácnidos de un gobierno idóneo, en cuya elección el canónigo vacila, para decidirse finalmente por adoptar para ellas «una república a la manera de Venecia» (p. 133). Dos motivos determinan su elección: por un lado, la falta de parecido de este gobierno con algún otro en vigencia, teniendo «la ventaja de un mecanismo complicado, lo que implicaba poner a prueba las aptitudes políticas de la joven sociedad» (p. 133); por otro lado, por «las diferentes modalidades electorales de la antigua Venecia, […] la de la bolsa y las bolas, empleada para iniciar a los hijos de la nobleza en el servicio del Estado» (p. 133).
27Es precisamente la bolsa electoral, la modalidad con que se elige a quienes ocuparán los cargos públicos, el lugar material y simbólico donde se concentra y se proyecta toda la fraudulencia y el egoísmo de las arañas que, antropomorfizadas, muestran cómo los hombres, cuyas acciones estos animales representan y repiten, son objetos de la voluntad interesada y codiciosa de otros hombres. Lo que este dominio fraudulento de unas arañas sobre otras evidencia es, tal como observa Antonio Candido (1995), uno de los demonios familiares de su obra, «una de las maldiciones ligadas a la falta de libertad verdadera, económica y espiritual» (p. 34).
28«La Serenísima República» patentiza la idea de que las narraciones de Machado traen consigo un plus de significado ligado a lo no dicho y a las ambigüedades de sentidos dialécticos en relatos donde «paralelamente a lo que acontece, está siempre lo que parece estar aconteciendo» (Gotlib, 1995, p. 78). Lo que acontece en el cuento puede resumirse fácilmente: luego de definido, en la sociedad de arañas, el sistema electivo para las funciones públicas comienzan a realizarse distintos timos y estafas que corrompen el mecanismo y las propias bases de la organización. Lo que parece estar aconteciendo no es tan fácil de sintetizar: se trata, según reconoce el propio Machado, de una parodia del pacto electoral brasileño, de una «alegoría política en torno de los modos de resolver o de no resolver el problema de la distancia entre el Poder y el Pueblo» (Bosi 1990, p. 203).
29El modelo de funcionamiento inicial de la bolsa electoral, cuya fabricación «fue una obra nacional» (p. 134), consistía en introducir en la bolsa una serie de bolas con los nombres de los candidatos, impresos por un oficial público llamado el «de las inscripciones», y luego sacar anualmente cierto número de elegidos para que ocupen las funciones públicas, tarea esta última que realizaba el oficial «de las extracciones». Tal como observa el narrador «la elección se efectuó al principio con mucha regularidad; pero, poco después, uno de los legisladores declaró que ella había estado viciada, por haber sido incluidas en la bolsa dos bolas con el nombre del mismo candidato» (p. 134). A esta trampa inicial le corresponde una solución formal: la asamblea decretó que la bolsa «hasta allí de tres pulgadas de ancho, tuviese ahora dos; limitándose la capacidad de la bolsa, se restringía el espacio para el fraude» (p. 134).
30La solución antedicha no fue suficiente para evitar el fraude que se detectó en la siguiente elección, cuando «un candidato no fue inscripto en la bola correspondiente, no se sabe si por descuido o por decisión del oficial público» (p. 134). Nuevamente las autoridades no asumieron responsabilidad alguna ante la corrupción ni castigaron al miembro de su burocracia implicado en el problema. El encargado de las inscripciones alegó un posible descuido y la asamblea, «frente a un hecho psicológico ineluctable, como es la distracción, no pudo castigar al oficial» (p. 134), limitándose a revocar la ley anterior y restaurar las tres pulgadas.
31Al igual que el primer hecho engañoso, esta trampa muestra cómo las prácticas electorales se vuelven un juego complicado «cuya forma es democrática y cuya sustancia, oligárquica y fraudulenta» (Bosi, 1978, p. xxi) y también evidencia cómo se pondera la importancia de la forma por sí misma, que es un modo de enaltecer la lógica de la apariencia. La legislación nueva que pretendía impedir futuras fallas no fue, sin embargo, suficiente para evitar el siguiente fraude, cuyos prolegómenos abonan la lectura política del cuento. Antes de describir la trampa electoral, el narrador recuerda que los dos candidatos al puesto, Hazeroth y Magog, eran los jefes del partido rectilíneo y del partido curvilíneo respectivamente, y luego explica en qué consisten estas líneas partidarias. Dice, al respecto, que ellas obedecen a divisiones geométricas, que son las razones que dividen a las arañas en política. Así, las del partido rectilíneo «entienden que la araña debe hacer las telas con hilos rectos» (p. 134) y las del partido curvilíneo piensan lo contrario, «que las telas deben ser trabajadas con hilos curvos» (p. 134). A la desapasionada división geométrica que las separaba le adjudicaron un estatuto simbólico: para unas la línea recta expresaba los buenos sentimientos, «la justicia, la probidad, la entereza, la constancia» (p. 134), mientras que la línea curva representaba sentimientos negativos «como la adulación, el fraude, la deslealtad, la perfidia» (pp. 134-135). Existían también otros dos partidos: uno mixto y menos exclusivista que «desbastó la exageración de unos y otros, combinó los contrastes, y proclamó la simultaneidad de las líneas como la exacta copia del mundo físico y moral» (p. 135) y un cuarto partido que se limitaba «a negar todo» (p. 135).
32Ahora bien, la minuciosidad descriptiva –que llega a bordear la redundancia– produce un efecto humorístico de extrañamiento, en el mismo sentido que observáramos en «El secreto del bonzo». Aquí, el narrador describe las trampas sin reflexionar sobre las causas profundas que las motivan ni sobre su propia incumbencia en el experimento y sus resultados. El canónigo se presenta como un observador ajeno a la historia que narra y no se reconoce como el protagonista involucrado que realmente es. Mientras los engaños que describe son cada vez más absurdos y exagerados, él permanece distanciado de toda autocrítica.
33La razón por la cual ni Hazeroth ni Magog, representantes respectivos del partido rectilíneo y curvilíneo, fueron elegidos ha sido una trampa instrumentalizada a través de un uso tendencioso del lenguaje. Sus bolas fueron extraídas de la bolsa pero fueron descalificadas por faltarles a uno la primera letra del nombre y al otro la última. El beneficiado del error resultó ser «un argentario ambicioso, político oscuro, que se encaramó en seguida en el sillón ducal, para asombro general de la república» (p. 135). Ante el notorio error, los vencidos exigieron una requisa que mostró que «el oficial de las inscripciones había viciado intencionalmente la ortografía de sus nombres» (p. 135). Sin embargo, la infracción no fue castigada porque se aceptó la justificación del oficial, quien sostenía que la trampa de los nombres solo había sido un problema de omisión, «delito, si lo era, puramente literario» (p. 135). El nuevo acto corrupto produjo una también nueva revisión de la ley electoral donde se decretó que la bolsa sería confeccionada en un tejido de red que permitiría leer las bolas por el público y los candidatos. Pero la regla que evitaría las trampas las favoreció y sirvió a un tal Nabiga para tener un lugar en la asamblea. En complicidad con el oficial de las extracciones, este personaje señalaba con un meneo de cabeza la bola que llevaba inscrita su nombre. De este modo, la idea de las redes fue desechada y se restauró por la asamblea el tejido espeso del régimen anterior, decretándose que «solo serían válidas las bolas cuyas inscripciones fueran incorrectas en el caso de que cinco personas jurasen que el nombre inscripto era realmente el del candidato» (p. 135).
34El nuevo estatuto dio lugar a un acontecimiento también novedoso e imprevisto. Se trató de elegir un recolector de contribuciones que cobrase las rentas públicas bajo la forma de contribuciones voluntarias. Cáneca y Nebraska fueron los candidatos. La bola correspondiente a este último fue la extraída, pero como le faltaba la última letra se acudió a cinco testigos que juraron que el elegido era efectivamente Nebraska. Aun así, el otro candidato requirió que se le dejara probar que la bola extraída no traía el nombre de Nebraska sino el de él. De este modo, el filólogo que lo asistía probó, luego de una extensa, engorrosa y endeble explicación lingüística, que lo que estaba inscrito en la bola era el nombre de Cáneca. Lo que el filólogo agrega a las cada vez más elaboradas trampas electorales es el valor relativo y tendencioso de la interpretación, la que desde ese momento es prohibida por la asamblea de arañas, que decide el corte de la bolsa «de media pulgada en la altura y otra media en la anchura de la bolsa» (p. 136).
35La enmienda anterior «no impidió un pequeño abuso en la elección de dos alcaldes» (p. 136), abuso por el cual se restituyeron a la bolsa sus dimensiones primitivas pero dándole, esta vez, una forma triangular. Al quedar muchas bolas en el fondo, esta forma se mostró ineficaz al igual que la forma cilíndrica, la de una ampolleta y la de un cuarto lunar creciente posteriormente implementadas. La deshonestidad es leída por la comunidad de arañas como un efecto formal y, a la vez, es minimizada por el narrador, quien aforísticamente recuerda que «la perfección no es de este mundo» (p. 136).
36Al final del cuento aparece la figura de Erasmus, «uno de los más circunspectos ciudadanos de mi república» (p. 136). Este destina a las diez arañas tejedoras «la fábula de Penélope, que hacía y deshacía la famosa tela, a la espera del esposo Ulises» (p. 136). Con ella las compara pues, según él, tienen «la misma castidad, paciencia y talentos» (p. 136). De este modo, recomienda a las arañas rehacer la bolsa «hasta que Ulises, cansado de vagar, venga a ocupar entre nosotros el lugar que le cabe. Ulises es la Sapiencia» (p. 136). Con estas palabras, se manifiesta «la conciencia moral, jurídica e idealista, que siempre espera el perfeccionamiento del sistema democrático» (Bosi, 1978, p. xxi).
37La paciencia que se les pide a las arañas implica la puesta en juego, por un lado, de una utopía, consistente en la creencia del mejoramiento de los hábitos políticos y en la internalización definitiva del pacto social,11 y, por otro lado, de una tensión paradójica, puesto que el paradigma de la correcta moral política se encarna curiosamente en la figura de Ulises, el más astuto de los griegos. Esta última tensión es naturalizada en la sociedad de las arañas puesto que en ella el equilibrio social se logra solo cuando el individuo asume verdaderamente su papel social. De este modo, y tal como observa Bosi (1978), la «norma, hipostasiada en el comportamiento y en la conciencia de cada uno, es la única garantía de una tranquila autoconservación» (p. xxi).
Textos machadianos: textos mundanos
38En El mundo, el texto y el crítico, Edward Said (2004) sostiene que «los textos son mundanos, son hasta cierto punto acontecimientos, e incluso cuando parecen negarlo, son parte del mundo social, de la vida humana, y por supuesto, de momentos históricos en los que se sitúan y se interpretan» (p. 15). Este carácter mundano de todo texto literario es, como vimos, especialmente notorio en «El secreto del bonzo» y «La Serenísima República». Ambos cuentos, leídos en el plano histórico, operan con un doble registro: por un lado, refieren al Brasil decimonónico y al modus vivendi local; por otro lado, trascienden estos límites de lo nacional para referirse a un paisaje universal y extendido.12 La apariencia versus la esencia, la opinión pública versus la subjetividad, el artificio como modo de persuasión y la lengua como mecanismo de manipulación constituyen tópicos con una larga presencia en la literatura y que en la escritura machadiana se estructuran con un singular trazado.
39Los textos de Machado son mundanos en varios sentidos: por la temática, que lo conecta con el mundo de la vida; por los personajes, cuyas conductas y atributos son altamente representativos en términos sociales; por el realismo de lenguaje de sus narradores y actores; y por la íntima conexión entre los problemas que aborda y los que el propio autor atravesó en su vida. A pesar de las advertencias de Cándido sobre no exagerar la importancia de la biografía para la interpretación de los textos de este escritor brasileño, no podemos dejar de advertir una relación evidente y fuerte entre el imaginario que estos dos textos (re)construyen y la propia experiencia vital del autor. Así, la extrema importancia que la apariencia y la opinión pública tienen en la vida social es ejemplificada textualmente en la doctrina de los bonzos y patentizada extraliterariamente en la escritura oficial de su deceso. Los bonzos persuaden al público sobre la veracidad de lo que es solo ilusión del mismo modo que las autoridades que certifican la defunción de Machado el 29 de septiembre de 1908. Estos lo describen del siguiente modo: «edad 69 años, viudo, natural de esta capital, funcionario público, color blanco, fallecido de arterioesclerosis» (Pinsard Caccese, 1978, p. 382). La adjudicación tendenciosa y artificiosa del color de piel por parte de las autoridades repite un procedimiento fundamental en los dos cuentos analizados: el de la invención de lo real por medio del lenguaje.
40En los textos comentados la realidad no preexiste a la palabra; por el contrario, proviene de ella que, a la vez, la valida y la reproduce como verdad. En «El secreto del bonzo» la opinión funciona como un nido social seguro para los frágiles individuos; se expande y legitima a través de discursos persuasivos caracterizados por su superficialidad y por el egoísmo que los motiva, uno de los móviles más frecuentes de las actancias machadianas. La conveniencia personal transformada en realidad social es posible por el «egoísmo de la naturaleza, que sacrifica el individuo a la especie; egoísmo de la sociedad que, para mantener sus estatutos, no vacila en someter a las criaturas a situaciones de desgracia» (Miguel-Pereira, 1988, p. 77).
41Al igual que en el relato del bonzo, «La Serenísima República» muestra el poder persuasivo e instigador de la palabra poniendo en evidencia sus procedimientos más fecundos: invocar la autoridad científica, el honor de la patria y el desinterés más desprendido. Los elementos anteriores, verdaderos leitmotiv del discurso que condensa la opinión pública, provocan el efecto perlocutivo de la convicción popular, la que asume el valor de necesariedad ante la devaluada axiología de la realidad. Las arañas se transforman, por el poder manipulador de la palabra del canónigo, en objetos. Luego, ellas convierten también a sus compañeras en objetos por el poder de las trampas y la simulación. Lo que se teatraliza es la reproducción de un orden corrupto, de una farsa política naturalizada para su preservación.
42«El secreto del bonzo» y «La Serenísima República» suponen no tanto una imposición unidireccional de la tiranía de la apariencia sino su asunción extrema y total por parte de la sociedad. Esta segunda naturaleza, conformada por convenciones y signos sociales, aseguran a los individuos cierta estabilidad en un espacio social fuertemente homogeneizador y neutralizador de las diferencias.
43Las versiones de la realidad se imponen, en el caso de los pomadistas, mediante propagandas apócrifas (sobre los supuestos descubrimientos) y, en el caso del canónigo, mediante el terror y el malentendido (las arañas creen que Vargas es un dios). En ambos cuentos la sinceridad en el discurso es una norma eludida o directamente infringida. Pero, sobre esa falacia voluntaria de los hablantes no dirige Machado un ojo censor o condenatorio: más bien problematiza, a través del humor y la ironía, la hipocresía de las versiones públicas de la verdad, haciendo visible la notable arbitrariedad y el absurdo de los hechos considerados normales (por ejemplo, el del institucionalizado favor del que dependen todos los personajes de estos dos relatos).
44El favor que rige las relaciones sociales de los personajes se articula en estos textos con una siempre renovada complicidad que, en el mundo de la vida que los cuentos representan, «tiene continuidades sociales más profundas, que le dan peso de clase: en el contexto brasileño, el favor aseguraba a las dos partes, en especial a la más débil, de que ninguna es esclava» (Schwarz, 1992, p. 18).13 Esta y otras trampas y ficciones sociales dominantes en el contexto de producción machadiana son singularizadas desde la óptica del humor y la ironía, óptica que permite la distancia narrativa necesaria para desenmascarar las farsas planteadas en los textos, los que siempre pertenecen, como advierte Said, al mundo social y de la vida humana.
Bibliographie
Bosi, A. (1978). Prólogo. En J. Machado de Assis, Cuentos. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Bosi, A. (1990). História concisa da Literatura Brasileira. São Paulo: Cultrix.
Bosi, A. (1999). Machado de Assis: O enigma do olhar. São Paulo: Ática.
Candido, A. (1995). Esquema de Machado de Assis. Vários escritos. São Paulo: Duas Cidades.
Flores da Cunha, P. L. (1998). Machado de Assis, um escritor na capital dos trópicos. Porto Alegre: iel-Editora Unisinos.
Gotlib, N. B. (1995). Machado de Assis: afinal, qual é o enredo?, en Teoria do conto. San Pablo: Ática.
Machado de Assis, J. (1978). Cuentos. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Miguel-Pereira, L. (1988). Prosa de ficção: de 1870 a 1920. São Paulo: Editora de usp.
Pinsard Caccese, N. (1978). Cronología. En J. Machado de Assis, Cuentos (pp. 281-383). Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Said, E. (2004). El mundo, el texto y el crítico. Buenos Aires: Debate.
Schwarz, R. (1992). Ao vencedor as batatas-Forma literária e processo social no início do romance brasileiro. São Paulo: Livraria Duas Cidades.
Notes de bas de page
1 La traducción de la bibliografía crítica en portugués es de la autora.
2 No todos están de acuerdo con esta divisoria de aguas. Flores da Cunha (1998), por ejemplo, considera la existencia de tres momentos en la cuentística de Machado de Assis: el primero va de 1858 a 1874, el segundo corresponde a un período de transición entre 1875 y 1882 y, el último, se extiende desde 1883 a 1907 y no es tan diferente de los anteriores. Esta autora descarta la idea de la ruptura a favor de la continuidad.
3 Publicado en Revista Alpha (2.º semestre de 2007). Universidad de los Lagos, (25), 57-72.
4 Según explica Alfredo Bosi (1978) estos dos cuentos forman, junto con «Teoría del Figurón», una «trilogía de la Apariencia dominante» (p. xix).
5 Lúcia Miguel-Pereira (1988) señala, al respecto, que algunos llaman a eso pesimismo «pero hay también quien lo llama realismo. Con todo, unos y otros, reconocerán que la vida muestra comúnmente aspectos machadianos» (p. 104).
6 Bosi desarrolla esto, sobre todo, en el artículo «A máscara e a fenda».
7 Candido (1995) señala que la técnica de Machado «consiste esencialmente en sugerir las cosas más tremendas de la manera más cándida (como los ironistas del siglo xviii)» (p. 27). Por su parte, Flores da Cunha (1998) sostiene que ella «serviría como antídoto inusitado a aquel amargor del escepticismo, posición filosófica tan común en su época» (p. 89).
8 Al respecto, Alfredo Bosi (1978) explica que «el texto podrá producir un efecto de sorpresa al narrar situaciones corrientes en la sociedad a la que pertenecen, no los animales, sino los lectores. Y esa es la zona escondida o semivisible en el texto […]. Cuando el lector percibe el juego, la sorpresa cede lugar a la risa del desenmascaramiento» (p. xx).
9 El canónigo reconoce que las circunstancias de enunciación lo obligan a limitar su alocución. Así sostiene, refiriéndose a las ideas de Plinio y Darwin, que «repetiría ahora esos juicios, si me sobrase el tiempo; los materiales, empero, exceden el plazo de que dispongo, obligándome a resumirlos» (p. 132). En otro momento el narrador dice: «Reservo para otro recinto la descripción técnica de mi léxico arácnido, y el análisis de la lengua» (p. 132).
10 Entre otros llamados a la atención del auditorio encontramos los siguientes ejemplos: «Sé que un interés superior os trajo aquí; pero no por eso ignoro –ya que sería ingratitud ignorarlo– que un poco de simpatía personal se mezcla a vuestra legítima curiosidad científica» (p. 131); «Señores, voy a asombraros» (p. 131); «Señores, cabe vencer los preconceptos» (p. 132); «Sí señores, descubrí una especie arácnida que dispone del uso del habla» (p. 132).
11 Al respecto, Bosi (1978) señala que «el progresismo cree en la evolución de las costumbres políticas de las arañas y de los hombres, los cuales, después de pasar por las fases del terror teológico y de las oligarquías maliciosas, llegarán un día hasta la Sabiduría» (p. xxi).
12 Machado crea personajes y ambientes brasileños sin creerse obligado a hacerlos de modo pintoresquista. En él, la conciencia de la nacionalidad era total y por ello siempre era hombre de su tiempo y de su país aun cuando tratase de asuntos remotos en el tiempo y el espacio. Al respecto, Lúcia Miguel Pereira (1988) observa que Machado de Assis «pudo –el primero entre nosotros– ser universal sin dejar de ser brasileño» (p. 54).
13 Schwarz (1992) explica que el favor es «el mecanismo a través del cual se reproduce una de las grandes clases de la sociedad, envolviendo también otras, la de los que tienen» (p. 15). Y agrega que «con mil formas y nombres, el favor atravesó y afectó en el conjunto la existencia nacional, protegida siempre la relación productiva de base, esto último asegurado por la fuerza» (pp. 15-16).
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