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Prefacio

p. 13-16


Texte intégral

1La preocupación por el desarrollo económico a largo plazo ha recorrido una larga historia. Una que coincide con la de una generación: la de los babyboomers o hijos de la posguerra, que es la mía.

2Hacia fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando aún el Estado de bienestar no parecía encontrarse cuestionado a escala global, las preguntas dominantes eran varias. Unas apuntaban a la cuestión de la finitud de los recursos, otras a los estilos de consumo o a las peculiaridades tecnológicas y de producción. Eran tiempos de grandes preguntas y transformaciones económicas y culturales, de enfrentamiento entre los paradigmas capitalista, socialista y comunista. El uso de modelos matemáticos se expandía tanto para proyectar futuros catastróficos, como alternativos y esperanzadores; crudo realismo y utopías. Por eso mismo, también como propaganda política. Sin embargo, en ninguno de ellos había mucha teoría económica. Ella discurría por otros andariveles y los paradigmas que marcaban estas discusiones eran los provenientes de los neoclásicos, de los keynesianos y de los marxistas. No mucho más, tal vez algo de Joseph A. Schumpeter, toda vez que el papel de la innovación tecnológica asomaba como un factor específico del crecimiento económico cada vez más evidente.

3Sin embargo, durante los años ochenta se iba haciendo claro que esas discusiones eran sobrepasadas por los hechos. El capitalismo había abandonado su feliz matrimonio con el modelo fordista de acumulación para dar paso a la acumulación flexible. Las políticas keynesianas se encontraban aplicadas en otro contexto –con pobres resultados–. La Guerra Fría había reducido al marxismo más a una ideología que a una teoría científica. Sobre finales de esa década, caían como fichas de dominó las naciones que integraban el bloque soviético. Frente a todos estos hechos, ocurridos en solo unos pocos años, el debate intelectual cambió de frente. Dos temas emergieron como centrales sin aportar a, ni nutrirse de, la teoría económica. Por una parte, el dominio del sistema financiero mundial emergió como una realidad cuya predicción se atribuyeron las corrientes marxistas. Pero por otra parte, la cuestión acerca del medio ambiente y el desarrollo sustentable absorbió buena parte de la literatura que se entreveraba con las proyecciones de crecimiento de largo plazo.

4Mientras que buena parte de los economistas se focalizaron en los debates poskeynesianos, la síntesis neoclásica y las formalizaciones matemáticas, otros tantos volcaron su interés y praxis hacia otros temas. Estos, de carácter más técnico que teórico, estaban vinculados con problemáticas ambientales o eran más concretos, muchas veces de orden microeconómico o de políticas macroeconómicas.

5Cuando en 1986 escribí un trabajo sobre la crisis de las teorías del desarrollo frente a la crisis global, este ya era un tema bastante extraño en el ámbito académico. Es que tal vez, no solo el mundo había perdido interés en el largo plazo o bien, si lo tenía, no presentaba propuesta alguna que pudiera dar lugar a políticas concretas más allá de las conservacionistas. O tal vez, incitar a ciertas regiones a comportarse como lo habían hecho algunas asiáticas. Las críticas ingenuas al consumismo y al capitalismo se multiplicaron tanto como el refuerzo de la idea del fin de las ideologías y de una única realidad económica cuyas leyes habrían sido, como antaño, parte de la naturaleza. Una en donde el ser humano parecía, cada vez más progresivamente, ya no formar parte de ella. Incluso ser declarado su peor enemigo.

6Sin embargo, cuando estas cosas ocurren en el ambiente académico –y además lo hacen en una era de producción intelectual y científica creciente–, el espacio para el pensamiento propio puede ser muy reducido. Incluso puede resultar muy difícil para un individuo no sentir que el problema ya ha sido totalmente abordado –y todo lo que había para decir ha sido ya dicho–. También puede ocurrir que simplemente el tema haya sido abandonado como si no tuviera importancia alguna. En todo caso, es una percepción subjetiva avalada por el escaso o nulo financiamiento para investigar este tipo de asuntos. Especialmente en un mundo lleno de necesidades más concretas que resolver, donde uno puede volcar sus esfuerzos con algún rédito inmediato.

7Pero, de la forma que sea, la realidad grita con hechos que las promesas del desarrollo fueron sobrepasadas por sus problemas y fracasos. Pero también adornadas por sus éxitos. Cuando esto ocurre, es casi inevitable –o al menos lo ha sido para mí– intentar encontrar a qué atribuirlo.

8Pero dar cuenta de ello desde una perspectiva distinta a la de las corrientes dominantes es una verdadera osadía. Por una parte, es trabajoso mostrar que lo que uno pretende explicar no ha sido ya abordado por alguien. Por otra, no es fácil luchar contra el propio temor de resultar arrogante, soberbio, ingenuo o ignorante. Pues cada ser humano tiene algo de ello, según la experiencia me ha hecho ver de mí mismo y de otros.

9En este caso, el estrecho contacto con comunidades de personas que viven en áreas urbanas pobres o marginales me proporcionó un primer insumo que alimentó poco a poco una nueva mirada sobre el desarrollo y su futuro. Digamos que allí surgió una primera intuición basada en sus relatos respecto a qué cosas habían venido a buscar cuando emigraron del campo a la ciudad. Además, qué es lo que ellos hallaron finalmente, cuál resultó ser su inserción laboral, cuál era su realidad actual, la de sus hijos y nietos.

10Así, hacia mediados de los años noventa intenté simplemente hallar alguna evidencia empírica que me permitiera vincular los procesos de urbanización con dinámicas de crecimiento como fenómenos interactivos. Vínculo en donde la construcción misma de ciudades y su infraestructura jugaban un papel explicativo importante. ¿De qué manera? En una primera fase, permitía el progreso de muchas personas para luego convertirse, en fases posteriores, en un problema estructural cada vez más complejo. En cierto modo, parte del conjunto explicativo de situaciones concretas de pobreza y marginalidad con efectos transgeneracionales. En los primeros trabajos no logré más que mostrar algunas correlaciones o esbozar la idea de que los procesos de urbanización y crecimiento se vinculaban de un modo distinto al que la literatura sobre el tema lo hacía. Hacia el año 2000, había ya logrado formular estas hipótesis de un modo más articulado y la primera revisión de una editorial me alentó a corregir ese intento. Esto es así, pues de algún modo, al menos el planteo les parecía original. No había sido abordado a la fecha del modo en el que yo lo hacía.

11El segundo hito de importancia ocurrió en el 2001. Por primera vez, tras el atentado a las Torres Gemelas, aparecía explícitamente que el mundo atravesaba una crisis global. Una que parecía distinta a las previas. Todo ello, más una lectura atenta a la obra de Samuel P. Huntington, me llevaron a escribir un ensayo. En este, planteaba el arribo de una nueva era. Una cuya base explicativa continuaba anclada en el vínculo entre urbanización, crecimiento y cambio tecnológico. Mientras, como aficionado al estudio de otros temas, incurrí en una crítica al modo de abordar ciertas cuestiones filosóficas y epistemológicas que habían naturalizado a la ciencia como modo superior de conocimiento. Situación que, considero, había ido permeando esferas de pensamiento no científico, generando valores y creencias populares que podían en sí mismas ser un obstáculo cultural para la construcción de un mundo mejor. Se esbozaba allí que, tras la gran urbanización de China e India, podría sobrevenir otra gran crisis cuyo inicio podría darse hacia el año 2009.

12No obstante, en ninguno de esos trabajos logré profundizar el vínculo entre urbanización y crecimiento económico, por un lado; y creación de riqueza como flujo y como acervo de capital, por otro. Es decir, poder distinguir un rasgo que es sustantivo entre los países desarrollados y los restantes –lo que a la vez permitiría dar un salto en la propia teoría y análisis económico.

13Tampoco había vinculado estos temas a otras dimensiones del desarrollo ni había recurrido a una revisión bibliográfica extensa. El gran auge de la economía mundial entre 2003 y 2007 en cierto modo había sido percibido en aquellos trabajos pioneros como la antesala de ese cambio de era. A pesar de ello, pocas ideas se me ocurrieron para realizar una propuesta que fuera desafiante en el debate mundial.

14En tal sentido, la lectura atenta de obras de divulgación que tuvieron gran impacto, tales como la de Thomas Piketty (2013), El capital en el siglo xxi y la obra de Daron Acemoğlu y James A. Robinson (2012), Por qué fracasan las naciones, me impulsaron a hacer un planteo más completo y distinto de mis ideas.

15El presente trabajo es producto precisamente de un intento más para poder superar las limitaciones que presentaron aquellos previos. En él, tengo el objetivo de revisar qué ha sucedido a lo largo de más de seis décadas de desarrollo a escala global. Finalmente, tengo también la esperanza de aportar nuevos datos, hipótesis y reflexiones sobre el desarrollo sustentable en estos nuevos tiempos.

16Roberto Kozulj

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