Capítulo 2. Modernización, urbanización y crecimiento económico
p. 55-85
Texte intégral
1La literatura corriente sobre modernización, urbanización y crecimiento económico es en general confusa. Buena parte de las aseveraciones se realizan a un nivel de abstracción y generalización que contribuyen a establecer algunos nexos dinámicos pero, a la vez, ocultan otros mucho más elementales e importantes. Esto significa que, en general, no ayuda a comprender distintos fenómenos que, sostengo, son muy sencillos de entender una vez que se asume el hecho de que la urbanización en sí misma es una variable embebida en la medición del pbi. Esto es, que buena parte de la producción y valor agregado corresponden a la propia fase de construcción de ciudades, lo que incluye una serie de actividades económicas básicas que son inherentes a dicha actividad. Como se verá, esta característica del nexo entre urbanización y crecimiento –ausente en la literatura dominante– es crucial para comprender la dinámica económica desde una perspectiva macro: económica e histórica. Pero también, para poder entender de qué modo distintas fases del proceso de urbanización producen distintos impactos sobre el crecimiento, los ciclos económicos y la distribución de la riqueza (producto).
2Sucede, no obstante, que el nexo entre crecimiento y urbanización suele ser descrito en términos que suponen un encuadre teórico previo proveniente de la tradición del análisis económico. Pero esta, a su vez, no se ve compelida a explicar el fenómeno fuera del aparato analítico del mismo desarrollado previamente.
3A mi juicio, se halla ausente un encuadre más preciso e integrador de los fenómenos de los que pretende dar cuenta. De este modo, cuando las explicaciones giran en torno a dispositivos analíticos que recurren a las diferencias en la productividad de actividades urbanas respecto a las no urbanas (y a las elasticidades ingreso de la demanda de bienes rurales respecto a la de bienes urbanos) se puede quedar entrampado en conclusiones apresuradas. Sucede lo mismo cuando las afirmaciones del nexo entre crecimiento y urbanización se basan en correlaciones entre grados de urbanización y producto por habitante. Esto es así, en particular, porque inevitablemente el indicador utilizado en ambos casos incluye como creación de riqueza al conjunto de bienes que suponen la transición de una sociedad rural a una urbana.
4El punto no es que ello sea incorrecto –en todo caso es incorrecta toda afirmación fuerte basada en promedios con alta dispersión respecto al valor medio, lo cual es suficientemente conocido–, sino que nos dice poco sobre la posibilidad de continuar incrementando la riqueza en el futuro. Es así, teniendo en cuenta que parte de la creación de riqueza registrada en los últimos sesenta o setenta años se vincula en buena medida con la propia construcción del estilo de vida urbano, como ya lo he afirmado. Por lo tanto, aunque parte de este problema ha sido reconocido a partir de modelos analíticos simplificados, lo ha sido en términos demasiado abstractos. Nuevamente, no es la abstracción en sí lo erróneo, sino la falta de profundidad en el análisis del fenómeno.
5Intentaré aclarar lo afirmado recurriendo a un breve análisis de la literatura sobre el tema, aportando fragmentos de texto o indistintamente sintetizando lo que esos textos sostienen.
6Algunos trabajos sobre el particular pueden comenzar del siguiente modo (Polesse, 2001):
La existencia de un nexo positivo entre ciudades (áreas urbanas) y desarrollo económico es abrumadora. Se ha acumulado abundante literatura demostrando la contribución positiva de las áreas urbanas al crecimiento económico nacional. Existen numerosos estudios que confirman la efectiva relación entre ingreso per cápita y niveles de urbanización (Jones y Koné, 1996; Lemelin y Polèse, 1995; Tolley y Thomas, 1987).
Otros estudios han demostrado repetidamente la desproporcionada contribución de las áreas urbanas a la renta nacional y a los ingresos tributarios (Peterson, 1991; Banco Mundial, 1991). Otros han demostrado el nexo positivo entre la productividad, la aglomeración de población y la actividad económica en las ciudades (Ciccone and Hall, 1996; Glaeser, 1998; Henderson, 1988; Krugman, 1991; Rauch, 1993; Quigley, 1998).
7Esta cita no es ajena a una línea de afirmaciones que parten de análisis econométricos o énfasis en toda una serie de aspectos que serían explicativos de estas correlaciones.
8Veamos esto con algún grado de detalle, dado que el tema no es irrelevante. Especialmente, si se considera que, a diferencia del desarrollo ocurrido en los últimos sesenta o setenta años, lo que resta por urbanizar a escala global supone agotar casi completamente el mecanismo básico de la migración rural-urbana que ha alimentado este proceso de urbanización –y de crecimiento–, en los próximos 15 o 35 años.
9En efecto, a diferencia del período 1950-2010, donde el incremento de población urbana total fue equivalente al 64 % del incremento demográfico total (51 % entre 1950 y 1975), las proyecciones de población más recientes realizadas por Naciones Unidas suponen que el incremento de la población urbana será más del 100 % del crecimiento poblacional total. Se estima que estos valores sean alcanzados entre 2015 y 2030, o bien entre 2015 y 2050.
10Así, mientras la población rural del mundo pasó de ser de 1786 miles de millones en 1950 a un estimado de 3337 miles de millones en 2010, las previsiones estiman que la población rural futura quedará estabilizada en este orden de magnitud en los próximos 35 años. Incluso, que aún podría decrecer a unos 3000 millones.
11En cambio, la población urbana que pasó a ser de 750 miles de millones de habitantes en 1950 –y que alcanzó a los 3558 miles de millones en 2010–, se elevaría aproximadamente a 5000 mil millones en 2030 y a 6250 miles de millones en 2050 (Naciones Unidas, 2012). Aunque esto no es de por sí totalmente determinante, implica un serio cambio para la propia comprensión de la dinámica de las fuerzas impulsoras del crecimiento futuro.
12En el campo de las relaciones que se analizan en este capítulo, se tienen así los enfoques que parten de productividades diferentes entre las actividades agropecuarias y las de industrias y servicios. En unos casos, la urbanización sería más efecto que causa del desarrollo. En otros, se tiene un aparente exhaustivo análisis de factores distintos. En este, las razones del nexo entre urbanización y crecimiento se basan en factores intrínsecos a las ciudades como centros de intercambio de conocimientos, proveedores de distinto tipo de externalidades positivas para las empresas o firmas, economías de escala y de aglomeración, y otros. No obstante, los argumentos son múltiples, aunque ninguno puede eludir totalmente la cuestión de la migración rural-urbana.
13Por ejemplo, para Kumar y Brianne Kober (2012), el desarrollo económico es un proceso de transformación estructural donde:
Primero, economías de baja productividad se convierten en economías de alta productividad. Segundo, economías principalmente rurales devienen en urbanizadas. La evidencia empírica sugiere que ningún país ha alcanzado jamás una condición de ingreso medio sin una significante cantidad de personas migrando hacia las ciudades.1
14Otro caso que ejemplifica lo afirmado se extrae del trabajo realizado por la Comisión sobre Crecimiento y Desarrollo y publicado por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (birf) del Banco Mundial (bm), Urbanización y Crecimiento (Spence, Clarck Annez y Bucley, 2009). En esta, uno de los autores incluidos afirma que:
La industria y los servicios se concentran en ciudades. Estos sectores crecen más rápidamente que otros sectores, por eso las ciudades son importantes para el crecimiento […] Un vasto cuerpo de literatura explica porqué la industria y los servicios se localizan en ciudades. (Duranton, 2009)
15En esta clase de razonamiento, el tema clave es la teoría de las economías de aglomeración, que se tratan en las obras de W. R. Helsey y W. C. Strange (1990); G. Duranton y D. Puga (2003) y S. S. Rosenthal y W. C. Strange (2004). En realidad, esta línea de pensamiento retoma el concepto de Alfred Marshall (1890) respecto a las economías de escala2, y el enfoque Marshall, Arrow, Romer, respecto a las economías de localización espacial (Henderson, 2002). La argumentación pasa de las motivaciones de los individuos para localizarse voluntariamente para vivir unos cerca de los otros a pesar de los costos de competir por tierra, a las razones por las cuales las industrias eligen localizarse en una u otra ciudad. Las decisiones individuales –sean las que hacen al mercado laboral o a las de los empresarios como decisiones de inversión y localización– tejen la trama de la formalización posterior.
16Así, las economías de escala ofrecen por una parte eficiencia y ventajas para los consumidores que se manifiestan en las ciudades de múltiples maneras. Al respecto, Spence, Clarck Annez y Bucley (2009) publican:
Industrias como la química, del acero y la del automóvil operan más eficientemente a mayores volúmenes y por esa razón se han establecido tradicionalmente en áreas urbanas. Los servicios públicos como hospitales, teatros, orquestas y estadios deportivos requieren una masa crítica de consumidores para hacerlas económicamente viables. (p. 13)
17Por su parte, la teoría de la localización halla su refuerzo en demostraciones de los vínculos entre productividad y densidad de los mercados (Ciccone y Hall, 1993).
18Para otros autores, como Tolley y Thomas (1997), las cuestiones en torno a urbanización y desarrollo económico van de la mano por distintos motivos. Pero, si se trata de establecer causalidad entre ambos la pregunta central debería ser cómo funciona dicha causalidad. Prosiguiendo con este razonamiento, sostienen que las ciudades no crecerían a menos que existan cosas productivas para hacer en ellas. Para Tolley,
El enorme crecimiento urbano en las naciones occidentales en los últimos cien años ocurría mientras las personas toman provecho del desarrollo económico en la forma de una diversificación de productos distintos a alimentos y fibras textiles que pueden ser producidos más económicamente en ciudades que en el campo.
19Nótese que no hay referencia alguna en este caso a la distinción entre bienes de inversión y productos consumibles. Esto, siendo que una parte importante de esos productos «distintos a alimentos y fibras textiles» son precisamente aquellos destinados a la construcción de toda la infraestructura urbana. Son estas las viviendas, edificios, calles, autopistas, teatros, instalaciones industriales, puertos, aeropuertos, que insumen grandes cantidades de cemento, acero, aluminio, cobre y otros productos incluyendo maquinarias específicas. Productos cuyos mercados futuros dependen en gran parte de que se sigan construyendo ciudades y de que distintas actividades puedan ser desarrolladas en ellas debido tanto a la innovación como a los ingresos de los consumidores.
20Otra cuestión no menor es que, a medida que progresa la urbanización, buena parte del capital instalado es de apropiación común. No obstante, este no genera un nivel de riqueza como flujo anual, al menos no de magnitud semejante al que generaba cuando dicho capital era construido. Un caso sencillo de comprender es el de las redes viales. Mientras estas redes son construidas, se genera un valor agregado anual que es superior al que genera su mantenimiento y administración. No solo hay un cambio en la función de producción, sino un distinto modo de origen y destino del gasto. Este capital no es en sí inversión reproductiva sino condición para la reproducción de otras actividades.
21Sin embargo, las actividades reproductivas que estaban ligadas a la fase constructiva de redes viales en cambio pueden verse afectadas. Lo mismo sucede con redes eléctricas, de gas, de agua y comunicaciones. En el caso de las viviendas, su apropiación es (o puede ser) privada, pero su función reproductiva es casi nula salvo por la corriente de ingresos de alquiler que puede generar, junto a una cierta cantidad de servicios. Pero nuevamente, el valor agregado generado puede ser inferior al que se generó en la fase más dinámica del mercado inmobiliario. Así, solo la expansión territorial a escala global de nuevos procesos de modernización y urbanización puede ocupar el espacio de creación de riqueza como flujo derivado de un importante conjunto de actividades económicas ya establecidas.
22De otro modo, dicha creación reposa más en la capacidad de hallar nuevas cosas por hacer. Es decir, en la continua innovación tecnológica. Pero es posible que esta vertiente de creación de nueva riqueza sea insuficiente para generar plena ocupación del conjunto de los recursos. En la teoría económica dominante, la no plena ocupación de los recursos suele atribuirse a problemas de desequilibrios de mercado ajustables por la liberación de todas las barreras que impiden a cada factor alcanzar su remuneración acorde a su productividad marginal.
23Este enfoque tiende de por sí a imaginar que el origen de una situación tal se deriva de algún tipo de falla de mercado. En el caso de los esquemas analíticos keynesianos, esto se resolvería con políticas monetarias y fiscales que estimulen inversión pública y privada. Para los marxistas, el fenómeno es visto como crisis de acumulación del capital (subconsumo, crisis de realización, otros). En ningún caso, la rigidez tecnológica derivada de un estilo de vida (producción, consumo, intercambio) ocupa un papel central, salvo en la corriente evolutiva de origen schumpeteriano.
24Pero aun en esta, el vínculo con la urbanización no se halla en el centro de la cuestión. Tal vez la rigidez de la estructura general de la oferta productiva –y su dominio sobre el mundo de las decisiones políticas– haya sido enfatizada por John Kenneth Galbraith3 con referencia al dominio del complejo militar industrial. O se halle impregnada en el pensamiento pragmático de cualquier grupo lobista (por ejemplo, no pocas iniciativas de construcción de infraestructura provienen de sectores dominantes de una industria en particular vinculada al uso masivo de hormigón). No obstante, el punto es que ningún esfuerzo sistemático ha sido realizado para unificar y vincular estas cuestiones con el estilo tecnológico dominante y ligado a la urbanización masiva.
25A pesar de ello, si se rastrea en la literatura las distintas interfaces entre la actividad de la construcción y el crecimiento económico –propia de la primera fase de ruptura del crecimiento sostenido que se produjo en los Años Dorados (1950-1970)–, ya se hallan evidencias al respecto, las cuales parecen haber sido abandonadas en tiempos más recientes.
26Así, por ejemplo, en un documento del Instituto Tecnológico de Massachusetts (Moavenzadeh y Koch Rossow, 1975), se encuentra lo siguiente:
El principal objetivo del desarrollo es el crecimiento económico. Durante las fases tempranas del proceso de desarrollo, el crecimiento parece ser por lo general alto, y la actividad de la construcción, junto a la manufactura, tiende a jugar un papel determinante en la economía, mientras la importancia de la agricultura declina; una vez alcanzado un relativamente alto grado de desarrollo, el crecimiento, no obstante parece desacelerarse y el rol de la construcción tiende a estabilizarse o aún a declinar suavemente, a la vez que los demás sectores continúan como antes. Mientras que la contribución de la construcción al desarrollo es significativa, ella también estimula una considerable cantidad de crecimiento económico a través del encadenamiento de actividades hacia atrás y hacia adelante. Los requerimientos del sector de la construcción de otros bienes y servicios a otros sectores industriales son considerables; el desarrollo de la construcción estimula por lo tanto a industrias adicionales promoviendo así mayor desarrollo económico. En los países en vías de desarrollo la construcción de instalaciones físicas da cuenta de más del cincuenta por ciento de la inversión bruta fija y tiende a concentrarse en infraestructura básica, en agricultura, minería, transporte, comunicaciones y servicios.
27Pero la industria de la construcción utiliza, como se dijo, maquinarias y equipos tales como hormigoneras, camiones, grúas, retroexcavadoras, y otras. A la vez, demanda acero, cemento, pinturas, químicos, vidrio, cerámica, cables, interruptores, tuberías. Es por ello que se considera que la capacidad total instalada en estas industrias depende en última instancia del tamaño del mercado global.
28El mercado de la construcción puede entonces, como lo señala el trabajo citado, desacelerarse a medida que se alcanzan fases más maduras. Pero nuevas capacidades para la industria proveedora de equipos e insumos pueden quedar con elevada capacidad ociosa mucho antes de que tal declinación comience a ser advertida. Esto, tanto como el mismo sector de la construcción merma su capacidad de empleo a medida que disminuye su dinamismo. Es decir, que ninguna de estas actividades es fácilmente reconvertible en otras, trátese de capital físico o de capital humano.
29La suposición de que el proceso puede replicarse siempre es tan fuerte como la de que, agotados esos mercados tradicionales en industrias de base, ellas puedan sostener su nivel de actividad por medio de la incesante creación de nuevos productos.
30Sobre esto se volverá luego. Sin embargo, baste decir aquí que industrias como la del acero produjeron 736 millones de toneladas métricas entre 1979 y 1999, con un porcentaje de variabilidad de tan solo 5 % en 20 años (crecimiento anual del 0,2 %). Mientras tanto, su dinamismo entre 1950 y 1978 multiplicó la producción por 3.8 veces en 28 años (una tasa del 4,9 % anual acumulativo).
31Es interesante remarcar que dicha producción nuevamente se incrementó casi dos veces entre 1999 y 2012 (5,3 % a. a.), hecho atribuible en gran parte a la acelerada urbanización de Asia. En 2002, la producción de acero era de 950 millones de toneladas anuales. De esta, China tenía el 20,1 % del consumo aparente, mientras que el resto de Asia, el 11,6 %. Esta tasa era semejante en Japón. En 2012, el consumo aparente fue de 1547 millones de toneladas. De este total, China consumió el 46,3 %, mientras que el resto de Asia (excluidos este país y Japón) representó el 12,2 %. A su vez, se notó una reducción de la participación tanto del bloque del North American Free Trade Agreement (nafta; en español, Tratado de Libre Comercio de América del Norte), como de la Unión Europea (ue-27) y Japón. Esta situación implica incluso una reducción en nivel absoluto del consumo aparente, frente a un incremento de 4 veces el mercado de China (World Steel in Figures 2013, Worldsteel Association).
32Pero la continuidad o eventual aumento de tal nivel de producción y consumo depende no solo del tamaño de la nueva urbanización por venir, sino de si ella implica o no necesidades de ampliación de la capacidad ya instalada.
33Muchos productos básicos, como el cemento y el aluminio, han mostrado pautas semejantes. Altamente dinámicos con la ola de urbanización 1950-1975 y la de 1995/2000-2012, frente a un estancamiento relativo entre 1979 y 1999.
34A modo de espejo, la producción mundial agrícola se incrementó el 2,1 % anual en este último lapso. Esto significó un impacto esperado en tanto, y a pesar de la baja elasticidad ingreso de los productos agrícolas, una mayor proporción de habitantes de ciudades supone cubrir necesidades alimentarias. Ello estimula su producción a tasas que, por largos períodos, pueden ser superiores a la de bienes que, como el acero, a su vez reflejan comportamientos de otras industrias para la cual es un insumo. Sin duda, también reflejan cambios tecnológicos e impactos cruzados de otros sectores. Parte del acero pudo haber sido sustituido por otros materiales, o bien la demanda de laminados planos pudo haber decrecido cuando por un período la industria automotriz tendió a producir vehículos más pequeños. Este cambio, como primer paso para lograr una mayor eficiencia en el uso de combustibles a causa de las crisis petroleras de 1974 y 1979 (Miquelon, 2013).4
35Cuando se aborda el tema en la literatura especializada, el enfoque analítico también puede residir en analizar la correlación entre uso de acero y nivel de ingreso per cápita (Warell y Olsson, 2009). Pero aún allí, la cuestión del nexo con la urbanización no es explícito. Esto es así, debido precisamente al uso de indicadores sintéticos que ignoran el hecho de que el pbi tiene como variables embebidas a una gran cantidad de ellas. En consecuencia, estas hacen a la urbanización como un implícito y no como actividad en sí misma, aun cuando en sentido estricto la urbanización no es una actividad económica.
36Así, es cierto que la evidencia empírica dispuesta a un nivel agregado refleja un incesante crecimiento del producto por habitante y una mayor productividad urbana que rural (figura 1). A pesar de ello, la caída de esta productividad entre 1980 y 1985 debería preocuparnos tanto como el hecho de que la relación entre ambas productividades presenta ciclos de crecimiento y decrecimiento que no son independientes del proceso de urbanización y sus fases.
37Si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la producción mundial de piedras preciosas (gemas) creció 23 veces entre 1955 y 2012 y la de acero solo 5,7, podemos comprender mejor lo siguiente. Dentro del agregado anterior (como el valor agregado de industrias y servicios), se reflejan posiblemente tendencias muy divergentes en las cosas producidas que a su vez dependen en buena medida de distintos estadios de la urbanización.
38Por caso, mientras que una parte sustantiva del acero se halla embebida en una gran cantidad de infraestructura urbana pública y privada, las gemas reflejan preferencias –y seguramente niveles de ingresos derivados o no del trabajo– que se fueron gestando dentro de los mercados urbanos pari passu con su desarrollo.
39Como se verá, largos plazos de casi estancamiento del producto industrial han sido paralelos a etapas donde el incremental de la población urbana (por quinquenio) no logró superar una cierta cantidad de personas. Por esto, ninguna nueva capacidad debió de ser creada en industrias vinculadas a esta construcción del estilo de vida urbano. Por su parte, la reciente urbanización de Asia implicó un crecimiento de las industrias del cemento y del acero que en solo diez años superaron los incrementos de esas industrias en las dos décadas previas a la última. No obstante, ninguna de ellas tuvo el dinamismo mostrado entre 1950 y 1970.5
40Algo de esto puede verse reflejado, por ejemplo, si se comparan las tasas de crecimiento de la producción de productos alimenticios y mineros en períodos como 1961-2012 (figura 2), respecto a las tasas 1975-1990 (figura 3). El primero refleja dos grandes ondas de urbanización (e incluye el lapso 1975-1990) y el segundo, un período de menor crecimiento relativo de la población urbana incremental. En particular, en la década 1975-1985 se desacelera respecto a la tendencia 1950-1970.
41Si se comparan estos datos, se observa que el dinamismo de productos minerales como cemento, cobre y acero ha sido mucho mayor en el período 1961-2012 que el desarrollado entre 1975-1990. En este último, varios productos agropecuarios crecieron muy por encima de esos productos básicos representativos y vinculados a la industria pesada. Se insiste: esta se liga fuertemente a la etapa de construcción de grandes centros urbanos y la interconexión entre ellos, como sistemas de ciudades y regiones, y sus vías de transporte (al respecto se puede ver, por ejemplo, Ausebel y Herman, 1988).
42Por otra parte, existe una arraigada costumbre de creer que el crecimiento del pbi arrastra tanto la urbanización, como la demanda de esos productos, como si ellos no formaran parte del mismo. Por ejemplo, en la página del Servicio Geológico Federal de los Estados Unidos (United States Geological Survey, usgs), se afirma que: «la contracción o expansión del pbi puede ser considerado como un predictor de la salud de la industria del acero y de las industrias que manufacturan acero y sus productos tanto a escala mundial como doméstica» (2014).
43En realidad, ambas variables presentan un grado de relación cercano a uno (correlación perfecta, al tiempo que la autocorrelación es tan elevada que invalida el modelo). Así, ello significa que el modelo no es explicativo. El pbi caería si la demanda de acero y sus productos bajan sin que otros productos generen un valor agregado igual.
44De hecho, la prueba estadística del paralelismo entre producción de acero y pbi arroja valores que revelan la autocorrelación de estas variables. Esto, como es de esperar suceda con cualquier componente determinante del nivel del pbi (sucede también con series de la producción de cemento, cobre, aluminio así como con consumo de energía correlacionadas con esta magnitud).6 Por el contrario, las variables explicativas de la producción de esos productos son otras más complejas y, en conjunto, determinan el nivel de riqueza creado en un año.
45El tema suele ser tan confuso, precisamente, porque todos los productos son variables embebidas en la medición de creación de riqueza (pbi). Ciertamente, las condiciones de su reproducción –históricas, sociales, tecnológicas, económicas, financieras, políticas y otras– determinan a su vez otros factores. Entre estos, se pueden contar las demandas futuras de esos productos (tamaño del mercado), las expectativas de rentabilidad y decisiones de inversión privada, inversión pública y la distribución de esa riqueza.
46No obstante, el grado previo de crecimiento de la población urbana parecería ser factor de crecimiento futuro por algún lapso. Esto es así, porque en el ínterin, una actividad importante es precisamente la construcción de toda la ciudad y su equipamiento. A la vez, mientras que este mismo gran mercado decrece, las demandas de bienes de consumo corriente dependerán de los ingresos distribuidos a partir de la creación misma de esa riqueza en las ciudades ya construidas.
47El término ya construidas no debe tomarse literalmente, pues en realidad siempre se está en proceso de construcción, remodelación y demás. Lo que se enfatiza con este término es una fase madura y consolidada de la ciudad y del sistema de ciudades a escala global.
48Si tomamos el caso de China, primer productor mundial de cemento en el mundo (Soule, Logan y Stewart, 2014), hallamos algo muy contundente. En 1980, su producción de cemento por habitante era de aproximadamente 100 toneladas por habitante frente a una media mundial de 198. En 1990, este mismo país presentaba ya un valor de 184 toneladas por habitante, cifra apenas 4 % inferior a la media mundial. Explica en gran medida este fenómeno, la política de proveer a pobladores rurales de viviendas a partir de numerosas plantas que lo producían con calidades relativamente bajas (cemento grado #325).7 En 2000, esta cifra había trepado a 457, un valor 68 % por encima del indicador mundial promedio reestructurando la industria y produciendo cemento de mayor calidad según grados #425 y #525. Pero entre 1980 y 1990, el crecimiento de habitantes en grandes ciudades fue solo de 33,6 millones. Cifra que implica una diferencia con el período 1990-2000, que fue de 100,8 millones, y luego, desde 2000 a 2010, de 93 millones más.
49Estos hechos, ¿tendrán alguna relación con la tasa de crecimiento superior al 7 % anual de producción del cemento entre 2000 y 2012? ¿O con que la misma fuera solo del 2 % anual entre 1980 y 1992 –también período de doce años–? La respuesta es obvia –y por supuesto, positiva– tanto más cuando se consideran construcciones de edificios, calles, carreteras, puertos, aeropuertos, fábricas y represas hidroeléctricas. Todo ello es incremento tanto de riqueza anual, como de acumulación de riqueza privada y social en el sentido de que este acervo es compartido por el habitante de ciudad. Sin embargo, parte de esa riqueza anual no podrá seguir reproduciendo otra nueva con el mismo dinamismo a menos que los procesos de crecimiento de grandes ciudades nunca se detuvieran ni desaceleraran. Obviamente, esto no es ni será así. La otra alternativa es que otras cosas por hacer superen en valor agregado a las que dejan de hacerse. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que esto no es tan sencillo ni replicable a escala mundial. De hecho, el fin de los Años Dorados y de la convergencia norte-sur fue seguido de fuertes cambios estructurales a escala global y política. Este ciclo pareciera ahora repetirse con los picos de urbanización de Asia ocurridos antes de la crisis de 2008, para no mencionar el cambio tras 2014-2015 que vuelven a poner en jaque al sur global.
50Así como se afirmó previamente, el dispositivo teórico y analítico como el utilizado por Tolley parte de considerar factores de oferta y demanda. A la vez, resalta que por el lado de la demanda, la baja elasticidad-ingreso de los productos agrícolas revela que las personas gastan una proporción creciente de sus ingresos –a medida que dichos ingresos crecen–, en bienes urbanos.
51De este modo, la causa debería ser buscada en la baja elasticidad-ingreso que presentan los productos agrícolas. Pero hemos mostrado contundentemente que esta aseveración no es ni tan concreta ni una ley universal. Precisamente, entre 1975 y 1990, la elasticidad-ingreso de la demanda de algunos productos agrícolas ha superado a la de algunos productos no agrícolas muy importantes. Así, la aseveración cuadra con lo ilustrado en la figura 1, pero no con lo ilustrado en la figura 3; al menos no de modo contundente a escala global. Es claro entonces que la baja elasticidad-ingreso que presentan los productos agrícolas es un concepto elusivo, tanto más porque estos productos, consumidos en ambientes urbanos, implican el uso de muchos otros productos y servicios.
52Por ejemplo, las bananas producidas en Ecuador requieren cajas de cartón y papel. También pueden requerir etiquetas, aparatos de escaneo, centros de almacenaje y contenedores para su exportación. Todos esos son productos de insumos y máquinas para su producción. Se necesita, a su vez, transporte, combustibles, carreteras, puertos, aeropuertos, controles bromatológicos, aduanas, y otros. Todo forma parte del pbi (lo integra como valor agregado), pero también del empleo requerido y su remuneración que hace a las demandas de bienes y servicios, es decir la parte más importante de la demanda agregada en sentido keynesiano.
53Si es necesario explicar estos hechos tan elementales –descripciones propias del estilo científico del siglo xvii o xviii– es porque el lenguaje económico se ha vuelto un tanto obtuso, circular, tautológico y demasiado axiomático. Con esto, da lugar a peligrosas incomprensiones y peores recetas de política pública.
54Es importante conocer qué conforma el pbi (o la riqueza anual) y qué productos pueden presentar ciclos de vida que pueden implicar –en ausencia de su reemplazo por otros– auténticas depresiones. De otro modo, continuaremos creyendo que la creatividad de cada firma y su deseo de crecimiento y supervivencia en el mercado es condición suficiente para evitar depresiones largas cuyo impacto final en la historia podría tener costos inimaginables en el siglo xxi. A modo de anticipo véase el análisis de la recesión de 2009 (Irons, 2009).
55Pero retornemos al análisis de Tolley. Sostiene dicho autor que, por el lado de la oferta, las explicaciones tradicionales han enfatizado el rápido incremento en la producción agrícola –consecuencia a su vez de los avances tecnológicos– como causa principal del aumento de la oferta de mano de obra en áreas urbanas. Sin embargo, continúa, la escasez de tierras es un factor a tener en cuenta. En tal sentido, advierte que dicha escasez podría ser un factor que haga decrecer el producto agrícola por trabajador y que, si tal disminución en la productividad es permanente, podría retrasar los procesos de urbanización.
56Es así que este autor sostiene que la prueba de tal tendencia en el caso más importante, que podría ser China, es poco clara. Asimismo, argumenta que ha habido procesos de corrimiento de la frontera de tierras con destino a la producción agropecuaria en otros continentes. A pesar del incremento en la productividad agrícola por trabajador, la baja elasticidad de la demanda de productos agrícolas continuaría presionando como factor para incrementar la oferta de mano de obra urbana. Pero además, se tiene el hecho de que buena parte de los insumos y maquinaria que supone este progreso tecnológico en el agro se desarrolla a su vez en ciudades.
57Tolley también se refiere a un tema común en la literatura sobre urbanización y crecimiento: la formación de capital humano. Muestra también las condiciones por las cuales un incremento en la productividad en áreas urbanas podría detener la urbanización. Luego de desarrollar el modelo de análisis que utiliza, concluye en que el grado en que una nación logra impulsar la productividad urbana sería el mayor determinante de su urbanización. El crecimiento de la población continuaría siendo la fuente tanto del crecimiento urbano como del no urbano, pero los países que se rezagan en el logro de incrementar su productividad agropecuaria, experimentarían mayores presiones de urbanización. De allí que los factores económicos que influencian en la efectividad de las políticas concernientes a la urbanización deberían ser mejor comprendidas. En particular, aspectos como la estructura industrial, las condiciones que afectan el comercio internacional, el tener un mayor detalle del tipo de bienes producidos, saber cómo incide sobre la economía la fijación de ciertos precios. Así como la composición de la pirámide de edad, el nivel de educación, el grado de dependencia y otros aspectos que hacen al mercado de oferta de trabajo. Finalmente, dice que «la asunción de que la mano de obra ocupada en áreas urbanas va de la mano con la población en dichas áreas debe ser modificada».
58Pero he aquí precisamente que la cuestión más importante es el desempleo urbano. Esencialmente, por ser el principal disparador de la pobreza urbana, una pobreza que es radicalmente distinta de la pobreza en áreas rurales. En el ámbito urbano, la estructura industrial, el comercio internacional, el detalle del tipo de bienes producidos no hacen sino enmascarar la cuestión de fondo. Es decir, la posibilidad de alcanzar, en estadios posteriores a la consolidación de sistemas urbanos, suficientes actividades equivalentes en valor para reemplazar las que fueron necesarias en la etapa constructiva de dicho sistema. Esto, en plazos que no afectan los niveles de vida y condiciones de transición histórica e intergeneracional de numerosas personas a lo largo y ancho del planeta.
59Creer que cada ciudad del mundo puede alcanzar grados de diversificación productiva suficientes para generar empleo, es desconocer la geografía de la especialización y de las economías de escala. Una diferenciación que hace posible para algunas ciudades ser prósperas y para otras hallarse con mercados saturados.
60Para ilustrar esta desigualdad espacial en los sistemas urbanos, se puede recurrir a la disquisición realizada en el capítulo 5 del trabajo sobre urbanización y crecimiento (Spence, Clarck Annez y Bucley, 2009). Además, allí se explica su relación con el desarrollo económico y la ausencia tanto de modelos teóricos y descriptivos, como de recetas de políticas claras para lidiar con estos fenómenos.
61El artificio de toda esta literatura consiste en confundir de modo peligroso los análisis de casos –y recetas generales– con el problema considerado a escala global. Esta omisión es particularmente grave. Al respecto, Tolley (1987) sostiene «que las ciudades no crecerían a menos que existan cosas productivas para hacer en ellas». Pareciera así pasar por alto algo verdaderamente importante. Esto es, que entre las cosas productivas para hacer en ellas –en la mayor parte de los países en desarrollo– se hallan las actividades de construcción de infraestructura urbana de todo tipo. Es decir, tales como las de comunicaciones portuarias, aeroportuarias, viales, redes de transmisión de energía, viviendas, fábricas e instalaciones cuyos plazos de duración son elevados en comparación con el de los bienes y servicios consumibles. Una falla basada en un enfoque que ni es sistémico, ni dinámico, pero por sobre todo no es evolutivo.
62En los países en desarrollo, la parte del empleo absorbida por el sector de la construcción –y de las industrias y servicios vinculadas a dicha actividad– puede ser muy importante (oit, 2001)8. Mientras, las condiciones de competitividad para industrias tradicionales o innovadoras son bajas. Esto es así, o bien porque ciertas manufacturas no pueden competir ni con las de Estados Unidos ni con las de Europa o China, o bien porque el grado de avance tecnológico y capital humano y tecnológico acumulado por los países desarrollados no es replicable ni alcanzable a nivel global.
63En esta situación, China, como fábrica del mundo, ha podido producir una cantidad creciente de bienes consumibles durables, semidurables y no durables. Mientras que su proceso de urbanización fue totalmente funcional al crecimiento de los países desarrollados hasta 2007-2008 (antes de la crisis financiera internacional); para los países productores de materias primas este crecimiento conjunto elevó la demanda de todas las commodities y su precio. Todo esto a su vez impulsó industrias, comercios y servicios en estos países que difícilmente hubieran podido desarrollar industrias de no ser por los excedentes logrados en el comercio exterior y no precisamente de manufacturas.
64Sin embargo, el «desplazamiento de la producción desde el norte hacia el sur» –como se suele denominar en la jerga de los economistas y analistas– comenzó a ocasionar dificultades de empleo aun en las economías centrales. Esta situación se notó una vez agotado el ciclo expansivo marcado por el incremental de población urbana en China, que se produjo antes de su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (omc)9. Por su parte, el futuro crecimiento de los países en vías de desarrollo está ahora en jaque, al menos para una importante cantidad de ellos. Para los países desarrollados, la situación puede ser distinta debido al ingreso de rentas por capitales en el exterior, por intereses, remisión de utilidades y por patentes y regalías. Estos son elementos que les permiten una considerable holgura para el manejo del presupuesto público, si es que logran capturar parte de dichas rentas. Esta situación corresponde a las transnacionales con sede en sus propios países, pero con mercados de producción fuera de ellos y mercados de consumo en todo el mundo. Se trata esto en el capítulo 4, cuando se aborda la especificidad de la innovación tecnológica y sus vínculos con el crecimiento y con la creación y distribución de la riqueza.
65La pregunta crucial debería ser entonces: ¿qué sucede con la capacidad del sistema de producir cantidades equivalentes de cosas productivas para hacer en ellas, en reemplazo de las que inevitablemente se agotan o pierden dinamismo a medida que el proceso de urbanización se satura o tiende a ello?
66En trabajos previos ya mencionados (Kozulj, 2001, 2005), esta cuestión es central. Los picos máximos de crecimiento quinquenal de población urbana se asumen como determinantes de la capacidad máxima necesaria para satisfacer la demanda de bienes de inversión para un importante conjunto de actividades. Como tal situación no es enteramente previsible ex-ante, las crisis de sobrecapacidad suelen manifestarse más tarde. Es decir, cuando el incremental sucesivo de nueva población urbana resulta ser inferior al máximo alcanzado en forma previa.
67Esta pregunta puede no ser aún importante para China o los países líderes en innovación tecnológica. Sin embargo, es crucial tanto para muchos países europeos como para muchos de América Latina, África y Asia. A largo plazo –y no tanto– es crucial para todos. Especialmente, si se observa que, según el reporte de la oit de 2014, la brecha de empleo tras la crisis de 2009 afecta a un total de entre 60 y 80 millones de personas. Esta cifra se suma a los 200 millones de desempleados hoy existentes más el conjunto de los que, sin ser desempleados, no han cubierto un nivel mínimo de necesidades básicas en áreas urbanas. Aproximadamente, esto suma un total de 700 millones de personas –según fuentes del Fondo de Población de las Naciones Unidas (1996)10 y oit (2014).
68En realidad, de lo que se trata es de un cambio de reglas en el contrato social rural-urbano implícito en la lógica de la modernización. La atracción de masas en una etapa temprana de urbanización supone que los individuos migraron sin la necesidad de tener que pensar en ser empresarios innovadores sino obreros. Ni siquiera obreros calificados. En una etapa posterior, se hallaron librados a su propia inventiva o a la capacidad del sistema de cumplir con las promesas de que siempre habrá cosas productivas para hacer en ellas. Una asunción similar al respecto (es decir, de que «siempre habrá este tipo de cosas para hacer») se infiere de la posición del premio nobel de 2006, Muhammad Yunus. Su postura respecto a su iniciativa del banco de los pobres y la responsabilidad de los jóvenes en ser creativos puede resumirse en una pregunta: ¿no es demasiado peso esto para quienes deben ingresar al mundo adulto sin los beneficios de la herencia material y cultural de las sociedades construidas en los últimos setenta años?
69El reconocimiento de la situación de amplios grupos de población urbana que desarrollan actividades en el sector informal de la economía se cruza a su vez con las dificultades de proveer de servicios y de vivienda a buena parte de ellos. Esta situación es, además, un factor adicional que repercute en el uso de capacidades de producción ya instaladas. Entre ellas las vinculadas a la construcción (Arnott, en Spence y otros, 2009).
70En 2003, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, expuso datos alarmantes: aproximadamente mil millones de habitantes urbanos vivían en barrios de emergencia, la gran mayoría en los países en vías de desarrollo. Esto constituía alrededor del 32 % de la población urbana mundial. La proyección advertía que, de no mediar acciones concertadas entre las autoridades nacionales, los municipios, la sociedad civil y los organismos internacionales en los próximos treinta años, esta cifra podría alcanzar los dos mil millones de personas (onu-Habitat, 2003). Esta cuestión se agrava pues van apareciendo serias evidencias de que las condiciones de la pobreza urbana son peores en muchos casos que los de la pobreza rural (onu-Habitat, 2007).
71En tal sentido, retomo la cuestión planteada al principio respecto de si los pobres de hoy día son aún más pobres que aquellos de varios siglos atrás. Además, la considero más importante que la planteada por Piketty (2014) respecto a que el ingreso medio hoy supera varias veces el del siglo xviii y, por ende, aún el 60 % más rico vive muy por encima del 5 o 10 % más rico dos siglos atrás.
72El balance no es sin duda fácil. Ciertamente, 2400 millones de personas viven tal vez con niveles de riqueza varias veces superiores a la de sus semejantes en aquellos tiempos. Por otro lado, alrededor de 1000 millones tal vez no. Incluso, una fracción de ellos seguro que no.
73Del modo que sea, este hecho no puede ser desvinculado de la lógica de creación de riqueza. Lógica vinculada al estilo tecnológico y productivo emergente tras la Segunda Guerra Mundial en relación con la urbanización y su condición de variable embebida tanto en la riqueza como acervo y como flujo.
74Sobre esto se vuelve nuevamente más adelante. No obstante, es necesario remarcar este hecho pues de otro modo se eluden algunos elementos básicos del problema.11 Esto es así, dado que se podría asumir que suponen: que existen en todo momento infinitas opciones de inversión; la posibilidad de convertir excedentes financieros en inversiones reales; o una posibilidad de sustitución de mano de obra de una actividad a otra –inexistencia de destrucción de capital humano–. También se podría presuponer la creación ilimitada de nuevos bienes y servicios urbanos; transiciones tecnológicas instantáneas –y a veces espontáneas– deseables, porque renuevan los flujos de bienes; la capacidad ilimitada de los individuos para hacer uso de nuevos bienes y servicios. Además, la existencia de recursos naturales no finitos o renovables; flexibilidad del capital físico para ser utilizado en distintas actividades e irrelevancia de las trayectorias históricas previas.
75Nótese que para que el pbi cada año sea un poco mayor, se debe suponer que la sumatoria de todos los bienes y servicios que venían produciéndose se incrementan de tal modo que la disminución de cantidades (valor) en alguno de ellos sea compensada por el aumento en la cantidad (valor) de otros bienes y servicios. Si algún mercado en particular decae en la producción de valor sin que sea compensado en igual medida de valor por otro u otros, el producto total decaerá.
76De hecho, la reducción de la proporción en la inversión bruta fija respecto al total del producto anual es compensada normalmente por un incremento en la proporción de la renta nacional destinada al consumo. Ahora bien, en principio y para que ello ocurra, debe haber ingresos suficientes por parte de los consumidores. Estos ingresos provienen a su vez de la participación de los agentes en la creación de riqueza y de las reglas bajo las cuales se crea y reparte la misma.
77La literatura económica nos ha acostumbrado a asumir que los ingresos de los factores dependen de su aporte a la productividad marginal. Además, que en todo caso el Estado dirime sobre la cuestión distributiva a través de su política fiscal y tributaria. Pero esta simplificación vuelve a pasar por alto que buena parte de la inversión bruta fija (ibf) rentable se halla en una fuerte correlación con la construcción de la urbanización. Mejor dicho, con la capacidad productiva asociada a este proceso. Si ella se agota, la nueva ibf se puede referir a reemplazos de capital físico obsoleto o a la destinada a crear nuevos bienes. En cuanto a la inversión pública, ella depende del límite en el cual el gasto público puede ser financiado. Es decir, se sirve de las propias políticas keynesianas y de los límites de su efectividad que lo hacen, a su vez, de la creación de riqueza por parte del sector no estatal. Al respecto de los nuevos bienes, si no son muy distintos en su función a los anteriores –y para recrear la corriente de producción de riqueza se recurre a una obsolescencia forzada–, es posible que se afecte la formación de precios de oferta en el sentido de la participación de trabajo y capital en los mismos. Esto, con sesgo a una mayor porción de capital solo por el hecho de que se debe recuperar el mismo en un plazo menor.12
78Si esto reduce la participación del factor trabajo en la renta nacional, es probable que los ingresos para destinar a bienes de consumo sean menores sin que tampoco mejore la rentabilidad del capital en general. Esta realidad puede hallarse oculta porque, en un sistema tal, la brecha entre creación de valor y la valoración de ese valor (bienes y servicios) en términos monetarios será tanto mayor cuantas menos oportunidades de convertir ahorro en inversión física, haya.
79En síntesis, llama la atención –insisto– que ninguna referencia explícita sea hecha respecto a que buena parte del producto generado por la urbanización se vincule de forma explícita con la propia construcción de ciudades. Específicamente, en el transcurso de tiempo en que este proceso ocurre, por las causas que fueran. Mientras que a su vez, dicha transformación presupone migraciones internas desde áreas rurales a urbanas. Este es un tema que a su vez se halla presente en otra vertiente de la literatura sobre urbanización y crecimiento, tal como la planteada en el modelo denominado Harris-Todaro hacia 1970.
80Retornando al citado trabajo de Gilles Duranton (Spence y otros, 2009, capítulo 3) –referido específicamente al tema urbanización y crecimiento–, el autor se interroga acerca de si las ciudades son motores del crecimiento y de la prosperidad para los países en desarrollo.13 Con este objetivo, adopta un esquema teórico integrado que parte de distintas tipologías para poder mostrar que hay ciudades que no motorizan el crecimiento, mientras hay otras que sí lo hacen.
81En este caso, el dispositivo analítico básico recurre, en primer lugar, a la curva de salarios. Esta tiene una pendiente creciente de acuerdo al tamaño de las ciudades –y del producto en ellas generado– por razones que explica con base en una batería de argumentos típicos como indivisibilidad de costos de grandes infraestructuras, ganancias de especialización, reducción de riesgos, factores propios abordados en el concepto de economías de aglomeración, y otros. En segundo lugar, a la curva del costo de vida. Esta también creciente, con mayor velocidad a partir de un cierto tamaño de la ciudad, que se asume corresponde a los costos de vivienda, precios de bienes de consumo, costo de los intercambios –también crecientes a causa de la congestión que a su vez es función del mayor tamaño de la urbe concreta–. En tercer lugar, recurre a la curva del salario neto, que en principio la define como distinta a la curva de oferta de trabajo y que resulta de la diferencia entre la curva de salarios y la curva de costo de vida en función del tamaño de la ciudad. En cuarto lugar, a la curva de oferta de trabajo, que puede adoptar diversas formas según sea la movilidad de este. Por último, en quinto lugar, las condiciones de equilibrio entre curvas de oferta de trabajo y curvas de salario neto, para poder inferir distintas políticas como respuesta según como se comporte un tipo de ciudad en cuestión. Este modelo es aplicado en función de analizar y recomendar el tipo de políticas que se deberían seguir para mejorar los nexos supuestamente automáticos entre urbanización y crecimiento.
82A la pregunta de si las ciudades impulsan la eficiencia económica, la respuesta del autor es afirmativa (si el análisis es estático). Además, agrega que no existe evidencia de que las ciudades (urbanización) lesionen de modo sistemático a ningún grupo social en particular.14
83Sin embargo, su respuesta es elusiva cuando se pregunta acerca de los beneficios dinámicos generados por las ciudades. Es decir, cuando se estudia la evolución de la urbanización en el tiempo y se topa con la innegable realidad de la miseria urbana y el desempleo. Ambas coexistiendo con la opulencia en muchos países en vías de desarrollo –como suelen ser nombrados los países distintos a los desarrollados o del primer mundo.
84En este punto de la argumentación, no obstante, Gilles Duranton se centra en la relación del tamaño de la ciudad más grande respecto del resto de las ciudades de una nación. Esto es así, ya que una ciudad desproporcionadamente grande respecto al resto puede traer «deseconomías de escala y externalidades negativas». Reconoce que, aunque la evidencia empírica no es fuerte, es aún suficiente para proveer las bases de iniciativas políticas radicales. Sin embargo, no al punto de tomar una actitud que limite o desaliente la movilidad laboral, o para tomar rechazo a los procesos de urbanización acelerada. Siendo así, la recomendación sugerida por este autor es prevenir los desbalances que los procesos de urbanización pueden producir. Específicamente, focalizando en la reasignación de factores productivos y actividades entre ciudades, más que intentar detener o lentificar estos procesos de urbanización.
85Sin duda, desde un análisis basado en retornos a Marx, tal recomendación será simplemente vista como funcional al propósito de no detener el crecimiento de un «ejército de reserva» que permita aumentar la tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Sobre todo, si este consejo proviene de analistas del Banco Mundial u otros organismos e instituciones vinculadas a sostener como sea una cierta identidad entre libre mercado y democracia. Ciertamente, puede que tal sea parte del motivo o la lógica del sistema, pero por lo que luego argumentaré, considero que esta lectura de la realidad e intenciones del discurso serían sobresimplificadas. Tanto como el tratamiento de los nexos entre crecimiento y urbanización, basado en unos agregados demasiado gruesos para trazar políticas que deberían ser altamente globales y, a pesar de ello, focalizadas.
86Al respecto, cabe decir que parte de las recientes controversias y renovado interés por los nexos entre urbanización y crecimiento no es ajena a las grandes transformaciones que está sufriendo Asia –China e India en particular– debido a su impacto sobre la economía mundial. Asimismo, porque en ciertos países la migración rural-urbana puede hallarse controlada, limitada o prohibida, y en tanto procesos acelerados de urbanización pueden culminar en enormes desafíos para poder incluir en la modernidad plena a aquellos migrantes rurales que no hallen un empleo o trabajo.
87Es que no pocas controversias se han vuelto a producir en torno al planteo formulado en el denominado modelo Harris-Todaro (1970). Dado que aparece como una irracionalidad la continuidad del proceso de migración rural-urbana coexistiendo con elevados niveles de desempleo urbano y niveles de marginalidad urbana.
88Este modelo, como se dijo, fue utilizado en la literatura corriente sobre el tema desde hace varias décadas. Plantea que la decisión de migrar desde áreas rurales hacia áreas urbanas se produce sobre la base de las expectativas de los migrantes de obtener mayores ingresos, y no solo según la diferencia entre salarios rurales y urbanos. Así, aun en condiciones de desempleo urbano estas expectativas pueden existir.
89La formalización resuelve la paradoja a través de un punto de equilibrio en el cual el mínimo salario urbano multiplicado por el cociente entre el número de puestos de trabajo urbano disponibles y el total de trabajadores urbanos que buscan trabajo se iguala al salario rural, que a su vez representa la productividad marginal del trabajo rural. En tal sentido, habría un punto en el cual podrían cesar las expectativas de migrar. Por ejemplo, si la tasa de desempleo fuera tan grande que multiplicada por el salario mínimo urbano el resultado fuera inferior al de un salario mínimo rural.
90Es obvio que, nuevamente, este tipo de análisis es estático (aunque replicable en distintos períodos), pues no considera las consecuencias intergeneracionales. Así como tampoco las pérdidas o ganancias de conocimiento y hábitos de los individuos y sus familias en períodos de tiempo (concepto que sería asimilable al de destrucción de capital humano, en el sector agropecuario).
91Ciertamente, autores como Tolley lo han visto con más claridad. Por otra parte, el modelo citado ha sido criticado desde otro aspecto más teórico al considerar que los migrantes de zonas rurales no son adversos a tomar riesgos, mientras que bien podrían serlo. Pero aun esta última condición puede ser incluida en la formalización de aquel modelo (Harris-Todaro) sin que se altere el tipo de razonamiento que en la literatura corriente acompaña el conjunto de explicaciones para dar cuenta de las fuerzas de mercado que impulsan los procesos de urbanización. En este caso, el incentivo individualmente percibido es mejorar la condición de ingresos, mientras que la demanda laboral se produce por la combinación de factores y actividades solo desarrollables en ciudades.
92En última instancia, el concepto Harris-Todaro y sus sucedáneos vuelven a poner el énfasis en la distinta productividad en áreas urbanas y rurales. Tienen además asunciones implícitas de que la industria y los servicios son mayores productores de riqueza por habitante, superior a aquella creada por una sociedad rural. Esto es algo trivial, por cierto, dado que de otro modo no habría habido fuerzas impulsoras hacia la modernización. Aún más si a este análisis se le agregan condiciones de irreversibilidad para cada estadio tecnológico alcanzado en períodos de tiempo acotados. Agregamos esto, pues a nadie escapa que el proceso de urbanización es acompañado de mejoras constantes en la productividad agrícola que suponen la introducción de insumos, maquinaria y extensiones de tierra. Sumada, además, la organización del proceso productivo. En conjunto, todos elementos que van restando posibilidades de subsistencia a aquellos que hipotéticamente desearan retornar de áreas urbanas a las rurales de origen para recuperar sus modos de vida previos. Sobre este tema en particular también se retornará luego. Resulta importante, pues hace a una cuestión que ha emergido en respuesta al rechazo al modo de vida urbano y al deseo –siempre presente del hombre occidental– de retornar a una naturaleza inmaculada.15
93El tema oculto es, no obstante, que buena parte del trabajo que realizan los migrantes rurales se vincula, en una primera fase de crecimiento urbano, a la construcción de dicho estilo de vida. Una vez consolidado el mismo, los mercados capaces de absorber esta oferta laboral previa dejan de ser dinámicos y, por el contrario, hasta pueden decrecer en magnitud absoluta. Su reemplazo por otro conjunto de actividades está lejos de ser claro, más aún si el tema se aborda desde una mirada del conjunto de los países que integran la economía mundial (Kozulj, 2001).
94Al respecto, en el tratamiento del nexo entre crecimiento y urbanización desarrollado en el citado trabajo de Gilles Duranton (Spence y otros, 2009, capítulo 3), se reconoce que una seria limitación del modelo analítico propuesto reside en que, desde ese punto de vista, cada ciudad sería una isla de crecimiento. Es decir, asumiría que cada ciudad podría generar crecimiento económico por sí misma. En este contexto, es crucial comprender el vínculo del flujo de información, factores y mercancías entre distintas ciudades de una nación y –aunque no lo trata en ese capítulo– el mismo flujo entre países desarrollados y en desarrollo. Para esto, el autor remite a Keller (2004).
95Es decir que el autor reconoce los factores de crecimiento endógeno que fueron la meca de las explicaciones sobre las ciudades como portadoras de capital humano y conocimiento siempre incrementado en procesos intergeneracionales que conducen a la innovación (Jacobs, 1969; Lucas, 1998; Eaton y Eckstein 1997; Rossi-Hansberg y Wrigth, 2007). Asimismo, agrega ahora el impacto posible sobre el crecimiento, de la difusión y movilidad entre ciudades. Al desarrollar este punto, se remite a Duranton y Puga (2001) y señala que las ciudades modernas pueden ser divididas en dos grupos. El primero está compuesto por aquellas donde se incuban innovaciones (nursery cities); las que a su vez presentan una gran diversidad de estructuras productivas. El segundo, por ciudades especializadas en un conjunto particular de productos.
96Asimismo, observa que en los países desarrollados durante los últimos 50 años se han visto procesos de neta separación entre centros de negocios –a los que se agregan oficinas centrales de empresas y servicios para los negocios– y ciudades fabriles o productivas que radican industrias (Duranton y Puga, 2005).
97De este análisis, el autor llega a la conclusión de que las políticas que no favorecen un menor crecimiento de las metrópolis en favor de un mayor crecimiento de las ciudades secundarias, lentifica el crecimiento general. Esta situación es así, en tanto priva a las ciudades incubadoras de la eficiencia lograda por la concentración de científicos, ingenieros, técnicos y otros. A la vez, esto frena la innovación, lo que generalmente se traduce en nuevas ideas, productos y procesos de producción que son transmitidos a ciudades secundarias donde se localizan las industrias productoras de esos nuevos bienes.
98Desde el punto de vista empírico, agrega que es difícil hallar evidencias concluyentes, aunque nombra el caso de Seúl en Corea del Sur. Además, menciona a Brasil, que estaría siguiendo el camino de desconcentración industrial hacia ciudades secundarias. Sin embargo, agrega que tal evidencia no se halla en muchos otros países. De acuerdo con la lectura que hace, deduce que se podría producir una tentación de crear forzadamente ciudades como centros de excelencia (o ciudades incubadoras), como si ellas se pudieran replicar exitosamente en base a una determinada alquimia.
99Ciertamente, no se puede más que concordar con este punto de vista en virtud de la cantidad de personas influyentes que posiblemente se imaginan un mundo plagado de réplicas de Boston o de enclaves del tipo Silicon Valley en ciudades pequeñas de países en vías de desarrollo. Además, si se considera que, de las cien ciudades del mundo consideradas como las de mayor índice de innovación, no pocas como Tokio, París, Londres, Nueva York, Múnich y Ámsterdam se hallan entre las nueve primeras. Téngase en cuenta que en 2010 existían a escala mundial 634 ciudades con más de 750 mil habitantes.
100En la figura 4 se muestra precisamente la evolución de la población urbana clasificada en cuatro grandes grupos. Esto son: innovadoras nexo 1 (35 ciudades), innovadoras hub (65 ciudades), resto de ciudades grandes (534 ciudades de más de 750 mil habitantes) y resto de la población urbana mundial.
101Es curioso ver que en 1950, las cien ciudades hoy consideradas como mejor posicionadas en innovaciones tecnológicas, representaban el 44 % de la población de ciudades de más de 750 mil habitantes. Cifra que, en 2010, pasó a ser solo 25 % de las mismas y 11 % de la población urbana total.
102Mientras que estas ciudades crecieron casi en forma lineal, las demás lo han hecho en forma exponencial. Es casi obvio que las 35 ciudades innovadoras clasificadas como nexo 1 (las que son clave para múltiples segmentos de innovaciones tecnológicas y sociales) y, las clasificadas como hub 2 (las que son clave para la innovación en segmentos e industrias muy específicas) producen prototipos que son consumidos y, a veces, producidos en el resto de las ciudades y áreas urbanas.
103Es que, sin duda, en ellas se desenvolvieron en la posguerra y aun antes, industrias de todo tipo. Por ello, su capital humano pudo realizar aprendizajes y desarrollar transiciones tecnológicas clave para subsistir y lograr que su crecimiento no dependiera solo de sus propios mercados, los que por fuerza no podrían sostener el crecimiento. Una muestra de ello es que tres cuartas partes de las plantas industriales de los Estados Unidos existentes en 1972 habían cerrado en 1992. Además, más de la mitad de los trabajadores industriales en 1992 trabajaban en plantas inexistentes en 1972 [Dumais y otros (1997) en Duranton y Puga (2001)].
104De las ciudades innovadoras citadas como nexo 1, ocho de ellas se hallan en los Estados Unidos, tres en Canadá y dos en el Reino Unido. Además, cinco en Alemania, otras cuantas en los países más avanzados de Europa (Francia, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Austria) y dos en Japón. Prácticamente, todos estos países participaron de la Segunda Guerra Mundial y habían desarrollado sistemas industriales a principios del siglo xx. Muy pocas de estas ciudades líderes en innovación se hallan fuera de Europa, Estados Unidos y Japón. Tales son los casos de Seúl, Hong Kong (China), Sídney, Melbourne, Tel Aviv, Dubai y Singapur.
105Es interesante notar que la declinación acelerada de la participación de estas cien ciudades innovadoras repartidas en un tercio y dos tercios –como nexo 1 y hub 2, respectivamente– comenzó a ocurrir junto con la finalización de los Gloriosos Treinta de Francia o con el fin de los Años Dorados del capitalismo (y comunismo europeo). También es claro que, para que ellas subsistan como perceptoras de rentas tecnológicas y la innovación tenga sentido comercial, debe de haber un mercado creciente de mano de obra y de consumidores.
106Pero ello no quita nada al hecho de que una buena parte del valor agregado industrial a escala global continúe aún hoy dependiendo de la expansión del mercado urbano, el que es visto como una parte embebida dentro del producto generado a escala global. Sobre este tema se vuelve más adelante al examinar el papel de la innovación.
107Vale así remarcar el hecho de que sería una peligrosa ilusión replicar en cada ciudad la fuerza de la innovación como fuerza motora del crecimiento que a su vez aproveche economías de aglomeración y escala. No se llegaría a formar el capital humano necesario. Tampoco se dispondría de laboratorios y sofisticados equipos desarrollados localmente en cada ciudad, o en las más importantes de ellas. Este último elemento implica que los países que han basado su crecimiento en la explotación de recursos naturales y han impulsado crecimiento urbano y consumo en la disputa por atraer capitales para desarrollar sus modos dispares de industrialización imitativa se hallan en una posición desventajosa. ¿Ante quiénes? Ante un mundo económico donde la riqueza a crear cada año es la variable clave para explicar empleo, ingresos y nivel de vida y donde las cosas por hacer deben ser reinventadas porque las que ya están a la vista no tienen mercados solventes.
108Pero ello requiere tener de dónde extraer ingresos y también de un contrato social que haga comprender (o que imponga) esta situación. Si luego las clases dominantes son puramente extractivas es, además, otro problema. Es en definitiva el que hace al destino del gasto social y al que aportantes para financiarlo y beneficiarios estén en consonancia a las buenas o a las malas.
109Las intenciones de extender la cobertura del sistema de seguro de salud en los Estados Unidos y su rechazo es un claro ejemplo de esta problemática. Una que se extiende por todo el planeta bajo diferentes formas y en diversas cuestiones y aspectos tales como educación, mantenimiento de infraestructura, salud, justicia y otros.
110Que esto no pueda ser captado hoy se debe a que aún no ha cesado el principal motor del crecimiento que es la urbanización y muchas de sus industrias continúan creciendo embebidas en este proceso. Por supuesto que tampoco sin un mercado creciente en los países en vías de desarrollo, la vida en las ciudades del primer mundo y en las innovadoras ya no será tan sencilla.
111Una segunda línea de argumento analizada por Duranton (Spence y otros, 2009, capítulo 3) retoma como factor relevante la movilidad del conocimiento de los trabajadores. Es decir, una reformulación del argumento de Alfred Marshall (1890) que vuelve sobre la importancia del capital humano como una externalidad positiva que ofrecen las ciudades. El autor remite a una vasta bibliografía que indica que el progreso tecnológico se asocia con la movilidad entre firmas, de la mano de obra más especializada.16 Es curioso que ninguna apreciación surja respecto a que la movilidad laboral intrafirma suele también implicar tarde o temprano una sutil forma de reducción salarial, que finalmente culmina en despidos. Este tema ha sido objeto de estudio reciente (Huttunen, Møen y Salvanes, 2011).
112A partir de la argumentación desarrollada, se infiere que la falta de movilidad de la fuerza laboral entre la ciudad principal (metrópoli) y las ciudades secundarias, especialmente de la mano de obra más especializada, puede ser un importante factor tanto de la continuidad de la primacía de una ciudad como del rezago de ciudades secundarias. Pero esto no nos dice mucho porque es una dicotomía autodefinida. Se supone que esta mano de obra no emigra de la ciudad principal porque posiblemente no tendría una oportunidad laboral en una ciudad secundaria. A su vez, las firmas no deciden instalarse en ellas porque no hallan las externalidades positivas que sí encuentran en las ciudades principales.
113Consciente de esta circularidad, el autor ve que la difusión de tecnologías y conocimientos es un factor más potente cuando se lo vincula con el comercio internacional y el grado de apertura de los países. De ello deduce que una ganancia de productividad mayor puede ser obtenida a través de la eliminación de barreras al comercio en los países en desarrollo. Pero obviamente, dicho autor tampoco profundiza acerca de qué es lo que podrían intercambiar estas ciudades ubicadas en distintas partes del mundo. Ello remitiría a estudiar cuál es la posibilidad real y cuáles los límites para diversificar la producción a escala global. Es decir, si muchas de las exportaciones de China son más competitivas que las de los Estados Unidos y las de la Unión Europea, ¿que resta pensar para países intermedios y para los más pobres?
114Finalmente, Duranton concluye que existe una fuerte evidencia de que el incremento de la productividad se halla ligado a los procesos de creación y destrucción a nivel de las firmas. En resumen, vuelve a las simplificaciones: los recursos necesitan fluir desde firmas menos productivas a firmas más productivas y permitir la entrada de nuevos competidores para levantar y desafiar a los incumbentes. Aunque no desarrolla el tema, sostiene que para los países en desarrollo existe una fuerte dimensión espacial para proceder a procesos de relocalización industrial a medida que su tecnología evoluciona. Por lo tanto, todo lo que bloquee la movilidad de factores entre firmas en una ciudad o entre diferentes ciudades puede tener serios costos sobre la dinámica de largo plazo.
115Las conclusiones de política que sugiere son varias. Entre ellas, eliminar el favoritismo hacia las metrópolis, mejorar la eficiencia urbana con el fin de bajar el costo de vida (como forma de abordar la congestión urbana y la provisión de servicios públicos) y eliminar los sesgos que conducen a ocupaciones ilegales con una política razonable de otorgamiento de derechos de propiedad y políticas desregulación urbana. Además, propone mejorar la accesibilidad de mercados entre ciudades a través de la construcción de infraestructura de transporte y bajando las barreras o impedimentos al comercio y no desalentar la migración interna, ya que ella impulsa una eficiente asignación de la población y tiene efectos niveladores a través de los distintos sitios. Asimismo, sostiene que, aunque estas recomendaciones son propias de todo el conjunto bien establecido en materia de política urbana, se le agrega ahora como factor a resaltar el de la movilidad laboral (Spence y otros, 2009, capítulo 3, p. 106).
116Desde mi punto de vista, este análisis carece de rigurosidad. Especialmente, dado que la movilidad laboral de una ciudad a otra se produce naturalmente, pero en caso de desempleo generalizado no hace sino trasladar el problema de un lugar a otro. Las ocupaciones ilegales pueden fomentarse en las megalópolis, aunque también ser propagadas a otras ciudades de distinto tamaño en un país. Esto es lo que sucede en países como Argentina, aunque también es lo que temen los españoles respecto a la actual crisis de Grecia, solo para poner sobre el tapete temas muy candentes desde la crisis de 2009 a la fecha. Además, se puede mencionar el tema de los migrantes hacia la Unión Europea o la cuestión de los latinos, México en particular, hacia los Estados Unidos.
117Ciertamente, dicha movilidad genera una cierta demanda adicional en un nuevo espacio urbano. Pero este impacto de por sí no puede justificar el alegato pues no aclara en cuales de los mecanismos de creación de riqueza influye el facilitar la movilidad laboral.
118El problema central continúa siendo eludido porque en ningún momento se está dispuesto a reconocer que no siempre –y menos a escala global– hay suficientes cosas útiles por hacer que tengan mercado. Tampoco que, en caso de haberlas y en ausencia de iniciativas privadas viables económicamente, se debe ocupar el Estado.
119Pero el hecho de que las realice el Estado no es neutro en más de un aspecto. La pregunta que debería surgir es cuál es el máximo presupuesto público posible para que no impacte negativamente en el crecimiento y quiénes están interesados en pagarlo. Aunque existe literatura al respecto, es evidente que la disposición al pago por lo público no es igual en una sociedad que en otra. Además, que el aprendizaje colectivo es algo muy lento tanto más cuando no se considera que cada enfoque erróneo es también parte del problema que denominaré «el de la ecología de las ideas». Un caso claro de ello son los debates en torno al Estado del bienestar en Europa, a las políticas de ajuste en países como España, Grecia, Italia, Portugal y otros de la ue27.
120Ahora bien, si el énfasis no es puesto sobre la vinculación entre la capacidad del sistema de generar un flujo creciente de riqueza y el empleo, la realidad se encarga por sí misma de manifestarse.
121Los nexos entre crisis económicas y crecimiento de la criminalidad están siendo monitoreados por Naciones Unidas (unodc, 2014) y uno de ellos está siendo resaltado por organismos específicos en tanto la escasez de cosas por hacer afecta especialmente a los más jóvenes. Al respecto, en el prefacio del trabajo sobre la sesión 101 de la oit sobre desempleo en 2012 se sostiene que:
La tasa de desempleo para los grupos jóvenes es normalmente el doble que la de los adultos entre naciones de bajos, medios y altos ingresos. El empleo de los jóvenes es más sensible a los ciclos económicos y a las políticas recesivas que el empleo de adultos. Los impactos de corto plazo en la demanda laboral de los jóvenes pueden transformarse en cicatrices e impactos de largo plazo que pueden afectar las oportunidades de empleos y ganancias por décadas. Los jóvenes con limitadas habilidades y provenientes de herencias desventajosas son particularmente vulnerables para recibir este tipo de cicatrices e impactos. Es bien sabido que existen externalidades negativas asociadas a situaciones de desempleo juvenil: alta incidencia de la infelicidad, elevadas tasas de criminalidad, alta inequidad, elevados costos fiscales en términos de producto potencial perdido y menor tasa de recaudación y tensiones políticas y sociales muy altas. (Matsumoto, Hengge e Islam)
122Frente a estas declaraciones, no dejan de sorprender las del premio nobel Yunus, que en la práctica deja sobre las espaldas de los jóvenes los desafíos de ser más creativos. Tampoco que, para cuestiones de la complejidad como las que hemos tratado, las discusiones se continúen planteando en los términos que hemos intentado resumir.
123En el próximo capítulo se mostrará por una parte cómo la reconfiguración espacial de la producción, el comercio y el consumo han modificado los comportamientos de agregados clave. Luego, se incorporará cierta evidencia empírica respecto del modo en que la urbanización se halla embebida en el pbi bajo el enfoque esbozado previamente.
Notes de bas de page
1 El original: «Firstly, low productivity economies become high productivity economies. Secondly, primarily rural economies become urbanized. Empirical evidence suggests that no country has ever reached middle-income status without a significant population shift into cities».
2 Según Alfred Marshall hay dos tipos de economías de escala: una interna y otra externa. La interna corresponde al ámbito microeconómico y se refiere a la reducción de los costos medios cuando se incrementan las cantidades producidas utilizando al máximo la capacidad instalada o nuevas técnicas. La externa, que es la que nos importa, se vincula con la economía de aglomeración. Son cambios debidos a factores vinculados al tamaño de los mercados y por ende al de las ciudades. El enfoque conocido como m. a. r. (abreviaturas de los apellidos de Alfred Marshall, Kenneth Joseph Arrow y Paul Romer) se halla centrado en economías externas entre las empresas de una rama industrial. En este caso, el concepto apunta a las economías que se obtienen en una determinada localización espacial por disponer de mano de obra y servicios competitivos, que inciden a la hora de decidir dónde localizar una planta industrial o una actividad específica.
3 John Kenneth Galbraith (1908-2006) fue un economista canadiense y autor de numerosos libros y artículos. Fue profesor de la Universidad de Harvard desde 1949. Su obra incluye elementos del institucionalismo crítico, pues da un papel central a las instituciones y, en particular, a las organizaciones industriales y a su influencia política en el caso estadounidense. Amigo del expresidente John F. Kennedy, fue nombrado embajador de los Estados Unidos en India de 1961 a 1963. Allí intentó ayudar al gobierno indio a desarrollar su economía. Durante su estancia, procuró impulsar también a uno de los primeros departamentos de ciencias de la informática, el Instituto Indio de Tecnología en Kanpur, Uttar Pradesh.
4 En The 1973 Oil Crisis: 40 Years Later [La crisis petrolera de 1973: cuarenta años después]. Miquelon dice: «antes del embargo petrolero los automóviles más populares vendidos eran grandes e impulsados por motores V8 para desplazarse por las autopistas. Después de dicho shock, no obstante los automovilistas se volcaron a modelos más pequeños provenientes de Europa y Japón. Dicho shock también dio nacimiento a camionetas compactas […] y a vehículos con tracción delantera. Ello culminó en un gran achicamiento de la industria automotriz en los Estados Unidos, a fines de los setenta» [traducción del autor].
5 Se verá en los capítulos siguientes a lo que deseo apuntar y los fundamentos del enfoque propuesto. Valga decir aquí que, utilizando estadísticas de commodities producidas a nivel mundial desde 1900 a la fecha –con datos recopilados y publicados por el u. s. Geological Survey (2014)– la producción de acero solo se incrementó el 19 % entre 1980 y 2000, pero en más del 53 % entre 2000 y 2012. Del mismo modo, la producción de cemento se incrementó en 129 % en este último período respecto a 87 % entre 1980 y 2000. Sin embargo, los incrementos de estas producciones fueron 329 % para el cemento y 214 % para el acero entre 1950 y 1970, período donde se puede situar el comienzo del desarrollo como concepto propio de la posguerra. Estas industrias de base, a su vez sufrieron sin duda diversas transformaciones tecnológicas que afectaron tanto los destinos y formas de consumirlas –como de envasarlas, transportarlas y venderlas–, como de producirlas. Por lo tanto, deben de haber afectado el empleo global, sin que tal seguimiento sea sencillo de abordar y menos de medir.
6 Para los que gustan de estadísticas y econometría estas correlaciones presentan un r2 de entre 0,98 y 0,99 para los productos citados, pero arrojan un valor del estadístico Durbin-Watson de 0,10 siendo que la prueba estadística exige un valor próximo a 2 para que el modelo explicativo carezca de autocorrelación (ver anexo 1; acápite 1.2).
7 Los datos de producción de cemento a nivel mundial fueron extraídos de Kelly y Matos (2014).
8 De acuerdo con la publicación de la oit, se estima que, de más de 180 millones de personas, 75 % en los países en desarrollo trabajan en la construcción –datos de The Building and Wood Workers’ International (bwi)–. Se argumenta que el sector de la construcción provee el empleo a las personas más vulnerables y con menor capacitación. Asimismo, esta industria es de especial interés para los que no acceden a tierras mientras que la mayor parte de los migrantes rurales en áreas urbanas buscan trabajo en la construcción (bwi, 2006).
9 En el capítulo que sigue se describe este proceso en detalle, a través de los indicadores disponibles.
10 En el informe de 1996, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (unfpa) indicaba, sobre las condiciones de vida en el mundo que: «diversas estimaciones de la proporción de población urbana viviendo en condiciones de pobreza se hallan disponibles; para ello existen diversas definiciones. Una de ellas, de carácter global, sugiere que el 27,7 % de la población urbana de los países en vías de desarrollo vive por debajo de la línea de pobreza según lo que cada país define como tal. Las variaciones por regiones son muy grandes: en el área del Sub Sahara de África un 41,6 %.; en Asia, un 23 %.; en América Latina, 26.5 % y en Oriente Medio y Norte de África un 32,2 %. La pobreza urbana ha venido creciendo más rápido que la pobreza rural» [traducción del autor].
11 Para conocer más acerca de lo que otros organismos y autores avizoran como problemas respecto a la pobreza urbana extrema, consultar onu-Habitat (2003, 2006).
12 Véase el capítulo 4, donde se halla explicado y formalizado el mecanismo de esta situación.
13 Para autores como Henderson, esta pregunta se responde afirmativamente: «La urbanización y el crecimiento económico en los países en desarrollo van de la mano. La correlación simple entre porcentaje de urbanización y el pbi por habitante (en logaritmos) es cercana a 0.85» [traducción del autor].
14 Uno estaría tentado a citar autores tales como Mario Polesse o Glaeser, quienes sostendrían que: «Cities are filled with poor people not because the cities make people poor, but rather because cities attract poor people» (Glaeser, 1998, p. 154). Es decir: «las ciudades se llenan de gente pobre no a causa de que la urbanización las empobrezca, sino porque las ciudades atraen a gente pobre». Se verá que esta afirmación es al menos fuerte cuando se aborda el tema en forma dinámica y sobre todo cuando la urbanización se trata como variable embebida en la creación de riqueza.
15 Al respecto, véase la obra del historiador Jaqcues Barzun (2004) donde realiza un minucioso análisis referido a los quinientos años de vida cultural de Occidente.
16 Por ejemplo, para autores como Henderson, «la cercana proximidad espacial o la alta densidad de las ciudades “promueve derrames de información” entre productores, un más eficiente funcionamiento de los mercados de trabajo y el ahorro en los costos de transporte de partes y componentes intercambiados entre dichos productores y vendidos a los residentes locales. La existencia de externalidades y de una considerable cantidad de economías de escala localizadas se halla bien documentada con datos empíricos», [Henderson (1988), Ciccone y Hall (1995), Glaeser y otros (1992)]. Por otra parte, Kolko va a decir que «El componente “ahorro de transporte y la alta densidad” es central a la nueva literatura sobre geografía económica (Fujita, Krugman y Venables (1999), ello ha comenzado a estar documentado, especialmente de cara a los costos de transacción de los servicios» (1999).
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