Capítulo 3: Mapeando la Patagonia colonial. Las cartografías de la costa patagónica a fines del siglo xviii
p. 85-108
Texte intégral
1En este ensayo trabajamos sobre la producción de territorialidad en la Patagonia a partir de cartografías coloniales. Partiendo de la idea de que «los territorios son también artefactos producidos en el discurso donde se cuentan escenas de producción de límites» (Andermann, 2000, p. 7), buscamos abordar no sólo la dimensión discursiva de los mapas, sino también su efecto performativo (Butler, 2002), es decir cómo construyen continuamente el objeto del que hablan.
2La línea de investigación que desarrollamos en arqueología histórica estudia el colonialismo en la Patagonia a fines del siglo xviii, centrándose en la constitución de paisajes a partir de la presencia española en la región.1 El interés aquí es ahondar sobre la relación entre representación cartográfica y la construcción del colonialismo en el período mencionado. Para esto, a la hora de abordar los mapas consideramos necesario inscribirlos en un contexto mayor vinculado al entramado de producción cartográfica y territorialidad; pues entendemos que tal contextualización es una forma de desnaturalización de la cartografía como transparente, neutral y fija. Coincidimos con la perspectiva de la geografía social que considera las cartografías como un objeto cultural, una construcción social del mundo (Harley, 2005). También acordamos con la visión de las cartografías como productos históricos que son representaciones de las redes de saber-poder que las producen y en las que funcionan (Foucault, 1968).2
3Ahora bien, es clave comprender que esta «analítica de las representaciones del espacio» (De Lasa y Luiz, 2011) no se apoya en una teoría de la correspondencia entre el referente empírico y su imagen. Por el contrario, en lugar de la configuración de lo que es representado, se enfoca en el locus de enunciación donde se producen las representaciones Mignolo, 1995).3
4En otras palabras, el recorte de la mirada cartográfica implica la afirmación de un sujetohistórico productor de sentidos, y no la realidad plasmada en papel.
5A su vez, es sumamente interesante considerar que, para el pensamiento moderno, el espacio siempre estuvo primordialmente dado; su carácter físico, su auto-evidencia otorgó la posibilidad naturalizar las objetivaciones de las relaciones sociales del modo más efectivo (Lefebvre, 1991; Miller, 2005). Las cartografías en este sentido han funcionado como potentes instrumentos de una tecnología de poder y conocimiento que cumplieron un rol en la conversión de la tierra en mercancía capitalista (Harley, 1989; Soja, 1989; Lefebvre, 1991; Mignolo, 1995; Escolar, 1996; Andermann, 2000; Lois, 2012a; Aguer, 2014).
6De este modo, la perspectiva analítica sobre las cartografías históricas (Harley, 1989, 1992; Craib, 2000) implica abordar el mapa como un entramado de relaciones, tensiones y prácticas de poder. Aquí no importa tanto la evolución de los conocimientos geográficos4, sino ver cómo la representación cartográfica da cuenta del ejercicio de poder colonial, implicando la disputa por las poblaciones, los territorios y sus recursos (Harley, 1989; Mignolo, 1995; Escolar, 1996; Livon-Grossman, 2003; Jacob, 1996; Zusman, 2010; Lois 2012 a y b).5
7Nos preguntamos entonces ¿Cómo produce el espacio el estado colonial? ¿Cómo demarca un espacio en disputa? ¿Cómo lo habita? ¿Cómo se construye la temporalidad a partir de herencias y citaciones? Buscamos las presencias y las ausencias, los recortes e iteraciones para poder evaluar cuáles son las condiciones de posibilidad que se construyen en las representaciones cartográficas de la Patagonia –las de la costa oriental– a fines del siglo xviii.
Colonialismo en la costa patagónica (siglo xviii)
8La modernización del Estado español a fines de siglo xviii involucró a sus colonias del extremo sur de América. Entre las principales medidas adoptadas se encuentran: la creación del Virreinato del Río de la Plata6 en 1776, con el objeto de controlar la salida de mercancías y el contrabando por Buenos Aires –la puerta trasera– y la reestructuración del sistema tributario –con nuevas cargas impositivas–. También se dio lugar a la recuperación del control sobre las milicias y las elites locales mediante su reemplazo por delegados españoles –este proceso también fue llamado descriollización de la administración pública–. Por último, se incluye entre estas medidas la erogación del Reglamento de Libre Comercio en 1778 para lograr la gradual apertura de los mercados.7
9En conjunto, estas medidas reducían a las colonias a factorías productoras de materias primas en gran escala para el mercado exterior, desinteresándose por el mercado interno, que estaba limitado por las restricciones comerciales. Las últimas décadas del siglo xviii dan cuenta de un orden colonial que buscaba estabilizarse entre la amenaza externa de las otras potencias rivales y las tensiones internas resultantes de los nuevos grupos que se habían conformado, las elites coloniales (Lynch 1992).
10En el contexto de los enfrentamientos entre potencias coloniales, el criterio de ocupación pasó a ser el de res nullius, es decir, la legitimación del dominio sólo a partir de la ocupación efectiva, criterio impuesto por la hegemonía colonial británica (Zusman, 1999). Así, para mantener el paso al Pacífico se diseñó un plan de colonización que contemplaba fundar enclaves en la costa patagónica (Archivo General de Indias, Legajo 326). Aunque los establecimientos tenían un carácter defensivo, la organización social de los poblados estuvo acorde a las políticas coloniales de producción de espacios y manejo de la circulación de poblaciones y mercancías. Se realizó un diseño específico de poblaciones estables, distinguidas por el traslado de familias de colonos desde España (Luiz, 2006; Apolant, 1970; De Paula, 1984; Senatore, 2007). Ello imprimió características únicas a estas colonias –aún dentro del Imperio español–, dadas las diferencias con los procesos coloniales francés, portugués o británico.
11Con el objetivo de afianzar la presencia española en la región, en 1779 la Corona española dirigió el plan de colonización de la costa patagónica. A tal efecto, las políticas ilustradas fueron el contexto para establecer asentamientos en la costa con el fin de ocupar los territorios más australes del imperio. El plan de colonización implicó una organización detallada para el traslado de familias labradoras españolas y su instalación en asentamientos permanentes creados para este fin (Apolant, 1970; Ramos Pérez, 1984; Martínez Martín, 2000; Luiz, 2006; Senatore, 2007). Los principales asentamientos fueron Carmen de Patagones (1778 a la actualidad, Buenos Aires) y la Nueva Población y Fuerte de Floridablanca (1780-1784, Puerto San Julián - Santa Cruz); mientras que el Fuerte San José perduró como subsidiario al Carmen (1779-1810, Península Valdés - Chubut). Los asentamientos tuvieron una duración variable en función de su abastecimiento desde el Virreinato del Río de la Plata y el efectivo desarrollo de las relaciones interétnicas.
12El Fuerte del Carmen se consolidó como un enclave fronterizo, recibiendo contingentes poblaciones y lidiando intensamente con las parcialidades indígenas de forma variable en el tiempo (Gorla, 1984; Nacuzzi, 2005, 2011; Luiz, 2006; Alioto, 2011; Buscaglia, 2012, 2015; Nacuzzi y Lucaioli, 2014). Este fuerte fue punto de referencia inclusive en el avance militar sobre los territorios indígenas a fines del siglo xix. Sin embargo, los primeros años de su fundación fueron dificultosos para el afianzamiento en la zona, pues se debió conseguir el apoyo de las autoridades virreinales y negociar con pampas, tehuelches y aucas el intercambio y abastecimiento de ganado (Nacuzzi, 2005; Luiz, 2006; Alioto, 2011; Nacuzzi y Lucaioli 2014).
13El Carmen tenía como subsidiario al Fuerte San José, que estaba emplazado en el golfo homónimo. Este último funcionó como resguardo de la presencia española en Península Valdés, hasta que fue destruido por un malón indígena en 1810. Mantuvo una población escasa, militar, con alta rotación desde el Carmen, que pasaba importantes penurias y hambrunas. Son interesantes las estrategias que se desarrollaron para poder subsistir en ese medio, principalmente el desdoblamiento del patrón de asentamientos entre el fuerte costero defensivo y el asentamiento interno sobre la salina, junto a las fuentes de agua dulce, el Puesto de la Fuente (Buscaglia y otros, 2012; Bianchi Villelli y otros, 2013; Bianchi Villelli y Buscaglia, 2015). Con el tiempo, el Fuerte San José comenzó a funcionar como enclave para los barcos balleneros y pesqueros, ofreciendo resguardo y aprovisionamiento (Bianchi Villelli, inédita).
14Floridablanca duró sólo cuatro años cuando fue abandonado por orden del virrey debido a los altos costos de mantenimiento (Archivo General de la Nación, Pieza 2103). Sin embargo, estando el asentamiento a cargo de Antonio Viedma, la población creció, se realizaron importantes edificaciones, se ensayaron cultivos, se establecieron estrechas relaciones con los grupos del cacique Julián y se reconoció el río Santa Cruz, hasta el actual lago Viedma (Senatore, 2007; Senatore y otros, 2008; Bianchi Villelli, 2009; Buscaglia, 2012). El establecimiento de Puerto Deseado fue sólo un campamento temporario, vinculado a las exploraciones de Deseado y bahía San Julián y anterior a la fundación de Floridablanca, en 1780. Recién en 1789 fue base de la Real Compañía Marítima para la explotación marina en la zona. Con anterioridad a la instalación de dichos asentamientos y durante los mismos, se llevaron a cabo un conjunto de relevamientos cartográficos de la costa patagónica. Los mismos operaron como formas de reconocer y evaluar la toma de decisiones sobre los puntos de instalación y, también, de asentar la presencia española a través de la publicación de cartografías. Tales relevamientos son nuestro objeto de análisis en este trabajo.
El punto cero: cartografías ilustradas
15Para la segunda mitad del siglo xviii, Mary Louis Pratt da cuenta del surgimiento de una nueva conciencia planetaria de Europa, «caracterizada por una orientación hacia la exploración interior y la construcción de significados a escala global a través de los aparatos descriptivos de la historia natural» (Pratt, 2010, p. 44). Para las cortes ilustradas, el financiamiento de viajes científicos implicaba la apertura de rutas comerciales y la incorporación de territorios y poblaciones cumpliendo un rol político-científico. Así, Pratt elabora su mirada con la expedición de La Condamine a Chile y Perú en 1735. Aunque también es un ejemplo muy claro de la mirada científica la expedición de Alessandro Malaspina en 1788, quien recorrió desde Cádiz hasta Manila ida y vuelta, reconociendo y cartografiando las costas patagónicas atlántica y pacífica (Monge, 2002; Navarro, Floria 1996, 2003; Sagredo Baeza y González, 2004; Álvarez, 2010; Galera, Gómez 2010).
16En la misma línea, en La hybris del punto cero, Santiago Castro (2005) vincula la formalización de un pensamiento abstracto en ciencia con su uso político. Según el autor, el evolucionismo social impregna los discursos sobre la naturaleza y el hombre cuyas variaciones espaciales y temporales quedan organizadas en una jerarquía única, con una direccionalidad específica. Esta forma de conocimiento que se representa a sí misma como única, imparcial, aséptica y universal buscó suprimir los conocimientos-otros bajo la teleología evolucionista de la sociedad moderna eurocentrista. Castro muestra la tensión entre dos lugares de enunciación diferentes que disputaron su hegemonía en la colonia de Nueva Granada: una colonialidad del siglo xvi, asentada en la pureza de sangre como mecanismo de jerarquización social, frente a las reformas borbónicas que –a través de sus políticas de reorganización estatal y su discurso científico monolítico– buscaron recuperar el control colonial por sobre las elites locales, pasando por alto el sistema de castas. La paradoja es que las reformas borbónicas, bajo un discurso estatal centralizado y racionalizado, condujeron también a la intensificación del racismo (Castro-Gómez, 2005).
17Lo que es sugerente de esta distancia aséptica, plataforma neutra o punto cero no es su definición abstracta, sino su articulación en cada uno de los contextos históricos específicos de las sociedades coloniales americanas. Es decir, la mirada europea se fue evidenciando en las construcciones eurocentradas y monolíticas impuestas sobre los contextos particulares desde un locus de enunciación único (Mignolo, 1995), la Europa hiperreal (Chakrabarty, 2008). Es esa Europa la que comenzó a mirar las costas patagónicas con la intención de marcar, sentar bandera, para poder disputar un lugar en el escenario colonial.
18En particular, para la cartografía iluminista, el punto cero implicó un clivaje importante (Harley, 1992; Escolar, 1996; Craib, 2000; Lasa, 2004; Navarro, Floria 1996; Lois, 2000, 2012a). Estuvo vinculado con los cambios en las técnicas e instrumentos de relevamiento, con el progresivo avance de las convenciones cartográficas, que fue unificando los modos de representación –tal es el caso de las representaciones geodésicas modernas o los cambios en los Meridianos de referencia8–, y también con las facilidades de copiar con la imprenta. Principalmente se estandarizaron y secularizaron los modos de representación, desapareciendo completamente las imágenes alegóricas y fantásticas, así como los etnónimos.9 La desaparición de los mapas iluminados, dio lugar al relato de la objetividad y la precisión; la forma de representación aséptica es la que permite graficar el espacio mercantilizado, marcando tanto lo apropiado como lo apropiable.
Corpus cartográfico patagónico (1779-1782)
19Como mencionamos, el plan de poblamiento colonial de la costa patagónica implicó una serie de relevamientos que produjeron detalladas cartografías micro-regionales de distintos parajes de la costa patagónica –desde el río Colorado hasta la bahía San Julián–. La organización del conocimiento en este caso se centró en diagnosticar accesos portuarios y recursos costeros, con el objeto de seleccionar los lugares para asentar a las poblaciones. Esto implicó el reconocimiento de la geografía costera, como la topografía de la bahía Sin Fondo –actual golfo San Matías–, incluyendo las desembocaduras de los ríos Colorado y Negro y la península Valdés –cuyas ubicaciones hasta el momento no eran claras, como tampoco lo era su relación con el río Diamante–. También el Puerto Deseado, la bahía San Julián y el golfo San Jorge fueron representados en detalle.
20Más allá de la existencia de un registro mayor de mapas a lo largo del siglo xviii, circunscribimos nuestro corpus a las representaciones directamente vinculadas al plan de colonización de la costa patagónica. Es importante resaltar que estos relevamientos se diferencian de los realizados previamente por la Compañía de Jesús –como los mapas del padre Quiroga y del padre Cardiel y posteriormente de Falkner–, los cuales buscaron legitimar y justificar el rol de los jesuitas como parte de un proyecto evangelizador para la Patagonia (Luiz y Lasa, 2011). Lo que destacan los autores es que este corpus cartográfico jesuita se construyó a partir de la información sobre el espacio comunicada por indígenas patagónicos; dicha fuente fue silenciada en la medida que se trazaban las cartografías jesuitas.
21Coincidimos con Harley (1992) y Mignolo (1995) cuando plantean que enfocarse sólo en las técnicas de representación europeas es silenciar la presencia indígena que precedió, complementó, coexistió y compitió con la española. Sin embargo, para el contexto que presentamos en este trabajo no disponemos de otro tipo de referencias cartográficas. Entendemos que al concebir estas cartografías en el marco del Proyecto ilustrado y sus representaciones del espacio, podemos empezar a preguntar y evaluar qué se omitió y cómo. Si entendemos que un mapa es una construcción social del mundo, también lo son sus silencios, sus rellenos y citaciones.
22Asimismo, las cartografías del plan de poblamiento español de la costa patagónica tampoco fueron parte de un proyecto científico como los viajes de La Condamine o Malaspina (Pratt, 2010; Navarro Floria, 2003; Sagredo Baeza y González Leiva 2004). El contexto de tales cartografías es la ocupación defensiva a partir de un diseño de poblamiento específico, orientado a la ocupación estable. En ese diseño participaron emprendedores tanto orden militar como comercial, siempre orientados a caracterizar la navegabilidad y accesos portuarios de la costa.
23El corpus que trabajamos está constituido por 35 mapas fechados entre 1779 y 1783. Las cartografías fueron realizadas por orden de los comisarios superintendentes Juan de la Piedra, Francisco de Viedma –responsables de los fuertes San José y Carmen de Patagones– y Antonio de Viedma –quien era hermano del anterior, fundó Foridablanca y estuvo en Deseado–. Los levantamientos fueron realizados por Basilio Villarino, Bernardo Taforo10 y, en menor medida, por el teniente Pedro García, Pascual Callejas y José de la Peña (ver Tabla 1). El corpus está recortado positivamente debido a que los mapas incluidos en él fueron producidos por altos funcionarios vinculados a la exploración e instalación de los asentamientos costeros. Por ejemplo, no incluimos las cartografías del viaje a la Salina Grande de Pedro García pues se vinculaba con las negociaciones mantenidas por el virreinato desde Buenos Aires.11
Orden de relevamiento | Responsable del relevamiento | Fecha(mes/año) | Título12 | n.° de copias |
Juan de la Piedra | Basilio Villarino | 01-07/ 1779 | Descripción geográfica de la costa patagónica |
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Pedro García | 01-02/ 1779 | Plano que comprende desde el Río Sauce hasta el Puerto de San José |
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- | 01-02/ 1779 | Configuración del Puerto de San José en la Bahía sin Fondo |
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Basilio Villarino | 02/1779 | Plano del Rio Negro nombrado por los indios Rio Grande en la Costa Oriental Patagónica |
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Juan de la Piedra | 1779 | Plano del puerto ó Bahía de San Joseph |
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Juan de la Piedra | 1779 | Plano y descripción del puerto ô bahía de San Josef |
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Pascual Callejas | 09/ 1780 | Plano de entrada del Río Negro |
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Francisco de Viedma | Basilio Villarino | 02-03/1779 | Plano del nuevo descubrimiento del río Colorado en la costa patagónica13 |
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Basilio Villarino | 01/1779- 07/1780 | Demostración geográfica de la Costa Oriental Patagónica |
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Basilio Villarino | 1781 | Plano de la Costa Oriental Patagónica |
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Basilio Villarino | Entre 1782 y 1783 | Plano del Rio Negro |
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Antonio de Viedma | Bernardo Taforo | 1780 | Plano del Puerto de Sta Helena y cala de San Sebastián |
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Bernardo Taforo | 1780 | Plano del Puerto de Deseado |
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Bernardo Taforo | 1780 | Plano del Puerto de Puerto San Julián |
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Bernardo Taforo | 1780 | Plano del aparte septentrional del Golfo de San Jorge |
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Bernardo Taforo | 1780 | Plano del Puerto de San Gregorio |
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José de la Peña | 1782 | Plano del Puerto y Ríos de Santa Cruz |
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-14 | - | (1779) | Plano de la Bahía Sin Fondo o Puerto de San Joseph |
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Bernardo Taforo | (1785)15 | Plano del puerto San José |
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Fuente: Tabla confeccionada a partir de los datos de referencia del corpus16
24Ahora bien, el corpus cartográfico se concentra en dos objetivos geográficos principales: el relevamiento de lo que hoy llamamos Norpatagonia –río Colorado, río Negro, golfo San Matías y península Valdés– y de la costa meridional –golfo San Jorge, San Gregorio, la ría del Deseado y bahía San Julián–. Como se observa en la Figura 1, estos últimos estuvieron a cargo de Antonio de Viedma exclusivamente. Se trata en su mayoría de mapas centrados en los elementos físicos; salvo dos excepciones no menores,17 no se realizaron relevamientos del territorio interior.
Fig. 1. Mapa actual donde se representan las áreas relevadas entre 1779 y 1783
Referencias: 1. Río Colorado; 2. Carmen de Patagones; 3.
Río Negro; 4. Puerto San Antonio; 5. Puerto San José y Península Valdés; 6.
Golfo San Jorge, Cala de Sta. Elena y Puerto San Gregorio; 7. Río Deseado;
8. Bahía San Julián y Colonia de Floridablanca; 9. Río Santa Cruz.
Fuente: Imagen de la autora
25Al analizar los modos de representación del territorio es evidente que la organización del plan de colonización –tanto por parte de quienes estaban a cargo, como de los responsables de los relevamientos– devino en dos conjuntos cartográficos con diferentes características. Esto puede observarse en el detalle de los relevamientos, sus objetivos, su continuidad y su inclusión y citación en mapas mayores.
Los puertos de la Patagonia meridional
26El conjunto producido por Antonio de Viedma-Bernardo Taforo, conforma una serie de cartografías de 1780 altamente estandarizadas en su orientación –siempre horizontal, con norte referenciado–, en sus coordenadas con respecto al meridiano de Tenerife, en sus escalas –en millas marítimas– y referencias. En los cinco casos, el detalle está puesto en la topografía costera, bancos y bajos presentes, las profundidades, calidad del fondo, la entrada a los puertos naturales y bahías; haciendo foco en la navegabilidad y accesos a los mismos –con notas explicativas sobre las características del puerto y los obstáculos para la entrada–. Este punto no es menor porque, al menos en el caso de San Julián y Deseado, la entrada es muy compleja debido a las mareas extraordinarias y la presencia de islas y bancos.
27De la cartografía producida por Viedma y Taforo, tenemos unas versiones sólo en tinta negra y luego copias acuareladas en color, mucho más ornamentadas, sobre todo en las texturas de las geoformas y contextos de los puertos y bahías cartografiados. Es decir, el espacio vacío es completado con texturas que homogeneizan el contexto, rellenándolo. Los detalles de los accidentes costeros son importantes, sin embargo hay referencias muy acotadas a los rasgos tierra adentro, lo que se plasma en la ausencia de información más allá del recorte costero.
28Las menciones sobre la presencia de grupos indígenas es acotada: en el caso de la bahía San Julián se marcan los «pozos de agua donde habitan los indios»18. Es en este sitio donde se emplazó la Nueva Población y Fuerte de Floridablanca a fines de 1780, dada la disponibilidad de abundante agua dulce. Las relaciones con la tribu del Cacique Julián el Gordo se desarrollaron en armonía (Buscaglia, 2012). Es importante mencionar que, en 1783, Antonio Viedma realizó un viaje acompañado de tehuelches para conocer la naciente del río Santa Cruz, llegando hasta el Lago Viedma. Este viaje está detallado en su diario (Viedma, 1972); sin embargo, no se produjo cartografía alguna.
Los ríos y puertos de la Norpatagonia
29El segundo conjunto es resultado de las órdenes de los primeros superintendentes del plan, Juan de la Piedra y Francisco de Viedma. Los trabajos están estrechamente vinculados a la definición de la costa y las ubicaciones de los ríos principales –desconocidos hasta el momento– y a la fundación de los asentamientos de Nuestra Señora del Carmen y Fuerte San José. De la Piedra estuvo vinculado con las primeras cartografías de 1779, dado que a principios de marzo de ese año se retiró, dejando al mando a Francisco de Viedma. Éste continuó el trabajo de reconocimiento de la costa: el río Colorado, el puerto de San Antonio y el río Negro, cuya naciente buscó en la cordillera. Las prospecciones estuvieron a cargo de Basilio Villarino.19 Esta variedad de autores implicó, en un principio, una mayor diversidad en los modos de representación de estos mapas.
30Los mapas de Juan de la Piedra-Pedro García corresponden al Puerto San José. Son representaciones del golfo San José, en general orientadas en dirección sur –siguiendo el relevamiento en este caso–. Se muestra un conocimiento inicial de la costa, donde se marcan los hechos y hallazgos de los primeros meses de 1779: evaluación de la instalación en dos campamentos –actual Playa Villarino– y el asentamiento definitivo en la actual Playa Fracasso. Se indican a su vez los pozos de agua dulce y los salitrales. Estos mapas dan cuenta del reconocimiento inicial de la región, de hecho, en algunos se representaron los recorridos realizados mediante una línea de puntos rojos. También se marca en ellos soberanía con las denominaciones –San José, Puerto Nuevo, Puerto San Antonio– e ilustraciones decorativas como la bandera del Reino de España, señalando la ubicación del enclave. Es interesante observar que lo que se busca representar es el mar –acceso portuario y navegabilidad– y no tierra adentro.20
31En marzo de 1779, De La Piedra se retiró de la costa patagónica dejando a Francisco de Viedma a cargo, quien ordenó a Villarino ubicar las desembocaduras de los ríos Colorado y Negro y evaluar el Puerto San Antonio como reemplazo de San José –dado que les costaba conseguir agua dulce–. De esta orden resultaron las cartografías de los actuales río Negro, río Colorado, Puerto San Antonio, golfo San Matías y península Valdés; como así también los diarios de Villarino. Una vez más, se trató de relevamientos de la geoformas costeras en los que se definió principalmente la topografía, la profundidad del mar y la ubicación de desembocaduras de los ríos y puertos naturales viables y vías de acceso.
32Dentro de este conjunto hay una serie de cartografías que tienen una escala menor y representan no sólo la desembocadura o boca de un río o golfo, sino un área mayor de la costa patagónica –desde península Valdés hasta el río Colorado y del Atlántico a Choele Choel–. Son mapas confeccionados a partir de la integración de los relevamientos menores, todos realizados por Basilio Villarino. Los mismos resultan muy interesantes para leer los discursos espaciales coloniales. De hecho, la Descripción geográfica (1779) y la Demostración geográfica (1780) presentan prácticamente el mismo recorte: uno comienza en el río Negro e incluye el golfo Nuevo, mientras que el otro, un año posterior, llega a incluir el relevamiento del río Colorado. En ambos casos se busca mostrar toda un área relevada, costera y continental: no sólo los puertos naturales y ríos, sino también los relevamientos terrestres, todo ello acotado a la costa que hizo Villarino –línea roja punteada.
33Ahora bien, más arriba habíamos planteado como pregunta cuáles son las condiciones de posibilidad que estas cartografías producen. En primer lugar, se presenta la navegabilidad vinculada con las intenciones de paso al Pacífico, pero también vinculada con la expansión y consolidación del comercio a escala colonial. Así, se consolidó una vía de volver a rellenar el Atlántico en función del comercio colonial moderno21. Pero fue también un medio de disputa de la ocupación del extremo austral del continente, ya que, una vez cartografiada para el escenario de los conflictos coloniales europeos, la costa patagónica era tierra ocupada.22 Si miramos las cartografías, las referencias siempre se marcan con letras en el mapa y el detalle se encuentra en una cartela aparte; son siempre topónimos23 españoles y nuevos, no hay registro de nombres indígenas24 ni se observan nombres españoles antiguos. Es decir, en el mapa la región es nuevamente denominada, esta vez desde el Estado colonial ilustrado.
34El contexto de la discusión a fines del siglo xviii se centraba en la presencia defensiva –una respuesta al mapa de Falkner–. Sin embargo, estos asentamientos estuvieron en la práctica más centrados en las negociaciones y tensiones interétnicas (Nacuzzi, 2005; Luiz, 2006; Buscaglia, 2012, 2015) que en las disputas imperiales; ello lleva a cuestionarse si la función única y primordial de los asentamientos era la defensa externa (Bianchi Villelli 2009, 2014). De hecho, en la documentación sobre Fuerte San José se encuentran largas propuestas del mismo Villarino para transformar estos enclaves en puntos de abastecimiento y reparo para embarcaciones comerciantes y pesqueras. El objetivo de tales propuestas era incentivar la extracción de sal y la pesca y caza de ballenas y lobos –iniciativa que fue ensayada en varias ocasiones, pero no al mando Villarino.25
35Por último, analizamos el plano de Río Negro, resultado de las exploraciones Villarino entre 1782 y 1783, que presenta la integración de los anteriores e introduce los primeros conocimientos sobre el interior de la región, llegando hasta la confluencia del río Negro con el río Encarnación –actual Limay–. Este plano resulta de interés en dos dimensiones. La primera de ellas consiste en que las intenciones de Villarino –por orden de Viedma– eran llegar hasta Valdivia y establecer la comunicación transcordillerana, aunque no pudo seguir más allá del Limay. Sin embargo, en su cartografía menciona que se apoya en la carta de D´Anville26 para completar la costa occidental, inaugurando la continuidad entre el Atlántico y el Pacífico. Aquí recuperamos la perspectiva de Zusman (2001) sobre los corpus cartográficos entendidos como tablero, como un escenario para ilustrar, definir y argumentar las políticas territoriales.27 Así, sostenemos que los mapas de la costa patagónica constituyen una afirmación del presente en tanto son reclamos de soberanía; y, asimismo, que se proyectan en el futuro al constituir diagnósticos de tierras, recursos y pasos.
36La segunda dimensión relevante sobre este plano consiste en que en él se advierte una mayor presencia indígena. Es evidente que fue Villarino quien comprendió la necesidad de establecer relaciones, negociaciones e intercambios de información con los grupos indígenas de la zona, pues las cartografías de García y Taforo no presentan referencia alguna. En su repertorio cartográfico se observa cómo va paulinamente incorporando menciones y aumentando la complejidad de la información intercambiada. En los planos de 1779, sólo se ubican en un punto las «tolderías de pampas, teguelches y aucas» (Ministerio de Defensa, AGMMM ARG-03-02); mientras que en el relevamiento del río Colorado se muestran varios encuentros detallados (Ministerio de Defensa, AGMMM ARG-08-09).28 En la Demostración geográfica (Archivo General de Indias, 135) se ubican en puntos específicos las tolderías de Chanel y Chulilaquin, y se menciona que los «indios dicen que hay un dia de camino». Entre 1782 y 1783, el mapa de la zona tiene mucha más presencia indígena (Ministerio de Defensa, AGMMM ARG-03-01): se presentan campamentos y tolderías en distintos puntos y también se da cuenta de varios caminos que eran utilizados continuamente y que conectaban las distintas parcialidades indígenas. En la medida en que la referencia cartográfica se interna en la cordillera, comienzan a aparecer etnónimos; asimismo, en la cartela se menciona información sobre el robo de ganado a las estancias bonaerenses.29
37Así, la presencia indígena irrumpe en el discurso cartográfico. Sin embargo, a diferencia de las cartografías jesuitas de Falkner, Cardiel y Quiroga, no se recuperan etnónimos, ni se definen áreas ocupadas por las diversas tribus, ni territorios correspondientes a naciones indígenas. Según Zusman (2001), era más efectivo mostrar áreas ignoradas que entregarlas a alguna parcialidad indígena.
38Pero entonces, ¿qué se representaba en lugar de «tolderías de pampas, teguelchus y aucas» que figuran en la cartela? Prácticamente la totalidad del corpus contextualiza los rasgos relevados –ríos, puertos, bahías– con una textura de pastizal homogénea. En tanto relleno, este modo de representación puede ser entendido como una alternativa para el vacío. El vacío –mapa en blanco, líneas discontinuas– no era conveniente por la política de res nullius, es decir, era necesario marcar y ocupar el territorio para no dejar tierras disponibles a la ocupación inglesa o francesa. La experiencia de la colonización para ese momento no permitía la ocupación efectiva de espacios tan vastos; sin embargo, la cartografía sí era una dimensión de disputa de los mismos. Una vez más, era el tablero para marcar, representar, ocupar y disputar el espacio patagónico bajo la forma colonial.Cabe reflexionar que en la textura homogénea de pastizales bajos y dispersos puede leerse el comienzo del discurso de desierto –que se volvió tan claro en el siglo xix– (Navarro Floria, 1999, 2002). Es un vacío lleno de pastos, todos iguales, todo el espacio igual, sin variación alguna. Es la proyección de un vacío de personas, de vegetación, de animales. Es la construcción de otro interno silenciado, borrado, arqueologizado (Lazzari y Lenton, 2002; Navarro Floria y McCaskill, 2004; Navarro Floria, 2002; Delrio, 2005; Rodríguez, 2010). Lo desconocido no podía ser dejado vacío, era necesaria la continuidad del espacio; la extensión de la geografía colonial es la presencia de una ausencia (Butler y Laclau, 1999).
Las múltiples temporalidades de los mapas
39De ese análisis surge también la necesidad de ver cómo se van encadenando los mapas entre sí, incluyendo unos dentro de otros. Estos casos de citación dan cuenta del argumento de la ocupación y revelan la construcción del archivo: unos mapas quedan dentro de otros,30 pero otros quedan fuera de juego.
40El ejemplo de los mapas jesuitas, que muestran Luiz y Lasa (2011), consiste en mapas que, al dar cuenta del escenario indígena de mediados del siglo xviii, justifican su capacidad de recorrer el territorio; sin embargo llenan el espacio patagónico de presencia indígena. Frente a ellos, los mapas ilustrados no retoman esas cartografías y realizan los relevamientos prácticamente desde cero, sin herencias de topónimos ni rasgos geográficos.
41Ahora bien, resulta de interés mirar el funcionamiento retrospectivo de estos artefactos de saber-poder, pues no sólo citan otros mapas sino que también son citados con posterioridad. En 1788, el virrey Loreto le solicitó al Ingeniero Custodio Sa y Faría un informe para la evaluación de la continuidad de los establecimientos patagónicos (Archivo General de Indias, 164; Sa y Faría, 1969 a y b), el mapa de los Modernos descubrimientos es resultado del mismo. En él incluyó toda la cartografía previa, incorporando también la jesuita, de lo que resultó un espacio interior ocupado por naciones indígenas. Esta diferencia puede relacionarse precisamente con que, para su diagnóstico, Sa y Faría tuvo en cuenta la complejidad que el mundo indígena implicaba para la relación entre Virreinato y la región patagónica (Zusman, 2001). De este modo, las cartografías de fines del siglo xviii fueron incluidas en los primeros mapas de la Confederación Argentina de mediados de siglo xix –aun cuando la Patagonia estaba gráficamente desvinculada del resto de la jurisdicción–. No obstante, no fueron retomados en los mapas de la expansión militar de la Patagonia confeccionados a fines del siglo xix, mapas que re-dibujaron el territorio según sus propósitos político-económicos (Lois 2006, 2012b; Navarro Floria, 2006).
42Si, como afirma Coronil, «El territorio ya no precede al mapa, es el mapa lo que precede al territorio» (1999, p. 42), el corpus patagónico cuenta cómo los mapas van construyendo distintos territorios. No son producidos sólo a nivel del relevamiento geográfico, sino que también se construyen a partir de las políticas de citación entre mapas, precedentes y posteriores. El efecto performativo del discurso productor de límites puede verse en el quiebre con el discurso eurocentrista de la expansión colonial como proceso unidireccional, gradual, acumulativo y positivo. La producción de territorialidad no crece siguiendo un argumento positivo de acumulación del conocimiento científico, sino que sus tempos y modos se tensionan en los entramados de poder a lo largo de las intervenciones territoriales colonial, independentista y republicana. Así el espacio no es un dimensión pasiva sobre la cual la historia de desenvuelve de forma lineal. Por el contrario, haciendo eco de Doreen Massey, la producción del espacio se articula en las múltiples historicidades.
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Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España
Biblioteca de España
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Notes de bas de page
1 Esta línea es la del proyecto de investigación codirigido por la doctora Silvana Buscaglia y la autora de este capítulo, «Arqueología Histórica en Península Valdés (Costa patagónica, 1779-1810)». Para ampliar información sobre el mismo, puede consultarse Buscaglia y otros (2012); Bianchi y otros (2013); Bianchi y Buscaglia (2015).
2 Para más referencias bibliográficas ver Harley (1989, 1992, 2005); Mignolo (1995); Zusman (1999, 2001); Craib (2000); Andermann (2000); Clua y Zusman (2002); Livon-Grossman (2003); Navarro (2006); de Lasa y Luiz (2011); Paredes (2011); Lois (2000, 2006, 2012 a y b).
3 En The Darker Side of the Renaissence, Mignolo opta por utilizar enact en lugar de representación como vía para enfatizar el locus de enunciación (Mignolo, 1995, p. 333).
4 La evolución de los conocimientos geográficos puede observarse en que variaron en el tipo y modo de los contenidos volcados, las características técnicas de la representación, los elementos meta-textuales presentes, las evaluaciones sobre los avances técnicos de medición y navegación.
5 Un ejemplo interesante de trabajo desde dicha perspectiva es el estudio de María Teresa Luiz y Luis de Lasa (2011) sobre las cartografías jesuíticas de la Patagonia.
6 La reorganización de los territorios llevó a la expulsión de la Compañía de Jesús y a la creación de nuevas entidades como el Virreinato del Río de la Plata, de Nueva Granada, las Capitanías Generales de Chile y Venezuela.
7 El Reglamento establecía la apertura comercial de España y las colonias españolas. No obstante, cerraba el comercio con el resto del mundo, ya que no hacía más que reforzar la intermediación metropolitana en la importación (Chiaramonte, 1986; Moutoukias, 1999).
8 A fines del siglo xviii, se utilizaba Tenerife (a 16º30’ al oeste de Greenwich) como meridiano de referencia –o cero–; en 1753, se empezó a utilizar Cádiz; finalmente, el meridiano de San Fernando quedó oficialmente en uso en España desde 1804. En 1901, se unificaron las convenciones y se adoptó el meridiano cero de Greenwich (Inglaterra), actualmente en uso. Para discusiones de las implicancias en las geopolíticas del conocimiento en meridiano cero y proyecciones de la superficie terrestre, ver Aguer (2014), Zayas (2014).
9 Para la América española esto coincide también con la expulsión de los jesuitas, en 1767, por parte de la Corona.
10 En los documentos figura indistintamente como Stafford, Tafor o Taforo; en los mapas trabajados, siempre como Bernardo Taforo.
11 Es importante tener en cuenta que los mapas mencionados se encuentran dispersos en archivos nacionales y extranjeros, separados de sus manuscritos contextuales. Por ello, la conformación de este corpus implicó seguir las genealogías de los planos y documentos desde el siglo xviii hasta la actualidad (Bianchi Villelli y otros, 2013; Bianchi Villelli 2014), superando el estado de desagregación que en general presenta la documentación histórica sobre la Patagonia.
12 El contenido consignado en esta columna respeta la ortografía de los originales.
13 Se trata del río Negro.
14 Sin referencias de autor o fecha. Por sus características gráficas, podemos inferir que es una copia del Plano y descripción del puerto ô bahía de San Josef (1779).
15 En 1785 muere Basilio Villarino y lo reemplaza Bernado Taforo, quien continúa con los relevamientos.
16 El listado general con todos los datos del corpus figura al final.
17 Se trata de los viajes de Basilio Villarino entre 1782 y 1783 siguiendo el curso del Río Negro hasta la confluencia con el Limay (Archivo General de Simancas, SGU, LEG, 7306,1) y el viaje de Antonio Viedma (Viedma, 1972) en 1783 hacia la naciente del actual Río Santa Cruz, llegando hasta el actual Lago Viedma.
18 España. Museo Naval de Madrid. Plano del puerto San Julián […]. Don Antonio de Viedma en el año de 1780. 48-B-9.
19 Basilio Villarino escribió tres diarios de sus relevamientos en la costa patagónica (1780-agn. Sala ix.16.3.4; 1781 en De Angelis 1972; 1782/1783. ags, sgu, leg, 7306, 1) y dejó también cartas y notas de archivo. Sobre Basilio Villarino ver: Sosa Miatello (1985); Martínez (1997); Enrique y Nacuzzi (2010); Enrique (2011, 2012); Gentinetta (2013).
20 El plano que corresponde al Río Sauce, de García, es una copia del levantamiento de Basilio Villarino en el Bergantín Nuestra Señora del Carmen.
21 Para una historia cartográfica del Océano Atlántico, ver Lois (2007).
22 Recordemos que había también un correlato con mayor presencia realista en la costa occidental austral, el reino de Chile.
23 Castro (2011) hace una revisión histórica de la variación de los topónimos aplicados a la Patagonia centrada en la provincia de Chubut.
24 Por ejemplo, el Plano del Rio Negro nombrado por los indios Rio Grande en la Costa Oriental Patagónica, retoma información indígena pero se presenta castellanizada. agmmm arg-03-02. 1779.
25 agn. Sala ix. 16-3-12. «[…] Sin embargo de parecerme muy útil este proyecto a la Real Hacienda si acaso los superiores no lo tuvieses por conveniente, espero el que se me dé permiso para pasar a Montevideo a comprar embarcación a propósito para poder poner en ejecución mi pensamiento, y libre licencia para hacer la faena de aceite de pescado y cada de sal en cuales quiera partes de la Costa Patagónica y sus puertos para cuyo fin estimaré a vm favorecer a mi pretensión por la tan útil a sm y bien de la nación. Dios que vm a mas a…Fuerte del Carmen, Río Negro, 28 de septiembre de 1783 Su mas atento servidor, Basilio Villarino.» Basilio Villarino, 28/9/1783.
26 Carte [de Patagons et Terre de Feu] de Mr. D'Anville. 1748. España. Ministerio de Cultura- Biblioteca de España. PID 2150369 CDU (828) (8 S).
27 Perla Zusman (2001) propone para comprender este corpus cartográfico, por un lado el contexto colonial antes mencionado; por otro, la cartografía como documento administrativo-burocrático. Finalmente, plantea que el mapa puede leerse como un tablero para legitimar funciones y disputas políticas.
28 El aludido en este caso como Río Colorado es, en realidad, el Río Negro, pues hasta el momento de escritura del Diario, Villarino aún no había ubicado el Río Colorado al norte y el Negro al sur.
29 Este comentario recogido por Villarino de sus informantes y reiterado en sus Diarios, fue retomado por la historiografía, volviéndose fundacional del estereotipo de indio ladrón (Alioto, 2011).
30 Un caso es el mapa de Villarino (de 1779) dentro del de Villarino (de 1780); otro el de la carta de D´Anville (1748) dentro del plano Villarino (confeccionado entre 1782 y 1783).
Auteur
Doctora en Arqueología e investigadora de CONICET, con lugar de trabajo en el IIDyPCa. Su área de investigación es la arqueología histórica especializada en el colonialismo en la Patagonia. Dirige proyectos de investigación y se ha desempeñado como docente en la UBA y en la UNRN.
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