Entre desplazamientos y expropiaciones: estrategias y memorias de familias radicadas en la Colonia San Martín (Chubut) para permanecer juntos
p. 71-111
Remerciements
Dedico este trabajo al abuelo don Olegario Saihueque,
por toda su generosidad y comprensión
Texte intégral
Introducción
1Este capítulo reconstruye procesos de cambio en las relacionalidades (Carsten, 2000b) y sentidos de lugar de un grupo de familias, tal como se han ido haciendo y refiriendo, de modos más o menos consolidados, más o menos fragmentarios, pero siempre en marcha y en un contexto histórico de reivindicación territorial. Estas familias, que evocan su pasado en los lugares recuperados y aledaños, estaban vinculadas entre sí desde antes, pues formaban parte de un colectivo que –presentando una constitución heterogénea– fue empujado a disgregar, de modo progresivo, los vínculos que lo colectivizaban. Influyó en ello tanto el Estado, como ciertos grupos locales de poder con capacidad de fijarles condiciones de trabajo, producción y comercialización.
2En consecuencia, este trabajo constituye un acercamiento y una reconstrucción de una historia de conexiones, desconexiones y reconexiones, signada por nuevas producciones de sentido acerca del ser juntos (Massey, 2005a) y del territorio. Para su exposición, los materiales producidos y registrados se organizan en tres acápites donde se reconstruyen las sucesivas coyunturas históricas que estas familias atravesaron e identificaron como relevantes. El escrito sigue, entonces, un orden cronológico para presentar un recorrido histórico que se extiende desde el arribo de varias familias indígenas a la Colonia General José de San Martín hasta el año 2009, cuando parte de ese colectivo, las familias Sayhueque, se organizaron bajo la figura jurídica de comunidad para emprender acciones de reivindicación de sus derechos territoriales por un lote de 50 ha en el paraje La Salina de la misma colonia.
3En cada uno de los acápites, se identifican tanto los cambios como la producción de nuevos sentidos y articulaciones del nosotros y del territorio transitado, en una trayectoria signada por sucesivos desplazamientos. La reconstrucción de ese proceso desde la documentación histórica y desde las memorias se extiende desde la llegada a los lotes donde inicialmente obtuvieron permiso de radicación hasta su actual residencia en el pueblo de Gobernador Costa, pasando antes por su estadía en diferentes parajes dentro de la Colonia José de San Martín.
4Al mismo tiempo, en cada uno de los tres momentos y desde el marco histórico general que organiza la exposición, se identifican diferentes trayectorias familiares que singularizan la marcha de sus integrantes para remarcar, a su vez, no sólo la heterogeneidad de itinerarios que con el tiempo recorrerían estas personas, sino también los procesos sociales, políticos y económicos más amplios en y a través de los cuales esa heterogeneidad fue generada. En tal sentido, interesa destacar cómo las diferentes condiciones en las que fueron llegando a los sucesivos lugares de emplazamiento perfilaron, en cada coyuntura, distintas alternativas de su ser juntos con base en el entretejido de distintas relacionalidades, en cada sitio donde este colectivo de familias fueron obligadas a sobrevivir.
Articulación colectiva de las familias y su radicación en Colonia San Martín
5La situación de las familias indígenas que se acompañaron desde los campos de concentración en Río Negro hasta el interior de la Colonia José de San Martín cuando el Estado argentino los liberó, era dispar en relación a las posibilidades que cada una tenía de acceder a la radicación. Entre otras cosas, este viaje representó para ellas una transición al nuevo tratamiento que iniciaba el Estado con los indígenas a través de sus políticas de colonización y radicación. Ese tratamiento suponía una tensión para este colectivo de familias, porque sólo Sayhueque y su familia directa accederían a un lugar en tanto indígenas, mientras que, de llegar a obtener un lote, el resto de las familias accederían bajo las mismas obligaciones que cualquier otro colono no indígena.
6El doble estándar desde el cual el Estado trató a las familias indígenas que se sentían pertenecientes a un mismo colectivo por vínculos previos a su sometimiento o generados durante su detención en Río Negro desencadenó trayectorias diferenciadas ante los caminos impuestos para acceder a una radicación. Aun cuando las memorias de estas familias ponen en evidencia acuerdos en común, solidaridades para ampararse mutuamente y estrategias de conexión en torno al cacique Valentín Sayhueque para transitar el nuevo escenario, todo ello no fue suficiente para evitar desconexiones a nivel colectivo. Sin embargo, como intentaremos reconstruir desde sus memorias, generaron otras múltiples conexiones que los mantuvieron unidos en diversas actividades de su vida cotidiana con el transcurso del tiempo.
7Aunque el Estado nacional argentino dio por finalizada la denominada Campaña al Desierto con el cautiverio de Sayhueque y su gente, en 1885, su radicación oficial se produjo varios años después, en 1903, cuando el Presidente Roca firmó las escrituras de la donación de 30000 ha, en una reserva dentro de la Colonia San Martín, en la actual provincia de Chubut. Liberadas de los campos de concentración, las familias que viajaron juntas a la zona era más considerable de lo que reconoció el propio Estado en las escrituras de la reserva donada al cacique. La territorialización (Grossberg, 1992) de este gran número de personas segmentó al colectivo, diferenciándolo según criterios estatales biologicistas, lo que se tradujo en que sus posibilidades de radicarse o no dependieran de su vínculo consanguíneo con el cacique.
8Los Sayhueque recibieron 30000 ha, pero algunas familias vinculadas sólo accedieron a lotes de 625 ha, mientras otras lo hicieron a una legua o más, y algunos quedaron emplazados en los límites de la colonia, sin reconocimiento estatal, en lo que posteriormente iba a denominarse el Ensanche de la colonia, ocupando campo abierto por años. Finalmente, ciertas familias sólo lograron acceder a un lugar por acuerdos, permisos y vinculaciones con quienes sí obtuvieron algún papel de radicación. Ante las circunstancias de haber sido separadas y diferencialmente tratadas en términos de su acceso a la tierra, esas familias no obstante re-crearon otros modos –sus propios modos– de estar juntas. En esto y más allá de esa heterogeneidad de radicaciones, la llegada de este contingente de familias a la zona obedeció al rol que cumplió en ese momento el cacique Valentín.
9Desde la perspectiva de Michel Serres (1981), entendemos que Sayhueque enlazó el recorrido común de la salida de los campos de concentración con otro que implicaba conectar estas familias con la posibilidad de acceder a la tierra. El cacique trazó un puente y comunicó esos dos márgenes tan dispares (el de la detención y el de la radicación) por la posibilidad de interlocución que por su trayectoria tuvo con el Estado. Ello operó la convergencia de estos grupos familiares en un entretejido de amparos y ayudas mutuas para tornar continuas las discontinuidades e incertezas que esos márgenes suponían, para la mayoría de ellos, en lo que hace a transitar de las viejas a las nuevas condiciones con que el Estado estructuraba su sobrevivencia. Ante la fisura que representaba esta nueva coyuntura para familias no visibilizadas en los términos con que el gobierno estaba reconociendo a los indígenas, Sayhueque actuó cubriendo las grietas de las políticas que los ubicaban en un lugar de precariedad y desamparo. Aun cuando los condicionamientos impuestos desde el Estado fueron intransigentes, y sólo habilitaban la comunicación con algunos referentes como Sayhueque, esa misma posibilidad personal de actuar como puente recreó, sin embargo, múltiples conexiones entre las familias y una unidad entre ellas que logró trascender la obtención o no de una radicación, y entrelazó un nosotros colectivo que seguiría articulado en el tiempo.
10Así, más allá de las categorías de radicación definidas por el Estado, todas estas familias percibieron relaciones de continuidad entre unas y otras, desde el consenso sobre las decisiones y prácticas de emparentamiento que agenciaron. A la vez, ello se tradujo en ciertas formas de acceso, uso y emplazamiento en el espacio. Con el tiempo, diferentes formas de acceso a la tierra alcanzarían el rango de radicación por distintos mecanismos. Para dar cuenta de estos procesos, a continuación se reconstruyen dos trayectorias diferenciadas para acceder a la residencia dentro de la colonia, desde las memorias colectivas y otras fuentes. Una de ellas es la que se congregó en torno a los permisos de palabra que se otorgaron en las tierras que obtuvo don Manuel Pinchulef. La otra congregó diversos grupos parentales en torno a un acuerdo colectivo que definieron entre ellos para acceder a un lugar y usarlo colectivamente hasta que, con el tiempo, la Oficina de Tierras les asignaran lotes de dispares extensiones a cada uno de ellos.
11Según el Censo Nacional del año 1895, los Pinchulef tuvieron sus toldos en la zona de Tecka y Apeleg, junto a otros contingentes de familias que esperaban la llegada del cacique Sayhueque. Por las cédulas censales, esta familia residió en un mismo toldo con otros tres grupos parentales. En ese momento, su estadía respondía a la alternativa de radicación conjunta que generaron estas familias a su salida de Río Negro. Finalmente los Pinchulef permanecerían pernoctando fuera de la colonia y de la reserva donada a Sayhueque a su llegada a Chubut. Recién dos décadas después, los lotes que habían ocupado se introdujeron como parte del Ensanche de la colonia. Por ello, sus residentes obtuvieron extensiones dispares cuando la Oficina de Tierras les reconoció la ocupación. Así fue que la familia Pinchulef obtuvo un lote de una legua y media de extensión. Pocos años después de registrada estatalmente esta radicación, las autoridades obliteraron los trayectos, vinculaciones y disposiciones acordadas entre todas las personas que en efecto llegaron a residir al interior del lote de los Pinchulef. La configuración de esos espacios de residencia desde agenciamientos propios quedó obviada por las autoridades, tal como se indicará al referir la trayectoria seguida por los Llancamán al interior de este mismo predio. Veamos.
12Casiano Pinchulef contó que su abuelo Manuel había obtenido una legua y media de campo, que era propiedad de él. En el lugar tenía más de 5000 animales, e incluso su capital le había permitido adquirir un vehículo en la casa Lahusen de la zona. Expresó que el abuelo era amante de los animales y todos los años señalaban alrededor de 1000 corderos. Para dar la dimensión de esa notable capacidad económica, Casiano dijo que, en tiempo de señalada, por la cantidad de trabajo y personas que se reunían a trabajar en el lugar, su abuelo plantaba 15 corderos por la mañana y 15 por la tarde para atender a la gente, dándole bien de comer a quienes lo ayudaban.
13El abuelo Manuel, como otros de la zona, facilitó el acceso al espacio para otras familias, articulando prácticas de protección que eran, a la vez, de construcción del espacio mismo. En este sentido también operaron otros ancianos, que oficiaron de centro de enlace de una red de personas (Astuti, 2000), y que prosiguieron ampliando su parentela en torno a ellos en la zona, trazando así circuitos de trabajo, socialización, parentesco y residencia. A su vez, estos abuelos venían contenidos desde antes en otra red amplia de vinculaciones, constituida por otros referentes que, para protegerse mutuamente, posibilitaron trayectos y opciones que lograron concretarse una vez arribados a la Colonia San Martín. En este proceso, entonces, no sólo gravitó la relación de Sayhueque con Moreno para obtener tierras, sino que a su vez lo hicieron otras múltiples conexiones entre estas familias que, al interconectarlas, posibilitaron que arribaran juntas y se emplazaran en Chubut.
14En parte, el bienestar económico del abuelo Pinchulef obedeció a su posibilidad de contar con el trabajo familiar. Como en otras familias de la zona, fue característica de la forma de residencia en este lote que no sólo se haya establecido don Manuel y su familia compuesta de seis hijos, sino que también lo hayan hecho sus hermanos y hermanas, con sus respectivos esposos e hijos. Asimismo, las generaciones siguientes de hijos y sobrinos, con sus respectivas familias, se quedaron en el lugar. Los padres de don Casiano, sus tíos y tías, contrajeron matrimonio con personas asentadas en lotes vecinos.
15María Ancalipe refirió a esta organización del espacio y de las personas en lotes ocupados por varios núcleos familiares, cuando recordó que sus papás le contaban que, de tanto en tanto, los hacían levantar muy temprano, como a las cinco de la mañana, para ir ayudar a otra familia, la cual definía qué trabajo se realizaría ese día de modo colectivo. Al tiempo que establecieron redes de circulación en el espacio, las interacciones entre estas familias consolidaron en estos momentos contigüidades sociológicas, por sus modalidades de trabajar, de pautar acuerdos, de asumir obligaciones entre sí y de reconocer intereses comunes. Estas interacciones también caracterizaron el lugar, asignándole una organización en consonancia con sus modos de vida.
16Casiano también recordó que, en ese tiempo, los tíos nomás trabajaban y vivían ahí. En este sentido, nuestros entrevistados configuraron un mapa de relaciones incorporando lazos próximos y cercanos no registrados en ninguna documentación relacionada a la posesión del lote. Casiano nombró por ejemplo a sus tíos Cayupán, casados con la hermana de su padre, y a otras personas con las que convivieron como allegados, a quienes también se dirigían como tíos. Con el recambio generacional, los hijos de familias asentadas en distintos lotes contrajeron matrimonio. Como eran familias que venían relacionadas entre sí, generaron parentelas que, con el tiempo, quedarían además entrecruzadas por la vecindad.
17Para el período histórico en que se materializaron, tales vinculaciones se produjeron enmarcadas en situaciones contextuales propiciadas por afinidades previas que creaban solidaridad y ayuda mutua entre las familias involucradas. Sin embargo, con el paso del tiempo, se fue limitando la capacidad de recepción de nuevas unidades domésticas en los lotes. Posteriormente y sumado a esto, se instalaron modalidades de expropiación sobre estas familias, desde maniobras de terceros que obviaron las situaciones de sucesión en la que se hallaban los lotes, e invisibilizaron los múltiples tratos y acuerdos entre las personas vinculadas a ellos.
18Por ejemplo, los Llancaman obtuvieron permiso de palabra para asentarse en parte de las tierras de don Manuel Pinchulef. El lote se hallaba emplazado en el paraje que posteriormente se denominaría El Chacay. Con el tiempo, José Llancaman contrajo matrimonio con una cuñada de don Manuel, quien residía en el mismo lote. A los años, solicitó el lugar como propio al Estado y, por esta solicitud, se le concedió un permiso. En el sitio concedido, se instalaron otros dos hermanos de José, Ricardo y Mariano Llancaman, con sus respectivas familias. Hace unos años, sus familiares vendieron el campo. Según nos contaron Florentino, Américo y Casiano, aun cuando la sucesión de Manuel Pinchulef es reconocida por la Oficina de Tierras de la localidad de Esquel, se obvió ese sitio que formaba parte de la sucesión. Situaciones de radicación como la mencionada involucraron tratos y permisos que se originaron por compromisos con parientes políticos como cuñados y cuñadas o, en su defecto, fueron selladas con emparentamientos posteriores. Fue la proximidad de personas en un entretejido de vinculaciones la que dio continuidad a una dinámica relacional que posibilitó a un número considerable de familias emplazarse en la Colonia José de San Martín.
19En consecuencia, cuando les cedieron desde el Estado permisos de ocupación precarios a algunas de las familias que habían llegado con permisos de palabra de otros pobladores, este hecho se convirtió en un cambio de estatus sobre su residencia en el lote. Como efecto de este proceso, se alteraron en las generaciones subsiguientes los compromisos y las obligaciones comunes con los que esos vínculos se habían originado en el pasado. Así, la documentación labrada por estas circunstancias tuvo el poder performativo de alterar y silenciar vínculos e interacciones sociales previas. Ciertas relaciones perdieron su jerarquía, lo cual contrarrestó relacionalidades previas. Esta situación prolongaría su influencia en el tiempo y se vería reflejada en una acentuación de la subdivisión y fragmentación catastral del lugar.
20Por intermedio de acuerdos colectivos, otras familias también habilitaron la posibilidad de obtener emplazamiento al interior de la Colonia José de San Martín, tal como fue el caso de los Curín, Loncón, Jaramillo y Rivera. Cuenta don Marcial Rivera respecto de esta segunda trayectoria que estas familias, junto a otras, se unieron y solicitaron un campo. Entonces, eso después se repartió ahí, pero hace muchos años. Uno quedó con una legua, otro quedó con otra y así. Este acuerdo en común, una vez asentados, se trasladó a prácticas y actividades sociales que los vincularon más allá de su lugar de residencia. Así, las pampas de camaruco o las tareas de la zafra ovina reunieron a estas familias con las de la reserva y las de otros parajes.
21Es característico de esta segunda trayectoria de acuerdos colectivos que los entrevistados identifiquen puntos de convergencia en torno a actividades como el apacentamiento de los animales en sitios que no eran de nadie en particular, por lo que todos tenían acceso a ellos. En este sentido, todas las familias mencionan que, en esta época, los animales se cuidaban por repunte. Fueron los Rivera, los Ancalipe y los Julián quienes nos explicaron que esta modalidad consistía en reunir los animales de todos en un sitio estratégico, central para todas las familias involucradas. Luego, en la época de la zafra o esquila, los vecinos reunían los animales todos y, colectivamente, se separaba lo que pertenecía a cada uno. El consenso en estas tareas también se ejercía para actividades específicas como el baño del ganado, dado que no todas las familias contaban con la infraestructura necesaria para ello. Entonces, también era común que se produjera el traslado de la majada de todos a un punto en particular.
22Los viajes de venta de los fardos de lana a la localidad de Comodoro Rivadavia también suponían el establecimiento de acuerdos entre estas familias, más allá de su residencia, para lograr llegar a dicho puerto. Estos viajes implicaban una convivencia de tres meses de duración entre los involucrados para, a su regreso, traer los víveres necesarios para el año.
23En las pampas de camaruco como ceremonia colectiva principal, también se iniciaron vínculos rituales y de camaradería que pudieron eventualmente adquirir otro estatus. Estos vínculos aparecieron en contadas o relatos que señalaron otras conexiones con el espacio. Así, la familia Pinchulef asistió al camaruco que levantaron la machi María Epul y don Zenobio Jaramillo en el lote de éste, en el paraje El Chacay. Don Américo habló de un parentesco de carácter ritual, cuando nos contaba de esa ceremonia y aclaraba: «Yo le digo abuelo [a don Zenobio] porque me trataba de nieto nomás. Fue la única y última vez que yo participé de un camaruco. Todavía iba mamá». Esta ceremonia continuó levantándose por varias décadas y muchas de las familias, aún después de expropiadas y trabajando en estancias de la zona, siguieron asistiendo a ella, pero en condición de visitas de las familias en cuyo lote se levantaban, pues allí estaba el leufun o campo ceremonial.
24La abuela María Epul fue machi y atendió, entre otras, a todas las familias mencionadas aquí. Don Zenobio Jaramillo era su paciente y nos contaron que la abuela le dijo que para curarse de un mal que le habían hecho debía hacer ceremonia, porque le venía de descendencia. En efecto, la ceremonia se inició en el lote de los Jaramillo y la abuela asistió a ella hasta sus últimos años de vida. Cuando ya no podía caminar, al último se quedaba dentro del carro acostada y les decía a todos que cuando ella muriera no la traten como finada porque ella siempre iba a existir, recuerdan los Julián. Este ámbito ceremonial fue, tiempo después, producto de los roles que cada una de las familias –que habían llegado a la zona por un acuerdo colectivo– cumplirían para su concreción. En el marco de ámbitos rituales, se propiciaron matrimonios que enlazaron a estas familias entre sí, como el caso de don Hermeregildo Curín (hijo de don Zenobio) y Celestina (nieta de la abuela María). Ellos, en vida de doña Celestina, nos historiaron, en su casa de Costa, estas vinculaciones y otras que se dieron por participar de la ceremonia.
25Estas distintas relacionalidades descriptas por las personas se orientaron también en otras direcciones más allá del ámbito ritual, de otorgar permisos de residencia, o de comensalidad en las faenas. De la misma manera que aquellas prácticas los vinculaban, don Hermeregildo Curín contó el matrimonio de uno de sus tíos con una Sayhueque, cuando él era niño. Su tío trasladó su residencia desde el paraje El Chacay a la reserva y él, como sobrino, participó de la reunión que se realizó por esa circunstancia. En su memoria, fijó el evento por la austeridad en la que vivían las familias de la reserva y, en tal sentido, mencionó que no tenían leña en esa ocasión y nos mandaron a pastorear una puntita de chivas. Doña Rosaria Crespo describió a su vez cómo eran las prácticas para sellar esos matrimonios cuando aún no había nacido, desde el punto de los residentes de la reserva:
Pero, la gente de antes no era como ahora. La gente se pedía la muchacha. Mi mamá le pidió y estuvo seis días en el rekum. En el rekum, una cortina. En paisano se dice rekum, cortinado, un cortinado. Y mi mamá tenía 15 años. Y el papá estaba encarnizado para juntarse con ella. Y andaba [el padre] vuelta y vuelta, venía cada vez, cada una semana, dos o tres. Y la mamá no quería juntarse con él, era muy joven, me contaba ella. Y así después estaba, «tanto que jodía», dijo «su papá, yo ya estaba cansada que me tenía vuelta a vuelta, que me venía a avisar la mamá de mi papá. Y yo me escondía», decía la mamá, «yo me escondía y yo me ría». «Me costó mucho para decir que sí», dijo, «me costó mucho». No, las chicas de antes se pedían. Pero ahora no, ahora va mal ahora. Había mucho respeto. (Gobernador Costa, 2010)
26Por un lado, la abuela Rosaria, quien hoy tendría casi 100 años, contó cómo fue el matrimonio de sus padres. En su relato infirió que las prácticas matrimoniales en aquellos años suponían protocolos que les otorgaban sentidos culturales significativos. Por el otro, remitió al carácter colectivo de estos vínculos, cuando relacionó el estatus del que formaban parte los matrimonios con las decisiones de los padres de los involucrados. Eran éstos quienes definían, en última instancia, los términos y márgenes para la concreción de dichos acuerdos. Desde el recuerdo de Rosaria, el matrimonio contextualizó una conexión entre familias que evaluaban un pasado en común y seguían las prescripciones de un protocolo. En consecuencia el presente del matrimonio remitía a continuidades con el pasado.
27En una coyuntura histórica posterior, los matrimonios entre estas familias se ejecutaron dando preponderancia a su situación presente de necesidades, expropiaciones y cercanías por vecindad. Aun cuando se habrían compartido implicancias de protocolos pasados, éstas no se pusieron en primer plano. En consecuencia, con el tiempo, se dejaron de cumplir formalidades ceremoniales que no obstante quedaron en la memoria. Sin embargo, a pesar de reconocer el peso de las necesidades del momento, no por ello se puede presuponer que dejaran de incidir ni los términos y márgenes con que se producían esos acuerdos en contextos pasados, ni las trayectorias comunes. Por el contrario, fue por la gravitación de esas circunstancias que las familias siguieron en efecto conectadas e interactuando juntas en el lugar e incluso emparentándose.
28Asimismo, los presupuestos procedentes de epistemologías (Beliner, 2005) propias para relacionarse entre sí no se redujeron sólo a las ceremonias o matrimonios como instancias de conectividad que familiarizaban y producían sentidos propios del espacio. Las relaciones y desplazamientos de grupos familiares residentes en diferentes parajes también se fueron intensificando y particularizando en torno a otras actividades ya mencionadas, como las relacionadas con la obtención de medios de subsistencia. Las actividades y desplazamientos descriptos suponían así la diferenciación de sitios de uso colectivo, al tiempo que emplazaban circuitos de acceso y conexiones a interacciones sociales que congregaban a las familias al espacio así producido. Estos agenciamientos, producto de la reciprocidad y ayuda mutua, configuraron un período de grupos familiares que circularon en búsqueda de la prosperidad común antes que la mera subsistencia:
¡Uf! Venían todos. Se hacía un festejo, después se hacía un bailecito, para que tengan más bendición los corderos. Se plantaba un cordero ahí para que se sirva la gente y después un bailecito. ¡Uy, qué contento los ancianos! Ya no hacen así. Hoy en día carnean, hacen así nomás como quieren, listo. Y se hacía apol. ¿Sabe cómo cocinaba la gente para carnear el capón? Carneaba todo y tenían una olla así tan alto. Y el capón no lo cortaban así con cuchillo. ¿Sabe qué hacían? Ponían el capón entero y lo cocinaban en ese con una olla alta. Ahí entraba el capón entero. Después dice que decían «ya debe estar el mollafum. Sí», dice que decían, «ya debe estar». Mollafum, ese es en paisano, claro. (Hija de Rosaria, Gobernador Costa, 2010)
29Las familias describieron que, al principio, propiciaron contextos de vida donde se dieron múltiples alternativas de trabajo y actividades económicas, hasta recibir el pago anual de la zafra que entregaban a las casas de comercio. A consecuencia de la ausencia de alambrados, de sus relaciones de familiarización, de su congregación en actividades productivo-ceremoniales, y de los permisos otorgados de palabra, generaron las condiciones para alcanzar lo que señalan como bienestar económico y un pasar sin apremios. Las relacionalidades agenciadas derivaron en prácticas económico-productivas que involucraron acuerdos que conectaron personas que quedaron localizadas en distintas jurisdicciones de la colonia y trazaron así circuitos territoriales locales desde prácticas propias. Estas familias describieron para esta época imágenes distantes de las penurias y necesidades que, pocos años después, comenzarían a soportar. Juan Calfupán nos contó que «La gente era enriquecida porque había muchos lanares; el que menos tenía, tenía 3000, 4000 ovejas».
30En las escenas cotidianas que evocaron, las familias orientaron sus diálogos a la objetivación de imágenes acerca de diferentes aspectos de su vida y, desde ellas, emergieron diversas actividades que se dieron en simultáneo. Esas imágenes remiten a un contexto de múltiples alternativas a partir de las cuales organizaron las tareas de subsistencia. Tal como las describió Victoria:
Bueno, alguno capaz que tuvieron un poco más, unos más, unos menos, pero siempre tuvieron sus animales. Tuvieron sus caballos, sus ovejas, sus chivas, sus gallinitas, hasta avestruces guachos sabían tener, guanacos guachos que crían ellos. Así que esos siempre tuvieron la gente pobre, pobre. Aparte los que tuvieron más animales. Pero, fueron gente muy unida en todos los animales. Usted tenía que señalar, iban los vecinos. (Victoria, nieta de Camila Sayhueque, José de San Martín, 2011)
31Una vez radicados en los lotes, las tareas domésticas que se realizaban al interior de cada grupo familiar se intercalaron con el trabajo en las estancias. Desde este conchabo, la circulación de personas quedó referida desde un espectro de tareas, incluida la organización de actividades informales en las cuales se entrelazaron. Al describir la compra y venta de diferentes productos que, producto de su iniciativa personal, pudo comercializar su papá, don Marcelino Crespo, Rosaria introdujo los desplazamientos que, en este sentido, él efectuaba entre la reserva y los parajes aledaños. Según fueran las actividades que generaba, transitaba tanto dentro como fuera del paraje o de la reserva para proveerse de leña, venderla, acordar el intercambio de trabajos en cuero, la venta de matrones, cojinillos y peleras. Otros recorrían la zona como domadores o parteras. Si bien se aludió a una economía informal, no por ello se ha dado por sentado que su incidencia fuera reducida; antes bien, se destaca el punto de vista desde el que doña Rosaria contó lo que hacían sus mayores:
Ellos [sus padres] vivían trabajando y así se criaron, trabajando, se criaron luchando en la vida para poder vivir, para poder comer. Mi papá por lo menos, él trabajaba de todo, era soguero, sacaba leña de molle para poder vender, hacía de todo para poder criarnos a nosotros. Eran gente muy trabajadora la gente de antes y así se ganaban el pan […]. A mí me contaba la tía: «Yo me vine de esos lados, hija». Pero era trabajadora, hacía tejidos, matrones de todo hacía y yo sabía estar cebándole mates, para tomar mates ella. (Gobernador Costa, 2010)
32Las reflexiones de nuestros entrevistados invitaron a identificar múltiples interacciones sociales que refirieron a un contacto en torno a diferentes espacios de circulación social, incluso aquellos estructurados por el régimen laboral de las estancias, que se encuentran entre los más significativos desde lo que refieren los procesos de memoria. Los entrevistados relataron diversos contactos desde varios sentidos y con diferentes direcciones entre los grupos y sus actividades. En consecuencia, las actividades descriptas trazan mapas y recorridos que se emplazan en el espacio, y ponen en evidencia nudos y entrelazamientos entre estas familias que excedían sus puntos de residencia.
33En suma, si el análisis se detiene en los puntos de contacto, se advierte la interconexión tanto de familias, como de parajes de radicación, en torno a puntos de convergencia como las pampas de camarucos, las tareas de la producción ovina, la época de la zafra o los trabajos con que complementaban su economía. Con el tiempo, hasta las mismas estancias se constituyeron en lugar de encuentro y del estar juntos. En este contexto, la reserva constituyó un entretejido de convergencias y concordancias entre las personas.
34Ahora bien, al tiempo que el colectivo gestó agenciamientos colectivos para atravesar las imposiciones y obtener la radicación –recreando en esta nueva coyuntura nuevos modos de estar juntos, y vinculándose entre sí a través de actividades productivas, rituales-ceremoniales, y de la vida cotidiana– las características de la producción ovina y la explotación de mano de obra en un mercado controlado por comerciantes y hacendados operarían, sin embargo, tensionando esa unidad colectiva. En efecto, es al poco tiempo de llegar a Chubut que las familias quedarían incorporadas a la estructura económica regional más amplia, ya sea como clientes o mano de obra en condiciones desiguales e injustas. En otras palabras, las opciones del estar juntos que estas familias fueron agenciando operaron, a principios del siglo xx, en un contexto de conformación de grandes latifundios en las inmediaciones.
35Inicialmente, la emergencia de grandes estancias de ninguna manera presupuso la expulsión de los pobladores indígenas de los alrededores, aunque fueran constantemente denunciados como causa de déficits productivos por los latifundistas.1 Aunque paulatinamente el entramado económico de la región iría poniendo en tensión y dislocando las instancias de estar juntos, para esta época el despoblamiento de la zona rural no era funcional a los intereses latifundistas. Por el contrario, al principio estas grandes estancias requirieron de la disponibilidad de un caudal de mano de obra flotante, barata y sustituible, por su alternancia de roles en tareas no calificadas al interior de dichas explotaciones. En consecuencia, los indígenas de los alrededores construyeron su historia colectiva en el lugar, sometidos a los vaivenes del régimen de la zafra ovina y las lógicas de rentabilidad de los latifundistas, quedando incorporados con el tiempo ya fuera a un mercado laboral que reunía aquellas características, o a los sistemas de comercialización de la producción ovina que obedecían a dicha lógica de rentabilidad.
36Cuando narraron las actividades asociadas a los modos de ganarse la vida, las personas develaron sus posicionamientos en los procesos hegemónicos de dominación en curso durante el período histórico al que referían las memorias. Estos relatos identificaron personas insertas en los «procesos en estructuración» (Hall, 2010), con cabal comprensión de los modos en los que estos procesos operaban, y del lugar desventajoso que ocupaban. En algunos casos, familias como los Llancaman interpretaron qué hacer en esta época para mantener su ocupación predial. Anticipando la precaria situación en la que se encontraban al tener residencia en un predio por un permiso de palabra, Llancaman ejecutó los procedimientos de rutina y obtuvo un permiso. Opuesta fue la situación de otras familias de la Reserva Sayhueque, como la de Juan Calfupán. Aunque habían sido alertadas de su desalojo, estas familias no pudieron contrarrestar el accionar de la firma Lahusen, expropiadora de sus tierras. Sin embargo, circulaban por esos espacios procurando tomar en sus manos las decisiones y alternativas de sus propias circunstancias. Este contexto de interpretación fue el que don Juan Calfupán introdujo, en torno a la vida cotidiana de las familias, cuando nos contó del trabajo de su papá:
Mi padre trabajaba en la casa de Comercio de Romeo Carlos, en la aldea El Shaman, era repartidor, con carro de mula. Salía a repartir a toda la colonia Sayhueque. En una oportunidad el gerente de la casa Romeo le dijo: «Calfupán, por qué no solicita una parcela de tierra y se queda con lo suyo», porque ahí a los Sayhueque, había escuchado que iban a ser desalojados. Mi padre no le dio importancia, por eso después se acordaba y decía: «Yo, qué tonto», porque con Llancaman eran compadres, se conocían de joven. Llancaman lo siguió [al gerente] y solicitó una parcela. (Esquel, 2013)
37Don Juan contó sobre la presencia constante de las casas de comercio en torno a la reserva. Teniendo en cuenta el capital que producían las estancias de los alrededores, se deduce que la instalación de las casas de ramos generales obedeció al objetivo principal de lucrar con el trabajo y capitales de las familias indígenas de la reserva, y de los parajes aledaños. En efecto, las estancias de Plate, Stauted o Zuñida sacaban su producción por medios propios directamente al puerto de Comodoro Rivadavia y se abastecían de insumos en dicha ciudad. La cooptación de los indígenas como mano de obra y de su producción ganadera impuso otros circuitos y recorridos. Cuando contó que entre las estancias de Stauted se manejaba una majada de alrededor de 70.000 animales, don Rivera visibilizó las dimensiones de desigualdad en que quedaba posicionado el colectivo indígena para decidir y efectuar sus propios movimientos:
Tenías que estar de campamento en el campo en ese entonces, pero el patrón no daba nada. Ahora, cuando sabían estar acampados, estaba el capataz, el mayordomo. Cuando desocupaban a la gente, así, pedían permiso para quedar unos días en el cuadro [los peones]. Entonces le daban permiso. Por ahí le sabían dar vicios y alguna cosa más hasta que llegue la temporada, porque no había que perder el laburo, porque era muy difícil de calzar. Entonces ahí había que aguantarse. (Marcial Rivera, Gobernador Costa, 2014)
38Hay que tener en cuenta los intereses de estos estancieros locales para interpretar el contexto que Juan describió. En efecto, la familia Zuñeda fue una de las socias propietarias de la firma de comercio Romeo Carlo & Cía., al tiempo que había trabajado para la firma Lahusen.2 Por lo que contó Juan, la relación con las casas de comercio no se redujo al aprovisionamiento. Además de trabajar en ellas, otras familias tenían tratos con estas firmas comerciales para criarles animales en mediería, como hizo Hilario Puñalef. Desde otro ángulo, estas imágenes de diversificación de actividades de los comerciantes-hacendados evidenció la intrincada conjunción de intereses de este grupo. Al tiempo, indicaron el reducido círculo de personas comprometidas con dichos intereses, quienes acapararon las ganancias que dejaba la comercialización de la lana de toda la zona. Estas personas, superpuestas en varias actividades y con influencias a distintas escalas gubernamentales, subalternizaron a las familias y regularon sus interacciones sociales por distintas vías.
39Las relaciones de dependencia y los múltiples compromisos a los que quedaron expuestas las familias con las casas de comercio fueron descriptos por los entrevistados cuando ubicaron, desde la memoria social, la instalación de estas firmas en la zona como un hito que alteró toda la dinámica de trabajo y cambió el entorno de vida de los vecinos. Con la llegada de casas como Lahusen, dejaron de realizar los viajes para vender lana a Comodoro Rivadavia, y vieron cercenadas actividades que antes los comunalizaban (Brow, 1990). Con Lahusen en la zona, quedaron incorporados a la lógica de la firma que pasaba lote por lote a retirar la producción anual de cada familia. Todos quedarían subordinados por diversos medios y distintos tipos de contratos que se digitaron desde esta casa de comercio. Estas situaciones redundaron en una serie de obligaciones que las familias debieron afrontar con su sólo trabajo, en lotes de dimensiones reducidas y un cada vez más escaso número de cabezas de ganado. Estas firmas comerciales indujeron así, por múltiples vías, la desconexión de las familias que antes trabajan para un fin común, y ahora debían hacerlo para responder a algún contrato impuesto.
40En tanto, transformadas en pequeñas unidades productoras, las familias indígenas de la zona constantemente vivieron expuestas a sostener su participación en la estructura económica, sometidas a las determinaciones de los precios de exportación de la lana que imponían los controladores del mercado. En esta instancia, los únicos beneficiados eran los grandes estancieros-comerciantes, quienes no pagaban impuestos de aduana para la exportación, e importaban sin pagar aranceles (Beato, 1993). En este circuito, los pobladores amortizaron, por un lado, los costos de las distancias y de los intermediarios, al recibir el pago por su zafra o adquirir mercaderías en el lugar. Pero, por el otro, las familias pasaron a depender sobremanera de las casas de comercio y, al mismo tiempo, debieron responder a otros condicionamientos como las exigencias de colocar alambrados;3 de heredar supuestas deudas comerciales;4 de abstenerse de la caza colectiva de guanacos;5 de convivir en contextos de violencia por parte de las autoridades;6 de trabajar en términos de contratos denigrantes;7 y de someterse a intercambios abusivos para el abastecimiento de productos perecederos e imperecederos por parte de las casas de comercio, que actuaron engañando a las familias en complicidad con las autoridades.8
41Ya sea que quedaran radicados como arrendatarios de la colonia San Martín o en la reserva donada al cacique Sayhueque, los indígenas de la zona se vieron obligados –desde que se asentaron en la zona, y de modo progresivo– a trabajar en los latifundios de los alrededores como peones ovejeros, peones de patio, tropilleros, domadores, puesteros, esquiladores, arrieros o alambradores, entre otras necesidades laborales que tenían estas estancias. En ese momento, acceder a esos diferentes puestos de trabajo implicó quedar insertos en cierta lógica de incorporación y funcionamiento del régimen laboral caracterizado por el trabajo estacional, contratos informales, permanencia inestable en los puestos de trabajo y percepción de retribuciones minúsculas.
42En los diarios de viajes de Otto Sartori (1897-1908),9 administrador de los bienes de Juan Plate, como en los de las visitas del mismo Plate a sus estancias La Emma y Nueva Lubecka –aledañas a la reserva donada a Sayhueque–, entre los años 1900-1901 y 1905-1906, se encuentran referencias sobre la vida de las familias indígenas de la zona y sus tempranas vinculaciones con estos espacios productivos. Cuando Plate recorrió el lugar evidenció que los indios salen a buscar leña y la dejan junta por montoncitos en distintos puntos. También advirtió que en el cauce seco del Genoa hay unos toldos instalados con varias familias. Expresó su disconformidad con que los indios que viven ahí bolean dentro de su campo. Encontró a dos de ellos en esas tareas y también a 30 indios haciendo cercos y trampas para agarrar avestruces, guanacos y zorros en otro punto. Habló con una mujer del grupo, quien le manifestó que iban a andar 20 días entre los valles de Apeleg, Shaman y Senguer. Al mismo tiempo, dejó constancia de que varias personas vinculadas a la reserva le trabajaban como peones, puesteros o recorredores, entre ellos, Crespo, Salpu, Bustos y Sayhueque. Asimismo, las tolderías del cacique Sacamata residieron por un tiempo dentro de la estancia Nueva Lubecka, antes de desplazarse más al sur, en el departamento de Río Senguer.
43Las memorias familiares detallaron el entorno de vecindad que los incluía como puntos contenidos en una red de relaciones más amplias, que involucraron otras agencias y actores en las estancias. Como refiere Marcial, con o sin trabajo, fueron quedando obligados a deambular en las inmediaciones de los latifundios para obtener algún puesto de trabajo. En ellos, al personal se le pagó retribuciones paupérrimas. La peonada trabajó mal alimentada, habitó en precarios campamentos, fue sometida a trabajos duros y exigentes, y quedó expuesta a las inclemencias y rigores del clima. Sumado a esto, en su vida diaria, las familias convivieron con los abusos de los patrones, de sus capataces, de las autoridades locales como la policía o los jueces de paz, y de los comerciantes propietarios de ramos generales, grandes o pequeños, que se incrementaron de modo progresivo en medio de los caminos vecinales. En el caso de las familias que vivieron en puestos, como los de la estancia de Zuñeda, ellas quedaron obligadas a dejar sus ingresos en la misma estancia, porque debieron comprar sus víveres en el almacén de Andrés Zuñeda. Aún así, algunas personas evocaron este período todavía como un momento de prosperidad familiar, en contraposición con la miseria que sobrevendría pues, según nos contaron, los peones podían llevar o mandarles carne, desde la estancia, a sus familias que habían quedado en las taperitas.
44En suma, en el lapso que abarca desde su traslado hasta completar su radicación al interior de la Colonia San Martín, las familias atravesaron juntas diversas dificultades que ponían en tensión sus posibilidades de mantenerse unidas, en una coyuntura histórica que les imponía determinadas exigencias y aptitudes para mantener su permanencia en los lugares de residencia. Sus posibilidades de seguir juntos dependieron de los lazos que trabaron entre ellos en el lugar. Más allá de las dispares coordenadas por las que quedaron residiendo en la colonia y zonas aledañas, fueron dichos lazos los que les permitieron acceder a una morada y convivir desde vínculos de ayuda mutua, asistiéndose mutuamente en las diferentes actividades que emprendieron. En estos años, el lugar se configuró como una unidad que contuvo la reserva y parajes aledaños. Al principio, a su llegada, la gente describió el espacio como abierto, compartido, sin límites. También a un colectivo de personas que, en consonancia con ese uso del espacio, actuaba como uno solo. Veremos que, luego, ante el desalojo de las tierras en las que habían sido radicadas, el mismo espacio se redefinió desde relaciones de diferenciación y vinculaciones de personas transitando por lugares desigualmente emplazados entre sí. En este otro momento, se describirá a las personas en un doble proceso de re-unión y de desunión que se produce, al mismo tiempo, entre diferentes grupos familiares. Éste es el proceso que trataremos a continuación, en el segundo momento identificado en la trayectoria de este colectivo.
La articulación del estar juntos en contextos de crisis y desalojos de lotes
45Para introducir cómo este contexto histórico signó la trayectoria de este colectivo de familias, hay que remitirse a diferentes situaciones, fechas, agentes y agencias involucrados en momentos dispares, que tuvieron su clímax de efectos desencadenantes y generalizados a mediados de la década del 40. Fue a las familias indígenas de la reserva a quienes tempranamente, en 1910, les pusieron compulsivamente sus lotes en juicio para el cobro de supuestas deudas con Lahusen y Romeo Carlos y Cía., casas de comercio de la zona. Otras familias de diferentes parajes también perdieron sus tierras por diversos engaños pergeñados entre hacendados, autoridades de la zona y de las oficinas de tierras. Estas circunstancias se asociaron con la situación generalizada de sucesión en la que quedaron los lotes, donde los expropiadores obtuvieron la firma de algún heredero o pagaron sólo por mejoras, e iniciaron el traspaso de dominio de la tierra en las oficinas respectivas (Nahuelquir, 2012). También la pérdida de los lotes aconteció por deudas con comerciantes menores;10 por la transformación de acuerdos por el cuidado de animales en cesiones definitivas de tierras;11 por linderos que acapararon tierras a sus vecinos; o por denuncias de ellos ante las autoridades contra los indígenas como inhábiles por demencia12 o alcoholismo, de modo de lograr la denegación de la renovación de sus permisos precarios de ocupación. Estas situaciones implicaron un desplazamiento de las familias entre parajes dentro de la misma Colonia San Martín, lo que redundó en nuevas formas de apropiación del espacio y una reconfiguración del nosotros involucrado.
46Producto de semejante contexto general, se van dando cambios al interior del colectivo de familias en los modos de estar juntos y emergen también, para este momento, otras relacionalidades. En este sentido, los efectos de ese contexto generaron dos desenlaces diferenciados para ellas. Por un lado, que una misma parentela se viera obligada a quedar desparramada en distintos parajes, como ocurrió con las familias desalojadas de la reserva donada al cacique Sayhueque. Por el otro, la convivencia de varias familias en un mismo lote, como ocurrió entre los Painepán, Marin, Cayupichun y Cayupan, quienes procedían de diferentes parajes. En las dos direcciones que asumieron ambas trayectorias, se volvió a configurar una unidad de relaciones en torno de los parajes La Salina, El Chacay y Cerro Negro.
47Sin embargo, tanto los sentidos del estar juntos como ciertas relacionalidades previas se vieron debilitados en sus lazos con el territorio, a consecuencia de diferentes determinaciones que se tomaban desde el Estado. A saber, la subdivisión de la colonia en parajes; la instalación en cada uno de ellos de agencias estatales como las escuelas; o la implementación de regulaciones individualizantes sobre las actividades productivas de cada poblador. Todas estas medidas tensionaron relaciones previas, y operaron cambios en la relación de las personas entre sí y con el territorio.
48Como se mencionó al inicio de este apartado, la década del 40 fue significativa mayormente por los desalojos que padecieron no sólo los Sayhueque de la reserva, sino también otras familias radicadas en diferentes parajes de la Colonia San Martín. Producto de estos desplazamientos forzosos, las familias estuvieron sometidas a sucesivas fragmentaciones y a buscar, por medios propios, alternativas para re-localizarse en diferentes puntos dentro de la colonia. Esta situación puso a su vez en evidencia la iniciativa de las agencias estatales por la desaparición de los colectivos familiares en tanto tales, para dar otro destino a sus tierras e inducir a los indígenas a incorporarse al mercado laboral. En este sentido, es que en un matutino de la localidad de Esquel (Chubut) se publicó la respuesta que contempló el Estado, por ejemplo, para las familias de la reserva:
Devolviéronse tierras a la tribu de Sayhueque. El inspector de tierras F. Berrondo Guiñazú en compañía del inspector de tierras Juan Baroni y Emilio Argoio fueron al Shaman donde pusieron en posesión de nuevas tierras a los descendientes de Sayhueque que se componen en un total de 28 familias. En un principio se los quería traer a la reserva Nahuelpan pero les dieron una legua en el mismo Shaman. (Diario Esquel, 24 de abril de 1945)
49Asimismo, otras personas vinculadas a la reserva quedaron deambulando por la zona con un destino incierto, como les ocurrió a las familias nucleares de Victoriana, de Graciela o de Camila. En este contexto, estas abuelas quedaron, desde muy pequeñas, sin el amparo de sus padres y deambularon temporalmente entre las casas de sus vecinos, viviendo, si no, a la intemperie y peregrinando de un punto a otro sin destino. Estas movilidades se produjeron hasta que, finalmente, las abuelas fueron incorporadas al mercado laboral. Ellas contaron cómo sus padres, momentos antes de su fallecimiento, comenzaron a residir parcial o completamente distanciados de sus entornos familiares más cercanos, que no se visitaron, no se acompañaron y no se ayudaron, como sí lo hicieron algunos de sus (nuevos) vecinos en la época de escasez y privaciones generalizadas que vivían en la zona. Al ser todas estas mujeres miembros de la parentela Sayhueque, el distanciamiento citado evidencia las graves y amplias consecuencias que la expropiación tuvo en ellos.
50Diferente a la realidad de aquellas 28 familias mencionadas en el periódico, que quedaron constreñidas en una legua de campo, o a la de los peregrinajes vivenciados por las niñas mencionadas, iba a ser la realidad para los nietos de Mariano Sayhueque,13 uno de los hijos del cacique Valentín. Mariano compartía un lote dentro de la reserva, en condominio con su padre y otros dos hermanos. Sus hijos, nueras, nietos, sobrinos, ahijados y demás familias allegadas a él quedaron deambulando un tiempo en torno a un salitral que da nombre al paraje La Salina cuando les expropiaron el lote. Parte de estas familias obtuvo el amparo de Mariano Julián, compadre de Mariano Sayhueque, quien le comunicó su decisión al Instituto Autárquico de Colonización y Fomento Rural (iac) de la provincia del Chubut, expresándole que:
… tiene conocimiento que dentro de las tierras del lote 3 se encuentra un campamento de la tribu indígena Saihueque, que fuera desalojada de la colonia del mismo nombre, le cede la superficie de 2500 ha, ubicado en el lote citado para que se le otorgue a la tribu compuesta por 40 personas. (29 de mayo de 1989)14
51Analizado este período en términos de trayectorias colectivas, las respuestas que agenciaron estas familias ante los traslados compulsivos, los desplazamientos y las movilidades forzosas hacia otros puntos de la colonia tuvieron un efecto momentáneo, frente a la solución que pretendían lograr. Ello fue así a consecuencia de que las expropiaciones por parte de terceros los alcanzarían también en estos nuevos lugares de residencia, y porque los efectos de la crisis económica de los años 30 los obligaron a conchabarse compulsivamente bajo relaciones laborales precarias, mientras las familias que quedaron en los lotes padecían múltiples penurias. Sin embargo, así como antes ciertas prácticas habían interconectado lugares y personas, incluso en este contexto ciertas personas, cabezas de parentelas extensas, actuaron en el lugar como nexo para conectar y prohijar familias que procedían de parajes diferentes.
52Entre estas personas se encontraba don Mariano Julián, quien era poseedor de un prestigio que transcendía a su propia parentela por haber viajado con los antiguos, por haber obtenido lotes garantizados con papeles, por haber reunido cierto capital que le permitía compartirlo, y por haber heredado compromiso con relacionalidades previas, como el lakutun que lo unía a don Mariano Sayhueque por haber recibido el mismo nombre de pila. Más allá de los compromisos filiales, las familias asumieron decisiones de amparar a quienes lo precisaran, porque estas prácticas hacían a sus formas generalizadas de conectar personas, familias y grupos de familias entre sí; eran modos significativos entre y para ellos de producir espacios de emplazamiento, modos que venían del pasado.
53Se mencionó que sólo parte de la parentela Sayhueque, la rama de don Mariano, se ubicó en La Salina. Al mismo tiempo, el espacio de La Salina operó en este momento de la trayectoria colectiva como punto de convergencia de más familias expropiadas de diferentes parajes. Por sus condiciones agroecológicas, este paraje era periférico y, por ello, figuraba aún como fiscal para el Estado. Así, a él arribaron otras familias con trayectorias similares, que compartían un presente común de despojo con las recientemente asentadas. Ahí se instalaron inicialmente, sin la intervención del Estado y por acuerdos entre sí, familias como los Sayhueque, Marín, Painepán, Cayupichún, Cayupán, Rivera, entre otras. Estos grupos se apropiaron del lugar, recreando circuitos específicos asociados a la búsqueda de alimentos y prácticas de comensalidad, por la escasez de alimentos que afrontaban. Interacciones como llevar un pedazo de carne a los vecinos, reunirse en un monte a compartir una cebadura de yerba, salir a juntar leña, recorrer casas vecinas recibiendo comida, alojamiento y abrigo, como le pasó a la abuela Graciela cuando tenía seis años, configuraron mapas de circuitos comunes dentro de este paraje, el de Chacay y el de Cerro Negro; configuraciones desde donde entretejieron y dieron continuidad a su trayectoria colectiva.
54Aquellas circunstancias posibilitaron la conexión, en torno al espacio de La Salina, entre familias que, procedentes de parajes aledaños, estaban relacionadas con las recién llegadas desde la reserva. La familia Painepán-Marín quedó sin lugar en la zona de Lago Azul por no entrar en la sucesión del lote que ocupaban en ese lugar, pero llegaron a obtener un permiso en La Salina porque Filomena, cuando niña, había sido tomada como ahijada por el abuelo Mariano Sayhueque. Por ello, nos dijo Filomena, nos dieron lugar para estar ahí. Partes de la extensa familia Cayupichún también obtuvo lugar en este paraje porque, por engaños similares a los sufridos por sus parientes los Painepán-Marín, perdieron tierras de veranada e invernada en el paraje Río Pico donde previamente residían. Tal como los Marín, los Cayupichún se vinieron a la zona con permiso de un suegro de ellos, don Cayupán, quien residía en El Chacay. En consecuencia, así como una misma parentela tendría que desparramarse entre diferentes parajes ante la coyuntura de la crisis económica, la escasez y las expropiaciones por engaños, otras familias de distintas parentelas quedaron reducidas a convivir dentro de en un mismo lote, emplazado en alguno de los parajes.
55La Salina se constituyó entonces en un espacio reconfigurado, como resultado de las expropiaciones. Estas re-localizaciones determinaron que las familias quedaran encerradas en medio de explotaciones grandes y medianas, en lotes reducidos, con majadas escasas o directamente sin ellas. Al tiempo que algunas parentelas lograron articularse con otros grupos familiares para obtener tierras en el paraje, otros miembros de determinadas parentelas se separaron hasta ir perdiendo vinculación con el tiempo, porque se vieron obligados a salir a trabajar. Ya sea por emigración a los pueblos cercanos, o por instalarse familias nucleares completas en puestos de estancias, ciertos integrantes se alejaron de la zona para trabajar en otros latifundios de la región y perdieron comunicación. Para las familias que quedaron en torno a La Salina, muchas convergieron ahí para trabajar en el aprovechamiento de la sal que, empleada para los animales, se vendía a las estancias. Esta realidad generó entre ellos vínculos de afinidad. Tan es así que hoy nuestros entrevistados refieren unos a otros aludiendo a que se conocen tanto, como que se criaron todos juntos entre los montes desde chiquitos.
56Casi inmediatamente al arribo de las familias mencionadas, el paraje de La Salina se diferenció jurisdiccionalmente del paraje aledaño de El Chacay, producto del accionar de los inspectores de tierras que intervenían en el otorgamiento de permisos precarios de ocupación. Ambos parajes quedaron sin embargo en relación de continuidad entre sí, porque las personas priorizaron organizar su residencia de modos interconectados. En tal sentido, las memorias vincularon a las familias de El Chacay, La Salina y Cerro Negro en torno a la figura de la abuela María Epul, machi como vimos muy reconocida por este colectivo. Las familias coincidieron así en observar marcos propios de comunalización en torno a los conocimientos ancestrales de la abuela María. Y todavía hoy, algunos de nuestros entrevistados orientan las evaluaciones de sus vidas en torno a lo que ella transmitió.
57Todas estas familias también convergieron en torno al camaruco que levantaron la abuela María y don Zenobio Jaramillo en El Chacay. No obstante, en sus relatos, los espacios comenzaron a reconocerse como contiguos porque gravitaron la filiación y afinidad de pertenencia o no a las ramas familiares con que se identificó a los dueños de la ceremonia. En consecuencia, si bien tuvieron asistencia a la ceremonia de don Zenobio, las familias de otros parajes se posicionaron diferencialmente respecto del colectivo que resguardaba esa ceremonia, tanto en su modo de enunciarla (era el camaruco de) como porque explícitamente señalaban que ellos iban de visita. En estas expresiones, se van haciendo visibles las redes definidas de familias que levantan la ceremonia. Si bien esta ceremonia se habría levantado, en el tiempo, después de la de los Sayhueque, las familias que asistieron a ambas eran las mismas. Así, cuando las familias de El Chacay iban a los camarucos de los Sayhueque, lo hacían en carácter de visitas, como los Curín. Lo mismo acontecería con las familias de la reserva que conocieron el camaruco de don Zenobio, y lo visitaban sin cumplir otro rol en su desarrollo.
58En ese momento, por tanto, la reconfiguración de la trayectoria histórica colectiva se tradujo en una lógica de segmentación del espacio por parte del Estado. Con el tiempo, las familias fueron desplazando su construcción de sentidos de pertenencia desde la colonia hacia los parajes, lo que implicó desconectarse de algunas vivencias que los reunían con el pasado del lugar más amplio a través de experiencias comunes. A partir de este momento, y tal como comenzaron a identificarse con su paraje de residencia, también comenzaron a distinguirse de parentelas situadas en parajes vecinos. Producto de políticas individualizantes como el alambrado, el control de la producción ovina o su incorporación a instituciones disciplinantes como las escuelas emplazadas en cada paraje, las familias reorientaron determinadas interacciones sociales al entorno inmediato de su emplazamiento y, a partir de ello, tomaron decisiones que dejaron de incluir a parientes con los que antes residían en un mismo espacio.
59Desde mediados de la década del 50, a consecuencia de las múltiples modalidades de expropiación mencionadas, los vínculos directos de las familias con sus lugares de residencia fueron cada vez más reducidos. En esta dirección, se produjo cierto cambio de jerarquía en torno a los sentidos de pertenencia. Producto del desplazamiento a los pueblos y/o estancias cercanas, las personas empezarán a conectarse con los lugares expropiados desde el ámbito de sus memorias familiares, o por trabajar en ellos como mano de obra para terceros. Para otras familias, la permanencia en sus lugares de residencia se mantuvo, pero en un espacio mucho más reducido o residiendo en otro lote distinto al que inicialmente accedieron. En consecuencia, todas estas familias cuentan su historia en el lugar desde los mismos tópicos, es decir, desde cómo se evitó perder o desde cómo perdieron los lotes que habían conseguido sus abuelos.
60Para mediados de la década del 60, en los lotes de los parajes de La Salina o El Chacay residían mujeres solas, niñas de corta edad y ancianas. Estas familias sin recursos padecieron más de veinte años de carencias, como les ocurrió a los Sayhueque, quienes había perdido al padre. Don Gabino trabajaba en la estancia Don Guillermo y falleció siendo joven aún, al ser apretado por un caballo de la estancia que había traído a su casa para domar, de modo de obtener un ingreso extra a su trabajo de puestero. Su esposa, doña Rosa Huanquitripay, sin ingreso alguno ni animales, y con seis hijos pequeños, los reunió y les dijo: «Nosotros vamos a tener que ir al pueblo, porque si no acá nos vamos a morir de hambre». Situaciones como ésta, de presión y necesidades, terminaron concluyendo por diferentes caminos en la expulsión de las familias de sus lotes.
61Otras personas aludieron a que en los lotes convivieron entre la imposibilidad de obtener medios para llevar comida a las familias, y solventar los gastos que suponía viajar al pueblo en busca de provisiones porque estaban sin animales. También se refirieron a la inaccesibilidad a la que quedaron expuestos en esos lotes encerrados por campos alambrados, o a las enfermedades que padecieron los familiares que fueron envejeciendo en el lugar. En efecto, entre fines de la década del 50 y principios de la del 60, muchas familias fueron desplazadas al pueblo de Gobernador Costa. Así evocó Florentino Julián esta época para las familias del lugar:
Y viste que X había sacado a todos en Mulanguiñeo, iba allá y le decía a la gente que le iba a ser una casa acá [en el pueblo]. Después andaban. Hasta acá andaban con las pilchas al hombro y todo, porque quedaron sin casa y en la calle. (Gobernador Costa, 2015)
62En sus palabras, don Florentino refirió a una constelación generalizada de situaciones para las familias del paraje Mulanguiñeo, El Chacay (de donde era oriundo) y La Salina, entre otros de la colonia. En efecto, esta alocución formó parte de una conversación que mantuvo con su madre cuando decidían qué hacer, entre un expropiador que les ofrecía una casa en el pueblo por el lote y otro que había introducido un alambre que les acaparaba parte del mismo lote. Florentino se encontró con esta situación cuando regresó al lote familiar, después de cumplir con el servicio militar, para hacerse cargo del cuidado de los pocos animales que le quedaban a su madre. En conclusión, continuó explicando cómo, ante esta situación, ya irreversible en ese momento, ponderaron optar por las consecuencias menos graves para su mamá y hermanos: Florentino comenzó a trabajar como peón de estancia y el resto se instaló en el pueblo.
63Cuando las familias procedentes de diferentes parajes llegaron al pueblo de Gobernador Costa, se incorporaron a distintos trabajos con pagas minúsculas o directamente nulas. Delia nos contó que ella, de pequeña, trabajaba de niñera, mientras veía a su mamá recorrer el pueblo para ofrecerse como lavandera, situación que siempre la apenó mucho. Rosaria nos contó que trabajó en un hospedaje donde se enfermó porque, siendo lavandera, quedó expuesta a cambios bruscos de temperatura y a mucha fatiga, hasta que se le paralizó parte de la cara. Doña Amelia Sayhueque se hospedaba, a su llegada al pueblo, en la casa de otros parientes y trabajó en un restaurant, propiedad de un vecino devenido estanciero local, donde sólo le pagaron con comida y ropa usada para la hija bebé que llevaba consigo.
64Ante aquellos desplazamientos que las familias iban refiriendo, se inició un proceso de memoria con varias aristas, que empezó a involucrar tanto su relación con los espacios expropiados, como con los nuevos espacios de residencia. En este sentido, al describir la situación de su familia, don Olegario Sayhueque recordó que, cuando llegaron al pueblo, estuvieron viviendo en un risco, un montículo de piedras, debajo de unos campamentos improvisados. Otras familias sobrevivieron, en estos primeros tiempos, de la hospitalidad de familias que habían llegado antes al pueblo, quienes les daban casa y comida. Doña Rosa Huanquitripay obtuvo un terreno en el pueblo, después de que su hija lograra que su patrona la acompañara a la municipalidad a solicitárselo al intendente de turno. Otros, como lo expresó don Julián, quedaron deambulando en el pueblo «con sus pilchas al hombro».
65Aun así, la llegada al pueblo implicó a estas familias en el trazado de trayectos que los siguieron comunicando entre sí para conseguir un trabajo, obtener hospedaje o comida. Estos accesos recrearon situaciones de mutualidad bajo el calificativo de vecinos que, desde el marco del presente en el que hablan, ya se habían ayudado en un pasado de necesidades comunes. Estas situaciones –que conectaron las casas de vecinas que se invitaban a compartir lo que había para comer, porque tenían hijos pequeños– encuadraron espacios desde donde también pusieron en común sus historias de despojo. Estos tránsitos generaron en el vecindario cierta relación de contigüidad entre patios y barrios enteros de familias, con historias previas, que fueron estableciendo relaciones de diferencia y desigualdad con otros espacios de circulación que funcionaban en el pueblo de Gobernador Costa. En este sentido, se entiende que nuestros entrevistados identifiquen hoy que el barrio Malvinas, donde residen casi todos en la actualidad, esté conformado por todas las familias indígenas de la zona a las que les expropiaron sus tierras.
66En suma, La Salina, hasta que se organizó como un espacio desde principios familiares y sin intervención estatal, constituyó un lugar configurado por recorridos propios y localizaciones agenciadas por sus moradores. Estas nuevas relaciones y recorridos se vincularon, en un contexto de necesidades, a la hospitalidad para compartir alimentos y obtener un lugar para asentarse. Asimismo, los recientemente llegados al paraje fueron redefiniendo sus nuevas relaciones con las familias de parajes aledaños como El Chacay o Cerro Negro, tanto por actividades ceremoniales, como por prácticas medicinales. Al mismo tiempo, estos recorridos involucraron en este contexto a las estancias como puntos de convergencia de familiares conchabados que iban y venían desde las taperas emplazadas en los diferentes parajes.
67Por un lado, en este segundo momento, las relacionalidades tal como se describieron en el primer apartado dejan de codificarse desde prácticas que, además de sellarlas en el tiempo, les imprimían valores y nuevas calificaciones a las personas involucradas. Por otro lado, los sentidos de esas formas de entender las relacionalidades fueron las que se emplearon para llegar inicialmente a La Salina y acceder a una morada en el paraje. En consecuencia, las obligaciones y responsabilidades que aquellos vínculos parentales implicaban entre las personas les permitieron acceder a un permiso para quedarse en el lugar a los Sayhueque, Marín, Painepan o los Cayupichun, entre otros grupos familiares.
68Al mismo tiempo y aun cuando las estructuraciones que fueron imponiendo las agencias de regulación estatal modificaron, con el tiempo, el rango de las relacionalidades –de emparentados a vecinos– el estar juntos en condiciones de necesidad y padecimientos extremos recreó circuitos en torno a la obtención de alimentos tanto al interior del paraje, como en el recorrido entre el paraje y las estancias. En estas grandes explotaciones convergieron entonces integrantes de distintas familias que siguieron vinculándose entre sí, y que compartían situaciones similares entre sus familias que habían quedado en los lotes de los parajes. Estos tres recorridos por el espacio (dentro de un mismo paraje, entre parajes y entre las estancias y los parajes) anudaron a este colectivo de familias en un entretejido de situaciones de vida en común.
69Las formas preponderantes de recorrer los lugares y desplazarse entre ellos conllevaron una yuxtaposición de partes de diferentes parentelas que se fueron solapando en estos diferentes recorridos y actividades. A razón de esto, con el tiempo se anudaron a diferentes niveles de congregación como vecinos, como compañeros de trabajo o como viejos conocidos, al menos hasta que pudieron permanecer en los parajes. Cuando las mujeres, ancianas y niños fueron impelidos a desplazarse al pueblo de Gobernador Costa, en esta localidad intentaron resolver de otra forma la falta de recursos para satisfacer sus necesidades mínimas. Desde este contexto histórico es que se inicia el tercer y último momento que hemos identificado en esta trayectoria y que analizamos a continuación.
La coyuntura de reivindicación territorial y re-articulación comunitaria
70En 2009, parte del colectivo Sayhueque (específicamente familias cuya trayectoria las fue dejando emplazadas en la localidad de Gobernador Costa) decidió reafirmar sus derechos territoriales sobre un lote. Precisamente, reclamaban las 50 ha que les cediera don Mariano Julián en La Salina al ser desalojado Mariano Sayhueque y su gente de la colonia, para ser nuevamente expropiados de este nuevo emplazamiento por un estanciero local.
71A partir de y a lo largo de la preparación y desarrollo de este proceso de reclamo, esas familias actualizaron la memoria sobre su pasado, en interacción con algunas de las familias mencionadas en apartados anteriores, así como con otras comunidades, organizaciones indígenas y militantes de diversos puntos de la región que los acompañaron en su decisión. Tanto la acción de reclamo como ese acompañamiento estimularon intercambios asiduos sobre el pasado colectivo, a partir de compartir recuerdos de eventos y experiencias comunes de despojo de y entre los involucrados y sus visitantes. Tales recuerdos y experiencias anclaron y organizaron la historia que juntos fueron reconstruyendo y, al mismo tiempo, fueron legitimando el mismo proceso de recuperación territorial.
72Para poner en contexto la incidencia de este trabajo de la memoria, reconstruyo a continuación tramos de la historia de la vida de estas familias en el pueblo de Gobernador Costa, para introducir luego el análisis de los cambios que este marco de reivindicación territorial introdujo en sus sentidos de estar juntos, en sus relacionalidades y en sus formas de repensar el territorio.
73Cuando las familias procedentes de diferentes parajes llegaron al pueblo de Gobernador Costa se incorporaron –como vimos a través de los relatos de Delia y Rosaria, entre otros– a distintos trabajos con pagas mínimas o en especias. Para los recién trasladados, las realidades vivenciadas en el pueblo se tradujeron inmediatamente en la urgencia por encontrar un techo y un trabajo, para proveerse de lo indispensable. Pero también en este contexto, se fueron modificando las vinculaciones que se daban sobre todo entre las estancias y los lotes. Concretamente, en este nuevo presente las conexiones se re-direccionaron hacia la localidad de Costa además de las estancias. Así, como recordó don Américo, los vínculos practicados con aquellos miembros de la familia que quedaron trabajando en los latifundios de la zona fueron disminuyendo, ya que podían verlos cada tres o cuatro meses, cuando les daban franco en las estancias.
74Esta situación operó cambios tanto en las interacciones familiares como en su espacialización. Paulatinamente, mudar de residencia implicó desconexiones entre algunas personas y los lugares expropiados. Para otras familias, esa conexión con los lugares expropiados se mantuvo, pero cambió drásticamente su carácter: pasaron de ser pobladores, a ser sólo trabajadores bajo patrón. Ese fue el caso de don Segundo Loncón quien, según nos contó su hijo, debió quedarse trabajando para su expropiador, con el agravante de que éste lo engañó pagándole su lote de El Chacay con un vehículo que nunca funcionó. Con el tiempo, los hijos llevaron a don Segundo al pueblo a vivir con ellos.
75En todo caso, a través de lo que las familias fueron describiendo como parte de las experiencias compartidas, se advierte que los vínculos con los espacios expropiados continuaron de una forma u otra, pero con características y por vías singulares. Concretamente, la reserva expropiada y el lote de La Salina no desapareció como tema de los intercambios de las familias Sayhueque, pero sus formas de hablar sobre dichos espacios se modificaron. En principio, dado que se inició una etapa donde estuvieron imposibilitados de continuar reclamando, no circuló un discurso público sobre el asunto. Sin embargo, el itinerario de las pérdidas formó, en los nuevos lugares de residencia, parte de interlocuciones esporádicas, fuese de modo casual o como vivencias de momentos únicos y liminales. Esto le aconteció a don Silverio Huanquitripay, cuando un día que estaba de franco llegó a la casa familiar y su abuelo, ya muy enfermo, le dejó un mandato. Le dijo que la reserva era de ellos, que nunca la habían vendido y, por lo tanto, «que alguna vuelta la tenía que reclamar».
76La residencia en el pueblo introdujo a estas familias en un proceso donde se fue redefiniendo y cambiando con el tiempo lo decible y lo indecible, lo comunicable y lo incomunicable acerca de sus lugares de procedencia. En este nuevo ámbito, las familias recuerdan como condicionamiento de sus posibilidades de auto-identificarse y reclamar la estigmatización que experimentaron en su tránsito por espacios determinados por las agencias estatales, como la escuela. «A nosotros nos insultaban diciéndonos indios y para mí es un orgullo ser indio», relataba un miembro de la familia Sayhueque, cuando explicaba el tránsito hacia una auto-identificación positiva con la historia de su familia.
77En el pueblo de Gobernador Costa, las familias fueron encontrando con el tiempo dos circuitos diferentes habilitados por las escenificaciones del discurso de descalificación para transitar y conectar sus múltiples espacios sociales. Por un lado, y como parte de procesos de mediana duración, llegó a ser parte del sentido común del pueblo, tanto de los vecinos como de sus autoridades, que estas familias perdieron sus lotes porque los abandonaron. Por el otro y como parte de políticas de reconocimiento que se fueron introduciendo en arenas más amplias a nivel nacional y provincial, el municipio local procuró gestionar la diversidad histórica y cultural del colectivo Sayhueque desde presupuestos multiculturalistas,15 que esencializaron, biologizaron y estereotiparon de otros modos la figura del cacique Sayhueque, de modo de involucrar a sus descendientes directos en diversas iniciativas gubernamentales, desde ciertos criterios específicos respecto del sentido y lugar de la diferencia cultural. Hablamos de iniciativas como la de erigir un monumento al cacique; sumarlos a políticas focalizadas de subvención; o convocarlos para exponer su diferencia étnica en las calles del pueblo en ciertas fechas clave del calendario oficial de fiestas tradicionalistas y nacionalistas. En tanto intento por ordenar hegemónicamente un pasado en común, esos presupuestos desconectaban a las familias de su propia historia, proponiéndoles nuevas conexiones desde representaciones sociales que operaban la fijación exaltada de una diferencia arcaica.
78En todo caso, desde fines de los años 80, las familias Sayhueque se abrieron a otras posibilidades para vincular sus orígenes con discursos de pertenencia que inscribieron, en el espacio público, otros significados para referir su historia. Transitaron experiencias que interpelaban sus pertenencias desde sentidos que, para este colectivo de familias, se articulaban con pliegues de su pasado en los espacios territoriales expropiados. En esta dirección, las familias, por ejemplo, evocaron las visitas de la artista Luisa Calcumil, quien llegó a visitarlos a sus domicilios e intercambió con ellos consejos respecto de la prioridad que, como pueblo originario, debían otorgarle a los sueños y otras anticipaciones que los alertaban, desde entendimientos provenientes de epistemologías propias, incluso sobre su misma visita. En efecto, antes de que se produjera, a Delia se le había anticipado este encuentro por pewma o sueño, por lo que se preparó para esperar a Luisa en su casa. Cuando compartió esta certeza con la visitante, juntas interpretaron la verdadera significación de la visita. Además de quedar descontextualizado del curso ordinario e inmediato de sus vidas, el evento fue entextualizado16 como señal de que, por haber anticipado conexiones, formaba parte clave de sus pertenencias y trayectorias.
79Posteriormente, las ceremonias que levantaron trabajadores quichuas que llegaron años atrás a instalar el gas al pueblo, operaron en un sentido similar. Los ámbitos ceremoniales que abrió el lonco Secundino Huenullán del paraje de El Molle también estimularon otras experiencias y entextualizaciones. En efecto, desde la década del 90, estas ceremonias han ido congregando diferentes grupos familiares y organizaciones que luego intervendrían explícitamente en el espacio público de Gobernador Costa a raíz de la recuperación territorial. El efecto de este entramado de interacciones configuró instancias orientadas a visibilizar un pasado colectivo, articulado desde agenciamientos propios y en discursos anclados en epistemologías ancestrales, que se posicionaron como alternativa a los discursos oficiales que circulaban en el pueblo.
80Estas prácticas y otras promovidas por colectivos y organizaciones nucleados en torno a la gestación de ámbitos de reflexión sobre la historia y los derechos indígenas17 oficiaron de nexo para que las familias pudieran reflexionar sobre sus trayectorias históricas, identificar sus paradas en el tiempo y en el espacio, y volver a vincular sus residencias en el pueblo con los espacios desde donde habían sido desplazados. Tanto desde las claves de estos discursos específicos, como desde la red de contención mutua que introdujo prácticas y conocimientos ancestrales, las familias Sayhueque construyeron y, a la vez, re-significaron sus trayectorias previas, los espacios de circulación y discursos para re-vincularse con la reserva y el lote de La Salina. Si bien fue la familia Sayhueque en particular la que asumiría la determinación de regresar a un lote como acción reivindicativa, otras familias, como la de los Cayupichún, también expresaron determinaciones similares. Los Ancalipe, por su parte, eligieron un camino diferente, y conformaron una cooperativa con vecinos que aun estaban en posesión del lote familiar en El Chacay. Tomaron así la determinación de agruparse para acceder a derechos específicos hasta el momento no reconocidos, a fin de introducir mejoras en la producción ovina que llevaban adelante en sus lotes con esfuerzo familiar mancomunado.
81Así, en diciembre del año 2009, después de más de cien años de reclamos, un grupo de familias Sayhueque residentes en Gobernador Costa reivindicaron sus derechos territoriales recuperando el lote de 50 ha en La Salina, donde residirían después del desalojo de la reserva. Como vimos, era precisamente el lote que les había cedido don Mariano Julián. Sólo que esta vez ellos buscaron amparo legal y gestionaron su reconocimiento estatal como comunidad con personería jurídica ante el Estado provincial y nacional. Interactuando con diversos actores, las familias actualizaron su pasado en el lugar y entretejieron diferentes contextos de interpretación, lo cual modificó su percepción del espacio y de su agencia como nosotros en esos espacios expropiados.
82Su reconstrucción del pasado como sucesión de engaños y experiencias de la injusticia sufrida por los pueblos mapuche y tehuelche en la zona se ancló en la identificación de múltiples expropiaciones territoriales y culturales en un tiempo extenso. Sin embargo, para la reivindicación concreta que enfrentaban las familias de la comunidad fueron centrales los insumos identificados por sus propios vecinos de Gobernador Costa. Estos vecinos ayudaron con sus testimonios a legitimar la demanda territorial por el lote, dado que sus contadas permitieron reconstruir los principales mecanismos de expropiación implementados para despojar a las familias de La Salina de sus tierras. Al mismo tiempo que este trabajo de memoria fue reconstruyendo la historia familiar local, ésta se fue anudando con la historia que traían otros colectivos como los Liempichun, Antiñir, Lincan, Cañupe-Cañuqueo, Antieco, Rupayán, Curín, y los Cayupichún, entre otros. En este entrelazamiento de historias, se identificaron los cambios que en este capítulo se exploran, sea en los modos de estar juntos y en el establecimiento de relacionalidades, sea en las formas en cómo se fue redefiniendo el espacio.
83Las estadías en La Salina y en la reserva se invistieron de nuevos sentidos en la actualización, tanto de la memoria como de la subjetividad de las familias involucradas, al tiempo de establecer correspondencias con otras trayectorias familiares de su localidad, y de otras localidades cercanas. Esto trajo como consecuencia principal la inclusión en sus procesos de reflexión del territorio desde escalas más vastas. Se reconectaron La Salina y la reserva y, a su vez, estos parajes con otros espacios que, hasta el momento, no aparecían conectados con la trayectoria familiar. Ello redundó no sólo en la recuperación de mapas más amplios, sino también en el reconocimiento de múltiples trayectorias sobre dichos mapas. Asimismo, entre todos unificaron al agente de la historia en ese territorio, en tanto actor colectivo, como pueblo mapuche-tewelche. Así, los cambios en la percepción del espacio se dieron en correspondencia con asumirse como agentes de esa historia. En otras palabras, articularon un nosotros que trascendió su mera pertenencia al colectivo Sayhueque. En consecuencia, las familias se subjetivaron como parte de una agencia colectiva más amplia, conectada desde y hacia otros tiempos y espacios, donde se pasaba a ocupar un lugar al lado de otros colectivos en distintos puntos de la región.
84En el contexto de re-articulación de la comunidad, la reserva y el lote de La Salina operaron como puntos de convergencia, pues se los identificó como instancia de unión de experiencias diversas en una trayectoria única. Esta convergencia se produjo por la reunión de las vivencias del desalojo de la reserva, de la sobrevivencia en La Salina e incluso en Gobernador Costa. La intersección de estos diversos espacios fue operada por las sucesivas restricciones en su acceso a la tierra, develando así los circuitos específicos que los conectaban cuando viajaban entre La Salina y la reserva (devenida en estancia), en busca de las achuras que descartaban cuando carneaban en la estancia Don Guillermo para alimentarse. El circuito laboral había unido esos mismos espacios y, también, dejado contadas sobre la expropiación y las penosas condiciones laborales. Estos circuitos, que desnudaron las lógicas de la estructura social y la posición de las familias en ella, se efectuaron sobre un telón de fondo que permitió también relacionar la expropiación de sus tierras con engaños nunca esclarecidos por el Estado. En síntesis, el espacio se hacía evidente en su historia, con sus diferentes capas geológicas de ocupación y uso, lo que permitió a las familias de la comunidad identificar tanto las trayectorias canceladas, como las que fueron obligadas a transitar por efecto del funcionamiento de determinadas formaciones hegemónicas. Desde ese análisis, las familias fueron tomando nuevos posicionamientos y produciendo relaciones con respecto a esos espacios, en tanto revertían los discursos dicotómicos que los subalternizaron en ellos.
85Las vinculaciones con el territorio de las familias de la comunidad –entendida ahora como entramado de familias vinculadas por una historia común de expropiaciones– empezaron a verse similares a las de otras familias y grupos que llegaban al lote reivindicado contando sus propias historias. Esta conexión de experiencias de expropiación comenzó a mostrarse en contrapunto con un pasado de autonomía y control territorial antes de la Campaña al Desierto. Más allá de sus particularidades, el desalojo de los Sayhueque y sus múltiples desplazamientos se entrelazó con las experiencias de las otras familias, comunidades y organizaciones indígenas que se hicieron presentes en el lote de 50 ha para apoyar la reivindicación. Todo ello permitió, a quienes compartieron desde distintas trayectorias e involucramientos, una conexión re-actualizada sobre la historia y el territorio desde nociones de ancestralidad territorial.
86En esta dirección, se reflexionó también sobre las contadas que, en el pasado, habían surgido en los fogones entre las peonadas de las estancias de la zona. En ellas, sus antepasados habían ya evocado las agresiones del ejército en esos mismos lugares. Como lo comentó un vecino, donde hoy se emplazan La Salina, las estancias Don Guillermo y Nueva Lubecka: «se produjeron los últimos enfrentamientos con los blancos. Ahí tuvieron un encuentro donde estaban los Sayhueque, los Crespo y después pasaron a Apeleg […] quedaron muchísimos [familiares muertos] ahí». Incluso, este vecino dijo que encontró esquirlas, una bayoneta y dagas en una de las estancias mencionadas. Cuando le consultaron cómo se enteró, respondió:
Quedaron muchos familiares decían ellos [familiares de los interlocutores que lo escuchaban] Narraban así ellos, cuando estábamos en las reuniones que sabíamos tener [en la estancia], cuando se juntaban entre ellos […]. Ellos en ese sentido no contaban mucho, porque… no querían este…Quedaron muchos familiares decían ellos. (Hugo Sandoval, Gobernador Costa, 2015)
87Actualizadas en el contexto de la reivindicación territorial donde volvían a ser escuchadas colectivamente, estas contadas y los dolidos silencios que transmitieron, entrelazaban solidariamente a los escuchas, generando en ellos un afecto en común por todos y cada uno de los territorios alguna vez expropiados. En ese mismo sentido operaron los conocimientos ancestrales producidos en el lugar en el pasado, lo cual vinculó a las personas con el territorio desde parámetros inéditos y puso en evidencia nuevas dimensiones del espacio social donde comenzar a interactuar colectivamente. Desde entonces, por ejemplo, así como don Secundino Huenullán logró reunir, en torno a su prestigio y respeto, a todos los grupos sociales que alguna vez visitara, esos mismos grupos comenzarían a congregarse donde él los citara para levantar ceremonias que sentían propias, más allá del sitio geográfico puntual donde se las oficiara. Asimismo, como la ceremonia que levanta o realiza don Secundino viene de la rama de la machi Maria Epul de Cañuqueo, se ha vuelto a producir, por su intermedio, el solapamiento de espacios y relaciones previas en La Salina, aunque imprimiéndoles nuevos sentidos de lugar.
88Al mismo tiempo, el territorio reivindicado fue puesto en continuidad y perspectiva, como un capítulo más de las trayectorias colectivas de despojo de los indígenas en la zona. Así, en las primeras reuniones de re-articulación de la comunidad, se colocó a las generaciones actuales como los herederos de las acciones previas de reclamo por los espacios expropiados que emergían de las historias recolectadas entre los vecinos del pueblo. Desde estas continuidades espacio-temporales, la reconstrucción practicada del pasado permitió articular un contexto interpretativo donde esa expropiación se insertó como una variante más, dentro de un conjunto de variados engaños por los que muchas otras familias indígenas también perdieron sus tierras.
89En esto, el intercambio con otros colectivos que acompañaron a la comunidad mapuche-tewelche Valentín Sayhueque implicó ensanchar las dimensiones del espacio que contenía a esas agencias. El entorno descripto, y las historias familiares de despojo como las padecidas por los Sacamata-Liempichún, en la zona de Senguer, o los Cañupe-Cañuqueo en Facundo, los Antieco en Lepá, los Lincán en Futahuao, los Antiñir, Ancalao o Rupayan en otros puntos de Chubut, permitieron reconfigurar la percepción de las relaciones de vecindad entre los participantes y de éstos con relación al espacio. La contigüidad con espacios aledaños excedió la identificación de un entorno en el que sólo se incluían los parajes de la Colonia San Martín, lo cual resultó de poner en común realidades compartidas de sometimiento, pactos comerciales injustos y violencia estatal en toda la región.
90En este tercer momento, los relatos familiares como los de los Sayhueque cristalizaron en un programa (Serres, 1981) que puso en reflexión las circulaciones previas de estas familias a la luz de la historia que les impidió residir en los distintos lugares de donde fueron desplazadas. En estas circunstancias, se identificaron las situaciones por las que quedaron humillados y sin respuestas a sus constantes reclamos, como así también se visibilizaron y valoraron las iniciativas colectivas que en su momento pretendieron revertir aquel desenlace. En suma, diferentes fragmentos de esa historia fueron reconectados en una trayectoria extensa, a partir de la cual las familias pudieron repensar sus modos de circulación por espacios que aún consideraban propios. Identificaron así las invariantes que trazaron con su recorrido, y de ello infirieron la legitimidad que los asistía en su reivindicación del lote en La Salina, por lo que determinaron instalarse en él. El discurso que sustentó esta legitimidad, entonces, se articuló en torno al –y dio cuenta del– recorrido histórico que habían hecho estas familias en los diferentes lugares de los que fueron expulsadas hasta el presente.
Reflexiones finales
91Este capítulo reconstruyó una historia de desconexiones, conexiones y reconexiones con nuevas producciones de sentido acerca del ser juntos y del territorio en que se era y se es, en las diversas coyunturas históricas identificadas por la memoria social de un colectivo de familias indígenas que actualmente siguen residiendo en parte en Gobernador Costa. Cada uno de estos momentos coyunturales implicó tensiones y cambios entre las lógicas impuestas por el Estado –para controlar los regímenes de tenencia de la tierra– y por grupos de poder en control de los regímenes económicos de producción para transitar el espacio, por un lado; y los propios recorridos de estas familias y sus modos de hacerlo desde relacionalidades propias, por el otro. En consecuencia, en cada uno de esos tres momentos se identificaron desconexiones y conexiones singulares que operaron en el marco de semejante tensión.
92En un primer momento, con la llegada a la Colonia San Martín, las tensiones que amenazaron las formas de estar juntos estuvieron vinculadas a las desiguales situaciones en la que cada familia arribaba y se posicionaba para obtener su radicación, así como a la traducción de los acuerdos de palabra y tratos colectivos al lenguaje legal con que se regulaba la administración de la tierra fiscal desde el Estado. Desde este lenguaje, diferentes formas de estar en el lugar se dirimieron o bien como sucesiones, o bien como traspaso de dominio o solicitudes/renovaciones individualizantes de permisos precarios de ocupación. Por otro lado, la consolidación de un régimen de explotación económico basado en el principio de producción extensiva de ganado incorporó a los indígenas a tratos laborales y comerciales que impusieron obligaciones que afectaban los ritmos, actividades y vínculos que venían tejiendo las familias en sus formas de ser juntos después del arribo a la colonia.
93En un segundo momento, las tensiones que amenazaron esas formas de estar juntos estuvieron vinculadas a los efectos materiales resultantes de quedar sin acceso al territorio por ser excluidos de sucesiones, por ser embargados los lotes a partir de supuestos tratos comerciales u otro tipo de subterfugios similares. A los efectos desarticuladores de los diferentes mecanismos de expropiación, se les sumaban los de una crisis económica generalizada que precarizó la capacidad de abastecimiento desde actividades económico-productivas propias, como así también las condiciones de trabajo en las que quedaban conchabados en las estancias. A su vez, al crear jurisdicciones por parajes, el ordenamiento estatal contrarrestó otras adscripciones espaciales colectivas e impuso nuevas exigencias y regulaciones a las familias para permanecer en sus lotes. En este momento, las familias padecieron múltiples desplazamientos y necesidades que las obligaron a deambular de un lado a otro, dentro de la misma Colonia José de San Martín.
94En el marco de la crisis económica, de múltiples necesidades y desamparos, se recrearon, no obstante, sentidos del estar juntos que permitieron a algunas familias, al menos, alcanzar un nuevo lugar de residencia. Actualizando sentidos con los que habían investido relacionalidades previas a este nuevo contexto de necesidades extremas, subsistieron por un tiempo en diferentes parajes, para ser luego obligadas a conchabarse en el mercado laboral en estancias de la región, o para ser expulsadas compulsivamente hacia pueblos de la zona. En uno y otro recorrido operaron a su vez no pocas desconexiones entre los integrantes de esas familias y de ellos con sus territorios vividos.
95En el tercer momento identificado, las amenazas a las posibilidades de recrear otras formas de estar juntos estuvieron vinculadas a los nuevos regímenes de disciplinamiento y territorialización en las localidades urbanas de la región. Aquí, las interpelaciones de las agencias estatales los marcaban como residuos arcaicos del pasado, confinándolos a circular por espacios que inicialmente transitaron conchabándose en tareas mal retribuidas. En este otro contexto, las familias también recrearon formas propias de estar juntos. Identificándose ante situaciones comunes de despojo, procuraron asistirse y prohijarse para satisfacer sus necesidades mínimas. En estas instancias, a su vez, las formas de estar juntos se fueron también re-anudando al intercambiar los conocimientos que tenían respecto de la historia de sus expropiaciones, lo cual redundó en que, en el pueblo, los espacios expropiados fueran quedando depositados en expresiones más o menos fragmentadas de la memoria. Sin embargo, con el tiempo estas memorias se harían públicas y circularían entre las familias en un contexto de reivindicación territorial donde las familias Sayhueque fueron operando nuevas configuraciones y circulaciones por el espacio, anudando nuevas relacionalidades desde memorias cada vez más socializadas y menos fragmentadas.
96Observadas estas trayectorias colectivas en perspectiva, se advierte que, a pesar de las dislocaciones recurrentes y en la marcha en busca de nuevos lugares de emplazamiento, las personas y los grupos procuraron recrear ciertos sentidos de su historia colectiva, para efectuar tales tránsitos desde agenciamientos propios. Se advierte así concretamente que, en sus recorridos, las familias han ido reiterando y actualizando ciertas prácticas para responder a las necesidades de hospitalidad y amparo que cada coyuntura histórica exigió. El recorrido desde estas prácticas y necesidades referencia un colectivo que, en el tiempo, estuvo abierto y predispuesto a congregar familias que venían transitando trayectorias propias desde otros sitios, pero asimismo del que otras familias y personas fueron desprendiéndose para iniciar trayectorias diferenciadas.
97Podemos interpretar este proceso de conexiones y reconexiones como una historia de sucesivos desplazamientos entre distintas paradas, donde las familias buscaron anudarse entre sí a partir de entramar relacionalidades que derivaron –en cada momento y casi siempre en contextos de apremio– en dinámicas que fueron habilitando diversas moradas e instalaciones estratégicas (Grossberg, 1992) de convivencia para ser juntos. Estas moradas e instalaciones estratégicas se organizaron principalmente en torno al acceso a recursos indispensables como la comida, tierra, trabajo, hospedaje. Pero, al mismo tiempo, esos centros de referencia también se re-articularon (Hall, 2010) desde prácticas de entrelazamiento que, mientras actualizaban historias previas, recomponían lazos y los fijaban desde epistemologías propias –como ocurrió en torno a las ceremonias, las señaladas, las obligaciones por compadrazgo y padrinazgo, o por reconocer que se compartía una misma historia de injusticias–. En los diferentes momentos, los trabajos de la memoria procuraron articular y organizar los distintos espacios habitados desde principios culturalmente significativos para estas familias. Desde la memoria, entonces, el espacio como tópico de acción y reflexión siempre integró ese espacio virtual que sostenía –aún no actualizado como tal– un nosotros amplio, como posibilidad de subjetivación de las personas, de sus trayectorias, y de la recuperación de su historia.
Notes de bas de page
1 Antes de instalarse al interior de la reserva asignada dentro de la Colonia San Martín, Sayhueque deambuló con sus toldos por distintos puntos. Uno de ellos estuvo en las tierras de Francisco Pecoraro, comerciante de Tecka. En esa ocasión, éste demostró su disconformidad ante las autoridades: «[…] como el cacique Valentín Sayhueque está acampado con su tribu en parte de dicho campo, vengo a pedir de SS que por intermedio del señor Juez de Paz, del Departamento 16 de Octubre, se intime el inmediato desalojo por causar graves perjuicios en mis intereses». En: Expediente 054-52-1899-02, Mesa de entradas, Gobernación del Chubut, Rawson, febrero 16 de 1899. Archivo Histórico de la Provincia del Chubut.
2 Dato surgido de averiguaciones hechas por la comunidad mapuche-tewelche Valentín Sayhueque entre sus vecinos. Agradezco los diálogos con Jorge y Delia Saihueque, quienes constantemente comparten la información que han ido reconstruyendo de las familias de la zona.
3 En el año 1913, Truquel Sayhueque se presentó ante el gobernador para exponer que sus vecinos Juan Zárate y Bernardino Álvarez le echaban hacienda a su campo: «El señor Gobernador observó que aún cuando las manifestaciones de Sayhueque son muy justas y razonables, nada se podrá hacer en este sentido puesto que por declaración del mismo interesado, el campo está sin alambrar y difícilmente se puede evitar que una hacienda penetre en su campo, debiendo en este caso el interesado tratar en lo posible por sí mismo impidiendo que dichos animales invadan el terreno de referencia». En: Exp. 100652-1913-07-7, folio 4, Mesa de entradas, Gobernación del Chubut. Archivo de la Provincia del Chubut.
4 Los hijos de Sayhueque deberán afrontar la deuda que Lahusen le atribuyó al cacique, pues Lahusen inició un proceso judicial, para así identificar a sus herederos y quedarse con el lote de 4 leguas que, en condominio con sus hijos, poseía el cacique en la reserva. En: Exp. N° 718, «Saihueque Francisco s/sucesión», Juzgado Letrado del Chubut, Fuero Civil y Comercial, Esquel, Chubut.
5 En un expediente de la gobernación, el secretario aborigen gestiona una autorización para los señores Sayhueque. Estos solicitaban permiso para cargar chulenguitos para uso familiar. Esta fue la respuesta a su pedido: «Por Decreto Poder Ejecutivo […] se prohíbe terminantemente caza de guanacos desde el 31 de julio». En: Documento N° 378, Telegrama del 29 de noviembre de 1924, Jefatura de Policía, Gobernación del Chubut. Archivo de la Provincia del Chubut.
6 Así narra la condescendencia que obtiene de las autoridades uno de los capataces del estanciero Juan Plate, en su diario de viaje. El evento ocurrió principiando el año 1896: «Me presento al Señor Conesa, secretario de la gobernación, pidiéndole influir en el asunto mío, que me haga la justicia que me pertenece. Va conmigo a la comisaría y después de haber tomado nota del contenido del sumario de Bledel le da algunas ideas buenas al comisario y le recomienda de tratar a los ladrones con todo rigor para concluir de una vez con estos robos que hacen perder el buen prestigio a todo el territorio». (Hardt, 1992, p. 24)
7 Son múltiples las entrevistas donde se comentan experiencias que hablan sobre las condiciones de trabajo desde diferentes ópticas. Doña Graciela Márquez nos contó cómo trabajaban en la estancia Don Guillermo, de Stauted: «Cuando tenía franco me iba al puesto de mi compañera. Era peón de patio esa pobre chica. Se casó. Se le murió el bebé. No la atendieron pobrecita. De yapa, le hacían poco caso [los patrones]. No, si le hacían poco caso a la gente». (Graciela Márquez, Gobernador Costa, febrero del 2014).
8 Segundo y Mariano Ayelef, indígenas, manifestaron ante las autoridades que «[…] hace seis años se presentaron a gobernación y Juzgado Letrado denunciando haber sido víctimas de Herman Jeisinger, el Juez de Paz de la Colonia San Martín y otros que con documentos falsificados les quitaron un campo». Las autoridades de la Gobernación intimaron a las autoridades de la Colonia a: «[…] informar telegráficamente estado asunto pues se asegura que Jeisinger está por huir para Estados Unidos. Les respondieron que: Revisados los libros de entradas por los años 1910, 1911, 1912 y 1913 no se ha encontrado constancia de que hayan hecho presentación alguna en el centro indicado, los indígenas Segundo y Mariano Ayalesa». En definitiva, como en otros casos, no se dio curso al reclamo. En: Exp. 496- 03.02.1917. Archivo de la Provincia del Chubut. Rawson. Chubut.
9 Según antecedentes de archivo, las tierras de Juan Plate fueron mensuradas en el año 1897. Entre las dos estancias que conformó, concentró inicialmente 78750 ha (31,5 leguas) de tierra. Algunas provinieron de la compra de certificados con que se habían pagado servicios prestados al ejército en ocasión de la Campaña al Desierto. Otras porciones las adquirió su socio quien, después de adquiridas, se las transfirió. Al año siguiente, la Subsecretaría de Tierras y Colonias le comunicó que le habían otorgado un título de propiedad por 2500 ha, en el lote 11, fracción D, sección H 2, en las inmediaciones. Cinco meses más tarde, en parte del lote 12, de la misma fracción y sección, le concedieron en propiedad otras 2500 ha. Las propiedades y marcas que habían sido registras a nombre de su administrador, Augusto von Thun, fueron finalmente transferidas a Plate. Entre el año 1900 y 1910, este latifundista solicitó varias veces a las autoridades de la gobernación la transferencia a su nombre de distintos boletos de marca. Efectuaba los trámites tanto en Comodoro Rivadavia como en Rawson. Fue el primero en alambrar parte de su propiedad. Entrada la década de 1920, en la documentación se registran situaciones de conflicto a consecuencia del acaparamiento de tierras de su parte. En efecto, el 2 de febrero del año 1922 Ignacio Lacalle, reclamando justicia, se comunicó con las autoridades a fin de que le notifiquen que debía desalojarle al hacendado parte de su campo. El constante incremento de extensiones de tierras, ahora bajo el nombre de Compañía Rural y Mercantil Nueva Lubecka S.A, quedó registrado con la transferencia del boleto de marca de O. Simón y Compañía, solicitado a las autoridades el 13 de febrero de 1926. En: Documento 600, rollo 220 y 304, Jefatura de Policía, Gobernación del Chubut. Archivo de la Provincia del Chubut y Hardt (1992).
10 Un comerciante lindero de la zona les expropió parte de sus tierras, en el paraje Cerro Negro, a los familiares de la abuela María Epul (entrevista a Celestina y Hermeregildo Curín).
11 En un trawun o junta realizada en la comunidad Valentín Sayhueque, en abril del 2010, se reconstruyeron los casos de expropiación por parte del mismo estanciero que había despojado a las familias de la comunidad. Ahí, entre los concurrentes, se reunieron antecedentes donde se identificaba esta modalidad de expropiación por la entrega de animales en mediería, tal como le ocurrió a las familias Loncón, Loncopán y Curín (entre otros). (Registro personal).
12 Éste es el caso de Eugenia Julián, según nos lo narró su nieta, doña Amelia Navarrete de Ponce, en una entrevista personal.
13 En el archivo de la familia Sayhueque se conserva una carta manuscrita del abuelo Mariano, en su intento de detener el desalojo, en la que expresó: «Colonia Saihueque, Territorio Nacional del Chubut. Mi muy excelentísimo señor Vicepresidente de la Nación Señor Coronel Don Juan N Perón me dirijo ante de usted mi señoría Soy Mariano Saihueque, hijo de Valentín Saihueque pido la justicia y el amparo aquí nuestra colonia está rematado por un comerciante y un Doctor. 30 familias fueron desalojado a fuerza pública en nuestra colonia muchas poblaciones y mujer fue distribuido por lo acaparadore quedan cinco pobladore están en peligro de desalojarlo decearia carecientemente de resolver mi pedido el día 28 de este corriente mes comparecio el juez de Paz un embargue por Romero Carlo y Cía. Presento una cuenta el devito de doz mil pesos presento de cinco mil pesos».
14 En un documento procedente del iac de la provincia del Chubut, que corresponde al acta 437/93, por Resolución 366/66 (folio 109), se otorgó permiso precario de ocupación a favor de Blanca Rosa Huanquitripay de Saihueque, por la superficie aproximada de 50 ha ubicadas en la parte noroeste, legua C, lote 3, fracción D, sección H-II.
15 Con este concepto, Stuart Hall refiere a una variedad de estrategias para enfrentar la diversidad cultural y la heterogeneidad social en las sociedades modernas: «[…] el multiculturalismo refiere a la dimensión política derivada del hecho social e histórico de la multiculturalidad. Es la manera cómo se asume e interviene la heterogeneidad cultural de las sociedades multiculturales» (2000). Aunque Hall identifica diferentes variantes de multiculturalismo, nuestro uso de este concepto busca circunscribir el conjunto de políticas estatales que inscriben en el espacio social el reconocimiento de otras identidades, basadas en una idea de mezcla (quedarían únicamente descendientes más o menos degradados), que sólo ofrece un lugar simbólico para representar indígenas idealizados y exotizados. De este modo, esas políticas multiculturalistas reconocen la naturaleza distintiva de este grupo en relación al resto de la sociedad, pero inscriben al colectivo en un espacio-tiempo no conflictivo para el presente de la localidad y la sociedad de Gobernador Costa.
16 Bauman y Briggs (1990) definen la entextualización como proceso a partir del cual se transforma parte del flujo lingüístico en una unidad –un texto–, que puede ser extraído de la situación de interacción y ser analizado en sí mismo como discurso descontextualizado. En este sentido, por ejemplo, también la expropiación de la reserva, en tanto proceso convertido en evento y texto, ha adquirido autonomía en las narrativas de estas familias. Así, aunque la precisión y el detalle de algunas de las imágenes a través de las que se lo ha ido refiriendo proceden de un determinado contexto y se recrean en otros, esas imágenes empiezan a guardar el desalojo de usos y olvidos coyunturales, pues van siendo entramadas en un relato que fija las distintas experiencias vividas por las familias como evento en y para la memoria de su pasado en él.
17 Por ejemplo, el colectivo autodenominado Educación Autónoma congregó, desde el año 2007, a organizaciones urbanas, comunidades de zonas urbanas y rurales, familias indígenas y activistas de distintos puntos de la provincia del Chubut, en trawun o parlamentos auto-convocados que se efectuaron en localidades como Comodoro Rivadavia, Trelew, José de San Martín, Gobernador Costa, entre otras. Colectivamente, se producían reflexiones sobre la necesidad de transmisión cultural y de caminos posibles de reconstrucción del pueblo mapuche-tewelche. Para quienes participaban de los trawun de Educación Autónoma, recuperar el pasado se traducía en aprender conocimientos ancestrales y transmitirlos en estos encuentros, revalorizando la oralidad en tanto registro propio por el que estos conocimientos habían llegado hasta el presente. Asimismo, se enfatizaba en el proceso la supremacía de su procedencia, ya sea por derivar de autoridades del pueblo, o de experiencias recibidas y vivenciadas en territorios comunitarios. Se interactuaba con un ideal colectivo que valorizaba la autogestión y la autonomía lo que, en términos de los participantes, significaba no tener que rendirle cuentas a nadie. Esto se defendía con determinación porque hacía a la originalidad del colectivo, dado que espacios con estas características no hay y son necesarios, manifestaban. Al tiempo, los encuentros se ofrecían como una instancia donde las relaciones se construían horizontalmente en su dinámica de generar pertenencia. Desde la perspectiva del colectivo, lo anterior propiciaba contextos para interpretar las acciones reivindicativas, las memorias colectivas y el territorio desde conocimientos que instauraban parámetros tanto para entenderse a uno mismo, como para identificarse como parte del pueblo mapuche-tewelche y visualizar posibles lugares sociales a ocupar para efectuar acciones de demanda. Por ello tenían instancias específicas donde las familias participantes también podían consultar con un asesor legal la situación de sus lotes, como ocurrió en el trawun de Costa, donde asistió el Dr. Gustavo Macayo y numerosas familias llevaron sus papeles para entrevistarse con él.
Auteur
UNCOMA, IIDCYPCA
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