Capítulo 8. Expansión urbana, religiosidad católica y barrios chilenos en Comodoro Rivadavia (1950-1973)
Résumé
En este capítulo intentamos, desde una perspectiva histórica, explicar el proceso de urbanización espontánea llevado adelante por migrantes chilenos en la ciudad de Comodoro Rivadavia entre 1950 y 1973, lo que dio origen a un tipo de barrio migrante. En esta forma de habitar el espacio urbano se constituyeron varias problemáticas fundacionales de la ciudad, como el mito del desarraigo, la invasión extranjera, entre otras denominaciones que reciben localmente los problemas asociados a la interacción entre distintos grupos sociales y migrantes. Al respecto y desde una perspectiva relacional también buscamos indagar las formas en que intervino sobre dicho asentamiento la agencia estatal –representada por la Gobernación Militar– junto a la acción pastoral desarrollada por un sacerdote salesiano, esfuerzos que en conjunto tendían al disciplinamiento y la argentinización de los migrantes chilenos y sus hijos. En relación a lo anterior, y como respuesta a estas prácticas es posible observar cómo, en el modo de vida de un asentamiento histórico de las zonas altas de Comodoro Rivadavia, se desplegaron diversas prácticas de resistencia que nos permiten entender las características que tenía el habitar los bordes de la ciudad entre 1950 y 1973.
Texte intégral
Introducción1
1En este trabajo buscamos brindar algunas explicaciones que permitan problematizar la existencia de barrios migrantes, barrios étnicos, entre otras denominaciones, para los asentamientos de migrantes chilenos que se ubicaron en Comodoro Rivadavia en el transcurso del bum petrolero de 1958-1963. Se trata de un período crucial en la historia de la ciudad, en la cual se constituyeron varios de los mitos y debates que resuenan en cada expansión poblacional que atraviesa Comodoro Rivadavia. Es por ello que tratamos de abarcar un lapso temporal que englobe el período citado para incorporar las problemáticas anteriores y posteriores a la expansión poblacional que generó la explotación petrolera de esos años.
2Analizaremos las distintas perspectivas en el análisis del tema migratorio ligado al trazado urbano comodorense, desustancializando2 miradas acerca de lo espacial y apostando a una perspectiva que privilegie el análisis de las prácticas culturales sobre ello. Nuestra intención es complejizar el análisis acerca de lo espacial a partir de la interrelación de los distintos componentes que formaban parte de un entramado donde participaban –en desigualdad de condiciones– la agencia estatal, los sectores sociales nativos de la ciudad, los grupos migrantes limítrofes e internos, grupos religiosos y demás sectores sociales que constituían la sociedad comodorense en pleno bum petrolero. Desde una perspectiva metodológica histórico-antropológica, nos interesa comprender el modo en que se construyó la idea de barrios chilenos, a partir de la construcción de espacios diferenciados y diferenciantes para quienes los habitaban y transitaban cotidianamente.
3Actualmente existen varias dificultades para poder denominar como barrios migrantes, barrios étnicos, barrios extranjeros (Baeza, 2014), entre otras denominaciones, a los asentamientos informales que proliferaron en la última década y se constituyeron en la vía más importante para el acceso a la tierra y a la vivienda en la ciudad de Comodoro Rivadavia. Trataremos de problematizar aquí el uso de la categoría de barrios chilenos para los asentamientos urbanos informales que se conformaron a orillas de la ladera del Cerro Chenque para inicios de la década del sesenta.
4Aquí utilizaremos barrio como categoría social (Grimson, 2009, p. 12), como constructor de lazos sociales (Merklen, 2005, p. 131) y pondremos en tensión la de barrio migrante para brindar un aporte a la discusión en el campo de los estudios urbano-migratorios y ofrecer elementos que desmitifiquen carátulas y estigmas a una discusión que se considera cerrada cuando, por lo contrario, existen vacíos explicativos de este fenómeno. Nos interesa comprender el modo en que se conformó la ciudad, a partir de la construcción de espacios diferenciados y diferenciantes para quienes los habitaban y transitaban cotidianamente.
5Metodológicamente nos ubicamos entre el modo de abordaje del historiador que busca la «reconstrucción del tapiz» mediante el descubrimiento de indicios imperceptibles (Ginzburg, 2004). Es la opción válida ante una problemática que rodea a la historia regional, por la imposibilidad de contar con archivos históricos sistematizados y organizados. Ante esta situación, si la realidad a investigar está caracterizada por su oscuridad, siempre existen huellas que permiten reconstruir los cambios y transformaciones culturales. A esta perspectiva de análisis sumamos la necesidad de mirar, escuchar y escribir buscando no solo observar, sino también interpretar y sobre todo comprender al otro desde adentro (Cardoso de Oliveira, 1996). Por eso recorrer, preguntar, indagar, entrevistar, se constituyó en el modo de abordar una problemática que aún no ha sido suficientemente abordada desde las ciencias sociales.
6El camino de ingreso a nuestro caso de estudio fue a partir de la información vertida en diarios de la época, y sobre todo informantes que nos otorgaron su confianza y nos permitieron el ingreso a la comunidad, a través de sus microespacios, tal como lo constituye un espacio de encuentro religioso, como la parroquia Virgen del Valle, donde grupos de familias de migrantes chilenos nos brindaron su aporte para comenzar a comprender sus mundos y modos de habitar uno de los barrios históricos y no planificados de la ciudad. En un sentido similar, también recurrimos al análisis de diversos documentos provenientes de archivos privados ligados a la agencia estatal y en particular a un grupo salesiano que se propuso misionar en dicho asentamiento, guiados por la búsqueda de indicios en torno a las prácticas y representaciones construidas sobre este grupo migrante y el asentamiento en particular.
Ciudad de contrastes: la zona norte y la planificación empresarial en el modo de ocupación espacial
7Desde los inicios de la urbanización de la ciudad de Comodoro Rivadavia, se constituyó un tipo de matriz urbana diferenciada en distancias físicas y sociales. La zona norte se constituyó a través de la intervención espacial del habitar generado desde la planificación por parte de las empresas estatales y privadas –tanto petroleras, ferrocarrilera, gasífera y otras industrias como la cementera–, lo que dio lugar a la construcción de lazos sociales e identificaciones laborales fuertes. Este proceso ha sido ampliamente analizado desde la perspectiva de company towns (Torres, 1995; Ciselli, 2002), campamentos petroleros (Crespo, 1991) y desde la construcción de integración social y la idea de gran familia asociada a la incidencia que puede tener este estilo de vida en la búsqueda de ausencia de conflictividad social y laboral (Marques, 1995). Las identificaciones que este modo de vida generaban tanto interna como externamente, influyeron en las diferenciaciones en la misma ciudad, al punto que aún hoy podemos encontrar formas de referir a la ciudad como Comodoro Rivadavia por oposición a la zona norte.
8En relación a la discusión que aquí nos interesa, podríamos afirmar que en el caso de los barrios de la zona norte predominó la construcción de lazos impuestos por la identificación laboral-empresarial, y no así las propias de los grupos nacionales y étnicos de sus habitantes, ya que en general en este tipo de barrios la población se caracterizaba por su heterogeneidad. Podemos citar algunos casos de excepción, tal como el del Barrio Laprida, compuesto en su mayor parte por migrantes internos catamarqueños y riojanos, pero donde la empresa estatal ypf tuvo un papel trascendental en su conformación.3
¿Barrios migrantes en Comodoro Rivadavia?
9La discusión acerca de los barrios como categoría de análisis está asociada a los estudios pioneros de la Escuela de Chicago en Estados Unidos, donde se colocaba énfasis en el barrio y su relación con el sentido de vida comunitaria, y como unidad autocontenida (Tapia, 2013). El caso estadounidense ha sido el más profundizado por la mirada desaprobatoria que observó gran parte de la sociedad respecto al modo de vida y conductas desviadas en el gueto norteamericano de población negra (Wacquant, 2013, p. 173). Para el caso europeo Richard Sennet destaca la tradición de encierro en espacios profilácticos de los grupos marginales y segregados como judíos, turcos, griegos, entre otros (Sennet, 1997, pp. 246-249).
10Para el caso argentino, y en particular para el enfoque centrado en barrios migrantes, se encuentran los estudios de reconstrucción de la migración italiana y la forma de imprimir sus identificaciones en el espacio barrial de La Boca para el caso de Buenos Aires. En el caso señalado la imprimación de los rasgos asociados a la migración italiana asociada a la presencia del grupo ligur, están vinculados con la existencia de redes de migración en cadena (Devoto, 1989, p. 105).4 Resulta interesante que para un caso histórico Devoto detectó que la débil y tardía influencia de las estructuras burocráticas estatales también influyó en la construcción de este caso de barrio migrante. En una línea similar se encuentra el estudio del caso de los agnoneses observando los factores culturales y étnicos en relación a las redes y desplazamientos (Gandolfo, 1988).
11Desde los análisis contemporáneos del proceso de conformación de barrios migrantes en Buenos Aires contamos con el estudio comparativo entre los barrios chino, boliviano y coreano, y se sostiene que:
las tres comunidades estudiadas articulan el plano transnacional con el anclaje local. Los grupos migrantes bolivianos, chinos y coreanos mantienen sus características culturales, afianzando su identidad étnica en un modelo socioterritorial bicultural. Constatamos que los procesos de construcción de identidades étnicas desarrolladas en los territorios urbanos se expresan en patrones de segregación urbana y se rigen por relaciones de sociabilidad, basadas en el funcionamiento de redes intragrupales y que avanzan hacia la interculturalidad con la sociedad local. (Sassone y Mera, 2006, p. 12)
12Para el caso bonaerense las autoras señalan que es un fenómeno que se acrecentó dado el contexto de transnacionalización. Veremos que para el caso comodorense algunos de los rasgos descriptos anteriormente se encuentran presentes para el caso de los migrantes chilenos desde mediados de siglo xx.
13Una línea interesante y que se corresponde con la que en este trabajo intentamos enmarcar es aquella que incorpora al estudio de los barrios migrantes la problematización entre las categorías de distintos tipos de distancias, fronteras y segregación espacial, a partir de:
la relación entre distancias físicas y distancias sociales, entre la concentración espacial de los migrantes en la ciudad y la construcción de fronteras sociales/simbólicas entre los grupos. Y tal perspectiva metodológicamente exige un abordaje microsocial y cualitativo centrado en el análisis de la experiencia y la interacción, en cuyo marco se construyen las diferencias y distancias que se expresan, a su vez, en el espacio […]; entiende que la segregación espacial, como proceso, implica una articulación entre dos dimensiones: una medible en términos de distancias físicas (distribución desigual, concentración, homogeneidad social del espacio de residencia, etc.) y una simbólica (relacionada con la construcción de fronteras). (Mera, 2011, p. 3)
14De este modo incorporamos una noción de segregación espacial que no solo reconozca la residencia en términos territoriales, sino que permita incorporar elementos simbólicos y de diferentes tipos de distancias entendiéndola más allá de lo físico. En este sentido, es necesario considerar la posibilidad de tipos de segregación espacial (Carman, Vieira da Cunha y Segura, 2014).
15En el caso de problemáticas actuales de Buenos Aires, se abordó el lugar de residencia de los sectores populares como lugares racializados, que poseen continuidad en los espacios de circulación de quienes los habitan, pero paralelamente consideramos necesario profundizar la propuesta de Caggiano y Segura cuando dicen que «se trata, en definitiva, de comprender cómo se articulan en determinado momento las dimensiones espaciales, sociales y culturales de la segregación» (2014, p. 33).
Revisitando los barrios chilenos de la década del sesenta
16Hacia las décadas del sesenta y setenta, las poblaciones asentadas en los bordes representaban para los sectores medios comodorenses, las molestias típicas de grupos sociales anómicos y al margen de la ley. Parte de las explicaciones figuran en la publicación «Comodoro Rivadavia, sociedad enferma» de Lino Marcos Budiño, quien depositaba en los grupos de migrantes chilenos de sectores populares gran parte del desorden predominante en la ciudad.5
17Los barrios chilenos se conformaron por la combinación del crecimiento poblacional que provocó la expansión del mercado de trabajo a partir de las obras públicas que se desarrollaron en relación a la instalación de la capital de la denominada Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia (1944-1955)6 y a la expansión de la explotación petrolera como consecuencia de las políticas desarrollistas del gobierno nacional de Frondizi, asociadas a la firma de contratos petroleros mediante la instalación de empresas estadounidenses (El Patagónico, 13-12-07). Como consecuencia de este bum petrolero, Comodoro Rivadavia experimentó un marcado incremento poblacional. De 22 317 habitantes que fueron contabilizados en la época de la Gobernación Militar, en el marco del censo nacional de 1947, la ciudad pasó a tener, para el censo nacional de 1960, 56 777 habitantes (indec).
18Para Lino Marcos Budiño los chilenos en Comodoro Rivadavia acrecentaban el sentimiento y el mantenimiento de su nacionalidad, lo cual provocaba un fenómeno de no participación, y de inferioridad socioeconómica. De acuerdo a esta explicación esta situación conducía a mayores posibilidades de conflicto en la ciudad minera, dado que la resistencia a la asimilación ahondaba aún más las características de sociedad enferma de Comodoro Rivadavia. Budiño además de detectar las causas del problema proponía una serie de medidas para romper con la situación anómica de Comodoro, entre las que señala, mayor control y selección gubernamental de quienes ingresaban a la ciudad. La obra de Budiño –de escaso valor académico– resulta una fuente interesante por ser ilustrativa de un amplio sector de la sociedad comodorense que celebró la aparición de este libro porque reflejaba las opiniones y visiones respecto a la migración chilena en la ciudad.
19Otra perspectiva del mismo problema fue la que presentó el estudio de Lelio Mármora, donde el análisis está centrado en aquellos aspectos que posibilitaban explicar las características de la estratificación social de un tipo de sociedad industrial con una base de población heterogénea. Desde la sociología, Mármora observó que la comunidad comodorense carecía, en la década del sesenta, de grupos que apelasen al estatus y a la tradición para ubicarse en un lugar privilegiado de la estructura social, lo que dio lugar a un tipo de estratificación social donde quedaban incluidos, en primer término, los inmigrantes europeos y urbanos de larga data, los de reciente asentamiento, los urbanos de provincias como Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, los norteños y finalmente los chilenos (Mármora, 1968). La forma de inserción de los diferentes grupos migratorios permitió ver el funcionamiento de la marginalidad en el caso de los chilenos, quienes debieron afrontar la mayor cantidad de problemas económico-sociales.
20Si bien los migrantes europeos de larga data en la ciudad atribuían elementos de inferioridad racial a los chilenos para explicar su marginalidad social, no todos los chilenos compartían la misma situación de inferioridad. Hacia la década del sesenta se destacaban tres estratos diferenciados: los comerciantes que se podrían englobar como burguesía chilena, los obreros afiliados a sindicatos que interactuaban con grupos no chilenos y, por último, los obreros no afiliados con mayor sentimiento de marginalidad y apego a su nacionalidad.
21En este contexto se prolongaron en el tiempo las representaciones de los barrios altos/chilenos de los sesenta, vistos como callampas/villas, en parte por su conformación barrial irregular y por las problemáticas asociadas a la conflictividad social. Este modo de habitar el espacio generó una serie de marcas que sobreviven aún hoy, y que condicionó la urbanización de esta zona de la ciudad, como la imposibilidad del trazado en cuadrículas, la instalación del sistema cloacal, entre otros emprendimientos que brindarían signos de urbanización del espacio.
Un caso de análisis: el barrio Chile Chico-Barrio Oeste-Pietrobelli
22Analizaremos aquí el modo en que se construyó un barrio chileno alrededor de 1950-1973. El primer barrio de chilenos en Comodoro fue fundado con el nombre de Chile Chico, en el costado noroeste del barrio Pietrobelli.7 Alrededor de este asentamiento poblacional, se gestó una historia similar a la que se desarrolló con el proceso de poblamiento de la región de Aysén en el sur de Chile. Básicamente, se resaltaba el carácter espontáneo que tenía la conformación del núcleo poblacional, caracterizado por el hecho de edificar viviendas en tiempos veloces y prácticamente sin mediar mayores trámites institucionales. Este modo remite a una tradición chilena-chilota de casas brujas (Mera Beltrán, 2000).
23Se dan varias de las características de los barrios migrantes para nuestro caso de estudio:
- Llegada al barrio por medio de redes migratorias, en su mayor parte vecinos, familiares provenientes de Chiloé, Puerto Montt y la Región de Aysén de Chile.
- Apoyo y colaboración por parte de los integrantes de la red migratoria en la instalación en el barrio, desde el hospedaje en los primeros tiempos, hasta la construcción de viviendas.8
- Cierta reproducción de construcción y modo de ocupar el espacio similar al lugar del origen en el caso de los provenientes de Puerto Montt (construcciones en madera ubicadas en las laderas del cerro).
- Instalación de bares, almacenes y lugares de hospedaje étnicos, atendidos por migrantes chilenos y con nombres que en muchos casos remitían al lugar de origen.9
24Particularmente es de destacar el modo de construcción de lazos sociales al interior del barrio, alrededor de un tipo de solidaridad que en muchos casos se constituyó alrededor de la fe religiosa católica. Alrededor de –en sus inicios una ermita– la parroquia de la Virgen del Carmen (patrona nacional de Chile), se fueron generando grupos que por décadas transmitieron un sentido de sociabilidad religiosa. La parroquia se erigió en el centro del barrio, y fue impulsada y construida por los propios migrantes chilenos, que trajeron de Chile a la Virgen y el campanario. Pensemos esta práctica religiosa como resistencia y estrategia diferenciante y de legitimación del lugar ocupado en la ciudad. Tal como sucedió en la ciudad de Bariloche con el emplazamiento de la misma virgen por parte de los migrantes chilenos:
el diseño de una advocación pública no solo permite reconocer la conformación de un espacio y una práctica como sagrados, sino que también la misma se instituye como estrategia de reclamo de mejoras sociales para la población migrante en cuestión. (Núñez y Barelli, 2013, p. 171)
25Podríamos decir que barrio y parroquia se fueron construyendo paralelamente, pues en 1952 se fundó una cofradía, con 23 socios cofrades.10 En un video documental donde se registró la historia de la parroquia, se hace mención explícita a la labor que desarrollaron los migrantes chilenos, las imágenes de diversas celebraciones aluden a una Virgen que integra nacionalidades, tal como una fotografía donde aparece la Virgen del Carmen con dos banderas bordadas, a un lado la argentina y del otro lado la chilena (2012). El análisis de García Redondo para el caso de la Almería Cristiana nos permite problematizar un mito fundante de la ciudad de Comodoro Rivadavia, surgido en la época de construcción del barrio Chile Chico, al contrario de lo que manifiesta este mito del desarraigo, erigir una ermita y luego una parroquia en honor a la Virgen del Carmen, contribuía a que
a la sensación de desarraigo de los repobladores, respecto a sus lugares y devociones de origen, la respuesta instantánea es una heterogénea –y casi belicosa– religiosidad popular, manifestada en la proliferación de ermitas privadas y fundaciones particulares. Ante esta situación la tendencia querida desde el poder, así como por el subconsciente colectivo, es la homogenización de la fe pública, la concentración de las devociones y el consecuente reforzamiento de la identidad del grupo. (García Redondo, 2007, p. 96)
26Alrededor de la Virgen del Carmen se fue constituyendo un tipo de pertenencia católica caracterizada por su devoción pero también disciplina religiosa, sumada a una organización que en cierto modo se mantiene hasta la actualidad. A inicios de los setenta se conformó un grupo denominado La chusma, que tenía como objeto generar lazos a través del compadrazgo, donde unos a otros iban quedando emparentados, reunirse con objeto de festejar cumpleaños, matrimonios y festividades nacionales y religiosas. Onoria destaca que «nosotros formamos La chusma, así se formaron los grupos de catequesis familiar en las casas, todo para hacer el salón… luego se formó el grupo juvenil».11 Las reuniones de La chusma oficiaban de lugar de encuentro y para hallar pareja; una de las entrevistadas relató: «éramos como diez familias chilenas, fueron dándose el ser madrina de los hijos o de matrimonio. Mi hermana se casó con un chico del barrio».12
27Estas prácticas de religiosidad en clave étnica eran vistas y registradas muy de cerca por un sector del catolicismo local vinculado a los grupos salesianos y al particular carisma de un sacerdote conocido como el padre Corti, quien desde un perfil claramente higienista y disciplinador desarrolló un proyecto socio-educativo tendiente a la asistencia a este barrio. En el próximo apartado nos abocaremos a caracterizar estas prácticas, las cuales nos permiten acercarnos a los sentidos en que se erigieron y operaron estas fronteras sociales y simbólicas entre los migrantes chilenos, quienes conformaron el asentamiento y los sectores tradicionales de la ciudad.
Estado y salesianos en los bordes-altos de la ciudad
28Temporalmente, el inicio de este trabajo se ubica en la segunda parte de lo que se denomina la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia (1944-1955) y las primeras décadas de existencia de la provincia de Chubut. Respecto al origen y fundamento de la gobernación existen diversas explicaciones, aunque compartimos la posición más popularizada, que sostiene que fueron razones geopolíticas de defensa de los recursos naturales en el contexto de la Segunda Guerra Mundial las que motivaron esta nueva disposición territorial. También es importante considerar la posición de la empresa estatal ypf, que buscaba controlar la creciente conflictividad laboral y la amenaza comunista entre sus trabajadores (Carrizo, 2009). A una u otra razón se debería sumar la necesidad de controlar la frontera con Chile dando muestras de una efectiva intervención estatal en las zonas limítrofes.
29En este contexto los migrantes chilenos resultaban ser pobladores necesarios en un contexto de expansión del mercado de trabajo pero también molestos en términos de no corresponderse con el proyecto poblacional original para la ciudad de Comodoro Rivadavia, dado que no se encontraban ni dentro de los grupos de migrantes provenientes de diversos grupos europeos ni migrantes internos del noroeste de la Argentina.
30En este sentido, reparar en la conformación de los asentamientos poblacionales de los bordes de Comodoro Rivadavia nos obliga a detenernos en las ramificaciones de la Gobernación Militar, punto en el cual encontramos una intensa vinculación entre la gobernación y un sacerdote salesiano, quien desarrolló su actividad misional en dichos espacios.
31El barrio Chile Chico, formado con espontaneísmo y celeridad a partir de la llegada de grupos de migrantes chilenos, pocos años después fue reconocido como tal por parte de la Gobernación Militar a través de una re-fundación oficial, momentos en los que se erige la piedra fundamental del barrio.13 En este punto es donde vemos que el Estado debe prestarse a negociaciones con el mundo social para poder ser reconocido (Revel, 2011, p. 23).
32Eran años en que predominaba el espontaneísmo en la elección de los lugares para habitar, donde el cambio de casas o terrenos se hacía bajo palabra, lo que daba cuenta de cierto desorden que debía ser regulado por las autoridades estatales. En un artículo del diario El Chubut el barrio es denominado Pietrobelli, mientras en el documento fundacional de la parroquia de la Virgen del Carmen, es mencionado como Barrio Oeste, el cual data de 1952 (aún Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia). Ambas denominaciones fueron impuestas (triunfando finalmente Pietrobelli, en honor al fundador oficial de la ciudad), en detrimento de la denominación popular que tenía el barrio, Chile Chico.
33En este contexto es que comienza a desarrollar su tarea pastoral el sacerdote Corti, orientándose particularmente hacia los niños y jóvenes hijos de los migrantes chilenos, a través de la instalación de un oratorio salesiano primero y luego a través de un conjunto de establecimientos educativos conocidos en su conjunto como La obra de Corti.14 Si bien los salesianos, a través del Colegio Deán Funes, mantenían estrechas relaciones con la estatal ypf, siendo este colegio uno de los pilares de la congregación salesiana para consolidar la presencia católica en la vida pública de la ciudad (Carrizo, 2008), en el caso de la obra del padre Corti nos encontramos con otro perfil, más ligado a la idea de misionar y atender a los sectores populares concentrados en las barriadas conocidas como los barrios chilenos.
34Corti inicia su acción pastoral en 1952, fundando el Oratorio Domingo Savio en los límites de la ciudad, donde concluía la zona céntrica y sus alrededores y donde se iniciaba la zona de los asentamientos informales conocida como Chile Chico, y luego denominada oficialmente como Pietrobelli. Al oratorio asistían chicos desde los ocho a los quince años, residentes en el barrio. Allí se combinaba la formación religiosa con la práctica deportiva, junto a otras actividades recreativas como paseos, juegos grupales, entre otros.
35En una edición especial de un programa radial dedicado a la obra del padre Corti, el sacerdote relataba:
Los chicos que iban al oratorio provenían de hogares endebles o mal constituidos, familias a las que se llamaba flojitas de papeles. En el oratorio los podíamos entretener, enseñarles algo, pero luego volvían a sus ranchitos, a su ambiente. Esos chicos necesitaban más tiempo fuera de su hábitat, más horas que les posibilitaran un contacto más extenso con el sistema preventivo salesiano… Mi visión era hagan escuelas y veréis como el país va a cambiar, cambia la fisonomía de la barriada, el aspecto social de la gente […]. En las escuelas pude ver que los alumnos eran ciertamente permeables a una transformación cívica, cultural, cristiana, católica, de chileno a argentino. (Entrevista a Juan Corti, 2012)
36Tanto en entrevistas como en distintas apariciones públicas, Corti constantemente hacía mención a la similitud que encontraba entre su accionar y el de Don Bosco en lo referido a la instrucción y formación moral de niños y jóvenes provenientes de los sectores populares. A la vez destacaba las posibilidades del Sistema Preventivo de Don Bosco, el cual sobre las bases de la trilogía razón/religión/amor, sostenía que había que prevenir el error con la instrucción, el vicio con la inducción de buenos hábitos y las faltas con la vigilancia amorosa (Nicoletti, 2003).
37A este rasgo distintivo de la corriente salesiana en general, en nuestro caso de estudio se suma el afán de asimilar y argentinizar a los niños y jóvenes hijos de chilenos quienes habitaban el barrio, lo cual lo acerca a la agencia estatal en torno al control de esta población y este sector en particular de la ciudad. En la cita del sacerdote que presentamos anteriormente es posible reconocer como en su discurso está presente una imagen en la que tras la idea de educar subyace la noción de argentinizar a estos niños y jóvenes, entendiendo que este proceso implicaba un disciplinamiento y asimilación cultural bajo una formación religiosa.
38En relación a los vínculos entre Corti y las autoridades de la Gobernación Militar, en sus memorias el sacerdote recordaba que «el General Muller, enterado de la actividad oratoriana, nos convocó y nos dijo que éramos nosotros los salesianos los más indicados para emprender una obra de bien, tan necesaria en esa zona» (aa. vv., 2011). Es así que a partir de 1950 desde la Gobernación se contribuía semanalmente con donaciones de alimentos para sostener los merenderos a los que asistían los niños oratorianos. Estas donaciones eran retribuidas con el agradecimiento enseñado a estos chicos en forma de tres hurras y aplausos cuando en sus recorridas pasaban frente a la casa del Gobernador, su principal benefactor.
39Al respecto, en un reciente trabajo centrado en el estudio del repositorio fotográfico de la Gobernación Militar, en el que se intenta observar el modo en que sus funcionarios miraban no solo la magnitud de su presencia en obras públicas de la ciudad, sino también los bordes, aparece clasificado nuestro caso de estudio como Barrio Pietrobelli-La Loma, y se retratan sus viviendas de madera, su precariedad, entre otros elementos donde el «Estado registra a ese otro, que no avanza sobre el mar, que no tiene casas recién pintadas, no tienen cañerías» (Oviedo, 2013, p. 5). Corti también llama la atención sobre las características de las viviendas en este barrio, al describirlas del siguiente modo:
Los chilenos se instalaban en cualquier lugar de la periferia del pueblo, armaban un ranchito con los materiales a los que podían echar mano. Eran conocidas sus construcciones por usar una docena de tirantes de maderas y chapas de ondalit. La letrina unos metros atrás del rancho y con ellos su hijos, nuestros oratorianos, carentes de todo tipo de servicios, en los que vivían hacinados y como podían tantos seres humanos en esa pobreza de medios que los condenaba a repetir su historia. (aa. vv., 2011, p. 180)
40Así como el Estado buscaba registrar/capturar a ese otro, en 1953 Corti, junto con un grupo de mujeres integrantes de la Fraterna Ayuda Cristiana a nivel local, llevaron adelante un relevamiento social tendiente a identificar las principales carencias de las familias habitantes en Chile Chico. El relevamiento consistía en la elaboración de fichas por familia donde se registraba la composición del grupo familiar, los nombres y edades de los hijos, su estado sanitario general, si se encontraban bautizados junto a otros aspectos más generales tomados como observaciones. A modo de ejemplo en una de las fotografías de estas fichas podía leerse:
Familia Mansilla: viven en Chile Chico arriba, muchos niños, ocho en total, algunos medios enfermizos [sigue el listado de edades y talle de calzado de cada uno], tres van al Oratorio. Familia Sandoval, Chile Chico al centro, tres chicos, no saben qué número calzan, madre soltera. Los tres son para bautizar junto a la madre. (Archivo fotográfico Fondo Obra del Padre Corti)
41En base a este relevamiento y su posterior categorización se disponía la entrega de alimentos y ropas junto a vales para el ingreso a baños públicos y corte de cabello gratuitos que eran otorgados por las autoridades de la gobernación.
42A través de gestiones con las autoridades de la Gobernación, Corti obtiene un lote de tierras dentro del barrio Chile Chico, en la cual instala un playón deportivo para las actividades tanto del oratorio como del barrio en general. La promoción de la práctica deportiva se consideraba clave dentro del ideario salesiano como motor del desarrollo físico-moral de los niños y jóvenes.15
43La zona de influencia del oratorio se extendía desde el barrio Pietrobelli, hasta la costa –la llamada Playa del 99–, y desde esa zona liminar se procedía a reunir a los niños y jóvenes para luego bajar al centro, donde iban a misa a la capilla del colegio María Auxiliadora y en determinadas ocasiones participar en ciertas celebraciones públicas organizadas por la Gobernación Militar.
44Luego de varios años de intensa actividad oratoriana y en función de la cual el sacerdote amplía su red de benefactores, se propone la fundación de un colegio de educación elemental orientado a la enseñanza de las primeras letras a los niños del barrio. Así, en 1957 comienza con el colegio Domingo Savio en las instalaciones de un club del Tiro Federal, cuyos miembros les facilitan las instalaciones del bar para el dictado de clases a los niños, en su gran mayoría chilenos. Uno de estos niños, en un documental referido a la historia del colegio narraba:
Nosotros en aquella época ni soñar con ir a los colegios del centro. Uno mismo se excluía, no había ley que lo prohibiera, lo que pasaba es que veníamos de Chile, no teníamos documentos, teníamos otras necesidades, otras maneras de vivir. (Programa Rescatando la Historia)
45Para el dictado de clases tuvo el apoyo de jóvenes estudiantes del magisterio en el Colegio María Auxiliadora, quienes colaboraron con la obra, entendiendo que esta labor educativa se emparentaba con el principio de caridad cristiana.16
46En el marco del oratorio y luego a través de la fundación del Colegio Domingo Savio, parte del trabajo social junto a los niños chilenos se centraba en propiciar la transformación proyectada por Corti de argentino a chileno. Para ello se intentó avanzar en dos sentidos, por un lado buscando que los niños incorporaran un conjunto de elementos simbólicos referidos a la patria y, a la vez, negando un conjunto de pautas culturales de sus familias vinculadas a lo chileno.
47Se trataba entonces no solo de aprender los símbolos patrios sino también querer y agradecer a la patria que los recibió. La mentada argentinización atravesaba la cotidianeidad del funcionamiento escolar: diariamente se recitaba el Himno Nacional y en ocasiones de celebración de las fiestas patrias se presentaban distintos números musicales y artísticos referidos a pasajes de la historia argentina, donde se instaba a los niños a participar como una forma de «inculcar a los niños chilenos la realidad argentina y que debían reconocer a esta tierra que los acogía y educaba como su patria de adopción» (entrevista a Martha N., maestra jubilada del primer Colegio Domingo Savio, en aa. vv., 2012). En este punto podemos reconocer que los símbolos y los ritos recreados en torno a estos como la bandera, el himno y los emblemas nacionales, tienen un alto poder como generadores de habitus nacionales (Baeza, 2008).
48El trabajo educativo desarrollado por este colegio en una zona de frontera simbólica al interior de la ciudad se asemeja al de otras escuelas de la región patagónica, las cuales se configuraron como espacios de homogeneización social desde la imposición de un modelo normalizador de costumbres y valores con una marcada impronta nacionalista.17 Parte de estos esfuerzos implicaba –como mencionábamos anteriormente– la negación de lo chileno, expresada por ejemplo en los rígidos controles que realizaba Corti para que los niños que asistían a su colegio no participaran en el marco de los festejos por la independencia de Chile, llamada popularmente La Ramada.18 Estos festejos constituyen un particular marco de sociabilidad propia de los sectores populares rurales chilenos, donde se celebra esa identidad desde la música, el canto, la danza y el consumo de las comidas y bebidas consideradas típicas.
49Una expresión recurrente, tanto en las memorias de Corti como en algunas entrevistas que se han conservado de las maestras que lo acompañaron en los primeros tiempos del Colegio Domingo Savio, es la idea de «miseria moral» para caracterizar las condiciones económicas y sociales de las familias chilenas «analfabetas», «promiscuas» y «faltas de higiene». Predomina una idea de déficit cultural donde el concepto de «ambiente –asociado a una idea biologizada de la vida social– se vincula con la noción de cultura de la pobreza, según la cual la pobreza se la justificaba como una causa de la propia cultura de estos pobres» (Neufeld, 2005). A su vez, el déficit de estas familias pobres y chilenas se definía en contraposición al conjunto de hábitos, normas y valores de quienes poseían la cultura, en este caso las maestras junto a Corti.
50En base a lo expuesto, podemos reconocer la forma en que este proyecto homologaba los términos nacionalización y civilización, considerando a los alumnos como vectores hábiles para inocular parámetros civilizatorios y patrióticos en sus hogares, en un esfuerzo por asimilar culturalmente a las familias migrantes chilenas. Así el colegio es visto como un espacio ideal para el mejoramiento y control de la herencia social.
51Si bien claramente podemos reconocer los modos de imposición desplegados por la agencia estatal y por la práctica religiosa para borrar, ocultar y silenciar expresiones que no corresponden con el proyecto hegemónico, de forma subterránea también es posible reconocer formas de resistencia. Acordamos con que
deberíamos considerar que, aún cuando esas poblaciones no tienen capacidad para imponer visiones socialmente legítimas alternativas a aquellas consagradas por el Estado y las elites, ni disponen del control sobre los dispositivos materiales de poder, ciertamente, sí, suelen ejercer diferentes formas de resistencia práctica y también disponen de competencias para hacer uso instrumental de las reglas y dispositivos dominantes en su propio beneficio (Soprano, 2007, p. 21)
52Entonces, bares, almacenes, festividades, conmemoraciones, religiosidad, modos de vestir, construir viviendas y de sociabilidad, operan al modo de prácticas de resistencia cultural (Corrigan y Sayer, 2007, p. 74), que se presentan como aparentemente indirectas e inexistentes (Scott, 2000). Pero que seguramente contribuyeron a mitigar no solo la escasa aceptabilidad de la sociedad receptora sino también el tránsito de lo que significó para estos grupos migrantes el pasaje de una vida campesina (en su mayor parte) a una de tipo urbana e industrial. Un testimonio al que pudimos acceder sobre la experiencia de los niños chilenos que asistían al oratorio y luego al Colegio Domingo Savio es muy claro respecto a las formas en que desde la capacidad de agencia de estos niños se entendía la participación en el oratorio en relación a sus intereses, haciendo el juego necesario de lo que se esperaba de ellos. Gilberto recuerda:
Nosotros éramos los llamados chilotes del barrio Chile Chico […]. Solo él [Corti] sabía por qué se llamaba oratorio, porque nosotros no íbamos a orar ahí, íbamos a jugar. Íbamos a misa para que nos pongan el sello en la mano para poder ir al cine gratis, con el sellito la entrada era segura. Me acuerdo también que cuando íbamos a rezar decíamos solamente la primera y última frase del padrenuestro, éramos picaros.
53Entonces, nos preguntamos ¿cómo operan los lazos étnicos en el caso de los grupos chilotes? ¿Cómo interactúan con aquellos lazos de carácter nacional y en muchos casos católicos? ¿De qué modos eran percibidos y/o resistidos en el ámbito de lo privado los esfuerzos nacionalizadores y asimilacionistas de prácticas como las desplegadas por estos grupos religiosos salesianos? Son todos elementos a seguir considerando.
Para seguir pensando…
54Si la noción de sociedad enferma de Budiño adolece de ser una mirada prejuiciosa y constitutiva de visiones conservadoras, la de Mármora resulta hoy una visión estructuralista donde el objetivo era entender cómo funcionaba la estructura social comodorense. En nuestro caso buscamos observar el «triple entramado de nación/Estado/cultura» (Corrigan y Sayer, 2007, p. 50), para desde esta línea continuar profundizando y explicando un modo de habitar el espacio urbano de Comodoro Rivadavia entre 1950 y 1970. En las distancias y diferencias que se constituyeron en esta época fundacional de la expansión urbana se pueden encontrar una serie de explicaciones a diversas problemáticas pasadas y actuales que siguen preocupando a quienes habitan la ciudad. En el análisis de cómo operan las diferenciaciones nacionales y étnicas en el modo de habitar el espacio y en relación a la agencia estatal/religiosa, lograremos entender las características que adquieren las interacciones sociales entre distintos grupos sociales en un contexto de base poblacional heterogénea y de permanente expansión. Lejos de haber pretendido una explicación culturalista del habitar chileno/chilote en los barrios altos comodorenses, no dejamos de observar estas prácticas culturales religiosas enmarcadas en una sociedad caracterizada por las desigualdades sociales que generaba la expansión petrolera estatal y privada en el transcurso del primer bum petrolero que tuvo la ciudad.
55En el caso del sacerdote Corti lo que prima es una mirada sobre ese otro, sobre los hijos de los migrantes chilenos a quienes se considera factibles de ser reeducados, bajo la órbita salesiana, formando buenos argentinos y buenos católicos. En este sentido, la Iglesia católica en el contexto –y con el impulso– de la Gobernación Militar, recuperó ciertas prácticas del catolicismo hispánico y nacional chileno, a los cuales incorporaron elementos higienistas y disciplinadores destinados a modelar a los grupos migrantes en un contexto de hegemonía militar en Comodoro Rivadavia.
Comentario al texto
56Nancy Nicholls Lopeandía
Universidad de Chile, Chile
57El artículo de Brígida Baeza y Luciana Lago aporta una mirada interesante a los procesos de migración y asentamiento urbano chilenos en tierras argentinas, poco conocidos en el campo académico de Chile. Si bien la historiografía de este lado de la cordillera ha indagado en la migración rural a los centros urbanos, particularmente Santiago, para el periodo que se extiende desde fines del siglo xix hasta mediados del siglo xx, así como en las tomas de terrenos que dieron lugar a las poblaciones populares de las ciudades, poco se conoce sobre la migración chilena a la Argentina. Reconociendo esto, el aporte más destacado del artículo radica en entender procesos de migración y asentamiento urbano como los protagonizados por los chilenos que poblaron las zonas altas de Comodoro Rivadavia entre 1950 y 1973, como fenómenos que no pueden ser analizados en su complejidad sin integrar las prácticas culturales y el imaginario de los diferentes actores que participaron en ellos. Destaco también la óptica de análisis de Baeza y Lago, que sitúan un proceso de asentamiento urbano como el investigado en un campo de poder. Ello, que puede parecer de perogrullo, no siempre se toma en cuenta cuando se estudian fenómenos de esta naturaleza por lo que se pierde de vista el subtexto de las prácticas hegemónicas y subalternas. En esta línea, es sugerente la propuesta de las autoras que otorga una nueva capa de compresión al fenómeno, al explorar en los conceptos de disciplinamiento, homogeneización y resistencia.
58En una sociedad como la occidental, que se plantea cada vez más el reconocimiento y la inclusión de la diversidad y la diferencia, la pregunta por el otro que se hacen las autoras de este artículo resulta relevante. El otro que desde la hegemonía del poder es visto como un sujeto que amenaza el orden y la civilización, y por ende es objeto de disciplinamiento no solo a través de prácticas de homogeneización cultural sino también a través de un imaginario que lo concibe como un ser desprovisto de cultura, y por lo tanto en una posición social inferior. En contraposición, este otro busca analizarse desde adentro, desde el tejido social que fue construyendo arraigado en la fe y la práctica religiosa, en la sociabilidad de la fiesta y en las variadas relaciones sociales al interior de la propia comunidad. En este punto, pienso que la metodología de la historia oral, utilizada por las autoras, podría haber ocupado un lugar mucho más central, ya que esta permite escuchar las voces de esa alteridad de tal manera de acceder no solo al entramado de las prácticas culturales a que dio lugar el proceso de asentamiento urbano sino también a los significados otorgados, a los imaginarios construidos, a las identidades articuladas en torno a ellas, por los inmigrantes chilenos de Comodoro Rivadavia.
59Así como una mayor presencia de la voz de los inmigrantes chilenos, analizar fenómenos sociales como la migración y la conformación de asentamientos urbanos, hace indispensable la inclusión de todos los actores que jugaron un papel relevante en él. Si bien las autoras dejan en claro el rol del Estado a través de la Gobernación Militar y del que tuvo el sacerdote salesiano Corti, el resto de los habitantes de la ciudad quedan relativamente invisibilizados, si bien son mencionados en distintos momentos, por ejemplo los nativos de la ciudad o los grupos migrantes internos. Estos, es presumible pensar, jugaron un papel en la conformación de fronteras territoriales y sobre todo simbólicas, fueron claves en permitir o dificultar la inclusión de los inmigrantes a la ciudad y sin duda también tuvieron algo que decir en la construcción del imaginario en torno a los barrios chilenos de Comodoro Rivadavia.
60Finalmente, si bien la fortaleza de esta investigación radica, como lo expresé al inicio, en la consideración tanto de las prácticas culturales como de los elementos simbólicos y del imaginario en la formación de los barrios de migrantes chilenos en Comodoro Rivadavia, una representación histórica de su materialidad hubiese enriquecido la comprensión del fenómeno. Así por ejemplo, la reconstrucción del paisaje urbano del barrio Chile Chico, de calles y viviendas, de espacios públicos de esparcimiento, de almacenes y bares, por nombrar algunos posibles, hubiese complementado el nivel de análisis simbólico-cultural. Sin duda, ello requeriría trabajar con los indicios, pero una vez más la memoria de los protagonistas, con los resguardos metodológicos debidos, permite la construcción de una fuente de innegable valor histórico para la indagación del ámbito local.
Réplica de las autoras
61Agradecemos la atenta lectura de nuestro artículo, por parte de Nancy Nicholls Lopeandía. En parte destaca nuestro aporte vinculado al estudio del disciplinamiento, homogeneización y las prácticas de resistencia del grupo de migrantes chilenos hacia 1950-1973 en Comodoro Rivadavia. Efectivamente en esta línea de análisis consideramos que no solo estamos dialogando con quienes han analizado estos procesos para otros grupos migrantes, sino también con aquellos que analizan las prácticas religiosas vinculadas al territorio. En este punto buscamos desplazar la mirada para pensar lo religioso no vinculado exclusivamente a las instituciones, sino analizando cómo operaba ese marco de creencias, por ejemplo para los migrantes facilitando modos de estar juntos y de construir sociabilidades en red.
62Consideramos válida la observación en torno a la necesidad de profundizar en la reconstrucción de la materialidad barrial, a través del rescate de las memorias subalternas que fueron construyendo los grupos de migrantes chilenos, en las cuales también deben ser considerados los mandatos de olvido hegemónicos pero en paralelo el esfuerzo por no olvidar. Otras marcas aún visibles y que constituyen un tipo de problemática que se extiende temporalmente hasta la actualidad, y que se encuentra vinculado con el modo de urbanización al que dio origen el carácter espontáneo con el cual se fueron tomando las tierras por parte de los migrantes chilenos y sobre todo un Estado que, ausente en brindar condiciones de vida dignas a quienes llegaban, sí se encontraba presente con todo el aparato disciplinador y homogeneizador con el que contaba en aquella época. En este punto quisimos subrayar cómo este aparato se nutría de representaciones sobre los migrantes chilenos, y cómo dichas representaciones operaron en particular en la obra salesiana orientada hacia los niños con el afán de argentinizarlos. Actualmente se intenta regularizar el barrio Pietrobelli, reacondicionarlo en términos actuales tales como la aplicación de planes de mejoramiento barrial, pero los límites para su concreción provienen de la profundidad histórica que imprimió en el espacio los condicionantes a las transformaciones que se intentan realizar.
63También nos interesa recuperar aquí la observación realizada en torno al entramado complejo que generó la Gobernación Militar en Comodoro Rivadavia, donde efectivamente nativos comodorenses, migrantes europeos e internos, formaban parte de una configuración donde unos y otros formaban parte de un tipo de sociedad en tensión permanente. A pesar de que el contexto de época dorada de la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (ypf), no dejaba observar los problemas de los márgenes de la ciudad, donde la explotación del petróleo solo dejaba las consecuencias de aquella parte que no era regulada por las políticas de bienestar que el Estado proyectaba sobre todo para la comunidad ypefiana.
64Intentamos incursionar en lo invisible que lograba sostener a los migrantes chilenos en el Pietrobelli, a través de esos lazos religiosos y católicos que los unía –en parte– al resto de la sociedad comodorense, pero que, sin embargo, no logró aglutinar a las poblaciones chilenas en las sucesivas generaciones y que dio origen al crecimiento de un pentecostalismo chileno que continúa vigente e in crescendo entre los migrantes chilenos y en particular entre los sectores populares.
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Entrevista a Lito y Violeta, el 7 de mayo de 2014, en Comodoro Rivadavia.
Entrevista a Sandra, el 8 de mayo de 2014, en Comodoro Rivadavia.
Entrevista a Onoria, el 8 de mayo de 2014, en Comodoro Rivadavia.
Entrevista a Gilberto, el 30 de mayo de 2014, en Comodoro Rivadavia.
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Notes de bas de page
1 El arco temporal que aquí se recupera posee vinculación con los siguientes motivos: abarcar el lapso del denominado primer bum petrolero (1958-1963) y el fin de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia (1944-1955), época en que se dio gran parte de la expansión urbana y del mercado de trabajo de la ciudad, coincidente con la construcción de barrios chilenos. Y el año 1973 (golpe militar al gobierno de Salvador Allende) indica el inicio de una segunda etapa de migración política a la ciudad, de características diferentes a la denominada migración económica (Pereyra, 2000, pp. 9-10).
2 Coincidimos con la siguiente propuesta: «es necesario desustancializar los espacios urbanos, es decir, poner en cuestión la idea según la cual las razones por las que un espacio tiene determinadas cualidades, se encuentran exclusivamente en el espacio mismo, en una supuesta esencia de la que ese espacio (y sus habitantes) sería portador» (Carman, Vieira y Segura, 2013, p. 12).
3 Ciselli y Enrici analizaron la configuración de los barrios Manantial Rosales, Valle C y Laprida, como lugar de trabajo y espacio de pertenencia –sobre todo religiosa– para migrantes catamarqueños y riojanos (Ciselli y Enrici, 2008).
4 «La cadena migratoria puede ser definida como el mecanismo por el cual los futuros migrantes toman conocimiento de las oportunidades, son provistos de medios de transporte y obtienen su ubicación inicial y empleo por medio de relaciones sociales primarias con emigrantes anteriores» (Devoto, 1989, p. 106).
5 Budiño realizó un análisis organicista-funcionalista, caracterizando a los migrantes chilenos como un grupo-problema asociado a la criminalidad, marginalidad, desorganización familiar, etc., además de ser poseedores de valores tradicionales que no les permitían vislumbrar las posibilidades de cambio social. El problema para Budiño estaba dado porque los chilenos trasplantaban la pauperización que se daba en sus lugares de origen, reproduciendo también la forma de vida en favelas (como Budiño denomina los barrios de chilenos) mediante la ocupación ilegal de terrenos (Budiño, 1971).
6 Entre 1944 y 1955 la ciudad fue capital de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia.
7 En nota de un periódico del sur de Chile titulada: «Historias de chilenos en Comodoro Rivadavia». Lunes 30 de marzo del 2009.
8 Una de las entrevistadas vinculó esta modalidad de construir las viviendas con la cooperación de vecinos, conocidos y familiares, con la tradición de la minga chilota, que consiste en la colaboración en trabajos como construir y fundamentalmente trasladar casas a través de la fuerza animal y humana. Violeta nos relató que «se iban ayudando unos a otros porque se usaba la minga, así se ayudaban mutuamente». Sandra nos contó que en la década del setenta vivió en la pensión chilena en los inicios de su matrimonio.
9 En Chile Chico se ubicaban hacia la década del sesenta, los siguientes bares de expendio de bebidas alcohólicas: Oriente, Copihue Rojo, El Caribe, entre otros (entrevista a Lito y Violeta).
10 Las cofradías o hermandades eran asociaciones de fieles de la época colonial «que perseguían finalidades variadas, entre ellas, las de carácter devocional –como la veneración de una advocación de la Virgen María de un santo–, las prestaciones de servicios litúrgicos o caritativos –como el alumbrado del Sagrario de una iglesia o la sepultura de difuntos pobres– y la intercesión espiritual por determinadas necesidades –por ejemplo, la redención de las almas del purgatorio o la más tangible de los cautivos de los indios–. A esa finalidad principal se agregaban casi siempre otras relacionadas con el bienestar espiritual y material de sus miembros, como la participación en pláticas, ejercicios espirituales y algunas formas de ayuda mutua previstas en los reglamentos, como la asistencia de los hermanos enfermos […]; otras solidaridades no establecidas en las “constituciones” se activaban oportunamente, en función de los intensos lazos de reciprocidad que solían unir a los cofrades» (Di Stefano, 2002, p. 33).
11 Onoria vino a Comodoro Rivadavia desde Puerto Montt (Chile) en 1967 y es quien en la actualidad resguarda la parroquia.
12 La entrevistada también conoció a su ex esposo chileno en casa de una allegada del barrio, y vivió en Chiloé durante más de 20 años.
13 Actualmente el espacio público donde se encontraba la placa está en remodelación, por lo cual provisoriamente nos valemos de información vertida en la monografía de Yanina Mansilla, Ángela Chaura y Ángel Cárdenas, de la escuela n.º 731.
14 Se conoce popularmente bajo el nombre de Obra de Corti, un conjunto de instituciones educativas fundadas por el sacerdote –un jardín de infantes, cuatro escuelas primarias, dos colegios secundarios y dos centros de formación profesional con orientación técnica–, junto a otras instituciones en las cuales formó parte de las juntas promotoras, como asociaciones vecinales, bibliotecas y consultorios periféricos (ver más en http://www.padrecorti.org/).
15 El cuidado y la exhibición del cuerpo estaban emparentados con la higiene, la profilaxis y la prevención, preocupaciones propias del higienismo positivista (Di Liscia, 2004).
16 Una de estas maestras que acompañaron a Corti en los inicios del colegio, al ser consultada sobre las motivaciones para trabajar en un lugar tan precario respondía: «Creo en la formación recibida en nuestros hogares y en el colegio. La enseñanza de la práctica intensa de las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, las dos primeras son interiores pero la caridad es hacia los semejantes […]. Y creo que entendimos que la mejor forma de ejercer la caridad era enseñar, educar y socializar a estos chicos que de otra forma no tenían acceso a la educación».
17 Para el caso patagónico, véase Baeza, 2008 y Domínguez, 2006.
18 Cuando llegaba el 18 de septiembre, Corti extremaba sus controles, insistía en que los chicos no debían estar presentes. El propio colegio acentuaba en esos días sus exigencias en deberes y tareas que debían presentar sin excusa alguna. «Debíamos mantener a los chicos ocupados y lejos de las festividades» (testimonio de Inés V., quien se desempeñó como docente en el colegio en 1958, en aa. vv., p. 251).
Auteurs
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Patagonia, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (CONICET-IESYPPAT, UNPSJB), Argentina
ORCID : 0000-0002-2546-1319
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Patagonia, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (CONICET-IESYPPAT, UNPSJB), Argentina
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