Introducción
p. 21-32
Texte intégral
1El objetivo de este trabajo es plantear una hipótesis respecto del estancamiento de las economías en desarrollo que, como consecuencia, suelen quedar atrapadas en lo que la literatura ha denominado como la trampa de los países de ingresos medios. Es decir que se referirá a aquellos países que logran crecer por un tiempo y luego, o bien se estancan, o bien comienzan a empobrecerse. La hipótesis es sencilla. Los procesos de urbanización ocurridos en los países en desarrollo entre 1950 y la actualidad han formado parte de lo que denominamos flujo anual de creación de riqueza. Sin embargo, una vez saturados estos mercados vinculados a las actividades propias de la construcción de ciudades y su infraestructura, las posibilidades de lograr el reemplazo del valor creado por ellas a partir de otras actividades son muy bajas en la mayoría de los casos.
2El estancamiento de las industrias relacionadas a la construcción trae aparejada la destrucción del capital humano que ellas formaron en su etapa activa. Se trata de un capital humano que no requería de grandes calificaciones ni inversiones educativas para poder progresar materialmente. Los herederos de esta situación son, en mayor parte, la primera generación urbana de padres de origen rural o bien segunda generación de población pobre urbana. En ellos se ve una dualidad. Si bien han tenido la suerte y la desgracia de nacer en un ámbito más opulento que sus progenitores, se encuentran con menos oportunidades que estos para lograr una inserción exitosa en la sociedad. Además, tampoco han conservado o adquirido los hábitos de trabajo propios de la vida rural.
3Las crecientes transformaciones tecnológicas y productivas tienen un mayor ritmo de crecimiento en comparación con las capacitaciones laborales necesarias para obtener una ocupación que proporcione ingresos razonables. Esto es más cierto aún para hijos de padres con bajo o ningún grado de escolarización. A su vez, la propia innovación tecnológica puede ser insuficiente y hasta una trampa para mejorar la productividad media de la economía. Las razones, que serán claramente explicadas en este libro, pueden resumirse en los siguientes párrafos.
4Como punto de partida, se observa que la mayor parte de los países en desarrollo no tiene capacidad suficiente para generar innovaciones. Esto sucede debido a la asimetría que se fue constituyendo entre los países desarrollados y el resto del mundo. Este proceso histórico abrió la brecha en términos de aprendizaje previo, equipamiento, capacidad de inversión y capital humano. Además, la presencia de casas matrices de empresas transnacionales en aquellos supuso una pauta de industrialización e innovación bastante acotada.
5De este modo, para explicar el actual estado de cosas en el mundo respecto de las dificultades económicas y de las desigualdades observadas en el grado de desarrollo de diversas naciones, han predominado dos visiones. Una de ellas, meramente distribucionista, ve a las etapas doradas del capitalismo del siglo xx como una verdadera excepción en un mundo que siempre ha sido profundamente desigual. Por esta razón, el incremento de la inequidad en siglo xxi sería casi inevitable de no mediar grandes transformaciones institucionales o revoluciones. Un ejemplo claro de esta postura se halla en la obra de Thomas Piketty1 (2013): El capital en el siglo xxi, cuya difusión ha sido formidable.
6La otra visión enfatiza el carácter extractivo de las instituciones públicas y políticas como principal causa del fracaso de ciertas naciones no desarrolladas. En este último caso tenemos como emblema la obra de Daron Acemoğlu2 y James Robinson3 (2012): Por qué fracasan las naciones, también de enorme publicación a escala global.
7Ambas visiones –nacidas de autores vinculados de diferentes formas al Instituto Tecnológico de Massachusetts–, ignoran ciertos hechos básicos y cuentan una historia incompleta, cuando no sesgada. Esto impide, como consecuencia, comprender las problemáticas del mundo en desarrollo desde una perspectiva más concreta.
8El problema no radica solo en que malos diagnósticos conducen a malas recetas de políticas públicas, sino también en la pobreza del debate teórico. Especialmente aquel sobre política macroeconómica, que parece desvinculado respecto del desarrollo sustentable, acotado principalmente a la dimensión medioambiental. Se observa, entonces, que los temas se discuten con ausencia de contexto, o bien uno determinado domina todo el discurso. Esta aproximación omite tanto el carácter evolutivo de los sistemas socioeconómicos como los plazos de distinta duración de este proceso. Así, todo se ha vuelto confuso, fragmentado y las formalizaciones de la economía se sostienen sobre preconceptualizaciones construidas sobre realidades mucho más simples, hoy casi inexistentes.
9Frente a este panorama, recetas simples como las que se sugerirán en este trabajo chocarán sin duda con prejuicios de todo tipo. Hablamos, por ejemplo, de diseñar las políticas redistributivas ligadas a cadenas de valor vinculadas a la creación de sustentabilidad en ámbitos urbanos a través de empleos masivos de baja calificación inicial. Ante esto, se verán recelos que van desde la opinión de que ello equivale a subsidiar el desempleo hasta otros que verán en tal alternativa una condena a la baja productividad. ¿Por qué se debe emplear mano de obra para procesos donde la tecnología puede ahorrarla y liberar recursos para crecer más? Por ejemplo, ¿para qué utilizar mucha mano de obra para controlar el estacionamiento en ciudades congestionadas si esta actividad puede ser automatizada? ¿Para qué utilizar mano de obra en mantenimiento de parques y aceras si esta mano de obra podría ser empleada en actividades más rentables vinculadas a nuevas tecnologías? Si bien las respuestas serán desarrolladas a lo largo de este trabajo, adelantamos que el argumento se basa en algo muy concreto: ni el capital físico ni el humano son fácilmente sustituibles en plazos que, lejos de ser breves, son prolongados. Ello afecta no solo al supuesto básico de la movilidad de los factores, sino también a que por esa idéntica razón los mismos factores sufren mutaciones y dejan de tener los mismos atributos a lo largo del tiempo. Nótese que aún en países como los que constituyen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde u oecd por sus siglas en inglés) la formación de capital aportado por la construcción de viviendas privadas y la inversión pública (o infraestructura básica) era del 50-60 % de la inversión nacional entre 1960 y 1970, mientras que entre 1990 y 2001, esta cifra se redujo a apenas un tercio.4 La diferencia en esos países es que la inversión privada no residencial continuó creciendo, precisamente debido a sus ventajas en innovación y dominio de mercados globales y financieros. Esto es algo que la mayor parte de los países no se halla en condiciones de imitar, disputar, replicar o sustituir con actividades privadas que absorban empleo.
10Con esto se plantea que, si las actividades vinculadas al desarrollo urbano se reciclan hacia la construcción y reconstrucción de ciudades sustentables como uno de los núcleos básicos de las nuevas actividades a escala global, se tendería a resolver en gran parte el problema del desempleo estructural. Es por eso que la sustentabilidad requiere, en los países en vías de desarrollo, incorporar no solo tecnologías sino generar también procesos continuos de refacción, mantenimiento, parquización y otras tareas que requieren de mucha mano de obra de baja calificación. Estas actividades, vinculadas al mantenimiento urbano y a la transformación de ciudades, permiten que la sustentabilidad abarque el conjunto de dimensiones que supone. Estas van desde el derecho de las generaciones futuras a disponer de recursos naturales y un medioambiente no degradado, hasta su oportunidad de ser insertadas en el mercado laboral. Es decir que el concepto de sustentabilidad incluye respetar el derecho integral a la vida y favorecer el progreso material. Esta vía facilita también que las innovaciones e inversiones puedan ser abordables para países con menor desarrollo relativo. Además de propiciar niveles de consumo sostenible, suficiente y vinculado con la dignidad.
11Unos verán esta propuesta, sin duda, como un gran rodeo para justificar nuevamente a John Maynard Keynes o una versión imitada del New Deal. Otros, como un velado intento de reformular el socialismo en el siglo xxi, o como una utopía irrealizable. Otros más pondrán reparos al pacto fiscal mundial que tal esquema supondría y no faltará quienes encuentren en este texto un intento de justificar al capitalismo y solicitarle sea racional en pos de su propia supervivencia. En verdad ello es así. A pesar de que la argumentación que se esgrime en este libro no se encuadra en ninguna corriente de pensamiento dominante, lo cierto es que no puede evadir el siguiente conflicto: la disposición para pagar por bienes públicos es distinta de aquella para pagar por los bienes privados. No puede eludir tampoco el hecho de que solo la política puede dirimir este conflicto. Bien lo ha analizado Hannah Arendt al interrogarse sobre qué es la política y al definirla como una actividad humana específicamente destinada a resolver la realidad de la unicidad de cada ser humano.
12Al mismo tiempo, esta argumentación tampoco puede ignorar que no hay posibilidad de que solo la política resuelva los aspectos económicos. Tampoco que la forma concreta de encararlos estará necesariamente contaminada por el acervo de conocimientos que ha aportado el vasto corpus de la ciencia económica. Pero además, ciertamente la economía por sí tampoco es totalmente autónoma respecto del mundo de los valores. Es decir, de la interpretación de cuál es el valor que un ser humano asigna a otro, ni cómo de ello puede depender el bienestar general.
13Esta complejidad nos lleva sin duda más allá de lo que una obra puede abarcar sin asumir aspectos que conllevarían a una profunda discusión acerca de las distintas concepciones del ser humano. Así también, del conjunto de motivos que determinan sus conductas, del peso de la carga biológica y de la carga cultural en los procesos evolutivos, entre otros.
14Sin embargo, no es casual que sea en tiempos como los actuales, tras casi siete décadas de expansión económica a escala global, que emerjan preguntas que antes no parecían necesarias.
15Es así que en épocas de crisis profundas, el avispero político, económico y social suele agitarse. Sin embargo, si no surgen nuevas ideas o enfoques, lo más probable es que se produzca una innumerable proliferación de análisis, recetas, opiniones y controversias que, en general, son y serán más de lo mismo (o versiones ligeramente modificadas de viejas recetas). La situación es peligrosa pues produce debates estériles que conducen a políticas y preferencias ideológicas pendulares, lo que no contribuye ni a consolidar ni a sostener el bienestar con algún grado de equidad y sustentabilidad. Cuando este debate se sale del estrecho sendero que atañe a las correcciones de política macroeconómica, como lo es por ejemplo el que surge entre partidarios de ajustes en las cuentas públicas y los que lo rechazan –campo generalmente acotado a políticas monetarias y fiscales–, los paradigmas en pugna podrían volver a ser dos.
16Por un lado, se encuentra la idea de que se necesita un cambio radical del sistema –como definición imprecisa, ambigua y multifacética–. Por otro, la falsa creencia de que las políticas con mayor énfasis en los mecanismos de mercado, la creatividad individual y empresarial asegurarán –crisis superada de por medio– un sendero de crecimiento. Se concibe, además, que este finalmente reflejará el resultado de lo que cada cual, cada nación y el mundo como un todo, sea capaz de alcanzar según méritos individuales y empresariales unidos en una suerte de receta única respecto de las necesarias mejoras de las instituciones políticas. El debate culmina así cerrándose bien sea en corrientes anticapitalistas –que pueden o no remitir al pensamiento marxista y su visión del inexorable fin del capitalismo–, o en una continua reedición de recetas de políticas para corregir algo tan difusamente definido como fallas de mercado. Sin embargo, vale decirlo, este debate no ha avanzado mucho en los últimos cien años. Tampoco las experiencias de socialismos reales han sido lo suficientemente exitosas como para sostenerse. Esto ha sido posible solo bajo distintos grados de supresión de libertades individuales y niveles de vida que muchos pueden considerar no razonables frente a las oportunidades que ofrecen hoy el progreso tecnológico y el conocimiento humano. Por otro lado, siquiera ha existido una profunda autocrítica de esos socialismos reales. Ciertamente, en su caída participaron tanto fallas políticas, económicas y de planificación, como una proactiva ideología que exacerbaba las virtudes del libre mercado y las siempre supuestamente perniciosas intervenciones estatales. El debate ha quedado oscurecido sin necesidad pues, dentro de lo que cabe, siempre es posible intentar acercarse a una relativa objetividad basada, al menos, en alguna clase de evidencia empírica.5
17En el campo opuesto, los partidarios del pensamiento único procapitalista o el neoliberalismo, continúan confiando en las fuerzas del mercado autorregulado, a pesar de las numerosas críticas a sus supuestas virtudes tras los fracasos registrados desde 1990 a la fecha. Un caso paradigmático lo constituye por ejemplo Joseph Eugene Stiglitz,6 a pesar de sus virajes ideológicos y teóricos. Sin embargo, esta crítica a las fallas de este tipo de mercados se ha multiplicado tanto a nivel de la divulgación popular, como en distintos abordajes teóricos, los que han mostrado la debilidad teórica del enfoque neoclásico. Una debilidad que ciertamente ha sido difícil de negar pero que no por ello ha dejado de ser la base de las ideologías dominantes. Esto, al punto tal de que el mismo concepto de democracia es cada vez más remitido al de libre mercado. Aunque esta postura ideológica se ha debilitado tras la crisis mundial de 2008-2009, lejos se encuentra de ser una ideología derrotada.
18Se puede afirmar entonces que no solo en el campo teórico sino también en el de las políticas concretas reina un clima caracterizado por la fragmentación. Así también, por pocos intentos de repensar la Agenda Mundial para el Desarrollo Sustentable y Sostenible desde un punto de vista que no sea el dirigido por las distintas instituciones nacidas de Bretton Woods. En definitiva, del conjunto de instituciones del sistema de las Naciones Unidas, fruto del reordenamiento del mundo en la segunda mitad del siglo xx. Al respecto, cabe decir que este último discurso, cuidadosa y metódicamente articulado en torno al desarrollo sustentable, presenta en ocasiones fuertes inconsistencias que solo la retórica disimula. Esto, sin que de la aplicación de sus recomendaciones e instrumentos surja una solución a uno de los problemas más acuciantes del siglo xxi: el empleo y la consecuente equidad.
19Aun cuando de modo enunciativo estos temas son considerados, subyace la idea de que los mecanismos de mercado junto con cierta intervención del Estado podrían resolver esta problemática mediante políticas focalizadas y bien diseñadas. Puede que esto último no sea erróneo. Sin embargo, el énfasis es puesto mayoritariamente en temas ambientales, equidad de género, papel de la sociedad civil y de las comunidades indígenas, más que en la creación de flujos de producto que permitan absorber la mano de obra joven y de futuras generaciones para que estos puedan alcanzar niveles de vida dignos. Pocas veces el foco explícito es puesto en el gran problema de la pobreza y marginalidad urbana. En su lugar, suele ser tratado por fuera y como un problema de hábitat, desvinculado de la propia lógica de la modernización, urbanización y del funcionamiento del sistema productivo. Tal vez la excepción lo constituyan recientes estudios de la Organización Internacional del Trabajo (oit) sobre política industrial y empleo. Sin embargo, ni sus conclusiones son suficientemente robustas, ni tampoco se percibe con claridad su nexo con los demás aspectos del desarrollo sustentable y del conjunto de políticas que estos organismos proponen.
20Tras la reciente desaceleración del crecimiento de la economía mundial –y luego de que el mundo disfrutara por primera vez, desde los años dorados del capitalismo, un período de prosperidad sin precedentes7–, los viejos y siempre presentes fantasmas del desempleo creciente vuelven al centro del ruedo con más fuerza que nunca. Por un lado, la mayor parte de las naciones no desarrolladas continúa manteniendo una elevada dependencia de la demanda mundial de algún tipo de materia prima básica o recurso natural. Por otro, la caída de los precios de dichos recursos puede hacer retroceder los procesos de reindustrialización, de creciente oferta de servicios y de expansión del gasto e inversión pública alcanzados después de 2003. Esto, en un importante conjunto de países que lograron así mejorar sus índices de desarrollo humano y posibilidades de crear nueva riqueza. También, aunque no en todos los casos, se registraron en el período 2003-2007 mejoras distributivas y una equidad mayor, insuficiente sin embargo para reducir la pobreza extrema, el crecimiento de tugurios y la marginalidad urbana y rural. En estos casos, la reciente caída en los precios de las materias primas –minerales, energéticas, alimentos u otras– amenaza con hacer retroceder aquellos logros.
21Como consecuencia, se generan fuertes temores acerca de que nuevos e irreversibles procesos de destrucción de capital humano vuelvan a acelerar los procesos de creación de pobreza, con consecuencias intergeneracionales difíciles de revertir. Un cuadro así difícilmente no desemboque en violencia, corrupción y disgregación social, situaciones que profundicen procesos iniciados ya a fines de los setenta. Del mismo modo se percibe una redefinición geopolítica, donde la tendencia al regreso a un mundo unipolar reduciría todavía más las posibilidades de alcanzar un desarrollo sustentable, inclusivo y más equitativo.
22Por otra parte, en muchos de los países desarrollados, especialmente los de grado intermedio de Europa, la creación de empleos es escasa cuando no negativa. Los casos de España, Grecia, Portugal y muchos otros han sido emblemáticos. Las respuestas desde el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Central Europeo y otras instituciones financieras se han mantenido muy próximas a la inflexibilidad y a una extemporánea ortodoxia, solo explicable por el dominio alcanzado a escala global por el sistema financiero internacional. Por ejemplo, que el paquete de rescate a Grecia solo contemple que una cuarta parte del mismo se destine a inversiones, es una clara muestra de que la prioridad la constituye, en el mejor de los casos, el saneamiento del entorno macroeconómico. Esto, bajo la creencia de que de tal saneamiento se producirán nuevas inversiones incentivadas por los mecanismos de mercado. Otros verán esto, tal vez, como una nueva oleada concentradora de riqueza liderada por los países más ricos o, mejor dicho, por las élites de esos países.
23Pero a la vez, las políticas de expansión monetaria –aconsejables en términos de los enfoques neokeynesianos– deben hacer frente tanto a problemas inflacionarios internos, como al modo de lograr paridades del tipo de cambio competitivas. Esto es así, pues el grado en que cada economía depende de los intercambios en el comercio internacional es hoy mucho más importante que treinta, veinte o diez años atrás. La posibilidad de alcanzar una prosperidad razonable en una economía cerrada es actualmente una opción difícil, pero también lo es para la mayor parte de las naciones lograr una inserción favorable en el comercio mundial. Lejos se está de poder sostener el proceso de convergencia que se había iniciado en 2003 y que comenzó a tambalearse tras la crisis de 2009. Situación que fue acentuándose más hacia fines de 2014 en muchas economías emergentes y en otras que se beneficiaron de aquel contexto nuevamente dorado.
24Cuando, como en el caso de la Unión Europea (ue), las políticas monetarias se hallan ancladas a una moneda única (en este caso es el euro), los grados de libertad se reducen enormemente y la única salida es el endeudamiento. Por consiguiente, la cuestión pasa por una negociación política cuyo vector no es tan solo impedir un creciente clima social turbulento e inmanejable. Por el contrario, lo es también evitar que la demanda de los productos de países más industrializados como Alemania y Francia decaiga trasladando el ajuste al conjunto del bloque. Pero el endeudamiento requiere activos en garantía y, ¿cuáles serían estos en un mundo donde la concentración de la propiedad ya es elevada? ¿Cuál sería el horizonte de estos mecanismos para resolver el tema de fondo?
25En este nuevo mundo se han ido generando así las condiciones donde predominan dos poderosas fuerzas industriales dispares. Cada una, además, con elevado grado de control sobre el mundo global: los Estados Unidos y China. Pero ello no significa un mundo bipolar ni tampoco multipolar.
26La crisis financiera de los Estados Unidos fue precedida sin duda, como se verá en este trabajo, por una desaceleración de las importaciones de maquinaria y equipo que China demandaba a las industrias de los países desarrollados. Sin embargo, ha servido a los Estados Unidos para convertir nuevamente su moneda en la única de respaldo de los Bancos Centrales de todos los países. Aquellos que mantuvieron una parte de sus reservas en euros han perdido cerca del 30 % de su valor tan solo entre 2008 y 2015, desalentando la demanda mundial de esa moneda. Aunque el dólar se ha devaluado también desde 2008 a la fecha en magnitudes difíciles de calcular con precisión,8 continúa siendo –como tras Bretton Woods– la única moneda de demanda mundial para atesoramiento. Por lo tanto, aun cuando la economía de China es hoy la mayor a nivel mundial después de los Estados Unidos –y es incierto si será la mayor en unas décadas9–, el yuan difícilmente pueda amenazar el privilegio que tiene ese país, como ocurrió en el pasado con el yen. Este privilegio es el de ser el único país con pocas restricciones para continuar emitiendo moneda sin necesariamente producir un nivel significativo de inflación de precios. Este papel único, junto a la supremacía militar casi absoluta basada en nuevas y poderosas tecnologías, hace que una economía con serios problemas estructurales y con un gigantesco endeudamiento pueda regir el sistema financiero internacional. Así como imponer y monitorear el desarrollo, su curso y características en numerosos países. Esto, por no aventurarse a decir del mundo entero.
27Por consiguiente, esta situación que transitoriamente pareció relajarse durante el período 2003-2007, parece ahora hallarse nuevamente como uno de los principales obstáculos para alcanzar una razonable convergencia entre los países en vías de desarrollo y los ya desarrollados. La profundización de la apuesta de desregular más mercados está a solo un paso. Ya se han visto nuevas modalidades de la actividad de servicios de transporte basadas en las telecomunicaciones, como por ejemplo con Uber. Esto puede favorecer a los consumidores pero a la vez disminuir ingresos medios e incrementar los más concentrados. Casos como estos se aprecian también en otros servicios, como ocurre con la nueva industria cultural y publicitaria. Se ve cómo se montan negocios sobre redes construidas por terceros, que generan rentas millonarias concentradas con muy bajos grados de inversión, reinversión y creación de empleos o trabajos con ingresos estables.
28Por su parte, y al ser la segunda mayor economía del mundo, es muy probable que China continúe creciendo. Sin embargo, progresivamente menos que en las últimas décadas. Y es que, como se explicará en este trabajo, su crecimiento ha tenido dos vectores fundamentales. El primero es el de sus exportaciones al resto del mundo tras el ingreso a la Organización Mundial de Comercio (omc) en 2001. Esta situación la ha convertido en la gran fábrica del mundo globalizado, tanto por su entrenamiento laboral, disponibilidad de ingenieros y técnicos como por el costo de la mano de obra e inversiones externas. El segundo vector es el propio proceso de urbanización que aconteció de modo previo y también pari passu con este proceso de modernización industrial. Como se argumentará, este último factor ha constituido tanto un motor del crecimiento interno como de la demanda de toda clase de materias primas, insumos y maquinaria y equipo al resto del mundo.
29Sin embargo, la propia dinámica de estos procesos de urbanización tiende a crear una sobrecapacidad estructural que es precedida por el decrecimiento en valor absoluto del flujo de nuevos migrantes desde áreas rurales a urbanas (Kozulj, 1997, 2001, 2005). Si bien la continuación de las reglas de política centralizada, el uso del régimen del hukou10, el proceso de migración excedente podría eventualmente revertirse, ello evitaría solo que las áreas urbanas de China se saturen de tugurios. Esto ha ocurrido en casi todas las ciudades del mundo en desarrollo. Sin embargo, esta política centralizada de control de nuevas migraciones rural-urbanas, no podría evitar entonces una reversión en términos de oportunidades de generar mejores ingresos para esa gente. Ello significaría, en cierto modo, volver a las antiguas políticas propias del período maoísta, las que precisamente fueron dejadas atrás hace más de dos décadas.
30Al mismo tiempo, es ya casi evidente que el mundo ha entrado en una etapa de guerra comercial y de monedas para intentar mantener su crecimiento a través de las exportaciones. Esta situación dejó de ser de suma distinta de cero, en tanto las sinergias del período 2003-2007 parecerían haberse agotado. En un mundo sin crecimiento, bajo las actuales estructuras, reglas e instituciones, lo que unos ganan, otros lo pierden. Por otra parte, la ampliación de mercados para atender las necesidades de los que aún no han accedido a niveles básicos de satisfacción de necesidades, supone dos posibilidades. O bien que los excedentes sean menores, o bien que la generación de nuevos flujos de bienes y servicios (riqueza) permita la inclusión productiva. Es decir, a la necesaria redistribución del ingreso deberá sumarse la posibilidad de que este se vincule al trabajo de los que aún no han accedido a niveles de vida razonablemente dignos. Ello tanto a escala global como en la propia China.
31De este modo, son ahora dos los motores de crecimiento que se han ido frenando. Por consiguiente, el impacto de la desaceleración del crecimiento global añade nuevos problemas para generar flujos anuales de riqueza a nivel global y generar empleos en muchos países. Estos factores se suman además a la creciente productividad causada por avances tecnológicos (como la robótica y la automatización de procesos). Además, el sector de servicios también ha sufrido profundas transformaciones a partir de la era digital y de las telecomunicaciones. Y el valor agregado de ciertos sectores de servicios es exageradamente elevado en relación al empleo que genera, sea en las industrias culturales, servicios de internet, telefonía, sector financiero y de ventas de muchos bienes y servicios.
32Siendo así las cosas, la optimización microeconómica no converge con la macroeconómica. En el caso de las industrias no solo se han vuelto más capital intensivas y menos generadoras de empleos, sino que se percibe una disputa intercapitalista por conquistar mercados. Esta situación se agrega a un entorno de competencia industrial donde se suman grandes economías emergentes y disputas entre ellas mismas.11 Todo ello dificulta percibir un entorno de crecimiento de largo plazo con una razonable división internacional del trabajo y absorción del potencial de empleo excedente. En este contexto, nuevas soluciones son requeridas a nivel global.
33Estas soluciones son especialmente necesarias para los países en vías de desarrollo, ante el riesgo de que sus niveles de vida se deterioren gravemente, se incremente la inequidad, la pobreza y situaciones muy complejas para la gobernanza. Frente a estas situaciones, una nueva profundización de las brechas entre los niveles de vida en los países desarrollados respecto a los que no lo son –y entre grupos sociales constitutivos de la nueva clase media mundial y el resto–, podría estar emergiendo en la segunda década del siglo xxi con un oscuro horizonte por delante. Esto, por supuesto sin que surjan nuevos aportes desde el campo de la teoría y las ideas. Estas contribuciones serían necesarias para impedir una situación que haría cierta la profecía de Piketty respecto al crecimiento incesante de la brecha entre ricos y pobres.
34De allí el título de este libro: Cómo lograr el Estado de bienestar en el siglo xxi. Si bien de ningún modo se pretende responder íntegramente el interrogante, sí se intenta aportar nuevas miradas y aperturas a partir del análisis de dimensiones simultáneas, del uso de una vasta bibliografía de referencia y de importante evidencia empírica. Además de la explicación teórica de ciertos mecanismos evolutivos centrados en los nexos existentes entre urbanización, crecimiento, cambio tecnológico y de capital humano como núcleo duro. A partir de lo cual se pueden comprender mejor tanto las transformaciones ocurridas desde la segunda mitad del siglo xx a la fecha, como la naturaleza de las mismas. También, los desafíos que impone la búsqueda de una agenda que tienda a implementar el desarrollo sustentable a escala global con integración real de las dimensiones que tal concepto supone.
Notes de bas de page
1 Thomas Piketty es un economista francés, nacido en 1971. Su reciente fama a nivel mundial se vincula con la citada obra publicada por primera vez en 2013. Este autor cuestiona de manera radical la hipótesis optimista del economista ruso Simon Kuznets, quien establecía un vínculo directo entre el desarrollo económico y la redistribución de ingresos. Piketty sostiene que cuando la tasa de acumulación de capital crece más rápido que la economía, entonces la desigualdad aumenta; y propone, para evitar lo que denomina un capitalismo patrimonial, los impuestos progresivos y un impuesto mundial sobre la riqueza con el fin de ayudar a resolver el problema actual del aumento de la desigualdad. Desde el año 2000 es director en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales. Actualmente es profesor asociado de la Escuela de Economía de París.
2 Kamer Daron Acemoğlu nació en 1967 en Estambul, Turquía y reside actualmente en los Estados Unidos. Allí es profesor de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Sus principales intereses son la economía política, la economía del desarrollo, el crecimiento económico, la tecnología, los ingresos y la desigualdad salarial, el capital humano, la formación y la economía del trabajo. Sus trabajos más recientes se centran, no obstante, en el papel de las instituciones en el desarrollo económico y la economía política.
3 James Robinson se desempeña como profesor en la Universidad de Harvard y profesor asociado en el Instituto de Ciencias Sociales Cuantitativas y el Centro Weatherhead para Asuntos Internacionales. Sus principales intereses de investigación se centran en el desarrollo económico y la política comparada, con un interés particular en América Latina y el África subsahariana.
4 Datos procesados con información de: Database on Capital Stocks in oecd Countries.
5 Al respecto resulta interesante remitirse, a modo de ejemplo, a un reciente trabajo realizado desde un país que conformaba la anterior Yugoslavia. Ver: elit Economic Laboratory for Transition Research (2012).
6 Joseph Eugene Stiglitz –nacido en Indiana, Estados Unidos, en 1943– es un economista y profesor estadounidense que recibió el Premio Nobel de Economía en el año 2001. Considerado generalmente como un economista de la nueva economía keynesiana, Stiglitz fue durante el año 2008 el economista más citado en el mundo. Es generalmente conocido por su visión crítica de la globalización y de los economistas de libre mercado –o de los que denomina «fundamentalistas de libre mercado»–. Asimismo, se ha convertido en un crítico de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Fundó en el año 2000 la Iniciativa para el Diálogo Político, un centro de estudios de desarrollo internacional con base en la Universidad de Columbia (ee. uu.).
7 La economía mundial creció al 3,8 % entre 2003 y 2007 contra solo 2,8 % entre 1980 y 2000. La tasa de crecimiento entre 1970 y 1979 fue de 4 % anual acumulativo (a. a.).
8 No menos de 65 % a escala global entre 2000 y 2014 si se considera la medición del producto mundial en valores corrientes y constantes y 35 % según índices de precios implícitos en el pbi de los Estados Unidos. Esto implica que, contrariamente a lo esperado, la devaluación del dólar ha repercutido mayormente fuera de los Estados Unidos.
9 Se ha afirmado que China ha superado el producto de los Estados Unidos, cuando este indicador ha sido medido con la corrección según paridad de poder adquisitivo. Sin embargo, en dólares corrientes la economía de China era en 2014 un 57 % la de los Estados Unidos, y cerca de 35 % medida la riqueza anual a precios de 2005 (según datos de unctad, uncatdstat, 2015). Para alcanzar el tamaño de la economía de los Estados Unidos a precios constantes de 2005 deberían transcurrir 20 años con China creciendo al 7 % a. a. y los Estados Unidos solo al 2 % a. a., algo poco probable.
10 El hukou es el sistema de permisos requerido en China para poder migrar desde áreas rurales a urbanas y también entre estas últimas. El término es equivalente a huji, tal como se llamaba a dicho permiso desde tiempos remotos y no solo tras la victoria del Partido Comunista.
11 Desde este punto de vista los aspectos estructurales de la crisis van mucho más allá de los que suelen señalar los reportes como los de ihs, top 10 Global Economic Risks in 2016 [Los diez mayores riesgos globales en 2016]. Estos reportes, aunque identifican con claridad los factores de riesgo de una recesión, carecen del sustrato teórico que explique sus causas.
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Cómo lograr el Estado de bienestar en el siglo XXI
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