Précédent Suivant

Capítulo 1. Acerca del concepto de riqueza

p. 31-53


Texte intégral

1Las discusiones en torno a las razones por las cuales unas naciones son más ricas que otras cobraron especial interés en los siglos xviii y xix. Además, el tema ha continuado hasta nuestros días, bien pasada ya la primera década del siglo xxi.

2Tanto en la reciente obra de James A. Robinson y Daron Acemoğlu (2012) como en la de Thomas Piketty (2013), se retoma un interés –poco usual unas décadas atrás en términos que no fueran los de las teorías acerca del desarrollo– por la cuestión original: la causa de la riqueza de las naciones. Ambas obras pretenden retomar la discusión intelectual y política acerca de este tema desde muy distintos enfoques. En efecto, el por qué unas naciones son más ricas que otras o por qué unos individuos lo son más o menos que otros ha sido la cuestión medular de la ciencia económica, con un debate que no ha cesado.

3Sin embargo, a este tema se agrega otro: en qué medida el crecimiento de la riqueza en el largo plazo puede aumentar y cuáles son las consecuencias. Esto exige analizar una multiplicidad de factores y, a su vez, requiere concentrarse –aunque sea de manera breve– respecto a las definiciones y significado del concepto de riqueza.

4Tal como lo ha señalado Joseph Alois Schumpeter1 (1954): «las disputas de léxico sobre la riqueza y la renta», aunque posiblemente fútiles, revisten y revelan –en alguna medida– los esquemas analíticos de los autores. Para la economía clásica, la respuesta a la pregunta ¿qué es lo que se consume y se produce? es: riqueza.

5Es así que, para Schumpeter, los autores oscilaron entre la riqueza considerada como un acervo o depósito y la riqueza considerada como una corriente de bienes, y la prueba del dominio de esta última concepción ha sido la popularidad de la frase «distribución de la riqueza» (p. 693, nota 102). Frase hoy transpuesta a la cuestión de la distribución del ingreso, lo que suele medirse año por año, trimestre por trimestre.

6Es necesario resaltar que este tema es central en el análisis de Piketty. Este autor lo aborda poniendo en duda que las diferencias en dicha distribución, en el siglo xxi, no vayan en la dirección de los períodos previos a 1914-1945. Es decir, hacia una mayor desigualdad. Esta situación se diferencia de las expectativas de toda una generación que esperaba que, de la mano del crecimiento, llegara la convergencia tanto entre naciones como entre grupos sociales en el interior de cada una de ellas. Aunque las críticas metodológicas a su trabajo pueden ser valiosas, también lo es su advertencia sobre un fenómeno que no necesariamente se explicaría en los términos en que lo hace.

7Es usual que los economistas se pregunten: ¿de qué depende el nivel de ingreso de una persona cualquiera? Para responder el interrogante sugieren imaginar ejercicios mentales tales como elegir al azar uno de los siete mil y tantos millones de habitantes del mundo y adivinar su nivel de ingreso. Entonces dicen: ¿qué información sobre esa persona podría ayudar a dar con el número correcto? Las características imaginables según ellos podrían ser: la edad (los niños y los ancianos en general ganan menos que los adultos), el género, el nivel de educación (cuanto mayor, más ingresos), la extracción social (una posición ventajosa dentro de la estructura social probablemente implica mayores bienes y recursos financieros y, por lo tanto, mayores ingresos) y la actividad a la que se dedica. Sin embargo, suelen indicar que hay otra característica que quizás ayude más que cualquier otra a adivinar el ingreso de esa persona: el país en el que vive. Es que las diferencias de ingresos entre países pueden llegar a ser enormes. Por tomar un ejemplo extremo: el ingreso por persona en Luxemburgo era de 51 000 dólares en 2003, mientras que el de Etiopía llegaba apenas a 650. Así, desde este punto de vista, es el nivel de desarrollo de una nación lo que determina el nivel de vida promedio de sus habitantes. Este enunciado, que puede resultar muy evidente, nos lleva a la vieja discusión acerca del desarrollo, sus causas, sus procesos, sus motores, sus obstáculos.

8Y al respecto, pocos comentarios se pueden agregar: es que la riqueza podría tener distintas causas. Por ejemplo, podría residir en diferencias en el carácter de las instituciones, más específicamente, en la dualidad sociedades extractivas versus sociedades que promuevan la iniciativa individual, tal como sostienen Robinson y Acemoğlu (2012). También, en trayectorias previas de acumulación capitalista e inserción en el sistema mundial, según Andre Gunder Frank (1992), e Immanuel Wallerstein (2000), entre otros. O incluso, en una multiplicidad de factores donde la innovación tecnológica es, junto al ambiente político en el que se producen, una de las causas principales, tal como podría serlo la distinta a la dotación natural de recursos, de capital u otras. Como este tema será precisamente uno de los focos del libro, tendremos tiempo para evaluar estas distintas y muy actuales visiones acerca del objeto en estudio. A pesar de ello, resulta pertinente transcribir un pasaje que considero esencial –por lo ejemplificador que resulta–, respecto a los niveles analíticos en los que el tema ha caído en picada muy recientemente. Según Robinson y Acemoğlu (2012):

Egipto es pobre precisamente porque ha sido gobernado por una reducida élite que ha organizado la sociedad en beneficio propio a costa de la mayor parte de la población […] Mostraremos que esta interpretación de la pobreza egipcia […] aparece para dar una explicación general de por qué los países pobres son pobres. Mostraremos que países como Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbawe son pobres por la misma razón que lo es Egipto. Otros como Gran Bretaña y Estados Unidos, se hicieron ricos porque sus ciudadanos derrotaron a las élites que controlaban el poder y crearon una sociedad en la que los derechos políticos estaban mucho más repartidos, en la que el gobierno debía rendir cuentas y responder a los ciudadanos y en la que la gran mayoría de la población podía aprovechar las oportunidades económicas. (p. 18)

9Sin duda, se trata de un punto de vista provocador. Si se interpreta literalmente, no importa mucho lo que se pueda hacer o producir en Egipto, Sierra Leona, Corea del Norte o Zimbabue (al tiempo que se prescinde de todo nexo histórico entre estos países y los exitosos), sino que bastaría lograr transformar sus instituciones en una réplica de la democracia norteamericana o inglesa. Es decir: logar una transformación política de este tipo, para que una sociedad pobre pase a ser rica. En particular, ningún análisis histórico serio podría ser efectuado prescindiendo de la conducta británica con Egipto entre 1882 y 1945. Tampoco, ignorando los intentos de independencia de Gamal Abdel-Nasser hasta su derrota, continuando por el apoyo incondicional de los Estados Unidos a los regímenes de Anwar Sadat y Hosni Mubarak como uno de los ejes de la seguridad en Oriente Medio en torno al conflicto árabe-israelí (Porter, 2014).

10Para Robinson y Acemoğlu, siendo la destrucción creativa un atributo característico de las naciones exitosas –concepto que se restringe a lo que Schumpeter intentó remarcar respecto a la innovación tecnológica–, el grado de retroceso que pueda sufrir una sociedad a causa de revueltas civiles no es tomado en cuenta. Esto es así, a pesar de que la propia aseveración entra en contradicciones flagrantes con afirmaciones de los autores respecto, por ejemplo, al caso de Irak y la crítica que realizan a la teoría de la modernización (p. 517).

11La creencia de que, a la larga, la emergencia de una sociedad con instituciones como las de los países desarrollados –tal como las que ponen de ejemplo–, dará sus frutos en términos de riqueza, es sino una tautología, un simple acto de posicionamiento geopolítico congruente con la profusión de las primaveras árabes.2 Incluso tal vez, una nueva forma de mirar el papel de esa región en relación ahora con el futuro económico y energético de China, y también respecto de la potencial vulnerabilidad social de ese país, tanto como a la amenaza que constituye un mundo multipolar donde Europa juegue un papel central. Sin embargo, no se desea convertir esta crítica en una de carácter político, sino en una derivada de su pobreza teórica. El centro de ella remite a la suposición de que lo que se pueda hacer o producir en una nación pueda depender solo del carácter extractivo o no de una sociedad. Este punto de vista estrecho omite tanto el acervo de capital humano, financiero y tecnológico previo en cada nación, como las interdependencias entre países desarrollados y en vías en desarrollo. Incluso, el hecho de que la cantidad de cosas por hacer no es infinita ni independiente del estado evolutivo previo del sistema económico como un todo. Esta cuestión –que solo puede ser contestada necesariamente en términos de procesos históricos y de recursos–, no puede a su vez ser remitida al pasado bajo esquemas de tal grado de reduccionismo conceptual. Por ejemplo, que Egipto no logró diversificar su producción porque nunca pudo crear sociedades abiertas no extractivas.

12En el caso de la obra de Piketty (2013), se reconoce que las comparaciones de riqueza en diferentes sociedades y épocas pueden tornarse abstractas. Es por esto que afirma que «es más fácil contar personas que contar bienes y servicios». Cuando lo hace, se refiere a un hecho que por obvio suele ser olvidado:

El desarrollo económico se inicia con la diversificación de bienes y servicios producidos y consumidos. Por lo tanto, es un proceso multidimensional cuya naturaleza hace imposible resumirlo adecuadamente en un solo indicador (índice monetario). (Capítulo 2, pp. 89-126)

13Sin embargo, a continuación sostiene:

En Europa Occidental, América del Norte y Japón, el ingreso promedio per cápita aumentó desde apenas 100 euros mensuales en 1700 a más de 2500 euros mensuales en 2012, un aumento de más de veinte veces. El incremento de la productividad, o producción por hora trabajada, fue aún mayor, ya que el tiempo promedio de trabajo de cada persona se redujo drásticamente: mientras los países desarrollados crecieron y se volvieron más ricos, decidieron trabajar menos con el fin de permitir más tiempo libre (la jornada de trabajo se redujo, las vacaciones se hicieron más largas y así sucesivamente).

14Es evidente que estas mediciones de tan largo plazo responden al esfuerzo del autor y de otros como Angus Madison3 (2014), quienes intentan establecer el grado de progreso en el bienestar material en los últimos siglos a través de una estimación del producto mundial y regional. Piketty, no obstante, advierte que el cambio en la composición del producto es un elemento central. Sin embargo, no profundiza lo necesario, y mantiene la discusión en un grado abstracto. Al intentar esclarecer la cuestión, establece que no caben dudas de que ha habido un enorme progreso material desde la revolución industrial hasta nuestros días. Esto es así incluso a pesar de todas las dificultades que hay al medir la riqueza. Finalmente, se pregunta acerca del fin del crecimiento: «En el siglo xxi, ¿nos dirigimos hacia el final del crecimiento por razones tecnológicas o ecológicas, o tal vez ambas cosas a la vez?».

15Para mostrar lo que pretende a su vez vuelve a utilizar este tipo de mediciones sosteniendo que tasas de crecimiento del tres al cuatro por ciento del producto (riqueza) se dieron solo en los países que estaban en la etapa del denominado catch up, proceso que por definición termina cuando se logra poner al día y por lo tanto solo pueden ser de transición y duración limitada. En palabras de Piketty:

A nivel mundial la tasa media de crecimiento del producto por habitante fue de 0,8 por ciento al año desde 1700 hasta 2012, o de 0,1 por ciento anual entre 1700 y 1820, el 0,9 por ciento entre 1820 y 1913 y del 1,6 por ciento entre 1913 y 2012.

16Este autor remarca que no hay ningún ejemplo histórico de que el crecimiento de riqueza por habitante haya superado tasas del 1,5 % anual en períodos prolongados. Ni siquiera en sociedades tecnológicamente avanzadas. Además, «mucha gente piensa que el crecimiento debe ser de un 3 o 4 por ciento anual, cosa que según afirma la historia y la lógica indican que se trata de una ilusión».

17Pero otro aspecto relevante de la obra de Piketty es su esfuerzo por mostrar cómo, tras más de doscientos años de historia, la relación entre capital acumulado (riqueza como stock o acervo) y producto anual (riqueza como flujo) viene a emparejarse. Esto, tras los shocks de capital ocurridos entre 1910 y 1950 en Francia, Alemania y Gran Bretaña (ver su figura 4.5)4, y de modo tendencial con las estimaciones de dicha relación preexistentes, por ejemplo desde 1870 a 19105. En tal sentido, intentó demostrar que los Treinta Gloriosos Años de Francia (1945-1975) –o en la terminología de Marglin (1992), «los Años Dorados del capitalismo»– fueron una etapa excepcional de crecimiento, en cierto modo irrepetible.

18Al respecto he sugerido en una obra anterior (Kozulj, 2001, 2005) algo similar, aunque desde muy distinta perspectiva. La misma está referida a dos aspectos: la urbanización como parte del motor del desarrollo tal como ocurrió y viene ocurriendo y las debilidades epistemológicas del sistema de creencias predominante a escala global.

19Se verá luego que a este nivel de abstracción, estas afirmaciones pueden ser imprecisas. Además, si combinamos este tipo de enfoque con el que pone el acento en las instituciones políticas –tal como hacen Robinson y Acemoğlu–, la cuestión se torna aún más confusa. Para estos últimos autores, Egipto (o bien Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbabue, pero también la Argentina, China y muchos otros países) necesitaría hacer lo que la gente disconforme con sus gobiernos dice. Según ellos, la pobreza de esas naciones no se relacionaría ni con el tamaño de sus mercados, ni con su condición histórica previa. Tampoco con lo que desde siempre los economistas han considerado factores clave del crecimiento y del bienestar. Por el contrario, se relacionaría con la existencia de sectores políticos concentradores de poder, preocupados únicamente por su propia riqueza: es decir extractivos. Si se fuera lejos con este tipo de enfoque, todas las recomendaciones sobre políticas para el desarrollo deberían ser reemplazadas por el apoyo a movimientos sociales que piden más mercado y más democracia. Esto, aun cuando a veces se derroque lo que otros puedan definir como democracia, ya que se trata de regímenes que han llegado a donde están en base al voto de las mayorías.

20Pero además, como crítica a Robinson y Acemoğlu, se puede afirmar que los gobiernos de muchos países no pueden hacer lo que la gente pide. Esto es así debido, precisamente, a que existen instituciones financieras internacionales que se oponen a ello, como sucedió en Grecia recientemente. En tal caso: ¿serían consideradas extractivas las instituciones financieras que concentran la riqueza en unas pocas manos a nivel global? Esta atribución de responsabilidades a sociedades individuales, a élites nacionales, a la falta de creatividad de esas naciones junto a la negación de la existencia de un orden mundial asimétrico e inequitativo, omite la realidad histórica y esconde el carácter extractivo que existió y existe como parte de estas asimetrías hoy existentes.

21Este grado de arrogancia de identificar libre mercado con democracia no es una teoría económica, ni un análisis sociológico: es una definición política y, como tal, no científica. El problema no es que se deba considerar a la ciencia como superior a la política, sino que de este modo ambas se degradan aún más frente a un mundo que requiere de mejores políticas basadas en mayor conocimiento. De lo contrario, poco se podrá asegurar acerca del progreso moral y social humano más que como mera ilusión transitoria de una pequeña parte del siglo xx. Por su parte, la economía como ciencia no superaría su estado de similitud con la teoría del flogisto en química que dominó el pensamiento durante parte del siglo xviii.

22Cuando pasamos a la noción inmediata de riqueza, solemos identificarla en términos de abundancia o escasez de algún atributo en especial, que puede ser espiritual, cultural o material. La ciencia económica, obviamente, aborda como tema principal la riqueza material en cuanto posesión o control de distintos bienes y activos, pero también –y con mayor énfasis– el de su creación. Pero entonces, volvemos a la cuestión inicial: ¿interesa abordar el tema desde el flanco de la perspectiva de riqueza acumulada o desde el de la creación creciente de bienes y servicios? Esto es, ¿considerándola como una corriente o como flujo de los mismos? ¿Interesa la interrelación entre ambas formas de definirla y percibirla? Se verá que esta cuestión continúa siendo no trivial en el siglo xxi, aunque es tal vez una de las más antiguas respecto al concepto de riqueza. Karl Marx, como es sabido, veía este problema a través de su dispositivo teórico: la composición orgánica del capital, o bien la relación dinámica entre capital fijo y variable como causa de las crisis capitalistas.6

23Por su parte, Piketty observa el tema analizando la lógica del crecimiento del acervo de capital (como ahorro de los ingresos del capital –o renta capitalista no consumida– versus lo que este produce: r>q).7 Con esto, muestra cómo la menor productividad del capital es causa lógica de la creciente importancia de la herencia y las rentas con respecto a los ingresos del trabajo. Asimismo, cómo ello, a su vez, puede profundizar las desigualdades en la riqueza en el largo plazo. Por cierto, Piketty pareciera no poder pensar que una mayor relación capital-producto puede provenir precisamente de un acervo de capital que en sí mismo no es productivo o es poco productivo. Un ejemplo de esto son las construcciones residenciales y la infraestructura urbana.

24En efecto, en las sociedades modernas, la creación anual de riqueza determina tanto la acumulación de riqueza presente como futura. Además, puede destruir la riqueza previa acumulada o simplemente la consistente en el flujo anual de bienes disponibles y consumibles.

25No caben muchas disquisiciones acerca del nexo entre crecimiento del producto y la creación de empleos. Tampoco del vínculo que supone la teoría y praxis económica entre empleo, productividad, ingresos, consumo y demanda agregada. De otro modo, no podrían comprenderse las preocupaciones teóricas y prácticas acerca de los ciclos económicos, sus causas y sus impactos. O bien, la preocupación por las barreras de distinto tipo para que el crecimiento no se detenga no solo en el corto, sino en el largo plazo. Se percibe que muchos ambientalistas no ven esta preocupación como lícita, pues bajo esta lógica el planeta no sería sustentable. Esta misma crítica se ha hallado desde hace tiempo en la literatura sobre las imprecisiones del propio concepto de desarrollo sustentable en tanto el crecimiento económico aparece siempre dominando la escena (Meadows, 1995).

26Cabe decir, no obstante, que para los primeros economistas clásicos la cuestión central se encontraba en la relación entre riqueza y valor, o bien el problema de la relación entre la riqueza social nacional y la privada. La causa de la riqueza podía residir tanto en el esfuerzo humano, como en la acumulación de metales preciosos, o en la posesión de abundantes recursos naturales. Para Adam Smith era sencillo: objetos materiales útiles y transferibles, cuya adquisición o producción cuesta trabajo. Sin duda, es bien conocido su ejemplo de la especialización y de la división del trabajo como causa de la riqueza. Aunque el centrado en el caso de la fábrica de alfileres sea tal vez menos conocido por el público que el concepto de la mano invisible que conjugaría a través de, y en el mercado, habilidades, necesidades y su satisfacción.

27A su vez, Nassau William Senior8, «quien negaría enérgicamente que al hacer de la riqueza el concepto fundamental de la teoría económica, eso implicara dar a la riqueza más importancia que a la felicidad, el bienestar, la virtud, etc.» (Schumpeter, 1954), perfeccionaría y condensaría la definición de Smith con la frase: «todas las cosas que tienen valor de cambio». Ciertamente, Senior se asombraría si pudiera observar –sea a ras de la tierra o en un sobrevuelo celeste– las interrelaciones entre riqueza, bienestar, felicidad y virtud en el mundo concreto de hoy. Sin embargo, esto es un tema que requiere un tratamiento aparte. Baste señalar aquí que, tal como es el mundo que conocemos en los últimos setenta años, no poder acceder a algún grado de riqueza por falta de empleo o trabajo remunerado es una condición humana muy distinta a la que lo era hacia fines del siglo xviii y principios y mediados del siglo xix. Si consideramos que el esclavo tenía un dueño y que vender en el mercado una cantidad de horas de trabajo para ganarse la vida ha sido un enorme progreso humano, deberíamos hacernos una pregunta. Esta es: ¿qué significa que haya personas desocupadas que para vivir deban vender su cuerpo, una parte de él o bien sobrevivir de los restos que otros seres humanos desechan, si es que no son capaces de crear valor de uso y de cambio?

28Para ser más precisos no interesa tanto saber cuánto más rico es hoy un rico, de lo que lo fue en el siglo xv o xix, como poder responder a la cuestión de si los más pobres hoy viven mejor que los pobres de aquel entonces. Es decir, si el hijo de un obrero no calificado –tal vez con escasas o inferiores calificaciones a las de sus padres– vive en condiciones de pobreza urbana peores que las privaciones de la pobreza tradicional o de sectores rurales. Asimismo, si la nueva creación de riqueza podrá o no evitar desesperantes grados de marginalidad y pobreza. Para Thomas Piketty, pareciera que esta cuestión ya la respondió la historia:

El poder adquisitivo por habitante en Gran Bretaña y Francia en 1800 fue de alrededor de una décima parte de lo que era en 2010. En otras palabras, con 20 o 30 veces el ingreso promedio de 1800, es probable que una persona en aquel entonces no tuviera un mejor nivel de vida que una persona hoy con solo 2 o 3 veces el ingreso medio. Con 5 o 10 veces el ingreso promedio en el año 1800, uno hubiera estado en una situación similar en algún lugar intermedio entre el salario mínimo y el salario medio. (2013, p. 456)

29Sin embargo, no creo que el tema sea reductible a una medición de ingresos medios y relaciones con la riqueza absoluta en el siglo xviii y a comienzos del xxi. Por ejemplo, la construcción de una vivienda campesina y el acceso a alimentos podían estar tal vez mejor garantizados en algún lugar de la historia previa. Esto, en comparación con las condiciones de desempleo estructural y marginalidad urbana hoy en día. Aún más si se trata de la percepción subjetiva de la pobreza (y de la desigualdad) en una sociedad opulenta y en otra relativamente pobre. Los intentos del Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) para incluir indicadores de pobreza multidimensional no son ajenos a esta cuestión. Sin embargo, los de privación de servicios de salud, educación u otros básicos son solo el comienzo de este intento de comprender qué es un pobre hoy, en pleno siglo xxi; un siglo de opulencia manifiesta y de un progreso técnico que pareciera no tener fin.

30Para el propósito de este libro, no obstante, aparece así otra cuestión central respecto del tema de este capítulo. Esta es la medición de la riqueza. De esto se ha tratado en forma más que breve al introducir comparaciones en el largo plazo como las que comenta Piketty. Por ejemplo, al utilizar series que pretenden reflejar –aunque sea de modo aproximado– el nivel de riqueza mundial. O también, el de las series elaboradas por Madison.

31En las sociedades precapitalistas, la riqueza no obligaba a utilizar indicadores agregados homogeneizados por una unidad monetaria, como puede ser nuestra noción de producto nacional bruto, producto bruto interno (pbi), o producto bruto interno por habitante (pbi/habitante). La riqueza podía ser perfectamente dividida en cantidad de superficie de tierra poseída, castillos, obras de arte, cabezas de ganado, juglares, cortesanos y cortesanas, monedas de oro, piedras preciosas. También se incluían los ejércitos, donde el número de las tropas podía jugar un papel determinante.

32Plantear esto puede parecer un tanto absurdo, sin embargo no lo es. Para ello, se debe pensar en al menos los siguientes aspectos. En primer lugar, la inconmensurabilidad del nivel de riqueza en períodos muy distantes de la historia humana respecto a la valoración subjetiva de su opuesto: la pobreza y sus condiciones en distintas épocas. En segundo lugar, la importancia de la composición concreta de la riqueza para la sostenibilidad de su reproducción en el tiempo. En tercero, el hecho poco analizado de que un indicador como el pbi es intrínsecamente mutante en su composición interna, tanto más cuanto más acelerada sea la innovación tecnológica –y la destrucción creativa–. En cuarto lugar, las interrelaciones entre indicadores como pbi, urbanización, índice de desarrollo humano (idh) y las modernas nociones de bienestar. En quinto, las mutaciones en el pbi debidas a fases diferenciadas de desarrollo urbano a escala global. Finalmente, el hecho de que una parte de la riqueza considerada como acervo de capital fue, en un período previo, riqueza creada como flujo anual y, al mismo tiempo, dicha parte no es enteramente apropiable ni puede ser reproducida en forma creciente.

33Este último punto se relaciona con el crecimiento de ciudades como gran actividad que, a su vez, supone la existencia de muchas otras. Así también como de empresas que dependen de dicho crecimiento urbano, del que a su vez son parte. Esto último se tratará luego con mayor profundidad. Aquí solo es necesario enfatizar el hecho de que buena parte de lo medido por el pbi se vincula de forma directa con la construcción de sistemas urbanos. Además, que cuanto más madura la urbanización, menos puede ser esperado que aporten las actividades básicas ligadas a la construcción de viviendas e infraestructura –y capacidades productivas incrementales–, al crecimiento futuro. Esta es una razón por la cual la riqueza como stock o acervo será mayor a la riqueza como flujo anual, lo que –en ausencia de políticas activas y focalizadas– afecta tanto al empleo como a la distribución de la riqueza. Es importante resaltar que el enfoque analítico aquí adoptado de la relación entre capital acumulado y flujo anual es radicalmente distinto al que deriva del enfoque de Marx, en su relación con la teoría del valor-trabajo, trabajo previo acumulado, composición orgánica del capital. Ello, por cuanto el foco es puesto en actividades concretas, procesos vinculados tanto al capital físico, como con el capital humano, al margen de otras discusiones teóricas que a su vez puedan hallarse superpuestas.

34Esta cuestión, que remite al problema de tratar al capital como un fondo de valor homogéneo, no es nueva. Al contrario, se vincula para algunos autores con las rupturas entre la micro y macroeconomía clásica (Dvoskin y Libman, 2009); con los enfoques de la Escuela Austríaca (Lachmann, 1947, 1956) –que siempre ha enfatizado la heterogeneidad e inconvertibilidad parcial de los bienes de capital–. Además, con el conjunto de artificios creados para intentar resolver este problema, como por ejemplo el aparato conceptual inventado por Hicks (1939)9 y perfeccionado por Arrow-Debreu (1954)10.

35Los conceptos de heterogeneidad, especificidad, complementariedad y limitada divisibilidad y convertibilidad de los bienes físicos que conforman el capital han sido reconocidos por todos. Sin embargo, la mayor preocupación teórica ha consistido –según considero– en intentar mantener coherencia entre análisis macroeconómicos agregados y supuestos microeconómicos. Esto, para rescatar los enfoques de equilibrio estático y dinámico propios del andamiaje teórico de las discusiones poskeynesianas y de los neoclásicos respecto a temas como salarios, pleno empleo, rentabilidad, neutralidad monetaria, y otros.

36Hasta donde sé, ningún esfuerzo ha sido realizado para comprender el tema de la heterogeneidad del capital tomando en cuenta ciertos ejes. Estos son: el análisis de los nexos dinámicos entre la evolución de los procesos de urbanización, los cambios tecnológicos y el problema de la progresiva transformación de actividades fundamentales en la creación de flujos de riqueza anual –en un momento histórico y localización espacial determinados– y su posterior decaimiento. Así como también la intrínseca diferencia de valor que estos bienes de capital son capaces de crear una vez concluidos respecto del valor que tenían como flujo anual.

37Retomando la cuestión de la cuantificación de la riqueza, resulta evidente que las mediciones antiguas las debemos hallar en los trabajos de los políticos españoles. También se las puede atribuir a los económetras ingleses, franceses, alemanes e italianos de los siglos xvi y xvii. Esto es así, si bien las primeras fueron atribuidas a los egipcios, especialmente a la diosa Safnkit (diosa de los libros y las cuentas). Posiblemente, incluso hubo mediciones anteriores. En este caso, procederían de los nuragas, primeros habitantes de la isla de Cerdeña. (Estos, generalmente se reseñan como los primeros antecedentes de las estadísticas económicas, en la historia del análisis económico).

38Sin embargo, lo importante es saber que es imposible comprender las cifras estadísticas si no se entiende cómo han sido conseguidas. También que no se puede obtener información de ellas sin conocer los métodos, así como sus fundamentos epistemológicos, mediante los cuales los especialistas logran los resultados.

39En todo caso, los sistemas de cuentas nacionales –base para medir el pbi– fueron estandarizados solo en la posguerra (entre 1945 y sobre todo después de 1953). Por lo tanto, la calidad de la información en los últimos sesenta o setenta años respecto a toda recopilación de pretensión universal anterior es demasiado genérica como para establecer comparaciones significativas. De hecho, en 1993 se volvió a ajustar la metodología. Con esto, hasta pueden hallarse inconsistencias a lo largo de estos sesenta años.

40En particular, interesa remarcar aquí que, aun cuando Picketty destaca muy adecuadamente el tema de la mutabilidad del indicador que mide riqueza –y la importancia que atribuye a su cambiante composición entre agricultura, industria y servicios–, no establece vínculo alguno entre estos aspectos y los modernos procesos de urbanización. Procesos tan característicos de la segunda mitad del siglo xx y primeras décadas del actual.11 Es curioso, por cuanto las ciudades en el pasado eran producto del excedente agrícola y sus niveles de riqueza dependían tanto de ello, como de las habilidades comerciales y militares. Jan de Vries (1984) ha analizado el fenómeno de la urbanización en Europa entre 1500 a 1800 y ha sido crítico a la hora de considerar como premodernas estas ciudades. De hecho, remarca enfáticamente, junto a pensadores como Henry Pirene, Max Weber, Ferdinand Braudel y otros, tanto el papel único de las ciudades medievales como sus nexos con el origen del capitalismo. Sin duda alguna, la densidad de población y el tamaño de estas ciudades nada tenía que ver con las que emergieron en la segunda mitad del siglo xx. Como bien lo ha señalado Kingsley Davis (1965): «antes de 1850 ninguna sociedad podía ser considerada urbanizada y en 1900 tal vez solo podía tener tal característica Gran Bretaña».

41El análisis de Tertius Chandler (1987) indicaría que la afirmación de Davis es acertada. Esto es así, dado que entre el año 100 y el año 1800, las diez primeras ciudades, según su tamaño, se hallaron siempre en un orden de magnitud máximo inferior al millón de habitantes. Más precisamente, entre 100 000 y 600 000 personas.

42No hay duda alguna de que el proceso de desarrollo tal como lo conocemos hoy –y que se ha manifestado entre 1945 y la primera década del siglo xxi– entraña un estilo tecnológico único en la historia que difícilmente los economistas clásicos pudieron llegar a imaginar.12

43Aunque la actividad de su construcción era de naturaleza económica, poco se hacía por medirla en tanto no implicaba a otras industrias –tales como la del cemento, el acero, aluminio, la química u otras propias del estilo urbano que se desarrolló sobre todo con posterioridad a 1945–. Para tener una idea de lo que se desea remarcar, la producción de cemento se multiplicó por 60 entre 1926 y 2012, la de acero por 10 entre 1943 y 2012 y la de cobre por 34 entre 1900 y 2012. Para cada uno de estos productos básicos, no se tienen estadísticas de producción previas a las fechas indicadas. A pesar de ello, estas cifras muestran que el consumo medio por habitante de estos productos se incrementó de modo vertiginoso a raíz del modo de urbanización propio del estilo tecnológico en el que vivimos los últimos setenta años.

44Lo importante, sin embargo, es que cada uno de estos productos –y sus diversos derivados–, forman parte de la corriente anual de creación de riqueza. Una parte de ella queda como riqueza acumulada en el tiempo. A su vez, una proporción de la misma no es de apropiación privada en sentido estricto, ni tampoco tiene carácter reproductivo. Al contrario, es condición para la posterior creación de flujos de riqueza y nueva acumulación basada en otras actividades de posible valor no equivalente ni en su magnitud absoluta, ni en su composición entre capital y trabajo.

45Así, después de la Primera y Segunda Revolución industrial, pero más después de la Segunda Guerra Mundial, estas y otras actividades ligadas a la urbanización pueden ser vistas como variables embebidas dentro de la medición del pbi. He tratado de destacar la importancia de este hecho en diversos trabajos previos (Kozulj, 1997, 2001, 2003, 2005 y 2011). No obstante, sin que haya logrado permear en lo más mínimo las graves cuestiones que plantea dicho enfoque para la sostenibilidad de las corrientes de creación de riqueza en sociedades modernas.

46Sobre este tema en particular deseo poner énfasis, pues las actuales formas de urbanización son una importante parte del crecimiento del pbi –y de su futuro crecimiento depende aunque sea en parte el del empleo y la distribución del ingreso–. Entonces, explorar más a fondo este vínculo puede aportar claridad al debate de la dinámica futura de creación de riqueza y bienestar. Asimismo, también respecto de la dinámica de la economía mundial desde 1950 a la actualidad. Esto, prestando especial atención al impacto que ha tenido el proceso de modernización y urbanización en China y otros países asiáticos desde 1995 a la fecha. Mejor aún, desde 2003 a 2014.

47El punto a remarcar es, sin duda, que el conjunto de las actividades implícitas en la construcción de grandes ciudades y sus infraestructuras –lo que normalmente puede ser considerado como la parte del producto que corresponde a la inversión bruta fija (ibf) dentro del pbi– tiende a disminuir en su importancia a medida que el proceso de urbanización se consolida. Esto significa que una parte de la actividad industrial pierde dinamismo o aún puede entrar en una prolongada fase de sobrecapacidad respecto a las demandas futuras.

48Por supuesto que, mientras esto ocurre, surgen nuevos productos y servicios. Sin embargo, estos pueden ser insuficientes para emplear a la mano de obra que ocuparon en el pasado. También para crear cantidades de riqueza equivalentes.

49La movilidad de la mano de obra entre sectores supone que el capital humano puede ser homogeneizado, pero esto no es necesariamente así, y menos de forma automática. Del mismo modo, una importante cantidad de equipos y maquinarias se hallan involucrados en actividades como las descritas y hacen al tema de la heterogeneidad del capital. Los procesos de urbanización son esencialmente intergeneracionales.

50Las actividades que suplen a las que decaen pueden ser insuficientes por muchos motivos. Retengamos esto en la mente, pues el estilo tecnológico bajo el que el mundo ha conocido el crecimiento en los últimos sesenta o setenta años, si bien no ha cesado de incorporar nuevos bienes y servicios, puede verse en serios problemas en las próximas cinco o seis décadas. Básicamente, problemas para lograr sostener un crecimiento que permita a una enorme cantidad de personas vivir de un trabajo. Alguna evidencia de ello se presenta en el capítulo 4, dedicado a diversos aspectos del cambio tecnológico.

51Por su parte, el tema no es ajeno a la cuestión de cuánto empleo público y gasto es destinado a mantener fondos de desempleo. Los sistemas no son capaces de soportar esto si las causas del desempleo son estructurales, mientras que los decisores continúan imaginando que se resuelven con medidas coyunturales o que la responsabilidad debe recaer en la creatividad de los individuos –situación que apunta especialmente a aquellos más vulnerables, como los jóvenes–, que los desajustes del mercado laboral se resuelven solo flexibilizando salarios; o que, a tasa de interés cero, siempre habrá proyectos de inversión rentables que a su vez satisfagan los deseos de todos los ciudadanos de un modo óptimo según sus aportes relativos al esfuerzo productivo. En síntesis, el credo dominante de hoy: un Vilfredo Pareto exitoso sobreviviente en el mundo del pensamiento económico.

52Allyn Young (1928) sostiene que «aún con estados estacionarios de población y en ausencia de nuevos descubrimientos no habría más límites a la expansión excepto los que provienen de situaciones donde las demandas son inelásticas y los beneficios no crecen». Razonamientos simples como este deben asumir que los recursos empleados en la producción pueden ser transferidos de una actividad a otra sin mayores dificultades. En economía, aunque este aspecto siempre es remarcado, nunca es analizado con respecto a la rigidez intrínseca de ciertas actividades e industrias: del capital físico y el capital humano. Sin embargo, en honor a este autor, vale mencionar la importancia asignada en su análisis al tamaño del mercado como factor clave del crecimiento.

53De este modo, no se encuentran referencias demasiado explícitas a estos temas en la obra de Piketty –quien creo que podría estar viendo la modernización de China, India y otros como en un simple proceso de catch up13–. Por el contrario, en la obra de Robinson se lo aborda desde una perspectiva que parece ser más ideológica que científica o histórica. Esto es: un enfoque que raya en lo tautológico o en una axiomática poco precisa y no formalizada, encubierta en un discurso pleno de lagunas. Son estas lagunas, a pesar de todo, las que dan algunas pistas útiles:

El peso presente del Partido Comunista y las instituciones extractivas de China nos recuerdan las muchas similitudes entre el desarrollo soviético de los años cincuenta y sesenta y el desarrollo chino actual, aunque también hay diferencias notables. La Unión Soviética logró crecer bajo instituciones económicas extractivas e instituciones políticas extractivas porque asignaba forzosamente recursos a la industria bajo una estructura de mando centralizada, sobre todo de armamento e industria pesada. Este crecimiento fue factible, en parte, porque faltaba mucho por hacer. El crecimiento bajo instituciones extractivas es más fácil cuando la destrucción creativa no es una necesidad. Las instituciones económicas chinas, sin duda, son más inclusivas que las que había en la Unión Soviética, pero las instituciones políticas chinas todavía son extractivas. El Partido Comunista es todopoderoso en China y controla toda la burocracia estatal, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y grandes partes de la economía […] A causa del control del partido sobre las instituciones económicas, el alcance de la destrucción creativa queda fuertemente reducido, y continuará así hasta que se produzca una reforma radical de las instituciones políticas. (pp. 513-514)

54Si se reemplaza el concepto genérico mucho por hacer por otro más específico (como es el arrastre natural de la propia urbanización) como elemento central del dinamismo de ciertas industrias impactando en la creación de nueva riqueza, la destrucción creativa como necesidad se comprende desde otro ángulo de abordaje teórico. Así, este puede cuestionar, sin embargo, en primer lugar, la capacidad del proceso de destrucción creativa en sentido positivo (schumpeteriano) desde su potencial insuficiencia como dispositivo de creación de riqueza (y empleos). En segundo lugar, también su aporte al despilfarro y a la destrucción de recursos y medioambiente (no necesariamente inevitables si existe una visión estratégica de largo plazo que logre ser convincente para crear otra visión del futuro). Finalmente, puede cuestionar una destrucción a secas, repetitiva en la historia y no creativa (propia de las grandes guerras o acotada a un estado de guerra permanente en escalas acotadas).

55En el último caso, la riqueza es destruida en el sentido corriente del término y, en consecuencia, tanto los activos por habitante como el flujo de bienes y servicios, se reducen. En este caso, la pobreza global aumenta bien sea de forma súbita o bien de modo escalonado. Pero la destrucción física para la reconstrucción, multiplicando pequeños planes Marshall, entra en una racionalidad más sofisticada como ha sido posible observar en las últimas décadas.

56Dejemos de lado por un momento otras formas de creación de riqueza (cosas por hacer) tal como pueden ser refugios antinucleares o silos. Así también otras instalaciones que pueden demandar ciertas cantidades importantes de acero y cemento entre otros insumos, junto a equipos de construcción como grúas, camiones mezcladores, palas mecánicas y mano de obra. O bien, la producción de armamentos como otra forma de crear riqueza como flujo anual, pero también como acervo que en algunos casos otorga supremacía militar absoluta o, en otros, esperanzas de librarse de algún tipo de opresión (o quizás de preparación para la defensa).

57Al respecto, cabe decir que ha habido una cantidad de literatura que ha debatido en qué medida las visiones de Marx y Schumpeter respecto al carácter progresivo, pero también destructivo del capitalismo, se basan o no en una cierta coincidencia de sus enfoques teóricos. John E. Elliott (1980) explora el tema y remarca las diferencias entre ambos autores: mientras que Marx se esforzó por mostrar que el capitalismo se autodestruiría por sus propias fallas económicas, Schumpeter creyó más bien en que la incapacidad de supervivencia del capitalismo residía en sus propios éxitos económicos (basados en la destrucción creativa como capacidad de innovación tecnológica en lo cual los empresarios son clave), mientras que minaba las instituciones que lo sostenían conduciéndolas hacia el socialismo. Por su parte, Nathan Rosemberg (2011) explora también este punto, preguntándose si Schumpeter era marxista. Esta duda surge debido al énfasis puesto por el economista austríaco en la progresiva transformación del capitalismo en socialismo, con el acento puesto en el retraso de las instituciones respecto a la realidad económica que les dio lugar. A la vez, ambos trabajos referidos a Marx y Schumpeter reciben críticas. Uno, porque no cree razonable establecer similitud sobre aspectos coincidentes en una comparación (Foster, 1983) y otro (Kurz, 2013), porque enfatiza –a diferencia de Rosemberg– que Schumpeter veía el origen de los beneficios de modo diferenciado de la explotación de la fuerza de trabajo.

58En síntesis, aunque este debate podría ser apasionante –y la bibliografía citada es demasiado especializada– aquí toma relevancia solo en tanto en el enfoque más reciente de Piketty, el carácter evolutivo del sistema y el largo plazo vuelven al centro del ruedo. Además, las bondades de la destrucción creativa no aparecen demasiado cuestionadas salvo que, cuando el autor supone que el crecimiento se desacelerará a largo plazo, se manejen hipótesis implícitas no relevantes en el contexto del relato. En todo caso, el énfasis de Piketty en los mecanismos de reparto de la riqueza mediante instrumentos institucionales y fiscales lo pone en el bando de aquellos que no miran demasiado el lado físico y estructural de la oferta. En tal sentido, fomenta una visión peligrosa en tanto se independiza implícitamente la distribución de la riqueza respecto de las formas de su creación concreta y de su capacidad para generar ingresos. A su vez, ello le acarrea bofetadas acerca de su calidad intelectual mediocre, en tanto se lo ve como un portavoz izquierdista en favor de dar soporte a los indignados. En términos de aporte a la teoría económica: bien poco de ambos lados. Tanto menos respecto de recetas de política concreta en un mundo que solo se debate entre políticas de ajuste versus aquellas que suponen expansión de la demanda y la consiguiente reacción de los mercados.

59Para poder abordar estos temas de un modo más esclarecedor, se volverá nuevamente sobre la cuestión de la urbanización como variable embebida en la propia medición de la riqueza. Este aspecto es importante debido a que las discusiones en torno a si el desarrollo es el factor que explica la urbanización (Tolley, 1997), o si esta última explica el crecimiento (Henderson, 2004), tiene diversas miradas –y comprende una serie de argumentaciones de distinta complejidad–. También, dado que es reveladora del peligro de utilizar conceptos teóricos cuyos principios de transposición al campo de lo fáctico (empírico) omiten el consejo dado por Schumpeter respecto a comprender cómo se construyen las estadísticas. En este caso: la transposición de conceptos como productividad. Nociones medidas a través de indicadores agregados, de cuyos valores suelen inferirse conclusiones generales que pueden ser erróneas y, por lo tanto, pueden conducir a malas recetas de política con graves consecuencias.

60Pero, además de lo anterior, porque las discusiones en torno a la destrucción creativa, progresividad del capitalismo, transformación de este último en socialismo y las severas preguntas sobre la sostenibilidad y sustentabilidad del crecimiento económico suponen considerar al sistema socioeconómico como un sistema no solo dinámico, sino fundamentalmente evolutivo. Esto, si se entiende que la propia evolución se comprende como algo que incluye siempre destrucción y creación. Así también, que ligado a ello se tienen en paralelo transformaciones biológicas, sociales, culturales y de toda otra índole a su vez también evolutivas. La constante mutación del concepto mismo de riqueza –tanto como su composición y distribución– no es de ningún modo ajena a la propia del proceso de urbanización que ha caracterizado tanto a las sociedades capitalistas como a las comunistas y socialistas del siglo xx y lo que va del xxi. Este hecho parece hallarse un tanto oscurecido precisamente a causa de tratar el tema en pares dicotómicos. Es decir, paridades abstractas como libre mercado-democracia, planificación-socialismo, intervencionismo-estatismo. También, buscando erróneamente causas de éxitos económicos y convergencia entre naciones a partir de conceptos que presuponen estilos tecnológicos y de vida no totalmente divisibles, o bien utilizando variables agregadas con significados fijos en el tiempo a pesar de los necesarios cambios que presupone el desarrollo económico.

61De la fisiología se ha aprendido que el crecimiento puede ser representado por una curva sigmoidea (algo muy similar a una curva logística). En esta, primero se produce un crecimiento lento, seguido de un alto índice de desarrollo, apoyado por el efecto de las hormonas sexuales. Seguidamente, el índice de crecimiento suele ser muy reducido hasta alcanzar el grado de madurez somática o detención del crecimiento. Si se intenta extender esta lógica a los distintos tejidos de un organismo, se verá que hay algunos (tales como el tejido óseo) que se comportan de modo distinto al de otros. En los tejidos que renuevan su población celular, las células poseen una vida muy corta. Son así sustituidas rápidamente por nuevas células procedentes de los estratos germinales indiferenciados. Las neuronas o músculo esquelético y cardíaco no proliferan más allá de ciertas etapas del desarrollo.

62Es curioso que, siendo esto un hecho comprobado en biología, no haya inspirado a la corriente evolutiva en economía a percibir la creación de riqueza como concepto dinámico. Criterio cuya composición interna varía más allá de la consabida tríada agricultura-industria-servicios.

63Si la metáfora tiene sentido, lo que se quiere decir es que, precisamente, el tejido óseo puede tener más analogías con la infraestructura urbana. Mientras tanto, la lógica de los tejidos de rápida renovación de población celular puede tener mayor analogía con la innovación acelerada y la destrucción creativa. Subsiste, sin embargo, una diferencia sustantiva: en los organismos biológicos se tienen como motores del crecimiento la carga genética (adn) y la alimentación. ¿Qué analogía sería válida para el caso de un sistema socioeconómico? Esta no es una pregunta que busque ser contestada. No obstante, se desea mostrar alguna evidencia respecto a la importancia de omitir de la discusión sobre el crecimiento el hecho de que la urbanización se halla embebida en este crecimiento y en su medición.

Notes de bas de page

1 Joseph Alois Schumpeter (1883-1950): economista y sociólogo austríaco. Su obra es una de las más vastas que se han producido en el siglo xx, con gran influencia en el pensamiento económico y las ciencias sociales en su conjunto. Uno de los conceptos introducidos por Schumpeter que más influencia ha tenido es el de innovación. Es autor, entre otros trabajos, de Teoría de la evolución económica (1912), Ciclos económicos (1939), Capitalismo, socialismo y democracia (1942), Historia del análisis económico (1954) y el ensayo Diez grandes economistas: de Marx a Keynes (1951).

2 A modo de ejemplo, la Iniciativa Minerva cuenta entre sus proyectos uno de la Universidad de Cornell: Tracking Critical-Mass Outbreaks in Social Contagions, que intenta modelar el comportamiento de los procesos de descontento civil y comprender los fenómenos de masa crítica en ellos. Colaboran también la Universidad Johns Hopkins (Laboratorio de Física Aplicada) y la Oficina de Investigaciones Científicas de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Este proyecto, lanzado en 2008 es de defensa, y se propone estudiar distintos aspectos socioculturales en más de 50 países que se consideran vitales para los intereses de los Estados Unidos. Otros proyectos, como Understanding the Origin, Characteristics, and Implications of Mass Political Movements, persiguen propósitos similares.

3 Angus Madison (1926-2010) fue un economista inglés especializado en historia macroeconómica cuantitativa, se dedicó a construir series de largo plazo del producto bruto interno y de otras variables vinculadas a crecimiento y desarrollo. Fue profesor emérito de la universidad de Groningen y creador del grupo que construyó vastas bases de datos de uso público.

4 La relación que utiliza es capital nacional en Europa expresado como porcentaje del ingreso nacional anual.

5 Para el caso de Francia, en las figuras 3.5 y 3.6, Piketty lleva la estimación desde 1700 hasta 2012 (2013, p. 144).

6 Según la teoría marxista de la crisis, a medida que crece la competencia entre los capitales, crece también la inversión en capital constante (parte del capital inicial destinada a la compra de medios de producción), que reduce la inversión en capital variable (parte destinada a la reproducción de la fuerza de trabajo). De esta manera, aumenta la composición orgánica del capital: aumento en capital constante y una reducción en la inversión en capital variable, es decir, no inversión en la reproducción de la fuerza de trabajo, única mercancía productora de valor. De esta manera, este movimiento ocasiona la caída de la tasa de ganancia del capital en su conjunto, que es definida como la proporción entre la plusvalía y la suma del capital constante y el capital variable. Esta caída provoca lo mismo en la masa de ganancia por la superproducción de capital. Al bajar la ganancia, se reducen las inversiones y, por lo tanto, el empleo y el consumo de maquinarias, materias primas y artículos de subsistencia. Se multiplica así el efecto depresivo, expandiéndose a otras ramas de la industria. La baja de la tasa de ganancia se contrarresta mediante la destrucción de capitales, bien sea física, por la guerra, o meramente económica, por la competencia.

7 En la citada obra de Piketty, se designa con r a la tasa de crecimiento de los ingresos del capital y g a la tasa de crecimiento del producto anual. El razonamiento de este autor parte de considerar que, si por ejemplo r = 5 % y q = 1 % (anuales ambos) y, si el ahorro de los que derivan su ingreso de r fuera solo una quinta parte, ello equivaldría a asegurar que la riqueza heredada crece más rápido que la riqueza anual producida por el conjunto de la sociedad en un año. De allí que si estas diferencias se mantienen, el capital heredado va a ser creciente generación tras generación. Además, los ingresos provenientes de la riqueza creada serán por lógica superiores a la riqueza por generar. Sin embargo, no profundiza respecto a los requisitos para que las rentas r puedan ser pagadas por el resto de la sociedad. De hecho, aunque el razonamiento es impecable, si g se estancara totalmente o fuera negativa, la desigualdad crecería por definición. Piketty afirma que esto es lo que ocurrió en Francia entre 1820 y 1913 y, por lo tanto, es un hecho histórico. Sin embargo, los motores de crecimiento de ese período se basaron en un estilo tecnológico muy distinto al de 1950-2013. Por otro lado, aunque es cierto que desde 1970 o 1980 g tiende a disminuir y r a crecer, este otro hecho histórico está aún hoy escribiéndose. Es decir, no nos aclara nada acerca de en qué se convierte la quinta parte de r ahorrada y que productividad (g) tiene. Puede que este razonamiento no le interese a Piketty, pues su intención está puesta en mostrar la posibilidad histórica de una creciente desigualdad en el siglo xxi y la importancia de las instituciones que pueden limitar la renta excesiva del capital para que ello no sea una realidad. Pero está lejos de formular un modelo que incluya el comportamiento económico en un sistema completo, como Marx, los neoclásicos y, en cierto modo, los keynesianos, lo hicieron.

8 Nassau William Senior (1790-1864) fue el primer profesor de Economía Política en Oxford. Por otra parte, fue uno de los más influyentes economistas y reformadores del siglo xix, que actuó en varias ocasiones como asesor del gobierno británico.

9 Cf. Puttaswamaiah, 2001.

10 Estos autores afirman que, bajo determinados supuestos económicos (preferencias convexas, competencia perfecta e independencia de la demanda), debe existir un conjunto de precios tal que las ofertas agregadas sean iguales a las demandas agregadas para cada bien en la economía.

11 Piketty (2013) tiene en claro esta parte del problema, es decir la mutabilidad de la composición interna del pbi, que se compone de bienes distintos a lo largo de la historia. Sin embargo, no vincula nunca este tema con el que se desea remarcar y que se refiere a la conversión de riqueza como flujo en riqueza como stock y vinculado a la inflexibilidad tecnológica, al capital humano y a las consecuencias para la distribución de ingresos y riqueza. Ver páginas 107 a 109, apartado «El crecimiento: una diversificación de los modos de vida» en el capítulo 2.

12 Por estilo tecnológico me refiero al conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales vinculados a la producción de bienes y servicios propios del moderno estilo de vida urbano que se fueron desarrollando desde la posguerra hasta el presente.

13 El catch up es un proceso de captura (o incorporación por compra o desarrollo) de tecnología que realizan los países menos desarrollados desde los países más avanzados. Ello les permite conformar estructuras productivas más modernas y –dependiendo de las circunstancias– lograr ser más competitivos en el mercado mundial.

Précédent Suivant

Le texte seul est utilisable sous licence Creative Commons - Attribution - Pas d'Utilisation Commerciale - Pas de Modification 4.0 International - CC BY-NC-ND 4.0. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.